sábado, 5 de abril de 2025

¿Cuál es nuestra esperanza si no todos se salvan? (1/2)

Estamos viviendo el Año Santo de la Esperanza, pero ¿qué es la esperanza cristiana? ¿En qué consiste la virtud teologal de la esperanza? ¿Cuál es el objeto de nuestra esperanza cristiana? ¿Qué es lo que nos permite esperar esta virtud que se nos ha infundido en el Bautismo junto con la fe y la caridad? [En la imagen: fragmento de la acuarela "Capilla del Rosario", obra de Daniel Púrpura, representando la Capilla Nuestra Señora del Rosario, en las Lagunas de Guanacache, Lavalle, provincia de Mendoza].

"Es ancha la puerta y espacioso el camino que lleva
a la perdición, y son muchos los que van por allí" (Mt 7,13)
   
----------En el curso del presente Año Santo de la Esperanza, está más que nunca en circulación ese famoso dicho de Von Balthasar "esperar por todos", que, como sabemos, ha sido entendido por muchos como fe que todos se salvan, para lo cual la condenación infernal es una posibilidad efectiva, pero que de hecho no se realiza para nadie, por lo que el infierno está vacío o cuanto menos no sabemos si hay o no hay alguien.
----------Ahora bien, a decir verdad, esta creencia, que puede parecer atrayente y verdaderamente propia de un Dios omnipotente y misericordioso que quiere salvar a todos, es una tesis contraria a la convicción común en la Iglesia desde sus orígenes, que está basada en la divina revelación contenida en la Biblia.
----------Esto nos induce a aclarar cuál es el objeto propio y preciso de la esperanza cristiana, entendida como virtud sobrenatural teologal que forma parte del trío de las virtudes teologales junto con la fe y la caridad. En efecto, la idea de que haya condenados le parece hoy a muchos acarrear perjuicios al pleno contenido de la esperanza cristiana. Hay quien, en efecto, se pregunta: ¿no es más conforme a la misericordia esperar que se salve todo el mundo antes que solo algunos?
----------Sin embargo, es necesario demostrar, como lo haré en este artículo, que para quien quiere acoger con confianza y alegría el plan divino de la salvación, las cosas no son así, sino que por el contrario la verdadera esperanza implica saber que no todos se salvan (son las palabras formales del capítulo 3 del Concilio de Quierzy o Quiercy del 856, Denz. 623: "non omnes salvantur"), no sólo en el sentido de una presciencia o previsión acerca de aquellos que morirán, sino también en el sentido de que tal saber se refiere también al pasado, es decir, a aquellos que ya han muerto.
----------El Magisterio de la Iglesia nunca ha sentido la necesidad de especiales intervenciones dogmáticas en esta materia, pues son ya muy claras de por sí las palabras de Cristo, y nadie en el Pueblo de Dios las había puesto nunca en duda, excepto, como podemos comprender, los herejes.
----------Y en cambio esta nueva creencia, a causa de un falso concepto de la misericordia divina y de la verdad sobre la obra divina de salvación procedente del buenismo protestante, se ha difundido también entre nosotros, los católicos, en estos últimos sesenta años, a partir de un intensificarse del diálogo con los luteranos, mientras que está presente en ellos ya desde el siglo XIX, pero no se encuentra ni siquiera en Lutero, quien creía en la existencia de condenados, y por lo tanto se trata de una ampliación a la entera humanidad de esa fe que Lutero tenía de salvarse por gracia, sin méritos, aunque permaneciera en el pecado.
----------Tengamos en cuenta que, según el buenismo, todos en el fondo son buenos, nadie peca por malicia o conscientemente, sino que lo hace en buena fe y por fragilidad. Aquel a quien nosotros consideramos pecador es simplemente el diferente, que usa un criterio de juicio moral distinto al nuestro. Por lo tanto no debe ser ni reprendido ni corregido sino dejado libre de actuar como quiera.
----------Claro que estas ideas del actual buenismo implican la negación de los valores morales universales, y la aceptación del relativismo moral. El único pecado es el de aquellos que sostienen la existencia del pecado voluntario y, por lo tanto, la necesidad de eliminarlo mediante el arrepentimiento. El buenismo tiene el efecto opuesto de aquel que se propone. La ausencia de una ley moral universal obligatoria para todos provoca un conflicto de todos contra todos que convierte en un infierno la vida social.
   
