lunes, 18 de octubre de 2021

Infalibilidad de las doctrinas nuevas del Concilio Vaticano II

Un serio y detenido análisis, libre de prejuicios y posturas ideológicas, de la Instrucción de la Congregación para la Doctrina de la Fe anexa a la Carta del papa san Juan Pablo II "Ad tuendam fidem", de 1998, guiados por las enseñanzas del papa Benedicto XVI resumidas en su principio de la "hermenéutica de la continuidad en la novedad o reforma", nos permite demostrar la continuidad de las nuevas doctrinas del Concilio Vaticano II y de los Pontífices del post-concilio, con las doctrinas del pre-concilio y, por ende, su infalibilidad.

----------Retomando lo expresado en mi nota de ayer, debo dejar bien en claro que, teniendo en cuenta los tres grados de autoridad de las doctrinas del Magisterio, según los expone la Instrucción de la Congregación para la Doctrina de la Fe anexa a la Carta de Juan Pablo II "Ad tuendam fidem" de 1998, mi convicción es que, acerca de la autoridad de las doctrinas nuevas del Concilio Vaticano II, ellas, o al menos algunas de ellas, se ubican en el segundo grado autoritativo. Con lo cual tomo distancia de aquellas posiciones de aquellos que, más cerca de las diversas corrientes del tradicionalismo extremo, ubican esas doctrinas del Vaticano II en el tercer grado, lo que origina problemas que ahora trataré de explicar.
----------El tercer grado autoritativo, contiene tanto doctrinas "de fide et moribus" como disposiciones pastorales. En el tercer grado, el Magisterio, aún tratando materia de fe o próxima a la fe, no pretende definir que cuanto enseña es de fe, por lo cual no define si se trata de doctrinas definitivas o infalibles o bien no. La doctrina de fe es de por sí infalible porque es absoluta y perennemente verdadera, pero aquí la Iglesia, aun tratando de materia de fe o próxima a la fe, no pide un verdadero asentimiento de fe, sino un simple "obsequio religioso de la voluntad" por el hecho de que aquí la materia tratada no aparece con certeza ser de fe. Esto obviamente no quiere decir que pueda estar equivocada. Esto lo reconocen incluso aquellos teólogos, mencionados en el párrafo anterior, que ubican las doctrinas nuevas del Vaticano II en el tercer grado.
----------Por el contrario, en el segundo grado la Iglesia requiere un verdadero y propio acto de fe, aunque todavía no se trate de la "fe divina y teologal" (de fide credenda) con la cual adherimos a las doctrinas del primer grado, que son los verdaderos y propios dogmas definidos. La fe requerida en el segundo grado se llama "fe eclesiástica" o también simplemente "fe católica" (de fide tenenda) y es esa fe la que tenemos en la infalibilidad del Magisterio de la Iglesia en cuanto asistido por el Espíritu Santo.
----------De modo que en las enseñanzas del Magisterio correspondientes al segundo grado adherimos con la fe, porque aquí aparece con claridad, quizás por medio de oportunas demostraciones, que se trata de materia de fe y, en el caso que se trate de doctrinas nuevas, es posible mostrarlas como clarificación, explicitación o deducción de o por precedentes doctrinas definidas o datos revelados. Es este el caso de las doctrinas nuevas del Concilio Vaticano II, si no de todas sus doctrinas, al menos de algunas de las principales, como por ejemplo la definición de la liturgia, de la revelación, de la Tradición o de la Iglesia.
----------En cuanto a la "pastoralidad" del Concilio, es cierto que una de las características del Concilio Vaticano II es que ha sido un Concilio pastoral, pero eso no quiere decir que haya sido solamente pastoral, porque también ha sido doctrinal e incluso ha sido dogmático: bastaría citar el título de dos de sus documentos, llamados precisamente "Constituciones dogmáticas". Esto lo han dicho varias veces los Papas del post-concilio, aunque han dicho con igual claridad que el Concilio no ha definido declaradamente o explícitamente nuevos dogmas, por consiguiente es indudable que su doctrina no se ubica en el primer grado.
----------Es importante esta distinción entre lo doctrinal y lo pastoral, porque, cuando un Concilio ecuménico presenta una enseñanza doctrinal, atinente aunque sea indirectamente a la Revelación, no puede equivocarse. Incluso si se trata de doctrinas nuevas, no puede traicionar ni desmentir la Tradición. Por el contrario, las directivas o disposiciones de carácter pastoral o el mismo estilo pastoral de un Concilio nunca son infalibles, a menos que se trate de contenidos de fe concernientes a la esencia de la acción pastoral, y de hecho son normalmente cambiables y revisables, pueden ser menos oportunos o incluso equivocados, por lo que deben ser abrogados. Esta puede ser la "paja" del tercer grado, ¡pero no ciertamente eventuales pronunciamientos doctrinales! ¡Estos, acercados al "fuego" del dogma, brillan con mayor belleza!
