sábado, 15 de enero de 2022

La pandemia y los que han abolido la culpa

Dice el Salmista: "Mi pecado está siempre ante mí" (Sal 51,5). Son palabras recurrentes en la liturgia de las horas, en boca de Obispos, presbíteros, diáconos y fieles en general. "Mi pecado está siempre ante mí". ¿Pero en realidad lo está? Y si en realidad es así, ¿entonces porqué se demora tanto el dar sentido y predicar acerca de lo que realmente sucede en esta pandemia, según una mirada de fe?

----------Como los lectores saben, desde días atrás vengo comentando algunos artículos de improvisada teología publicados por el economista italiano Luigino Bruni hace año y medio atrás en el diario Avvenire, en los meses más duros de la pandemia; aunque a decir verdad, por lo que estamos viviendo en este tercer año con el Covid a cuestas, aún no estamos seguros de si ya hemos experimentado el climax. De ahí, precisamente, que los artículos de Bruni, pretendiendo iluminar la conciencia de los católicos ante la pandemia, son muy actuales, y lo son, concretamente, por la confusión y los errores que manifiestan, confusión y errores con reminiscencias y ecos en la predicación de muchos pastores durante la actual pandemia.
----------Hoy comentaré un artículo de Bruni aparecido en el número de Avvenire del 19 de julio de 2020 con el título: Es Dios, por eso se me parece, que lleva por subtítulo: No somos amados porque seamos sin culpa, sino porque somos amados-y-basta. Como es usual, los títulos elegidos por Bruni no son nada claros. Su artículo se inicia con una cita de Bonhöffer: "seremos llamados nuevamente a pronunciar la palabra de Dios de modo que el mundo será cambiado y renovado. Será un lenguaje nuevo, quizás completamente no religioso" y con una advertencia inicial: "la cultura de la culpa y del sacrificio esconde muchos escollos".
----------Hay en el artículo suficiente para un denso comentario sobre temas de gran importancia. Ya sabemos bien cómo está hecho lo de Bruni: comienza con buenos pensamientos en torno a algún Salmo y luego de repente da un giro brusco, estropeando todo lo que ha dicho hasta ese momento con contrasentidos teológicos, que rayan en la blasfemia. El presente es el séptimo artículo suyo que vengo comentando, de sus bravatas acrobáticas publicadas en Avvenire, con grave daño para el prestigio de este periódico católico y poniendo en dura prueba a sus lectores, muchos de los cuales han dejado de comprar el diario.
----------En cada ocasión he tratado de informar en este blog, y con riqueza de motivaciones y argumentos teológicoas, extraídos del magisterio de la Iglesia, los diversos despropósitos de Bruni. Por supuesto, ha habido teólogos más competentes que yo que desde un primer momento han advertido estas cosas, pero el periódico así llamado "católico" ha continuado impertérrito como si nada pasara, sin dar ninguna signo de haber recibido críticas, y vertiendo a chorro continuo en tercera página, que es la más comprometida culturalmente, nuevos inventos de Bruni, como si publicara los escritos de un profeta.
----------En primer lugar, lo que debe ser observado respecto a las consideraciones de Bruni, es que él ofende a Dios con la afirmación de que uno puede sentirse amado por Él, si no existe la voluntad de obedecerlo y de reparar el mal hecho. Y no basta hacer las paces con el prójimo, sino que antes que nada es necesario hacer las paces ante Dios, porque las ofensas al prójimo son, implícitamente, ofensas a Dios, que es el creador y salvador. Es cierto, sin embargo, que, como dice Bruni, sería una hipocresía pretender obtener el perdón divino y el perdón del hermano con la simple ofrenda de sacrificio no acompañada de sincera voluntad de reconciliarse con el hermano y de reparar el daño que le hemos hecho.
----------En cuanto a las palabras del Salmo "los sacrificios no te satisfacen; si ofrezco un holocausto, no lo aceptas" (Sal 51,18), es claro que no podemos referir estas palabras ni al sacrificio de Nuestro Señor Jesucristo ni al sacrificio de la Santa Misa, sino a los sacrificios de la Antigua Alianza, que no eran suficientes para la remisión de los pecados, aunque por expresa voluntad divina, la simbolizaran. Por otro lado, es interesante la referencia al sacrificio interior del corazón contrito: "mi sacrificio es un espíritu contrito, tú no desprecias el corazón contrito y humillado" (Sal 51,19), que se refiere al dolor por la culpa cometida, y que constituirá, en la economía salvífica cristiana, la materia del sacramento de la penitencia.
   
