De modo similar al luterano, el predicador o confesor buenista, no se siente ni premiado ni castigado por Dios, sino sólo beneficiado por la gracia, no tiene obligaciones hacia los mandamientos, que son inciertos y facultativos, y su único deber es sentirse siempre objeto de la misericordia divina. La diferencia está en que mientras el luterano siente el remordimiento del pecado, el predicador o confesor buenista no se siente en absoluto en un continuo y angustiado estado de culpa, sino siempre gozoso objeto de la misericordia divina que lo pone a salvo. Para Lutero el pecado con sus tormentos permanecía también para el perdonado, mientras para el buenista no existe el pecado, porque no existe el castigo.
Agradecido con Dios, pero no agradecido por merecer
----------En el recorrido que venimos haciendo por los artículos de Luigino Bruni en el Avvenire, cual modo de poner blanco sobre negro en los errores que se advierten en la predicación de muchos pastores durante la actual pandemia, llegamos hoy al texto que el publicista italiano dió a conocer el 30 de agosto de 2020, titulado La civilización de la cigüeña, donde, como es usual, el título elegido dice poco y nada.
----------Después de una introducción bien hecha acerca de la gratitud a Dios, Bruni nos presenta el habitual solfeo luterano de la salvación por la sola gracia sin méritos. Evidentemente, esta herejía, ya condenada por el Concilio de Trento precisamente contra Martín Lutero [1483-1546] y considerada por el Catecismo de San Pío X como "pecado contra el Espíritu Santo", sigue seduciendo a ciertos católicos. Nos hacemos entonces dos preguntas: ¿por qué una herejía condenada hace cinco siglos sigue teniendo éxito todavía hoy? ¿Por qué el Catecismo de San Pío X es tan severo contra esta herejía?
----------Respondamos a la primera pregunta. No es fácil conciliar la idea de mérito con la idea de gracia, porque mérito quiere decir compensación por un trabajo hecho, comprar, adquirir, conquistar, exigir por justicia, mientras que gracia quiere decir recibir gratuitamente. Ahora bien, se objeta, una de dos: un bien o me lo procuro como compensación por mi trabajo o lo consigo porque lo compro o bien lo recibo porque me viene dado gratis. No son de ningún modo posibles las dos cosas a la vez, contemporáneamente.
----------A primera vista parecería perfectamente cristiana la idea de salvarse sin mérito: el debido homenaje a la obra gratuita de la gracia, que parecería ser el único y exclusivo factor de la salvación sin ninguna colaboración por parte del hombre, porque al fin de cuentas es Dios quien salva y de otra manera parecería que el hombre quiera merecer un bien superior a sus fuerzas, que no puede ser ni pagado ni merecido. De lo contrario, ¿a dónde va a terminar su gratuidad? He aquí el problema en toda su claridad.
----------Algunos citan el dicho de san Pablo, el cual parecería excluir el mérito en nombre de la gracia. De hecho, hablando de la elección divina para la salvación, afirma el apóstol Pablo que es "una elección por gracia. Y si lo es por gracia, no lo es por las obras; de otro modo la gracia ya no sería gracia" (Rom 11,5-6). Está claro: lo que se paga ya no es gratuito. Es evidente. Entonces, ¿cómo lo ponemos?
----------Sin embargo, el secreto para comprender la relación del hombre con Dios en la dinámica de la salvación, es el saber ver la conjunción del mérito con la gracia o, si se quiere, del libre albedrío o de las obras con la gracia. La salvación, para el cristianismo, surge de un libre encuentro del hombre con el libre encontrarse de Dios con el hombre. El hombre asciende hacia Dios y Dios desciende hacia el hombre.
----------Este encuentro es representado repetidamente en las Escrituras por Moisés o Cristo subiendo a la montaña, donde Dios se manifiesta desde el cielo. Mérito humano es escalar la montaña; gracia divina es el descenso de Dios sobre el hombre, donde aparece clarísimo que para no encontrar un contraste entre el mérito y la gratuidad basta distinguir la parte de Dios y la parte del hombre.
----------En todo caso, aparece una dificultad cuando queremos comprender cómo concretamente estas dos voluntades actúan juntas y en qué relación se encuentran. Dios actúa sobre el hombre, pero el hombre no actúa sobre Dios. Aquí en uno de los artículos anteriores hemos visto como Bruni muestra tener una concepción mágico-cabalística de la reciprocidad Dios-hombre. En este artículo, en cambio, parecería querer remediar este pelagianismo prometeico, pero cae en el exceso opuesto de negar incluso el mérito.
