Quienes aún después de casi sesenta años mantienen sus reservas, sus sospechas, su desobediencia, y hasta su rechazo al Concilio Vaticano II y a sus enseñanzas doctrinales y directivas pastorales, recurren en sus discursos a diversos argumentos que, en la mayoría de los casos son simples slogans y frases hechas, que, a la par de manifestar su gravemente pecaminosa desobediencia al Magisterio y a la Jerarquía, que en ciertos casos llega a la consciente y voluntaria obstinación cismática, revela también lamentablemente su escasa o nula capacidad simplemente humana de razonar con buen sentido común.
----------Una de las acusaciones a los documentos del Concilio Vaticano II, que suelen repetir a modo de frases hechas o slogans bien aprendidos o guiones perfectamente memorizados en sus cursos de entrenamiento de proselitismo, similares a esos discursos automatizados que obstinadamente te repiten como loros incapaces de razonar por sí mismos esos bien conocidos propagandistas Mormones o Testigos de Jehová cuando mes a mes llaman a la puerta de tu hogar, es la de que los documentos del Concilio Vaticano II están imbuidos de ese antropocentrismo que no es nada más que el mismo veneno del viejo modernismo ya denunciado y condenado por el papa san Pío X en la encíclica Pascendi, a inicios del pasado siglo.
----------Pero lo más lamentable del caso es que la misma infundada acusación de antropocentrismo al Vaticano II la esgrimen quienes debería suponerse que, a la par de sus estudios y títulos académicos en filosofía y teología, deberían manifestar también ese mencionado sentido común que se supone es uno de los principios primeros de su natural razonamiento y, sobre todo, deberían ser intelectualmente consecuentes con la fe católica que dicen profesar. Naturalmente, se debe ser bastante más comprensivo con el filo-lefebvrismo, por ejemplo, de aquellos historiadores que, incluso doctos en lo suyo, como el profesor Roberto de Mattei, sólo se mueven en el siempre dubitativo ámbito de las opiniones históricas nunca generadoras de absoluta certeza, pero cuesta conceder la misma comprensión con académicos de filosofía, también filo-lefebvrianos, como el profesor Paolo Pasqualucci, cuando tan sueltos de cuerpo hablan de antropocentrismo en el Concilio Vaticano II.
----------Me referí ya al mismo tema de este artículo en otro anterior, aunque focalizándome en el número 22 de la constitución Gaudium et Spes, aunque sin hacer mención de Pasqualucci. Por cierto, debo expresar con franqueza mi perplejidad, por no decir desaprobación, al saber que el título de un estudio suyo de hace algunos años habla de antropocentrismo respecto al Concilio Vaticano II, incluso coligándose con el pensamiento del ilustre teólogo monseñor Brunero Gherardini, fallecido pocos años atrás.
----------Aquí quiero limitarme solo a hacer unas breves consideraciones acerca de esta nota de antropocentrismo dada al Concilio, juicio que también ha sido expresado en otros lugares en ambientes tradicionalistas, por los cuales además siento una viva simpatía, sin por esto seguirlos en ciertas posiciones que me parecen resistir injustificadamente en nombre de la "tradición" (mal entendida, claro) a posiciones innovadoras y modernas de la Iglesia y de los Papas del postconcilio, injustamente acusados de filomodernismo y de ponerse en contraste con la Tradición y la inmutable verdad de la doctrina católica.
----------No es siempre fácil discernir en quienes acusan al Concilio Vaticano II de "antropocentrismo" qué es exactamente lo que ellos entienden con este nombre. Me detengo solo en el nombre en sí mismo, tal como es utilizado a veces por los historiadores de la filosofía y de la teología. Después de lo cual, quisiera expresar, en base al significado del nombre así definido, mi pensamiento acerca de la oportunidad o inoportunidad de hablar de "antropocentrismo" a propósito del Concilio Vaticano II.
----------A decir verdad, este nombre puede tener un significado innocuo, como referencia a una visión que da una cierta centralidad al hombre o que pone al hombre en el centro del propio interés, en suma, una visión que reconoce al hombre su grandeza y que sabe ponerlo al centro de muchos intereses vitales y culturales.
----------En tal sentido ha sido usado también por el papa san Juan Pablo II, quien ha querido sostener la necesidad de acompañar una visión de la realidad que combine el "antropocentrismo" con el "teocentrismo", haciendo arrugar la nariz a ciertos católicos amantes de la precisión del lenguaje, cualidad que a menudo se acompaña de las debidas distinciones conceptuales y los méritos incomparables de la sana doctrina. Pero no creo que podamos dudar, al respecto de ello, de un Maestro de la fe como san Juan Pablo II. Pienso, sin embargo, que se nos permite tener algunas reservas sobre el lenguaje.
