lunes, 20 de diciembre de 2021

En la búsqueda de la comunión eclesial y por la paz en la Iglesia (1/3)

En estos días previos a la Navidad, una reflexión teológica por la paz en la Iglesia, por "la búsqueda constante de la comunión eclesial", como ha dicho el Santo Padre recientemente, identificando así el objetivo prioritario de su motu proprio Traditionis custodes. Por lo extenso de este artículo lo divido en varias partes.

El significado y el origen de la paz en una sociedad
   
----------La paz en una sociedad nace de la concordia, vale decir, de la coherente y ordenada convergencia de sus miembros, cada uno dedicado a su propio deber, hacia un único fin de justicia. En tal modo, nace entre los miembros de la sociedad, una tal armonía y una tal unión, que se puede decir que en cierto modo devienen una sola cosa, formando así la unidad del cuerpo social.
----------Sin embargo, esta unidad de la sociedad no es la unidad de una sola sustancia, como sería la unidad de una sola persona o de un animal o de una planta, en los cuales los diversos elementos componentes o las diversas partes no tienen subsistencia sino formando parte del todo. Sino que la unidad del cuerpo social es la unidad de varios sujetos unidos entre sí pero que al mismo tiempo subsisten cada uno por cuenta propia, aún cuando no puedan existir aislados los unos de los otros.
----------Cada miembro, ocupando en la sociedad el puesto y el rango que le corresponde, está obligado a relacionarse con los demás observando las normas de la justicia y del ordenado común bien vivir en el respeto de la constitución jurídica y moral de la sociedad. Nace así entre los miembros una red de relaciones recíprocas, por las cuales completan el actuar de los demás y se ayudan mutuamente en sus necesidades.
----------Pero el individuo no es parte de la sociedad ni es funcional a la sociedad del mismo modo en que un accidente es parte de una sustancia o es un órgano de una sustancia, por ejemplo la mano o el pie, sino como un sujeto que concurre con los otros sujetos a la formación de un conjunto unido y concorde en el perseguimiento de un único fin o bien común. Y tal conjunto es precisamente la sociedad, la cual, en estas condiciones, es una sociedad justa, ordenada, concorde y, por tanto, pacífica.
----------Ciertamente cada individuo es parte de la sociedad, y como tal debe poner sus capacidades al servicio de los demás y del bien común; sin embargo, los individuos no se distinguen entre sí como se distinguenn las partes de una única sustancia o de un único sujeto, sino como sujetos diferentes, todos concurrentes libremente y responsablemente al bien de la sociedad, la cual no es una sustancia, sino que es un conjunto de personas entre sí unidas por el perseguimiento del fin de la sociedad misma.
----------Por lo tanto, el individuo no se resuelve y no tiene sentido sólo en su relacionarse con los otros y con el conjunto social, sino preliminarmente, originariamente, independientemente, absolutamente, antes y por encima de la relación social, por su esencia tiene un ordenamiento potencial al sumo Bien, que es Dios, bien común de la sociedad y de todo el universo, ordenamiento que le corresponde al individuo poner en práctica con la buena voluntad, en el respeto de las leyes divinas y de su correcto empeño social.
----------Sin embargo, también hay que tener en cuenta el hecho de que la inclinación al mal, que es propia e inherente a la naturaleza humana caída, hace que la paz en la sociedad sea siempre una ardua conquista, permanentemente precaria e imperfecta, sujeta continuamente a ser puesta en peligro o bien hostigada por los enemigos de la paz, espíritus inquietos, rebeldes, egoístas, fascinerosos, malvados, envidiosos o prepotentes, los cuales frecuentemente esparcen errores de diversa índole acerca del hombre, o acerca de la sociedad, o acerca de la moral o sobre Dios, crean desencuentros, facciones, discordias, divisiones, conflictos, tal vez con el pretexto del pluralismo, de la diversidad o de la libertad.
----------Por ello, en la sociedad es necesario un principio de concordia, de unidad y de cohesión, y, por tanto, principio de paz: ese principio es la autoridad social, la cabeza, el príncipe, el presidente o como se prefiera llamarlo, el cual tiene por lo tanto como oficio principal el de indicar los caminos y las condiciones de la paz, tiene el deber y debe tener el poder de promover, custodiar, garantizar, la verdadera paz en la justicia, que debe ir de la mano con la concordia y la unidad en la sociedad por él guiada.
