miércoles, 27 de octubre de 2021

¿Se puede rechazar en bloque a los tradicionalistas, tal como los tradicionalistas rechazan en bloque a los progresistas?

¿Qué podemos decir de los "tradicionalistas", y de quienes los condenan en bloque? ¿Se puede rechazar a todos los "tradicionalistas" tal como la gran mayoría de ellos suelen rechazar en bloque a los "progresistas"?

Unas pocas aclaraciones introductorias
   
----------La presente nota se integra al desarrollo (reconozco que algo desordenado) que vengo haciendo desde notas anteriores, en particular los artículos: La aberración de un tradicionalismo sin esperanza (donde considero la posibilidad de renunciar a los benevolentes intentos de hablar de sano tradicionalismo y sano progresismo, para considerar quizás definitivamente inadecuados los términos tradicionalismo y progresismo en cuanto ya no expresivos de legítimas posturas para los fieles católicos) y la nota: XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos (artículo en el que me refiero al contexto eclesial indispensable fuera del cual es imposible considerar ninguna posibilidad de solución a la grieta que desde hace décadas lacera el tejido eclesial, con la irreconciliable división entre los fundamentalismos de uno y otro lado).
----------Permítaseme una incorrección metodológica inicial y consciente. Estoy plenamente a sabiendas de que es necesario definir con claridad los términos que aquí entran en cuestión: tradicionalista, tradicionalismo, progresista, progresismo. No deseo caer en el error de tantos que los usan sin definirlos o al menos describirlos. Sobre esta pequeña dificultad argumental, diré dos cosas que creo que son suficientes: 1) prometo para alguna próxima nota una exposición clara acerca de lo que es el progresismo y el tradicionalismo en la Iglesia, basándome sobre todo en el propio Magisterio; 2) de todos modos, para entender el núcleo argumentativo de mi exposición basta con una idea general sobre el sentido de esos términos; en otras palabras, en lo que quiero decir no influye que sepamos o no definir el progresismo y el tradicionalismo.
----------Planteo, entonces, la cuestión. ¿Qué pensar de los exponentes del tradicionalismo anti-progre y del progresismo anti-tradi, que se manifiestan hoy partidos irreconciliables? ¿Qué pensar de los tradicionalistas y progresistas, al menos de los que nosotros más conocemos quizás: argentinos, españoles, italianos, ingleses? De hecho, al tratar este tema, si alguna crítica se les debiera hacer, nos debemos limitar siempre a la crítica, legítima y necesaria, de ciertas ideas, sin pasar en la medida de lo posible a las referencias personales. De modo que, salvo que sea absolutamente obligado, no los nombraré, suponiendo que todos más o menos, conocemos los nombres de aquellos que hoy por hoy, como publicistas, autores de libros, editores de periódicos, directores de agencias de noticias, columnistas en revistas on line, autores de blogs, e incluso algunos, muy pocos, estudiosos serios, portan los estandartes del anti-progresismo y del anti-tradicionalismo.
   
