Una interesante entrevista realizada hace algún tiempo al cardenal Matteo Zuppi, arzobispo de Bolonia, puede sernos verdaderamente útil para reflexionar provechosamente sobre varios temas relativos a nuestra fe católica, tales como la condición del hombre y de la mujer en la resurrección, la relación entre misericordia y castigo, el significado de la Redención de Cristo, y el por qué del sufrimiento.
----------A fines del año pasado se publicó en el Libero Quotidiano, una entrevista de Alessia Ardesi al cardenal Matteo Maria Zuppi [n.1955], arzobispo de Bolonia, quien actualmente es miembro del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral y también de la Administración del Patrimonio de la Sede Apostólica. La extensa entrevista fue realizada en un dramático momento del desarrollo de la epidemia del covid, que en las regiones del norte de Italia tuvo tantas víctimas. Fue publicada bajo el título: Coronavirus, cardenal Matteo Zuppi: "No es una maldición de Dios. Le explico cómo son infierno y paraíso".
----------Las respuestas del Cardenal ponen de manifiesto a un hombre de actitud dulce y acogedora, cordial, de una fe serena, rico en sensibilidad hacia la generalizada situación de sufrimiento provocada por el covid, capaz de ofrecer palabras reconfortantes y aptas para alimentar la esperanza, digno de admiración por su dilatada experiencia apostólica entre los sectores más desfavorecidos de la población.
----------No es mi intención transcribir ni comentar la entrevista en toda su extensión, sino que me interesa señalar algunos puntos y conceptos vertidos por el Cardenal, acerca de los cuales quisiera hacer algunos comentarios, naturalmente con todo respeto hacia el ilustre Purpurado.
El hombre y la mujer en la resurrección
----------Las primeras requisitorias de la entrevistadora giraron en torno a la vida en el Más Allá, con preguntas tales como: ¿cómo imagina el Más Allá?, ¿encontraremos de nuevo a nuestros seres queridos? y un pedido de explicación de aquellas palabras en las que Nuestro Señor Jesucristo afirma que en el paraíso del cielo "ni se casarán ni se darán en casamiento". Tomemos precisamente esta pregunta, que la entrevistadora formuló así: Pero Jesús dice que en el Más Allá no habrá esposas ni maridos, sino que seremos todos como ángeles en el cielo. La respuesta del Cardenal fue la siguiente: "Exacto, Todo en todos. Es algo que solo podemos intuir. Quizás el sentido es que viviremos una dimensión de amor lato, extendido, prolongado, amplio. San Pablo ha dicho: 'No existe ya esclavo ni libre, no hay ya hombre ni mujer'. Significa que habrá una plena conciencia de sí mismos en los otros. Si empezáramos ya ahora a querernos bien y a estar unidos, ¡un poco del desierto que tenemos en la Tierra se convertiría en un pequeño jardín!".
----------La respuesta del Cardenal es muy sugestiva y ciertamente su visión del paraíso del cielo es estimulante y sustancialmente correcta. Pero es demasiado vaga. Sobre este interesantísimo misterio acerca de cual será la condición del hombre y de la mujer en la resurrección, el papa san Juan Pablo II ha enseñado puntos de extrema importancia, los cuales aquí, en la respuesta del Cardenal, están totalmente ausentes. En años recientes se han realizado profundos estudios por parte de doctos teólogos, clarificando mucho esas enseñanzas. Me limito aquí a exponer brevemente el pensamiento del Santo Pontífice.
----------Ante todo, "serán como ángeles en el cielo" (Mt 22,30) no quiere decir, como podría parecer a primera vista, que las personas humanas serán espíritus sin carne, como son los ángeles, porque esto comportaría la negación del dogma de la resurrección del cuerpo, un cuerpo que evidentemente es masculino o femenino. Jesús en el cielo es evidentemente hombre varón y Nuestra Señora es mujer.
----------Las palabras de Jesús: "no habrá esposas ni maridos" o "ni se casarán ni se darán en casamiento" (ibid.) no significan, por lo tanto, evidentemente, que no habrá ni varón ni mujer, sino que habrá cesado la reproducción de la especie propia del matrimonio. El ser varón o el ser mujer no son dos modalidades accidentales o contingentes o temporales de la persona humana, no son algo extrínseco a la persona, manipulable por la persona, sino que son sus constitutivos esenciales y por lo tanto inmutables y eternos, así como en la concepción cristiana, la persona, alma y cuerpo, está destinada a vivir por la eternidad.
----------En la futura resurrección deberá ser reconstituída, en plena y más alta perfección, aquella misma pareja humana ("varón y mujer los creó") que correspondía a la voluntad originaria de Dios al crear al hombre. El elemento presente en el Edén, que en cambio estará ausente en la resurrección, será sólo, como he dicho, la actividad reproductiva de la especie, y en tal sentido, el matrimonio.