----------En efecto, queriendo ser rigurosos desde el punto de vista filosófico y metafísico, es necesario decir con claridad que el centro de la realidad es uno solo: Dios. Poner dos centros, propiamente hablando, sería como poner dos absolutos, cosa metafísicamente y teológicamente imposible. Desde el punto de vista moral, surgirían los famosos "dos señores" de los cuales nos aleja Cristo en el Evangelio, y esto, lamentablemente, es una cosa posible, pasible de punición divina, lo que en moral se llama "duplicidad" y en el lenguaje más corriente y actual, "doble juego", el don de los astutos y de los que intentan quedar siempre a flote.
----------Ahora bien, indudablemente estará muy lejos de nuestra mente incluso sospechar que un santo como el papa Wojtyla pueda haber sucumbido, incluso en mínima parte, a un vicio tan grave y odioso. Sin embargo, en mi opinión, permanece la infelicidad, por no decir la inconveniencia o impropiedad, de su modo de expresarse, que puede dar lugar a peligrosos equívocos, ya que a decir verdad, el hacer malabarismos en la realidad entre el hombre y Dios, como si fueran dos absolutos o dos chances que nos permitan pasar arbitrariamente de uno a otro, según las conveniencias y nuestros gustos, es lamentablemente un vicio demasiado frecuente en la incoherencia y falta de linealidad en nuestra conducta moral.
----------El antropocentrismo, en su significado propio, actualmente consagrado por los estudiosos, es en realidad esa tendencia cultural y moral cuyos orígenes están señalados por el surgimiento del Humanismo italiano del siglo XV, cuyo emblema principal y más conocido es el tratadito de Giovanni Pico della Mirandola [1463-1494] "de dignitate hominis", que en mis tiempos era bien conocido no solo por los estudiantes de filosofía en el seminario, sino también por los estudiantes de secundaria. Ciertamente Pico era católico y, para ser más precisos, terciario dominico, probablemente motivado por las mejores intenciones, aunque quizás, consciente de sus prodigiosas cualidades intelectuales, no privado de una pizca de vanidad.
----------También los seminaristas y los estudiantes de secundaria de mis tiempos juveniles sabían de qué modo el Quattrocento italiano registra un renacido interés por el mundo y por la literatura clásica pagana, inicialmente flanqueada por la literatura cristiana, ya con quince siglos de antigüedad, una literatura que, por lo demás, en sus mejores documentos, ya había sido cristianizada por precedentes generaciones medievales. Y sin embargo reaparecen tendencias religiosas y filosóficas, poco compatibles con el cristianismo, sobre todo de tendencia neoplatónica, como en Marsilio Ficino [1433-1499], o incluso materialista, como en Bernardino Telesio [1509-1588], o bien pensemos en el cinismo político de un Nicolás Maquiavelo [1469-1527], fenómenos que no pueden no despertar alguna preocupación. No falta tampoco la difusión de la cábala judía y el interés por la magia, tendencias todas que, aunque en modos diversos, atestiguan una exaltación exagerada del poder y de la inteligencia del hombre tanto en la vida personal como social.
----------Este retorno del paganismo en el Humanismo italiano del siglo XV, se produce principalmente a través de la seducción del arte que, como es sabido, alcanza cotas de altísima calidad en este período. El gran Girolamo Savonarola [1452-1498] intentó en vano oponerse a este movimiento salvando la belleza del arte, mientras se oponía al avance de la soberbia, de la avaricia y de la lujuria. Dicho sea de paso, cierto actual tradicionalismo debería tener muy en cuenta los graves riesgos morales del esteticismo.
----------También es bien sabido por los historiadores que al fenómeno del Humanismo del siglo XV sucede el del Renacimiento, en el cual el antropocentrismo, es decir, el poner el hombre demasiado al centro, en detrimento del primado de Dios, se acentúa progresivamente con el surgimiento de otros pensadores y escritores que no hace falta aquí enumerar. Es cierto que en el siglo XVI tenemos la reacción luterana, que parece un fuerte llamado a la fe, a la gracia y a la Escritura contra las tendencias del hombre carnal y orgulloso que se jacta de sus propias obras y que se glorifica a sí mismo ante Dios.
