"Como la cierva sedienta busca las corrientes de agua, así mi alma suspira por ti, mi Dios. Mi alma tiene sed de Dios, del Dios viviente: ¿Cuándo iré a contemplar el rostro de Dios? Las lágrimas son mi único pan de día y de noche, mientras me preguntan sin cesar: Dónde está tu Dios?" (Salmo 42,2-4).
¿Complacernos en la sed, o complacernos en saciar nuestra sed de Dios?
----------En Avvenire del 5 de julio de 2020, en los meses iniciales de la epidemia de Covid en Italia, Luigino Bruni volvía insidiosamente a afectar de modo grave la recta actitud que debe asumir el cristiano ante el dolor, la enfermedad, el sufrimiento en general, y la muerte, con su artículo La beatitud de la sed. Bruni finge un encuentro entre su yo de niño sediento de Dios y su yo adulto, todavía sediento de Dios, pero cargado de tantas impurezas acumuladas a lo largo de su vida y casi irreconocible por parte del niño.
----------Sin embargo, el adulto Luigino Bruni no se desanima: quiere todavía encontrar a ese niño inocente, quiere hacerse reconocer por él, no obstante "su piel oscurecida por el sol del desierto, por el polvo acumulado en el camino, por las heridas de las cuales sufre, las suyas y las del prójimo".
----------Y, sin embargo, Bruni se siente ahora más que nunca como aquella conocida cierva de la cual canta el Salmo 42, y el economista metido ahora a teólogo se detiene a comentar este Salmo en los siguientes versículos: "Como la cierva sedienta busca las corrientes de agua, así mi alma suspira por ti, mi Dios. Mi alma tiene sed de Dios, del Dios viviente: ¿Cuándo iré a contemplar el rostro de Dios? Las lágrimas son mi único pan de día y de noche, mientras me preguntan sin cesar: Dónde está tu Dios?" (vv.2-4).
----------Sin embargo, según Bruni, "la sed de esta cierva no es la sed buena de quien están llegando al agua. Es la sed de quien vaga por el desierto buscando agua en un oasis desconocido en otras travesías y que ahora se ha secado. Por eso, gime, anhela, grita, aulla por una sed que no puede saciar porque no hay agua".
----------Bruni ve entonces en la historia de la cierva la aventura de ciertas almas piadosas pero cómodas, las cuales esperan demasiado del agua de la fe, como si el agua de la fe pudiera saciar en el presente la sed de Dios. Bruni no niega que la fe calma la sed de Dios, pero señala acertadamente que en la vida presente la fe no quita del todo la sed de Dios, por lo cual si en esta vida debiéramos sentirnos suficientemente satisfechos en nuestro beber el agua de la fe, no sería una buena señal, porque nos conformaríamos en los límites y en las miserias de la vida presente, como si ella fuera suficiente para darnos una relación con Dios, que no podemos ni debemos considerar como plenamente satisfactoria.
----------Desaprueba Bruni a esas almas, criticándolas con las siguientes duras expresiones llenas de hiriente ironía: "error muy común, de quienes piensan la fe como estable vivac en un oasis lleno de agua, que, encontrado al término de un primer viaje, ya nunca los abandona. Aquí la cierva reposa, serena y saciada, en ese nuevo jardín, del cual no se aleja para nuevas peregrinaciones. Es esta la visión de la fe como consumo de bienes espirituales, como confort, como plena satisfacción del consumidor religioso".
----------Bruni critica esta actitud, haciendo esta observación: "aunque se encuentre alguna fuente a lo largo del camino, es necesario inmediatamente levantar la tienda, reemprender sin demora el camino y rehacer pronto la misma experiencia de la sed-fe". Vienen en mente las palabras de la Carta a los Hebreos: "No tenemos aquí una ciudad estable" (13,14). Sin embargo, debe objetarse que Bruni pasa por alto el hecho de que quien encuentra la fe, ya encuentra entonces una fuente perenne e inagotable de agua viva, a la cual siempre recurrir y de la cual siempre abrevar, pregustación de ese saciarse definitivo y para siempre saciante que caracterizará la vida eterna, donde ya no tendremos sed, sino que será solo el gusto del beber.
