domingo, 28 de febrero de 2021

Un reclamo de monseñor Marcelo Colombo a sus presbíteros (2/2)

Cuando el Arzobispo de Mendoza, monseñor Marcelo Daniel Colombo, pedía a sus sacerdotes "no ceder a la tentación del sacramentalismo", durante la homilía en la Santa Misa Crismal del pasado sábado 20 de febrero, se refería a no debilitar la preparación catequética a los Sacramentos del Bautismo, Eucaristía y Confirmación, puesta a prueba por haber disminuido la situación de presencialidad de catequistas y catequizandos durante la presente pandemia, debiéndose recurrir a metodologías sustitutivas. Sin embargo, si bien la "tentación del sacramentalismo" también está presente en el ámbito del cuidado de los enfermos, aquí sin embargo, no hay virtualidad posible: se exige la presencia. En tal sentido, el arzobispo mendocino fue claro: "No nos dejemos ganar por el miedo, la indiferencia o el alarmismo. Actuemos con sumo cuidado, sin dejar de estar presentes".

----------Las palabras de mons. Marcelo Colombo a las que me refiero fueron: "A causa de la pandemia y las necesarias disposiciones sanitarias, la iniciación cristiana se ha visto condicionada. Con el tiempo, se ha logrado, en parte, normalizar la administración de los sacramentos del bautismo, la Eucaristía y la confirmación. (...) La dura experiencia de 2020 nos debe ayudar a madurar alternativas concretas a la presencialidad en materia de preparación, sin ceder a la tentación del sacramentalismo". Luego se refirió al cuidado de los enfermos: "Un ámbito más exigente y que nos crea perplejidad en cuanto al mejor modo de afrontarlo, es el mundo del dolor", y aquí pidió: "un compromiso mayor con la atención de nuestros hermanos enfermos" y también "seguimiento y acompañamiento de los enfermos", "estar presentes", y finalmente fue totalmente claro: "la visita sacerdotal al enfermo siguen siendo el modo ordinario y querido por la Iglesia, aún en el marco de pandemia, para hacer presente el ministerio de Cristo", "actuemos con sumo cuidado, sin dejar de estar presentes".
----------Ahora bien, la pregunta que surge de inmediato es: ¿qué significa: "seguimiento y acompañamiento de los enfermos", "estar presentes", "hacer presente el ministerio de Cristo"? Intentaré dar alguna respuesta, a la luz de la Escritura, la Tradición, y particularmente del reciente Magisterio de la Iglesia.
   
La paradoja cristiana del sufrimiento
   
----------Una de las mayores virtudes del cristianismo es la de saber dar a quien sufre, una contención y una consolación que ninguna otra religión, ninguna concepción moral, ningún sistema de filosofía o de psicología, pueden dar, siempre que, se entiende, por supuesto, quien padece, esté deseoso de ser curado, crea en Dios y tenga confianza en las palabras del Evangelio.
----------De hecho, el consuelo cristiano no es un consuelo simplemente humano, solidario o psicológico, que sin embargo tiene su utilidad cuando el que sufre no está preparado para comprender la aparente paradoja del discurso de la Cruz. Para que el consuelo cristiano pueda tener su efecto, es necesario que la persona que sufre, iluminada por la fe y animada por la caridad cristiana, viva ya una vida cristiana o cuanto menos esté abierto a la comprensión de lo que le comunica su hermano en la fe, ya sea laico o sacerdote.
----------La aparente paradoja consiste precisamente en el hecho de que el cristianismo combina el rechazo natural del sufrimiento y la lucha contra el sufrimiento con un cierto amor sobrenatural por el sufrimiento, ciertamente no al sufrimiento en cuanto tal, lo que sería pecado, sino en cuanto participación expiativa y amorosa en los sufrimientos de Cristo, quien, inocente, por amor a nosotros y para satisfacer al Padre por nuestros pecados, se ha hecho cargo del castigo de nuestros pecados, para expiar en nuestro lugar sobre la cruz y ganarnos la remisión de los pecados y la liberación del sufrimiento. Para expresar en dos palabras la paradoja que en realidad es divina sabiduría, justicia y misericordia: el sufrimiento libera del sufrimiento.
----------Por eso la persona (sacerdote o laico) que consuela al enfermo, antes de proponer el mensaje cristiano al sufriente, debe conocer la situación espiritual del sufriente, para decidir el tipo de consuelo que le brindará, de modo que se ajuste o se adapte a las expectativas, a la capacidad de escuchar, a la situación y a las convicciones del sufriente; por esto la persona que consuela suministrará un consuelo simplemente humano a quienes no son capaces de recibir más; y dará consuelo cristiano a los que ya son cristianos.
O puede suceder la circunstancia de que el que sufre, aunque todavía desconozca el consuelo cristiano, esté dispuesto a comprenderlo y recibirlo. En tal caso, el confortador debe aprovechar la ocasión que se le presenta para beneficiar al sufriente con el consuelo cristiano. O bien, si el sufriente es víctima en buena fe de prejuicios o errores acerca del consuelo cristiano, ese puede ser el momento oportuno para iluminarlo y desengañarlo, para así volverlo disponible para ser cristianamente confortado. Si, por el contrario, el que sufre se muestra hostil al discurso cristiano y refractario a dejarse persuadir, es necesario renunciar a una obra de convencimiento o, si es el caso, se lo puede amonestar exhortándolo, siguiendo el ejemplo de Cristo y de los apóstoles, a la conversión para no incurrir hacia en la eterna condenación.
   
