miércoles, 22 de diciembre de 2021

En la búsqueda de la comunión eclesial y por la paz en la Iglesia (3/3)

En la respuesta del Santo Padre a través de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos a las dudas planteadas acerca de la aplicación de Traditionis Custodes, se repite que el primer objetivo del Motu Proprio es continuar "en la búsqueda constante de la comunión eclesial", en este caso referida al ámbito litúrgico. En las notas de estos días, serie que hoy finalizamos, hemos intentado reflexionar filosófica y teológicamente sobre las raíces de la comunión eclesial y la paz en el interior de la Iglesia.

La gran discusión sobre el Vaticano II: ¿falible o infalible, dogmático o solo pastoral?
   
----------Ahora bien, en la raíz de los contrastes a los que nos venimos refiriendo, contrastes entre los dos partidos que hoy dañan a la Iglesia, los progresistas filo-modernistas y los tradicionalistas filo-lefebvrianos, que son dos corrientes que (más allá de los católicos normales, ajenos a esta lucha) contrastan amargamente respecto a la esencia del ser católico, está vigente todavía, después de más de cincuenta años, una gravísima cuestión, ya bien conocida, a saber, la del justo juicio que debe expresarse sobre el Concilio Vaticano II y sobre sus efectos en la Iglesia y, en consecuencia, la de la recta aplicación del Concilio. ¿Es legítimo hacer críticas al Concilio o debe ser aceptado sin discusión desde la primera hasta la última palabra? Y si ciertas partes pueden ser criticadas, ¿cuáles son? ¿Y cómo distinguirlas de aquellas absolutamente válidas ("infalibles")? ¿O bien en el Concilio no hay nada infalible, ni siquiera entre sus doctrinas?
----------En efecto, el Concilio Vaticano II ha propuesto un entero y nuevo programa de vida cristiana y eclesial. De ahí que, entre algunos fieles que son más sensibles a la obra de custodia de la fe, ha surgido el interrogante, comprensible, pero no justificable, de si acaso la Iglesia conciliar no haya cambiado su propia esencia alejándose de la Tradición y, en consecuencia, cambiando la definición del ser católico.
----------El gran filósofo católico Romano Amerio [1905-1997] planteó angustiosamente esta cuestión ya en los años ochenta, con su famoso libro Iota unum. Los modernistas, por su parte, con actitud arrogante y desdeñosa, considerándose los vencedores y ocupando altos puestos en la estructura eclesial, han hecho bien poco por asegurarle a los preocupados fieles del área conservadora (y en particular a los lefebvrianos, que ya se habían separado de la Iglesia) que entre el Concilio y el pre-concilio hay continuidad.
----------A decir verdad, los modernistas, contagiados de evolucionismo y, por lo tanto, poco interesados en la continuidad del dogma (no creen en las verdades inmutables), plantearon contrastes que en realidad no existían entre la Iglesia del Concilio y la del preconcilio. En cambio, los Papas del postconcilio siempre se han esforzado por mostrar esta sustancial continuidad, aunque en un cambio accidental. Pero no hubo nada que hacer: en el seno de la Iglesia, más allá de los cismáticos, gradualmente se fueron formando dos partidos irreconciliables y la brecha entre unos y otros ha continuado hasta el día de hoy.
----------Pero es evidente que no se puede seguir así al infinito. Parece que ha llegado el momento de que todas las fuerzas sanas de la Iglesia, empezando por el Papa, encuentren los caminos de la paz y hagan un esfuerzo supremo por conciliar a las dos partes en lucha. Cada parte pretende que la otra parte sea la que resigne, la que "venga al pie"; y en cambio, dado que ambas son puntos de vista parciales, ideológicos y unilaterales (vale decir, solo progreso o solo tradición) debemos ayudarlas a comprender que deben encontrarse en el terreno común de la fe, que no está ni de una parte ni de la otra, sino simplemente de la fe.
----------El hecho es que, lamentablemente, si por un lado el gran acontecimiento del Concilio, rectamente interpretado bajo la guía del Magisterio post-conciliar, ha hecho avanzar a la Iglesia en su camino hacia el Reino, produciendo algunos de esos buenos frutos que estaban en sus intenciones, por otro lado, las fuerzas del error que obstaculizan continuamente a la Iglesia en su peregrinar por este mundo, han encontrado ocasión en este mismo acontecimiento para confundir los espíritus y sembrar cizaña. En tal modo, han sido desatendidas completamente las intenciones del Concilio: se ha tomado ocasión de aquella asamblea que pretendía conciliar ("concilio"), para extraer diabólicamente motivo de ella para un interminable y escandaloso litigio, al cual se le debe poner término absolutamente, tan pronto como sea posible.
----------Este desacuerdo que ha estallado entre católicos, por tanto, proviene principalmente de una disputa ya de más de cincuenta años entre una corriente mayoritaria, llamada "progresista" (pero en realidad modernista o filo-modernista, herética y cismática), que declarándose en línea con el Concilio, sólo para luego manipularlo a su antojo, está ahora en posesión de una gruesa tajada de poder en la Iglesia; y un grupo pequeño pero feroz y aguerrido de nostálgicos del pasado pre-conciliar, pero que están ganando consensos, a menudo llamados "tradicionalistas", "conservadores" (pero en realidad filo-lefebvrianos, también heréticos y cismáticos), los cuales ven en las doctrinas del Concilio una tendencia modernista, o un ceder a los errores de la modernidad, en contraste con la tradición. Hoy esta corriente, en sus vértices extremos, ataca feroz e insensatamente al Papa de variados modos, con todo tipo de insultos, calumnias y malentendidos.
----------La gravedad del conflicto se esconde de algún modo detrás de las categorías que se utilizan para designar a las partes adversas, categorías que a decir verdad, por su significado inmediato, no deberían producir preocupación: en cualquier sociedad, y por tanto también en la Iglesia, es del todo legítimo, normal y diría obligatorio, que el cuerpo social, casi como por una división de competencias, abraza en sí mismo a quienes tienen especial cuidado por conservar las sanas tradiciones o por recuperar valores del pasado que aún son buenos, olvidados, incomprendidos, o han sido perdidos o están periclitantes.
----------Asimismo, es del todo normal y de hecho necesario que en una sociedad también haya quienes son más sensibles y abiertos a lo nuevo, quienes tienen una mirada particular por el futuro, quienes tienen más sentido de lo que cambia, quienes quieren deshacerse de lo que se revela inútil o superado y cambiarlo por algo mejor, quienes quieren mejorar lo que ya existe de buena calidad y los que sienten sabiamente la instancia del progreso y de la aplicación de los perennes principios a situaciones nuevas e imprevistas.
   
