domingo, 5 de diciembre de 2021

Las relaciones entre la herejía y la excomunión: una cuestión acerca de enfermedades espirituales y de sus remedios (3/3)

Finalizamos ahora esta serie sobre las relaciones entre la herejía y la excomunión, indagando algo más en detalle las distintas especies de excomunión, que individuamos mediante la reflexión sobre los motivos y los fines de la excomunión. Por último, y precisamente en atención a los motivos de la excomunión, nos preguntamos por los mejores modos para lograr precisamente lo que es la finalidad de esta medida disciplinaria: la reconstrucción de la comunión eclesial.

Los motivos y los fines de la excomunión
   
----------Supuesto lo visto hasta aquí, está claro que, según voluntad de Cristo y enseñanza apostólica, merece ser excomulgado quien difunde herejías, perturba, hiere, ofende o desorganiza la comunidad, crea escándalo y divisiones entre los fieles, o desobedece a la autoridad. Sin embargo, hoy lamentablemente, y en modo macroscópico, estos personajes se multiplican, excepto para quienes no lo quieren ver, ya sea porque están bloqueados por el miedo o por el respeto humano o porque están en el carro de los modernistas o porque están involucrados o porque están cerrados en sus propios intereses mezquinos o porque sufren de aloquismo doctrinal. Esos personajes merecedores de excomunión, hoy son honrados y escalan a altos puestos, mientras que aquellos que están verdaderamente en comunión con la Iglesia son golpeados, humillados o marginados. Así, los excomulgables no son excomulgados y sucede que quien está en comunión es excomulgado o al menos viene a ser tratado como si estuviera excomulgado. Una hermosa confusión e injusticia, donde quien en verdad disfruta es el demonio, maestro del oscurantismo que conduce a la perdición.
----------He mencionado recién una palabra que pudiera sonar a neologismo: aloquismo doctrinal, pero en realidad no lo es, porque es un derivado del antiguo verbo aloquecer. Por aloquismo doctrinal me refiero al defecto espiritual atribuible al oportunismo, o bien a la adulación y a la cobardía o a la pusilanimidad, que es hoy defecto difundido entre los Obispos, por el cual ellos, por burda ignorancia o por respeto humano o apego a la sede episcopal, ni siquiera se dan cuenta de que los herejes los están tomando por las narices. No solo huyen frente al lobo que ha entrado en el redil, sino que ni siquiera notan su presencia, encomendando importantes oficios eclesiásticos al propio lobo, es decir, a personas que deberían ser excomulgadas.
----------Acerca de la cuestión de las diversas especies de excomunión, debemos plantearnos tres cuestiones: una primera cuestión es la de distinguir la excomunión justa o lícita de la excomunión injusta o ilícita; una segunda es la de distinguir la excomunión válida de la excomunión inválida o nula; y una tercera es la de distinguir la excomunión declarada u oficial de la excomunión efectiva o de hecho.
----------La excomunión es justa o lícita cuando interviene el prelado movido por la preocupación de salvaguardar la verdad de la fe y la comunión eclesial, y de llamar al rebelde a la corrección y a la obediencia. A propósito de la excomunión injusta o ilícita, en cambio, santo Tomás de Aquino dice que la excomunión puede ser injusta tanto por parte del excomulgador como por parte del excomulgado. En el primer caso ella tiene efecto, es decir, el sujeto queda oficialmente excomulgado mediante público decreto, aunque no merece tal procedimiento o disposición, y más bien habría merecido un decreto de alabanza.
----------Por lo tanto, la excomunión puede ser injusta, en cuanto es motivada no por el respeto a la autoridad superior, como sería el Magisterio de la Iglesia, o por el temor de Dios o el amor por la verdad o por la Iglesia, sino en cuanto que es motivada por la ignorancia, por el odio o por envidia hacia el excomulgado; o bien puede ser injusta porque carece de fundamento o motivo jurídico o doctrinal, y de hecho está basada en acusaciones falsas y motivos o pretextos heréticos (Summa Theologiae, Suppl., q.21, a.4). La primera excomunión es válida pero ilícita; la segunda excomunión es inválida y nula.
