viernes, 7 de enero de 2022

Visiones modernistas de la perfección evangélica

"Sed perfectos, como es perfecto vuestro Padre que está en el cielo" (Mt 5,48). ¿Cómo interpreta la herejía modernista, en sus variadas formas, ese indudable mandato de Nuestro Señor Jesucristo? Veamos hoy una de esas interpretaciones de la perfección evangélica, que deberíamos llamar más bien anti-evangélica.

Breve introducción de contexto 
   
----------En el presente artículo enlazaré algunos temas de mis recientes publicaciones. Ante todo, el tema de la perfección evangélica. De hecho, el último día del año pasado y los dos primeros del nuevo me referí a ese tema, en la serie de notas titulada Año nuevo, de la tierra al cielo: el recorrido de la vida cristiana. Hoy me referiré a una interpretación de perfil modernista acerca de la perfección evangélica, y digo "una", porque el modernismo es variado, no existe un solo modernismo, hay modernismo de diverso grado y diferentes matices. Pues bien hoy me referiré a una de esas interpretaciones modernistas del modo como el fiel cristiano debe orientar su vida hacia la perfección a la que nos llama Nuestro Señor Jesucristo.
----------En segundo lugar, he mencionado últimamente al diario italiano Avvenire, vinculado a la Iglesia católica, pues es propiedad de la Conferencia Episcopal Italiana. El Avvenire fue fundado en 1968 en Milán, donde tiene su sede, mediante la fusión de dos revistas católicas: L'Avvenire d'Italia de Bolonia y L'Italia de Milán. En su momento, el papa san Paulo VI apoyó firmemente el diario, pues deseaba un medio cultural común para todos los católicos italianos. La edición en internet comenzó a publicarse en 1998.
----------En tercer lugar, me referí a dos columnistas del Avvenire, cuyas publicaciones he criticado: Francesco Cosentino y Luigino Bruni. Acerca de Cosentino he argumentado extensamente mis críticas, refiriéndome a su pensamiento en tres artículos: primero en el artículo titulado Hay maneras y maneras de defender al Papa (en tres partes), y luego en dos artículos recientes: La pandemia y el milagro. ¿Esperarlo? ¿Pedirlo?, y el artículo publicado ayer: La barca en la tempestad y Dios en la tempestad. En cambio, a Bruni hasta ahora sólo lo he mencionado. En mi publicación de hoy comenzaré a referirme a él.
----------Pues bien, Luigino Bruni [n.1966], es un economista italiano e historiador del pensamiento económico, profesor de Economía Política en la LUMSA (Libera Universita Maria Santissima Assunta) de Roma y docente de Economía y Ética en la Universidad Sophia, de Loppiano. Es coordinador del Proyecto Economía de Comunión y uno de los promotores de la Economía civil. Fue elegido por el papa Francisco para organizar y gestionar el panel internacional llamado, justamente, "La economía del Papa Francisco". Forma parte del Grupo asesor internacional del Consejo Económico y Social (CES) del gobierno argentino. El actual presidente argentino, en su exposición en el Foro de Davos a comienzos del año pasado, citó a Bruni elogiando uno de los libros de la especialidad de Bruni, la economía: "Capitalismo infeliz".
----------El caso es que desde hace algunos años, Bruni, de modo sorpresivo e inesperado para muchos que sólo lo conocían como economista, ha venido incursionando en exégesis de la Sagrada Escritura y en teología, publicando sus artículos regularmente en el diario Avvenire, nada menos que en la página 3, vale decir, la que indica indudablemente la impostación cultural y el pensamiento de fondo del periódico.
----------Los artículos de carácter religioso de Bruni se volvieron más frecuentes e incisivos desde el dramático inicio de la pandemia del Covid en Italia, e inmediatamente merecieron las críticas de serios teólogos, fieles al magisterio de la Iglesia. Sin embargo, el diario Avvenire siguió hospedando las producciones de Bruni, las cuales en muchos aspectos contrastan con la recta doctrina católica.
----------Inicio con esta nota una serie de publicaciones (no necesariamente sucesivas) en las que me referiré en particular a aquellas reflexiones de Luigino Bruni, publicadas en Avvenire durante el año 2020, en las que el economista italiano intentaba dar una orientación religiosa en medio de la pandemia. Aquellos artículos de Bruni, que reflejan una de las formas de la heterodoxia modernista, me parecen de suma actualidad para individuar los errores a los que se debe hacer frente, sobre todo porque la pandemia no ha acabado.
----------Al hacer esta tarea no es mi intención criticar a Bruni en cuanto fiel católico, sino a su pensamiento. De hecho, por lo que tengo entendido, a instancias de las críticas recibidas, Bruni corrigió de algún modo su fallida visión, reconociendo los errores cometidos, y virando desde allí en más el foco de su atención de vuelta a su especialidad, la economía. No obstante ello, el diario Avvenire, no retiró nunca de su sitio de internet aquellas publicaciones de Bruni, en marcado contraste con la ortodoxia católica.
   