----------Pero también ha sido notado cómo incluso Martín Lutero [1483-1546] bajo la corteza de una fogosa e intemperante religiosidad, esconde un yo orgulloso y rebelde, tanto que es a este yo "absoluto", como habría dicho Johann Fichte [1762-1814] tres siglos después, que Lutero debe su desafortunada separación de Roma. Al yo de Lutero seguirá después el yo de René Descartes [1596-1650]. Si el primer yo pretendía dictar la ley en el campo de la fe, el yo cartesiano pretenderá ser el origen primero de la racionalidad. Y muchos seguidores tendrá la escuela de estos que son considerados por muchos como los fundadores del pensamiento moderno, aunque, si Descartes pretendía renovar, Lutero quiso volver a los orígenes del cristianismo.
----------Ya el gran san Agustín de Hipona había visto que el hombre tiene ante sí dos caminos: el del amor sui, que conduce al contemptus Dei, y el del amor Dei, que conduce al contemptus sui. Con Lutero y Descartes surge una "modernidad" que toma el primer camino y abandona el segundo. El siglo XX vio la trágico salida de este camino del desprecio de Dios: la segunda guerra mundial.
----------Indudablemente, no es la modernidad en cuanto tal lo que está en la causa de toda esta tragedia, sino que es la modernidad tal como ha sido concebida por los seguidores de esos dos reformadores. La verdadera modernidad, en cuanto producto del hombre, no contiene solo errores y horrores, sino también verdades y valores. La Iglesia católica no ha abandonado el segundo camino, siguiendo la escuela de la Escritura, de la Tradición, de los Concilios, de los Padres, de los Doctores, de los santos y de los buenos teólogos, y también hoy ella sigue siendo, según la promesa de Cristo, "luz del mundo" y "sal de la tierra".
----------Vengamos ahora al Concilio Vaticano II. La pregunta es: ¿podemos, a la luz de esta definición del antropocentrismo, acusarlo de haberse dejado seducir también por el antropocentrismo, en el sentido que se ha definido? Respondo con extrema decisión: absolutamente no. Es un hecho, y es una imposibilidad. 1) Es un hecho, porque basta una atenta, benévola y desapasionada lectura de los textos y de la interpretación que la Iglesia ha dado, para darse cuenta de esto. 2) Es una imposibilidad, al menos para el católico, porque, si efectivamente existiera el antropocentrismo, que es gravísimo error, sería como si el Magisterio de la Iglesia con el Concilio hubiera perdido esa asistencia del Espíritu de verdad que en cambio Nuestro Señor Jesucristo le ha asegurado y garantizado para todos los siglos hasta el fin del mundo.
----------Sin duda, como supo decir el papa san Paulo VI en el discurso de clausura del Concilio: "una corriente de afecto y de admiración se ha vertido desde el Concilio sobre el mundo humano moderno… Mensajes de confianza han partido desde el Concilio hacia el mundo contemporáneo: sus valores han sido no sólo respetados, sino honrados, sus esfuerzos sostenidos, y sus aspiraciones depuradas y bendecidas".
----------Pero si también los documentos del Concilio Vaticano II estuvieran afectados por antropocentrismo, sería como si la medicina que debe curar el mal, estuviera ella misma envenenada por ese mal. Cristo con el Concilio nos propinaría, en lugar de la medicina, una ulterior dosis de veneno. Por el contrario, la medicina conciliar purifica la modernidad de sus venenos y nos da una modernidad pura y sana, perfectamente conforme al Evangelio, animada por el Evangelio y abierta al Evangelio.
----------Por consiguiente, a propósito del Concilio yo no hablaría de antropocentrismo, por más que tomemos esta expresión en un sentido atenuado, sino que hablaría de "humanismo de la Encarnación" o de "humanismo integral", según la expresión de Maritain: un humanismo por el cual el hombre sigue siendo criatura, sigue siendo imagen de Dios, ciertamente con su grandeza, pero también con sus límites y las miserias derivadas del pecado original y de los pecados personales, hombre al cual todavía le viene ofrecida la luz de Cristo, "hombre perfecto", que "revela plenamente el hombre al hombre y le da a conocer su altísima vocación" y la gracia de Cristo, que eleva al hombre "a una dignidad sublime", por lo cual "con la Encarnación el Hijo de Dios se ha unido en cierto modo a todo hombre" (Gaudium et Spes, n.22). Así, la grandeza del hombre, imagen de Dios, implica que el hombre "en la tierra es la única criatura que Dios ha querido por sí misma" (n.24).
----------San Juan Pablo II en su primera encíclica Redemptor Hominis de 1979, retoma con entusiasmo y desarrolla estos conceptos, dejando sospechar que el dictado conciliar al respecto conserve una impronta de su contribución, que sabemos que ha sido ingente (nn.8,10). Se insiste en el hecho de que la obra redentora hace conocer a fondo las riquezas de la dignidad humana y conduce al hombre al máximo de su perfección.