----------Dado que el bien de la sociedad nace de la unión de los miembros en torno a la unidad de lo esencial y de lo universal, es decir, en torno de la unidad del fin común estatutario, que se actúa en la pluralidad y diversidad de las partes individuales o componentes, hasta las personas individuales, cada una con sus propias habilidades y capacidades, es también competencia de la autoridad, por un lado, garantizar esta unidad en la diversidad, sin aplanar todo en una gris unidad que solo sería aparente y sofocaría la libertad, pero por otro lado también esa competencia radica en el reconocer y proteger las legítimas diversidades vinculándolas a todas en la común unidad, a fin de evitar la dispersión, la desorganización y el individualismo, que son fuentes de conflictos y de divisiones, bajo el pretexto del pluralismo y de la libertad.
----------En base a las consideraciones anteriormente señaladas, relativas a la maldad o debilidad del hombre inherentes a su naturaleza caída, la autoridad no puede limitarse a indicar los objetivos comunes proporcionando las ayudas necesarias y refutando los puntos de vista erróneos, sino que, con coraje y fortaleza, movida por un verdadero sentido de la justicia, debe saber hacer frente, si es necesario y si llega el caso, incluso con la fuerza, a los enemigos de la paz y vencerlos o al menos mantenerlos a raya, para que no trastornen el orden social, no hagan triunfar la injusticia y no destruyan el bien común.
----------La autoridad debe también resolver los contrastes o conflictos que inevitablemente surgen entre los miembros de la sociedad, favorecer entre ellos un leal y constructivo encuentro, llamando por un lado a todos a respetar el bien y los valores comunes, pero por otro lado también legitimando aquellas diversidades que no rompen la unidad, sino que por el contrario son una manifestación diversificada de ella misma.
----------Todas las anteriores consideraciones valen también para ser aplicadas a la naturaleza de la Iglesia en su aspecto humano y terreno. Pero es necesario recordar siempre que la esencia más propia y más característica de la Iglesia católica se plantea en un plano de realidad sobrenatural, que es mucho más elevado que el plano natural de las simples sociedades humanas, civiles, estatales o políticas.
----------La esencia propia de la Iglesia es un dato de la divina Revelación, es un dato de fe y es aquello que la Iglesia dice de sí misma, como por ejemplo en el reciente Concilio Vaticano II. Retomando y desarrollando la Tradición, el Concilio muestra con claridad cómo la Iglesia se fija un fin que encuadra más en el ámbito de la verdad y de la gracia (Jn 1,14), que de la justicia, que es ámbito más propio del Estado.
----------El fin o propósito de la Iglesia es el mismo fin o propósito de Nuestro Señor Jesucristo: "dar testimonio de la verdad" (Jn 18,37). La Iglesia, como enseña Cristo mismo, tiene la misión y tarea de guiar a la humanidad al conocimiento del Misterio trinitario (Jn 17, 3.17.19.24). Por eso el Concilio Vaticano II dice que el Espíritu Santo "guía a la Iglesia hacia toda la verdad" (Lumen Gentium, n.4). La salvación es ciertamente también esencial a la Iglesia, pero es funcional al fin último, que es la visión de Dios.
----------En base a la diversidad del fin, es diferente el gobierno del Estado al gobierno de la Iglesia. No cabe duda de que el Estado debe ocuparse de la promoción de la ciencia y de la cultura; pero su tarea más inmediata es la de gobernar la conducta externa social de los ciudadanos, ciertamente no todos inclinados a la virtud; por lo cual, sin por ello descuidar los derechos de los individuos, mediante el poder judicial el Estado está sobre todo empeñado en mantener el orden público y asegurar la justicia social.
----------La Iglesia, en cambio, apunta a conducir al hombre a esa forma suprema de saber que es la fe; la Iglesia ejerce un poder espiritual que libera a los hombres del pecado y, mediante los sacramentos, los conduce al reino de los cielos. Por lo tanto, la Iglesia se dirige ante todo a las conciencias, sin que por ello esté dispensada de organizar pastoral y jurídicamente la estructura eclesial ni le falte el poder coercitivo, aunque éste tiene como objetivo la protección del bien común eclesial y el castigar a los delincuentes.
----------A Dios, creador y legislador providente de todas las cosas, y por lo tanto también del hombre, de la sociedad y de la Iglesia, le compete la autoridad suprema sobre todo. Como todo proviene de Él, así también todo conduce a Él. A él, por tanto, en última instancia, le compete guiar a la sociedad y a la Iglesia a su fin. Él es por lo tanto fuente y garante principal de toda autoridad tanto en la sociedad como en la Iglesia; pero con una notable diferencia, dada por el hecho de que el hombre, como individuo y como colectividad, se dirige a la consecución de su fin último, Dios, de dos modalidades distintas, según se trate del actuar natural fundado en la razón práctica y en la justicia o del actuar sobrenatural, fundado en la fe y en la caridad.
   