Una intervención equivocada en el momento equivocado
   
----------Pues bien, desde el inicio de la pandemia del Covid, particularmente en el norte de Italia, un tiempo de enorme prueba y de preocupación para millones de italianos por la cruel propagación del coronavirus, enemigo tanto más odioso cuanto más incontrolable, tal como se ha atestiguado en estos dos años de lucha en el mundo entero, todos hemos sentido la necesidad de consuelo, de paciencia, de autocontrol para no perder la cabeza, de esperanza de que la cosa termine cuanto antes, y necesidad de comprender el sentido de lo que comenzaba a suceder y sigue hoy sucediendo. En esta situación angustiante viene obviamente espontáneo hacernos fuerza y adoptar con confianza y con el máximo compromiso todas las medidas sanitarias y defensivas, que nos prescriben las competentes autoridades, aceptando inconvenientes e incertidumbres.
----------En particular, nosotros los católicos advertimos cómo la situación que estamos viviendo nos estimula a extraer del tesoro de sabiduría de la Sagrada Escritura y del Magisterio de la Iglesia y de los Santos, aquellas medicinas y aquellos consuelos espirituales que durante milenios han dado luz, fuerza y ​​consolación a innumerables almas atribuladas, desorientadas o afligidas en casos similares.
----------Si esto es tan verdadero como lo es, el caso es que en aquellos primeros golpes de la pandemia en Italia, los católicos italianos conscientes se sintieron tanto más asombrados y amargados por ciertos artículos que el diario Avvenire comenzó a publicar precisamente en esas semanas, en las cuales los católicos, más que nunca, deberían haber nutrido sus almas con el genuino alimento del Evangelio y de la Palabra de Dios. En cambio, fue motivo de dolor y de indignación constatar cómo desde el ilustre diario Avvenire, que debería ser luz y guía espiritual y cultural para los católicos italianos, llegaban ya sea cosas de dudoso valor, discursos equívocos, insensatos, escandalosos, deseducativos y contrarios a la verdad del Evangelio.
----------Me refiero, en particular y precisamente, al artículo de Luigino Bruni aparecido al inicio de la pandemia, el 1 de marzo de 2020, titulado "Esa perfección que engaña". ¿Acaso Bruni escribía contra un falso concepto de perfección? ¡No! ¡Precisamente contra el concepto mismo de perfección! Y esto es absolutamente intolerable. Al mismo tiempo, en ese artículo, el concepto evangélico de perfección está profundamente distorsionado, hasta volverlo odioso. ¿Pero, con qué perspectiva? La de una vida "imperfecta".
----------Que todos nosotros somos imperfectos, incluso los mejores, incluso los santos de esta tierra, es un dato de hecho; pero pretender que el Evangelio haga la apología de la imperfección es una grave mentira, negada por las clarísimas palabras del Señor. Con todo esto, no se puede negar que la imperfección sea ya un valor, ya que también una virtud imperfecta sigue siendo siempre virtud. Y quien abandona el vicio sustituyéndolo por la virtud, no se puede pretender que sea perfecto de golpe. Pero buscar la imperfección por sí misma, apoyarse en ella, no hacer ningún esfuerzo por alcanzar la perfección, significa estancarse en la molicie y en la mediocridad y es sumamente contrario al mandato del mismo Jesús y de toda la Sagrada Escritura. Ciertamente, debe ser condenado el perfeccionismo, que es la rigidez farisaica y presuntuosa, que conduce a la neurosis y a la infelicidad. Pero la llamada a la perfección evangélica sigue siempre vigente.
   
¿Qué es la perfección evangélica?
   