----------Lo cual es una verdad ciertamente sacrosanta. Y, sin embargo, algunos han observado que si no encontramos el antropocentrismo nacido del Renacimiento y hoy representado por el rahnerismo (el llamado "giro antropológico"), es posible notar en estas entusiasmantes consideraciones de san Juan Pablo II sobre la dignidad humana del cristiano, sobre la armonía entre humanismo y cristianismo y sobre el cristiano maestro de humanidad, la ausencia de la temática de la filiación divina del cristiano, como plan de vida divina y sobrenatural, del todo por encima incluso de las aspiraciones también más bellas del hombre, fruto de una purísima liberalidad divina, de un Dios no sólo misericordioso que salva del pecado, sino también de un Dios generoso que quiere hacernos partícipes de su misma vida íntima trinitaria, más allá de una felicidad simplemente natural, que también habría satisfecho plenamente los deseos y las necesidades del hombre sin que él, como hombre, tuviera nada más que desear naturalmente.
----------Indudablemente, la ausencia de todo esto suscita cierto asombro y también podríamos preguntarnos por qué san Juan Pablo II no ha querido recordar estas verdades cristianas fundamentales, que dan al cristianismo su inconfundible originalidad, ya que después de todo el deseo y la voluntad de ser perfectos en humanidad está arraigado naturalmente en el corazón de todo hombre en cuanto hombre o ser razonable.
----------La respuesta a la pregunta anterior puede estar determinada por una preocupación pedagógica del santo papa Wojtyla al inicio de su pontificado. En este documento inicial de su ministerio pontificio él probablemente ha querido iniciar con la propuesta de un ideal, el humanista, que podría constituir una base para el diálogo con todos los hombres, reservándose para tocar los temas más altos y más específicos del cristianismo en las etapas posteriores de su ministerio, cosa que él efectivamente ha hecho, por ejemplo, con sus encíclicas Salvifici doloris o Dominum et vivificantem o Veritatis splendor o Fides et Ratio.
----------Sin embargo, el deseo y la posibilidad de ser hijos de Dios, a imagen de Nuestro Señor Jesucristo, movidos por el Espíritu Santo, es característica exclusiva de quien es tocado por la gracia de Cristo, gracia que, por tanto, según el lenguaje tradicional de la teología, no es sólo gracia sanante, salvífica, perdonante, perfeccionadora o liberadora, sino también gracia elevante en orden a la dignidad de hijos. No solo gracia humanizante, sino también divinizante. Y entre lo humano y lo divino hay un buen salto. Por lo tanto, el discurso del Papa parece disminuir el alcance y el ideal de la vida cristiana.
----------En efecto, el cristianismo, visto en la plenitud de su divina perspectiva, aparece no solo como un humanismo, sino también y sobre todo como una vida de hijos de Dios, una vida infinitamente superior a la simple vida humana, por más que sea virtuosa y perfecta y curada por la gracia del perdón. Esta visión hace así que en el cristianismo el fin del hombre sea doble: un fin último natural en cuanto hombre y un fin último sobrenatural (la visión beatífica de la Santísima Trinidad), en cuanto cristiano e hijo de Dios.
----------Por otra parte, esto implica la distinción entre las virtudes humanas o morales, que el cristiano comparte con los no creyentes, y las virtudes cristianas o teologales (fe, esperanza y caridad), que le pertenecen al cristiano por derecho propio. Esto, por lo demás, conlleva una ulterior responsabilidad en el cristiano por cuanto respecta a la difusión del Evangelio: el deber de educar humanamente a sus semejantes (lo que el papa san Paulo VI llamaba "promoción humana") en vista a introducirlos después en el camino de la santidad, hacia la superior vida de los hijos de Dios como miembros de la Iglesia.
----------En conclusión, esta insistencia un tanto unilateral sobre la finalidad humana del cristianismo, si bien se trata de verdades indiscutibles y de fe, puede dar la impresión, en las enseñanzas conciliares, de una cierta insistencia excesiva en lo humano en detrimento del aspecto sobrenatural. Pero esta primera impresión se disipa inmediatamente si nosotros contextualizamos estos pasajes en el conjunto de las enseñanzas conciliares, conectando estos pasajes con aquellos (y tengamos en cuenta que son muchos) que en cambio desarrollan el discurso referido a la vida de gracia, a las virtudes cristianas, a los estados de vida, a los sacramentos, a los carismas del Espíritu Santo, a la vida eclesial, a la santidad y a la perspectiva de la vida futura.
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