Teniendo presentes las conocidas palabras de san Pablo: "Ya que vosotros habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes del cielo donde Cristo está sentado a la derecha de Dios. Tened el pensamiento puesto en las cosas celestiales y no en las de la tierra" (Col 3,1-2), y en el paso del año viejo al año nuevo, propongo una reflexión teológica sobre el recorrido de la vida cristiana: de la tierra al cielo.
La doctrina de san Pablo
----------En su predicación y catequesis, el apóstol san Pablo describe de modo sintético el recorrido salvífico de la vida cristiana de muchos modos: como el pasaje de una condición terrena (1 Cor 15,40) a una condición celestial (2 Cor 5,2), el paso desde una condición carnal a una condición espiritual, también como pasaje del "hombre viejo" (Rm 6,6) a un "hombre nuevo" (Ef 4,24), "nueva creatura" (Gal 6,15; 2 Cor 5,17), como paso de la enemistad con Dios a la amistad, de la sujeción a Satanás y al pecado a la sujeción a Dios y a la justicia, de la escisión interior a la armonía interior, de la enfermedad a la curación, de la ignorancia al conocimiento, de la miseria a la riqueza, de la malicia a la santidad, de una condición de esclavitud a una condición de libertad, de un estado natural a un estado sobrenatural, de la mortalidad a la inmortalidad, de una esclavitud a los elementos y potencias del mundo al dominio sobre lo creado, del contraste hombre-mujer a la reconciliación hombre-mujer, del egoísmo a la sociabilidad, del hijo del hombre al hijo de Dios.
----------El recorrido salvífico de la vida cristiana no es exactamente como el descripto por el bautista John Bunyan [1628-1688] en su famosa novela The Pilgrim's Progress; y mucho menos como el Camino del Loco del que hablan los aficionados al Tarot interpretado en sentido psicológico. Por cierto, tampoco el viaje cristiano hacia la beatitud es como pensaba Platón [427-347a.C], un proceso de desencarnación, un dejar el cuerpo y el sexo, casi "cárcel" del alma, sino una resurrección del cuerpo y del sexo después de una permanencia de duración eviterna del alma separada en el goce de la visión beatífica. Por "cielo", por lo tanto, no se entiende el puro espíritu sin cuerpo, sino el hombre entero, reintegrado o reencarnado, alma y cuerpo.
----------La teología luego, por su parte, a la luz también de los demás datos de la Sagrada Escritura y sobre todo del Nuevo Testamento, ha formalizado posteriormente el pensamiento del Apóstol reconduciéndolo a un esquema de fondo que utiliza el concepto de condición o estado histórico de la naturaleza humana. Ha surgido así la doctrina de los "estados de la naturaleza humana": una serie de etapas, condiciones o situaciones de facto de la naturaleza humana en el desarrollo histórico a partir de la inicial condición edénica, para arribar progresivamente en el tiempo a la condición de plenitud escatológica de la resurrección gloriosa. La naturaleza humana no cambia, no muta, sino que pasa por una serie de condiciones o situaciones o estados que la hacen cumplir una especie de camino circular: salida inicialmente de las manos creadoras de Dios, se desprende de Él con el pecado y retorna a Dios en Nuestro Señor Jesucristo.
----------Por consiguiente, decimos más precisamente que, de acuerdo a las enseñanzas de san Pablo, en el curso de esta vida mortal, el cristiano, gracias a los recursos sobrenaturales de la naturaleza redimida, pasa gradualmente y progresivamente de un estado inicial de naturaleza humana caída, inclinada al pecado y herida por las consecuencias del pecado original, a un estado final, que prevé una perfección (el estado de naturaleza resucitada), superior y supremo, que unirá a la recuperación del estado originario de inocencia edénica precedente al pecado original, un supremo complemento sobrenatural, el de la filiación divina, adquirida con el bautismo (Rm 6,4; Col 2,12.20), por la cual el hombre, aunque se mantenga distinto en varón y mujer, y de hecho habiendo recuperado la unión originaria precedente al pecado, será "como un ángel del cielo" (Mt 22,30), porque la unión hombre-mujer ya no será procreativa, sino sólo expresión del amor.
