sábado, 9 de octubre de 2021

¿Cuál es la fe de los católicos y qué sabemos de ella hoy?

En mi nota de ayer recordé el Año Santo de la Fe, durante el cual terminaba el período pontificio del papa Benedicto y se iniciaba el actual, del papa Francisco. De lo aprendido y vivido aquel Año Santo: ¿qué frutos hemos recogido? ¿Qué sabemos de nuestra Fe de católicos? ¿Cómo es nuestra fe? ¿Cómo la vivimos?

----------Desde el mismo momento de su elevación al solio pontificio, en la noche romana del 13 de marzo de 2013, todos hemos notado ya la inclinación del papa Francisco para las salidas insólitas, improvisadas, a veces bonachonas y otras veces no tanto, a veces ingeniosas y otras veces irónicamente provocadoras, que en estos más de ocho años de pontificado lo han hecho simpático para las grandes mayorías, pero también antipático para algunas minorías. Sean cuales sean los sentimientos y reacciones que genera el actual Romano Pontífice, lo menos que puede decirse es que su personalidad es muy inusual en el estilo de los Papas precedentes. Por supuesto, esas aptitudes no comprometen la dignidad de su altísimo oficio, sino que lo han convertido, particularmente en los primeros años de su pontificado, en el Papa que está amorosamente cercano y benéfico para todos por su universalmente apreciada humanidad. Con el paso de los años, en muchos, no ha perdurado tal simpatía; pero, hablando en general, se mantiene en buena medida su cercanía con el común de los fieles, y un reciente testimonio de esto ha sido su viaje apostólico por Hungría y Eslovaquia. 
----------Desde el inicio de su pontificado aparecieron enseguida quienes contraponían al papa Francisco con su predecesor, Benedicto XVI, y a veces haciéndolo agriamente. Al cabo de más de ocho años, todavía existe ese tipo de católicos que, en lugar de tratar de discernir lo que el Espíritu Santo nos impulsa a vivir en el presente, vive añorando los modos y estilos del actual papa emérito, sin darse cuenta que se trata de formas de ser del hombre, de Simón, mientras que lo importante es que se trata del mismo Pedro, al cual Nuestro Señor Jesucristo ha encomendado guiar a la Iglesia y confirmarla en la Fe, como su Pastor y su Maestro. Y en ello, en el aspecto sobrenatural y divino del Papado, no hay ruptura, no la puede haber, sino continuidad; y bien sabemos que esa continuidad radica en el carisma magisterial de Pedro: "confirma fratres tuos".
----------Un primer e indudable testimonio de tal continuidad lo tuvimos de inmediato, mismo en 2013, cuando en una de sus inesperadas salidas, el actual Romano Pontífice anunció su primera encíclica, a la que se refirió diciendo que sería "una encíclica escrita a cuatro manos"; algo que nunca había ocurrido en toda la historia de la Iglesia y que probablemente nunca más volverá a suceder: la preparación, realizada junto con Benedicto XVI, de una encíclica sobre la fe. Y por cierto: ¿qué tema se adapta más al Sucesor de ese Pedro, a quien Cristo ha dado aquel famoso mandamiento, y lo repito: "confirma fratres tuos"?
----------La referencia a las "cuatro manos" parecería una alusión a la pasión del papa Benedicto por el piano, que incluye precisamente sonatas a cuatro manos. Tengo de esto el dulce recuerdo de mi infancia y mis clases en el conservatorio de mi ciudad. ¿De quién, por lo demás, nosotros los católicos y todos los hombres de buena voluntad esperamos ser mayormente y decisivamente instruidos, confortados, guiados, fortalecidos y corregidos en la fe, si no por el "dulce Cristo en la tierra"? De qué Maestro en este mundo recibimos mayormente y con mayor seguridad la verdad salvífica de la Palabra de Dios, la "espada del Espíritu", con la cual podemos socavar las insidias del "padre de la mentira" y rechazar los "dardos de fuego del maligno"? ¿Dónde más obtener y de qué mayor autoridad en esta tierra recibir con mayor plenitud ese Evangelio que Cristo nos ha mandado trasmitir a todo el mundo hasta el fin de los siglos?
