martes, 23 de enero de 2024

Tomás de Aquino y la sexualidad humana en la resurrección (3/3)

La ya superada concepción de la ética sexual, acotada a la condición del sexo en estado de naturaleza caída, acogiendo el presupuesto de aquellos que rechazan la castidad en nombre de un ideal puramente terreno (los freudianos, por ejemplo), y sin pensar en una condición ultraterrena de perfección de la sexualidad, terminaba por encerrar la perfección humana y cristiana en los exclusivos límites de la sola vida espiritual, marginando la sexualidad de toda relación con la perfección (un tardío eco de estos errores se advierte en las exacerbadas críticas que ha tenido en semanas recientes un viejo libro del cardenal Víctor Fernández, que él mismo había retirado de circulación, por considerar que los tiempos no estaban aún maduros para comprender la relación entre vida sexual y mística). [En la imagen: fragmento de "Triunfo de Santo Tomás de Aquino", de Benozzo Gozzoli, siglo XV, actualmente en el Museo del Louvre, París, Francia].

El significado más elevado de la sexualidad humana
   
----------Quien acusa a la moral católica de "sexofobia" debería meditar cuanto santo Tomás enseña sobre la condición escatológica de la sexualidad, y allí comprendería hasta el fondo cuán alta sea, en el pensamiento católico, la estima por la realidad sexual. A través de su máximo teólogo, el pensamiento cristiano llega a valorizar el sexo en la misma condición de la beatitud eterna, incluso más allá del cumplimiento de su función específica y sustancial, santificada en esta vida por un sacramento de salvación ordenado precisamente a la consecución de esta beatitud, cuyos reflejos en la relación entre varón y mujer son prefigurados, en la vida presente, de modo especial por el ejercicio de la castidad religiosa y sacerdotal.
----------Al momento de preguntarse qué será del sexo en la resurrección, santo Tomás de Aquino somete esta compleja realidad al examen al criterio del cual hemos hablado en el inicio de este artículo. El del Aquinate, como siempre, es un examen serio y profundo, que evita las respuestas apresuradas, simplistas o parciales. No afirma, como lo hicieron algunos antiguos Padres, influenciados por el platonismo, que el sexo, por ellos vinculado a la caída de Adán, desaparecerá. Y por otra parte refuta netamente la concepción musulmana de un ejercicio de la sexualidad en el paraíso del cielo, en contraste con las palabras explícitas del Señor (Mt 22,30). Pero precisamente en el comentario de Tomás a este pasaje, he aquí la afirmación comprometida y grávida de consecuencias: "Sexus resurget", según cuanto ya había presentido el también platónico Agustín. ¿De dónde viene esta certeza? Del hecho que la diferencia sexual forma parte de esa perfección genesíaca del hombre (Gén 1,27; 2,22), que deberá ser conservada y salvada en la resurrección (I, 92, 1; 98, 2).
----------Ciertamente, queda por explicar qué sentido pueda tener la existencia de una función que, en el paraíso del cielo, ha agotado ya su tarea específica. Y aquí encontramos el rasgo de genio de santo Tomás, precursor de las más recientes adquisiciones: la sexualidad, más allá de su fin específico, posee, en su mismo ser, independientemente de su ejercicio procreativo, una más alta ordenación "a la perfección de la persona". Claro que Santo Tomás no va más allá: no nos precisa en qué consiste tal ordenación, qué efectos provoca en general y en particular en relación a la diferencia sexual.
----------Los tiempos en que vivió el santo de Aquino no estaban maduros, y de hecho se oponían sólidamente a ulteriores desarrollos y precisiones, considerando el prestigio del cual gozaba la concepción aristotélica de la diferencia sexual (recibida por el mismo santo Tomás), según la cual a la feminidad no se le reconocía una formalidad suya distinta de la masculina, sino que era simplemente vista como "mas occasionatus", o sea como masculinidad imperfecta. Está claro que, con semejantes presupuestos, la idea de una diversificación y complementariedad recíproca entre varón y mujer a nivel espiritual, en virtud del condicionamiento de la diferencia sexual, no era ni siquiera hipotetizable. Y no pensemos de un error acotado al tiempo del Aquinate, porque con variantes y matices esta misma confusión perduró siglos y siglos, prácticamente hasta Pío XII, y del error fueron víctimas generaciones enteras del Pueblo de Dios, e incluso altos exponentes del intelecto católico (Leonardo Castellani incluído, si queremos citar un ejemplo muy conocido).
----------La distinción tomista, sin embargo, entre una primera condición terrena o peregrina de la sexualidad, caracterizada por su ejercicio, y una segunda condición celestial, caracterizada únicamente por su ordenación a la perfección de la persona, era tal y tenía tales virtualidades como para preparar la moderna concepción personal de la sexualidad, más allá de la vieja concepción puramente física y androcéntrica.
----------La intuición tomista es por otra parte tal como para explicar el motivo profundo por el cual las más recientes enseñanzas de la Iglesia sobre la virtud de la castidad, en particular la castidad religiosa, insisten en el presentarla no ya solamente como renuncia, sino también y sobre todo como maduración psico-afectiva de la persona: o sea, la castidad, manteniendo a salvo las exigencias ascéticas necesarias en el actual estado de naturaleza caída, encuentra sin embargo su modelo supremo en la castidad misma del amor entre varón y mujer en la resurrección, en esa recuperada "desnudez" de la cual comenzaba a hablar el papa san Juan Pablo II en los primeros años de su pontificado, en sus audiencias de los miércoles (antes incluso de desarrollar su catequesis sobre la teología del cuerpo, o mejor: doctrina del cuerpo).
