viernes, 31 de octubre de 2025

Dilexi te: no beneficencia sino divina Revelación

¿Y si la pobreza no fuera un problema a resolver, sino un lugar donde Dios se revela? ¿Qué significa que la carne herida de los pobres sea la misma carne de Cristo? ¿Puede la Iglesia anunciar el Evangelio sin tocar la miseria de los últimos? Entre beneficencia y Revelación: ¿qué nos incomoda más, la doctrina o el clamor de los pobres? [En la imagen: fragmento de "Pobre gente", óleo sobre lienzo de finales del siglo XIX o inicios del siglo XX, obra de André Collín, colección privada].

«El Espíritu del Señor está sobre mí,
porque me ha ungido; me ha enviado
a anunciar la Buena Nueva a los pobres,
a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos,
a poner en libertad a los oprimidos» (Lc 4,18)
   
----------Por cuanto respecta a la primera exhortación apostólica del papa León XIV, Dilexi te, sobre el amor a los pobres, del 4 de mayo de 2025, debo suponer que los lectores la han leído (y aún mejor, releído, si fuera posible) atenta y detenidamente. Para aclarar algunas interpretaciones deficientes acerca de ella, he publicado ya un puñado de artículos, los pasados días 18, 19 y 20 de octubre, en los cuales he corregido errores (algunos de ellos graves) de tres intérpretes muy confundidos. Todo eso supuesto, me ha parecido entonces que ha llegado el momento de ofrecerles un resumen personal de este documento pontificio, destacando sus ideas principales, no sin antes volver a subrayar que ningún artículo, por más lúcido y bello que fuere, podrá suplir la lectura directa del documento pontificio, junto a su serena meditación y pormenorizado estudio.
----------Si yo tuviera la obligación de resumir en una sola y breve frase la exhortación apostólica Dilexi te diría solo y simplemente que el Santo Padre nos quiere decir una cosa respecto a nuestro deber de caridad hacia los pobres: «No es beneficencia, sino divina Revelación».
----------Por cierto, esta exhortación del papa León, su primer texto importante, ha tenido origen en un documento inconcluso de su predecesor, el papa Francisco, que el sucesor ha recibido y ampliamente integrado. Podríamos considerar, sin temor a equivocarnos, que más de la mitad del texto es fruto de una nueva redacción.
----------El tema está en el subtítulo: Sobre el amor hacia los pobres. Y así se justifica en el n.3 del texto: «En continuidad con la Encíclica Dilexit nos, el papa Francisco estaba preparando, en los últimos meses de su vida, una Exhortación apostólica sobre el cuidado de la Iglesia por los pobres y con los pobres, titulada Dilexi te, imaginando que Cristo se dirija a cada uno de ellos diciendo: Tienes poca fuerza, poco poder, pero “yo te he amado” (Ap 3,9). Habiendo recibido como en herencia este proyecto, me alegra hacerlo mío –añadiendo algunas reflexiones– y proponerlo nuevamente al inicio de mi pontificado, compartiendo el deseo del amado Predecesor de que todos los cristianos puedan percibir el fuerte vínculo que existe entre el amor de Cristo y su llamada a hacernos cercanos a los pobres» (n.3).
----------Por cuanto respecta a la estructura del texto y sus palabras clave, el documento se articula en cinco capítulos, que son los siguientes: 1. Algunas palabras indispensables (nn. 4-15). 2. Dios elige a los pobres (16-34). 3. Una Iglesia para los pobres (nn. 35-81). 4. Una historia que continúa (nn. 82-102). 5. Un desafío permanente (nn. 103-121). Intento ahora presentar los contenidos más relevantes del documento.
   