----------Muchas veces he escuchado en boca de mi padre este sabio proverbio: "Para males extremos, extremos remedios". Una de las principales tareas para nosotros los católicos, que nos han inculcado los últimos Romanos Pontífices, a partir del papa san Paulo VI, una consigna, una convicción que nos hace aptos para llevar hoy a cabo nuestra misión, es la de darnos cuenta con lucidez, objetividad, sentido de responsabilidad, pero también serenidad y confianza, de la gravísima crisis de fe hoy extendida en la Iglesia en todos los ámbitos y en todos los niveles, excepto, por supuesto, el Papa junto con el Magisterio de la Iglesia, los cuales gozan, como es sabido, del la carisma de la infalibilidad. Pero, como dice el Concilio Vaticano II, el mismo pueblo de Dios, en la medida en que en el creer está unido a sus pastores, goza de este infalible carisma de verdad.
----------Por supuesto, esta toma de conciencia debe ir siempre acompañada de la serena certeza sobrenatural que "portae inferi non prevalebunt". Esto nos preserva de esa vana e insensata alegría de la cual sufren hoy, como para ocultar un oscuro malestar interior, tantos católicos convencidos de que así expresan la alegría de la fe. En realidad ella tiene la apariencia de la juerga del rico epulón que desfachatadamente no presta atención al pobre Lázaro que sufre por los males de la Iglesia y la falta de verdad.
----------Ya ahora es bien sabido cómo se configura esta crisis nunca antes ocurrida en toda la historia de la Iglesia: como la desaparición de la común, fiel, completa e indiscutible adhesión de quien se dice católico a todos los dogmas de la fe tal como ellos nos vienen enseñados por el Magisterio y son resumidos y explicados en el Catecismo de la Iglesia. El creer, la fe, no es ya concebida como adhesión de todos a un patrimonio objetivo, universal y común de verdad, sino que cada uno, como individuo pero sobre todo como grupo, se siente autorizado a construir "su propia fe", bajo los más variados pretextos: el "diálogo", el "ecumenismo", el "pluralismo", la "exigencia o necesidad pastoral", la "libertad", la "modernidad", el "espíritu del Concilio", el prestigio internacional de tal determinado teólogo, el contacto con el Espíritu Santo, etc.
----------No existe ya la Iglesia, sino las iglesias, y la propia iglesia es la Iglesia. No existe ya la fe, sino las fes. Por consiguiente, ¿a quién le importa la fe de los demás? La propia es la mejor. Y lo importante es, para estos pseudo-creyentes, pertenecer a aquella que se considera la Iglesia moderna y avanzada. Se trata, como ya observó Paulo VI, una obra de auto-demolición de la Iglesia por parte de sí misma.
----------¿Y el Papa? ¿Qué piensan hoy los católicos del Papa?... Sí, ciertamente está también el Papa. Rezamos por él en la Misa. De vez en cuando tiene alguna buena salida. Pero él no puede imponerme sus ideas, a menudo superadas. Ciertamente, es libre de expresar sus opiniones. Si me gustan, las acojo. Pero hoy la guía de la Iglesia se encuentra solo en aquellos determinados publicistas, medios, revistas, teólogos, profetas, obispos y cardenales, de fama internacional. Es lo que san Paulo VI llamaba "magisterio paralelo". Muchos piensa que el Papa debería adaptarse y aprobarlo. Mientras bese a los niños todo está bien, pero por favor ¡no nos hables del pecado original o del demonio o de ética sexual o de justicia social!
----------Ahora bien, aclaremos las cosas. Un aspecto de la actual crisis de fe está dado por el hecho de que ya no se sabe qué es la fe. Se habla a menudo, por supuesto, de "fe", pero ¿con cuánta adhesión a lo que la Iglesia entiende con esta palabra? Como bien se sabe, una definición fundamental de la fe está contenida en el Concilio Vaticano I: pero ¿cuántos recuerdan esta enseñanza y a ella se refieren?
----------Indudablemente, desde la época de aquel Concilio de fines del siglo XIX la noción de fe ha sido ulteriormente profundizada, teniendo en cuenta también el progreso de los estudios bíblicos, de la reflexión teológica, de la propia experiencia litúrgica, del diálogo ecuménico, así como de la vida de fe del pueblo de Dios, hasta la noción de fe que se puede recabar de las enseñanzas del Concilio Vaticano II, el cual, si no da una definición explícita de la fe, ya que supone aquella del Vaticano I, sin embargo, al mostrarnos en la Dei Verbum una noción más profunda de la Revelación, implícitamente sugiere un concepto de fe más elevado. Tal concepto ha sido retomado por la encíclica del papa san Juan Pablo II Fides et ratio.
