domingo, 17 de octubre de 2021

Infalibilidad del Papa e infalibilidad del Concilio

La infalibilidad del Romano Pontífice (infalibilidad extendida a todo Concilio ecuménico, en cuanto celebrado cum et sub Petro) es tema de permanente y candente debate en la actualidad, particularmente en la última década y especialmente en torno al Concilio Vaticano II y los Papas del postconcilio.

----------Varios comentarios de lectores en días recientes, particularmente a mi artículo De herejía y de herejes: no sólo de ayer, sino también de hoy, se han vuelto a focalizar sobre el tema de la naturaleza y el alcance del dogma de la infalibilidad del Romano Pontífice y de los Concilios Ecuménicos celebrados bajo la autoridad del Papa, vale decir, cum et sub Petro. Es una cuestión que toca el corazón de la Iglesia católica.
----------La cuestión teológica se agitó particularmente en los últimos años del pontificado de Benedicto XVI, y en los diálogos teológicos tomaron participación conocidos académicos de universidades pontificias, celebrándose también importantes congresos teológicos teniendo por tema central la hermenéutica del Concilio Vaticano II. Los debates fueron y siguen siendo interesantísimos, y con el paso de los años y los nuevos problemas planteados por las particulares características de los modos pastorales del papa Francisco, aquellas discusiones en torno al último Concilio ecuménico permanecen plenamente vigentes.
----------Algunas de las intervenciones de los lectores en la semana que ha pasado, me han traído a la memoria varios de los temas particulares que en recientes años se han discutido en torno a la infalibilidad pontificia, y deseo hacer hoy algunas aclaraciones, porque veo que en la usual forma de expresarse no siempre se utilizan conceptos precisos. A los fines de la claridad expositiva, procuraré no hacer nombres de los teólogos que sustentan o sustentaron las ideas que se exponen. Mi intención es que tanto los lectores como quien modestamente expone, nos centremos en la verdad dogmática de las ideas expuestas (naturalmente, en los casos que tal verdad de fe exista) más allá de las opiniones discutibles que inevitablemente surgen en todo diálogo teológico. Y para focalizarnos en la verdad objetiva de los conceptos, es conveniente a veces abstraer de la identidad de quienes han sustentado o sustentan las ideas, pues conocer su ámbito cultural o su área de acción podría conducirnos a críticas y juicios eventualmente subjetivos.
----------Pues bien, sin mayores preámbulos, comienzo por referirme a un punto en concreto: a partir del análisis de ciertas argumentaciones, quisiera observar que, según la Instrucción de la Congregación para la Doctrina de la Fe anexa a la Carta de Juan Pablo II "Ad tuendam fidem" de 1998, no me parece correcto decir que el Concilio Vaticano II en sus doctrinas "no ha empeñado su infalibilidad", tal como compruebo que todavía se expresan algunos. Es una afirmación errónea, que puede dar lugar a dañosas consecuencias.
----------En efecto, si se estudia atentamente este documento, se comprobará que cuando la Iglesia trata de materia de fe o próxima a la fe (y precisamente tal es el caso de algunas doctrinas del Concilio Vaticano II) tal doctrina expuesta por el Magisterio de la Iglesia es "definitiva" e "infalible", también si no es solemnemente definida o bien incluso si la Iglesia no declara expresamente querer definir (estas son precisamente, siempre según el lenguaje del documento, las doctrinas "definidas", aquello que tradicionalmente llamamos "dogmas ex cathedra"). Ciertamente el Concilio no tiene doctrinas de este tipo, pero las tiene del primer tipo; vale decir, el Concilio no tiene doctrinas definidas, pero sí las tiene definitivas e infalibles.
----------En cuanto a las doctrinas a las cuales es debido el "asentimiento religioso", para la "Ad tuendam Fidem" son aquellas de tercer grado, las menos autorizadas de las tres, que comprenden enseñanzas de carácter moral, pastoral o jurídico, que también pueden ser cambiadas o incluso pueden ser incorrectas y, en cualquier caso, no son infalibles. Los ejemplos en la historia de la Iglesia son muchos y, por supuesto, al católico le corresponde, en todo caso, obedecer también las enseñanzas del tercer grado, incluso las menos autorizadas, aunque no sean infalibles. Pero el problema es que ha habido en estos años y sigue habiendo hoy teólogos que sostienen que las doctrinas conciliares, no siendo infalibles, pueden ser cuestionadas, e incluyen entres éstas, equivocándose gravemente, a las doctrinas del segundo grado, no sólo del tercero.