El buenismo tiene origen luterano
   
----------La repugnancia hacia el Dios que castiga había alcanzado en el joven monje Lutero, como sabemos, tonos paroxísticos, dictados en parte por el orgullo, en parte por la idea errónea de un Dios que reprende al inocente, y en parte por la desesperación de poder dominar la concupiscencia.
----------Su alma estaba dividida entre dos tendencias opuestas: por una parte un perfeccionismo exasperado que no tolera en sí la más mínima fragilidad, y por otra un gran deseo de satisfacer la concupiscencia sin ser castigado. Así se inventó un concepto de misericordia divina que pusiera de acuerdo la libido con el deseo de salirse con la suya. No era necesario ningún esfuerzo ascético, juzgado inútil, teniendo fe en ser perdonado, aunque la conciencia reproche, esta fe es suficiente para ser justificado, perdonado y grato a los ojos de Dios.
----------Hay que concluir, por lo tanto, que Lutero no ha comprendido nunca ni ha sabido apreciar lo que es la punición divina ni la correctiva ni la infernal; siempre la ha visto como una violencia sufrida, un mal intolerable, un acto indigno de un Dios misericordioso. Y lo interesante es que si por su parte estaba seguro de no condenarse porque eso se lo había revelado Cristo, sin embargo acerca de sus enemigos papistas y del mismo Papa Lutero estaba seguro de que sufrirían las peores penas del infierno.
----------En la visión buenista del "todos-salvos", los creyentes y por tanto los cristianos en gracia no serían solo algunos, sino que el hombre mismo es concebido como "cristiano anónimo", por lo cual un hombre que no se salvara ya no sería hombre, sino que es inconcebible que un hombre pueda perder su naturaleza humana.
----------Lo que puede sorprender es que el Magisterio de la Iglesia en estos sesenta años, involucrado en las actividades ecuménicas, no parece haber intervenido nunca para corregir esta tesis con esa claridad y fuerza, que se podría esperar en una materia de tal seriedad.
----------Santo Tomás de Aquino considera hereje a quien cree en la efectiva salvación de todos (Summa Theologiae, Suppl., q.69, a.2). Y ciertamente tiene razón, porque, aparte de las clarísimas palabras de Nuestro Señor en los Evangelios, la existencia de condenados es enseñada por algunos Concilios, sobre todo en la profesión de fe del Concilio Lateranense IV con estas palabras:
----------"Cristo vendrá al fin del mundo para juzgar a los vivos y a los muertos, y para dar a cada uno según sus obras, tanto a los réprobos como a los elegidos; a fin de que sean retribuidos según sus obras, sea que hayan sido buenas, sea que hayan sido malas, aquellos para sufrir una pena eterna, estos para recibir con Cristo una gloria eterna" (Denz. 801).
----------El Concilio no habla de una simple posibilidad o eventualidad, sino de un verdadero y propio hecho que se verificará. No dice: es posible que las cosas vayan así, no sabemos si esto va a suceder o no. Al contrario, el Concilio afirma perentoriamente que las cosas irán así: habrá quien vaya al paraíso del cielo y habrá quien vaya al infierno. Por lo demás, este es el mismo tono de las palabras de Cristo en Mt 25, que el Concilio retoma.
----------Podríamos preguntarnos qué diferencia de consecuencias puede haber desde el punto de vista pastoral entre el creer que alguien se condena y el creer en la simple posibilidad de la condenación. Si yo sé que hay alguien en el infierno, puedo pensar que ese alguien podría ser yo.
----------Pero si en cambio no lo sé, sino que sólo lo considero posible, siempre me arriesgo a ir al infierno si peco. Por lo tanto, incluso este pensamiento tiene una fuerza disuasiva que me aleja del pecado. Sin embargo, hay que reconocer que este pensamiento me da menos fuerza contra el pecado, no me da tanto horror como el saber que hay alguien. La idea de la simple posibilidad o riesgo y no de estar de hecho en el infierno alguien me intimida menos, me disuade menos de hacer el mal, aunque es cierto que el motivo principal para evitar pecar no debe ser el temor a la culpa, sino el amor de Dios.
----------Es necesario tener en cuenta que toda verdad de fe es motivo de alegría para nuestro espíritu, porque es luz que nos ilumina sobre la bondad divina y enciende nuestro corazón de reconocimiento y agradecimiento a Dios por su misericordia, y de amor por Él y por sus obras.
----------Ahora bien, podemos efectivamente preguntarnos: ¿cómo puede tener en nuestro espíritu estos efectos el saber que existen creaturas personales, hombres y ángeles, que han sido entrambos creados para la visión de Dios, los cuales en cambio por su pecado son castigados con una pena eterna, y para la salvación de los cuales, si se trata de los hombres, la sangre de nuestro Señor Jesucristo ha sido inútil?
----------Debemos considerar que el castigo o punición divina es un acto de justicia, y por lo tanto un acto bueno. Un acto bueno no puede dar más que alegría. Esto no quita que nosotros tengamos pesar por la pena de los condenados, aunque no en cuanto justa pena, sino en cuanto dolor y privación de aquel bien infinito del cual se han privado por culpa suya para complacer su soberbia.
----------El mismo Dios se ha reducido, aunque muy a pesar suyo, a hacerles sufrir, pero, por otra parte, Dios ha podido probar placer efectivamente en el hacer justicia. Dios, en efecto, "no ha creado la muerte ni se complace por la ruina de los vivientes, sino que ha creado todo para la existencia" (Sab 1,13). "Pero la muerte ha entrado en el mundo por envidia del diablo" (Sab 2,24). 
----------Dice Él en efecto: "¿Acaso deseo yo la muerte del pecador, y no que se convierta de su mala conducta y viva?" (Ez 18,23). "Por la prevaricación en que ha caído y el pecado que ha cometido, él morirá" (Ez 18,24).
----------Dios, en efecto, ha hecho bien en infligir a los pecadores impenitentes un justo mal de pena, porque se lo han merecido ellos mismos, y aunque preter-intencionalmente e indirectamente si lo han querido con su pecado en cuanto consecuencia del pecado.
----------Ciertamente, si Dios hubiera querido, podría haber evitado decirnos a través de su Hijo, Jesucristo, que existen condenados, pero si Cristo nos propone también este dato entre los contenidos de su revelación, debemos estar de todos modos agradecidos al Padre, Quien con esta revelación nos hace más fácil tener horror, odio y espanto por el pecado y por sus consecuencias.
----------Al mismo tiempo, si nuestra conciencia nos reprende por una supuesta culpa grave, si tenemos la impresión de que Dios esté enojado con nosotros por alguna culpa cometida, o bien si tenemos dudas acerca de la bondad de nuestra voluntad, el hecho de saber que existen condenados, no nos perturba, si nosotros arrepentidos lloramos nuestros pecados, con todo nuestro corazón invocamos la divina misericordia, renovamos nuestro buen propósito, y hacemos penitencia.

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