viernes, 3 de diciembre de 2021

Las relaciones entre la herejía y la excomunión: una cuestión acerca de enfermedades espirituales y de sus remedios (1/3)

¿Qué relación existe entre la excomunión y la herejía? ¿Puede considerarse la excomunión un remedio a la herejía? ¿Es infalible o no la autoridad magisterial de la Iglesia al individuar una herejía? ¿Es infalible o no la autoridad disciplinar de la Iglesia al declarar una excomunión? ¿El hecho de que la excomunión hoy haya devenido una rara medida en la vida de la Iglesia, eso quiere decir que ya no existen las herejías en la Iglesia? Estas y otras preguntas intentaremos responder en esta serie de tres notas.

Quien os predique un Evangelio distinto que sea expulsado
   
----------San Pablo Apóstol amonesta a sus discípulos cristianos de la región de Galacia, provincia romana del Asia Menor, y les dice al inicio mismo de su epístola: "Si alguien os predica un Evangelio distinto al que vosotros habeís recibido, ¡sea anatema!" (Gál 1,9), vale decir "que sea expulsado".
----------Hablando en sentido general, en cualquier tipo de comunidad, quien la preside tiene el poder y el deber de proteger a la misma comunidad con oportunas intervenciones correctivas o coercitivas dirigidas a aquellos miembros que le causen disturbios o pongan en peligro su buen orden y su paz. Este principio de justicia es válido también para la Iglesia, como recita el Código de Derecho Canónico: "La Iglesia tiene derecho originario y propio a castigar con sanciones penales a los fieles que delinquen" (can.1311).
----------Desde los primerísimos tiempos de la Iglesia, los Apóstoles, retomando la tradición de la sinagoga, que expulsaba a los indisciplinados, a los rebeldes y a los apóstatas, ejercieron el poder judicial contra los delitos graves, como testimonia el episodio de Ananías y Safira (Hch 5,1-11). Así también, san Pablo expulsa de la comunidad al incestuoso (1 Cor 5,1-5). Para condenar a los errantes, el mismo san Pablo utiliza un término griego: anàthema, correspondiente al hebreo chèrem, que significa "maldito" y por lo tanto "excomulgado". Así él advierte: "Si alguien no ama al Señor, ¡sea anatema!" (1 Cor 16,22), "sea maldito" traducen correctamente otras versiones. Y como ya hemos recordado, a los gálatas: "si alguien os predica un Evangelio distinto al que vosotros habeís recibido, ¡sea anatema!" (Gál 1,9). El mismo Nuestro Señor Jesucristo lanza maldiciones varias veces. Y de hecho, desde los primeros siglos los Concilios han declarado anàthema, es decir, excomulgados, a quienes sostienen los errores que precisamente son condenados en los Concilios.
----------Santo Tomás de Aquino nos explica el origen del concepto de anàthema y, por tanto, de excomunión, cuando dice: "anàthema es voz griega compuesta de anà, que significa 'arriba' y thesis, que significa 'posición', para así llamar 'anatema' 'lo-que-está-puesto-arriba', porque cuando algo que no estaba destinado a ser utilizado por los hombres era capturado como presa, se lo dejaba suspendido en el templo, por lo que hasta el día de hoy ha prevalecido la costumbre de que aquellas cosas que se separan del uso común de los hombres, se llamaran 'anatemi', como vemos en el Libro del Génesis: 'Sea esta ciudad anatema (chérem, dada al exterminio) y todo lo que se encuentra en ella sea consagrado al Señor' (Jos 6,17)" (tomado del Comentario a las Cartas de san Pablo, c.9, 3, lect.I, n.739, Ed. Marietti,Torino-Roma 1953, p.134).
----------De ahí proviene que, en los Concilios Ecuménicos, se fije la muy utilizada fórmula anàthema sit, que aparecerá por última vez en el Concilio Vaticano I, mientras que está ausente en el Concilio Vaticano II, lo que claramente no significa que este Concilio no condene los errores, sosteniendo los cuales se incurre en la excomunión. La actual excomunión es lo que la Iglesia en el pasado ha llamado anatema, o sea maldición: un veredicto que condena un error o a un errante, pronunciado por la autoridad con la imposición de una pena y la expulsión o alejamiento del disidente o del criminal de la comunidad.
   