Consolar cristianamente a los afligidos
   
----------Vale tener presente un documento del magisterio pontificio reciente: la Carta Samaritanus Bonus, sobre el cuidado de las personas en las fases críticas y terminales de la vida, de la Congregación para la Doctrina de la Fe, firmada por el cardenal Luis Ladaria el 14 de julio de 2020, en representación del papa Francisco.
----------En esa Carta pontificia, toda ella de indudable utilidad para el ministerio de los presbíteros y para todos aquellos (diáconos, ministros y laicos) que se dedican al cuidado de los enfermos o, como suele decirse hoy, a la pastoral de la salud en las parroquias, se indica que el confortador puede, si es precisamente el caso, recordar al enfermo "el valor de la vida humana en la enfermedad, el sentido del sufrimiento y el significado del tiempo que precede a la muerte. El dolor y la muerte, de hecho, no pueden ser los criterios últimos que midan la dignidad humana, que es propia de cada persona, por el solo hecho de ser un 'ser humano'." De hecho, como explica el documento, "el sufrimiento, lejos de ser eliminado del horizonte existencial de la persona, continúa generando una inagotable pregunta por el sentido de la vida. La solución a esta dramática cuestión no podrá jamás ofrecerse solo a la luz del pensamiento humano, porque en el sufrimiento está contenida la grandeza de un misterio específico que solo la Revelación de Dios nos puede desvelar".
----------El confortador, prosigue la Carta, debe ayudar al enfermo a tener "la mirada de quién no pretende apoderarse de la realidad de la vida, sino acogerla así como es, con sus fatigas y sufrimientos, buscando reconocer en la enfermedad un sentido del que dejarse interpelar y 'guiar', con la confianza de quien se abandona al Señor de la vida que se manifiesta en él". Y precisa: "Es una contribución esencial que compete a los agentes de pastoral y a toda la comunidad cristiana, con el ejemplo del Buen Samaritano, para que al rechazo le siga la aceptación, y sobre la angustia prevalezca la esperanza, sobre todo cuando el sufrimiento se prolonga por la degeneración de la patología, al aproximarse el final". De hecho, "Spe salvi facti sumus, en la esperanza, teologal, dirigida hacia Dios, hemos sido salvados, dice San Pablo (Rm 8,24)". "'El vino de la esperanza' -prosigue la Carta- es la contribución específica de la fe cristiana en el cuidado del enfermo y hace referencia al modo como Dios vence el mal en el mundo. En el sufrimiento el hombre debe poder experimentar una solidaridad y un amor que asume el sufrimiento ofreciendo un sentido a la vida, que se extiende más allá de la muerte". "Un profundo sentido religioso -observa el documento- puede permitir al paciente vivir el dolor como un ofrecimiento especial a Dios, en la óptica de la Redención".
----------De hecho, el consuelo cristiano al sufriente está fundado en el misterio de la Redención obrada por Nuestro Señor Jesucristo, y no es más que una aplicación saludable de este misterio, el cual supone que el enfermo sabe que su sufrimiento es consecuencia del pecado original y puede ser un castigo divino por sus pecados personales. Por otra parte, obviamente, se supone que el enfermo sabe con exactitud, según el sentido bíblico, qué es el castigo divino, rechazando un cierto falso concepto, popular y supersticioso, del castigo divino, como acto precipitado e irracional de un Dios despótico y rencoroso. Al respecto, ya hemos dicho en una nota anterior que es posible que el papa Francisco, en su reciente Encíclica Fratelli tutti se esté refiriendo al castigo en este sentido, cuando dice que: "No quiero decir que se trata de una suerte de castigo divino" (n.34). Una frase ciertamente problemática del Papa, a la que ya me he referido.