Dogma, opinión teológica, ideología y fundamentalismo
   
----------Por mi parte, creo que no se me puede llamar tradicionalista, pero tampoco progresista. Y esto porque creo haber ya expresado bien mi convencimiento de que la esencia de esta cuestión radica en lo siguiente: si hablamos de materias relativas a la fe de la Iglesia y a su recta interpretación, no podemos nunca dogmatizar lo que es opinable, es decir, no podemos absolutizar lo que es relativo, porque en ultimo termino viene a ser relativizado precisamente lo que es absoluto, es decir, la verdad del dogma.
----------En consecuencia, considero que lo que deberíamos hacer en esta cuestión, cuando surgen diversas posturas sobre un mismo tema, es en cada ocasión reafirmar la verdad del dogma y discernir, entre las varias opiniones teológicas que se proponen, aquellas que constituyen una legítima interpretación o aplicación del dogma, de aquellas que son en cambio ilegítimas, incompatibles con el dogma mismo.
----------Al hacerlo de esta manera, es posible evitar asumir posiciones teológicamente confusas, vale decir, asumir posturas tales como para arriesgar comprometer la función de orientación en la verdad del dogma, que precisamente es la tarea que pretendo desarrollar en este blog. Al hablar de posiciones teológicamente confusas, me refiero a aquellas posturas que enfatizan sobremedida cualquier legítima opinión sobre la doctrina católica, terminando por asumir la cualidad epistémica (negativa) de la ideología.
----------Si pudiera describir el objetivo de este blog de un modo teórico e ideal, no como expresión de inmodestia sino a modo de simple declaración de principios, lo haría del siguiente modo: este blog pretende la defensa científica de la verdad católica, buscando así precisamente promover algo que fuera estrictamente científico, es decir, fundado en principios sólidos y guiado por un apropiado método científico.
----------La ideología es precisamente lo contrario de este modo de interpretar el dogma, porque confunde acríticamente el dogma con lo opinable, la limitada y relativa ciencia humana con la absolutez y lo definitivo de la revelación divina, tal como se encuentra formalizada en el dogma, que santo Tomás de Aquino consideraba una participación de la "scientia Dei et sanctorum". ¿A qué formas de ideología me refiero? Precisamente a esas posiciones ideológicas que hoy, no sólo en el debate teológico, sino también en el discurso popular y periodístico, se contraponen polémicamente: el tradicionalismo y el progresismo.
----------Por consiguiente, mi deber es guardarme de aparecer como partidario de una de estas contrapuestas invenciones ideológicas: tradicionalismo y progresismo, y explicar a todos las razones teológicas de esta mi toma de distancia respecto de las ideologías. Sin embargo, no se debe pasar de la crítica a determinadas ideas extremistas a la denigración de las personas individuales. Porque las individuales personas nunca se identifican con una idea, y mucho menos con las ideas de un grupo político, o de una corriente de pensamiento. Y cada persona tiene su propia dignidad que no debe ser involucrada injustamente en la crítica de las ideas, sean ideas suyas o del área cultural de pertenencia. Tampoco deben ser objeto de crítica, en este contexto doctrinal, sus hipotéticas intenciones, y mucho menos sus hechos personales y privados.
----------Por eso es que, si bien es absolutamente lícito para cualquier teólogo hablar de "herejes" (y con mayor razón para el magisterio y la disciplina de la Iglesia) sin embargo, personalmente prefiero y trato, en la medida de lo posible, evitar hablar de "herejes", prefiriendo, en los casos en que corresponda, usar la expresión: "herejías" o "enseñanzas heréticas" de determinados católicos, se llamen ellos Orígenes, Arrio, Eutiques, Pelagio, Lutero, Lammenais, Rahner, Schillebeeckx, Kasper, Barzaghi, Lefebvre, Fellay o Pagliarani. Y esto porque, tal como lo he dicho, las personas no se identifican nunca plenamente con sus ideas. Las personas son siempre dignas de respeto, no así sus ideas (al revés de lo que muchos piensan y practican).
----------Ahora bien, el dejar de lado la crítica a las individuales personas, lo cual no corresponde en este ámbito del análisis de las ideas, esto no quita que comparta la denuncia de los fanatismos ideológicos y las mezcolanzas políticas que suelen hallarse tanto en el área tradicionalista como progresista.
----------Sin embargo, tanto en el tradicionalismo como en el progresismo, también hay opiniones legítimas y puntos de vista legítimos; de ahí que debo ser coherente con mi estrategia teológica, que consiste en juzgar solo la doctrina (que es algo cognoscible con suficiente certeza de parte de un creyente dotado de criterio teológico), y no la conducta de las personas, especialmente si es conducta privada (dado que sus intenciones y los complejos hechos de su vida nunca son conocidos adecuadamente y por tanto no permiten a nadie formular juicios ciertos, sino sólo sospechas e hilaciones más o menos legítimas o fundadas).