----------La "plena madurez" de la persona, por consiguiente, muy lejos del requerir el ejercicio de la sexualidad, corresponde en cambio al ejercicio de la castidad religiosa, prefiguración de la castidad escatológica, allí donde solo, para el cristiano, el hombre alcanza verdaderamente su perfección final.
----------Esto no quita evidentemente que el ejercicio del sexo no corresponda, en el matrimonio, a una condición de madurez y de santidad, pero relativamente a esa condición peregrina o terrena destinada a ser sustituida por la plena perfección de aquella celestial hacia la cual todos, incluidos los cónyuges cristianos, deben sentirse orientados. Por ello el mismo amor conyugal debe ser enfocado con esta prospectiva escatológica, que de él evidencia verdaderamente su valor de indisolubilidad y de eternidad.
----------El reciente Magisterio, como he dicho desde el inicio, ha confirmado la idea tomista de una persistencia de la diferencia sexual en el cielo con estas palabras, que encontramos en la respuesta del Magisterio a una objeción contra la exclusión de la mujer del sacerdocio ministerial, una objeción que hace precisamente leva sobre una supuesta irrelevancia, en el cielo, de la distinción sexual. El nervio de la respuesta está precisamente en el presuponer, aunque más no sea con cierto laconismo, tal distinción.
----------Dice en efecto el documento (Carta Inter insigniores, de la Congregación para la Doctrina de la Fe, del 15 de octubre de 1976): "Num dici potest, cum Christus sit nunc in caelesti condicione, iam nihil interesse, utrum a viro an a muliere repraesentetur, quia in resurrectione neque nubent neque nubentur (Mt 22,30)? Haec autem verba non significant viri ac mulieris distinctionem in aeterna gloria aboleri, cum identitatem personae propriam determinent. Quod de Christo dicendum est sicut de nobis. Plane enim compertum est sexus diversitatem in natura humana magnum influxum exercere, utique profundiorem quam exempli causa gentium diversitates; hae enim non tam intime humanam personam afficiunt quam sexus diversitas, quae directe ordinatur cum ad personarum communionem, tum ad humanam generationem, atque in revelatione biblica ascribitur primordiali Dei voluntati: masculum et feminam creavit eos (Gen 1,27)".
----------En la versión española de la misma web del DDF: "Podría decirse que puesto que Cristo se halla actualmente en condición celeste, sería indiferente que sea representado por un hombre o por una mujer, ya que 'en la resurrección ni se casarán ni se darán en casamiento' (Mt. 22, 30). Sin embargo, este texto no significa que la distinción entre hombre y mujer, dado que determina la identidad propia de la persona, sea suprimida en la glorificación; lo que vale para nosotros vale también para Cristo. No es necesario recordar que en los seres humanos la diferencia sexual juega un papel importante, más profundo que, por ejemplo, el de las diferencias étnicas; en efecto, estas no afectan a la persona humana de manera tan íntima como la diferencia de sexo, que se ordena directamente a la comunión entre las personas y a la generación; y que es, según la Revelación, el efecto de una voluntad primordial de Dios: 'los creó macho y hembra' (Gén 1,27)".
----------Encontramos aquí una clara respuesta a la pregunta que nos hacíamos al inicio sobre la posibilidad de interpretar el pasaje de Gál 3,28 en el sentido de una desaparición de la distinción sexual. La respuesta es evidentemente negativa; y entonces ese texto paulino puede y debe recibir otra interpretación en el sentido que este no ser ya varón y mujer no debe ser entendido en sentido físico sino en sentido moral, o sea en el sentido de que en el Reino ya no existirán injustas discriminaciones entre varón y mujer; la mujer ya no estará marginada por el hecho de ser mujer, sino que le será brindada plena justicia; y por consiguiente, tanto al varón como a la mujer le será devuelto aquello que es justo según una igualdad proporcional que respete la igualdad de naturaleza y la específica diversidad de los sexos.
----------El significado personal de la sexualidad había sido ya expresado, a nivel de Magisterio, por el último documento conciliar, la constitución pastoral Gaudium et spes al n.12, donde la unión entre varón y mujer es presentada como la "primera forma de comunión de las personas", entendiendo probablemente el término "primera" no sólo en sentido temporal, sino también ontológico.
----------Esta misma interpretación aparece confirmada por la enseñanza que, precisamente sobre este tema, emergía ya de los primeros "Discursos de los Miércoles" del papa san Juan Pablo II (anteriores incluso a sus catequesis sobre la por él llamada "teología del cuerpo", a la que nos referiremos en próximos artículos). El valor personal de la relación varón-mujer (no necesariamente genital) no es ciertamente propiedad esencial a la naturaleza espiritual de la relación interpersonal, tomada en la amplitud analógica de su concepto (de lo contrario deberíamos decir que en el ámbito de las personas puramente espirituales: Angeles y Personas Divinas, no existe relación personal porque no existe sexo). Sin embargo, en la persona humana (es decir, esencialmente sexuada), el encuentro varón-mujer, si bien tiene su esencia completa ya como pura relación de personas, sin embargo, en este caso específico, la relación, mediante una oportuna educación, puede y debe enriquecerse por la mutua coordinación de las cualidades masculinas-femeninas, no siempre y necesariamente de aquellas genitales (matrimonio), sino siempre y en cualquier caso de aquellas espirituales.
----------Por otra parte, en el documento Algunas cuestiones de ética sexual, de la Congregación para la Doctrina de la Fe, del 29 de diciembre de 1975, la sexualidad viene presentada como factor enormemente condicionante del "desarrollo hacia la madurez" de la persona "y de su inserción en la sociedad".
   