Es legítimo expresar opiniones diversas pero sin absolutizar lo relativo
   
----------Lo importante para hacer algo de luz en toda esta confusa situación, que perturba la paz en la Iglesia y desanima a las mejores y más sanas voluntades de los católicos normales, es que las dos extremas tendencias procuren ser sabias y tengan sentido de sus límites y de las proporciones, sin absolutizar lo relativo y sin relativizar lo absoluto: se equivoca el conservador, al querer mantener lo que ya ha tenido su tiempo, manteniéndose apegado a tradiciones puramente humanas y superadas, y cerrándose a lo nuevo y al progreso, que son vistos como infidelidad y traición; y se equivoca el progresista, al absolutizar el presente y lo nuevo sólo porque es nuevo, y relativizando los sagrados valores del pasado.
----------Debemos estar ciertos y seguros de que se obtiene un buen resultado, si el conservador y el progresista, apreciándose entre sí en sus lados buenos y manteniendo la propia libertad de elección, como buenos católicos, en primer lugar prestan atención a la esencia del catolicismo, que de por sí no es ni conservadora ni progresista en virtud de su universalidad e independencia de cualquier particularismo.
----------Esta advertencia, ser fieles a la sustancia católica, asegura que ambos, conservador y progresista, se mantengan en los confines de la verdad católica custodiada por el Papa y por el Magisterio, poniendo las condiciones de la caridad y de la concordia, como dice san Agustín de Hipona: In necessariis, unitas; in dubiis, libertas; in omnibus, caritas. Conservación y progreso deben ir juntos, como la sístole con la diástole: aislar y contraponer lo uno a lo otro es suma necedad, locura, y muerte del espíritu.
----------Sin embargo, muchos están hoy fijados en estas visiones parciales, ideológicas y unilaterales, casi como si tuvieran anteojeras y no hubiera forma de moverlos de su fijación ni un milímetro. En psiquiatría, esta patología se denomina "complejo de ideas fijas". La necesidad de certeza o de aferrarse a algo, que es un impulso típico del alma humana, viene satisfecha en esta clase de personas por medio de ocurrencias o descubrimientos completamente insuficientes y parciales. O bien se trata de razones de conveniencia.
   