----------Ciertamente, esta posibilidad de saciar la sed desde ahora, por medio de esa fuente perenne que es la Palabra de Dios, no le quita al creyente el querer, el desear y de hecho el deber de hacer nuevas y más profundas experiencias de la misma e inmutable Palabra de Dios, no porque la fuente de la cual extrae se pueda agotar, sino porque el creyente puede y debe encontrar nuevas formas de aprovecharla.
----------Luego viene un pasaje del artículo que no es fácil de entender. Observa Bruni que, en todo caso, quien no siente en la vida presente renovarse siempre su sed de Dios, quien no siente renovarse su sed después de cada ocasión en que ha bebido, no está verdaderamente a la búsqueda de Dios. En este contexto, Bruni llega a afirmar: "la crisis de la fe no es la aridez, sino la extinción de la sed". Y, por tanto, prosigue, "a fin de que custodiemos la sed de Dios y de vida, sigamos caminando por el único camino bueno".
----------Bruni parece decir que un Dios que nos sacia plenamente la sed en esta vida, no es el verdadero Dios, sino que es un ídolo. Y además, quien no tiene sed de Dios, es un iluso que se cree suficiente para sí mismo. "Si nos sentimos religiosamente saciados, es muy probable que estemos bebiendo el agua de los ídolos", dice Bruni. Y es también cierto que "la fe no es posesión, sino promesa": la plena, segura y definitiva posesión de Dios, parecería decir Bruni, es la visión beatífica en el cielo. Solo allí, como dice el Apocalipsis, ya no tendremos sed (Ap 7,16). Todo parece correcto y compartible en lo dicho por Bruni.
----------Sin embargo, he aquí que, imprevista e inesperadamente, se produce el ya conocido giro brusco, como ya hemos notado en los otros artículos que hemos examinado del economista-teólogo, el proceder bizarro de Bruni, el salto adelante, que de repente se sale con una negación clara de lo que ha dicho hasta ese momento, y, haciéndolo con una tal nonchalance, ¡parece estar diciendo la cosa más natural del mundo!
----------Esta vez el giro sin sentido en el texto de Bruni está dado en su total tergiversación de nada menos que las bien conocidas palabras a la samaritana, donde Nuestro Señor Jesucristo le dice: "el que beba de esta agua tendrá nuevamente sed, pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más volverá a tener sed. El agua que yo le daré se convertirá en él en manantial que brotará hasta la Vida eterna" (Jn 4,13-14).
----------Es evidente que con esas palabras Jesús se refiere a ese saciar la sed definitivamente y totalmente saciante y gratificante en la vida eterna, que ya no necesitará ser repetido, como las bebidas que consumimos aquí abajo, las cuales tienen necesidad de ser continuamente repetidas porque aquí el agua, es decir, la fe, no apaga nunca del todo la sed. Pues bien, ¡horribile dictu!, Bruni trae estas palabras de Nuestro Señor Jesucristo precisamente como ejemplo del error de quien concibe la "fe como el agua que extingue la sed", como si Cristo respaldara la visión de la fe, de la cual Bruni ha hablado al inicio, "como consumo de bienes espirituales, como confort, como plena satisfacción del consumidor religioso".
----------¿Qué debiéramos deducir de este repentino cambio de rostro? Muy simple: que entonces a Bruni no le importa la extinción de la sed, sino la sed misma, ¡fin en sí misma! Bienaventurados no son aquellos que beben el agua de Cristo y son saciados para siempre, sino los que beben sin jamás ser saciados y, por lo tanto, nunca serán saciados! El mismo título de su artículo "la beatitud de la sed" insinúa esta enorme necedad, descomunal estupidez. La cual es una distorsión de las palabras del Señor: "Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados" (Mt 5,6). Debería ser suficientemente evidente que aquí Jesús no proclama beatos a los sedientos, en cuanto sedientos, sino en cuanto serán saciados.