La culpa debe ser eliminada con la fuerza de voluntad y no con los psicofármacos
   
----------Observamos luego que la culpa no debe ser considerada una especie de estorbo o un fastidio antipático, que se debe sacar del medio de cualquier modo. No es una perturbación psíquica que deba ser calmada con los psicofármacos. No, sino que es una distorsión de la voluntad, una mala voluntad que pesa sobre la conciencia, un peso que solo la buena voluntad puede quitar con el socorro de la gracia. Según la Biblia, es una deuda moral de justicia que hay que pagar frente a Dios, como también frente al hermano.
----------No podemos pretender que pague todo Nuestro Señor Jesucristo. Tenemos que hacer nuestra parte. No que nosotros podamos agregar nada a cuanto Cristo ha hecho. Sin embargo, podemos y debemos participar en sus sufrimientos uniendo a ellos los nuestros, que pueden ser los castigos por nuestros pecados.
----------El sacrificio de la Santa Misa es nuestra contribución a la liberación de nuestras culpas gracias a la sangre de Nuestro Señor Jesucristo. Se equivocaba Martín Lutero al creer que la Misa sea inútil en cuanto Cristo ya ha pagado el precio total de la redención. Por el contrario, nosotros debemos unirnos al sacrificio de Cristo y hacerlo nuestro, de lo contrario su sangre para nosotros no contaría para nada.
----------La culpa debe ser cancelada reconociéndola con corazón arrepentido, como ha hecho David, y pidiendo perdón a Dios. No debemos pensar en un perdón divino instantáneo, automatizado y sin condiciones, como la luz que se enciende al presionar sobre el interruptor. La culpa no desaparece por sí sola en un tris tras al solo pensamiento de que Dios nos ama, sino que debe ser lavada, fregando enérgicamente nuestra alma con la fuerza de la voluntad y de la gracia, hasta que la mugre desaparezca (al respecto, el papa Francisco ha dicho jocosamente que el confesionario no es una lavandería, queriendo expresar la laboriosidad y el esfuerzo que implica la purificación de la conciencia), y por tanto la culpa debe ser quitada con oportunas y a veces prolongadas prácticas penitenciales, sobre todo si se trata de pecados graves. Y entre estas prácticas se dá el sacramento de la penitencia, injustamente despreciado por Lutero, el cual no encontraba paz en el confesarse porque se confesaba mal, convencido de no poder liberarse de la culpa.
----------Al revés de tales ideas luteranas, el confesionario es precisamente el lugar en el cual el alma sincera rencuentra la inocencia y la paz y recupera la blancura del vestido bautismal. Dios ama a todos, ciertamente, incluso a los demonios y a los condenados del infierno. Pero no podemos pretender que Dios no ama más a los inocentes y a aquellos que han sido liberados de la culpa. A Dios le complacen las conciencias puras. No puede serle grata una conciencia sucia, tanto más si ella no quiere lavarse, con la excusa de que no puede, y pretende que Dios la acepte así como es. Es el error luterano de la así llamada "justificación forense", por la cual Dios declararía justo a quien en realidad permanece injusto.
----------Dicho sea de paso, todavía en la Declaración conjunta sobre la doctrina de la justificación del Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, del 21 de octubre de 1999, se mantiene el concepto de que en la justificación el pecado no es quitado, sino que es sólo "no imputado" (n.22) y que después de la justificación el hombre permanece "enteramente pecador" (n.29). No se trata del magisterio de la Iglesia, sino del simple parecer de un organismo consultivo de la Santa Sede.
----------Quien está en culpa siente sobre si la mirada severa de Dios y es lógico: ¿cómo puede mirarnos con dulzura una persona a la que hemos ofendido? Es intolerable insolencia pretender que Dios nos mire benévolamente si no hemos hecho las paces con Él o no queremos respetar su santa ley o no queremos reparar el mal hecho. Dios, ciertamente, nos sigue amando, pero en el sentido de que nos llama a la conversión. Dios ama al inocente en cuanto es inocente; ama al culpable en cuanto puede volverse inocente. Ama al condenado no por su voluntad irremediablemente perversa, sino porque es su criatura.
----------Sin embargo, Bruni nos aseguraba en un precedente artículo saber aplacar y corregir a Dios, reprochándole su severidad. Pero ya hemos demostrado en un reciente artículo que estas son fantasías de este economista con veleidades de teólogo. Ciertamente, sin embargo, puede suceder que el escrupuloso sienta sobre sí la mirada de un Dios airado, mientras que en realidad no lo está. Pero entonces está en él ahuyentar los falsos sentimientos de culpa y preocuparse de las culpas verdaderas. El error de Bruni, que aquí repite el error de Lutero, es el de confundir las verdaderas culpas de la conciencia alerta y humilde con las falsas culpas del escrupuloso orgulloso. La verdadera culpa debe ser eliminada con penitencia. No podemos pretender salirnos con la nuestra con el pretexto de que Dios es misericordioso. No conviene hacerse los astutos con Dios. La falsa culpa, es decir, la culpa aparente, debe ser eliminada mostrando su falsedad.
----------La verdadera culpa es odio voluntario contra Dios, ya sea a Dios en Sí mismo o en el prójimo o en sus mandamientos. ¿Cómo es posible pretender sentir un Dios dulce, compasivo y misericordioso si no hay voluntad de amor y de arrepentimiento? ¿Cómo se puede pretender no sentir un Dios airado si no hay voluntad de obedecerle? ¿Cómo podemos pretender sentirnos amados por Dios si no queremos purificarnos con el ofrecimiento de sacrificios, buenas obras y plegarias? ¿Cómo podemos agradar a Dios, si no experimentamos dolor por nuestros pecados? ¿Si no entendemos que las desventuras de la vida son un llamado de Dios a purificarnos de nuestros pecados? ¿Si no pagamos por nuestros pecados? ¿Si no pagamos en Cristo el precio de nuestro rescate? ¿Si no compensamos en Cristo al Padre por la ofensa que le hemos causado? ¿Si pretendemos no ser nunca castigados, sino solamente y siempre mimados?
----------Recordemos, por otra parte, que la noción de culpa, rectamente entendida, es una noción fundamental, no solo en el cristianismo, sino en todas las religiones. El malestar, el desagrado, la turbación, el disgusto, la confusión, la vergüenza, y el remordimiento conexos con la conciencia de haber pecado, por mucho que se trate de estados de ánimo y estados emotivos desagradables, desarrollan una función saludable y son el signo de una conciencia recta y vigil, alerta. El querer eliminar sic et simpliciter tal estado de ánimo por sí mismo, tal vez recurriendo al psicoanálisis, como si fuera el dolor de un mal de muelas, es un error gravísimo, que otorga una falsa paz emotiva, pero no la verdadera paz interior de la conciencia liberada de la culpa. El mal de culpa no se elimina del mismo modo que el mal de pena.
   