----------He tratado de ser siempre fiel a esta estrategia teológica, incluso cuando me ha parecido un deber, para salvaguardar la fe de mis lectores, desaprobar enérgicamente doctrinas que me parecían del todo incompatibles con el dogma (lo he hecho, como todos saben, denunciando la incompatibilidad con la fe encontrada en los discursos de ciertas figuras públicas, entre ellas laicos como Enzo Bianchi y Vito Mancuso, cardenales como Gianfranco Ravasi y Walter Kasper, obispos como monseñor Bruno Forte, etc.).
----------En esta línea, creo que se evidencia suficientemente en mis artículos la intención de promover en la Iglesia el recíproco respeto entre todas las opiniones compatibles con el dogma, cualesquiera que sean las divergencias en su interpretación doctrinal o aplicación histórica. Precisamente por este motivo, he tratado de abstenerme de juzgar lo que no es doctrina sino práctica (pastoral, institucional, práctica apostólica, etc.), porque la práctica de las personas individuales está hecha de muchas elecciones prudenciales que el individuo debe obrar frente a las distintas circunstancias concretas y que deben ser guiadas, precisamente, por la virtud de la prudencia: virtud que es mi intención practicar también en mi propio trabajo en este blog, pero respecto de la virtud de la prudencia no tengo elementos para juzgar lo obrado por otros.
----------Ahora bien, si nos referimos en particular al área tradicionalista, en ella existen opiniones legítimas, y deben ser reconocidas. Me explico: si de "área" o de "corriente" se puede hablar, es porque los variados protagonistas que componen el mundillo del tradicionalismo tienen todos en común un determinado enfoque ideológico, que consiste en considerar ilegítimo (total o en parte) el magisterio del Concilio Vaticano II, en cuanto ese magisterio (según ellos) habría aceptado (totalmente o en parte) las instancias de la ideología opuesta, la del progresismo o modernismo (los lefebvrianos por ejemplo, al igual que una gran masa de tradicionalistas, y otros que no lo son, no hacen distinción entre progresismo y modernismo).
----------De ahí una hermenéutica del Vaticano II como radical "ruptura" con la Tradición, en particular con los decretos del Concilio de Trento y del Vaticano I, con la condena del modernismo teológico por parte de san Pío X y con la condena de la "nouvelle théologie" por parte de Pío XII. De ahí también el rechazo en bloque de toda la teología post-conciliar y la referencia constante a la sola teología pre-conciliar. De ahí luego el hecho de considerar doctrinalmente y pastoralmente inaceptables algunas reformas introducidas por el Vaticano II en la vida de la Iglesia, comenzando por la reforma litúrgica, con el consiguiente apego al vetus ordo, considerado el único modo válido de celebrar la Eucaristía. De ahí, finalmente, la crítica sistemática de las decisiones pastorales de los Papas del post-concilio (san Paulo VI, san Juan Pablo II, Benedicto XVI y sobre todo el Papa actual, Francisco), consideradas como efectos deletéreos de las reformas conciliares.
----------Las posiciones más extremas, en este sentido, son las representadas por los seguidores de mons. Marcel Lefebvre, algunos de los cuales llegan a hablar de "sede vacante" y de "Iglesia apostática". Evidentemente, tales posiciones extremas no son hechas propias, en su conjunto, por todos los representantes del tradicionalismo, dado que entre ellos (tomando distancia de los lefebvrianos) hay estudiosos serios y equilibrados, cuyas ideas (tomadas una por una) quizás pueden y deben ser apreciadas, aunque no necesariamente compartidas, como fundadas y legítimas interpretaciones del dogma católico y de la historia de la Iglesia.
----------Es decir, se trata de opiniones teológicas objetivamente respetables (cuando son compatibles con el dogma), y por mi parte, cuando se presenta la ocasión, considero del todo justo respetarlas y, a veces incluso expresar mi aprecio. Y a quienes me están leyendo les sugiero que hagan lo mismo, es decir, respetar esas opiniones teológicas que, objetivamente, son respetables. Aclaro, aunque creo que está suficientemente claro: respetarlas no por el contexto impersonal (socio-cultural) de la ideología que constituye su humus, sino en el contexto personal de los rectos razonamientos de quien las propone. Por lo tanto, respetarlas cuando esas opiniones sean objetivamente respetables y no respetarlas cuando no lo sean.
   