Los pobres en el anuncio del Evangelio
   
----------Ante todo, el papel de los pobres en el anuncio del Evangelio: «No estamos en el horizonte de la beneficencia, sino de la Revelación: el contacto con quien no tiene poder ni grandeza es un modo fundamental de encuentro con el Señor de la historia. En los pobres Él tiene todavía algo que decirnos» (n.5). También el nombre del papa Francisco, elegido en relación con los pobres, nos recuerda que aquel «joven Francisco renació del impacto con la realidad de quien es expulsado de la convivencia» (n.7), a lo cual se puede vincular la espiritualidad del Concilio Vaticano II, con el paradigma del buen samaritano: «Estoy convencido de que la opción prioritaria por los pobres genera una renovación extraordinaria tanto en la Iglesia como en la sociedad, cuando somos capaces de liberarnos de la autorreferencialidad y logramos escuchar su grito» (n.7).
----------Por otra parte, es necesario también reconocer que el término “pobreza” debe decirse de muchos modos: «En el rostro herido de los pobres encontramos impreso el sufrimiento de los inocentes y, por tanto, el mismo sufrimiento de Cristo. Al mismo tiempo, deberíamos hablar quizá más correctamente de los numerosos rostros de los pobres y de la pobreza, puesto que se trata de un fenómeno variado; en efecto, existen muchas formas de pobreza: la de quien no tiene medios de sustento material, la pobreza de quien es marginado socialmente y no tiene instrumentos para dar voz a su propia dignidad y a sus propias capacidades, la pobreza moral y espiritual, la pobreza cultural, la de quien se encuentra en una condición de debilidad o fragilidad personal o social, la pobreza de quien no tiene derechos, no tiene espacio, no tiene libertad» (n.9).
----------Por esto, dice el papa León, es necesario saludar con favor el empeño de la ONU por derrotar la pobreza como uno de los objetivos del Milenio (cf. n.10). Si los sistemas políticos favorecen a los más fuertes y acrecientan la brecha entre ricos y pobres, al mismo tiempo las emociones de indignación se vuelven momentáneas y las cuestiones estructurales son dejadas al margen (cf. n.11). Por esto, «sobre la pobreza no debemos bajar la guardia» (n.12) y es necesario decir con toda la claridad necesaria que: «Los pobres no existen por casualidad o por un destino ciego y amargo. Mucho menos la pobreza, para la mayor parte de ellos, es una elección. Y sin embargo, todavía hay alguien que osa afirmarlo, mostrando ceguera y crueldad» (n.14).
----------Esto no concierne solo al mundo, sino también a la Iglesia: «También los cristianos, en muchas ocasiones, se dejan contagiar por actitudes marcadas por ideologías mundanas o por orientaciones políticas y económicas que llevan a injustas generalizaciones y a conclusiones engañosas» (n.15).
   