----------Es cierto, sin embargo, como dice el Cardenal, que en el paraíso del cielo se dará el triunfo del amor, porque mientras la reproducción de la especie supone la muerte, por el hecho de que los vivos sustituyen a los muertos, el amor es inmortal, comprendido por lo tanto también el amor entre hombre y mujer, aunque no conozcamos cuál será la conformación física y la dinámica psicoemotiva de los dos sexos, porque aquí abajo conocemos una sexualidad herida por el pecado original y constitutivamente hecha para la generación, mientras que en el más allá tendremos un espíritu plenamente reconciliado con la carne y una sexualidad no generativa, que será capaz de expresar perfectamente el amor interpersonal.
----------Coherentemente con esta visión de las cosas, es necesario prestar atención para interpretar con mucho cuidado y correctamente las palabras paulinas: "ya no hay varón ni mujer" (Gál 3,28), expresión que no significa en absoluto la desaparición de la distinción entre hombre y mujer, sino que san Pablo quiere simplemente decir, como se desprende claramente del contexto, que ya no habrá discriminaciones e injustas exclusiones, sino que el reino de Dios está abierto a todos en pie de paridad y de igualdad, sin privilegios o preferencias de personas, aunque en reciprocidad y en las diferenciaciones naturales.
¿Concuerda la misericordia con el castigo?
----------Otra pregunta interesante es: En la Biblia está escrito que la muerte es enemiga de Dios, una "maldición" que interviene como castigo para la criatura culpable. Pero Dios es misericordioso... ¿Quizás algo no está bien?, expresa la entrevistadora, usando una expresión ("maldición") que debe alertarnos.
----------El Cardenal respondió diciendo: "Sabemos que solo nosotros podemos sustraernos a la misericordia de Dios: esta es nuestra libertad. ¿Qué amor sería si pudiéramos decir sólo que sí? Seríamos autómatas y no a su imagen, por lo tanto, no seríamos libres. Cuando la misericordia, que es mucho más grande que nuestro corazón, llama, solo nosotros podemos abrirlo. Es el gran misterio del mal, que hemos experimentado también en este tiempo de pandemia, y de la necia y presuntuosa complicidad de los hombres. Hemos hablado poco sobre la muerte y también poco sobre la fuerza del mal; claro, ¡la muerte y el mal hablaban por sí mismos! Pero para hacerlo también debemos hablar con la vida. Y tenemos dificultad".
----------Respecto a esta respuesta del Purpurado, considero necesario observar, en primer lugar, que el Cardenal no asume en absoluto la definición dada por la entrevistadora de la pandemia como "maldición divina". No la repite ni la comparte. Zuppi, en cambio, comienza recordando el principio verdaderísimo a importantísimo de que "nosotros podemos sustraernos a la misericordia de Dios: esta es nuestra libertad".
----------Sin embargo, también es necesario recordar que el acto mediante el cual nos abrimos a la divina misericordia es a su vez efecto de la divina misericordia. Por consiguiente, no somos solo nosotros los que abrimos. Somos nosotros, porque el nuestro es un acto libre, responsable y meritorio. Pero somos nosotros en cuanto movidos por la gracia. ¿Cómo dice san Pablo? "Dios es el que produce en vosotros el querer y el obrar" (Fil 2,13). Si, por el contrario, mantenemos cerrada la puerta, este acto es nuestro y solo nuestro. Dios está en el origen de nuestro sí, pero no de nuestro no. ¿Cómo le dice Yahvé a Israel? "Si te pierdes, Israel, es culpa tuya" (Os 13,9). El primero es el misterio del bien; el segundo es el misterio del mal.
----------Una tercera pregunta, y una respuesta sobre la que me interesa reflexionar: Muchos han dicho que el Covid ha sido un castigo divino. ¿Usted cómo responde?
----------Responde el cardenal Zuppi: "Dios da la vida por nosotros, ¿cómo nos va a mandar la muerte? Dios nos libera del mal, no nos lo envía, ni siquiera por motivos, digamos así, pedagógicos, ¡para ponernos a prueba! Toma sobre sí el castigo, no nos lo inflige, y dice: 'En la prueba yo estoy contigo'. Toma sobre sí la cruz, que en muchos casos es construida por los hombres".
----------Es indudable que la observación que debemos hacer a esta respuesta es que, ciertamente, Dios quiere la vida. Pero precisamente por eso mismo castiga con la muerte a quien quiere la muerte. El pecado de Adán ha sido castigado con la muerte: "A causa de un hombre vino la muerte" (1 Cor 15,21). Y por el pecado de Adán la naturaleza se ha convertido en castigadora. He aquí el drama del covid: "Maldito sea el suelo por tu culpa" (Gen 3,17). Dios nos castiga por medio de la naturaleza. Ahora bien, si por "maldición" entendemos, bíblicamente, el equivalente del castigo, pues bien, debemos decir con franqueza y sencillez que la pandemia es una maldición divina. Dicho esto, sin embargo, debemos alejar de nuestra mente cualquier imaginación cinematográfica de terror, y debemos tener presente atentamente y sin anteojeras el concepto bíblico del castigo, el cual vengo explicando ampliamente en mis artículos de este blog.
