viernes, 8 de octubre de 2021

La certeza de la fe no es arrogancia fundamentalista

Hay solamente un paso de la certeza de la fe a la arrogante intolerancia fundamentalista, así como hay solo un paso del debido respeto a la libertad religiosa al relativismo y liberalismo modernista.

----------Las reflexiones anteriormente publicadas en este mismo sitio, sobre el modo con el cual el cardenal Carlo Maria Martini [1927-2012] concebía la fe y el diálogo con los no creyentes se encuentran en línea, como pueden suponer los lectores, con otras muchas observaciones críticas que teólogos y analistas, más competentes que yo, han hecho de modo justo, correcto, profundo y centrado, aunque ciertamente duele al corazón el tener que hacer ese género de amargas constataciones nada menos que en un Príncipe de la Iglesia, fallecido hace una década, a quien seguimos encomendando a la misericordia de Dios.
----------En estos años recientes ha crecido el número de conocidos e inteligentes intelectuales católicos, ubicados frecuentemente en la vanguardia de la batalla por la justicia y por la verdad, que han puesto en luz con franqueza, citando declaraciones del propio Martini, confrontadas con la inmortal sabiduría de santo Tomás de Aquino, la incapacidad que ha manifestado el Cardenal para lograr conjugar la certeza de la fe con esa gran apertura que el pastor, el apóstol, el evangelizador, el teólogo, el misionero, debe tener hacia aquellos que no comparten por variados motivos la verdad católica.
----------En efecto, el cardenal Martini, evidentemente demasiado preocupado por hacerse aceptar, por hacerse comprender, y por acoger la situación de los no-creyentes, ha carecido del necesario equilibrio que el buen pastor debe mantener entre, por un lado, sus propias convicciones de fe, que deben ser claras y solidísimas, y, por otro lado, la atención y la misericordia que debe tener por aquellos que, para decirlo en palabras del Benedictus: "yacen en las tinieblas y en las sombras de la muerte".
----------En las antípodas de ese equilibrio del buen pastor, el cardenal Martini, al intentar expresar esa preocupación suya por compartir la situación de los no-creyentes, acababa por hacer suyas las propias dudas de los no-creyentes, no para resolverlas e iluminar a estas personas con persuasivos argumentos (que es la tarea de la apologética y del predicador), sino para hacer de esas dudas un sistema o método de vida, como si la duda fuera una cualidad de la fe, mientras que sabemos muy bien cuánta certeza en el creer correcta y justamente nos pide Nuestro Señor, ya que ¿cómo es posible dudar cuando Dios mismo nos habla en su Hijo divino? ¿Cómo se puede dudar de los dogmas que la Iglesia, maternalmente, amorosamente, premurosamente e infaliblemente, nos enseña desde hace dos mil años en nombre de Cristo?
----------Indudablemente, todos nosotros, católicos, advertimos o sentimos a veces tentaciones contra la fe, pero tenemos cuidado de no institucionalizar estas dudas o estas dificultades como si fueran una expresión de la "fe": al contrario, tratamos de serenarnos leyendo la Palabra de Dios o pidiendo luz a un buen teólogo o rezando pidiéndole a Dios que nos libere, o aclarando las cosas por nuestra cuenta. Cristo no prescribe la duplicidad o la duda, sino la linealidad y la coherencia: "sí, sí, no, no; el resto -añade Él- pertenece al diablo".
----------El cardenal Martini, en su actitud pastoral, retomaba el famoso dicho paulino "me he hecho todo para todos", olvidando aquello que Pablo dice inmediatamente después: "para salvar al menos a alguno". Ciertamente, también Nuestro Señor Jesucristo cenaba con los publicanos y los pecadores, pero, como Él luego explica, lo hacía al modo como el médico toma cuidado de los enfermos. ¿Qué diríamos de un médico que, sensibilísimo y atentísimo por nuestra enfermedad, él también buscara contagiarse sin procurarnos la cura? O incluso nos dijera: ¿no te curo porque te respeto en tu diversidad respecto a mí? ¿O nos quisiera convencer de que no estamos enfermos? ¿No nos sentiríamos engañados o tomados a la chacota?
----------Por ello, la concepción que tenía de la fe el cardenal Martini, parece manifestar un carácter relativista, que no toma en serio cuanto Cristo enseña sobre la fe, ni se toma en serio las necesidades de las almas: una simple "fe-opinión", por lo cual, con el pretexto del pluralismo o del ecumenismo o del diálogo interreligioso o del diálogo con los ateos, se considera a la propia "fe" no como verdad divina, absoluta, intangible, universal, obligatoria para la salvación de todos, sino una opinión como cualquier otra, simplemente "diversa", "diferente" de otras "fes" o "creencias", por ejemplo, una creencia sólo diversa de la enseñanza de Lutero o de Calvino o de Mahoma o de Buda o de Marx o de Juan Domingo Perón, o de Leandro N. Alem, etc.
----------Se trata de una evidente confusión entre lo diverso y lo contrario. Ciertamente, nadie duda en decir que la persona sana es diferente de la enferma, pero ¿qué persona de buen sentido común elegiría estar enferma en lugar de estar sana en nombre de la "diversidad"? ¿A qué obispo o sacerdote, para "ser uno más junto al pueblo" y compartir los sufrimientos de los que más han sufrido o todavía sufren en esta pandemia del covid-19, preferiría hoy estar enfermo de covid, en lugar de estar sano?