La solución de Martín Lutero no satisface
   
----------El expediente luterano de un Dios que finge no ver nuestros pecados no da una verdadera paz a la conciencia, no importa lo que diga Lutero, sino que es una paz forzada y antinatural, apta para generar o actitudes torpemente audaces y temerarias, o para generar neurosis o para generar estados depresivos. Es un vano expediente, que no hace callar y no tranquiliza verdaderamente la conciencia, sino que más bien la distrae inútilmente (el famoso "beber para olvidar") con placeres mundanos e intenta sofocar la voz con la ilusoria convicción de que Dios Padre mira para otro lado y mira hacia la justicia de Cristo.
----------Pero hace tiempo que le ha sido objetado a Lutero: ¿de qué sirve tal truco, si después el pecador permanece con su pecado, el peccatum permanens, como dice Lutero? Por ello, la magra consolación luterana no quita el remordimiento de la conciencia. Y Lutero mismo lo reconoce explícitamente por cuanto a él respecta, atribuyendo este tormento a los asaltos del demonio.
----------Observamos por otro lado, que decir que también después de la absolución sacramental del pecado el hombre esté inclinado a pecar, es decir, está sujeto a la concupiscencia, es muy cierto. Pero, lamentablemente, Lutero no encontraba paz en el confesarse porque confundía, como le reprochó el Concilio de Trento (Denz. 1515), el acto o estado de pecado o de culpa con la concupiscencia. En efecto, mientras la culpa es perdonada en la confesión, la concupiscencia permanece en la vida presente y es invencible.
----------Quitar la culpa, por lo tanto, no puede querer decir que la culpa no existe porque Dios perdona. El problema de la culpa no se resuelve diciendo que la culpa no existe, sino lavando realmente la culpa con la sangre de Nuestro Señor Jesucristo, en el sacramento de la penitencia o con otras prácticas penitenciales por los pecados veniales. De lo contrario, sería algo así como si un médico dijera a un enfermo de cáncer que el tumor no existe porque él ha girado la mirada hacia otra parte.
----------¿Que Dios es aquel Dios que cierra los ojos a la presencia de la culpa? Es un Dios-bufón, es un Dios cómplice del pecado, un Dios-marioneta, que debía servir a Lutero para seguir haciendo lo que le daba la gana sin vergüenzas de conciencia, un falso Dios, al que Bruni tontamente sigue. El expediente desleal de Lutero de que el culpable es inocente es una broma, una pura tomada de pelo, un verdadero insulto a la cruz de Cristo y un truco en el cual no creía ni siquiera Lutero, quien confesó que ese recurso no le servía para quitarle el terrible remordimiento que lo atormentaba por lo que había hecho en la Iglesia.
----------Agregamos que si el mal de pena es la perturbación consiguiente a la culpa, para quitar esa perturbación es necesario quitar la culpa, no negarla, como hace Bruni, quien confunde ruinosamente la conciencia de la culpa con el simple "sentido de culpa", que tiene por objeto no un pecado real, sino un pecado imaginario, que es puro estado emotivo subjetivo, curable eventualmente por el psicoanálisis, un pecado aparente sin fundamento en una culpa real y objetiva, más propio del escrupuloso.
----------Esta apariencia de pecado y de la culpa se quita y se desvanece constatando simplemente con una mirada lúcida y objetiva que el hecho no existe. De los graves sentimientos de culpa nos curamos con el psicoanálisis, mientras que la verdadera culpa moral solo puede eliminarse con la penitencia.
----------Lutero estaba atormentado por este sentimiento patológico y obsesivo de la culpa asociado a una imagen igualmente patológica de un Dios terriblemente airado y nadie podía explicarle que allí no había una visión real y objetiva del estado de su alma, sino una pesadilla de su imaginación y de su morbosa emotividad. Así sucedió que Lutero en cierto momento, incapaz de soportar más tal estado de desesperación, llegó a su famosa convicción de que, aunque seguía estando en culpa, Dios lo perdonaba.
----------De lo cual Lutero sacó la otra conclusión, que es la de Bruni, que la culpa no existe, porque Dios siempre y en todo caso nos ama y nos salva. Y tenemos el buenismo misericordista de hoy, predicado por tantos Obispos y presbíteros, según el cual Dios no castiga porque no existe ningún pecado para castigar, sino que hace misericordia a todos y salva a todos gratuitamente y sin condiciones. O, como se expresa Bruni: "somos amados-y-basta", como para decir: ¡ustedes, teólogos de la culpa, legalistas y fariseos, no atormenten más a las almas y no rompan más los huevos de la canasta con el sentimiento de culpa!
----------He aquí el gran descubrimiento, el gran anuncio profético de Bruni: la culpa no existe. Terminémosla con el morboso y frustrante concepto de culpa. Terminémosla con los terrores de la culpa. Sintámonos libres. Todos somos buenos, todos salvos e hijos de Dios. Estemos tranquilos, disfrutemos de la vida. No hay buenos y malos, sino que somos simplemente diferentes. Bruni anula los pecados no en el sentido de que pretenda remitir los pecados. Simplemente dice que los pecados para Dios no existen, porque siempre continúa actuando como si no existieran. Dice: "la cultura de la culpa está en el origen de graves formas de esclavitud, no solo psicológicas o espirituales. Ha impedido a demasiadas personas hacer la experiencia de la libertad y de la liberación porque estaban atrapadas en sentimientos de culpa perennemente crecientes".
   