----------Es en este punto precisamente que se han confundido en estos años incluso destacadísimos teólogos, pues las doctrinas que también extensamente exponen los documentos del Concilio Vaticano II pertenecen al segundo grado, según la categorización de Ad tuendam fidem y, por consiguiente, son doctrinas definitivas e infalibles, aunque no sean definidas. Este es un punto que debe ser considerado de particular importancia y que me parece el centro de todo este interesantísimo debate, que desde hace al menos una década ha venido involucrando a mentes elegidas y que se ha ido desarrollando de contínuo después de la famosa fórmula del papa Benedicto XVI: "continuidad en la reforma". Desde aquí vemos cuánto aquel Pontífice, actual papa emérito, ha sido un enorme estimulador de vivacidad cultural y teológica.
----------Es mi convicción que también las doctrinas nuevas del Concilio Vaticano II, en cuanto explicitación o desarrollo de precedentes doctrinas dogmáticas o dogmas definidos, son infalibles. En efecto, me parece que todo el nudo del debate está aquí. De hecho, están todos los teólogos de acuerdo en que las doctrinas ya definidas presentes en los textos conciliares son infalibles. Lo que está en discusión es si son infalibles tambièn los desarrollos doctrinales, las doctrinas nuevas producidas por el Concilio.
----------Pues bien, al respecto yo creo que es necesario responder afirmativamente a esa pregunta porque, de lo contrario, ¿qué sería de la continuidad, al menos tal como deriva de la fórmula hermenéutica del papa Benedicto XVI? Por otra parte, si estas novedades del Concilio no fueran infalibles, entonces significaría que son falibles. Pero entonces, ¿es admisible que el desarrollo de una doctrina de fe o próxima a la fe ya definida sea falso? ¿Puede lo nuevo en campo dogmático estar en contradicción con lo antiguo?
----------Debe recordarse, entonces, que la "Ad tuendam fidem" dice que son infalibles no sólo las doctrinas de primer grado, donde la Iglesia dice que quiere definir (voluntas definiendi), sino también las de segundo grado, aunque no definidas, pero en cuanto también ellas son de fe o próximas a la fe. Ahora bien, los desarrollos doctrinales del Concilio Vaticano II que partan de precedentes doctrinas de fe o próximas a la fe ¿cómo no serán también ellos infalibles, es decir, como dice la "Ad tuendam fidem", doctrinas "definitivas" y por lo tanto absoluta y perennemente verdaderas ("de fide tenenda")? ¿Acaso no reside aquí todo el valor y toda la grandeza del Concilio? Si nosotros negamos esto, ¿no debilitamos la fuerza de la tesis continuista? ¿No acabamos, al mismo tiempo, socavando el peso innovador del Concilio?
----------¿Sostener que las doctrinas nuevas del Concilio Vaticano II consisten solo en doctrinas del tercer grado no es quizás demasiado poco? El tercer grado admite también la opinabilidad y la falibilidad, si se trata de doctrinas pastorales, morales o jurídicas. Pero en el caso del Concilio se trata de doctrinas dogmáticas. No son doctrinas "definidas" (primer grado), pero son "definitivas" (segundo grado).
----------En el primer grado y en el segundo grado no basta un simple "religioso obsequio" (que sí basta para el tercer grado), sino que es necesaria la fe ("tenenda"), aquella que tradicionalmente también se llama "fe eclesiástica" o "católica", que es menos que la fe divina o teologal ("credenda"), pero está necesariamente conexa a ella. Es ese creer en la Iglesia mediante el cual creemos en la Palabra de Dios.
----------Debo añadir que me parece evidente que cuando el papa Benedicto XVI hablaba de continuidad en la reforma no entendía sostener una pura y simple continuidad repetitiva, es decir, no intenta decir (como les gustaría a ciertos teólogos indudablemente influídos por ámbitos cismáticos) que como católicos debemos asumir como infalibles sólo aquellas doctrinas ya definidas que reaparecen en el Vaticano II, sino que en el Concilio existe un progreso doctrinal, existe algo nuevo, en continuidad con lo antiguo, lo cual nuevo como tal es infalible como lo antiguo. Por lo tanto, debemos hacer entender a todos esos teólogos dubitativos, que tambièn lo nuevo es infalible. El tradicionalismo exagerado no llega a abrirse a lo nuevo, no comprende cómo lo nuevo está en continuidad con lo antiguo, lo confunde con el modernismo.
----------Demostrar la continuidad de las doctrinas conciliares con las precedentes no quiere decir demostrar una pura y simple continuidad unívoca: sería una empresa desesperada, que daría razones válidas a quienes dudan e incluso niegan la autoridad doctrinal del Concilio Vaticano II. Debemos demostrar que se trata de una continuidad evolutiva, por así decir analógica ("analogia fidei"), que no por eso deviene ruptura, sino que sigue siendo continuidad. Sé que parece una contradicción, pero en realidad no lo es. Podría demostrarlo, pero aquí sería demasiado largo. Me remito solo al tratado clásico del dominico español Francisco Marín Sola, "La evolución homogénea del dogma católico", publicado en la década de 1950 por la B.A.C. Allí Marín Solá muestra el concepto correcto del progreso dogmático contra la falsa concepción del modernismo. Teorías similares se encuentran en el gran teólogo dominico francés Yves Congar.