Rahnerismo y lefebvrismo, dos caras opuestas de la misma moneda:
el Concilio no es solo pastoral, es también doctrinal
   
----------El hecho doloroso y escandaloso, que se ha convertido actualmente en insoportable, radica en que, más allá de los límites de la sana doctrina, ha surgido por un lado un progresismo que en realidad es modernismo, como el rahnerismo (virtualmente cismático), y por otro lado un tradicionalismo como el lefebvrismo (formalmente cismático), que en realidad ha falsificado la tradición oponiéndola injustamente a las doctrinas del Concilio, que son juzgadas falsas o falibles (no "infalibles"), con el pretexto de que no han sido solemnemente definidas y acusando al Concilio de haber querido hacerlas pasar por "pastorales".
----------En realidad, como han dicho los Romanos Pontífices del post-concilio, el magisterio conciliar no es solo pastoral, sino también doctrinal. Pero los lefebvrianos toman en palabra el Concilio, que según ellos se declara sólo pastoral, de modo de tener buen juego para rechazar sus doctrinas, considerando que el magisterio pastoral de la Iglesia es autoritativo pero no vinculante. Aparte del hecho de que puede existir una manera pastoral de exponer la doctrina, que es precisamente la manera del Concilio.
----------En lo que respecta a los modernistas, aclaro que con este apelativo me refiero a una fuerte corriente hoy presente en la Iglesia, la cual retoma el método ya condenado por el papa san Pío X en la Pascendi Dominici Gregis, o sea la reformulación de la doctrina católica teniendo como referencia el pensamiento moderno no cribado a la luz del Evangelio, sino tomado acríticamente en bloque, como un ídolo, casi regla absoluta de la verdad. Los modernistas no disciernen, por lo tanto, aquello que en lo moderno es conforme al Evangelio (lo que sería una sana modernidad) y lo que no lo es, sino al contrario, tomando lo moderno como criterio absoluto, eligen en el Evangelio sólo lo que es conforme a lo moderno.
----------Los modernistas, que han contado con muchos peritos colaborando durante las sesiones del Concilio, expertos que siempre manifestaron su voluntad de ser renovadores pero a la vez manteniendo astutamente ocultos sus errores en aquellas circunstancias, consideran hoy que el Concilio no ha hecho el Magisterio, sino que lo han hecho ellos orientando al Magisterio en el sentido querido por ellos.
----------Por eso ellos consideran falsamente que el Concilio refleja sus doctrinas modernistas; pero más allá de esto, partiendo de un concepto evolutivo de la verdad, como ya había denunciado san Pío X en su encíclica Pascendi Dominici Gregis, ellos relativizan todas las verdades dogmáticas, comprendido el concepto mismo de la fe definido por el Concilio Vaticano I; por lo cual uno debe preguntarse, como observó en su momento el filósofo metafísico y teólogo Antonio Livi [1938-2020], si ellos deben ser considerados teólogos o no más bien meros "pensadores religiosos" o incluso gnósticos, que entonces significaría verdaderos y propios incrédulos o falsos creyentes. Por mi parte, aquí estoy del todo de acuerdo con Livi.
----------Por supuesto, existen varios niveles de modernismo: el más grave es muy raro y con frecuencia tenemos que tratar con formas leves, que no tocan la sustancia de la fe en líneas generales. El mismo rahnerismo, que de por sí es la forma más grave de modernismo, viene hoy sin embargo difundido e interpretado de modo popular, aunque ingenuamente, por muchísimos de sus seguidores (muchos Obispos y sacerdotes) en sentido benévolo, para poder así hacerlo concordar lo más posible con la doctrina católica.