El sentido de la excomunión o anatema en cuanto maldición
   
----------"Maldecir" en este contexto bíblico significa "decir-mal", pero no en el sentido de la maledicencia, sino en el sentido de declarar en juicio que alguien ha difamado o hecho daño y por lo tanto merece ser castigado, merece un mal de pena, un sufrimiento. En tal sentido, la Sagrada Escritura dice que Dios maldice a los malvados y que Cristo en el Juicio Universal aleja de sí a los réprobos (Mt 25,41).
----------La maldición puede afectar a la acción mala, pero también puede afectar a la persona que ha cometido la acción mala. Es cierto que tanto el Evangelio ("bendecid a los que os maldicen", Lc 6,28), como san Pablo, recomiendan no maldecir ("bendecid y no maldigáis nunca", Rom 12,14). Pero estas recomendaciones de Nuestro Señor Jesucristo y de san Pablo deben ser correctamente interpretadas: estas prohibiciones afectan a quien maldice a los inocentes, así como está prohibido matar al inocente, pero no está prohibido matar al criminal. De lo contrario, la Iglesia no habría anatematizado a los herejes y cismáticos durante siglos y milenios. Y si hoy ya no escuchamos ni leemos a los Papas maldecir a los herejes, no podemos ignorar que tan solo muy recientemente la Iglesia ha abandonado este lenguaje, que ella ha utilizado tranquilamente y correctamente durante muchísimo tiempo, pero que hoy, en el actual clima de ecumenismo y de diálogo inter-religioso o con los no-creyentes, efectivamente nos pondría en un serio embarazo.
----------De hecho, en la mentalidad actual, hoy nos parece que el maldecir sea suscitado por el odio: la impresión común en nuestras sociedades es que sólo puede maldecir aquel que está movido por el odio a los demás. Pero esto no es necesariamente así. Entendido en el sentido jurídico, se trata de un acto de justicia. Y si la palabra anàthema sit (sea maldito) ha sido abandonada por el actual Magisterio de la Iglesia, sin embargo aún permanece en el Derecho Canónico el término equivalente de excomunión, que significa lo mismo.
   
La unidad en la Iglesia supone la fe común, por ende, el hereje merece ser excomulgado
   