----------El castigo en el sentido bíblico es una de las tantas manifestaciones del amor divino, como la justicia, la equidad, la predestinación, la glorificación, la condescendencia, la gratuidad, la amistad, la paternidad, la misericordia, la compasión, la piedad, la ternura, la dulzura, la mansedumbre, el celo, la beningnidad, la benevolencia, la generosidad, la magnanimidad.
----------El concepto de castigo no debe ser inflado, no debe exagerarse de una manera desproporcionada y no debe ser aislado de los demás atributos, como hacen los buenistas para desacreditarlo, para hacer así aparecer a Dios bajo la apariencia de hombre lobo, sino que debe estar estrechamente ligado con los otros atributos, de modo que lo dulce mitigue lo agrio y lo agrio dé fuerza a lo dulce.
----------Por eso es claro que la muerte no tiene origen en Dios, que es el Dios de la Vida (y esto lo dice bien el Cardenal), sino en el pecado de la criatura: "Con el pecado ha entrado la muerte" (Rm 5,12); "Dios no ha creado la muerte y no goza por la ruina de los vivientes. De hecho, Él ha creado todo para la existencia" (Sab 1,13-14). "Pero la muerte ha entrado en el mundo por envidia del diablo" (Sab 2,24). Y lamentablemente en el hombre pecador existe -diría Freud- un maldito "instinto de muerte", que sólo se extingue si nos unimos voluntariamente a la muerte de Nuestro Señor Jesucristo, Aquel que ha vencido a la muerte con su muerte. En Cristo, el sufrimiento vence al sufrimiento. Este es el secreto de la Cruz.
----------Dios, por tanto, de por sí no quiere la muerte, sino que la quiere, podríamos decir, de mala gana, como castigo del pecado y como vía redentora en Cristo para devolvernos la vida. Es cierto -como reconoce el Cardenal- que Cristo toma sobre sí el castigo. Pero no es cierto que no nos lo inflija. No es así como ocurre la Redención. Pareciera que el Cardenal quiere decir que el Padre nos quita el castigo para descargarlo sobre Cristo. No es ésta la obra del Padre. El Padre no nos ahorra en absoluto los merecidos castigos, solo que, en lugar de dejarlos en su desnuda realidad de castigos, los hace asumir por el Hijo, que los toma sobre sí, los transfigura, les da una nueva vida y con su sangre paga al Padre, en nuestro lugar, por la ofensa del pecado, y transforma los castigos en medios de expiación y de salvación.
----------El Padre efectivamente y justamente nos castiga; sólo que ha querido que el Hijo, aunque inocente, sufriera también los sufrimientos consecuentes al pecado, es decir, como se expresa Isaías, que tomara sobre sí los castigos con los cuales hemos sido punidos. Por consiguiente, no es que Cristo haya sido castigado en nuestro lugar. Él en cambio ha expiado por nosotros, en lugar de nosotros, porque nosotros no teníamos la posibilidad de dar satisfacción al Padre por nuestras culpas.
----------El Padre no ha sido cruel, como algunos creen, al mandar al Hijo a la cruz, no ha sido tacaño o avaro al exigir resarcimiento a costa de la muerte del Hijo. Al contrario, ha estado glorioso al glorificar al Hijo, quien ha glorificado al Padre y ha glorificado al hombre. La satisfacción dada al Padre no es otra cosa que la salvación del hombre, y la muerte de Cristo no es otra cosa que la semilla que fructifica en la vida.
----------De esta manera, Cristo ha cumplido aquello que la Iglesia llama "satisfacción vicaria". En efecto, solo el Hijo de Dios, rico en misericordia, podía, en cuanto Dios, pagar en lugar nuestro el débito infinito del pecado. Pero precisamente esta obra satisfactoria de Cristo ha permitido, por misericordia del Padre, que nosotros también podamos satisfacer por nuestros pecados y, de hecho, participar así en la obra satisfactoria de Cristo para la remisión de los pecados del prójimo.
----------Si nosotros participamos de esta obra redentora de Nuestro Señor Jesucristo, indudablemente Dios nos quita el castigo, pero no los castigos temporales de la vida presente, sino el castigo eterno del infierno que merecíamos con el pecado original. Y no se excluye que la misericordia del Padre también levante los castigos de la vida presente, sobre todo si le damos a Dios prueba de estar sinceramente arrepentidos, como aquel hijo pródigo de la parábola evangélica.
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