----------Naturalmente, se trata siempre de esa virtud sobrenatural por la cual confiando en la autoridad divina que nos habla, nosotros, los católicos, aceptamos confiadamente y dócilmente como verdadero cuanto nos es revelado por Nuestro Señor Jesucristo a través del Magisterio de la Iglesia; pero la noción moderna de fe que nos propone el Magisterio, salvados todos estos presupuestos irrenunciables, subraya aún más la necesidad de que la fe no se mantenga en una simple adhesión intelectual a un conjunto de verdades, sino que tal adhesión al mismo tiempo comporte una mayor atención a la misma Persona del Revelador, que se revela como verdad divina con su propia Persona, Él que ha dicho de sí mismo: "Yo soy la Verdad".
----------Por lo tanto, no puede existir ninguna desestima ni desprecio hacia las nociones de fe, es decir, los dogmas, que permanecen tal cuales, como enseñó el papa san Pío X contra el modernismo, como luz indefectible de salvación para nuestra mente. Pero, y precisamente sobre la base del dogma y de la doctrina, la fe debe ser apertura del corazón y de todo nuestro ser a Cristo mismo que se revela no sólo con la palabra sino con cada gesto y acontecimiento de su vida y en especial en la cruz y en la resurrección.
----------Y si queremos hacer referencia a la tradición doctrinal y catequética preconciliar, se trata básicamente de una referencia a aquello que en el pasado se llamaba la "fe viva", animada por la caridad, para recordarnos que la verdadera fe salvífica no es una simple fe teórica, que sin la caridad sería fe "muerta" e infructuosa, sino esa fe que, como exhorta el apóstol Santiago, desemboca en las obras.
----------Lo cual, por supuesto, no debe llevarnos a confundir la fe con la caridad y, por si fuera poco, una "caridad" emocional y turbia no basada en la verdad, porque esa sería falsa caridad, mero sentimiento. Y es sin embargo éste el riesgo actual de muchos de nuestros ambientes eclesiales. Por eso, considero que deberíamos releer aquella "encíclica escrita a cuatro manos", donde se nos recuerda el esencial vínculo de la fe con la verdad y que sólo la verdad es principio de la caridad y de la libertad, aunque sea cierto que es sólo en un clima de libertad y de caridad que se encuentra verdaderamente a Cristo y, por tanto, la salvación.
----------La crisis de fe de hoy surge sobre todo de un equívoco acerca de este modo de la Iglesia contemporánea de entender la fe, modo que no está en absoluto en ruptura (¿y cómo podría estarlo?) con el concepto de fe del Vaticano I o de las enseñanzas de san Pío X o Pío XII, sino en perfecta continuidad con ellos, con la única diferencia de que hoy la Iglesia sabe mejor que en el pasado qué es la fe. Y esto es del todo normal y conforme al camino mismo de la Iglesia en la historia, por el hecho de que ella no hace más que progresar en el conocimiento de la Palabra de Dios con la asistencia del Espíritu Santo.
----------El actual grave y generalizado malentendido que entre los católicos existe acerca de la noción de fe no es otro, en sustancia, que un resurgimiento de aquel falso concepto de fe que fue claramente condenado por el papa san Pío X en la encíclica Pascendi Dominici Gregis. ¿Por qué sucede esto hoy?
----------Hay que decir en verdad que los modernistas ya habían intuido la necesidad de dar a la fe un aspecto más personalista y experiencial, además de doctrinal y dogmático. Esta instancia en sí misma, no ausente del mismo concepto luterano de fe, no estaba equivocada. El error de los modernistas, como había sido ya el de Lutero, fue el de relativizar el aspecto de mediación doctrinal ofrecido por el Magisterio de la Iglesia, resolviendo el mismo acto de fe en una "experiencia" o "sentimiento preconsciente" inmediato de la presencia interior de Dios en la conciencia, incluso antes de cualquier formulación conceptual, la cual por lo tanto perdía su función de ser el canal normal del conocimiento de la verdad revelada.