----------El concepto evangélico de perfección supone el concepto humano y natural. El per-fectum es lo que ha sido hecho y llevado o conducido a término, o completado, es aquello que ha sido cumplido, de modo que tenga todo lo que debe tener y no le falte nada. Ese "per" es un reforzativo.
----------Lo imperfecto, a la inversa, es aquello a lo cual todavía le falta algo que necesita para ser del todo, completamente y totalmente, hasta el fondo lo que debe ser y aquello para lo cual existe. Lo perfecto es lo que ha llegado a su fin, por lo tanto a su sumo bien. Esto aparece muy claro en el término griego. En efecto, el griego téleios implica la idea del fin (telos); lo perfecto es lo que ha llegado a su fin, por lo cual no hay nada que agregar, pero tampoco nada que quitar, de lo contrario se volvería imperfecto.
----------He aquí que entonces, lo perfecto no cambia, al contrario de lo imperfecto, que debe cambiar o progresar para devenir perfecto. El hombre imperfecto que es indolente, o está enfermo o bloqueado o inhibido, o es débil, holgazán, estancado o que se deleita en su cómoda imperfección y falsa humildad, sin progreso y sin esperanza, es el fallido, el fracasado, el frustrado: nada que ver con el Evangelio.
----------Jesús propone la perfección al joven rico (Mt 19,21). Santidad y perfección están estrechamente unidas. "Sed perfectos, como es perfecto vuestro Padre que está en el cielo" (Mt 5,48): estas palabras del Señor son ciertamente comparables al mandato del Levítico: "Sed santos, porque yo soy santo" (Lev 19,2). Jesús insiste en el deber de una obediencia a la voluntad de Dios, y Él mismo da el ejemplo. Pues bien, perfección y santidad no son más que la adhesión plena a la voluntad de Dios.
----------San Pablo es rico en enseñanzas sobre la perfección, que él hace depender sobre todo del influjo del Espíritu Santo. Pablo nos exhorta a "discernir lo que es perfecto" (Rom 12,2) y nos manda "tender a la perfección" (2 Cor 13,119. Pablo enseña que existe una cierta perfección desde aquí abajo, que consiste en el esfuerzo mismo de alcanzar esa perfección que podrá ser plena sólo en el cielo (cf. Fil 3,12-15). En tal sentido él admite la existencia de "perfectos" (1 Cor 2,6s), que gozan de la sabiduría del Espíritu Santo. Esta perfección no es todavía aquella plena perfección que habremos de alcanzar en el cielo (Heb 11,40), sino que es el tender, el esforzarse, el progresar hacia la perfección en medio de tantas imperfecciones, frustraciones, debilidades y pecados. "La caridad es el vínculo de la perfección" (Col 3,14).
----------El cristianismo, para Pablo, es un camino que prepara al "hombre perfecto" (Ef 4,13) a imagen de Cristo, de modo que "cada uno sea perfecto en Cristo" (Col 1,28). Es necesario pedir la perfección en la plegaria (Col 4,2; 2 Cor 13,9). Santiago propone explícitamente la perfección como meta de la vida cristiana (Sgo 1,4). Para él, la fe deviene perfecta cuando se actúa en las obras (Sgo 4,2). Quien ejercita la caridad ya es perfecto, incluso en esa etapa incoativa de la cual habla san Pablo. San Juan presenta el deber de practicar un amor perfecto (1 Jn 2,5) y la "alegría perfecta" (1 Jn 1,4) como objetivo de la vida cristiana.
   