----------Por cierto, el proceso o recorrido salvífico descripto por san Pablo está bien resumido en las palabras del Prefacio de la Misa para las Santas Vírgenes y los Santos Religiosos: "Tú devuelves al hombre a la santidad de su primer origen y le haces pregustar los dones que le preparas a él en el mundo renovado". Pensando por ejemplo en las relaciones entre hombre y mujer, si en este mundo los peligros que vienen de la concupiscencia recomiendan la separación entre hombre y mujer, en el mundo renovado, en cambio, será posible rehacer esa unión que respondía a la originaria voluntad divina en el estado de inocencia.
----------En este estudio (una serie de tres artículos que publico hoy, mañana y pasado) nos centraremos de modo particular en el pasaje del hombre terreno al hombre celestial y del hombre carnal al hombre espiritual, pero particularmente interesante y característico de Pablo es también el pasaje del hombre viejo al hombre nuevo, del hombre "muerto" a causa del pecado, al hombre que, unido a la muerte de Cristo, revive en la gracia bautismal. Se trata de hacer morir al hombre viejo en el bautismo, para hacer nacer al hombre nuevo de la resurrección: "Haced morir esa parte de vosotros que pertenece a la tierra" (Col 3,5). En la vida del bautizado se extingue gradualmente lo viejo y crece continuamente lo nuevo.
----------A la muerte física que nos espera, lo viejo está muerto del todo y lo nuevo ha terminado de cobrar vida y de crecer, pero ya ha comenzado a vivir desde ahora mismo. Este hombre nuevo, a medida que aparece, se desarrolla y crece, por mucho que pueda parecer arriesgado, escandaloso o imprudente o contrario a la "tradición", no debe ser mortificado, bloqueado u obstaculizado, sino satisfecho, potenciado y liberado sin miedo y sin rémoras conservadoras o de falso ascetismo. "Por medio del bautismo -dice en efecto el Apóstol (Rm 6,5)- fuimos sepultados con Él en la muerte, porque así como Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros podemos caminar en una vida nueva".
----------Según el apóstol san Pablo, aquí abajo, en el estado presente de naturaleza caída, el caso es que permanece todavía la presencia del hombre viejo, y así ocurre que se vuelve más furiosa una lucha de la carne contra el espíritu (Rm 7,14; 8,6-7; 13,14; Gal 5,13,19-21; 2 Cor 1,12; 7,1), por lo cual, a fin de asegurar al espíritu una mayor libertad, son conciliables algunas prácticas ascéticas y la abstinencia de aquello que, como por ejemplo la actividad sexual, puede obstaculizar, frenar o dificultar la ascensión hacia las cosas de arriba y el surgir del hombre nuevo, que para san Pablo es el "hombre espiritual" (1 Cor 2,14).
----------Sin embargo, dado que Dios ha creado al hombre y a la mujer para llenar su soledad (Gén 2,18), una vez agotada la actividad reproductiva propia de la vida presente, y dado que en la vida de los resucitados se dará el triunfo del amor, no se ve por qué en ella no pueda existir la unión del hombre con la mujer.
Las primicias del espíritu
----------Ahora bien, debe tenerse en cuenta que para san Pablo el cristiano es ya un resucitado desde ahora (Col 3,1); resucitado, naturalmente, ante todo interiormente, en sentido espiritual, con el bautismo. "Muerto" (Col 3,3) con Cristo al hombre viejo, es decir, a este mundo, vive con Cristo ya desde ahora en el mundo futuro. Sin embargo, la muerte física aún no ha llegado, por lo cual aún vive en la naturaleza caída, en lucha contra la concupiscencia; por eso el cristiano podrá decir que estará plenamente resucitado sólo en la futura resurrección de los muertos. Pero esto no quita que el nutrirse del cuerpo del Señor resucitado asegure al cristiano casi un dominio pleno sobre su cuerpo, sus sentidos y sus pasiones, lo que ya preanuncia, aunque imperfectamente e incoativamente, las condiciones gloriosas de la resurrección.