----------Los modernistas, en base a esta su experiencia preconceptual meramente subjetiva, pretendían erigirse en jueces de las enseñanzas dogmáticas de la Iglesia eligiendo sólo aquellas que eran conformes a esta su "experiencia" y, por tanto, cayendo inevitablemente en la herejía y en la pérdida de la verdadera fe.
----------Pero hoy no solo existen malentendidos sobre el acto de fe. Falta también la disciplina acerca de los contenidos de fe. Ya no se entienden estos contenidos como valores universales e inmutables, base necesaria de la unidad de la Iglesia y de la comunión fraterna y con Dios. A muchos se les da una interpretación de la verdad de fe en un sentido disonante con el entendido por el Magisterio de la Iglesia. Algunos niegan el valor dogmático de los contenidos que, en cambio, la Iglesia presenta como doctrina de fe. Otros piensan que lo que la Iglesia en otro tiempo creía que era de fe, hoy ya no lo sea o que ella se equivoca al determinar estos contenidos. Otros creen que no se sabe cuáles y cuántos son los dogmas de la fe. Otros consideran que no se puede establecer con certeza si un contenido sea o no sea de fe. Otros piensan que la posibilidad de interpretación de un pronunciamiento de la Iglesia sea de tal modo amplia como para admitir la existencia igualmente legítima de interpretaciones contradictorias entre ellas. Otros piensan que la Iglesia no puede distinguir netamente y absolutamente lo que es verdadero de lo que es falso, de modo que se podría seguir siendo católico adhiriendo tanto a una tesis como a otra. Otros piensan que la fe está inseparablemente relacionada con la duda o incluso con la incredulidad. Otros piensan que la fe no es más que el desarrollo supremo de la razón. Otros creen que la fe es un "escándalo" para la razón.
----------Creo que en esta situación de caos aquella encíclica del 2013 es una luz potente y decisiva para todos los hombres de buena voluntad en busca de la verdad, no solo católicos, sino también no católicos, no cristianos y no creyentes. Siguiendo sus líneas directivas, es útil mostrar a todos, apelando al valor universal de la razón y al impulso al bien que todos naturalmente poseen, el valor humano y moral de la fe católica, su razonabilidad y honestidad, los beneficios inmensos que ella, aplicada a la vida, ha dado y da a la historia de la humanidad, valorando todo lo que hay de verdadero y de bueno, y eliminando lo falso y lo malo.
----------Siguiendo las enseñanzas de la encíclica Lumen Fidei, siempre es importante mostrar la naturaleza y la peligrosidad de esa falsedad que se opone a la fe y la destruye: hablo de la herejía. Es imposible promover la verdadera fe sin combatir y vencer la herejía, así como es imposible promover la salud sin combatir la enfermedad. Así como en la humanidad herida por el pecado la salud está amenazada por la enfermedad, así la vida de fe en cada tiempo está distorsionada por la herejía.
----------Así como es nocivo el alarmismo en el campo de la salud, así también lo es a propósito de las herejías. Pero es igualmente, y quizás incluso peor, subestimar el peligro de las herejías, así como es de desconsiderados descuidar los problemas de la salud. Así como se necesitan buenos médicos, así también hoy se se necesitan teólogos preparados que ayuden al Magisterio en la refutación de las herejías.
----------El hereje no siempre defiende con arrogancia su error, sino que sucede también que hay quien está en el error sin quererlo y sin saberlo, sobre todo en estos tiempos de ignorancia religiosa. La lucha contra la herejía debe ser entendida más como una defensa de los fieles del peligro del error que como una defensa de la verdad, ya que es mejor decir que es la verdad la que defiende a los fieles, así como se publicita una vacuna contra la actual pandemia no tanto para respaldar su valor como para preservar a la gente del contagio.
----------Está bien, pues, que el Magisterio vuelva a afrontar el problema de las herejías más a menudo y con mayor precisión, como hace el médico premuroso que no se contenta con curas genéricas, sino que se preocupa diligentemente y con competencia de ofrecer curas específicas, las únicas verdaderamente eficaces para la curación de los enfermos. No se trata ya ciertamente de retornar a una cierta exagerada severidad del pasado, sino de corregir fraternalmente a los equivocados promoviendo sus cualidades positivas. Sobre ello, un nuevo paso ha sido dado por el papa Francisco en Traditionis custodes, respecto de las herejías del tradicionalismo cismático, aunque debiera también darlo respecto del modernismo.