La historia del magisterio de los pobres
   
----------De estas “palabras indispensables” el Papa pasa, en el II capítulo, a la delineación de una “teología de la pobreza”. Se retoma desde la “opción preferencial por los pobres” elaborada primero en América Latina y luego asumida por el magisterio universal de la Iglesia católica (cf. n.16). Esto implica una relectura del Antiguo Testamento y del Nuevo Testamento sub specie paupertatis, podríamos decir.
----------El texto lo dice de modo sintético: «Es en esta condición que se puede resumir de manera clara la pobreza de Jesús. Se trata de la misma exclusión que caracteriza la definición de los pobres: ellos son los excluidos de la sociedad. Jesús es la revelación de este privilegium pauperum. Él se presenta al mundo no solo como Mesías pobre, sino también como Mesías de los pobres y para los pobres» (n.19).
----------El examen de los textos bíblicos del AT y del NT, ante todo de aquellos referidos a Jesús, muestra una clara relevancia de la pobreza. De aquí surge una pregunta apremiante: «Muchas veces me pregunto por qué, aun existiendo tal claridad en las Sagradas Escrituras a propósito de los pobres, muchos continúan pensando que pueden excluir a los pobres de sus atenciones» (n.23).
----------A esto siguen otras consideraciones en las que, en la estela de Francisco, León hace suyo el asombro de que, frente a textos bíblicos tan claros, haya a veces el esfuerzo de atenuarlos o relativizarlos (cf. n.31). Por otra parte, los testimonios referentes a la Iglesia primitiva son muy nítidos y han inspirado gran parte de la historia posterior (cf. n.34). De aquí comienza el capítulo III, que puede comprenderse como una gran historia de la pobreza en la Iglesia. De Pablo a Lorenzo, de Ambrosio a san Ignacio de Antioquía, es evidente que: «La caridad hacia los necesitados no era entendida como una simple virtud moral, sino como expresión concreta de la fe en el Verbo encarnado» (n.39). Esto tiene también un reflejo en la comprensión de la Eucaristía. Citando a Crisóstomo, el texto pide la coherencia entre la adoración del Cuerpo de Cristo en el altar y el Cuerpo de Cristo que sufre el frío: «¿Quieres honrar el cuerpo de Cristo? No descuides su desnudez; no lo honres aquí con vestidos de seda, no lo descuides fuera mientras está consumido por el frío y la desnudez […]. [El cuerpo de Cristo que está sobre el altar] no necesita vestidos, sino un alma pura; aquel, en cambio, necesita de mucho cuidado» (n.41). Por esto, «la caridad no es un camino opcional, sino el criterio del verdadero culto» (n.42). Si para Ambrosio la limosna es «justicia restablecida» (n.43), para Agustín es purificación del corazón (n.46). De aquí León concluye con una frase de carácter programático: «se puede decir que la teología patrística era práctica, apuntando a una Iglesia pobre y para los pobres, recordando que el Evangelio es anunciado correctamente solo cuando impulsa a tocar la carne de los últimos y advirtiendo que el rigor doctrinal sin misericordia es un discurso vacío» (n.48).
----------Del mismo modo se debe considerar el desarrollo de las órdenes modernas, masculinas y femeninas, de cuidado del enfermo, como emergencias de una antigua evidencia: «Cuando la Iglesia se arrodilla junto a un leproso, a un niño desnutrido o a un moribundo anónimo, realiza su vocación más profunda: amar al Señor allí donde Él está más desfigurado» (n.52)
----------Lo mismo se debe decir del monaquismo, como experiencia de pobreza. Contra una tendencia, también muy americana, a reconstruir el monaquismo de modo reaccionario, León escribe: «Con el paso del tiempo, los monasterios benedictinos se convirtieron en lugares que contrastaban la cultura de la exclusión. Los monjes cultivaban la tierra, producían alimento, preparaban medicinas y las ofrecían, con sencillez, a los más necesitados. Su trabajo silencioso era la levadura de una nueva civilización, donde los pobres no eran un problema que resolver, sino hermanos y hermanas que acoger» (n.56). Una relectura del monaquismo equilibrada y sin cerrazones permite afirmar: «La tradición monástica enseña de este modo que oración y caridad, silencio y servicio, celdas y hospitales, forman un único tejido espiritual» (n.58)