----------Y aquí encontramos un grave defecto en la "teología" de Bruni: situar la beatitud no en la plena consecución del fin, sino en la simple tendencia hacia el fin, no en la perfección sino en la imperfección, tal como él, en un anterior artículo en Avvenire, que ya fue comentado, ha rechazado el ideal de la perfección evangélica, sosteniendo que basta solo con intentar, así como en el último artículo que he criticado exalta la utopía como tensión continua hacia un ideal jamás alcanzado porque es inalcanzable. Ahora bien, todo esto es falsísimo por cuanto respecta a la concepción cristiana del obrar moral en orden a la beatitud.
¿Un dios sediento?
----------A continuación, Bruni cita una extraña expresión, bastante infeliz, del gran escritor francés Leon Bloy [1846-1917]: "Dios sediento de sí". Y aquí, lamentablemente, emerge la morbosa tendencia de Bruni, que ya hemos señalado varias veces en artículos anteriores sobre él, a antropomorfizar a Dios y ponerlo a la par del hombre, sometido al hombre como una especie de pobre y desafortunado compañero de viaje, y paradigma del dicho popular "mal compartido, media alegría", vale decir, un Dios necesitado del hombre como el hombre tiene necesidad de Dios, un Dios que tiene necesidad de ser convertido, de ser corregido, de ser enriquecido, de ser mejorado y esta vez, por cuanto parece, de ser saciado.
----------Bruni, quien trabaja demasiado con la fantasía o la imaginación poética y confunde la teología con la mitología, quizás no se da cuenta de lo absurdo y blasfemo que es imaginar a un Dios que tiene sed, para así pensar en "un agua capaz de saciar la sed de Dios", como si Dios estuviera oprimido por el calor y sudado o como si incluso no pudiera existir sin nosotros o sin que le ofrezcamos un vaso de agua. Creo que ni siquiera un niño normal se tomaría en serio estas estupideces. Un Dios así ya no sería Dios.
----------A menos que lo que Bruni quiera decir, sea que Dios nos ama y desea ser amado por nosotros. Pero para decir eso no necesita insistir demasiado en estas expresiones, porque no nos vamos a creer, como lamentablemente ha dicho Bruni, que nosotros podamos cambiar la esencia de Dios, reducirlo a nuestro nivel, solo para después considerarnos a nosotros mismos como dotados de poder divino para poder influir sobre Él. Las palabras de Nuestro Señor Jesucristo en sus últimos padecimientos redentores sobre la cruz: "Tengo sed" son evidentemente palabras de Jesús hombre que tiene sed de nuestras almas.
----------Podríamos preguntarnos, entonces, qué nexo existe entre el modo con el cual Bruni se imagina a Dios y el modo con el cual Bruni se imagina la beatitud evangélica. Pues bien, la beatitud evangélica consiste, según el improvisado teólogo del Avvenire, en la reciprocidad entre el hombre sediento y un Dios sediento.
----------En los últimos días he tenido ocasión en cinco artículos anteriores de este blog de criticar otros tantos artículos de Bruni en Avvenire, y tras esa tarea no resulta nada difícil comprender qué idea de Dios se ha hecho Bruni. Tras lo examinado en todos esos artículos, aparece ahora claramente que él concibe a Dios de una manera burdamente antropomórfica, en todo digna de un dios pagano, no como Ser infinito, trascendente y perfectísimo, sino como un socio del hombre, al mismo nivel del hombre, en una relación de mutua complementariedad y recíproca ayuda, sin que el uno pueda prescindir del otro. Se complementan entre sí. El hombre no es creado por Dios, sino que es un dios compañero de Dios.
