martes, 19 de octubre de 2021

Los "ortodoxos" orientales y su similitud con los lefebvrianos

Sin salirnos todavía del tema de la naturaleza y alcances de la infalibilidad del Romano Pontífice y de los Concilios Ecuménicos (que hemos tratado en la nota del domingo y en la nota de ayer lunes), profundicemos hoy nuestra reflexión, refiriéndonos a los que interpretan de manera "rupturista" los documentos del Concilio Vaticano II, considerando entre otros, a los modernistas, a los lefebvrianos y a los "ortodoxos" orientales.

----------En los debates teológicos que estos años se vienen produciendo (de modo más intenso unos diez años atrás) son contados con los dedos de una mano los estudiosos equivocadamente sostenedores de la supuesta "ruptura" del Concilio Vaticano II y de los Romanos Pontífices del post-concilio con el magisterio de los papas y concilios precedentes, no para lamentarse de ella (como hacen los lefebvrianos y afines, los sedevacantistas, y diversos exponentes del extremo tradicionalismo), sino para aprobarla.
----------Sin embargo, hay algunos que, aunque influídos por ideas modernistas, se han integrado amigablemente a los debates y, como era de esperar, han surgido también cosas positivas del diálogo. Ellos dicen que el Concilio ha hecho bien en "romper" con una tradición del segundo milenio que había hecho olvidar a la Iglesia católica ciertos aspectos de la tradición del primer milenio precedente al cisma de Constantinopla.
----------En relación a ese punto, me inclino a estar de acuerdo con los "rupturistas" del lado modernista, en el sentido de reconocer, por lo tanto, al Concilio Vaticano II, entre sus méritos, el de haber recuperado indudables tesoros de ese período anterior al Cisma de Oriente. Se trata de un reconocimiento en clave de ecumenismo con los hermanos orientales. Pienso de manera particular en la doctrina de los Santos Padres de Oriente y de Occidente, que son un sagrado e inmortal patrimonio de la Iglesia universal.
----------La obra ecuménica a la que nos impulsa el Concilio, nos llama a todos los católicos a ser muy sensibles a estas cosas, porque, entre otros motivos, no debe quedar oculto, acaso por mezquinas miopías romanistas, el significado de las milenarias relaciones que han tenido y tienen diversas regiones europeas y muchas de sus iglesias locales con la ortodoxia oriental. En la iglesia latina es frecuente que se olviden estas cosas, y es deber de los estudiosos, historiadores y teólogos, que son competentes en el área de las Iglesias disidentes del oriente, hacer su aporte para que estos lazos de unión no sean nunca olvidados.
----------Es frecuente que ocurra (y alguna experiencia personal tengo en ello) que en cuanto se producen contactos y diálogos con exponentes de la llamada "ortodoxia" oriental, se advierta inmediatamente que las discrepancias no son tantas ni tan importantes como lo que suele pensarse; por el contrario, si somos de mente abierta y sabemos distinguir al dogma de la mera opinión teológica (y procuramos alejarnos, como debemos, del fanatismo y de la ideología), se encuentran cristianos disidentes orientales muy equilibrados, con los que no es raro sentirse en plena sintonía, en particular cuando se alcanza a dialogar sobre la necesidad de que todos nos empeñemos por acortar las distancias entre todos los alejados de la Iglesia católica y del Papa, para contribuir a crear en la Iglesia esa paz y esa concordia que se pueden alcanzar solo si todos saben apreciar en su verdadero valor la expresión del papa Benedicto XVI: "continuidad en la reforma".
----------Por supuesto, una cuestión central en el diálogo teológico con los exponentes "rupturistas" acerca de la interpretación del Concilio Vaticano II (tanto modernistas, como "ortodoxos" orientales, como lefebvrianos) es la referida al recto concepto de Tradición en la Iglesia. Respecto a esta cuestión, es necesario distinguir la tradición divina de la tradición humana. O, para usar el título de un famoso libro del padre Yves Congar, es necesario distinguir "La Tradition et les traditions" (la Tradición y las tradiciones).