El debate actual entre progresistas y tradicionalistas: ¿Qué significa ser católico?
   
----------La persona humana, considerada ya sea como individuo ya sea como colectividad, creada a imagen de Dios, es apta para gobernarse a sí misma según la razón en vista del bien propio y del bien común y, en cuanto creyente, es guiada por la fe al reino de Dios.
----------Tanto en la sociedad política como en la Iglesia existe una iniciativa que viene desde abajo, una iniciativa popular, ya se trate de grupos o de individuos, que se hacen intérpretes de las exigencias o necesidades de la gente en relación a la justicia social y económica; pero con esta notable diferencia: que mientras en la sociedad civil es el pueblo mismo el que forma su propio gobierno, eligiendo a la clase política, la cual tiene precisamente, por delegación popular, la tarea de gobernar, de modo que, si los gobernantes no satisfacen las necesidades de la gente, el pueblo siempre puede destituirlos, en la Iglesia, en cambio, el pueblo fiel puede, claro que sí, tener iniciativas aptas para mejorar las costumbres, o para satisfacer necesidades materiales y espirituales, o para reformar la Iglesia, como ocurre por ejemplo en los institutos religiosos, pero no tiene parte en el gobierno de la Iglesia, que Nuestro Señor Jesucristo ha confiado exclusivamente a los apóstoles y a sus sucesores: "El que a vosotros escucha, a mí me escucha" (Lc 10,16).
----------Los laicos y los religiosos no prelados pueden concurrir o participar en la formación del clero, pueden avanzar o proponer instancias o peticiones a los pastores, pueden sugerir soluciones o exponer problemas y dificultades, pueden formular propuestas, pueden participar en el apostolado jerárquico, participar en la elección del pastor, expresar sus opiniones al respecto, ejercer la guía espiritual. Pero la decisión última acerca de la guía de la Iglesia, de la dirección pastoral o de gobierno que se debe tomar, y en lo referido a la elección de los sagrados ministros, compete solo a los pastores por encargo de Cristo.
----------La comunidad civil, por lo tanto, por su parte, posee, por naturaleza, la actitud, el derecho y el deber del autogobierno con miras a la consecución del bien común político. Por eso, el jefe del gobierno, si bien tiene el derecho y el deber de orientar al pueblo en la práctica del bien de la sociedad y del Estado, es representante del pueblo; es, como decía santo Tomás de Aquino, vicem gerens multitudinis.
----------No es así en la Iglesia. Nuestro Señor Jesucristo, dirigiéndose a los apóstoles, dijo: "No sois vosotros quienes me elegisteis a mí, sino yo el que os elegí a vosotros" (Jn 15,16). Y esto es lógico, considerando el hecho de que el fin de la Iglesia no es un simple ideal humano, sino que es una meta divina revelada por Jesucristo, por lo cual, si también es cierto en el campo civil que la autoridad desciende de Dios, esto vale mucho más y se manifiesta mucho más claro en el caso de la autoridad eclesiástica.
----------La gran discusión de hoy, el gran litigio que causa división intraeclesial, es sobre qué significa ser católico y, por lo tanto, sobre cuáles son los principios teóricos y prácticos suficientes para ser católico. Esto parece estar ligado, además, a la cuestión de la pertenencia a la Iglesia, y se trata evidentemente de la Iglesia católica; por lo cual, el discurso se amplía a la cuestión de cuál es la esencia de la Iglesia.
----------Pero existe también, sobre todo en el ámbito progresista filo-modernista (¡ni hablar en el campo explícita y conscientemente modernista!), habituado a un lenguaje equívoco de conveniencia, quienes se inclinan al desprecio contra aquellos católicos que están preocupados por fijar teológicamente la esencia precisa de la identidad católica, excepto para ofenderse si se les acusa de no ser católicos.
----------Estos católicos que, como dije, están preocupados por clarificar los términos de la identidad católica, son juzgados despectivamente por los progresistas filo-modernistas como gente infectada por la rigidez y estrechez de ideas, todavía apegados a una mentalidad inquisitorial y quisquillosa, incapaces de apreciar la riqueza diversificada del ecumenismo, que, según dicen, no se detendría en distinciones secundarias y excluyentes y prestaría sólo atención al hecho esencial de ser todos cristianos.
----------Para los progresistas filo-modernistas, el estar con el Papa de Roma o el estar con Lutero no afecta la sustancial fraternidad cristiana, de forma parecida a como no la rompe el ser dominico o el ser franciscano, sino que es sólo signo de respeto por el otro y por el diferente. De modo similar a como a ningún dominico se le ocurriría exhortar a un franciscano a hacerse dominico, en nombre de la salvación, y viceversa, así, para los progresistas filo-modernistas, el ecumenismo consistiría en el apreciar la diversidad del no-católico, renunciando a cualquier crítica, llamamiento o intento de convertirlo al catolicismo.
