martes, 21 de diciembre de 2021

En la búsqueda de la comunión eclesial y por la paz en la Iglesia (2/3)

El Santo Padre ha manifestado que el primer objetivo que lo ha movido a emanar su motu proprio Traditionis custodes es continuar "en la búsqueda constante de la comunión eclesial". Más allá del ámbito litúrgico (y de sus aspectos contingentes y mutables), ahondemos, y reflexionemos acerca de las raíces profundas de la actual división en la Iglesia y de los medios para su solución.

No podemos definir "católico" según nuestras propias ideas
   
----------Cualquiera que se defina católico como le parezca o se le ocurra, o por cuenta propia y por derecho propio, incluso con frases y términos aparentemente eruditos y recurriendo a argumentos filosóficos y teológicos y apelando a teólogos populares en ciertos ámbitos o a sedicentes profetas o a periodistas famosos, en contraste con cuanto la Iglesia define como "católico", evidentemente no es un verdadero católico. Nadie puede definir el ser católico de modo subjetivo. Esta es una regla elemental de hermenéutica y de una normal convivencia civil, en todos los órdenes y ambientes de la actividad humana.
----------Así, por ejemplo, si nos referimos a otros campos de la vida humana en sociedad, en el ámbito comercial, una empresa no puede, bajo pena de sanciones legales, llamar por un determinado nombre o por una marca conocida a uno de sus productos, si no es con el permiso de la firma creadora de ese determinado producto. En el ámbito profesional no puedo legítimamente ejercer, por ejemplo, la profesión médica, si no estoy titulado en medicina y debidamente habilitado. Y así sucesivamente en casos similares.
----------Uno de los males que hoy dividen y afligen a la Iglesia es la arrogante pretensión que manifiestan muchos de considerarse a sí mismos católicos, sin contar con la autorización de la Iglesia, en el sentido de no contar con todos los títulos o principios necesarios que a juicio de la Iglesia son necesarios, o bien contando con títulos que deben ser considerados falsos en base a la definición que la Iglesia da del ser católico.
----------Así, el caso es que hoy tenemos una variada fauna de católicos en contraste entre sí en puntos que son esenciales al catolicismo, incluso del mismo cristianismo, hasta el punto de ofender los principios mismos de la razón natural, católicos de ideas confusas, que con pedantería y soberbia se consideran a sí mismos como los verdaderos y únicos católicos, acusando de error en varios sentidos y modos a los católicos normales, que con sencillez y disciplinadamente ponen en práctica, aunque como pobres pecadores, pero al menos haciéndolo ortodoxamente, aquello que la Iglesia define como católico.
----------En cambio, cada uno de los antes mencionados iluminados "genios creativos" establece su ser católico como una especie de fast food, o self service: agrega o quita como le plazca. De tal modo, por ejemplo, hoy existen católicos que personalmente se sienten muy tranquilos en conciencia de poder hacer que su fe cristiana conviva con crímenes atentatorios a la misma razón natural: el aborto, la eutanasia, la deformación del orden natural que conlleva la ideología de género, etc., o bien tenemos católicos marxistas, o católicos comunistas, o católicos liberales que consideran que su fe no tiene porqué ponerle freno o límite a su codicia y sed de dinero, o católicos new age, que tranquilamente creen poder armonizar su fe en Nuestro Señor Jesucristo con creencias animistas o panteístas o espiritistas o reencarnacionistas, o católicos que hacen psicología de regresión a vidas pasadas, o católicos partidarios de filosofías tanto idealistas como materialistas, o bien tenemos católicos masones, o católicos liberacionistas, o católicos modernistas que lucen siempre muy abiertos y tolerantes porque consideran que los dogmas son cosa del pasado y no existen verdades absolutas, o católicos lefebvrianos que se consideran legitimados para elegir cuáles doctrinas aceptar y cuáles no aceptar y que, nostálgicos de un pasado que ya no vuelve, dejan tranquilamente de lado a enteros concilios ecuménicos de la Iglesia y al magisterio del Papa, o católicos ufólogos buscando un contacto alienígena, etc. Todos ellos pensando que nada ni nadie les impide seguir autodenominándose católicos y a la vez sostener sin problemas las más inverosímiles filosofías y creencias contrarias a la fe y a la sana razón.
   