Hagamos un primer balance sobre los errores de Luigino Bruni
   
----------Como he dicho, esta es ya la séptima vez que comento artículos de Luigino Bruni, y aparece evidente la doble línea sobre la cual se mueve o el método que sigue: lo primero es que asume un valor cristiano, se da cuenta de que está pervertido, y después de haberlo vuelto en tal modo odioso, lo rechaza. Un juego odioso y desleal. En tal modo, en lugar de hacer brillar a nuestros ojos el valor en su belleza, criterio que sirve precisamente para juzgar su corrupción, nos echa en cara esa corrupción, ignorando la belleza del valor que ha servido de criterio, buscando hacernos ver el valor en su corrupción, de modo que, al rechazar la corrupción, rechacemos también el valor. Una estafa de la más baja liga sofística.
----------De esta manera, Bruni lo ha hecho en un artículo precedente con el concepto de sacrificio cristiano: dado que existen malentendidos sobre lo que es el verdadero sacrificio cristiano, Bruni concluye que es necesario rechazar el concepto de sacrificio cristiano. Y en otro artículo, dado que existen falsos modelos de perfección cristiana, concluye que el cristianismo apunta a la imperfección y no a la perfección. Dado que hay quienes ilusoriamente quisieran saciar su sed de Dios en esta vida, concluye Bruni en otro artículo que la beatitud no consiste en nunca volver a tener sed, sino ¡precisamente en tener siempre sed!
----------Y de manera siminar, en el artículo que acabo de comentar, dado que existe un falso sentido de culpa, causa de neurosis, Bruni concluye reduciendo la culpa a neurosis y con esto mismo aboliendo el concepto de culpa con el pretexto de la neurosis, que Dios no pide quitar la culpa, sino que nos ama y nos salva a pesar de que estemos en culpa. Como se ve, una estafa completa.
----------La segunda línea o método de Luigino Bruni es su ya conocido concepto de su relación con Dios, relación que Bruni entiende en un sentido pagano, mágico-mitológico, y crudamente antropomórfico, como si Dios fuera otro hombre similar a él, con las mismas virtudes y los mismos defectos, en una reciprocidad a la par, por la cual el uno corrige, convierte y mejora al otro, mutuamente.
----------Pues bien, esta vez Bruni se expresa así: "toda imagen es una relación de reciprocidad, y si nosotros somos imagen de Dios, también Dios es imagen nuestra. Sabemos bien que los humanos somos un entrelazamiento de vicios y de virtudes, de belleza y de pecados, de fidelidades y de traiciones, que todos somos hermanos de Abel y Caín, todas hermanas, hijos e hijas de Rut y de Jezabel. Todos imágenes de Elohim. Todos nos asemejamos a Él". ¡Y esto es publicado en un diario sedicente "católico"!
----------Hay que decir que Bruni tiene clara la percepción de que él se relaciona con Dios como de persona a persona. Su Dios no es aquel Dios idealista de Fichte, de Schelling, de Hegel o de Gentile, un Dios que no es un Tú para el yo, sino que es el fundamento absoluto del yo, de modo que aquí el diálogo se resuelve en un monólogo. El Dios de Bruni no es tampoco el Dios del Corán, majestuoso Señor, frente al cual los fieles islámicos están en tímida y silenciosa escucha, mientras el serio Señor les manda perentoriamente una serie de órdenes absolutas y taxativas, sancionadas con premios y castigos.
----------Luigino Bruni, en cambio, como enseña la Sagrada Biblia, dialoga con Dios, le habla, le escucha. El problema es que, como ya hemos visto en los otros artículos que hemos comentado, Bruni no tiene para nada el sentido de la trascendencia divina respecto al hombre. En efecto, Bruni percibe sí la reciprocidad entre el hombre y Dios, pero la entiende como completamiento o perfeccionamiento recíproco a la par, en pie de igualdad, como si el uno tuviera necesidad del otro y no pudiera existir sin el otro.
----------El Dios de Bruni parte ciertamente de una referencia bíblica, pero, dada la antes mencionada reciprocidad ontológica paritaria, como ya hemos visto en los artículos precedentes, se convierte en un Dios, que no es objeto de culto, sino de una operación mágica, porque Bruni cree tener poderes divinos, mientras que Dios está sujeto a la acción del mago y es plasmable por la acción del mago. La relación con Dios, para Bruni, no es una relación cultual o religiosa, sino una relación contractual o comercial.
----------Lo antes dicho, por consiguiente, es signo evidente de que Bruni carece del concepto de la creación. Para el economista italiano devenido hoy en teólogo, el hombre no es creado por Dios de la nada, y, por lo tanto, no depende de Dios en su ser, ontológicamente, sino que tiene una existencia por cuenta propia, independiente de Él, así como Bruni tiene una existencia independiente de la mía.
----------¿La conclusión? Dice Bruni: "¿Y si Dios fuera más grande que nuestras virtudes? ¿Y si fuéramos también nosotros más grandes que nuestro corazón?". Nosotros somos más grandes que nosotros mismos porque somos a su imagen. Bajo aspectos diferentes Dios es más grande que nosotros, pero también nosotros somos más grandes que Dios. Y si nosotros pecamos, también él peca. Pero no tengamos miedo: mal común, mitad alegría. Como peca tambien él, finge no ver. Nos guiñamos el ojo el uno al otro como dos mocosos implicados en la misma travesura. Y entonces el sentido de culpa se va a la cloaca. Aquí se nota que Bruni tiene algo de la astucia de Lutero. Pero la seriedad de la vida cristiana también se va por la cloaca.