----------El prelado debe prestar mucha atención para comprender y valorar los motivos que guían el pensamiento y la acción del supuesto disidente o errante o hereje, sobre todo si tiene muchos seguidores, para no confundir a un profeta con un rebelde, como sucediera con Savonarola, o a la inversa, para no confundir a un rebelde con un reformador, como les sucediera a ciertos obispos alemanes frente a Lutero, los cuales, en lugar de condenar al así llamado "Reformador", se pasaron al lado de Lutero. El prelado no debe precipitarse al juzgar, no debe dejarse condicionar por el clima pasional y sectario que frecuentemente se crea en torno a estos personajes y a estos hechos, debe ser cauto en la valoración de las acusaciones que hace el ambiente contra el presunto infractor y debe preferir escucharlo y consultarlo a él directamente. Si es el caso, instituya un proceso, para no correr el riesgo de condenar a un inocente o de absolver a un culpable.
----------También puede ocurrir el caso de que una excomunión injusta sea irrogada por un prelado que es hereje, es decir, heterodoxo, un prelado que no está en la recta fe, el cual prelado puede no estar oficialmente excomulgado por autoridad superior, por lo cual no está sustancialmente y efectivamente en comunión con la Iglesia, mientras que, a la inversa, el súbdito oficialmente excomulgado, en cuanto que no siendo heterodoxo sino súbdito de recta fe, permanece de hecho en comunión con la Iglesia.
----------Está claro que un prelado que excomulgue en base a un falso concepto de Iglesia o de obediencia o sin estar él primeramente sometido al superior mayor o al Romano Pontífice o a la Palabra de Dios, excomulga inválidamente, por lo cual de por sí, tal excomunión es nula y no debería producir efecto. Sin embargo, de hecho, la acción de un prelado autoritario, influyente, prepotente, apoyado por sus pares o por poderes mundanos, hacia una persona honesta pero indefensa, puede de todos modos producir un efecto social deletéreo, ejerciendo violencia sobre el excomulgado y sobre sus discípulos, difamándolo entre la comunidad, y dañando a la propia comunidad así engañada por la falsa excomunión.
----------Santo Tomás de Aquino enseña claramente que en estos casos el excomulgado puede recurrir a los superiores mayores. Ciertamente, si es el Romano Pontífice la autoridad jerárquica que ha excomulgado injustamente, su medida se debería soportar con paciencia, evitando asumir actitudes vengativas o rencorosas, que ciertamente pondrían al excomulgado, en el caso que tuviera razón, del lado equivocado. Si luego, como fue el caso de Lutero, el rebelde es excomulgado correctamente, está claro que una eventual objeción a la disposición de excomunión por parte del excomulgado, agravaría aún más su culpa.
----------El hecho de que una excomunión no tenga vicios de forma (por ejemplo, si es emanada por la legítima autoridad o entra en mérito y competencia) no significa necesariamente que ella sea justa, oportuna, beneficiosa, lícita. La excomunión puede estar originada en la prepotencia o en la grave culpa del excomulgador, como lo fue la excomunión de Savonarola por parte de Alejandro VI. Si luego la excomunión también está infectada de vicios de forma, como por ejemplo ser efecto de un abuso de autoridad o, como observa santo Tomás de Aquino, "no debida o porque la sentencia es contraria al orden jurídico" (Summa Theologiae, Suppl., q.21, a.4), además de ser injusta en el contenido y en los motivos, ella es del todo nula.
----------Casos de este género son hoy frecuentes debido al hecho de que el modernismo se ha extendido entre los obispos, por lo cual no solo es raro que un obispo excomulgue a un hereje, sino que incluso sucede que los fieles ortodoxos son excomulgados por obispos herejes. Es claro que una excomunión motivada por una causa herética, siendo contraria a las normas de la fe y del derecho, es nula, por lo cual el excomulgado en principio podría no tenerla en cuenta. Excepto que, sin embargo, es posible que en tal caso el prelado se enfurezca todavía más, por lo cual al excomulgado le conviene resignarse. Desde este punto de vista, el Aquinate observa que una excomunión puede ser injusta y, sin embargo, surtir efecto punitivo (Summa Theologiae, Suppl., q.21, a.4), al cual el excomulgado, en hipótesis, no tiene medio de escapar o liberarse, como en cambio tuvo suerte de hacer san Juan de la Cruz, escapando de la cárcel del convento.
