Es perfectamente cierto que María, durante todo el curso de su vida terrena, ha crecido en la santidad, ha progresado continuamente en la santidad, sin jamás detenerse ni retroceder, como en cambio nos pasa a nosotros. Su santidad ha aumentado de día en día hasta la cima alcanzada al término de su vida mortal. Esto no contrasta en absoluto con su origen inmaculado, tal como explicamos en la nota de ayer.
----------Así, María ha pasado de una santidad inicial a una santidad final, mucho más rica que la primera. Y en esto su santidad se asemeja a la nuestra, con la diferencia de que nosotros partimos de un estado de culpa heredado del pecado original, culpa que debe ser removida por el bautismo, y nacemos con miserias y con malas inclinaciones consecuentes al pecado original, mientras que María ha partido con todas las inclinaciones buenas y desde un estado de gracia, la cual gracia no hizo más que crecer durante toda su vida.
----------Y si María ha estado sujeta al sufrimiento, que es de por sí consecuencia del pecado original, esto Dios no lo ha querido como consecuencia, sino sólo (así como ha hecho con su Hijo) para que ella, inocentísima, pudiera ser partícipe y colaboradora de la Cruz redentora de su Hijo y colaboradora del Padre.
----------Algo a tener bien en cuenta es que la concepción inmaculada de María está íntimamente unida a su virginidad y a su maternidad divina. La una y la otra, inmaculada concepción y virginidad, son las condiciones de su maternidad. Para estar cerca de Dios, Ser santísimo, el "Santo de los santos", fuente y culmen de toda santidad, es necesario ser santos, así como es sólo lo cálido que está cerca del fuego y algo es cálido porque ha sido calentado por el fuego. Ahora bien, entre todas las creaturas, excluyendo la humanidad de Cristo, ninguna está más cerca de Dios que María, siendo la Madre, y siendo de todas las creaturas la más cercana al fuego divino, es la más ardiente, es decir, la más santa. Pero estar cerca de Dios quiere decir asemejarse a Él, como ya había intuido Platón, confirmado por san Juan (I Jn 3,2).
----------La santidad tiene su máxima expresión en la caridad. El horizonte en el cual se ejerce la caridad de María es la virginidad y la maternidad. Quiero aquí concentrar la atención sobre la castidad de María, considerando la extrema actualidad de la problemática y de la temática atinente hoy a la sexualidad humana.
----------Pues bien, la castidad, hablando en general, es templanza, dominio de sí, control racional del instinto sexual, que puede actuarse en dos ámbitos: 1) o bien en la abstinencia, como los religiosos y los sacerdotes, 2) o bien en el sano ejercicio del acto sexual, como en el matrimonio, ser "una sola carne", "diálogo corpóreo", como decía el papa san Juan Pablo II. La castidad es amor, es pureza, integridad, incorrupción, plenitud, armonía, perfección, entrega, don de sí, signo escatológico.
----------Ahora bien, la virginidad de María, Nuestra Señora, como resulta claramente de su propósito expresado al Ángel (Lc 1,35), no es una simple "virginidad espiritual". Ciertamente, en primer lugar es eso, efectivamente; pero no es sólo eso, como algunos deliran heréticamente, sino que es una verdadera y propia virginidad física, ante partum, in partu e post partum (como lo afirma el II Concilio de Constantinopla del 553, Denz.422, 427, y el Catecismo de la Iglesia Católica, n.499). Ésta es la verdad de fe.
----------Esta virginidad representa el hecho de que el espíritu, al comunicarse con otro espíritu, penetra y atraviesa la materia, supera su impenetrabilidad física y el obstáculo interpuesto por la materia. La comunión espiritual crea una interpenetración entre los dos comunicantes, para así formar, en el límite, al menos intencionalmente, una sola cosa. Por el contrario, los cuerpos, incluso cuando se unen íntimamente en perfecta correspondencia recíproca, como por ejemplo en la unión sexual o en los compuestos químicos, no pueden fusionarse completamente entre sí, lo uno siempre permanece fuera de lo otro.
----------Está claro, por lo tanto, que cuando Nuestro Señor Jesucristo habla de la unión entre el hombre y la mujer como de "una sola carne" (como expresa Gen 2,24), no quiere decir que Antonio no siga siendo Antonio y Catalina no siga siendo Catalina. En cambio, cuando Jesús en su oración le pide al Padre que los discípulos "sean uno" (Jn 17,21-22), pide una unidad intencionalmente absoluta, aunque manteniéndose, obviamente, la distinción real de los individuos entre sí y de los individuos respecto a Dios.