----------Con este proceder burdo y grosero, por no decir grotesco, si no fuera trágico, por decir poco, similar al de un elefante que entra en una tienda de cristalería, probablemente Bruni piensa en vaticinar el "lenguaje nuevo", del cual habla Dietrich Bonhöffer, el cual aquí, sin embargo, da prueba de ser una singular necedad, y esto sea dicho con pleno respeto por la ilustre víctima de la ferocidad hitleriana.
----------En efecto, Bonhöffer descuida completamente la advertencia de san Pablo de que el hombre espiritual debe expresarse en términos espirituales (1 Cor 2,13). De hecho, el lenguaje es un contenedor de los conceptos que queremos expresar. Un collar de diamantes no se guarda en una bolsa de plástico. Si el lenguaje no es adecuado o no está a la altura del contenido que queremos expresar, el contenido viene degradado y profanado por la vulgaridad o por la banalidad del lenguaje que usamos. El hablar de Dios popio de Bruni es de una tal ridiculez, que surge un "Dios", que no tiene nada que ver con el verdadero Dios de la razón y de la Biblia, sino que tiene toda la apariencia de un personaje de la TV para adolescentes.
----------Admito que el lenguaje de Bruni no carece de vivacidad y eficacia, que tiene bellas imágenes de carácter poético, que el estilo es sobrio y fluido, aunque no brille siempre por claridad a causa de un exceso de metáforas, más adecuadas para la poesía que para la teología. Pero después, al final, desafortunadamente, no se trata ni siquiera solo de lenguaje. ¡Si se tratara solo de eso! Sino que el mayor problema es que a Bruni le faltan los conceptos, sobre todo metafísicos, y esto es un handicap gravísimo en teología. Ciertamente, su esfuerzo por adherir al contenido bíblico es encomiable. Pero luego, imprevistamente, como hemos notado repetidamente, impulsado por un raptus onírico, se desvía por la tangente con ideas creativas y bizarras que no tienen nada que ver con la Escritura ni con el mismo buen sentido común. ¿Y quién lo detiene entonces?
----------A estas alturas conocemos su modo de proceder en el hacer teología, si de teología se puede hablar o no más bien de fabular. Para Bruni, de hecho, el texto bíblico no ofrece contenidos que necesiten ser aclarados y profundizados, sino que es un material de partida, que le sirve para sus invenciones creativas mítico-poéticas y fabuladoras. No tiene el estilo del teólogo, sino el del poeta: tomando impulso de un autor precedente, para luego asumir su propia personalidad, un poco, por ejemplo, como lo ha hecho Giotto siguiendo el impulso de Cimabue, Beethoven imitando de joven a Mozart, Picasso partiendo de Miguel Ángel. Así, Bruni comienza comentando un pasaje de la Escritura y lo hace también bien. Pero luego parte de ahí para inventar algo completamente ajeno al texto sagrado y frecuentemente rozando el absurdo.
----------De modo que, desafortunadamente, debemos constatar que con cada nueva salida de Luigino Bruni, el diario Avvenire pierde crédito en cuanto a la teología seria y a la propia doctrina de la fe, y acumula ​​por lo tanto una cuenta cada vez mayor para pagar a la dignidad de la teología. Pronto llegará el momento en el cual ella presentará al Diario católico toda la cuenta a pagar. ¿No le convendría al Avvenire invertir en negocios redituables para el reino de los cielos, más que en un mísero y vano éxito terreno?
----------Por tanto, quisiera hacer una vez más presente, al Avvenire y a diarios "católicos" similares al Avvenire, que, si aún no se hubieran dado cuenta, desde hace algún tiempo el pueblo de Dios, como cierva sedienta, ha tenido sed de agua pura, mientras ustedes van a sacar de pozos contaminados y de "cisternas agrietadas" como decían los profetas (Jer 2,13), y hacen morir de sed al pueblo de Dios con la necia alabanza de la sed hecha por Bruni. Si él no quiere beber, que haga lo que quiera, pero no obliguen a los demás a seguir teniendo sed. Por supuesto, éste no es sólo el pecado del Avvenire y de diarios similares, sino de muchos obispos y sacerdotes que ya han comenzado su tercer año de pandemia sin decir claramente que esta pandemia es consecuencia del pecado original y del pecado personal de los hombres, y que por eso es castigo de Dios por los pecados de la humanidad. ¿No han leído nunca el Catecismo?
----------Si quienes dirigen el Avvenire o diarios similares, si los Obispos y sacerdotes, no conocieran la doctrina católica por ignorancia invencible, estarían excusados. Pero, lamentablemente, ¿cómo puedo no pensar que en realidad la conocen? ¿Nunca han leído el Catecismo? Y por lo tanto son imperdonables, porque, aunque conociendo la verdad, difunden la mentira. Deberán dar cuenta a Dios y entonces se darán cuenta, en el caso de que no quieran arrepentirse, si existen o no existen los castigos de Dios y si Dios está dispuesto a fingir no ver vuestros pecados y a dejarse engañar por ustedes solo porque sostienen que el culpable es inocente (iustus et peccator) y que por lo tanto la culpa no existe o es una invención de los fariseos o es como mucho una perturbación emotiva para curar con los psicofármacos o el psicoanálisis.

