jueves, 21 de octubre de 2021

Las respuestas del cardenal Matteo Zuppi (2)

Indudablemente, las palabras del cardenal Zuppi cuando dice que Dios "toma sobre sí el castigo, no nos lo inflige" deben ser explicadas, pues podrían ser malinterpretadas. Claro que en el contexto de la entrevista surge claro su recto sentido, pues el Cardenal habla también del juicio de Dios, y del infierno, realidades de nuestra fe que suponen la realidad del sufrimiento como castigo.

----------Explicábamos en la nota anterior, que si nosotros participamos de la obra redentora de Nuestro Señor Jesucristo, indudablemente Dios nos quita el castigo, pero no los castigos temporales de la vida presente, sino el castigo eterno del infierno que merecíamos con el pecado original. Y no se excluye que la misericordia del Padre también levante los castigos de la vida presente, sobre todo si le damos a Dios prueba de estar sinceramente arrepentidos, como aquel hijo pródigo de la parábola evangélica.
   
El significado de la Redención de Cristo
   
----------En efecto, así se expresa Isaías en ese pasaje tan conmovedor, en el cual parece tener ante sus ojos la Pasión de Cristo: "Él soportaba nuestros sufrimientos y cargaba con nuestras dolencia, y nosotros lo considerábamos golpeado, herido por Dios y humillado. Él fue traspasado por nuestras rebeldías y triturado por nuestras iniquidades. El castigo que nos da la salvación recayó sobre él y por sus heridas fuimos sanados... Mi Servidor justo justificará a muchos y cargará sobre sí las faltas de ellos. Por eso le daré en premio las multitudes, y de los poderosos repartirá el botín. Porque expuso su vida a la muerte y fue contado entre los culpables, siendo así que llevaba el pecado de muchos e intercedía en favor de los pecadores" (Is 53,4-5; 11-12).
----------¿Qué cosa agrega Cristo mismo, qué agrega el Nuevo Testamento, si no el resumen y la aclaración de estas palabras del Profeta, haciendo simplemente mención del nombre de este misterioso Siervo sufriente y redentor de Yahvé, de cuyo sacrificio ha descripto todo lo esencial? Ciertamente, lo único que falta, y no es poco, es la aclaración, la precisación, de que es el Hijo de Dios hecho hombre. ¿Pero cómo se puede imaginar que un solo hombre, con su sacrificio, cumpla la salvación de toda la humanidad?
   
