lunes, 1 de marzo de 2021

Breve teología sobre el acto de fe: creer lo que Cristo nos dice

Frecuentemente el papa Francisco nos habla del sentido de nuestra Fe. Ya lo había hecho con profundidad en su primera encíclica, al inicio de su pontificado, que había comenzado a escribir el papa Benedicto XVI. Pero continuamente el Papa actual retorna sobre el tema, y lo hace muchas veces en términos que a no pocos podrían sorprenderles, pues es común que nos hable de la fe cristiana no como un creer en un conjunto de verdades, no como un creer en algo, en una doctrina, sino en alguien, o sea, creer en una persona: Jesucristo, Nuestro Señor. Tratemos de entender estos conceptos.

----------Naturalmente, no es el primero que habla de ese modo de nuestra Fe. El papa Benedicto, hace de esto ya una década, había dicho precisamente que la fe cristiana no es "creer en algo, sino creer en alguien". Una frase que al principio podría sorprender, pero, dicha por un Romano Pontífice, obviamente debe entenderse en el sentido correcto, en el sentido auténtico, vale decir, en el sentido católico. Por supuesto, no era inusual que el papa Benedicto XVI, siempre muy sensible al lenguaje moderno y excelente conocedor del lenguaje protestante, hiciera uso cada tanto, por motivos ecuménicos, de expresiones muy extendidas entre los cristianos no católicos, para subrayar una unidad al menos verbal entre catolicismo y protestantismo. Esta inclinación a la misma terminología ecuménica notamos en el modo de expresarse del papa Francisco.
----------Está muy claro que nos corresponde a nosotros, los católicos, interpretar estas frases en el sentido correcto, acogiendo el sentido bueno, que es ciertamente el entendido por el Papa, y rechazando el sentido malo, que ciertamente no es su intención. Tampoco podemos ser siempre exigentes en este caso: el Papa confía en nuestro buen sentido católico y en nuestra capacidad crítica. Sería como si un amigo nos ofreciera un buen coco: es evidente que nos invita a comer la pulpa y no la cáscara.
----------Veamos, pues, en este metafórico coco, cuál es la pulpa y cuál es la cáscara. En cuanto a Jesús, se sabe que en el Evangelio Él nos invita tanto a creer en Él como a creer lo que Él nos dice. Entonces, la primera cosa evidente es que no debemos contraponer estas dos invitaciones de Nuestro Señor Jesucristo, casi como si una excluyera a la otra, como al principio podrían dar la impresión las palabras del Papa.
----------Debemos, pues, preguntarnos qué relación tienen entre sí estas dos invitaciones de Jesús y, puesto que lo más importante es creer en Él, como dejan entender las palabras del papa Francisco, siguiendo en esto lo que enseñaba Benedicto, preguntarnos cómo se ordena el creer en las palabras de Cristo respecto al creer en su Persona. Esa, al fin de cuentas, es la finalidad de mi breve notita de hoy.
----------Ahora bien, lo primero que tenemos que tener en cuenta es que nosotros aprendemos a relacionarnos con Cristo a partir de cómo nos comportamos con el prójimo. De hecho, hablando en general, es imposible la vida social si no creemos los unos en los otros, aunque siempre bajo condiciones y solo dentro de ciertos específicos ámbitos. Y el creer en una persona corresponde a tener confianza en él.
----------Pero, ¿cómo le demuestro a mi prójimo tener confianza en él? Pues, creyendo aquello que me dice. ¿Y cómo he llegado a creer en él? Notando la credibilidad de las cosas que me ha dicho. De modo similar, aunque con las debidas diferencias, nace y se demuestra la fe en Nuestro Señor Jesucristo. Es verdad que al fin de cuentas es más importante creer en Él que en lo que Él nos dice. Y esto porque el propósito de la fe es el amor y la unión mística con Cristo como Cabeza de la Iglesia y Esposo del alma.
----------Pero no podría llegar a creer en Él si no me hubiera dado pruebas o signos de que debo creerLe. Y estas pruebas o signos son la sabiduría y la belleza de su doctrina, junto, por supuesto, con sus milagros, el amor que tiene por mí, así como la santidad de sus discípulos y de su Iglesia.