12 comentarios:

  1. "...si los Obispos y sacerdotes, no conocieran la doctrina católica por ignorancia invencible, estarían excusados. Pero, lamentablemente, ¿cómo puedo no pensar que en realidad la conocen? ¿Nunca han leído el Catecismo? Y por lo tanto son imperdonables, porque, aunque conociendo la verdad, difunden la mentira."
    Me pregunto si esto se le aplicará al obispo de Roma

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    1. Estimado desconocido,
      usted, en cuanto católico, debe saber que esa frase, por supuesto, no se aplica al Obispo de Roma, el Vicario de Cristo y Sucesor de San Pedro, quien por voluntad de Cristo y asistencia especial del Espíritu Santo no puede desconocer la Verdad ni puede enseñar el error.
      Usted, como católico, siempre debe estar firme en su fe: Nuestro Señor Jesucristo ha fundado la Iglesia Una Santa Católica y Apostólica y ha confiado su guía al Romano Pontífice, ahora el Papa Francisco.
      Hoy, el Papa Francisco, como ha ocurrido con todos los Romanos Pontífices de la historia, es la única persona humana que no puede pecar contra la virtud de la fe.

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  2. ¿Así que el Papa pierde su libre albedrío?
    La tesis que usted sostiene no tiene ningún tipo de respaldo teológico serio.
    No hay fundamento para afirmar lo que usted dice.
    Hay condiciones que se deben dar para que el Papa no se equivoque en sus definiciones. Esas condiciones hace más de cincuenta años que se dan a cuenta gotas.
    Los Papas desde el Vaticano II no creen poder obligar a todo el mundo como se hacía antes. Esa sencilla razón, y otras más, impiden la infalibilidad ya que los Papas no quieren enseñar, no quieren ejercer su magisterio porque son liberales y no admiten que alguien pueda ser el "dueño de la verdad".
    Ya sé cuál será respuesta a este comentario. He leído sus artículos al respecto. Por eso le vuelvo a decir: lo que usted sostiene no tiene fundamento teológico serio.

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    1. El Papa no pierde su libre albedrío. El carisma de la infalibilidad pontificia debe entenderse de modo similar a la inerrancia bíblica y la acción del Espíritu Santo sobre el hagiógrafo, quien tampoco deja de ser hombre, por ende, poseedor de libre albedrío.
      Por lo demás, lo que Usted niega (alejándose de la fe católica) no es una simple tesis u opinión teológica que necesite ningún respaldo teológico. Es un dogma de fe, que niegan aquellos que no son catolicos: protestantes, modernistas, lefebvrianos, y similares. Negar este dogma es negar la promesa de Nuestro Señor Jesucristo.
      Le repito: Nuestro Señor Jesucristo ha fundado la Iglesia Una Santa Católica y Apostólica y ha confiado su guía al Romano Pontífice, ahora el Papa Francisco. Hoy, el Papa Francisco, como ha ocurrido con todos los Romanos Pontífices de la historia, es la única persona humana que, pudiendo cometer eventualmente toda clase de errores y pecados, sin embargo no puede pecar contra la virtud de la fe.

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    2. Citá tu fuente. El Vaticano I ciertamente no define lo que vos decís.
      El Vaticano I dice: enseñamos y definimos ser dogma divinamente revelado que el Romano Pontífice, cuando habla ex cathedra, esto es, cuando, ejerciendo su cargo de pastor y doctor de todos los cristianos, en virtud de su Suprema Autoridad Apostólica, define una doctrina de Fe o Costumbres y enseña que debe ser sostenida por toda la Iglesia, posee, por la asistencia divina que le fue prometida en el bienaventurado Pedro, aquella infalibilidad de la que el divino Redentor quiso que gozara su Iglesia en la definición de la doctrina de fe y costumbres.
      Cuando habla ex cathedra
      Y no habla jamás sobre la virtud de la fe del Papa.
      Por lo tanto decir que el Santo Padre "es la única persona humana que, pudiendo cometer eventualmente toda clase de errores y pecados, sin embargo no puede pecar contra la virtud de la fe" no está definido. Así que no es un dogma de fe.
      Por lo que el anónimo que dice que esa afirmación no tiene fundamento teológico serio, tiene absoluta razón.