----------Así los Santos Padres han observado que Nuestro Señor Jesucristo emerge del seno de María (in partu) dejando íntegro e intacto su himen (post partum), porque en precedencia (ante partum) en ese seno había ya entrado el Espíritu Santo para fecundarla, sin tocar nada ni cambiar ni corromper. Similarmente, Jesús Resucitado entra en el cenáculo pasando a través de la puerta cerrada.
----------Por eso María es llamada por el Cantar de los Cantares "hortus conclusus" (Ct 4,12), jardín cerrado. Ella abre a Dios y no al hombre, no porque desprecie el contacto con el hombre, sino porque lo estima tanto que, en su insuperable cercanía a Dios y en su virginidad, quiere hacerse mediadora y santificadora de la recta relación hombre-mujer. No ha querido conocer hombre, para obtener para todos un amor casto. Como su divino Hijo, Nuestra Señora no ha necesitado purificarse a sí misma, sino que purifica a los demás.
----------Por otra parte, cuando Nuestro Señor Jesucristo dice que Dios es Padre, no entiende decir que es varón (en sentido biológico); por lo cual, para generar el Hijo (y aquí Mahoma se ha equivocado), el Padre no tiene necesidad de unirse físicamente a una mujer, y sería blasfemo de solo pensarlo, ya que Dios es purísimo Espíritu sin materia y genera el Hijo solo espiritualmente. Por lo cual, María es ciertamente fecundada, pero sólo por obra del Espíritu Santo, que es el Germen fecundante del Padre. Aquellos que, como por ejemplo Teilhard de Chardin [1881-1955], no admiten la existencia del puro espíritu sin materia, no pueden tener un concepto justo y correcto de Dios, y conciben un dios que es propio de la mitología pagana.
----------Aquí está la explicación radical de la elección virginal de María: "no conozco a ningún hombre" (andra u ghinosko, Lc 1,35). María abraza la virginidad porque siente fortísimo en ella el deseo, el "ardiente deseo", diría santa Catalina de Siena, de unión con ese Dios Espíritu, que puede ser comprendido, gustado y acercado sólo por los amantes del espíritu, independientemente del sexo.
----------Por consiguiente, la virginidad de María Santísima es ciertamente modelo para la abstinencia sexual consagrada, ya sea para la del voto de castidad del Religioso o para la del celibato sacerdotal. Pero mirando las cosas todavía más de cerca, nos daremos cuenta de que hay una gran diferencia de motivación entre las dos elecciones. Mientras que, como ya hemos dicho, María está motivada por su necesidad de Dios Espíritu (es la Mujer del Espíritu Santo), en un estado de vida santa, que continúa al estado edénico, la castidad consagrada de quien vive en el estado de naturaleza caída, está motivada por la necesidad de alcanzar una superior libertad espiritual, que, a la inversa, se ve obstaculizada por la presente rebelión de la carne. De ahí la necesidad del pudor, de la cautela, de la disciplina, de la penitencia, de la austeridad, de la renuncia, de la ascesis, del sacrificio, de la mortificación, de la huida de las ocasiones.
----------Por todo lo que hemos dicho, debemos prestar mucha atención de no malinterpretar la virginidad inmaculada de María. Un antiguo himno mariano alaba a Nuestra Señora con estas palabras: "Inviolata, intacta et casta es, Maria". La impresión que pueden sugerir es que esas palabras se refieren a una idea, según la cual la unión sexual entre hombre y mujer implicaría algún cierto tipo de impureza, violación o corrupción, mientras que la virginidad sería signo de pureza, carácter inmaculado, incorruptibilidad e inviolabilidad.
----------Sin embargo, no se trata de eso, porque no debemos olvidar, si acaso nos fuera necesario, que la castidad consagrada no supone la idea platónica de que el alma debe liberarse del cuerpo, sino que, por el contrario, la abstinencia es practicada precisamente en vista o con el fin de preparar las condiciones morales y psicológicas de la futura resurrección. Por ello estamos ciertos de encontrar el "céntuplo" (Mt 19,29), el ciento por uno, de aquel uno que por amor de Nuestro Señor Jesucristo ha sido dejado.
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