----------Para los progresistas filo-modernistas (¡con más razón para los modernistas, explícitos y conscientes de serlo!), el ser católico o no católico no es cuestión de verdad o de herejía, sino simplemente de diferentes opciones en el ámbito de la única fe cristiana. En efecto, ellos ni siquiera hablan de una única fe, sino de muchas "fes", así como en el campo político se habla de una multiplicidad de opiniones.
----------Al contrario, para los tradicionalistas filo-lefebvrianos (¡con mucha más razón, por supuesto, para los lefebvrianos!) el ser católico no conlleva esa amplitud de ideas que nos mantiene abiertos a toda verdad y a toda persona de buena voluntad (quidquid verum dicatur -decía ya san Ambrosio- a quocumque dicatur, a Spiritu Sancto est), y ello ha devenido una especie de fijación para ellos. Están cerrados en su ser católicos como los habitantes de una fortaleza sitiada por todos lados. Del diálogo con no-católicos, o con no-cristianos, o con no-creyentes, o de la libertad religiosa, ¡ni siquiera hablar de ello!
----------El diálogo ecuménico o la libertad religiosa, según los tradicionalistas filo-lefebvrianos, es una de las herejías del Concilio Vaticano II. Su catolicismo, aún con muchos buenos aspectos, solo llega sin embargo hasta Pío XII y no más allá. Según ellos, posteriormente, la Iglesia cede a la "modernidad", y ellos no hacen ninguna distinción entre lo que en lo moderno es aceptable y lo que se debe rechazar. Para ellos: todo es "modernismo", o todo es "progresismo" (identificando uno y otro calificativo rechazable).
----------El caso es que, más allá de los modernistas explícitos (virtualmente cismáticos aunque manteniéndose en la Iglesia, incluso algunos de ellos hoy en altos puestos de poder) y más allá de los lefebvrianos en sus diversas denominaciones (formalmente cismáticos, tal como los luteranos o como los ortodoxos orientales, aunque en diversos grado de comunión con la Iglesia católica), existen estas dos tendencias que, para generalizar (aunque habría que hacer muchos y detallados matices) he denominado progresistas filo-modernistas y tradicionalistas filo-lefebvrianos. Dos corrientes que, en el interior de la Iglesia, actualmente están ferozmente enfrentadas la una contra la otra, pues cada una de ellas afirma tener el monopolio del ser católico. De ahí que hoy haya católicos idealistas, o católicos panteístas, o católicos hegelianos, o católicos masones, o católicos liberacionistas, o católicos comunistas, o católicos modernistas, o católicos lefebvrianos, o católicos ufólogos, etc., y todos pensando que no existe ninguna dificultad para mantener unidos a los dos términos de su denominación, cuando sabemos que tal cosa no es posible, con solo considerar la esencia de la Iglesia católica.
----------Recientemente, un conocido publicista sedicente católico ha escrito que "Bergoglio no es católico", pero no es el único que lo ha afirmado. O sea que: hay fieles católicos que se atribuyen el derecho a decidir incluso que el Romano Pontífice de la Iglesia católica... ¡no es católico!... Pues bien, ¡ahora estamos a la espera de los católicos islámicos! Tenga por seguro el lector que falta poco para que alguno lo afirme.
----------Por el contrario, las categorías de "progresista" y "tradicionalista", si son rectamente entendidas, no afectan para nada el ser católicos, sino que lo determinan mejor, un poco como cuando decimos "argentino del norte" o "argentino del sur": siempre se trata de argentino. Como el lector sabe, al inicio de la andadura de este blog me he esforzado por enseñar que no hay nada malo en ser progresista o en ser tradicionalista, a condición de que estemos hablando de sano progresismo y de sano tradicionalismo, que nada tienen que ver con el progresismo filo-modernista y el tradicionalismo filo-lefebvriano. Se trataría solamente de que uno sea progresista o tradicionalista respetando la esencia del ser católico.
----------Sin embargo, da la impresión que todos los esfuerzos han sido inútiles. Es tal la división que hoy existe en el seno de la Iglesia, tal el antagonismo vigente entre los dos opuestos partidos, que parece que hay que terminar por concluir que las categorías de progresista y de tradicionalista no sirven para identificar a católicos, y deben rechazarse (al fin de cuentas, se trata sólo de términos, y aquí no hacemos cuestión de palabras). De modo que hemos terminado por concluir (y he publicado varias notas para explicarlo), que un católico no puede ser ni progresista ni tradicionalista, sino simplemente católico.
----------Ahora bien, ser católico y pertenecer a la Iglesia son evidentemente la misma cosa. Determinar o definir el ser católico, por lo tanto, no compete a la opinión de los individuales católicos o de grupos de católicos, sino que compete a la Iglesia misma el derecho y el deber de definir qué quiere decir y qué condiciones requiere el ser católico, como podemos ver, por ejemplo, en el Catecismo de la Iglesia Católica.