La equivocada solución de Martín Lutero
----------Conocemos la solución adoptada por Lutero: con su idea de la naturaleza humana totalmente corrompida, no tiene dudas: la salvación depende solamente de la gracia. Es el famoso principio luterano "sola gratia". La voluntad humana, irremediablemente malvada, no tiene ninguna parte en la salvación. Y no es que con la gracia se haga buena, no: sigue siendo malvada. De ahí el famoso iustus et peccator.
----------Además, como bien sabemos, Lutero desaprueba las obras de penitencia, porque según él entran entre aquellas obras de las cuales el hombre puede jactarse como méritos delante de Dios, obras que el hombre pretende añadir a la obra de la gracia, como si la gracia no bastara, llegando, como es bien sabido, a poner entre estas obras hasta el mismo sacrificio de la Misa.
----------Pero Lutero no se detuvo aquí. Su acción maléfica hiere el espíritu todavía más en profundidad y llega a considerar como "obra" el mismo remordimiento de conciencia consecuente al pecado y el arrepentimiento como dolor por haber pecado. Lutero trató estos saludables aunque dolorosos reclamos de la conciencia como simples perturbaciones psíquicas, como meras patologías mentales, que deben ser eliminadas psicológicamente con las diversiones, es decir, sustituyéndolas con emociones placenteras, como haríamos cuando, para deshacernos del dolor de muelas, tomamos un analgésico.
----------Lutero no entendió que cuando la conciencia remuerde, o sea cuando somos interiormente castigados por nuestro pecado, el problema que se plantea no es la pura y simple cuestión de dejar pasar el dolor del remordimiento, sino que es necesario escuchar el reproche de la conciencia, y se vuelve necesario renegar y odiar el pecado cometido y abrazar la justicia. El verdadero problema es, por tanto, el de quitar la culpa con el arrepentimiento y con la remisión del pecado, no sedarla con el anargésico de la diversión. Es decir, no se trata de quitar un simple mal de pena, sino que es necesario un cambio en el movimiento de la voluntad, bajo la moción de la gracia de Dios, por la cual la voluntad de mala deviene buena.
----------En cambio, Lutero no se preocupa en arrepentirse de sus propios pecados sacando de esto el propósito de un sincero arrepentimiento, sino que permanece enredado en sus pecados con la convicción de salvarse lo mismo, a condición de tener fe de salvarse. Son estas las mismas ideas de Bruni en el artículo que hoy estamos examinando, de modo similar a como son las mismas ideas de los pastores buenistas, misericordistas y perdonistas de hoy, los cuales, como ya he apuntado en un artículo precedente, piensan calmar el tormentoso remordimiento de la conciencia no con la confesión, sino con los psicofármacos.
----------Ahora bien, la voluntad humana juega en el principio fundamental del derecho natural, según el cual el justo merece el premio, y el injusto merece el castigo. Pero si el actuar moral está determinado sólo por la voluntad divina, es decir, por la gracia, es claro que ese principio colapsa. De ahí la supresión luterana del principio del mérito y con ello del concepto de castigo y de premio.
----------Pero si la voluntad humana no tiene parte alguna en la adquisición de la salvación, entonces ello quiere decir que la obediencia a los mandamientos, es decir, la obediencia a la ley natural, ya no es obligatoria y el contenido mismo de la ley natural, que debería ser objeto de la razón práctica, estando la razón corrompida por el pecado, se vuelve cosa incierta y subjetiva (subjetivismo moral).
----------¿Qué le queda entonces a Lutero como juez del bien y del mal en las acciones? La conciencia subjetiva iluminada por la Palabra de Dios. Pero comprendemos cuán incierto y aleatorio es confiar el conocimiento de la voluntad de Dios al puro juicio subjetivo, sin que exista la obligación de someterse a una ley objetiva.
----------Ahora bien, el cristiano luterano ya no se siente ni premiado ni castigado por Dios, sino sólo beneficiado por la gracia y objeto de su misericordia. No tiene obligaciones hacia los mandamientos, que son inciertos y facultativos. Su único deber es el de creer estar predestinado a la salvación. Lutero mantiene la distinción entre elegidos y réprobos. Sin embargo, para los buenistas, como sabemos, todos son buenos y se salvan. ¿Pero qué pasa entonces con el pecado? El luterano siente el remordimiento del pecado, que es lo esencial de su castigo. De hecho, está convencido de pecar contínuamente. Pero no le da ningún peso al remordimiento. Lo considera simplemente una emoción desagradable que hay que eliminar.