----------También ciertas disposiciones pastorales del Concilio podrían ser "paja". Y efectivamente, en mi opinión (y no solo en mi opinión): he sostenido y sostengo el hecho de que, puestos a la prueba de los hechos, después de cincuenta años, se trata de directivas conciliares pastorales que requieren ser revisadas, y que ya es hora que sean corregidas, por los malos resultados que han dado. Me refiero, por ejemplo, a lo que también comparten muchos ubicados en diversa posición respecto al tema examinado en este artículo: las doctrinas del Concilio. En tal sentido, creo que han sido errores pastorales: la excesiva indulgencia del Concilio hacia los errores o el excesivo optimismo hacia el mundo moderno, así como la excesiva exaltación de los valores humanos y la débil exaltación de los valores cristianos, sobre todo católicos.
----------Tales errores pastorales del Vaticano II han permitido la penetración por todas partes, incluso en la jerarquía, de estas tendencias, ulteriormente exasperadas por una bien coordinada máquina publicitaria internacional organizada por la Europa Central (por ejemplo, la revista "Concilium"). Los obispos, como observó en su momento el padre Cornelio Fabro, se mantuvieron intimidados por ello, por lo que hoy es muy difícil liberarse de esta situación, porque quien debería intervenir es él mismo connivente con el error.
----------Otro error pastoral del Concilio Vaticano II ha sido el de debilitar el poder del Romano Pontífice, fortaleciendo excesivamente el de los obispos, con el resultado de que se ha verificado la "breviatio manus" del Papa, de la cual hablaba Amerio: el pontífice ha quedado aislado en el mismo episcopado. Obviamente, gracias a la asistencia del Espíritu Santo, él conserva y aplica su rol de maestro de la fe y enemigo del error; pero, lamentablemente a menudo las intervenciones de la Santa Sede en este campo (que no faltan en absoluto) tienen escaso, por no decir escasísimo, eco en el episcopado y entre los teólogos, cuando a veces incluso se tienen oposiciones, ya sea embozadas y sutiles, ya sea abiertas y descaradas.
----------Sobre esta materia es necesario recuperar un cierto estilo precedente al Concilio, que conducía a buenos resultados, obviamente sin caer en ciertos excesos de severidad y de autoritarismo del pasado. Los Papas del post-concilio son Papas crucificados, abandonados como Cristo por los suyos. ¡Otra que "triunfalismo"! Es costumbre de los prepotentes hacerse pasar por víctimas.
----------Por otro lado, no obstante mis diferencias con los ya mencionados teólogos sostenedores de que las doctrinas del Vaticano II se ubican en el tercer grado, sin embargo estoy de acuerdo con ellos en el sostener o más bien en el constatar (por ejemplo con el mencionado Amerio) que desde el inmediato período postconciliar hasta el día de hoy el Magisterio expresa, claro que sí, la verdad (¿y cómo podría ser de otro modo?) pero no la expresa toda, no la expresa entera. Guarda silencio sobre algunas verdades debido a un excesivo temor a los no-católicos y a no parecer lo suficientemente "moderno". Las preocupaciones ecuménicas, y por lo demás de un ecumenismo demasiado pacifista y condescendiente, parecen prevalecer sobre el deber de evangelizar y de corregir a quien se equivoca, invitándolo a la unidad "cum Petro et sub Petro".
----------Es necesario entonces recuperar verdades olvidadas, de las cuales sólo daré algunos ejemplos, sabiendo bien que se trata de verdades dogmáticas: el valor realista de la verdad, el valor intelectual-conceptual del conocimiento de fe, el valor sacrificial, expiativo y satisfactorio de la redención, la naturaleza y consecuencias del pecado original, la conjunción de la justicia y la misericordia divinas, los atributos divinos de la impasibilidad e inmutabilidad, la distinción entre naturaleza y gracia, la predestinación, la existencia de los condenados en el infierno, la posibilidad de perder la gracia con el pecado mortal, la existencia de los milagros y de las profecías, el deber de trabajar por la conversión de los no-católicos al catolicismo. Al mencionar estos dogmas, no digo nada nuevo, sólo estoy "derribando una puerta abierta", como suele decirse.
----------Pero quisiera agregar, y precisamente para aquellos ubicados en el tradicionalismo extremo, que no deben creer que esas doctrinas del Concilio Vaticano II como las de la perspectiva universal de la salvación, del diálogo con la modernidad, del ecumenismo, de la libertad religiosa o de las verdades contenidas en las otras religiones estén en contraste con las verdades mencionadas en el párrafo anterior, aun cuando estemos en la necesidad de demostrar la continuidad (como ha instado a hacer el papa Benedicto XVI a los teólogos). Los católicos sinceros que están ubicados en buena fe en áreas del tradicionalismo extremo (pues también los hay), y que sufren al ver erróneamente una "ruptura" o "discontinuidad" del Vaticano II, deben comprender que, en esas doctrinas conciliares nuevas, se trata solo de un mejor conocimiento o de aspectos nuevos de esas mismas verdades que vienen enseñadas en las doctrinas precedentes. Ya ha sido demostrado: no existe semejante "ruptura" o "discontinuidad"; se trata de una "continuidad en la novedad y reforma".