2 comentarios:

  1. Estimado padre Filemón:
    Me parece que en el ámbito progresista, eso que Ud. señala como el "desprecio contra aquellos católicos que están preocupados por fijar teológicamente la esencia precisa de la identidad católica", deriva de un cierto malentendido.
    Noto que hoy se identifica el no estar de acuerdo con una persona con el desprecio por esa persona. Por ende, hoy se entiende que no debemos despreciar los actos ni las opiniones de nadie, porque no podemos juzgarlo.
    Cuando hablo con jóvenes no católicos, creo que se debe a la ignorancia de lo que es el catolicismo. Nadie se lo ha explicado nunca, y tal vez se hayan encontrado con modernistas como "esos que lo han entendido todo!".
    Pero, ¿a qué se debe esto en los modernistas? En mi opinión se debe a la falta de virilidad del hombre de hoy. Hoy no somos capaces de tratar con calma a quienes piensan de manera diferente a nosotros. En Internet, no nos abstenemos de insultar. Por otro lado, creo que un hombre de verdad es capaz de estar en desacuerdo con los que están frente a él con gran sinceridad, respeto, serenidad, compostura, amor por la verdad y amor por la otra persona.
    Gracias por sus explicaciones tan claras como necesarias.

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    1. Estimado Ross,
      me inclino, en cierta medida, a estar de acuerdo contigo en lo que dices; aunque se trata de afirmaciones de carácter sociológico, en las que es difícil generalizar, y es todavía más difícil tener plena certeza. Pero sí, estoy de acuerdo contigo en que hoy no abundan en nuestro trato cotidiano aquellos interlocutores a quienes se les pueda manifestar nuestro disenso sobre sus puntos de vista y no sientan que los estamos ofendiendo. En otras palabras: son pocos los que en la sociedad actual saben distinguir la condena del error (error cognitivo, o error moral: el pecado) de la condena de las personas.

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