----------La primera, llamada "Tradición apostólica" o "Sagrada Tradición" es, junto con la Sagrada Escritura, una fuente de la divina Revelación y, por tanto, contiene verdades sobrenaturales, inmortales, inmutables, universales, incorruptibles, no superables: son aquellas "Palabras que no pasan", de las cuales habla Nuestro Señor Jesucristo, que él ha entregado a los Apóstoles y a sus sucesores para custodiar, interpretar, transmitir y explicar a todo el mundo con siempre mayor claridad en el curso de la historia hasta el final de los siglos. Aquí la Iglesia es infalible en el custodiar y explicar esta Tradición. Y esta Tradición es una sola, así como la verdad es una sola, así como Dios es uno solo, así como el Salvador es uno solo. "Una sola fides".
----------Pero además de la "Sagrada Tradición", así como la Iglesia es también evidentemente una comunidad humana inmersa en el espacio y en el tiempo, sujeta como cualquier otra comunidad humana a los cambios y a los acontecimientos de la historia, la Iglesia también posee "tradiciones", las cuales son simplemente humanas, aunque apoyadas por la divina Tradición. Pero esas tradiciones, en cuanto humanas, con la evolución de los tiempos y el cambiar de las necesidades, pueden venir a menos o fracasar o volverse inútiles, y en ciertos casos deben venir a menos cuando, habiéndose agotado su función histórica, su permanencia sería un obstáculo o entorpecimiento para el progresar de la Iglesia hacia el Reino de Dios.
----------Si bien respecto de la "Sagrada Tradición" existe siempre continuidad, en cambio, en lo que respecta a las "tradiciones", en ciertos casos, podemos y de hecho debemos tener ruptura, aun cuando incluso se tratara de tradiciones seculares que alguna vez fueron útiles o providenciales o muy apreciadas en el seno de la Iglesia. En este ámbito tenemos una pluralidad de tradiciones, y no podría ser de otra manera, así como entre los hombres varían las mentalidades, las preferencias, las cualidades, las capacidades.
----------El caso es que la Iglesia, cuando, en su camino histórico de profundización de la Palabra de Dios ("hasta la verdad completa"), se da cuenta de que ciertos hábitos o ciertas "tradiciones" se han convertido en un obstáculo y no están verdaderamente en conformidad con el Evangelio, la Iglesia las abandona y se equivocaría si no las abandonara. Sin embargo, por otra parte, en este campo la Iglesia no es infalible. Es el campo de la pastoral, del derecho, de la disciplina, de los usos sociales y litúrgicos.
----------Las verdades contenidas en la Sagrada Tradición o Tradición Apostólica son siempre las mismas. El Magisterio de la Iglesia, en el transcurso de los siglos, con su enseñanza dogmática que se expresa sobre todo en los Concilios, no añade nada, no quita nada, no cambia nada, no practica ninguna ruptura, porque operaciones de tal género significarían decir automáticamente negación o falsificación del depósito revelado, cosa que no puede suceder porque Cristo ha prometido a la Iglesia el asistirla siempre junto con su Espíritu en la fidelidad a la Verdad. El depósito revelado, por lo tanto, no puede cambiar. Cambia, por el contrario, en el sentido del progresar, el conocimiento que la Iglesia adquiere en el curso de los siglos sobre la base de la investigación teológica y de la experiencia misma del Pueblo de Dios.
----------Creer, como hacen los modernistas o los historicistas, relativistas, que en el campo dogmático la Iglesia haya cambiado o suprimido algo, es esa herejía que ya el papa san Pío X condenó en cuanto fundada sobre la idea de que no existe una verdad inmutable ni siquiera en el campo de la fe, sino que toda verdad por su naturaleza cambia con el cambiar mismo del hombre: "veritas filia temporis".
----------De modo que nosotros, los católicos, estamos de acuerdo con los hermanos "ortodoxos" de Oriente sobre la existencia de esta divina Tradición, estamos de acuerdo sobre su inmutabilidad e intangibilidad y sobre el hecho de que el Espíritu Santo asiste a la Iglesia en la conservación del depósito revelado. Agradecemos con ellos al Señor Jesucristo por tener en común con ellos los primeros siete Concilios, donde ha sido definido irrevocablemente el misterio del Verbo Encarnado, una Persona en dos Naturalezas.