----------Al respecto de este punto controvertido, que nos atañe a todos, quisiera recordar todo lo que ya he publicado. Creo, modestamente, haber explicado y demostrado en todas mis notas, con abundancia de razones filosóficas, teológicas y bíblicas, incluso extraídas del reciente Magisterio de la Iglesia, que las desgracias y los sufrimientos, y por tanto también la presente pandemia, pueden y deben interpretarse como castigo divino entendido en el sentido derivado de la Biblia y del Magisterio de la Iglesia y de los Santos.
----------Es sumamente útil recurrir también aquí a las enseñanzas del papa san Gregorio Magno [590-604] en su famosísima Regla pastoral, que nos proporciona óptimas indicaciones para saber qué decir al enfermo a la luz de la fe, para consolarlo y ayudarlo a soportar y a dar sentido a su sufrimiento. Naturalmente se deberá tratar de un enfermo o ya creyente o dispuesto a aceptar el discurso de la fe, porque si no fuera así, el pastor tendrá que recurrir a consideraciones, alientos y alivios simplemente humanos, solidarios o psicológicos. Y en ciertos casos, si se trata de un ateo blasfemador, tendrá que limitarse a rezar por él, confiándolo a la divina misericordia.
----------Ahora bien, entiendo que el papa Francisco, en aquel citado pasaje de Fratelli tutti, tenía probablemente ante sus ojos no tanto al creyente, sino ante todo simplemente al hombre, como él dice, de "buena voluntad", no adentrado en los misterios de nuestra fe. Sin embargo, al tratar el Papa temas tan delicados, quizás demasiado preocupado por qué decir a los no creyentes, en lugar de limitarse a consideraciones de simple compasión y solidaridad humanas o referirse a prejuicios populares sobre los castigos divinos, me vuelvo a preguntar: ¿qué le ha impedido agregar pensamientos de fe explícita, inspirándose en los santos papas que le precedieron?
----------Por eso, sigo considerando convenientísimo recurrir a la Regla pastoral de san Gregorio Magno, aunque frecuentemente el viejo texto del santo pontífice parezca tener un tono quizás un poco áspero, seco y duro. Pero se trata del proverbial estilo latino, tan sin matices ni medias tintas, a modo de nítido aguafuerte, pero que en realidad, si bien se mira, es todo sustancia, rezuma sabiduría y caridad en cada palabra. Y no son palabras superadas porque hayan sido escritas hace ya dieciseis siglos, porque lo que nos dice el santo papa Gregorio es el corazón de la sabiduría cristiana y, como sabemos, este corazón es siempre el que nos mantiene en vida.
----------Por lo tanto, y sea como sea, lo que aquí intento explicar es que, ante el dramático problema del mal, de las calamidades que necesariamente afectan a la vida humana luego del pecado original, y ante la necesidad que tenemos los sacerdotes de transmitir estas verdades a quienes padecen el sufrimiento, no hay misericordia, gracia, perdón, progreso, renovación o reforma que cuenten como pretextos para dispensarnos de tomar la cruz y hacer nuestra parte. En todo caso, hay que decir que textos como el citado del papa san Gregorio son hoy más actuales y útiles que nunca, olvidados como estamos que confiar, como debemos, en la misericordia divina, no quiere decir tomarla a la ligera, como hacen los buenistas, y salirse con la suya viajando cómodamente gratis al cielo sin pagar el boleto solo porque Nuestro Señor Jesucristo lo ha pagado por nosotros.
   