----------También ésta es la praxis del predicador o confesor buenista, pero con la diferencia de que no se siente en absoluto en un continuo y angustiado estado de culpa, sino siempre gozoso objeto de la misericordia divina que lo pone a salvo de ahora en adelante. Por tanto, si para Lutero el pecado con sus tormentos permanecía también para el perdonado, para el buenista no existe el pecado, porque no existe el castigo.
¿Por qué el Catecismo de San Pío X es tan severo en esta cuestión?
----------Intentemos ahora responder a la segunda pregunta que nos hemos planteado líneas arriba. ¿Por qué tanta severidad en el Catecismo de San Pío X sobre este tema? Porque la negación del mérito conlleva el derrumbe de todo el edificio de la dogmática cristiana. No es que esto suceda necesariamente en todos los luteranos, porque de hecho existen muchos luteranos que viven con fervor su cristianismo. Sin embargo, si extendieran las consecuencias de la ausencia del mérito a otras verdades cristianas, se darían cuenta de que todo el sistema colapsa y, si fueran coherentes, tendrían que caer en la apostasía.
----------Veamos las relaciones. Se derrumba el concepto del mérito, en efecto, conectado con el de libre albedrío, que es su sujeto; el concepto de mérito está conectado con el de la justicia, que es su criterio de evaluación; está conectado con el del premio y del castigo, que son las dos posibilidades del mérito; está conectado con el de la gracia, que es el factor de la salvación junto con el mérito; está conectado con la ley moral, en relación con la ejecución o no ejecución de la cual surge el mérito; está en relación con la divina misericordia, porque el mérito es su efecto; está en relación con la Redención, que se actúa gracias a los méritos de Cristo; está en relación con el poder de las llaves de la Iglesia, que funda la práctica de las indulgencias sobre el uso del tesoro de los méritos de Cristo y de los Santos; está en relación con la vida ascética, que vuelve posible el aumento de los méritos; condiciona la existencia de los premios y de los castigos divinos en esta vida y en la existencia después de la muerte, es decir, del cielo y del infierno.
----------¿Por qué entonces el Catecismo de San Pío X habla de "pecado contra el Espíritu Santo"? El pecado contra el Espíritu Santo es eminentemente pecado contra la verdad y la caridad, dado que el Espíritu Santo es el Espíritu de la Verdad y del Amor. Contra la verdad de fe, la cual enseña, de modo particularmente claro en el Concilio de Trento, la necesidad del mérito sobrenatural para la salvación; pecado contra la caridad, porque la razón radical del merecer no es tanto, como pudiera parecer a primera vista, una exigecia o una obligación de justicia, sino más bien el deber de la caridad hacia Dios y hacia el prójimo, caridad que nos pide corresponder con el amor al Amor que nos previene o anticipa, según las palabras de santa Teresita del Niño Jesús, la aparente negadora del mérito: "amor con amor se paga".
----------Por consiguiente, es un infantilismo insoportable el del buenista y misericordistas, porque es el infantilismo de quien pretende ser amado sin intercambiar el amor. Aquí, en el fondo, concordamos con Bruni que habla de gratitud. Excepto que Bruni olvida que una gratitud que no se expresa y no se concretiza en la práctica del mérito hacia el amado, es una hipocresía y es una pura palabra vacía.
Pero, en resumen: ¿qué es el mérito?
----------Preguntémonos ahora qué es el mérito. Hablando en general, el mérito es un estado de la voluntad humana consecuente al cumplimiento de un acto, un estado que dispone la voluntad a la recepción de un bien, llamado "compensación" o "recompensa" (el premio) o a la sujeción a una pena (el castigo) según un principio natural de justicia, en proporción a la entidad del acto cometido.
----------El mérito puede ser puesto ya sea en los hombres o bien en Dios. En el primer caso tenemos el mérito humano o natural; en el segundo, el mérito religioso. El mérito religioso puede ser mérito natural, si entra en la práctica de la religión natural, y mérito sobrenatural, mérito delante de Dios en el sentido cristiano. Es de esta especie de mérito de la cual estamos hablando aquí.
----------El mérito sobrenatural puede ser digno (de condigno) o bien congruo (de congruo). En el primer caso, que es el de Nuestro Señor Jesucristo, el merecedor merece plenamente, perfectamente, dignamente, adecuadamente e infinitamente ante el Remunerador, que es Dios Padre celestial.
