El viaje del papa Francisco a Irak, desarrollado en los primeros días del corriente mes de marzo, ha sido un acontecimiento extraordinario, de dimensiones trascendentales para la vida de la Iglesia, y es mi intención demostrarlo en estas reflexiones y sugerencias, refiriéndome tan solo al tema que ha sido el centro de esta travesía apostólica: la Fe en el Dios de Abraham, nuestro padre según la carne (Rom 4,1).
----------Por supuesto que no es mi intención la reseña del viaje del Santo Padre, ni redactar la crónica de los hechos, ni brindar un resumen de sus discursos, sino indagar en el sentido teológico más profundo de este viaje del Romano Pontífice, el cual, lo repito, abre una portada epocal en la historia de la Iglesia, de significado trascendental, como trataré de explicar con mis modestos medios y la gracia de Dios.
----------Ante todo, creo que lo primero que nos ofrece el viaje del papa Francisco a Irak, es una clara respuesta a la pregunta que muchos se han hecho en estos ocho años de pontificado: ¿cuál es la acción pastoral más urgente? Pues bien, el reciente discurso del Santo Padre en la tierra de Ur, en el antiguo país de Abraham, nuestro padre en la Fe, nos muestra claramente cuál es su preocupación pastoral más urgente: la fraternidad y la paz de la humanidad. Viene a la mente la famosa encíclica de san Juan XXIII Pacem in terris.
----------A partir de eso, considero que está ahora claro lo que entiende decir el papa Francisco con su repetida expresión "Iglesia en salida", que tantas polémicas y malentendidos ha concitado en todos estos años. Para todo fiel cristiano de recta intención, consciente del significado de su nombre de católico, no debe haber duda sobre lo que el Santo Padre entiende por "Iglesia en salida": una Iglesia que, dejando a un lado sus dificultades internas, ha comprendido que hoy por hoy la necesidad pastoral más urgente, aunque no la más elevada, es hacer todo lo posible por promover la fraternidad humana puesta en peligro por una humanidad descarriada que se olvida de Dios, razón última de la hermandad y, por lo tanto, de la paz entre los hombres.
----------Porque debe comprenderse, y de una vez por todas, que en la acción pastoral es necesario, en efecto, distinguir los fines más elevados de los fines más urgentes, y que estos segundos no coinciden siempre con los más elevados. En otros términos: la explicación de la Palabra de Dios y la administración de los santos Sacramentos, constituyen una actividad que, para el pastor, es más elevada que la de recordar a los hombres, creyentes y no creyentes, cristianos y no cristianos, católicos y no católicos, su sentido de responsabilidad como personas humanas de igual dignidad, todos llamados a adorar al mismo único y verdadero Dios, si quieren entre ellos paz y concordia y la común solución de los problemas vitales, que atenazan hoy a una humanidad, que se está perdiendo y desintegrando dividida por el odio recíproco y corre el riesgo de ser destruida por una enorme conflagración atómica. Lo que intento decir es que los fines humanos y naturales, los fines de lo que llamamos la promoción humana, como actividad del pastor, no son más elevados que los fines sobrenaturales, pero el Santo Padre hoy nos dice que son los más urgentes.
----------En repetidas ocasiones en este blog hemos constatado (y nos hemos lamentado por ello) que el papa Francisco, en sus ocho años de pontificado no se ha ocupado de una tarea que, en mi opinión, es primaria y fundamental para enfrentar la crisis que actualmente afecta a la Iglesia: solucionar la división que desde hace más de cincuenta años lacera el tejido eclesial, la división y la dura batalla que obstinadamente enfrenta a modernistas y pasadistas, principalmente rahnerianos y lefebvrianos y sus afines.
----------En efecto, el Papa no se ocupa del contraste entre modernistas y tradicionalistas, entre rahnerianos y lefebvrianos, entre el cardenal Walter Kasper y el cardenal Raymond Leo Burke, entre el cardenal Gerhard Müller y el cardenal Óscar Rodríguez Madariaga, entre el cardenal Walter Brandmüller y el cardenal Karl Lehmann, entre mons. Athanasius Schneider y mons. Marcelo Sánchez Sorondo, entre mons. Luigi Negri y mons. Bruno Forte, entre mons. Brunero Gherardini y mons. Nunzio Galantino, entre mons. Antonio Livi y Enzo Bianchi, entre Andrea Grillo y mons. Richard Williamson, entre el padre Davide Pagliarani y Kiko Arguello, entre Roberto de Mattei y Alberto Melloni, entre el padre Timothy Radclyffe y el padre Serafino Lanzetta, entre el padre Alessandro Minutella y el padre Luigi Verzè, entre el padre Arturo Sosa y el padre Livio Fanzaga, entre el padre Antonio Spadaro y mons. Carlo Maria Viganò, entre Leonardo Boff y Plinio Correa de Oliveira, entre Aldo Maria Valli y Andrea Tornielli, entre Marco Tarquinio y Eugenio Tosatti o, en el ámbito argentino, entre mons. Héctor Aguer y mons. Víctor Fernández, entre mons. Marcelo Colombo y mons. Pedro Daniel Martínez Perea.