----------Para san Pablo, ya en la oscuridad de la vida presente aparecen los primeros destellos de la vida futura, destinados a aumentar cada vez más como el sol que surge en el horizonte, hasta que la noche, con la muerte, habrá desaparecido por completo y brillará el sol en todo su esplendor. Sin embargo, es necesario tener presente que lo que desde ahora podemos disfrutar de la nueva vida nos da solo una pálida idea de la futura, que será mucho más bella de cuanto ahora experimentamos e imaginamos. Ella será muy diferente por el hecho de que ahora no alcanzamos a eliminar de ella por completo los residuos de la actual vida terrena.
----------Las primicias del Espíritu no son una simple pregustación o anticipo de la visión beatífica del alma separada, porque esta condición del alma, aunque sea ya beatífica, no es todavía la condición final, que prevé la reasunción del propio cuerpo en la Parusía de Cristo. Se trata, en cambio, de una pregustación de la resurrección y, por lo tanto, de la nueva tierra, de la nueva carne y del nuevo mundo de los resucitados.
----------Estas primicias del Espíritu, sin embargo, no son distribuídas a todos los creyentes del mismo modo y en la misma medida. Es necesario estar dispuestos a recibirlas y a gustarlas con una vida santa y mortificada, pero no está en nuestro poder obtener estos dones a nuestra voluntad y a nuestra elección. Está en Dios distribuirlos de su incuestionable y misteriosa iniciativa a quien crea, cuándo, cuánto y cómo crea. Estos preciosos y raros dones místicos se refieren sobre todo al misterio de Nuestro Señor Jesucristo crucificado y resucitado. Ciertos dones atañen al primer aspecto, como por ejemplo los estigmas o la participación milagrosa en la pasión de Cristo o el extraordinario sufrimiento, penitencia o austeridad de los santos.
----------Otros dones representan la vida y el poder de Cristo resucitado, como por ejemplo la clarividencia, la visión de las apariciones marianas o de santos, la visión milagrosa de objetos o personas a distancia, la transfiguración, la impasibilidad, la bilocación, la levitación, la lectura de los corazones, la contemplación mística infusa, los raptos, los éxtasis, el don de los milagros, la comunión del hombre con la mujer sin concupiscencia, la fundación de nuevos institutos religiosos, la evangelización de vastas tierras de misión, el poder de suscitar vocaciones, una prodigiosa acción reformadora, una producción teológica de altísima sabiduría.
----------Sin embargo, es necesario aprovechar la nueva vida a medida que se manifiesta esa nueva vida, a medida que se realiza o se hace posible. Es lo que Pablo llama "ocasión" o "momento favorable" (kairòs, 2 Cor 6,2) para salvarse. Es necesario, por así decir y si me permiten la expresión, "aprovechar la pelota cuando te la pasan", sacar provecho de la buena ocasión, porque puede pasar y podemos perderla.
----------Está claro, de todos modos, que en cada momento Dios nos propone de mil maneras los caminos de la salvación. Pero, según san Pablo existen momentos privilegiados, que él llama "primicias del Espíritu" (Rm 8,23) o "arras del Espíritu" (2 Cor 1,22; 5,5), que son momentos en los cuales Dios se hace sentir con sus dones y su gracia, ya sea para confirmarnos en la fe o para darnos una consolación o para hacernos probar una pregustación de la vida futura. Debemos aprovechar entonces la ocasión para una acción de gracias, sin apegarnos, como si fuera nuestro derecho, sino saber esperar pacientemente el momento siguiente, mientras que debemos dedicarnos diligentemente a nuestros deberes cotidianos.
----------Respecto a la condición de la vida futura, es necesario evitar dos peligros: un peligro es el de creer poderla realizar ahora más de cuanto es consentido por las condiciones de miseria de la vida presente, y el otro peligro es el opuesto, de dejarse desanimar o involucrar demasiado por la vida presente, de modo de mostrarnos escépticos acerca de la posibilidad de experimentar las primicias ya desde ahora mismo. El primer error es una "fuga hacia adelante", es decir, la pretensión de adelantar los tiempos, de saber exactamente cómo serán las cosas en el más allá, de querer hacer ahora lo que sólo será posible allá arriba. Lo cual puede conducir a conductas y visiones temerarias, peligrosas, imprudentes y utópicas, para las cuales actualmente no se está en grado ni se tiene la fuerza, por lo que el fracaso es inevitable.