Bruni disuade de la búsqueda de la perfección evangélica
   
----------Dice Luigino Bruni: "Es un error considerar los Evangelios como tratados de moral, y mucho menos como una ética de las virtudes. Las bienaventuranzas no son virtudes. De los Evangelios y de Pablo emerge un mensaje donde no son las obras las que salvan, ni el ayuno".
----------A eso que dice Bruni, hay que hacer la siguiente observación: la moral no es otra cosa que la ciencia de nuestros deberes hacia Dios y hacia el prójimo. ¿Cómo no se puede ver en el Evangelio al mismo Nuestro Señor Jesucristo que nos enseña estos deberes, poniéndolos en práctica Él mismo primero y dándonos la gracia para cumplirlos perfectamente? En cuanto a las bienaventuranzas de Jesús, son el premio de las virtudes, porque precisamente el ejercicio de las virtudes vuelve bienaventurados.
----------Es cierto que es la gracia la que salva. Sin embargo, como enseña el mismo Pablo, las obras son necesarias. ¿Cómo le dice Cristo al joven rico? "Si quieres entrar en la vida, observa los mandamientos" (Mt 19,17), incluso si esto es imposible sin la ayuda de la gracia. Por otra parte, la gratuidad de la gracia no excluye la necesidad de los méritos, como bien explica el Concilio de Trento contra Lutero, porque mientras la gracia representa la parte de Dios, los méritos sobrenaturales, fundados ​​sobre los méritos de Cristo, representan nuestra parte y son un don de la misma gracia, como ya decía san Agustín.
----------Equivocadísimo es también negar que el Evangelio sea una ética de las virtudes. La virtud es una cualidad preciosa del alma, ya conocida por los paganos, necesaria para la salvación. Es un hábito de la inteligencia o de la voluntad, en virtud del cual poseemos una disposición estable en el cumplimiento fácil y perfecto del bien y nos volvemos dóciles al impulso del Espíritu Santo. Existen virtudes naturales, intelectuales y morales, que adquirimos gradualmente con nuestros esfuerzos, y existen virtudes sobrenaturales, infundidas por Dios, es decir, las virtudes teologales de la fe, de la esperanza y de la caridad.
----------El Evangelio nos enseña todas las virtudes con la palabra y el ejemplo del divino Maestro. San Pablo recomienda la adquisición de las virtudes (Fil 4,8). Pedro y Pablo hacen listas de virtudes para practicar, y alaban al hombre virtuoso (Hch 11,24). Sin la práctica de las virtudes no hay salvación. Despreciar las virtudes quiere decir alabar el vicio, que es su contrario; lo que tiene por consecuencia la condenación eterna.
----------Sin embargo, en el artículo al que me refiero, nuevamente insiste Bruni en su postura contraria al Evangelio: "el mensaje de Jesús no es una propuesta de perfección ética, sino un camino de mujeres y hombres liberados de los diversos ideales de perfección, que sólo producen neurosis e infelicidad".
----------Me pregunto: ¿qué vale un hombre sin ideales de perfección? Es un hombre privado de inteligencia, que vive como una bestia, es un esclavo de las pasiones, es una caña batida por el viento. ¡Otra que Evangelio! Los paganos Sócrates y Platón están muy por encima de este falso cristiano.
----------Según lo expresaba claramente en aquel artículo del 2020, para Bruni el inconveniente del mecanismo de la búsqueda de la perfección sería "el límite vivido como culpa que debe ser expiada con precisas penitencias. Los incentivos son las penitencias codificadas y objetivadas en los manuales para los confesores. E incluso si los incentivos no se presentan explícitamente como penitencias sino como premios, en realidad son expresión de una antropología que considera el límite humano como 'pecado' y ve la brecha entre lo ideal y lo real como fracaso y culpa de 'perdedores' incapaces de cumplir con los estándares".
   
De la sartén a las brasas
   
----------En el pasaje arriba citado se ve cómo Bruni ignora lo que es el pecado, confundiéndolo con el "límite". Los límites humanos son barreras objetivas entitativas, existenciales y operativas, independientes de la voluntad, más allá de las cuales el sujeto no puede ir con sus propias fuerzas. Son de dos tipos: naturales y defectivos. Los primeros son normalidad y sanidad y son efecto de la obra creativa divina; los segundos son fenómenos de corrupción derivados del pecado original y de nuestros pecados personales.
----------Por el contrario, el pecado es en sí mismo un acto voluntario de transgresión o violación de la ley divina o natural, por el cual el sujeto pone voluntariamente, y por lo tanto culpablemente, un límite defectivo. Por supuesto, puede existir también el pecado en sentido meramente objetivo, del cual el sujeto o bien no es consciente o bien lo comete por fuerza mayor: en cuyo caso el sujeto no tiene culpa.
----------Inculpar a una persona por un defecto o por un pecado involuntario, pretender que una persona haga más de cuanto puede hacer, o que evite cuanto no puede evitar, es claramente injusticia y crueldad. El simple límite defectivo, o bien la tendencia al pecado ("concupiscencia"), no es todavía pecado, siempre que el sujeto le oponga resistencia. No se debe confundir el pecar con el poder pecar. Ésta es la confusión en la que caía Martín Lutero y que le reprocha el Concilio de Trento.
----------Ciertamente somos todos pecadores, en el sentido de que todos tenemos la tendencia a pecar; pero esto no quiere decir, como creía Lutero, que todos nuestros actos sean pecado. Y aún mayor necedad es considerar como mal o pecado un límite natural, del cual en cambio procede un acto conforme a naturaleza, es decir, razonable, bueno y conforme a la voluntad de Dios, creador de la naturaleza.
----------Nuevamente dice Bruni: "El Evangelio es buena noticia porque es una liberación de nuestros ideales abstractos, para poder encontrar a los otros y a Dios en la belleza perfecta de una vida imperfecta".
   