----------Hablando ahora de los casos patológicos más extremos: tanto los modernistas como los lefebvrianos están hoy empantanados en la ideología, y son prisioneros de una mentalidad parcial y unilateral. Remedando burdamente a Nuestro Señor Jesucristo, tanto el modernista como el lefebvriano advierten que: "el que no está conmigo, está contra mí". Pero entrambos, aunque por motivos opuestos, están fuera del lecho de la recta fe y de la sana doctrina, cada uno se considera a sí mismo como el verdadero católico y quien no está con él entonces es su polo dialéctico opuesto, así como el mal es lo contrario del bien: de este modo, quien no es lefebvriano, es modernista, comprendido el simple fiel normal, por mucho que sea antimodernista. Y lo mismo dígase para los modernistas: para ellos quien no es modernista es lefebvriano.
----------El modernista desconoce la necesidad de la conservación en la Iglesia (y por ende la posibilidad de que en ella exista un sano tradicionalismo); el lefebvriano desconoce la necesidad del progreso en la Iglesia (y por ende la posibilidad de que en ella exista un sano progresismo). Modernistas y lefebvrianos no reconocen como válidas las posiciones intermedias, que serían entonces las sólidas. Para ellos representan una forma de duplicidad o de pálida media medida. En cambio, para poner de acuerdo a estas dos facciones, es necesario adquirirse la estima de entrambas. Sin embargo, muchas veces los pacificadores acaban siendo como Cristo crucificados entre dos ladrones y acaban llevándolos a ambos de un lado y del otro.
----------Así, entre modernistas y lefebvrianos se ha cavado en la actualidad un abismo: los primeros, disfrutando cómodamente del poder, ignoran con desprecio y arrogancia a los segundos sin siquiera tomarlos en consideración y son astutos aduladores del Papa, creyendo que lo tienen de su lado; los segundos (fuera de la Iglesia, pero teniendo sus simpatizantes, los tradicionalistas filo-lefebvrianos, dentro de la Iglesia), en cambio, atacan al Concilio Vaticano II y a los Papas del postconcilio con creciente odio.
----------En conclusión, hay que decir que entre todos los contrastes que perturban hoy la paz de la Iglesia, sin duda la oposición entre lefebvrianos y modernistas es el contraste más grave y el más difícil de resolver, porque los modernistas a menudo ocupan puestos de poder, por lo cual es comprensible que estén poco dispuestos a corregirse, como los fariseos de la época de Cristo. Las dos partes están de tal modo distantes y opuestas entre sí que, aunque entrambas tienen la pretensión de declararse católicas, se dificulta encontrar un punto común, que pueda crear el acuerdo. Sin embargo, no debemos desesperar.
----------Lo único que, al fin de cuentas, intento decir con todo esto, es que cada vez es más urgente hacer todo el esfuerzo posible para favorecer el diálogo entre las dos partes. Confiamos en la mediación del Santo Padre, supremo juez, moderador y árbitro de los contrastes intraeclesiales. Es necesario que cada una de las partes reconozcan sus defectos y aprecien las cualidades de la otra. Sin la verdad no puede haber paz. Es necesario que todos, hermanos en Cristo, dejen a un lado odios y represalias, malicias y recriminaciones, prestando atención únicamente al bien de la Iglesia y al bien de su alma.
   