----------Una consideración análoga vale para aquella pobreza que consiste en ser prisioneros y en ser esclavos. Órdenes religiosas han nacido a lo largo de la historia para la “redención” de los prisioneros. Esto no vale solo para la Edad Media o para la Edad Moderna, sino también para la época contemporánea: «La caridad cristiana, cuando se encarna, se vuelve liberadora. Y la misión de la Iglesia, cuando es fiel a su Señor, es siempre la de anunciar la liberación. Aún hoy, cuando “millones de personas –niños, hombres y mujeres de toda edad– son privadas de la libertad y obligadas a vivir en condiciones asimilables a las de la esclavitud”, tal herencia es llevada adelante por estas Órdenes y por otras instituciones y congregaciones que trabajan en las periferias urbanas, en las zonas de conflicto y en los corredores migratorios. Cuando la Iglesia se inclina para romper las nuevas cadenas que atan a los pobres, se convierte en un signo pascual» (n.61).
----------También el nacimiento de las órdenes mendicantes ha marcado la historia de una nueva lectura de la pobreza: «A diferencia del modelo monástico estable, los mendicantes adoptaron una vida itinerante, sin propiedad personal o comunitaria, enteramente confiados a la Providencia. No se limitaban a servir a los pobres: se hacían pobres con ellos. Veían la ciudad como un nuevo desierto y a los marginados como nuevos maestros espirituales» (n.63). Este aspecto está estrechamente ligado a un problema muy vivo en el mundo contemporáneo: «Las Órdenes mendicantes fueron entonces una respuesta viva a la exclusión y a la indiferencia. No propusieron expresamente reformas sociales, sino una conversión personal y comunitaria a la lógica del Reino. Para ellos la pobreza no era una consecuencia de la escasez de bienes, sino una libre elección: hacerse pequeños para acoger a los pequeños» (n.67).
----------También sobre el tema de la educación, cuya falta es una grave forma de pobreza, el surgir de las órdenes dedicadas a la instrucción, a partir de los Escolapios, con grandes desarrollos en ámbito masculino y femenino, atestigua una evidencia importante: «La educación de los pobres, para la fe cristiana, no es un favor, sino un deber. Los pequeños tienen derecho al conocimiento, como requisito fundamental para el reconocimiento de la dignidad humana» (n.72).
----------Con las emigraciones europeas del siglo XIX nace una nueva sensibilidad para el fenómeno, como forma de pobreza. Los Scalabrinianos y Francisca Cabrini atestiguan el surgir, ya en la Iglesia de entonces, de aquella atención por el Jesús que dice “era extranjero y me acogisteis”. Por eso: «La Iglesia, como una madre, camina con quienes caminan. Donde el mundo ve amenazas, ella ve hijos; donde se construyen muros, ella construye puentes. Sabe que su anuncio del Evangelio es creíble solo cuando se traduce en gestos de cercanía y acogida. Y sabe que en cada migrante rechazado es Cristo mismo quien llama a las puertas de la comunidad» (n.75).
----------La cercanía, en todo caso, a los últimos de Santa Teresa o de Santa Dulce y de tantas otras formas de cuidado hacia las periferias existenciales: «Cada uno, a su modo, ha descubierto que los más pobres no son solo objeto de nuestra compasión, sino maestros del Evangelio. No se trata de “llevarles” a Dios, sino de encontrarlo junto a ellos... La Iglesia, por tanto, cuando se inclina a cuidar de los pobres, asume su postura más elevada» (n.79). Existen, sin embargo, también movimientos populares, iniciativas laicales, que han debido a menudo ser sospechados y perseguidos por esta vocación al cuidado de la pobreza (cf. nn.80-82).
   