Tres ejemplos: De Mattei, Vassallo, Gherardini
   
----------Doy un primer ejemplo, solo para aclarar un poco más este criterio. La investigación historiográfica del profesor Roberto de Mattei sobre el Concilio Vaticano II constituye de por sí, e independientemente del uso ideológico que se pueda hacer de ella (y que de hecho hace el autor en otros ámbitos en los que actúa) una documentación que tiene su valor científico indudable. No comparto su interés en el examinar el Concilio como "evento", porque me interesa el Concilio como Magisterio, independientemente de cómo los documentos conciliares hayan sido elaborados en las comisiones y votados en el aula conciliar; pero esto no me impide leer sin prejuicios su obra y sacar útiles indicaciones para la hermenéutica del Concilio, que para el papa Ratzinger lleva a reconocer en el Vaticano II una "reforma en la continuidad del único sujeto Iglesia".
----------Tampoco comparto del todo la estrategia del profesor De Mattei respecto a la intervención de los católicos en la vida social en defensa de los "principios no negociables": pero sé muy bien que debe ser tomada alguna iniciativa en la sociedad civil, y mi desconfianza respecto al uso de ciertos medios (es decir, la inevitable mezcolanza con cuestiones políticas) no quita mi pleno compartir los fines. Este es el motivo por el cual no considero correcto que se critique a De Mattei sin distinguir entre sus valoraciones historiográficas (que caen en los límites de la legítima libertad de opinión de los católicos) y sus iniciativas culturales y sociopolíticas (cuya oportunidad no me corresponde juzgar a nivel teológico).
----------Doy otro ejemplo: Piero Vassallo es un culto intelectual genovés, buen conocedor de la historia de la filosofía moderna, y con él estoy básicamente de acuerdo en la validez de la "filosofía del sentido común" y en la crítica del idealismo en teología. Apreciar con él esas ideas, no quita que yo me abstenga de opinar cuando Vassallo se manifiesta sobre temas ajenos a la teología, por ejemplo cuando muestra su simpatía por la derecha política. Además de no hablar (ni bien ni mal) de sus convicciones políticas ¿debería también añadir a ello el público desprecio? ¿Y qué argumento teológico debería inventarme para atacarlo? ¿Debería acaso decir que la moral católica prohíbe tener simpatias con la derecha? Pero la opinión de que se necesita ser necesariamente de izquierda para ser buenos católicos no tiene fundamento teológico: es la clásica opinión de los fundamentalistas (que pueden ser católicos de derecha, pero también católicos de izquierda: basta pensar en los teóricos de la "teología política" o "teología de la liberación").
----------Los fundamentalistas están teológicamente desviados, porque ignoran la complejidad de las cuestiones políticas y el espacio de libertad que la Iglesia concede a los fieles en la elección de los medios para operar la necesaria "mediación" entre los principios de la ética social y las concretas posibilidades de promoción del bien común en la contingencia histórica. Yo, por lo tanto, debo limitarme a consideraciones de carácter teológico, recordando a todos que en política no hay dogmas, y que el verdadero dogma, aquel que es la base de la moral católica, no obliga a los fieles a ninguna opción política contingente.
----------Los principios de la teología moral (y todos sabemos que la doctrina social de la Iglesia constituye un capítulo de la teología moral, como decía el papa san Juan Pablo II) señalan los criterios que la conciencia de los fieles deben seguir, aplicándolos con libertad y responsabilidad personal a las concretas circunstancias históricas en las cuales se encuentran para operar. Repito: libertad y responsabilidad de cada fiel.
----------Un tercer ejemplo que quiero citar es el de monseñor Brunero Gherardini [1925-2017], teólogo de la Lateranense y exponente de aquella que fue la célebre "escuela romana", a la cual los progresistas quisieron infligir la damnatio memoriae. Los tradicionalistas, en cambio, exaltan a Gherardini porque ha puesto en el centro de la discusión teológica del post-concilio precisamente la noción de "Tradición", sin embargo, sin comprenderla a pleno en su complejidad epistémica. Por mi parte, creo haber comprendido la auténtica noción de Tradición expuesta por el Magisterio de la Iglesia, y por eso no me convence del todo la interpretación dada por mons. Gherardini. Pero el señalar los errores teológicos de este teólogo romano no quita, no obstante, que aconseje a todos el estudio de sus textos, ricos en buena doctrina y profunda piedad.
----------En uno de sus textos, mons. Gherardini concluye su análisis de los documentos doctrinales del Concilio Vaticano II señalando en algunos casos su ambigüedad: una ambigüedad tal que permite a los progresistas interpretaciones falsas y tendenciosas, aptas para justificar su "hermenéutica de la discontinuidad", o sea la tesis según la cual el Vaticano II señalaría una radical ruptura con la Tradición.
----------Pero, ¿cuál es la consecuencia que Gherardini extrae de este análisis suyo? No el rechazo indiscriminado de las enseñanzas conciliares, sino una apelación respetuosa y sentida a la autoridad suprema del Magisterio, el Papa, para que provea, en el modo que creyera oportuno, aclarar en qué sentido pueden y deben interpretarse esas ambiguas proposiciones en continuidad con el Magisterio precedente.
----------Por mi parte, considero correcto y un deber adherir a esta pública súplica al Papa, aunque personalmente siempre he pensado que el problema de las ambigüedades contenidas en algunos textos conciliares debe ser resuelto con el criterio hermenéutico de la "analogia fidei", es decir, presuponiendo que la Iglesia de Cristo (único sujeto permanente en las mutables contingencias históricas) nunca pretende contradecirse, de modo que en las intenciones de la Iglesia docente, toda evolución del dogma está siempre en armonía sustancial con la Tradición (se trata de una "evolución homogénea", como decía Marin Solá).
   