----------Ahora bien, la comunión eclesial, la unidad, la paz, la caridad recíproca y la concordia en la Iglesia, nacen de la común aceptación  por parte de todos los fieles de las mismas verdades de fe y de la misma disciplina enseñada por el Magisterio de la Iglesia bajo la guía del Romano Pontífice. Vale decir: la unidad entre los fieles en la Iglesia nace de la confesión de una misma fe, y esto debe ser recordado con más necesidad que nunca hoy, en tiempos en que el Santo Padre ha dado directivas a la Iglesia universal para reflexionar sobre la sinodalidad eclesial, en preparación para el próximo Sínodo del año 2023.
----------Como la sinodalidad tiene por base la unidad de fe, entonces se entiende que el hereje merece ser excomulgadoLa Iglesia es una comunidad unida, coordinada y concorde en el amor recíproco por el Espíritu Santo, el cual sostiene al Papa en el deber y la tarea de fundar la comunión fraterna y con Dios sobre la verdad de la Palabra de Dios aceptada por todos. Sin embargo, sabemos que, con el permiso de Dios, en el interior de la Iglesia terrena, trabaja el Demonio, con su séquito de "hijos del diablo" (1 Jn 3,10). Esto hace que en la Iglesia nazcan y se difundan herejías, por lo cual la autoridad eclesiástica está obligada a intervenir para advertir a los fieles y detener la propagación del error. Esto ha sucedido, por ejemplo, con el fenómeno del modernismo en la época del papa san Pío X [1903-1914] y algunos teólogos, como por ejemplo Ernesto Buonaiuti [1881-1946], Alfred Loisy [1857-1940], George Tyrrell [1861-1909], Romolo Murri [1870-1944] y otros.
----------En efecto, sucede cada tanto que el Demonio persuade e impulsa astutamente y pérfidamente a algunos hermanos imprudentes, ambiciosos e incautos (según san Juan "los hijos del demonio", 1 Jn 3,10), que pueden ser incluso pastores, a falsear el concepto de Iglesia y a trabajar para dividirla, profanarla y destruirla, actuando en modo hipócrita, insidioso y encubierto, con vanos y engañosos pretextos, ya sea proyectos de reforma, ya sea proyectos de conservación, para no hacerse descubrir, y así seducir más fácilmente.
----------Estos falsos católicos, seducidos por Satanás por permisión divina, revelan abiertamente sus planes perversos y subversivos, por ejemplo masónicos o ateos, solo a aquellos atontados, aturdidos o desgraciados que, después de haberlos tranquilizado o adormecido por completo, tal vez con mezquinas adulaciones o chispeantes promesas, saben que ahora los tienen como aliados o en un puño en la obra satánica emprendida, mientras mantienen el secreto o saben disfrazarse bien ante los verdaderos fieles. En este sentido, el Derecho Canónico pone en guardia contra las "asociaciones que conspiran contra la Iglesia" (can.1374).
----------Después de haber tejido sus tramas y conspiraciones, los herejes y los cismáticos emergen en cierto momento imprevistamente de las tinieblas y golpean por sorpresa, como dice el Salmo: "Afilan su lengua como espada, lanzan como flechas palabras amargas para herir furtivamente al inocente; lo golpean por sorpresa y no tienen temor. Se obstinan en hacer el mal; se ponen de acuerdo para esconder trampas" (Sal 64,3-6). "El miserable sucumbe al orgullo del impío y cae en las insidias tramadas" (Sal 9,23).
----------Puede tratarse en ocasiones de grupos de poder y de presión ocultos en el interior de la Iglesia, quizás en sus mismos vértices jerárquicos, y dentro de aquel mismo grupo de los obispos o de los cardenales que aparentemente lucen ser los más respetuosos de la autoridad pontificia. Sin embargo, para el ojo experto, como para el de un buen médico, bastan pocos signos o síntomas para vislumbrar y diagnosticar la podredumbre que se esconde bajo la bella apariencia, como esos sepulcros blanqueados de los cuales habla el Señor ("¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que parecéis sepulcros blanqueados: hermosos por fuera, pero por dentro llenos de huesos de muertos y de podredumbre!", Mt 23,27).
----------Se trata de ese "enemigo" del cual habla el Evangelio ("mientras todos dormían vino el enemigo, sembró cizaña en medio del trigo y se fue... ¿Cómo es que ahora hay cizaña en el campo?... Esto lo ha hecho algún enemigo...", Mt ​​13,25-36). Se trata del "enemigo", a la vez hereje y cismático, que secretamente ha sembrado cizaña en el campo de trigo. Al respecto, Nuestro Señor Jesucristo recomienda dejar crecer juntos el trigo y la mala hierba, por temor que, al quitar esta, venga también quitado el trigo. Se debe esperar, dice Él, el día del Señor, cuando Él, al revelar los secretos del corazón, hará justicia.
----------Ahora bien, está claro que aquí Nuestro Señor se refiere al juicio divino en el fin del mundo, juicio definitivo e inapelable, que fija el destino último de todos nosotros. Pero esto no impide en absoluto que Jesús confíe un poder judicial a los pastores de la Iglesia, in primis a Pedro, cuando le ordena apacentar a sus ovejas. También está claro que este poder, limitado y falible, hace referencia solo al foro externo y no pretende escrutar lo íntimo de las conciencias, que solo Dios conoce. Sin embargo, a este poder, funcional al mantenimiento del buen orden de la paz en la Iglesia, es asignado por Cristo el derecho y el deber de fijar para todos las condiciones y los grados de pertenencia a la Iglesia, para lo cual no está prohibido, en las debidas circunstancias y por motivos válidos, excluir de la comunión eclesial (he aquí la excomunión) a quienes se hacen indignos por sus falsas ideas o por su mala conducta.

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