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    3. Estimadísimo anónimo,
      la cita del Concilio Vaticano I, acerca del dogma de la infalibilidad pontificia, es correcta y apropiada para el tema que planteas.
      Ahora bien, ¿podrías citarme algún otro documento dogmático posterior, ya sea de Concilios o de Pontífices, posteriores al Vaticano I, que hacen referencia al dogma de la Infalibilidad?
      Supongo que como buen católico, querido hijo, sabes que ha pasado siglo y medio del Concilio Vaticano I, y sabes muy bien, seguramente, que aunque manteniéndose inmutable la verdad dogmaticamente definida en el Vaticano I, el Magisterio de la Iglesia ha hecho avances y esclarecimientos acerca del dogma de la infalibilidad, en perfecta continuidad con lo que siempre la Iglesia ha creído.
      La definición de infalibilidad pontifica del Vaticano I es verdadera, pero parcial, no agota toda la riqueza del dogma.
      Por último, querido hijo, debes saber que si bien existe el dogma definido, también existe el dogma no definido, aunque igualmente definitivo e infalible.
      Sobre esto he escrito mucho en este blog, y sobre el tema encontrarás detalles.
      Creo que, con mis años de teólogo, después de haber trabajado en teología durante más de cuatro décadas, puedo aconsejarte, querido hijo, que para orientarte en el tema, te ciñas ante todo a lo esencial: el Papa (cualquier Papa) es el Vicario de Cristo, el Supremo Maestro de la Fe, la Roca sobre la cual Cristo ha fundado su Iglesia, aquél por quien Cristo ha orado al Padre para que su fe no decaiga. Eso es lo esencial.
      Si meditas en ello, humilde y obedientemente, como hijo de la Iglesia católica que eres, seguramente, de a poco, con la ayuda de la gracia, con la ayuda del Magisterio de la Iglesia, podrás recabar las implicaciones que tiene el dogma de la infalibilidad pontificia y que la Iglesia ha llegado a esclarecer en gran medida en las últimas décadas, y que yo he formulado al modo como antes has leído en mi artículo.
      Rezo por tí para que lo puedas lograr.

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    4. Gracias por tus oraciones.
      He leído que en este blog se afirma lo de la virtud de la fe del Papa. Entiendo las implicaciones de los dogmas, pero que no pueda pecar contra la virtud de la fe, ciertamente no.
      Distinto es que pueda pronunciarse ex cathedra en modo falso contra la fe.

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    5. Estimadísimo anónimo,
      veo que no me has respondido a la pregunta que benévolamente te formulé, a fin de que pudieras darte cuenta de tus carencias. Te he preguntado: ¿podrías citarme algún otro documento dogmático posterior, ya sea de Concilios o de Pontífices, posteriores al Vaticano I, que hagan referencia al dogma de la Infalibilidad? Existen esos documentos autoritativos del Magisterio. Pero no los has mencionado. ¿Será porque los desconoces? ¿O porque conociéndolos no les atribuyes autoridad magisterial dogmática? No quiero pensar que estés rechazando el Magisterio.
      De modo que no me has respondido explícitamente a la pregunta. Pero lo has hecho implícitamente, al hacer referencia al "pronunciarse ex cathedra".
      ¿Acaso te has quedado aprisionado en el pasado? ¿En el Vaticano I, por más verdadera que sea su definición dogmática? ¿Es que no tienes en cuenta el posterior desarrollo de la Tradición?
      Pues bien, me doy cuenta que entonces careces, querido hijo, de una recta comprensión católica del dogma de la infalibilidad, pues el Papa no solo enseña dogmáticamente cuando dice definir el dogma, es decir, no sólo cuando se pronuncia ex cathedra, sino siempre que enseñe sobre Fe y moral.
      Es cierto que el Papa expresa su intención de definir solo cuando proclama un nuevo dogma. Sin embargo, si la veracidad pontificia, que puede ser llamada "infalibilidad", debiera valer sólo cuando se define un nuevo dogma, entonces esto podría constituir una escapatoria para sustraerse al deber de escuchar el magisterio pontificio y para sostener que el Papa, cuando no tiene la intención de definir, se puede equivocar y nos puede engañar en materia de fe o de moral en su magisterio ordinario y cotidiano, en el cual enseña verdades ya definidas. Entonces, ¿qué sería del mandato de Cristo hecho a Pedro y a sus sucesores "confirma fratres tuos"? ¿Cristo habría engañado a su Iglesia con esas promesas? ¿Queremos terminar con Lutero?
      Es precisamente donde están terminando otros cismáticos y herejes de hoy.