La guerra de todos contra todos: las diversas y legítimas opiniones no pueden romper la unidad
   
----------De ahí nace el bellum omnium contra omnes, confundido por algunos con "pluralismo"; y hay que reconocer que muchos Obispos hacen poco para sanear esta situación y darle solución, al menos en su diócesis. Ocurre que algunos Obispos, confundiendo lo ideal con lo ideológico, no logran ser imparciales, sino que se dejan involucrar en un partido. No nos maravillemos si no llegan a actuar como mediadores o no les importa serlo, y que por eso mismo los contrastes se exasperan. Sin embargo, un Obispo debe ser el Obispo de todos, con claridad y sin dobleces. El mediador de paz no debe apreciar a un partido y despreciar al otro, sino que debe mostrar a todos la parte de bien que hay en cada una de los partidos.
----------Naturalmente, los Obispos unidos al Papa siguen siendo los maestros de la fe, como se manifiesta particularmente en algunos prelados muy celantes y preocupados por ser fieles a su mandato. Por lo tanto, estos apuntes míos no deben ser entendidos como depreciación de la función de los Obispos o incomprensión por su obra, que es obra esencial en la Iglesia, sino tan solo como una simple y sincera exhortación hacia ellos para que correspondan mejor a su mandato de hacedores de verdad y de paz.
----------Es necesario tener en cuenta que la Iglesia siempre ha admitido y siempre admitirá en su interior una pluralidad de opiniones, incluso en contradicción entre sí, a condición de que no rompan la unidad católica. En otras palabras: siempre la Iglesia admitirá en su interior una pluralidad de opiniones en aquello que es todavía opinable. En efecto, la opinión en todos los campos del saber es un fenómeno normal e inevitable del convivium cultural, ya sea por la dificultad de encontrar la verdad y, por lo tanto, por la falibilidad de la razón humana, o ya sea por la legítima diversidad de las preferencias o de los puntos de vista. Pero la Iglesia no puede tolerar la ofensa a los principios universales de la razón y del sentido común, evidentes a todos, así como no puede tolerar la ofensa a las verdades universales de la fe, que garantizan la paz en la Iglesia y en la sociedad y dan fundamento a la misma multiplicidad de las libres opiniones.
----------Si de verdad queremos la paz en la Iglesia, es necesario llamar a todos al respeto por la universalidad de los principios de razón y de fe, oficio y tarea, que es primordial de los Obispos, y en consecuencia encontrar la manera de iniciar útiles tratativas de paz, eliminando esta escandalosa y perturbadora confusión, que surge de la presunción y es fuente de infinitas obstinadas discordias y odiosas polémicas. Hay infinitos modos de ser católico, pero a condición que se conserve la esencia del ser católico, porque cuando en cambio se toca o se niega o se contradice lo esencial, es inútil continuar considerándose católicos.
----------Por lo tanto, la preocupación por la verdad es la preocupación primaria de la Iglesia, y esta preocupación es presupuesto y condición de todos los demás empeños de la Iglesia, hasta los más elevados e importantes, como la liturgia y la obra de la salvación. Ciertamente, la Iglesia no es un instituto de filosofía o de teología; pero ella, como dice el Concilio Vaticano II, es "sacramento universal de salvación". Desde todo punto de vista, la fe es el inicio de la salvación: si falta la fe, falta todo el resto.
----------Por consiguiente, la Iglesia siempre ha sabido, y también hoy sabe, que todo bien viene de la verdad: la justicia, el amor, la libertad, el culto divino, la alegría y, por lo tanto, en última instancia, la paz; y que el hombre encuentra en la verdad, y sobre todo en la visión de Dios, suma Verdad y sumo Bien, su fin último y su bienaventuranza. En tal sentido, la Iglesia es "columna y fundamento de la verdad" (1 Tim 3,15).
----------Por eso, la Iglesia, en su dilatada trayectoria a través de la historia, enfrentando todo género de oposiciones y corriendo muchos riesgos, siempre se ha preocupado por defender a los hombres del error, hasta el punto de asumir en ocasiones tonos y actitudes severas, que podrían dar la impresión de una conducta belicosa e intolerante, en suma, una conducta poco pacífica. Todo eso por defender la verdad.
----------La Iglesia es, indudablemente, la ciudad de la paz. Lo cual viene, por otra parte, simbolizado por la voz Jerusalén, nombre que precisamente significa "ciudad de la paz" (םילשורי, Jerushalaim, por la raíz de ל ם, paz). De esta manera, la Iglesia siempre ha aceptado, por amor a la verdad, afrontar cruentas e incruentas batallas, sufrir agravios, sufrimientos, injusticias, persecuciones, incluso asaltos bélicos.