Una propuesta de solución a las oposiciones y litigios entre los dos bandos
   
----------En el contexto de esta amarga lucha entre progresistas filo-modernistas y tradicionalistas filo-lefebvrianos, lucha que los católicos normales contemplan afortunadamente desde fuera y ajenos al odioso contraste, asistiendo como espectadores (aunque no con el fervor de aficionados de boxeo contemplan lo que sucede en el ring, sino con amargura, tristeza y a veces tentados por el desánimo), intentaré ahora proponer algunos puntos que, en mi opinión, pueden constituir un principio de acuerdo entre los dos bandos en litigio.
----------Lo fundamental, lo más importante, que las dos partes deben hacer, es el esfuerzo por evidenciar lo que las une haciendo referencia al arbitraje papal. En segundo lugar, es necesario que las dos partes estén dispuestas a reconocer el bien que existe en la otra y al mismo tiempo a dejarse corregir por la otra. Reciprocidad y corrección fraterna. Dicho más precisamente y en detalle:
----------Primero. Mientras los modernistas deben oponerse a los errores modernos en nombre del Magisterio de la Iglesia, los lefebvrianos deben aceptar los valores de la modernidad, siempre a la luz del Magisterio.
----------Segundo. Mientras los lefebvrianos deben decidirse a interpretar rectamente las doctrinas del Concilio, sin vanas sospechas de error o de ruptura con la tradición, los modernistas deben dejar de interpretar el progreso obrado por el Concilio como una ruptura con el Magisterio precedente.
----------Tercero. Se debe reconocer que existe un sano tradicionalismo, en comunión con la Iglesia. Para ostentar el título de tradicionalistas, los lefebvrianos deben estar en comunión con la Iglesia; lo que quiere decir que deben aceptar la concepción católica de Tradición abandonando los errores de monseñor Marcel Lefebvre. A la par, debe reconocerse que existe un sano progresismo, en comunión con la Iglesia. De tal modo, correlativamente, los modernistas, si quieren ser llamados legítimamente progresistas, deben abandonar sus errores modernistas, tal cual han sido identificados por el Magisterio de la Iglesia.
----------Cuatro. Los modernistas deben apreciar la necesaria obra de conservación en la Iglesia, y también deben apreciar la estima que los lefebvrianos tienen por la inmutabilidad del dogma y por el Magisterio preconciliar y, correlativamente, los lefebvrianos deben apreciar la necesaria obra de renovación en la Iglesia, y reconocer la validez de la modernización de la vida eclesial y el desarrollo de la Tradición, tal como han sido enseñados (doctrinalmente) y ordenados (pastoralmente) por el Concilio Vaticano II.
----------En conclusión, es necesario que todos nos reunamos en torno al Papa, maestro de la fe y garante de la unidad, comenzando por los Obispos, que deben ser más activos y más celantes, sin esperar a que las cosas lleguen tan lejos y se agraven como ha sucedido, a tal punto que deba intervenir Roma, la cual, precisamente porque las cosas están muy avanzadas, puede hacer por sí misma muy poco.
----------También las mismas Conferencias Episcopales deben activarse y empeñarse en esta tarea, como las ha exhortado a hacer el Santo Padre, para quien, Vicario de Cristo y Sucesor de Pedro, queremos invocar la intercesión de Maria Mater Boni Consilii, Regina Pacis y Sedes Sapientiae.

2 comentarios:

  1. Querido padre Filemón, acabo de leer las tres partes de su artículo al final de un día muy ajetreado y debo decirle (sin que me malinterprete, porque hablo en serio y no bromeo) que podría Ud. escribir un comentario convincente incluso a la guía de teléfonos de Valencia y alrededores y creo que no tendría problemas en captar la atención de los lectores.
    Su análisis sobre la paz en la Iglesia es quirúrgico, preciso, y esperanzador.
    ¡Con mis más sinceros deseos de uns fructuosa Natividad del Señor!

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    Respuestas
    1. Estimado Sergio,
      bueno, no creo estar en grado de poder comentar la guía telefónica de su ciudad. Pero, dejado eso de lado, le agradezco su consenso hacia mi artículo.
      Gracias, y una bendita Navidad también para usted.

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