----------Un católico y un no-católico no son simplemente "diversos" como pueden serlo un fraile dominico y uno franciscano. ¿Por qué hemos olvidado esta verdad? El católico tiene la recta fe, mientras que el no-católico, por ejemplo un protestante, con todo el respeto por su persona, es un hereje, aunque tal vez no se dé cuenta o no tenga culpa. Bienvenido el ecumenismo, pero no olvidemos este hecho.
----------Quizás el temor con el que vivía el cardenal Martini, temor típico de cierta cultura modernista y relativista, ha sido el de caer en la excesiva certeza, en la arrogancia o, como él solía decir, usando diversos adjetivos, en el "fundamentalismo" o en el "integrismo" o en la arrogante intolerancia y, por lo tanto, en el peligro de violentar la conciencia de los otros y de no respetar la libertad religiosa.
----------Pero pensando en ello, entonces me viene la sospecha de que Martini no supiera qué es la verdadera certeza de fe y de qué nace o en qué se funda. Ciertamente, existe una falsa certeza o un modo incorrecto de proponer las propias certezas. Sin embargo, esta no es verdadera certeza, sino que más propiamente se puede llamar presuntuosa seguridad subjetiva o fanatismo o fideísmo, que es acto de arrogancia, efecto del orgullo y de la voluntad de imponerse a los otros o de la ambición de atraerse discípulos.
----------Pero con la muy válida intención de evitar la arrogancia fundamentalista, y por el deseo de no violentar la conciencia ajena al estilo de los musulmanes, el remedio no es en absoluto ese escepticismo falsamente liberal que socava la cultura occidental, llevándola a olvidar esos valores tradicionales, humanos y cristianos, que son su orgullo y están al servicio de toda la humanidad. El problema es el de saber, como he dicho, qué es y en qué se funda la verdadera certeza de fe, esa fe divina que el católico llama "fe teologal".
----------Como nos recuerda santo Tomás de Aquino, la fe se funda humanamente en la percepción de los signos de credibilidad ofrecidos por Cristo (por ejemplo los milagros), pero sobre todo y en última instancia, la fe es un don de Dios, con el cual Dios en Cristo y por medio de la Iglesia se nos muestra en su divina autoridad, por lo cual el creyente cree no por motivos simplemente humanos, sino porque es iluminado por Dios, porque se confía en la autoridad misma de Dios que no engaña ni puede engañar.
----------Esta es la verdadera certeza de fe, una certeza, como se dice, "sobrenatural", certeza por la cual el creyente está firmísimo y solidísimo en sus convicciones, incluso, si es necesario, para renunciar a su propia vida, no gracias a la simple fuerza de su voluntad, sino en virtud del don divino recibido.
----------El creyente, inconmovible en su fe y, siempre con el socorro del Espíritu Santo y en comunión con la Iglesia, sabe transmitir a los otros la Palabra de vida, liberándolos de los errores y de los vicios en los cuales se hubieran enredado: aquello que en otros tiempos y también hoy se debe llamar "conversión".
----------¿Cuál es el fundamento de la certeza de fe para que ella no sea arrogancia fundamentalista? Es precisamente esta conciencia de que lo que decimos no es, y espero se me excuse la expresión popular, "harina de nuestro costal", sino verdad divina que Cristo nos ha entregado a través de la Iglesia. ¿Y cómo logramos esta conciencia? Con humildad, es decir, con un sincero amor por la verdad y esa "obediencia" del intelecto, de la cual habla san Pablo precisamente como órgano de la fe.
----------Ciertamente el creyente puede hacer la figura, es decir, dar la apariencia, entre los no-creyentes, de ser un arrogante, un presuntuoso y un intolerante de la libertad religiosa. Esta figura o apariencia también ha sido hecha por Nuestro Señor Jesucristo, por lo cual no nos engañemos o ilusionemos pensando que siempre podemos evitarlo. En este punto necesitamos el otro aspecto de nuestra fe: la actitud que debemos tener hacia los no-creyentes. Aquí el cardenal Martini ciertamente nos ha dado un ejemplo de cercanía y de comprensión, pero donde se ha equivocado ha sido en la actitud del extraño médico del cual he hablado anteriormente: gran cercanía, gran comprensión, análisis detallados, pero para dejar al enfermo en su condición, quizás dándole la ilusión de no estar enfermo, sino de ser simplemente un "diferente" o "diverso".
----------Es curioso que el cardenal Carlo María Martini falleciera un 31 de agosto de 2012, justo a las puertas del Año de la Fe inaugurado por el papa Benedicto XVI el 11 de octubre de ese mismo año, y clausurado por el papa Francisco el 24 de noviembre de 2013. Vale decir, en el mismo momento en que uno de los principales líderes de esa errónea concepción modernista de la fe que he descripto líneas arriba dejaba este mundo para presentarse ante el justo y misericordioso juicio del Señor de la historia, la Iglesia, a través de su Supremo Maestro y Pastor, a quien Martini tanto había combatido, inauguraba un Año Santo que significaba una bendita ocasión para todos nosotros de construir verdaderamente el equilibrio al que me he referido.
----------Dejando aquí de lado el análisis de lo vivido en ese Año Santo de la Fe, sólo quiero subrayar que en la construcción de ese equilibrio entre certeza de fe y caridad pastoral, se juega nuestra salvación y la de los otros. Evitemos, entonces, los extremos opuestos del fundamentalismo inexorable y agresivo, y del relativismo modernista, que cree ser abierto y liberal, y en cambio es más dogmático y feroz que nunca en el momento en el cual se le hace notar, incluso con cortesía y amabilidad, el terrible equívoco del cual es víctima.

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