Crimen y castigo
  
----------Retornemos a la cuestión de la relación entre pecado-castigo. Quien verdaderamente quiere la muerte es el pecador con su pecado. "Sabemos que solo nosotros podemos sustraernos a la misericordia de Dios: esta es nuestra libertad", dice el Cardenal. Pero así como la justicia quiere que el pecado sea punido, y Dios es justo, Dios quiere la punición del pecador, punición que puede ser también la muerte. El castigo del pecado es ante todo la turbación interior del pecador: "¡No hay paz para los impíos!, dice el Señor" (Is 57,21).
----------Hablando del "gran misterio del mal", el Cardenal expresa en otro momento de la entrevista: "Hemos creído demasiado en nuestras capacidades, en la posibilidad de poder controlar el mal y vencerlo fácilmente. Una cierta omnipotencia del bienestar nos había engañado ilusionándonos de que en el fondo podríamos decidir todo por nosotros mismos. En cambio, es Dios quien nos elige. Por eso la gracia es poder elegir el amor", porque "es Dios quien nos elige", es su divina Providencia la que nos elige y elige todo lo que sucede en nuestra vida, pues todo está sujeto a su Providencia amorosa; de ahí que el sufrimiento tiene también su sentido y su finalidad providencial: el mal, la desgracia, no cae sobre nosotros con el peso de la ciega fatalidad, sino que tiene también su origen en la sabiduría y en el amor de Dios.
----------De modo que Dios, en su divina y omniponente Providencia, también es misericordioso en el castigo, y por eso también castiga a través de las desgracias y la justicia humana, aunque no sea siempre fácil, de hecho, para nosotros ver el nexo causal entre pecado y castigo, porque a menudo los pecadores no son castigados ni por la desgracia ni por la justicia humana, y en cambio a quienes le suceden desgracias y sufren persecución, son las personas inocentes. Pero esto no debe hacernos dudar de la justicia divina, la cual lo sabe todo y sabe mejor que nosotros cuándo y cómo golpear al pecador por el propio bien del pecador.
----------Por eso en la Escritura se dice: "Te castigaré conforme a la justicia" (Jer 30,11) y que "el Señor hace morir y hace vivir" (1 Sam 2,6) y que, "de Dios proceden las desgracias y el bien" (Lam 3,38), pero por otro lado la Escritura precisa que, sin embargo, si Dios castiga, esto sucede porque el pecador con su necedad atrae sobre sí el castigo: "Tu necia maldad te castiga" (Jer 2,19); "Si el justo se aparta de la justicia para cometer la iniquidad y a causa de esta muere, él muere precisamente por la iniquidad que ha cometido" (Ez 18,26).
----------"Dios castiga y usa misericordia" (Tb 13,2). Dios castiga por justicia, porque respeta la elección, aunque sea desafortunada, del pecador, pero prefiere hacer misericordia a quien se arrepiente, porque quisiera tener misericordia de todos: "El Señor se apiada por la desgracia" (Jl 2,13). Dios no peca, no quiere pecar y no hace pecar a nadie -sería una blasfemia el solo pensarlo-; y, sin embargo, quiere que el pecado exista, aún pudiéndolo impedir, para obtener del mal un bien mayor.
----------Y si Dios castiga, tiene siempre una razón, que el pecador mismo conoce, de tal modo de no poder hacer ninguna recriminación. Quien es punido con el infierno, no puede lamentarse de no estar predestinado, porque si va al infierno es culpa suya ("la gracia es poder elegir el amor" dice el Cardenal). Dios le había dado al pecador la gracia suficiente para salvarse. Es él quien la ha vuelto vana impidiéndole devenir eficaz.
----------Castigo y misericordia no se excluyen mutuamente, sino que se alternan y se aplican a sujetos diferentes e incluso en el mismo sujeto en diferentes circunstancias, así como lo dulce no excluye lo amargo y el calor no excluye el frío, porque la ira divina golpea en el momento oportuno, del modo justo y en la medida correcta al malvado impenitente, mientras que la misericordia perdona sin límite al pecador arrepentido. Si Dios no castigara el pecado, no sería misericordioso, sino injusto y la injusticia no va de acuerdo con la misericordia, la cual en cambio supone o implica la práctica de la justicia.
   