----------Así como una crisis de fe de las actuales proporciones quizás nunca se había producido en la Iglesia, así también en 2013 asistimos a un hecho maravilloso e inaudito, un verdadero don extraordinario del Espíritu Santo que derrota a las fuerzas enemigas, renueva la faz de la tierra y nunca se repite en sus poderosas creaciones para la salvación del hombre: dos Papas, el Papa en el cargo y el emérito, que juntos iluminan a la Iglesia sobre el inestimable valor de la fe, ambos fuertes en el carisma de la infalibilidad: un golpe terrible contra el poder de las tinieblas que parece desde hace tiempo haber invadido a la Iglesia, un potentísimo acto purificador para barrer la inmundicia que se encuentra en la Iglesia y que ya fue denunciada por el papa Ratzinger en la famosa meditación del Viernes Santo del 2005. Sin embargo, si aquella encíclica Lumen Fidei permanece olvidada, incluso en el más visible lugar de nuestra biblioteca, nada se logrará.
----------Hablamos del Papa. Hablemos también de los Obispos. Una de las mayores urgencias de la Iglesia de hoy es que el episcopado retome su sagrada misión de magisterio doctrinal junto y bajo el Papa, cum Petro et sub Petro, sin dejarlo solo en la buena batalla. Los obispos, salvo algunas excepciones, desde el final del Concilio han estado demasiado condicionados por los teólogos modernistas, los cuales, siguiendo el ejemplo de los teólogos protestantes que no tienen por qué obedecer a un episcopado, se hacen pasar por la vanguardia de la Iglesia, privados como están de esa asistencia infalible del Espíritu Santo que en cambio Cristo ha garantizado sólo a los sucesores de los apóstoles bajo la presidencia del Papa.
----------¡Cuántas bellísimas cartas encíclicas han escrito los Romanos Pontífices desde los tiempos de san Paulo VI! Pero bien poco esas encíclicas pueden obtener del pueblo cristiano si no se produce una estrecha colaboración por parte de todo el episcopado y de cada obispo en su diócesis, de los órganos educativos y académicos y de los institutos religiosos. Que la conmovedora presencia de dos Papas que el Espíritu Santo nos ha dado libere los corazones endurecidos por el sueño, en la presunción y en la desobediencia, y los convierta al verdadero espíritu de servicio y al cumplimiento del verdadero bien de la Iglesia y de las almas.

2 comentarios:

  1. Estimado fray Filemón de la Trinidad:
    Veo que no pierde oportunidad en cada una de sus notas por atacar al tradicionalismo. En este artículo usted habla de "las herejías del tradicionalismo cismático...".
    No soy tan ciego como para no ver que usted también ataca por igual al modernismo, e incluso no ha dejado de reclamar corrección al papa Francisco. Sin embargo, no me siento totalmente de acuerdo con lo que escribe.
    Soy un católico que desde hace años no asisto a la Misa según el novus ordo. No es mi intención polemizar, aunque no estoy de acuerdo con muchas cosas que usted, de forma a veces dura y a veces más suave, viene escribiendo sobre los tradicionalistas. De todos modos, le sigo con mucho gusto, ya que se advierte que usted es una persona de profunda preparación.
    Le pregunto: ¿por qué se la ha tomado tan mal últimamente con los lefebvrianos y la Fraternidad de San Pío X?
    Soy un católico que desde hace años participo todos los domingos en las Misas de la Fraternidad, porque me siento a mi gusto con el venerable y bellísimo rito antiguo, y no con las payasadas que se tienen que sufrir en muchas iglesias conciliaristas. Me siento feliz y contento, y estoy en paz con mi conciencia de la Misa. ¿Dónde está el problema? Y al fin de cuentas, ¿la Iglesia no ha levantado la excomunión sobre los lefebvrianos?

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    1. Estimado anónimo,
      acuso recibo de su comentario. A las preguntas que formula he venido respondiendo repetida y detalladamente en este blog en varios artículos. No obstante ello, le prometo volver a estos temas, refiriéndome puntualmente a este mensaje suyo, en un artículo en los próximos días.

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