----------El otro error, también muy frecuente, es el de quedarse atrás; es el cerrar la mirada acerca de la vida futura no porque no se crea en ella, sino porque se exagera su aspecto misterioso o se la ubica sólo en el más allá, vale decir, porque nos volvemos demasiado escépticos ante la posibilidad de comenzar a actuarla desde ahora mismo, y por lo tanto con excesiva timidez intelectual se hace pasar por "fe", nos damos por vencidos o no nos interesa saber o indagar, aunque sea con modestia, cómo será esa vida futura.
----------De tal modo, sucede a menudo que no alcanzamos a darnos cuenta de las ocasiones y oportunidades que se nos ofrecen en el presente, y no las aprovechamos para comenzar a actuar desde ahora la vida de los resucitados con Cristo, por lo cual se termina por ser de esos bien conocidos frustrados timoratos, y nos quedamos bloqueados, aplastados y echados sobre el suelo del presente, demasiado intimidados por la consideración de la fragilidad y pecaminosidad de la naturaleza caída y no se alcanza o no se piensa en vivir desde ahora como resucitados, libres, como dice san Pablo, de la "ley", que obviamente no debe ser entendida en el sentido del laxismo y hedonismo luteranos, sino en referencia a aquellas disciplinas, austeridades, renuncias y restricciones caducas y provisorias (Col 2,21), que valen sólo para la vida presente.
----------Para explicarlo con otras palabras, el primer error en la relación con Dios consiste en la concepción inmanentista del creerse constantemente e infaliblemente habitado y guiado por Dios en un continuo contacto directo con Él, como si ya se estuviera en el paraíso del cielo. En el segundo error, en cambio, bajo el pretexto de que Dios es misterio y que no conocemos cuál será nuestra relación con Él en el paraíso del cielo, no nos preocupa profundizar nuestro conocimiento de Dios y nuestra relación con Él, manteniéndonos a un nivel de tibieza moral, de raquitismo intelectual y de estrechez mental, que, al fin de cuentas, denota un prevalente interés o apego a las cosas de aquí abajo respecto a las cosas de arriba.
----------El primer error, considerado en relación a la vida social y a las relaciones con el prójimo, consiste en el ignorar en este ámbito las consecuencias sociales del pecado original, por lo cual se cree poder siempre construir o instaurar con los otros una relación sin problemas, tranquila y pacífica, de mutua confianza, sin defensas o precauciones, en la convicción de que todos los hombres son buenos y están en buena fe. No hay nada más que hacer que dialogar, construir puentes, abrirse al otro, acogerlo y dejarlo libre para hacer lo que quiera, porque solo él sabe cuál es su bien, aunque a nuestros ojos nos pueda parecer mal.
----------En tal errónea visión de la realidad social, se decide prescindir de toda prohibición. Ninguna coerción, ningún uso de la fuerza, ningún castigo, ninguna regulación jurídica, se opta por no condenar y no juzgar a nadie, se interpreta siempre en bien, cualquier cosa que se piense o se haga. Es como si se viviera en las condiciones de una sociedad edénica celestial, fundamentalmente buena e inocente.
----------El error opuesto al anterior, en este ámbito social, consiste en la tendencia, también habitual, a la total desconfianza hacia los demás, y en la propensión a interpretar siempre en mal lo que piensan y hacen los otros, revelando o destacando excesivamente sus defectos, enfatizando la doctrina de la maldad humana consecuente al pecado original, insistiendo demasiado en el papel de la autoridad y sobre las exigencias de la disciplina, con la consecuencia de asumir fácilmente actitudes altivas, arrogantes, duras y de condena, sin misericordia, y favoreciendo en exceso los métodos coercitivos y punitivos.