"Antes morir que pecar" (santo Domingo Savio), el mal de pena antes que el mal de culpa
   
----------Ciertamente, no es fácil vivir equilibradamente, heroicamente, la paradoja que implica asumir el sufrimiento según la fe cristiana, luchando contra él y a la vez aceptándolo y amándolo como medio salvífico. En este sentido, la moral cristiana potencia enormemente la virtud sobrenatural de la paciencia, porque si bien como ética racional combate el sufrimiento, sin embargo no lo considera un mal absoluto, del cual librarse de todas las maneras posibles y por cualquier medio, sino que, asumido como expiación del pecado, el sufrimiento se convierte en un bien, por el cual no sólo puede ser aceptado voluntariamente cuando llega, sino que incluso puede ser querido y buscado bajo forma de castigo o de penitencia.
----------Asistimos hoy (recordémoslo una vez más) al choque entre cristianismo y buenismo hedonista. El Dios cristiano es el único Dios, eterno, perfectísimo, sumo Bien y Suprema Verdad, es el Dios que atisba la misma inteligencia humana con las solas luces naturales de la razón. Es un Dios creador y providente, sumamente Justo; es, pues, un Dios legislador, que premia a quienes obedecen sus mandamientos y castiga a quienes los desobedecen. Es también el Dios que se nos ha revelado Trino en Nuestro Señor Jesucristo y en su Espíritu, y que sin negar todas aquellas verdades que sobre él descubre la sola razón natural (además de lo que indican los testimonios del Antiguo y Nuevo Testamento) se nos revela también Misericordioso en su Justicia. No puede haber dos verdades, no existe contradicción alguna entre las verdades de la razón natural y las verdades reveladas sobrenaturalmente. Así es el único Dios, Justo y a la vez Misericordioso. En cambio, el Dios de los buenistas es un Dios que no castiga y no hace sufrir a nadie, sino que es benévolo con todos y salva a todos sin condiciones, dejando que todos actúen según su propia voluntad.
----------El buenista o misericordista reconoce la existencia del sufrimiento, pero no reconduce el sufrimiento a Dios. Es cierto que Dios no quiere el sufrimiento: el sufrimiento depende sólo de los pecados del hombre, de los pecados de los otros y de la naturaleza. Sin embargo, el sufrimiento existe. Sin embargo, el buenista no cree en el pecado original como origen primero del sufrimiento, entendido como castigo del pecado original, y por tanto como castigo del pecado. Por consiguiente, para el buenista, el sufrimiento existe, pero su origen, su sentido, su por qué, son inexplicables. Ni siquiera la fe, según el buenista, nos ilumina sobre este misterio. Dios mismo no puede hacer nada contra el sufrimiento, porque el sufrimiento obra por cuenta propia, independientemente de él y contra él. El sufrimiento solo desaparecerá en el cielo. Así dice el buenista.
----------Por el contrario, para el cristiano el pecado (mal de culpa) es un mal más grave que el sufrimiento (mal de pena). Para el buenista es al revés: el mal absoluto es el sufrimiento; el pecado es mal sólo si procura sufrimiento. De ello se deduce que mientras el fiel católico de recta fe está dispuesto a sufrir para evitar el pecado, el buenista está dispuesto incluso a pecar para evitar sea como sea el sufrimiento.
----------Para el cristiano, el sufrir en Cristo libera del pecado, que es lo que le interesa sobre todo. Por lo cual, si para no pecar hay que sufrir, el cristiano acepta el sufrimiento. Para el buenista, en cambio, al cual le interesa sobre todo evitar el sufrimiento, si ciertos pecados liberan del sufrimiento, ¡bienvenidos sean estos pecados! Y por esto, para el buenista, tales pecados son lícitos. Si para liberarse del sufrimiento existe la posibilidad de la eutanasia, ¡bienvenida la eutanasia! Si para liberarse de la carga de un embarazo no deseado, existe el aborto, ¡bienvenido el aborto! Si para disfrutar sexualmente, existe la sodomía, ¡bienvenida la sodomía! En todo caso, Dios mira a todos benévolamente y salva a todos, porque todos son buenos y de buena fe.
   