----------Sin embargo, y parece haber llegado de una buena vez la hora de comprenderlo bien y definitivamente, el papa Francisco no se ha ocupado en estos ocho años y no parece tener intención de ocuparse en el futuro de esta controversia, no porque el Santo Padre no sea consciente de estos contrastes entre opuestos extremismos, sino porque se ha dado cuenta de que a una humanidad "que no sabe distinguir la mano derecha de la mano izquierda" (Jonás 4,11) y que se arriesga a confundir lo humano con lo inhumano, antes de explicarle el misterio de la Santísima Trinidad o el valor cristiano del sufrimiento o la esencia de la visión beatífica o los dogmas marianos o el dogma de Calcedonia, a esa humanidad que ha llegado a no distinguir ya el bien del mal, es necesario explicarle (pero precisamente con la intención última de llegar al anuncio de lo más elevado, de lo sobrenatural, de los dogmas de nuestra fe) lo que está antes, los presupuestos, es necesario crearle en lo inmediato, en lo próximo, en lo urgente, las condiciones, incluidas las económicas, para volverla a esta humanidad disponible para acoger los misterios sobrenaturales de la fe católica.
----------Es, precisamente, lo que ha intentado decir el papa Francisco con aquella otra expresión suya, tan repetida también, de que "no hay que hacer proselitismo" de la fe; es decir, se trata, en definitiva, de aquel modo de evangelizar que Nuestro Señor Jesucristo mismo nos ha enseñado a través de su conducta y de sus palabras, comenzando con el diálogo y con el ejemplo de la misericordia fraterna pasando sucesivamente al anuncio explícito de los misterios del reino, sabiendo muy bien que habría de pagar con la vida este anuncio.
----------Este método educativo y formativo es el requerido por el normal camino de la mente humana, que aprende las cosas pasando de lo causado a su causa, de las cosas visibles a las invisibles, de las materiales a las espirituales, de las humanas a las divinas, de las terrenales a las celestiales, de las racionales a las reveladas, de las naturales a las sobrenaturales. Primum ditari -decían los antiguos- deinde philosophari.
----------Sin embargo, si está bien apreciar esta línea pastoral del Papa (al fin de cuentas, una opción pastoral, una opción de gobierno, una opción suya personal, en la que no está en juego su magisterial infalibilidad), no está mal tampoco escuchar algunas objeciones y darles respuesta. O sea, no por llegar a reconocer, como estoy reconociendo, lo justificado de esta línea pastoral del papa Francisco, no por ello, renuncio a mi convencimiento de que el Santo Padre debería considerar algunas objeciones planteadas por los dos bandos eclesiales en pugna, aunque sus representantes caigan frecuentemente en extremismos irreconciliables con lo rectamente católico, pues algunas de sus objeciones no carecen de razón, y el Papa debería atenderlas.
----------En tal sentido, algunos objetan argumentando que, precisamente a fin de hacer creíble al mundo la predicación papal a favor del diálogo interreligioso, de la paz y de la fraternidad, el papa Francisco debería considerar más urgente obtener o al menos trabajar por el diálogo, la reconciliación y la pacificación de los opuestos extremismos de modernistas (y afines) y de lefebvrianos (y afines), ya que parece contraproducente, en la propia opción pastoral del Papa, presentar al mundo una Iglesia tan interiormente dividida, con la pretensión de ser maestra de paz y de reconciliación para el mundo, cuando bien sabemos que Cristo ha advertido que sus discípulos se reconocerían por el amor recíproco ejercitado entre ellos (Jn 13,35).