----------Ahora bien, la excomunión tiene un doble propósito: primero, el de ser un castigo ejemplar y saludable; ejemplar, para disuadir a otros de imitar al excomulgado; saludable, es decir, tal para inducir al excomulgado al reconocimiento del propio error, al arrepentimiento y a la penitencia, para que pueda corregirse y ser reintegrado en la comunión eclesial. Para ello, no debe ser ni excesiva, ni demasiado leve, sino conmensurada con la entidad del daño causado a sí mismo y a la Iglesia por el cismático o por el hereje y a la cualidad y cantidad de sus fuerzas morales y de su reputación en la Iglesia, así como por el ascendiente, por la fama y por los seguidores que él tiene en ella. No debe aislar al excomulgado demasiado de la comunidad, de modo que no empeore su hostilidad hacia ella y no tenga la tentación de abandonarla del todo, sino que le sea mantenido en ella un cierto grado de estima y de consideración. Efectivamente, sucede que el disidente sea objeto de una hostilidad injusta y exagerada por parte de ciertos fieles o enemigos demasiado celosos, malignos o de corto intelecto, por lo cual el prelado debe defender y proteger al disidente también de ellos.
----------La excomunión no debe tampoco dejar al excomulgado demasiada libertad de acción y de movimiento, ni debe dejarlo demasiado insertado en la comunidad, porque esto le permitiría continuar esparciendo sus herejías y fomentar la rebelión a la Iglesia. Las excomuniones que son demasiado blandas y puramente formales, que no perturban ni molestan demasiado al excomulgado, en realidad pierden su eficacia disuasoria y educativa, vienen a ser ridiculizadas por él y por sus seguidores y no surten ningún efecto más que el de crear un mártir a los ojos de sus seguidores. Una excomunión de tal tipo probablemente sería la excomunión de los mafiosos y tal, lamentablemente, ha sido la excomunión de los comunistas.
----------El segundo propósito de la excomunión es el de hacer claridad en el sentido de ayudar a discernir quién pertenece a la Iglesia y quién está fuera, es por lo tanto el de liberar a la Iglesia de un agente peligroso, desalentando a los fieles a querer seguirlo. Puede suceder que la Iglesia en estas intervenciones sea demasiado severa, como parece haber sucedido en los casos de Pietro Valdo en el siglo XII, de los albigenses en el siglo XIII, de Jan Hus en el siglo XV y de Lutero. Ellos no carecían de algunas buenas ideas al proponer una reforma de la Iglesia, aunque sus herejías eran ciertamente condenables. Sin embargo, ellos contaban entre sus filas también a personas de buena fe, por lo cual, si se hubiera tenido mayor confianza en el diálogo, tal vez se hubiera evitado una dolorosa división que perdura todavía después de siglos.
   
La reconstrucción de la comunión
   
----------Paradigmática es la parábola del hijo pródigo (Lc 15,11-32). El excomulgado no es tanto alguien que es expulsado, sino que es alguien que se va. El decreto de excomunión muy a menudo no es más que el doloroso reconocimiento y la triste noticia pública de que el hermano nos ha dejado y se ha convertido en nuestro enemigo. En la excomunión no existe tanto la indignación, sino más bien el dolor y la esperanza de que el hijo perdido sea reencontrado. Es él quien ha querido irse. Y si un hermano es expulsado, es porque ya prácticamente no estaba en comunión y perturbaba la comunión.
----------Entonces, ¿qué cosa se espera de la excomunión? El retorno del hermano, el reconocimiento de su culpa, su arrepentimiento, su vuelta a la obediencia. ¿Por qué son tan raros los fenómenos de la conversión? Quizás la Iglesia hasta ahora no ha hecho lo suficiente para recuperar a estos hermanos, a estas ovejas descarriadas. Se ha utilizado demasiada severidad y muy poca misericordia. Así lo pensó al menos san Juan XXIII al decidir y al convocar el Concilio Vaticano II. Se ha querido retener al hijo pródigo por la fuerza, sin intentar convencerlo de aquello con lo que se encontraría al abandonar la casa paterna.
----------Sin embargo, se debe también reconocer con franqueza que en muchos casos la honestidad y la humildad de las cuales el hijo pródigo da pruebas en la parábola lucana, al darse cuenta del mal negocio que ha hecho abandonando la casa paterna, han sido siempre virtudes raras. Casi siempre los herejes no son ni honestos ni humildes, y parecen encontrarse perfectamente bien comiendo las algarrobas de los cerdos, y hasta se jactan de ello, adornándolas con engañosos oropeles, como si fueran signo de libertad y de sabiduría, y de hecho invitan a otros a seguirlos, y el caso es que encuentran a quienes los siguen.