----------Por lo demás, Él mismo, como haría cualquier amigo o guía espiritual, nos ha dicho lógicamente con claridad que si creemos en Él y le queremos bien, debemos escuchar lo que nos dice y ponerlo en práctica. Por tanto, no hay escapatoria para un vago "encuentro existencial y atemático" con Cristo, para una "experiencia o intuición preconceptual de fe" como contacto inmediato y personal con Cristo independientemente de la verdad dogmática, como farfullan ciertos ambientes protestantes, los cuales por lo demás ni siquiera reflejan la enseñanza de Lutero, para el cual la Palabra de Cristo en el Evangelio estaba sumamente cerca de su corazón, aunque lamentablemente no la interpretó en fidelidad al Magisterio de la Iglesia.
----------El encuentro personal con Cristo, del cual hablan los últimos Papas, el encuentro en lo íntimo de la conciencia en la vida presente y el encuentro físico directo con su Persona en el paraíso celestial, es ciertamente el fin último de una fe sincera, viva, recta y operosa. Pero la fe cristiana como tal, como ya se expresó el Concilio Vaticano I, es de por sí el aceptar por verdadero cuanto Cristo nos dice, obviamente porque Él nos lo dice, por lo cual al fin de cuentas este mismo creer en sus Palabras reconduce al creer en su misma Persona. Sin embargo, por la clara y firme enseñanza dogmática explícita de la Iglesia, la fe cristiana es creer en las palabras de la divina Revelación salida de la boca del divino Salvador.
----------El creer en Cristo, por lo tanto, es algo que propiamente se sitúa antes y después del acto de fe teologal en sus palabras: está primero porque yo no creería lo que Cristo me dice si no me confiara de Él o si no creyera en Él. Por otra parte y desde otro punto de vista, la fe en Él no despertaría en mí si yo no viera la credibilidad de cuanto me dice, acompañada de la constatación del amor que tiene por mí y del conocimiento de los frutos maravillosos de su obra, que es la Iglesia en sus dos mil años de historia.
----------Está claro entonces, para no caer en un círculo vicioso, que el creer en Cristo al principio no es lo mismo que el creer en Cristo después del haber creído en su mensaje. Al principio, sobre la base de los testimonios evangélicos, soy atraído por un hombre extraordinario ("nunca nadie ha hablado como este hombre", dicen los soldados a los sacerdotes que los habían enviado para arrestarlo) y sumamente creíble por las pruebas y los signos que me ofrece; pero una vez que he creído en sus palabras, he aquí que de nuevo surge en mí la voluntad, bajo la inspiración del Espíritu Santo, de confiarme total e incondicionalmente a Él para darle en mano el destino de mi vida en la eternidad. Y esto es el creer al cual se refiere el Papa; lo que, sin embargo, no excluye sino que presupone todo el proceso precedente, como la Iglesia católica siempre ha enseñado y se desprende claramente de los propios relatos evangélicos.
----------Viceversa, el hablar de un "creer en Cristo" sin tener en cuenta o para manipular a nuestra voluntad en base a doctas y eruditas tonterías (aunque se esté en posesión de un doctorado en exégesis bíblica) sus enseñanzas sin tener en cuenta la interpretación de la Iglesia (el Magisterio), recortando, suprimiendo, cambiando, ampliando o dando ciertos contenidos por "adiciones o interpolaciones de la comunidad primitiva" o de san Juan o de san Pablo, es una peligrosa ilusión que nos presenta un "Cristo" puramente fantástico y subjetivo, que no salva a nadie, y que de hecho, si la operación es consciente y voluntaria, manda al infierno.
----------Por lo tanto, y ya para concluir nuestra breve reflexión de hoy, la fe cristiana es ciertamente un "creer en Alguien", pero pasando a través del creer lo que este Alguien nos ha enseñado y demostrando a este Alguien, como Él justamente nos pide, que creamos en Él porque creemos lo que Él nos enseña como divino. Maestro, y lo pongamos en práctica como doctrina salutífera de nuestro Salvador.

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