----------El primer error en la reglamentación de la vida personal y en el dominio de las pasiones, es el de creer que nosotros, ahora "resucitados con Cristo" (Col 3,1), estamos libres del pecado, y que cuerpo, sexo y alma constituyen una armónica unidad; y ya no necesitamos de controles, de frenos, de renuncias, de austeridades, de penitencias, de castigos y correcciones, sino que podemos satisfacer tranquilamente todos nuestros deseos sensibles, sexuales y espirituales en plena libertad y espontaneidad.
----------El error opuesto es el de regular nuestra conducta moral como si ella estuviera confinada en los límites de la vida terrena, sin ninguna perspectiva o pregustación escatológica, como si tuviera que moverse solo en el estado de naturaleza caída con todas las austeridades, las renuncias y los sacrificios que ella requiere.
El punto de partida y el punto de llegada
----------Para el apóstol san Pablo, la vida cristiana es también un pasaje o recorrido salvífico desde "aquí abajo" a "allá arriba" (Col 3,1), desde "este mundo" (1 Cor 7,31) al mundo futuro de la resurrección, del "siglo presente" al "siglo futuro" (Ef 1,21), del estadio del hombre carnal al del hombre espiritual, del hombre esclavo del pecado y de Satanás al hombre que goza de la libertad de los hijos de Dios, movido por el Espíritu Santo; del reino del hombre al reino de Dios, del hombre natural al hijo de Dios, del hombre "natural" (1 Cor 2,14) al hombre "espiritual", del hombre miembro de la sociedad humana al hombre miembro de la Iglesia, del hombre que vive en este mundo o en este siglo, al hombre que vive en el siglo futuro, del hombre "exterior" al hombre "interior" (2 Cor 4,16; Ef 3,16) y del hombre "animal" al "espíritu dador de vida": "se siembran cuerpos puramente naturales y resucitarán cuerpos espirituales. Porque hay un cuerpo puramente natural y hay también un cuerpo espiritual. Esto es lo que dice la Escritura: El primer hombre, Adán, fue creado como un ser viviente; el último Adán, en cambio, es un ser espiritual que da la Vida... El primer hombre procede de la tierra y es terrenal; pero el segundo hombre procede del cielo" (1 Cor 15,44-45.47).
----------Con el ejercicio de las buenas obras y el progreso de la vida de gracia, el espíritu vuelve progresivamente a rencontrar la comunión con Dios rota por el pecado original; vuelve a dominar la carne, después de que la carne se había vuelto rebelde como resultado del pecado original, por lo cual se reconstituye aquella armonía entre espíritu y carne y entre espíritu y sexo, que estaba ya en el plan originario de la creación.
----------Asimismo, el hombre también vuelve a dominar la naturaleza y a estar gradualmente en comunión con el cosmos, después de que como resultado del pecado original la naturaleza se hubiera vuelto ingobernable y hostil. Y finalmente, también la vida social vuelve a ser justa, ordenada y pacífica, sin la necesidad del uso de la fuerza y la coerción, luego de que como resultado del pecado original, la vida social se volviera disgregada en la conflictualidad, en las discordias y en las injusticias, y que podía de alguna manera encontrar justicia, orden y paz sólo al precio de la coacción ejercida por la pública autoridad.
----------Por consiguiente, está claro que el cristiano no rencuentra simplemente la inocencia edénica, no vuelve simplemente al paraíso perdido, sino que se eleva a un nivel de vida superior, que es el de los hijos de Dios, recreados a imagen de Nuestro Señor Jesucristo, los cuales, como dice Él, son "hijos de la resurrección" (Lc 20,36), en compañía de los ángeles, de la Virgen y de los santos, bajo cielos nuevos y tierra nueva, humanidad fraterna, "civilización del amor", como solía decir el papa san Paulo VI, civilización sabia, unida, libre, justa, concorde, pacífica y feliz, señora de lo creado, hombre y mujer en perfecta comunión recíproca.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Comentarios sin debido respeto hacia la Iglesia y las personas, serán eliminados. Se admiten hasta 200 comentarios por artículo.