¿Por qué Cristo ha sufrido tanto por nosotros?
   
----------Escribe en su Regla pastoral san Gregorio Magno: "Aprendan los enfermos, para mantenerse en la paciencia, a considerar incesantemente cuántos dolores soportó nuestro Divino redentor de parte de sus propias criaturas: los baldones e injurias que padeció, las puñadas que tuvo que recibir de sus verdugos, para arrebatar de manos del antiguo enemigo las almas que caen cada día cautivas en su poder; que no apartó su rostro de las salivas de los impíos, Él, que a nosotros nos lava en las aguas saludables del bautismo; que resistió en silencio los azotes, para librarnos con su mediación de los suplicios eternos; que, para merecernos la gloria perdurable entre las jerarquías de los ángeles, recibió afrentosas bofetadas; que, para preservarnos de los punzadores tormentos merecidos por el pecado, no titubeó en someter su cabeza al suplicio de las espinas: que, para embriagarnos en las eternas dulzuras del cielo, apuró sediento las amarguras de la hiel; que, siendo igual al Padre en la divinidad, se postró en adoración delante de Él por nosotros y guardó silencio cuando le adoraban por burla; que, para devolver la vida a las almas muertas a la gracia, siendo Él la vida misma, se sometió a la muerte. Entonces, ¿por qué estimar penoso que el hombre acepte de Dios tribulaciones en pago de sus maldades, cuando Dios mismo hubo de aceptar de los hombres malos tratos en pago de sus bondades? ¿Quién, que tenga sano el juicio, ha de ser tan ingrato que se duela de sus quebrantos, cuando Aquél que llevó su vida sin pecado, no pasó por el mundo sin adversidades?"
----------Por consiguiente, es necesario que nos demos cuenta con total certeza, tanto certeza de razón, como certeza de fe, que el pecado, la desgracia y el castigo, son tres realidades esencialmente conectadas entre sí, por lo cual, si las separamos, cada una de ellas desaparece en su esencial realidad, o pierde su sentido; y en tal caso: el pecado no existe, la desventura no tiene sentido, el castigo divino es mera crueldad.
----------En cambio, por divina Revelación sabemos que las tres realidades están esencialmente conectadas y, por su naturaleza, el pecado provoca la desgracia y atrae el castigo divino que conlleva la desgracia, por lo cual, si hay pecado, no puede no derivar la desgracia como castigo divino; y a la inversa, si hay desgracia, quiere decir que somos castigados a causa del pecado, al menos del pecado original. Un pecado no castigado por Dios no existe, porque si no lo castigase sería injusto. La misericordia divina no quiere decir que Dios no castiga, sino que transforma en Cristo y por Cristo el castigo en expiación o reparación del pecado y camino de salvación para el pecador que se reconoce justamente castigado, se arrepiente y hace penitencia del pecado confiando en el perdón y en la misericordia de Dios. Y a la inversa, un acto humano no castigado por Dios no es pecado sino buena acción y por lo tanto merece un premio. Dios no castiga a los que pecan por debilidad, o por ignorancia o de buena fe, es decir, sin saber que están pecando. Por ejemplo, en el episodio del ciego de nacimiento, Jesús señala que el ciego no ha cometido pecados personales, sino que sobreentiende el pecado original.
   