El Pobre y Pedro: la teología de la carne de Cristo
   
----------El capítulo IV de esta exhortación apostólica se ocupa de los dos últimos siglos, con el surgir de la Doctrina Social de la Iglesia. Y el Santo Padre comienza con algunas proposiciones en las que los pobres no solo “sufren”, sino que también “afrontan y piensan” el cambio civil: «Los movimientos de los trabajadores, de las mujeres, de los jóvenes, así como la lucha contra las discriminaciones raciales han comportado una nueva conciencia de la dignidad de quienes están en los márgenes. También la contribución de la Doctrina Social de la Iglesia tiene en sí esta raíz popular que no debe olvidarse: sería inimaginable su relectura de la Revelación cristiana dentro de las modernas circunstancias sociales, laborales, económicas y culturales sin los laicos cristianos enfrentados a los desafíos de su tiempo» (n.82).
----------Si los pobres son “sujetos de una inteligencia específica” y si la realidad “se ve mejor desde los márgenes”, he aquí que el desarrollo de una doctrina social, a partir de León XIII, encuentra en el Concilio Vaticano II un paso decisivo: «Se perfilaba así la necesidad de una nueva forma eclesial, más simple y sobria, que involucrara a todo el pueblo de Dios y a su figura histórica. Una Iglesia más semejante a su Señor que a las potencias mundanas, orientada a estimular en toda la humanidad un compromiso concreto para la solución del gran problema de la pobreza en el mundo» (n.84).
----------En este pasaje epocal, el papa León subraya una audaz imagen con la que san Paulo VI traza una analogía entre el Pobre y Pedro: «En la Audiencia general del 11 de noviembre de 1964 él subrayó que “el Pobre es representante de Cristo” y, acercando la imagen del Señor en los últimos a la que se manifiesta en el Papa, afirmó: “La representación de Cristo en el Pobre es universal, cada Pobre refleja a Cristo; la del Papa es personal. […] El Pobre y Pedro pueden coincidir, pueden ser la misma persona, revestida de una doble representación, de la Pobreza y de la Autoridad”. De este modo, el vínculo intrínseco entre Iglesia y pobres era expresado simbólicamente con inédita claridad» (n.85).
----------Así, desde san Paulo VI hasta Francisco, se registran repetidas intervenciones del magisterio de la Iglesia universal y de las Iglesias particulares sobre la opción preferencial por los pobres. «Aunque no falten diversas teorías que intentan justificar el estado actual de las cosas, o explicar que la racionalidad económica exige de nosotros esperar a que las fuerzas invisibles del mercado lo resuelvan todo, la dignidad de cada persona humana debe ser respetada ahora, no mañana, y la situación de miseria de tantas personas a las que se les niega esta dignidad debe ser un llamado constante para nuestra conciencia» (n.92).
----------Por eso es necesario plantear algunas preguntas que tienen características decisivas: «La pregunta que vuelve siempre es la misma: ¿los menos dotados no son personas humanas? ¿Los débiles no tienen la misma dignidad que nosotros? ¿Aquellos que han nacido con menos posibilidades valen menos como seres humanos, deben solo limitarse a sobrevivir? De la respuesta que damos a estas preguntas depende el valor de nuestras sociedades y de ella depende también nuestro futuro. O reconquistamos nuestra dignidad moral y espiritual o caemos como en un pozo de suciedad» (n.95).
----------Esta conciencia llama al pueblo de Dios a denunciar, a exponerse, aun a costa de ser llamados “estúpidos”: «Por lo tanto, es tarea de todos los miembros del Pueblo de Dios hacer oír, aunque sea de modos diversos, una voz que despierte, que denuncie, que se exponga incluso a costa de parecer “estúpidos”. Las estructuras de injusticia deben ser reconocidas y destruidas con la fuerza del bien, a través del cambio de mentalidad, pero también, con la ayuda de las ciencias y de la técnica, mediante el desarrollo de políticas eficaces en la transformación de la sociedad» (n.97).
----------Una atención particular, también por la experiencia directa que de ello tuvo el papa León en su largo período de ministerio en nuestras tierras sudamericanas, está dirigida al documento elaborado por la Conferencia de Obispos en Aparecida. En particular se dice que el documento: «insiste en la necesidad de considerar a las comunidades marginadas como sujetos capaces de crear una propia cultura, más que como objetos de beneficencia. Esto implica que tales comunidades tienen el derecho de vivir el Evangelio y de celebrar y comunicar la fe según los valores presentes en sus culturas» (n.100).
----------De aquí brota la referencia a un verdadero “magisterio de los pobres”: «Crecidos en la extrema precariedad, aprendiendo a sobrevivir en las condiciones más adversas, confiando en Dios con la certeza de que nadie más los toma en serio, ayudándose mutuamente en los momentos más oscuros, los pobres han aprendido muchas cosas que conservan en el misterio de su corazón. Aquellos entre nosotros que no han tenido experiencias semejantes, de vida vivida al límite, ciertamente tienen mucho que recibir de aquella fuente de sabiduría que es la experiencia de los pobres. Solo poniendo en relación nuestras quejas con sus sufrimientos y privaciones es posible recibir una reprensión que nos invita a simplificar nuestra vida» (n.102).
----------Se llega así al V capítulo, el último, sobre el “desafío permanente”. Si «el amor por los pobres es un elemento esencial de la historia de Dios con nosotros» (n.103), entonces ellos son para nosotros cristianos “cuestión familiar” (n.104). Aquí hallamos el aspecto más auténticamente teológico, vale decir, doctrinal, del documento, diciendo: «los pobres para los cristianos no son una categoría sociológica, sino la misma carne de Cristo. En efecto, no basta con limitarse a enunciar de modo general la doctrina de la encarnación de Dios; para entrar verdaderamente en este misterio, en cambio, es necesario especificar que el Señor se hace carne que tiene hambre, que tiene sed, que está enferma, encarcelada» (n.110).
   