Algunas iniciales certezas tras lo reflexionado
   
----------Podría dar muchos otros ejemplos, pero considero que son suficientes los que he brindado. Si aquí rechazáramos o condenáramos indiscriminadamente a las singulares personas de una determinada área ideológica, sea del tradicionalismo, sea del progresismo, sin salvar los aspectos objetivamente positivos de sus propuestas teóricas, entonces también nosotros estaríamos llevando a cabo una operación ideológica, y por consiguiente nuestro trabajo de orientación teológica de la opinión pública se vería severamente menoscabado. De ahí que, por ejemplo, no sólo son evidentemente necias las iniciativas de quienes brindan "cursos anti-progre", sino que ante todo son iniciativas absolutamente dañinas para la unidad y la cohesión del cuerpo eclesial, pues la unidad en la Iglesia es unidad en la fe, no en la ideología. ¿Qué dirían estos organizadores de "cursos anti-progre" si desde el otro extremo ideológico se organizaran "cursos anti-tradi"? ¿Acaso piensan que están haciendo santa obra por la unidad de la Iglesia?
----------De modo que hay que reconocer que aquellos que antes al azar he nombrado, Orígenes, Arrio, Eutiques, Pelagio, Lutero, Lammenais, Rahner, Schillebeeckx, Kasper, Barzaghi, Lefebvre, Fellay, Pagliarani, todos ellos y muchos más, han expresado a veces o muchas veces, enseñanzas heréticas (algunas de ellas condenadas explicitamente por el Magisterio); pero también hay que reconocer que han enseñado, a veces, doctrinas perfectamente conformes con el dogma de fe, que son objetivamente verdaderas y dignas enseñanzas católicas, que en algunos casos merecen ser resaltadas y elogiadas, e incluso ser compartidas públicamente.
----------El Magisterio de la Iglesia, en todo caso, y en los casos en que lo ha hecho, ha condenado o ha tenido la intención de condenar ciertas tesis como heréticas, vale decir, como incompatibles con el dogma de fe, con el sagrado depósito de la divina Revelación, que la Iglesia tiene el deber de custodiar y el deber enseñar y explicitar cada vez mejor hasta el fin de los tiempos. El juicio a las personas le está reservado sólo a Dios.

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