Pecado, desgracia, castigo, intrínsecamente relacionados
   
----------En la concepción cristiana, tal como el fiel católico lo asume, basado no sólo en la sana razón natural sino sobre todo en la divina Revelación, estas tres cosas (pecado, desgracia y castigo) o se mantienen todas juntas o todas se derrumban juntas. Por lo tanto, basta con negar una que colapsan también las otras. Ellas están en la base de la conciencia moral, de la convivencia humana y de la religión, no digo sólo de la religión cristiana, sino de la propia religión natural. Por lo cual, si negamos una, desaparecen también las otras y la humanidad precipita en las tinieblas, en la barbarie y en la perdición.
----------De hecho, es evidente que si esas tres cosas no son admitidas juntas, la Redención obrada por Nuestro Señor Jesucristo como remisión de los pecados y liberación del sufrimiento por medio de la penitencia en la aceptación del castigo divino, queda totalmente anulada la virtud de la religión, que entre todos los pueblos de la más remota antigüedad es precisamente el ofrecimiento que el sacerdote hace a Dios de una víctima sacrificial para obtener de la divinidad sus favores y la suspensión de los merecidos castigos.
----------Pero si, como dicen los buenistas, el hombre pecador no es un castigado, sino sólo un pobre desgraciado para ser compadecido, que no sabe por qué sufre, ¿qué cosa ofrece a la divinidad? Solo que al negar el sacrificio de Cristo, tenemos nada menos que la negación radical del cristianismo; el mal se vuelve irremediable; la existencia humana se vuelve insensata, el hombre permanece en sus pecados, se precipita en el nihilismo y en la desesperación de la salvación. A eso lleva lógicamente el buenismo.
----------Por consiguiente, la recta fe católica, en la que creemos por divina Revelación, afirma que Dios nos envía el sufrimiento o como consecuencia lógica de nuestros pecados o porque permite que seamos afligidos por la maldad de los hombres o por medio de la hostilidad de la naturaleza o de los ataques del demonio. Por tanto, es necesario que nos demos cuenta (serenamente y sin escandalizarnos) que Dios no solo permite, sino que quiere positivamente el sufrimiento a fin del bien.
----------Dios, en cuanto bondad infinita, no peca, no puede pecar y no quiere el pecado de la creatura. Si el pecado es cometido por los demonios y por los hombres, es porque desobedecen a Dios. Sin embargo, Dios, que si quisiera, podría impedir el pecado, no lo hace, porque del pecado quiere obtener un bien mayor, que es darnos a Cristo. "¡O felix culpa, quae talem ac tantum meruit habere Redemptorem!".
----------Ciertamente, esta es otra paradoja de la doctrina cristiana de la causa del sufrimiento, porque una teología simplista y pueril apenas llega a comprender cómo es posible que un Dios bueno haga sufrir. Y se olvida el principio bíblico y también de ética natural de que existe un hacer sufrir que tiene una finalidad correctiva, terapéutica y educativa, que es expresión de justicia, de bondad, de amor y de misericordia.
----------Por consiguiente, la palabra "castigo", referida a Dios, no debe generar repugnancia ni hacernos pensar en un Dios cruel, despótico, caprichoso o bizarro, sino que debe hacernos recordar indisoluble y lógicamente la idea de nuestros méritos, de nuestra responsabilidad, de nuestro ser pecadores, llamados a la salvación, así como debe hacernos recordar la idea de la justicia, de la providencia, de la bondad, de la paternidad, del amor y de la misericordia de Dios. Quien comprende estas cosas es una persona sensata, sabia, razonable y de conciencia, es un cristiano. Quien no las comprende es un deshonesto, un impío y un pagano.
   