----------O bien el métido puede ser congruo o conveniente. No se trata de un merecer en sentido estricto, adecuado y proporcionado, sino por benévola concesión o condescendencia del divino Remunerador, como haría un buen maestro que, recibiendo la tarea en clase de un alumno poco dotado, pero voluntarioso, lo premiara poco menos de cómo lo ha hecho con el primero de la clase. Pues bien, este es el modo con el cual podemos merecer el aumento de la gracia y el paraíso del cielo.
----------Cristo nos ha merecido la salvación mereciendo con su santísima pasión en modo digno y adecuado porque gracias al poder de su divinidad sus méritos son infinitos. Pero al mismo tiempo Él es el modelo de la obra que debemos cumplir también nosotros por nuestra salvación.
----------Cristo tiene el mérito de haber reparado con su cruz la ofensa por nosotros hecha al Padre con el pecado original y con nuestros pecados personales, satisfaciendo al Padre en nuestro lugar. Pero también nosotros, viviendo y sufriendo en Él, transformando los castigos divinos en medios de expiación y aprovechando de cada ocasión de bien, podemos participar de su acción y pasión meritorias y en tal modo en Él y gracias a Él podemos redimirnos y merecer nosotros mismos, con las obras de penitencia, el paraíso del cielo, aunque no podamos merecer en modo perfecto como Él, sino sólo en modo congruo, beneficiándonos del descuento del precio a pagar, precio que Él ha pagado con su sangre, pero que para nosotros sería demasiado alto, por lo cual el Padre se contenta con lo poco que podemos dar, aunque para nosotros este poco sea el todo de nosotros mismos y pueden ser las obras más grandes y los sufrimientos más terribles.
----------Ahora bien, Lutero entendió el valor de los méritos de Nuestro Señor Jesucristo, pero no entendió el valor de nuestros méritos, porque Lutero entendió más bien que Jesús por sí solo había hecho lo suficiente para obtener el perdón del Padre y que por tanto no había nada que añadir. Pero no entendió que la colaboración que Cristo nos pide no añade nada, sino que es una participación gratuita en sus sufrimientos redentores. Y en cuanto tales sufrimientos han sido meritorios por la benevolencia del Padre, he aquí que por la misericordia del Padre, por medio de Cristo, se nos concede también a nosotros la posibilidad y se nos impone el deber de contribuir a nuestra propia redención y salvación.
----------Dios no se ofende para nada si nosotros estamos sanamente seguros de nuestros méritos tanto en campo natural como en campo sobrenatural. La satisfacción de haber hecho el bien, de haber hecho méritos, de haber podido pagar las propias deudas, de haber sido justamente recompensados, de haber hecho el propio deber, de haber cumplido un buen trabajo, en definitiva, la satisfacción de haber bien merecido tanto ante los hombres como ante Dios, es una de las mayores y más honrosas manifestaciones de nuestra dignidad humana, enteramente agradable a Dios, a condición de que reconozcamos que el bien que hemos hecho tiene en Dios su causa primera, por lo cual todo se convierte en alabanza y gloria de Dios y es un agradecimiento a Dios. Luigino Bruni, en el artículo al que nos referimos, quiere ser agradecido a Dios y hace bien en eso; pero se olvida de agradecerle por la posibilidad de obtener de él los méritos.
----------De modo que Dios quiere que merezcamos en Cristo y con Cristo para nuestra propia obra de redención. Dios quiere que después de haber sido humillados bajo el peso de nuestros pecados y de nuestras miserias, bajo el dominio del diablo, recuperemos en Cristo y gracias a Cristo la seguridad de ser sus criaturas capaces de merecer la vida eterna. Siempre la causa primera de la Redención es Cristo.
----------Por lo demás, es obvio que Dios da más allá del mérito. Y aquí Él no tiene que corresponder a ninguno de sus compromisos de justicia, a ningún derecho, a ninguna finalidad natural, a ninguna exigencia, a ninguna inclinación, a ninguna necesidad, a ninguna petición en el sujeto beneficiado.
----------Por eso, aquí Dios no hace referencia en el sujeto a un pacto precedentemente establecido con Él o a algo que ponga un término o una medida al don, como sucede en la justicia: si por ley un reo merece diez años de prisión, sería tan injusto darle tres años como darle veinte años.
----------Pero en el caso del hacer gracia o misericordia hacia nosotros, Dios es libre de dar más allá del mérito a quien quiere y cuanto quiere, sin explicar a quien sea el motivo de su gesto, sino que en cambio hace entender al premiado por qué ha sido premiado y al castigado por qué ha sido castigado. En tal sentido se dice que la misericordia de Dios es de por sí infinita, mientras que la justicia es mesurada, si bien también la misericordia accidentalmente puede cesar porque el pecador se hace indigno de ella.
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