----------También quisiera decir que hoy la debilidad del Papado no depende de los defectos personales de los individuales Papas, sino que es un defecto institucional ("pastoral") introducido o al menos consentido por el propio Concilio. Quizás para remediar un tal defecto se necesite otro Concilio; no lo sé. Por lo demás, siempre en la historia, un Concilio ha tenido que remediar los errores cometidos por un Concilio precedente. Por eso, me parece francamente injusta la acusación que algunos hacen a los Papas del Concilio y del postconcilio, entre los cuales tenemos tres santos y un siervo de Dios que pronto será beato, de "haber pecado contra la fe y la caridad" en la conducción del Concilio y del postconcilio. Por cierto, Pedro ya no puede pecar contra la fe; aunque puede pecar contra la caridad, o contra la justicia, o pecar de negligencia o por temor al mundo. Pero creo que alguna "debilidad" de los Papas no es culpa de ellos; son las mismas instituciones las que no ponen en sus manos los instrumentos suficientes para hacer valer su autoridad.
----------Reconozco, por otra parte, que incluso el mismo lenguaje "pastoral" de los documentos doctrinales del Concilio Vaticano II no brilla siempre por claridad y precisión. Aquí han aprovechado los modernistas para interpretar a su modo estos textos, con resultados desastrosos desde el punto de vista doctrinal y moral. Se necesitaría aquí, como propuso hace ya una década el obispo Athanasius Schneider (hoy lamentablemente en posiciones muy próximas al lefebvrismo), que el Santo Padre emanara un syllabus de los errores de interpretación de las doctrinas del Concilio. Por otra parte, considero que sería bueno que el Papa presentara las doctrinas vinculantes del Concilio (ya sean de II grado o de III grado) bajo la forma de "cánones", como ha sido siempre usado en los concilios. Este método, como demuestra la experiencia, da claridad e impide jugar con el equívoco y permite eventuales oportunos procedimientos canónicos.
----------Después de muchos años de estudio, me he convencido de que la forma más grave de modernismo que hoy se necesita eliminar, también por la influencia y el prestigio que posee en muchos ambientes, es la rahneriana (sin subestimar el daño que también vienen haciendo los kasperianos y martinianos). La operación no será fácil, pero es necesaria, si queremos frenar el actual proceso de corrupción de la fe y de las costumbres, aunque obviamente existen otras causas de esta decadencia o falso progreso. Se tratará de una operación quirúrgica dolorosa, compleja y radical, porque el mal ha echado raíces y al operar el riesgo es el de dañar órganos vitales. Pero por el bien de la Iglesia debe hacerse y ya no debe posponerse.
----------La operación de extirpar el modernismo, rahneriano ante todo, se puede realizar escalonándola en el tiempo, como se hace en las intervenciones quirúrgicas complejas, pero debe ser conducida en modo inflexible y sistemático, suceda lo que suceda. Nuestro Señor Jesucristo, para fundar la Iglesia, nos ha dado su vida: ¿y nosotros para salvarnos no debemos hacer algún sacrificio, no debemos vencer fuerzas adversas? Lo importante es combatir con el aparente Vencido que en realidad es el Vencedor.
----------Por cuanto respecta a la "continuidad" de las doctrinas nuevas con las antiguas, continuidad de la cual siempre nos han asegurado los Papas del post-concilio, el buen católico debe creer al Papa en su palabra y no tener la más mínima desconfianza (como hacen los lefebvrianos, que acusan a los Papas de quererlos engañar). Indudablemente esta continuidad entre las doctrinas pre-conciliares y post-conciliares no siempre es tan perspicua, pero los teólogos ya la han demostrado con una seria confrontación de los textos magisteriales, entre los del preconcilio, los del Concilio Vaticano II y los del postconcilio.
----------Ahora sólo hay que explicárselo a los que, débiles, vacilan ante la tentación de la duda. Hay que explicarles que es posible demostrar que la "novedad" no es ruptura, que no es caída en el error, que no es negación de la Tradición, sino desarrollo homogéneo de la Tradición, mejor conocimiento de la misma inmutable verdad de la Palabra de Dios consignada de una vez por todas por Nuestro Señor Jesucristo a su Iglesia. Es necesario recordarles que existe y ha existido siempre un progreso dogmático, es decir, un siempre mejor y más explícito conocimiento de las mismas verdades "eodem sensu eademque sententia".
----------Lo que es necesario evitar y contra lo cual ponía en guardia san Pío X, es la concepción modernista del progreso dogmático, fundada en la idea de una mutabilidad de la verdad de fe: una herejía que es propia también de los modernistas de nuestros días. No es la verdad de fe la que cambia: ella permanece siempre la misma ("veritas Domini manet in aeternum"); es nuestro conocimiento el que "cambia", en el sentido de que progresa en el tiempo por la asistencia del Espíritu Santo, que "conduce a la plenitud de la verdad". Ser modernos no quiere decir ser modernistas. El sano tradicionalismo no es permanecer atrás, sino ir hacia adelante.

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