Preparar a los enfermos para la muerte
   
----------Si el enfermo tiene un suficiente grado de espiritualidad y no es materialista, aunque no sea cristiano, y si el enfermo teme que todo termine con la muerte, el sacerdote confortador hará bien en recordarle la inmortalidad del alma y que con la muerte tendrá que presentarse al Juicio de un Dios justo y misericordioso.
----------Si el enfermo es cristiano, el confortador podrá agregar que se trata de un Dios que, haciéndose hombre, ha dado hasta la última gota de su sangre para salvarnos del pecado, de la muerte y de la esclavitud de Satanás, y para conducirnos al cielo, a la beatífica contemplación del rostro de Dios, en compañía de los ángeles y de los santos, en una tierra nueva donde habitan la paz, la justicia y la fraternidad universal.
----------Para significar la esperanza de ir al cielo, el pastor debe evitar la expresión, hoy lamentablemente difundida, "retornar a la casa del Padre", porque es una expresión contraria a lo que realmente le sucede al alma digna de subir al cielo, es decir, contraria a cuanto Cristo mismo nos dice. De hecho, Él prevé el ingreso en el reino del Padre no como un retornar, sino como un ir al Padre. Se retorna a un puesto o lugar del cual se provino; se va a un lugar o se va a ocupar un puesto donde nunca jamás se ha estado.
----------Ahora bien, aclaremos las ideas: no es que nosotros provenimos de la casa del Padre y regresáramos. Nosotros, como creaturas, provenimos de la nada. No provenimos de Dios, como si saliéramos de su esencia o sustancia, así como un hijo proviene de los progenitores, porque él es la sustancia de su sustancia, sino que somos creados por Dios de la nada, es decir, no salimos ni emanamos ni provenimos de su esencia o sustancia, sino que somos producidos como creados de la nada, de una sustancia finita, infinitamente distante, aunque creada a su imagen, de la Sustancia divina infinita.
----------Sólo el Hijo Unigénito de Dios proviene o, como dice Nuestro Señor Jesucristo, "sale" (Jn 8,42) del Padre, por lo que Él efectivamente es el único que "retorna al Padre" (Jn 13,3): "Yo salí del Padre y he venido al mundo, ahora dejo de nuevo el mundo y vuelvo al Padre" (Jn 16,8). De hecho, el Hijo Unigénito de Dios no es una criatura, sino que es de la misma sustancia que el Padre. Por eso Él está en el Padre y generado por el Padre desde la eternidad, y bien puede decir que proviene del Padre.
----------En cambio, la perspectiva de los discípulos es, sí, dejar el mundo, pero para ir al Padre, porque nunca han estado en el Padre. Por eso Jesús les dice: "en la casa de mi Padre hay muchas moradas. Yo voy a prepararos un lugar; cuando me haya ido y os haya preparado un lugar, volveré y os llevaré conmigo, para que vosotros también estéis donde yo estoy" (Jn 14,2-3). Este es el momento y el significado de la muerte cristiana: acoger a Jesús que viene a llevarnos para ir a la casa del Padre.
----------Sin embargo, debemos estar preparados. Para ello, el sacerdote o laico confortador debe preparar al enfermo para el encuentro con Nuestro Señor Jesucristo. Y en tal sentido la Carta Samaritanus bonus recuerda el deber del asistente y en especial modo del sacerdote confesor. De hecho, el confortador, si es sacerdote, puede o en ciertos casos debe, si lo juzga oportuno en las circunstancias adecuadas, y si el enfermo está dispuesto y disponible, también administrar la ayuda de los Sacramentos.
----------De hecho, como dice la mencionada Carta de la Congregación de la Fe: "La Iglesia llama sacramentos 'de curación' a la Penitencia y a la Unción de los enfermos, que culminan en la Eucaristía como ‘viático’ para la vida eterna. Mediante la cercanía de la Iglesia, el enfermo vive la cercanía de Cristo que lo acompaña en el camino hacia la casa del Padre (cf. Jn 14,6) y lo ayuda a no caer en la desesperación, sosteniéndolo en la esperanza, sobre todo cuando el camino se hace más penoso. (…) La Iglesia está atenta a escrutar los signos de conversión suficientes, para que los fieles puedan pedir razonablemente la recepción de los sacramentos. Se recuerda que posponer la absolución es también un acto medicinal de la Iglesia, dirigido, no a condenar al pecador, sino a persuadirlo y acompañarlo hacia la conversión".
   