----------¿Qué puede hacer la Iglesia en estos casos? Con el Concilio Vaticano II la Iglesia ha decidido emprender un nuevo camino, que reduzca al mínimo el uso de la severidad y por lo tanto reduzca al mínimo el uso de la excomunión y del temido anàthema sit. Claro que, como ya lo hemos dicho repetidamente, aquel consejo de san Juan XXIII de "preferir la misericordia a la severidad", no debe entenderse como abandonar la severidad, pues hay casos que la prudencia de la autoridad la puede estimar justa y útil.
----------Por el contrario, como bien sabemos, no han faltado algunos teólogos que han malinterpretado la recomendación del papa Juan y la posterior actitud del Concilio Vaticano II, como que supondrían que todos los hombres, al menos inconscientemente, buscan a Dios y están en gracia; por lo cual el anuncio del Evangelio no debería ser ya propuesto en los términos categóricos y amenazantes de un aut-aut: como único camino de salvación, rechazando el cual se abre el abismo del infierno: o crees o no te salvas; sino simplemente como anuncio de una misericordia, de la cual ya todos los hombres de buena voluntad son objeto, quizás inconscientemente, cualquiera que sea la religión a la cual pertenezcan. En esta visión optimista, dado que todos se salvan, cada uno es libre de seguir su propia religión. Los contrastes doctrinales no tendrían importancia. El hecho determinante sería que todos son objeto de la divina voluntad salvífica. Por lo tanto, todos, quizás inconscientemente, pertenecen a la Iglesia, que abarca todas las religiones, sin exclusiones.
----------Para esa visión de los modernistas, por tanto, no podemos decirle al luterano, al judío o al musulmán: tú estás en el error. De hecho, cualquiera de ellos siempre puede decirnos: en error lo estoy para ti, pero no en mi religión. Se comprende entonces cómo en esta visión relativista pierde todo su sentido o su interés la medida disciplinar de la excomunión. Está claro que una Iglesia que no se considera en posesión de la verdad absoluta, como la conciben los modernistas, ya no distingue netamente y definitivamente el dogma de la herejía, por lo cual la idea misma de la excomunión no tiene ningún sentido para ellos. La Iglesia concebida por los modernistas se opone, por tanto, a la Iglesia del pasado, llamada por ellos pre-conciliar, que ahora parece impositiva y anti-liberal, irrespetuosa del pluralismo, y de la libertad de conciencia.
----------Existen también otros que plantean la siguiente visión de las cosas: los hechos muestran que la severidad y la amenaza del infierno no han servido. Pero entonces, ¿no será que al fin de cuentas la misericordia divina alcance a todos y que todos son salvados por Dios? Respetemos, entonces, la diversidad, centrémonos en el diálogo y en lo que nos une: los intereses comunes por la paz y por la justicia.
----------Respondemos: el diálogo está bien. Sin embargo, existen verdades que tocan a Dios o la salvación, que no gustan a los hermanos separados. ¿Y entonces qué hacemos? Algunos, son de la idea de que es bueno guardar silencio sobre esas verdades y admitir solo aquellas verdades en las cuales todos estamos de acuerdo. Las otras las dejamos facultativas a las individuales confesiones. Pero no es este el mandato de Cristo. Y, de hecho, el Concilio vuelve a proponer el Evangelio a toda la humanidad.
----------Lo cierto es que Concilio Vaticano II (a diferencia de los concilios precedentes, conscientes de la irremediable tendencia humana al pecado, propia de la naturaleza caída, prevalentemente dedicados por tanto a la lucha contra el mundo y a la condena de los errores y de los vicios, con los correspondientes castigos infligidos a los desobedientes), parece animado por la confianza de poder edificar sobre esta tierra la concordia general de la humanidad en torno a Cristo (cf. Pacem in terris), en la confianza de poder realizar la colaboración de la Iglesia con el mundo, de poder construir una humanidad justa, unida y pacífica, en la cual la Iglesia y el mundo estén de acuerdo. El mundo es visto como sustancialmente disponible a aceptar el Evangelio, y la Iglesia parece confiada de poder conquistar todo el mundo, porque todo el mundo espera a Cristo. Y así el Concilio parece minimizar la tendencia de los hombres a la malicia y al pecado (de ahí la necesidad de la coerción y de la disciplina), consecuentes al pecado original y a considear que la educación, el testimonio y la predicación del Evangelio sean suficientes para crear una humanidad finalmente justa, feliz y concorde.