----------Así, en el primer artículo que examinamos, Bruni ha rechazado el concepto de perfección evangélica en nombre del hecho de que tanto Dios como el hombre son imperfectos y la felicidad consiste en la imperfección. En el segundo artículo, Bruni ha rechazado el concepto del sacrificio expiatorio de Cristo en nombre de esta reciprocidad entre Dios y el hombre, reciprocidad que sería ignorada por la idea de un sacrificio expiatorio, que supondría una superioridad de Dios sobre el hombre y un sacrificarse del hombre por Dios, mientras que ellos están a la par, sufren el uno por el otro y están al servicio el uno del otro. En el tercer artículo, Bruni ha sostenido que Dios y el hombre deben convertirse recíprocamente. En el cuarto artículo ha dicho que Dios y el hombre se enriquecen y se mejoran recíprocamente.
----------Y en el artículo que hoy examinamos vemos que si el hombre está sediento de Dios, también Dios está sediento del hombre. Ninguno de los dos, sin embargo, extingue su sed, porque la beatitud no consiste en el ser saciados de la sed para siempre, sino en tener continuamente sed. He objetado que en realidad, como se desprende de la Escritura, la beatitud eterna consiste en no tener ya más sed, mientras que el permanecer sedientos para siempre sin tener esperanza de ser saciados es la condición de frustración propia de la condenación infernal. Por lo cual debo señalar entonces una vez más cómo el método teológico de Bruni es lo que hoy se llama el método "creativo", que consiste en elegir entre los atributos asignados a Dios por la Biblia aquellos que nos gustan, agregando otros atributos de nuestro agrado inventados por nosotros.
Luigino Bruni confunde la condición del beato con la del condenado
----------Se puede decir que el hombre como tal tiene una natural "sed de Dios", inherente a su misma naturaleza, e incluso anterior al ejercicio de su libre albedrío, que le hace tender a Dios voluntariamente, por libre elección. El hombre, entonces, si corresponde a la gracia divina, adquirirá una sed voluntaria de Dios, una sed que él puede saciar obedeciendo los mandamientos y tendiendo a Dios en el amor como a su último fin y sumo bien. En la vida presente el justo bebe a sorbos continuos del agua de la fe, sin poder estar aquí nunca satisfecho, aunque se sepa que esa agua está de por sí hecha para saciarlo para siempre. Pero también sabe que solo en el paraíso del cielo hará una bebida tal como para ser saciado para siempre.
----------El impío, el malvado, por el contrario, en cuanto criatura hecha para encontrar en Dios su beatitud, experimenta también él inevitable y necesariamente sed de Dios, porque para él como para todo hombre, Dios es una necesidad vital e insuprimible, necesidad ínsita por Dios en su misma naturaleza. Por lo tanto, el impío tiene sed de Dios, pero depende de él elegir si saciar su sed en el agua límpida de Dios o en las aguas sucias del mundo, que al final no lo sacian del todo de su sed y de hecho lo infectan. Por tanto, si el malvado no se arrepiente y no trata de saciar su sed con el agua de Dios, se queda con la sed de Dios, pero con una sed insatisfecha, y que él no quiere, por su soberbia, satisfacer.
----------Pues bien, ¿qué hace Bruni? ¡Hace las alabanzas de la sed en sí misma! ¡De la sed insatisfecha, siempre resurgente y jamás extinguida! Esto, según él, sería la beatitud. Pero la sed de Dios también permanece en el condenado. La diferencia con el beato está en el hecho de que mientras el condenado está frustrado en la consecución de Dios como fin último y sumo bien, por lo cual el condenado por una parte no puede no sentir la sed de Dios, pero por otra parte la odia en cuanto que su extinción coincidiría con esa unión de amor final con Dios, que le saciaría su sed, pero que él rechaza. Así también, a Bruni le gusta la sed pero no la extinción de la sed. Bruni concluye su artículo diciéndose a sí mismo: "te espera una vida sedienta y maravillosa". ¿Pero no es esta la vida del condenado? Efectivamente. Y Bruni no parece darse cuenta.
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