El por qué del sufrimiento
   
----------Dios castiga a regañadientes pero preferiría perdonar: "¿Acaso deseo yo la muerte del pecador y no que se convierta de su mala conducta y viva?" (Ez 18,23). Por eso, si Dios castiga, salvo que se trate de la pena del infierno, lo hace para corregir al pecador: "Tú corriges a los hombres, castigando sus pecados" (Sal 39,12); "El Señor corrige a su pueblo por medio de las desgracias" (2 Mac 6,16). En efecto, las desgracias nos vuelven humildes, nos hacen comprender, como dice el mismo Cardenal, que no somos omnipotentes, por eso nos empujan a arrepentirnos de nuestros pecados y hacer el retorno a Dios.
----------Ciertamente, es una gracia de Dios entender que el hecho de sufrir una pena o una desgracia o un mal de parte de los hombres o del destino o de la naturaleza, significa que Dios nos está corrigiendo. Es una gracia entender nuestro sufrimiento como corrección. Esto corresponde a las palabras de Job, cuando dice que es necesario tomar de las manos de Dios no solo las alegrías, sino también los sufrimientos.
----------De lo contrario, si el sufrimiento no viniera de Dios, si no estuviera bajo el omnipotente control de su Providencia, precisamente para nuestro bien, ¿de quién debe venir el mal? ¿De nosotros mismos? ¿De los otros? ¿De la naturaleza? ¿Del demonio? Sí, ciertamente. Pero el reconducirlo bajo el dominio de la Providencia es motivo y causa para nosotros de mucha serenidad y confianza en Dios, quien, siendo Bondad infinita, sabe ciertamente aquello que hace y por qué lo hace, y si nos hace sufrir, debe existir ciertamente un motivo válido para hacerlo, que de hecho es la participación en la cruz redentora de su Hijo.
----------Y si nos parece que somos golpeados por un castigo inmerecido, siempre podemos ofrecer este sufrimiento por la redención de los otros. Por lo tanto, cuando somos golpeados por la desgracia o por el sufrimiento, debemos ciertamente hacer todo lo posible con todos los medios lícitos para liberarnos de la desgracia y del sufrimiento a nosotros mismos y a los otros: Dios mismo lo quiere y pecaríamos si no lo hiciéramos. Pero mientras dure el sufrimiento y parezca invencible, debemos decir con confianza: "Hiciste bien, Señor, en humillarme, para que yo aprenda a obedecerte" (Sal 119,75).
----------En efecto, hay en nosotros impurezas que solo pueden ser removidas con el sufrimiento enviado por Dios. Y, como hace notar san Juan de la Cruz, son esas impurezas de tal manera profundas y escondidas, que solos ni siquiera podemos verlas, por lo cual es necesario que esta obra de purificación sea conducida por Dios mismo, que ve en profundidad y sabe curarnos, así como un habilidoso cirujano puede liberarnos, quizás con una operación dolorosa, de un tumor, del cual no teníamos consciencia.
----------Dios de por sí no quiere que suframos y, sin embargo, existen circunstancias en las cuales nosotros, aceptando el sufrimiento, podemos aprender a arrepentirnos, a hacer penitencia y a convertirnos sólo al precio de la experiencia del ser castigados, es decir, del sufrimiento. De manera similar, el buen médico acarrea dolor al paciente, pero solo porque en ese caso el dolor es el precio de la curación. La cárcel no le sirve al preso para maldecir al juez que lo ha condenado, sino para reparar la culpa y preparar su digna reintegración a la sociedad. El sufrimiento es ciertamente un mal que hay que expulsar, pero, en ocasiones, también es un capital para aprovechar, para utilizar a fin de corregir los propios defectos. Quien no sabe comprender esto y no lo aprovecha, pierde una ocasión esencial para su progreso moral y espiritual.
----------De esta manera Dios nos envía la desgracia, o los males de cualquier tipo, para que hagamos penitencia y nos convirtamos, pero con la intención final de liberarnos completamente en el paraíso del cielo de toda forma de sufrimiento. Y esta obra Dios la inicia ya desde aquí abajo sobre todo hacia sus siervos, aunque cargados de la Cruz: "Bienaventurado el hombre que se ocupa del débil y del pobre: el Señor lo librará en el momento del peligro" (Sal 41,2). En efecto, es precisamente aceptando el sufrimiento en unión con la cruz de Cristo que nosotros somos liberados del pecado y del mismo sufrimiento.
----------El amor por la Cruz, más allá de una necesaria exigencia de reparación, corresponde, como intuyó santa Teresa del Niño Jesús, a una necesidad de amor; no se trata tanto, en efecto, de pagar una deuda, sino ante todo de responder con amor al Amor de Aquel que nos ha amado primero dando su vida por nosotros. No se trata tanto de pagar, sino de amar. Por eso días atrás también el papa Francisco, en su catequesis sobre la Carta a los Gálatas, ha dicho: "somos libres porque hemos sido liberados, liberados por gracia -no por pagar- liberados por el amor, que se convierte en la ley suprema y nueva de la vida cristiana. El amor: nosotros somos libres porque hemos sido liberados gratuitamente".
----------Por eso santa Teresita tuvo la idea de ofrecerse ella misma en holocausto no tanto a la justicia divina, sino ante todo a la divina misericordia, que es signo de un infinito amor de Dios hacia nosotros. Obviamente, aquí es necesario comprender bien el significado sobrenatural de la misericordia divina, tal como la entiende Teresita. En efecto, quien experimenta la desgracia, en base a un simple concepto natural de misericordia, podría preguntarse: ¿y dónde está aquí, en mi sufrimiento, la tan cacareada misericordia de Dios? De hecho, es obvio que el signo natural de la común misericordia es precisamente el hecho de aliviar el sufrimiento y no de enviarlo. Sin embargo, Teresita ha comprendido que precisamente el hecho de poder pagar en Cristo y gracias a Cristo la deuda por nuestros pecados es el supremo efecto de la misericordia del Padre. Y cuando se dice misericordia, evidentemente se dice amor.
   
Si Dios no envía la desgracia, ¿quién la envía?