Dependencia de las directivas pastorales respecto de las verdades de Fe
   
----------El clero y los fieles católicos mendocinos deben agradecerle a su Arzobispo su celo pastoral frente a los hermanos sufrientes, los más necesitados en esta pandemia que se prolonga en el tiempo. En la reciente Misa Crismal mons. Marcelo Colombo ha sido absolutamente claro y firme en sus directivas acerca de los deberes pastorales sacerdotales para con los enfermos en la presente hora. Pidamos a Dios para que todos los que tienen en Mendoza cura de almas escuchen el mensaje del pastor diocesano y cumplan estas directivas. Sin embargo, pidamos también que el señor Arzobispo mendocino manifieste también similar claridad y firmeza (y la procure y la exija en su clero y laicado) respecto al Evangelio, al mensaje, a la doctrina, al dogma cristiano, porque sin esta claridad y firmeza en el auténtico mensaje evangélico no existirá ese "hacer presente el ministerio de Cristo" que él ha pedido a sus sacerdotes.
----------El celo pastoral no puede jamás separarse del celo por la transmisión del auténtico mensaje cristiano, del cual depende esencialmente. Hoy por hoy suele hablarse del primado de la pastoral sobre el dogma, respecto a la atención de las personas concretas. Pero, ¿qué significa ese modo de hablar? ¿Se corresponden esos conceptos con el verdadero proceder cristiano? Digámoslo claramente: tal modo de entender la pastoral está muy lejos de la auténtica pastoral católica.
----------San Juan Pablo II, en su encíclica Fides et ratio, afirmó que "no hay que olvidar que la Revelación está llena de misterio", y agregando que "solo la fe permite penetrar en el misterio, favoreciendo su comprensión coherente". También los papas Benedicto XVI y Francisco afirmaron en la Lumen fidei que "en el Bautismo el hombre recibe también una doctrina que profesar y una forma concreta de vivir". Todo lo cual quiere decir que la doctrina y moral cristianas no parten del hombre ni le pertenecen, sino que el hombre las recibe y lo que le corresponde es acogerlas y hacerlas carne propia.
----------Sin embargo, da la impresión que en ciertos ámbitos de la pastoral católica, y en concreto de la pastoral de los enfermos y, en general, de la pastoral del sufrimiento, hayan surgido dudas en los pastores: la duda de si una supuesta "rigidez" del dogma puede hacer que los más alejados de la Iglesia se sientan rechazados por esta; naciendo entonces la sugerencia: ¿podríamos ser entonces un tanto flexibles con el dogma para atraer a los más alejados? Cuestionarse esto es similar a que un profesor de Matemáticas se pregunte: "Si uno de mis alumnos me viene con que dos más dos son cinco, ¿puedo decirle que está bien para luego paulatinamente ir enseñándole que dos más dos son cuatro?". Pero un maestro que no corrige a un alumno cuando este dice que dos más dos son cinco, por muy buena intención que tenga, no está cumpliendo con su labor docente. Y un pastor que no corrige a un fiel católico cuando este acomoda la fe a los gustos y pareceres personales, por muy buena intención que tenga, no está realizando una buena pastoral. Y además, pensar que la Iglesia rechaza a los pecadores cuando les llama a la Verdad de Cristo, es como pensar que una madre podría amar más a su hijo al dejarle llevar su vida como a él se le antoje.
----------Por consiguiente, ¿qué papel juega la pastoral? ¿Acaso todo es doctrina inmutable? El papa san Pablo VI lo explicaba así: "Corresponde al Papa y a los concilios conducir un juicio para discernir en las tradiciones de la Iglesia a lo que no es posible renunciar, sin infidelidad al Señor y al Espíritu Santo (el depósito de la fe) y lo que, por el contrario, puede y debe ser puesto al día, para facilitar la misión de la Iglesia a través de la variedad de los tiempos y de los lugares, para traducir el mensaje divino al lenguaje humano de hoy y comunicarlo mejor, sin compromiso de principios, indudablemente" (Carta del 11 de octubre de 1976 a mons. Marcel Lefebvre).
----------Por lo tanto, lo mutable es aquello que depende de "la variedad de los tiempos y de los lugares", pero esto no es el dogma, pues las verdades no tienen fechas de caducidad ni fronteras. Lo que es variable es, justamente, la pastoral, que es el medio que se usa "para facilitar la misión de la Iglesia", no para modificarla. La pastoral, entonces, no solo no puede primar sobre el dogma, sino que depende intrínsecamente de él. No es sino por el dogma que existe la pastoral, pues esta surge del anhelo de llevar al prójimo a la salvación, la cual es un dogma. Partiendo de san Pablo y su "celo por anunciar el Evangelio", podríamos decir que el celo es la pastoral y el Evangelio es el dogma. Sin Evangelio no puede haber celo, y sin dogmática no podría haber pastoral como no puede haber comunicación sin un mensaje.

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