----------Para no condescender a compromisos con el error contra Cristo Verdad, la Iglesia ha aceptado perder a sus hijos y en muchos casos se ha visto reducida, aunque con dolor, a excomulgar a muchos, para que fuera claro que pertenece a la Iglesia sólo quien ama la verdad. La Iglesia ama la paz, pero no a cualquier precio; la Iglesia ama la paz, pero no aquella paz basada sobre el equívoco, la paz que tolera el error y la injusticia. Para la Iglesia, la primera justicia es el débito y deber que siente por anunciar el Evangelio.
----------De su deber para con la verdad se derivan luego todas sus otras formas de justicia. Pero para la Iglesia la primera justicia es la deuda que tiene con la verdad, sabiendo siempre que del cumplimiento de este débito vienen a los hombres todos los bienes. Porque, a la inversa, todo mal viene de la falsedad, ya que todo bien viene de la verdad. No hay paz sin la verdad. Si se lucha por la verdad, esto también es espíritu de paz, porque la paz, don de Cristo, es también efecto de la victoria sobre los enemigos de la paz. Combatir por la paz es ya ser de esos "felices pacíficos" que se mencionan en las bienaventuranzas del Evangelio.
----------Pero más allá de su sacrosanto deber de justicia de anunciar la verdad del Evangelio y defender la verdad contra todo tipo de error, la Iglesia, Esposa de Cristo, anuncia la verdad por amor al Esposo y por amor a los hombres, siempre empeñada, en este ámbito como en todos los ámbitos del pensar y del obrar humano, en una obra que es de conciliación y de paz, resolviendo las cuestiones, componiendo las controversias, planteando acuerdos entre los litigantes, sabiendo bien lo imposible que es una serena vida eclesial, si las almas no están concordes en la verdad, al menos en las cuestiones vitales y de común interés, porque para todo lo demás la Iglesia admite una gran cantidad y variedad de opiniones diferentes, incluso opiniones contrarias entre sí, siempre que no atenten contra los principios comunes de fe de la vida eclesial.
----------Pues bien, hoy, en mi opinión, estamos todavía frente a una gran cuestión que toca la verdad, pero que, involucrando la vida de la Iglesia, divide profundamente los ánimos, de modo que ahora es necesario hacer todo lo posible y con todos los medios a disposición, para buscar y encontrar una solución que pueda conducir a la reconciliación de las partes adversas, haciendo leva sobre esas fuerzas sanas de la Iglesia, todavía abundantes hoy, que han logrado, pese a todo, mantenerse a salvo y fuera del contraste.
----------Aunque en el curso de su historia la Iglesia frecuentemente ha sido probada por fuerzas disgregadoras, que de diversos modos la han herido y la han perturbado, ella, gracias a la asistencia del Espíritu Santo, a la guía de los buenos pastores y al ejemplo y obra de los santos, mantiene siempre una sustancial e inquebrantable unidad, que en cualquier caso le asegura la paz incluso en las situaciones más terribles, y que constituye esa luz y esa fuerza que permiten a los constructores de paz el contribuir en ocasiones de manera maravillosa a la solución de los conflictos y a la pacificación de las almas bajo la guía del Vicario de Cristo y Sucesor de san Pedro, el Papa, a quien le compete la misión suprema de custodiar y defender la unidad de la Iglesia contra las tentaciones y las seducciones del diàbolos, el Divisor.
----------La Iglesia, más allá de las tempestades que pueden trastornarla o de las divisiones internas que pueden afligirla, conserva siempre un núcleo íntimo de fieles perfectamente unidos y en paz entre ellos y con el Romano Pontífice, sobre todo los buenos pastores y los santos unidos a la Iglesia celestial, depositarios especiales de la fuerza, de la luz y de la paz, de las cuales, por tanto, como de buenos médicos, puedan partir las iniciativas y las fuerzas sanadoras del mal, constructoras de la paz y de la justicia.
----------De esta manera, cesan paulatinamente los contrastes y vienen a menos los litigios; pero esta fuerza de paz nunca falla, porque pertenece a la esencia incorruptible de la Iglesia. Es un manantial fuente de agua viva que brota hacia la vida eterna. Es en estas fuerzas en las que debemos tener esperanza; es en ellas que debemos contar para toda forma de recuperación y de ascenso desde el abismo.

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