----------Sin embargo, hay que reconocer que es también cierto que a los que plantean tal objeción, se les puede responder diciendo que el papa Francisco encuentra probablemente más fácil y quizás más acorde con sus particulares y personales dotes pastorales, esta actividad de apelación a toda la humanidad y a las religiones, por lo demás en perfecta línea con el Concilio Vaticano II, y quizás se sienta menos capaz (y por supuesto esto se comprende, dada la gravedad del ya cincuentenario conflicto intraeclesial) para enfrentar la gravísima oposición entre los dos partidos de los modernistas y filo-modernistas y de los lefebvrianos y filo-lefebvrianos, cada uno de los cuales ejerce una reprobable oposición al Papa: una oposición, la modernista, tortuosa, solapada, enmascarada, ocultada por una falsa amistad y caracterizada por el servilismo y la conducta aduladora. La otra, la oposición de los lefebvrianos, capaces sólo de quejarse, lamentarse y regañar con ánimo rencoroso, soberbio y pedante, transformando la Tradición en un ídolo, una oposición obstinadamente cerrada a interpretaciones benévolas; una oposición abierta, injusta, martilleante y farisaicamente despiadada.
----------Reconociendo que en el medio de la obstinada batalla entre ambos extremismos, está el pobre pueblo de los católicos normales, fieles al Romano Pontífice, un rebaño arrojado a derecha e izquierda por sacerdotes, religiosos, moralistas, teólogos e intelectuales en conflicto y perenne litigio entre ellos, sin consuelo ni ayuda o asistencia por parte de los obispos, que no dan señales de vida, tanquam non essent, un pueblo que se las arregla como mejor puede, desconcertado, sufriente, calumniado, tironeado y cortejado por ambos bandos.
----------Este pueblo, que es la verdadera Iglesia, que ha comprendido el verdadero significado, los verdaderos fines, y la verdadera utilidad del Concilio Vaticano II, a pesar de sus defectos pastorales, pueblo compuesto de fieles que saben distinguir el Concilio en sí mismo como magisterio infalible de la Iglesia de su falsificación modernista, este pueblo constituye, asistido por el Espíritu Santo mediante sus profetas y el sensus fidelium, un factor indispensable de mediación entre los dos bandos. Este pueblo es, en manos del papa Francisco, instrumento preciosísimo de reconciliación y de paz en la Iglesia.
----------Por todo ello, a continuación y para poner punto final a esta mi primera nota sobre el viaje del Papa a Irak, y a partir de mi modestísimo parecer personal, me animo a sugerir algunas cosas que el Santo Padre debería poner en práctica. Por supuesto, mis sugerencias se mantienen, como es debido a todo católico, en el ámbito pastoral, ya que ni yo ni nadie podemos indicar correcciones al Papa en el ámbito magisterial, en el cual él es el único indefectible Maestro de la Fe. Para ello el Santo Padre tiene sus teólogos y sus consejeros, en el ámbito de la Congregación para la Doctrina de la Fe, que actúan a su pedido y mandato.
----------Las cosas que en mi opinión debería hacer el papa Francisco, en el ámbito pastoral, para sanar este doloroso y escandaloso conflicto entre modernistas y tradicionalistas, deberían ser:
----------1) ante todo, tener mayor cuidado del lenguaje que utiliza, de modo tal que sus palabras no se presten a equívocos o malentendidos o a instrumentalizaciones;
----------2) no repetir sin explicarlas aquellas frases que han suscitado polémicas entre los dos bandos;
----------3) debería aclarar el sentido de algunas de sus afirmaciones que causan escándalo entre los tradicionalistas y vienen a ser entendidas en sentido modernista por los modernistas;
----------4) debería urgentemente corregir las desviaciones de los modernistas y disociarse personalmente de las instrumentalizaciones de las cuales ellos lo han hecho objeto;
----------5) debería responder a las objeciones y a las dificultades de los tradicionalistas;
----------6) y finalmente, debería reconocer que, mientras las doctrinas del Concilio Vaticano II son enseñanzas vinculantes en conciencia y absolutamente verdaderas, aunque no nos transmitan definiciones dogmáticas, enseñanzas que confirman y desarrollan la tradición, las directivas pastorales del Concilio, después de sesenta años de experimentación, se han revelado necesitadas de algunas correcciones y modificaciones, que, sin desmentir la recuperación de los valores de la modernidad, alejen el riesgo del buenismo y de una visión excesivamente positiva e indulgente del mundo moderno.
----------En la nota de mañana nos centraremos en el núcleo teológico del mensaje del Papa en Irak.
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