Las justificaciones del descarte y la vocación cristiana
   
----------Las piedras desechadas, que indudablemente son los pobres, son la verdadera piedra angular. En cambio, sucede que muchas veces, en la Iglesia, se asiste a posiciones contradictorias respecto a esta que es una evidencia teológica y doctrinal. En efecto: «tal atención espiritual a los pobres es puesta en discusión por ciertos prejuicios, incluso por parte de cristianos, porque nos sentimos más a gusto sin los pobres. Hay quien continúa diciendo: “Nuestra tarea es orar y enseñar la verdadera doctrina”. Pero, desvinculando este aspecto religioso de la promoción integral, añaden que solo el gobierno debería ocuparse de ellos, o bien que sería mejor dejarlos en la miseria, enseñándoles más bien a trabajar. A veces, en cambio, se asumen criterios pseudocientíficos para decir que la libertad del mercado llevará espontáneamente a la solución del problema de la pobreza. O incluso, se opta por una pastoral de las llamadas élites, sosteniendo que, en lugar de perder tiempo con los pobres, es mejor ocuparse de los ricos, de los poderosos y de los profesionales, de modo que, a través de ellos, se puedan alcanzar soluciones más eficaces. Es fácil captar la mundanidad que se oculta detrás de estas opiniones: ellas nos llevan a mirar la realidad con criterios superficiales y carentes de toda luz sobrenatural, privilegiando frecuentaciones que nos tranquilizan y buscando privilegios que nos acomodan» (n.114).
----------Finalmente, también la correlación entre intenciones y gestos debe ser cuidada: la limosna es precisamente no un pretexto, sino una práctica de no indiferencia: «El amor y las convicciones más profundas deben ser alimentados, y se hace con gestos. Permanecer en el mundo de las ideas y de las discusiones, sin gestos personales, frecuentes y sentidos, será la ruina de nuestros sueños más preciosos. Por esta simple razón, como cristianos no renunciamos a la limosna. Un gesto que se puede hacer de diversas maneras, y que podemos intentar hacer del modo más eficaz, pero debemos hacerlo. Y siempre será mejor hacer algo que no hacer nada. En cualquier caso nos tocará el corazón» (n.119).
    
Conclusión

----------Por ciertos aspectos, León, retomando algunos elementos fundamentales del magisterio de Francisco, los agudiza y los conduce hacia un verdadero “magisterium pauperum”, de carácter eclesial y espiritual, teológico y moral, magisterial, en definitiva: dogmático.
----------La exhortación Dilexi te no es un apéndice menor ni un gesto piadoso más en la larga historia de los documentos pontificios. Entre las Actas del Magisterio, es una palabra que incomoda, porque revela el corazón del Evangelio allí donde muchos preferirían no mirar. Y, sin embargo, demasiados callan y siguen callando, sobre Dilexi te y sobre los pobres, como si el silencio pudiera neutralizar la fuerza de esta Revelación. Otros, con un gesto aún más elocuente, han minusvalorado el llamado del Romano Pontífice, relegándolo a un plano secundario, como si se tratara de un exceso retórico del Papa.
----------Pero lo cierto es que esta resistencia de quienes rechazan la voz del Papa no es neutra: se traduce en un modo de vivir la fe que, en lugar de abrazar la opción preferencial por los pobres, se orienta —con gestos, con estilos de vida, con alianzas— hacia una opción preferencial por los ricos. Y ahí se juega la credibilidad misma del cristianismo: o reconocemos en la carne herida de los últimos la carne de Cristo, o terminamos adorando un ídolo cómodo, hecho a la medida de nuestros privilegios.
   
Fr Filemón de la Trinidad
Mendoza, 29 de octubre de 2025 

3 comentarios:

  1. Me atrevo a pensar que quienes se han apresurado a criticar la Dilexi te lo han hecho porque, en el fondo, ya hace tiempo que han tomado una opción preferencial… pero por los ricos...

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    1. Bueno, sin entrar a juzgar a nadie en particular, ni a juzgar las conciencias... pero es cierto... parecería que a no pocos clérigos, laicos y, por qué no, obispos, que han hecho en su vida una "opción preferencias por los ricos", no les caiga nada bien un documento como éste... Pero no por eso podemos dar por sentado que lo desoirán... Al menos recemos para que Dilexi te les toque el corazón y los convierta si su vida no marcha según el Evangelio.
      No juzgo a nadie, pero lo digo con el corazón de un cura viejo: si el Evangelio incomoda, es porque todavía tiene fuerza para convertirnos. Que el Señor nos conceda a todos, empezando por mí, la gracia de dejarnos tocar por esta palabra.

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  2. Hay prioratos que se instalan en villas miserias como quien planta una bandera en tierra de misión, pero sin tocar ni una sola llaga. Y hay gansos mendocinos que graznan solidaridad mientras nadan en aguas termales. Y hay antiperonistas del usus antiquior, que celebran la misa de espaldas pero viven de frente a los patrones y finqueros que se enriquecen con la motosierra. A todos ellos, la Dilexi te les resulta incómoda no por lo que dice, sino por lo que revela: que su opción preferencial no es por los pobres, sino por la estética del pobre, siempre que no les salpique. Es que no digieren bien una exhortación que huele a Evangelio encarnado...

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