Sin abstracción no hay pensamiento
   
----------En la frase arriba citada, hay que hacer a Bruni otra observación: con este ataque a la abstracción y al ideal, aparece como ese "hombre carnal" o "animal", del cual habla san Pablo, el cual "no comprende las cosas del Espíritu de Dios" (1 Cor 2,14). En efecto, tomándosela irrazonablemente con la abstracción, que es función esencial del pensamiento, se cierra no solo a la inteligencia racional, sino también a la espiritual, de fe. En efecto, la actividad abstractiva, que capta lo universal y lo inmutable, con la formación del concepto, abierto al puro inteligible, por tanto a Dios, es obra propia del conocimiento humano, por encima del animal, encerrado en el ámbito de lo concreto, de lo cambiante, de lo sensible y de lo imaginable.
----------En efecto, la acción humana se sitúa en el ámbito de lo concreto, pero en virtud de la voluntad desciende de lo abstracto, es decir, del pensamiento, del concepto y de la idea, mientras que el pensamiento especulativo, y por tanto las verdades filosóficas, los artículos de la fe, la teología y el dogma, permanecen en el horizonte de lo abstracto. Es solo la conducta de los animales la que parte de lo concreto y va a lo concreto.
----------Por otra parte, sin embargo, conviene señalar que la perfección cristiana no prevé una acción como fin de sí misma, sino que la acción se orienta a la contemplación, que es pregustación de la visión beatífica (sobre este tema cito dos obras de referencia: Reginald Garrigou-Lagrange, Perfeccción Cristiana y Contemplación, y Antonio Royo Marίn, Teología de la Perfección Cristiana). Pero la verdad que es objeto de la contemplación es verdad especulativa y, sobre todo, teológica, que es, por tanto, verdad abstracta.
   
La epidemia más peligrosa
   
----------Concluyendo, me pregunto, con la experiencia de estos dos años con el Covid a cuestas, cuál es hoy la epidemia verdaderamente preocupante: si el coronavirus, que ha cobrado ya seis millones de muertos en el mundo, o la difusión de falsificaciones del Evangelio como éstas del texto de Bruni, que están produciendo millones de muertes en el espíritu, en las almas, aunque sin duda también con supervivientes, como indican las estadísticas y la experiencia pastoral de los buenos sacerdotes de la Iglesia católica.
----------5Estando entonces así las cosas, no podemos sino dirigir un sentido y fraterno llamamiento a los muchos "Bruni" (incluso entre los mismos pastores) que hoy propalan estas falsificaciones del Evangelio, haciéndoles presente que deberían darse cuenta de que lamentablemente con estas ideas no están ofreciendo el verdadero Evangelio, tal como es interpretado por la Iglesia católica, por los Padres, por los Doctores y por los Santos, sino solamente aquello que ha sido recortado, manipulado y deformado por los luteranos y por los modernistas, hoy muy influyentes y con gran poder en el mismo interior de la Iglesia.
----------Pero la pregunta que hay que plantearse es: ¿quiénes se lo han hecho hacer? ¿Quiénes le han movido a escribir estas cosas a Bruni, quizás aprovechando su fama como economista para fines inconfesables? Con la experiencia de lo que viene sucediendo desde hace muchas décadas, no podemos evitar la sospecha de la sujeción a esos herejes, dispuestos, por otra parte, dado su poder económico, a compensar y financiar a quien los sostiene y difunde sus errores. ¿Pero es conveniente y digno esto para un publicista católico e incluso más, para un Diario católico? Trocar la salvación de las almas por una miserable ganancia terrena y la adquisición de un despreciable éxito mundano, ¿qué es sino la antesala de la perdición eterna?

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