----------En efecto, según los cismáticos lefebvrianos, que parecen querer enseñar al Romano Pontífice, el Papa tendría derecho a decir que la continuidad consiste sólo en las repeticiones de lo antiguo presentes en el Concilio, pero que el Papa no puede afirmar la presencia de la continuidad en lo nuevo, porque en cambio para ellos aquí existe ruptura, por lo cual no estamos obligados a asumir estas doctrinas, porque según ellos están en contraste con la "tradición" (tal como sigue desconocida para ellos).
----------Esto significa no comprender la sabiduría de las palabras del papa Benedicto XVI con su fórmula de la "continuidad en la reforma". El papa Ratzinger, en efecto, presenta el concepto de una continuidad progresiva o evolutiva (no en el sentido modernista sino en el sentido católico), la cual he mencionado anteriormente. Esto vale también para la Tradición, que él (¡y no sólo él!) llama "viva". En efecto, el Concilio habla de un desarrollo de la Tradición. Pero entonces es necesario demostrar que también este progreso es infalible. Este es el verdadero continuismo correspondiente a la "mens" del papa Benedicto XVI.
----------Para ir finalizando esta reflexión, hago una última observación: en este debate entre continuistas y no-continuistas existe una preocupación de fondo que todos, como católicos, tenemos en común: la preocupación de la continuidad, o sea básicamente la conciencia de la inmutabilidad del dogma y del dato de la Tradición. Lo que divide a estos teólogos es el hecho de que algunos (entre los que me cuento), digan que hay continuidad, mientras que otros, amargados y escandalizados por una supuesta traición operada por el Concilio, no ven esta continuidad y desconfían de la fórmula del papa Benedicto XVI, el cual en cambio asegura que esa continuidad existe, y dudan de las enseñanzas de todos los Romanos Pontífices del postconcilio, incluyendo el Papa actual, que siguen enseñando con autoridad petrina que esa continuidad existe.
----------Podríamos preguntarnos: ¿por qué nunca han intervenido en este debate sobre la infalibilidad de los documentos del Concilio Vaticano II, ni hoy intervienen, los "teólogos" modernistas, por ejemplo los discípulos de Alberigo o los rahnerianos? La respuesta es simple: porque también para ellos, considerando la garantía del papa Benedicto XVI como un truco para conquistarse a los tradicionalistas, los cuales, sin embargo, no muerden el anzuelo, el progreso teológico es por su naturaleza ruptura y contraste con el pasado. Ellos tienen una concepción hegeliana y modernista del progreso. Para ellos es evidente que en el Concilio existe ruptura. Pero es precisamente esto, según ellos, lo bello del Concilio. Para ellos, el estar preguntándose preocupados por si hay o no hay continuidad, es ya signo de una mentalidad antigua, preconciliar y superada (presente en el propio Benedicto, que habla de "continuidad"). Por eso, para los modernistas, nuestra discusión es anacrónica y, por tanto, tiempo perdido. Para ellos lo esencial para nuestro tiempo es el Vaticano II (interpretado a la manera de ellos); y lo que ha sucedido antes es material de museo.
----------En conclusión, entonces, los teólogos católicos deben estar franca y decididamente unidos con sus supuestos adversarios, los teólogos tradicionalistas anticontinuistas, pero contra el neomodernismo que hoy continúa falsificando el verdadero sentido del Concilio Vaticano II, algo de lo cual los Romanos Pontífices del postconcilio se lamentan continuamente. Por eso, es correcta la asimilación que algunos han hecho de la posición de los teólogos tradicionalistas con la de los teólogos modernistas, diciendo que ambos en última instancia sostienen la "ruptura", pero sólo en modo completamente superficial.
----------En realidad hay un abismo entre las dos áreas, la de los teólogos tradicionalistas y la de los modernistas, porque mientras los tradicionalistas, queriendo ser en buena fe católicos, bien conscientes de la inmutabilidad del dogma, están amargados por la supuesta ruptura (y en ello, sin embargo, demuestran poca fe en el Papa), por el contrario los modernistas, consideran la ruptura un bien y un progreso (se consideran más avanzados que el Papa), pero solo porque, como malos católicos, están influenciados por el concepto hegeliano-historicista-modernista del progreso dogmático y desprecian la continuidad.

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