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  3. Estimado padre Filemón,
    en su diálogo con el anónimo anterior, puedo entender los motivos en los que usted se basa al decir que el Romano Pontífice no puede engañarse ni engañar al Pueblo de Dios en su oficio de Maestro de la Fe y de la Moral. Y también puedo entender que, como usted dice, el anónimo parece manifestar ciertas carencias formativas o tendencias conservaduristas de estilo lefebvriano o filolefebvriano. Sin embargo, creo que quizás usted podría explicar con más claridad, a los simples fieles como yo, en qué sentido el Papa no puede pecar contra la virtud de la Fe. Le estaría sumamente agradecido.

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    1. Estimado Hilario,
      que el Papa, entre todos los creyentes heridos por el pecado original, tenga una fe de tal manera fuerte, que le permite no pecar nunca jamás contra la fe, sino al contrario ser sostén infalible de la fe para todos ("confirma fratres tuos"), se deduce con total facilidad del dogma de la infalibilidad doctrinal. En efecto, ¿cómo podría el Papa enseñar infaliblemente, es decir, proclamar un dogma o un artículo de fe, si no tuviera entre todos los creyentes pecadores una fe de tal manera fuerte como para poder enseñar contenidos de fe de modo infalible?
      ¿Qué decir de la fe de Nuestra Señora? Ciertamente ella también tenía una fe perfectísima y solidísima, una fe más fuerte que la de todos los demás creyentes. Pero Cristo ha encomendado a Pedro y no a María la tarea de enseñar oficialmente el Evangelio. María es el modelo de todos los creyentes, no de los maestros de la fe, porque los maestros de la fe son los apóstoles. Ahora bien, Jesús no ha puesto a su Madre entre los apóstoles.
      Una objeción que a veces viene hecha por ciertos católicos pasadistas es la siguiente. Ellos dicen que el Papa es infalible solamente cuando proclama o define solemnemente, ex cathedra, un nuevo dogma. Ahora bien, efectivamente este es el contenido del dogma de la infalibilidad según fue proclamado por el Concilio Vaticano I. Sin embargo, en 1998, san Juan Pablo II publicó la Carta Apostólica Ad Tuendam Fidem, en la cual especificaba, por medio de la Congregación para la Doctrina de la Fe, que el Papa, cuando trata de temas de fe, como Maestro de la fe, enseña siempre la verdad, incluso si no proclama un nuevo dogma, sino que cumple con su magisterio ordinario.
      Así, por ejemplo, por cuanto respecta a las doctrinas del Concilio, es cierto que el Concilio no ha proclamado ningún nuevo dogma, pero esto no impide que el Concilio, por su propia declaración, posea documentos de carácter dogmático, no en el sentido de la definición de nuevos dogmas, sino en el sentido de enseñanzas doctrinales, incluso nuevas, que sin embargo están fundadas en la Revelación.

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  4. Estimado padre:
    Permítame una referencia respecto al tema discutido en anteriores comentarios.
    Desde hace tiempo, disfrutando de su blog, he notado que Ud. utiliza la distinción entre gracia magisterial y gracia pastoral, para referirse a la asistencia del Espíritu Santo al Romano Pontífice.
    Si es que la he entendido bien, estoy plenamente de acuerdo con esta distinción teológica, y considero que es muy explicativa del carisma de la infalibilidad del Papa, y muy útil para discernir los contenidos verdaderamente vinculantes de un documento pontificio.
    Ahora bien, ¿esta distinción teológica es suya original, de su propia autoría, o hay otros teólogos que se refieren a ella?
    Agradecería mucho el favor de aclararme este punto.

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    1. Estimado Anónimo,
      la distinción entre carisma magisterial y carisma pastoral del Romano Pontífice, se basa en el hecho de que, mientras la autoridad pastoral del Papa puede estar sujeta a defectos, la autoridad doctrinal está infaliblemente asistida por el Espíritu Santo.
      En efecto, en el caso del carisma pastoral o gracia pastoral o de gobierno, el Papa dispone más bien de un don del Espíritu Santo, pero puede culpablemente no hacer uso de él.
      En cambio, cuando él se propone ejercer su magisterio, es infaliblemente iluminado por el Espíritu Santo.
      El fundamento evangélico del poder pontificio pastoral se encuentra en las palabras de Cristo, cuando Él, habiéndose asegurado que Pedro lo ama, le ordena que apaciente a sus corderos. Esto implica que el Papa, por mala voluntad, puede sustraerse a este deber.
      En cambio, la autoridad doctrinal está basada en el mandato de Cristo a Pedro de confirmar a los hermanos en la fe. En este caso, cuando el Papa quiere enseñar el Evangelio, es infaliblemente asistido por el Espíritu Santo, es decir, libremente se adhiere siempre a la iluminación divina.
      En cuanto a si es o no original mía esta postura, no es algo que sea importante, aunque doy por hecho que no: uno nunca puede recordar todo lo que ha estudiado o leído en la vida. Se trata de una deducción teológica, fácilmente derivable del dogma, que tiene un fundamento en Santo Tomás de Aquino, pero que puede ser recabada directamente de las propias palabras de Jesús, aunque no me resulta fácil en este momento detallarle en qué otros teólogos la he encontrado. Debería consultar en la biblioteca, pero puede dar por hecho que seguro está en alguno de los textos de los dominicos de la Escuela de Salamanca, de mediados del siglo pasado, y también en otros dominicos italianos más contemporáneos a nosotros.

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