----------Agreguemos, pues, que es necio y peligroso el discurso de aquellos (los buenistas y misericordistas) que, creyendo defender la bondad de Dios, dicen que Dios "no tiene nada que ver con la desgracia", sin darse cuenta de que en tal modo, si son lógicos, deben poner el origen del sufrimiento en un principio absoluto distinto de Dios y, por lo tanto, sustraido a su poder y a su control.
----------Los buenistas y misericordistas no se dan cuenta, quizás, los pobrecitos, de que están cayendo en el viejo y bien conocido maniqueísmo, que opone al Dios bueno un principio absoluto del mal, frente al cual el Dios bueno no puede hacer nada. ¿Y entonces, a dónde va terminar la omnipotencia divina? Dios no ha podido detener a los nazis. Dios no es capaz de vencer al mal. Dios se convierte en un "Dios sufriente", un pobre mendigo como nosotros, un Homero Simpson que se afana como nosotros entre las desgracias y los infortunios sin sacar una araña del agujero y sin encontrar la manera de salir del agujero.
----------Un Dios de este tipo nos daría un discurso como el siguiente: "Hijitos, lamento que sufráis; yo odio el sufrimiento; intento salir en vuestra ayuda, pero mi poder es limitado. Os explicaré por qué. Lo que puedo hacer es estar cercano a vosotros en el sufrimiento y padecer con vosotros. Pero no puedo hacer más. De todos modos, si pecáis, no os preocupéis, estáis todos perdonados, porque sé que en el fondo sois todos buenos, que no tenéis mala voluntad, sino que solo sois débiles y frágiles, por lo cual, si pecáis, yo os perdono. Y por esto no os castigo. Ya tenéis bastante que sufrir para que yo agregue sufrimiento al sufrimiento. Sería cruel. Si sufrís después de haber pecado, yo no tengo nada que ver. No depende de mí, sino de un principio absoluto eterno del mal independiente de mí, con el cual no tengo nada que ver, y del cual por lo tanto desconozco el origen y el por qué. Por tanto, es necesario que nos resignemos y perseveremos. Los teólogos dicen que yo soy omnipotente. Pero no es así. ¿Creéis que las masacres nazis de los judíos no me han desagradado? Sin embargo, no me ha sido posible detenerlas o impedirlas a causa de la fuerza invencible del principio del mal".
----------¿Acaso podemos seguir engañándonos a nosotros mismos y engañando a los demás con este Dios que nada tiene que ver con el Dios que nos ha sido revelado en Nuestro Señor Jesucristo?
   
¿Qué pedirle a Dios?
   
----------Unas pocas palabras, ahora, acerca de la función de la oración en esta situación de la pandemia que todavía no se ha ido del todo. Ya hemos tratado antes el tema, pero digamos algo más. Afortunadamente, el covid parece estar afectando menos en estos días, y esto supongo que también se debe a las medidas sanitarias que todos ayudamos a llevar adelante. Incluso en varias diócesis argentinas, los respectivos Obispos han levantado la dispensa del precepto dominical para aquellos que estén en condiciones de asistir a Misa. Pero las restricciones continúan, nuestra vida no se ha normalizado totalmente, y sea como sea, estos dos años al menos han servido para hacernos más humildes ante el mal y la desgracia.
----------De modo que debemos seguir poniéndonos, como siempre debemos hacerlo, en las providentes manos de Dios, que nos sostienen tanto en las alegrías como en las penas. Pues bien, entonces, ¿cómo debemos rezar?... Nosotros en la oración podemos, claro que sí, pedir bienes temporales y debemos, claro que sí, pedir ser liberados del sufrimiento, pero sobre todo debemos pedir los bienes del espíritu, necesarios para la vida de la gracia, como el ser liberados del pecado, causa del sufrimiento.
----------En efecto, Dios, como lo sabemos bien por propia experiencia, puede no satisfacer nuestras peticiones de bienes temporales o materiales, aunque se trate incluso de nuestra propia o ajena salud física. En cambio, en lo que respecta al bien del alma, que necesita vivir siempre en gracia, podemos estar seguros y ciertos de que Dios siempre nos escucha prontamente, si le rezamos con sinceridad y recta intención, como Nuestro Señor Jesucristo mismo nos asegura.
----------Pero como sabemos que precisamente el sufrimiento padecido con Cristo es causa de la expiación de la culpa, no es en absoluto impropio, de hecho es recomendable, pedir al Señor que nos envíe todos aquellos sufrimientos saludables que Él estime necesarios, para purificarnos de nuestros pecados y merecernos para nosotros y para los otros el paraíso del cielo, dándonos la fuerza para soportarlos.

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