----------Nos debe entristecer y nos debe llenar de dolor el hecho de que los "ortodoxos" orientales ya no hayan escuchado la voz del Vicario de Cristo, después de la desgraciada división de 1054, donde no han faltado las culpas de ambas partes, y es ciertamente de gran consuelo y esperanza la supresión recíproca de las excomuniones, producida en los tiempos de san Paulo VI. Pero aún queda camino por recorrer, a saber, el hecho de que nuestros hermanos orientales deben comprender en la fe que los Concilios posteriores a la separación no han traicionado la Tradición ni han establecido doctrinas ajenas a la misma, sino que no han hecho más que desarrollar, aclarar y explicitar su conocimiento, en perfecta continuidad y homogeneidad con la Tradición de los precedentes Concilios y de los Santos Padres. "Continuidad en el progreso".
----------De esta manera los Orientales de la "ortodoxia" se encuentran en una situación que curiosamente se asemeja a la de los lefebvrianos: es la misma mentalidad, es el mismo error: o sea, el creer que un Concilio Ecuménico pueda romper con la tradición dogmática precedente, el pensar que las nuevas doctrinas de un Concilio Ecuménico estén en contradicción con las precedentes y por tanto sean falsas.
----------Existe, sin embargo, una diferencia entre lefebvrianos y orientales, y es que mientras estos han apreciado el esfuerzo ecuménico del Concilio Vaticano II, el cual ha recuperado antiquísimas tradiciones litúrgicas antecedentes a la reforma de san Pío V, los lefebvrianos, acaso por falta de conocimiento de la historia de la liturgia, no se dan cuenta de que el Vaticano II, más allá de las modificaciones que intentan acercar a los hermanos protestantes, con la recuperación de las mencionadas tradiciones, ha mostrado un tradicionalismo aún más radical que es apto para acercar a los hermanos ortodoxos.
----------Por otra parte, es evidente otra diferencia entre los lefebvrianos y los orientales "ortodoxos", y es que mientras los primeros reconocen el progreso dogmático implementado por Roma desde la Edad Media hasta hoy, aunque excluyen al Vaticano II, los hermanos orientales disidentes se muestran incapaces de apreciar la utilización que en el Medioevo ha ocurrido del pensamiento de Aristóteles por parte de santo Tomás de Aquino, utilización que ha permitido a la Iglesia católica el servirse a su vez del pensamiento del Aquinate para formular nuevas doctrinas dogmáticas, como por ejemplo la del alma "forma corporis" (Concilio de Vienne de 1312) o de la Persona divina como Relación subsistente, según el dictado  del Concilio de Florencia ("in Deo omnia sunt unum, ubi non obviat relationis oppositio") o de la inmortalidad del alma (Concilio Lateranense V de 1513) o de la transubstanciación (Concilio de Trento) o del concepto de teología o de fe o de Dios como "una singularis substantia spiritualis" (Concilio Vaticano I).
----------Pero sería interesante que todos advirtieran el hecho de que en el siglo XIV, en el mundo bizantino ortodoxo, también ha habido una influencia consciente y cultivada del pensamiento de santo Tomás de Aquino, como por ejemplo en los hermanos Demetrio Cidonio [1324-1398] y Procoro Cidonio [1330-1369]. En esto era muy experto el historiador dominico alemán Fr Ambrogio Eszer, ex funcionario de la Santa Sede, con funciones en la Congregación para las Causas de los Santos, fallecido en el 2010.
----------Por último, y para concluir ya la breve reflexión de hoy, quisiera observar, a propósito del "Filioque", que los orientales "ortodoxos" hacen mal en oponerse, aunque es necesario reconocer que el modo en el cual históricamente fue introducida esta fórmula en el Credo no fue un acto ecuménico. Sin embargo, esta expresión es para siempre de fe, es explicitación de la Tradición y de la Escritura. Sin embargo, esto no impide a Roma el consentir a los hermanos disidentes el abstenerse de pronunciarla en su propia liturgia, una vez que ellos, guiados por el Espíritu Santo, hayan retornado a la plena comunión con Roma.

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