----------Sin embargo, el libro del Apocalipsis predice claramente que el choque de la Iglesia con el mundo (la Mujer y el Dragón) durará hasta la Parusía, por lo cual la conclusión de la historia no será la simbiosis de la Iglesia con el mundo y la unificación general de la humanidad en la concordia y en la paz, sino más bien la victoria de Nuestro Señor Jesucristo sobre las potencias del mal y la separación final del trigo de la cizaña, con la salvación de los elegidos y la condenación de los réprobos.
----------Otro aspecto a tener en cuenta: hasta el Concilio Vaticano II, la Iglesia siempre se ha atenido a precisar su identidad y a oponerse al mundo. De ahí la facilidad con la cual la Iglesia polemizaba con el mundo, condenaba los errores del mundo y excomulgaba a quien cedía a las seducciones del mundo, en particular del mundo moderno. Ella tenía mucho cuidado por sus hijos, quería que estuvieran protegidos de las insidias del mundo y de los errores de las otras religiones, comprendidos los cristianos no-católicos, mientras que era severa hacia el mundo, en el cual veía casi solamente peligros y corrupción. Si ella contactaba con el mundo, el propósito era el de convertirlo al Evangelio, según el mandato de Cristo.
----------El Vaticano II ha dirigido a la Iglesia a una mayor apertura a los valores del mundo y de las otras confesiones religiosas. Esto ha llevado a un enriquecimiento y a una mejora de las costumbres, de la teología y de la cultura católicas, pero al mismo tiempo ha disminuido el cuidado de preservar a la Iglesia de la penetración en ella de doctrinas erróneas o peligrosas. Así ha sucedido que, si bien por un lado la Iglesia ha adoptado una actitud más conciliadora hacia el mundo, por otro, han surgido conflictos y corrupción en su interior a causa de la penetración de los errores y de las malas costumbres del mundo, penetración no suficientemente impedida por los pastores, los cuales han reducido considerablemente el uso de la excomunión.
----------Lo que hoy se requiere es un mayor cuidado en los pastores, comenzando por el Papa, en la buena formación de los fieles y de los mismos pastores, en el pacificar los ánimos amargamente divididos por una desgraciada y gangrenosa oposición entre tradicionalistas y progresistas, que se ha prolongado durante cincuenta años, en el defender a la Iglesia de la penetración de ideas falsas o heterodoxas y, por tanto, en la moderada reanudación de un uso sabio y prudente de la institución de la excomunión, sin renunciar en absoluto a cuanto el Concilio ha producido en la relación de la Iglesia con el mundo moderno. Está claro que es necesario llevar adelante la obra de la evangelización; pero no debemos ilusionarnos engañados de que en un futuro lejano o cercano la humanidad se reunirá en torno a la Iglesia. Y ni siquiera es de esperar en una convivencia pacífica mundial entre las religiones, como algunos hipotetizan o esperan.
----------Al cristianismo, por voluntad de Nuestro Señor Jesucristo, le corresponde el dominio espiritual sobre el mundo. Las religiones deben estar bajo la primacía de la religión cristiana católica. El cristianismo no se adapta, por su naturaleza, a ser una religión a la par de las otras, como si fuera un partido político en un parlamento mundial. No confundamos las relaciones civiles entre las religiones con la Organización de las Naciones Unidas. No son estas las cosas previstas por la escatología apocalíptica. El cristianismo continuará expandiéndose, pero siempre en lucha contra las fuerzas de Satanás. Siempre, en la Iglesia, se mezclarán el trigo y la cizaña, siempre ella deberá purificarse del pecado y expulsar de su seno a los indignos, siempre tendrá la oposición de enemigos y siempre será perseguida. Siempre avanzará y se renovará en la historia, y convertirá los corazones a Cristo, siempre acogerá nuevos hijos, y generará nuevos santos, hasta que, en un momento conocido sólo por Dios, la Iglesia parecerá derrotada y tendrá lugar la gran apostasía, prevista por san Pablo, que sin embargo precederá al Retorno triunfal de Cristo glorioso.

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