Consecuencias para la ética sexual cristiana
   
----------Estas consideraciones son tales como para dar una bien precisa orientación a la ética sexual cristiana. Por demasiado tiempo, acaso, una cierta pedagogía de la castidad, en los ambientes católicos, parecía limitar el propio marco de referencia al sexo caído, y no ya al sexo resucitado, casi como si el sexo en condición de naturaleza caída correspondiera a una condición absolutamente insuperable y por lo tanto prolongable indefinidamente. A consecuencia de ello se daba una exaltación exagerada de virtudes (¡aunque reales!) como las del pudor y de la continencia que tendían a identificarse sic et simpliciter con la castidad como sus máximas expresiones; el uso excesivo de los métodos represivos; el temor exagerado a los peligros.
----------De tal modo, se veía a la sexualidad como excesivamente involucrada en sus condiciones de corrupción: por tanto, de peligros o de obstáculos para la vida espiritual; por eso no se intentaba en absoluto una labor de armonización y de integración entre carne y espíritu; la sexualidad, como era vista exclusivamente en su finalidad procreativa y en un estado de antagonismo con la vida del espíritu, debía ser sólo algo de lo cual se tomaba distancia en el voto de castidad, y algo de algún modo tolerado en la vida conyugal.
----------Con aquellos condicionamientos que sufría la ética sexual, se polemizaba tanto con los Protestantes por su visual pesimista sobre los recursos de la naturaleza y por su rechazo a admitir una gracia sanante intrínsecamente y eficazmente a la naturaleza; y sin embargo, en toda una cierta práctica pastoral, en ámbito sexual, se estaba muy cercanos a la aplicación práctica de estas ideas: se insistía demasiado sobre la debilidad del hombre y se creía demasiado poco en la liberación mediante la gracia y la virtud.
----------Se estaba excesivamente afirmados sobre el aspecto meramente terreno de la castidad, sin abrirse a las prospectivas escatológicas. Esto ha llevado, en mi opinión (contra las mismas intenciones de los moralistas), a una exasperación del problema de la continencia, cuando en cambio una debida presentación de la dimensión personal de la sexualidad hubiera contribuido a desviar la atención obsesiva con la cual se consideraba el aspecto genital, aunque sea para evitarlo, como si no hubiera otro problema para la castidad.
----------Se presentaba, sí, el voto de castidad como elección de mayor "perfección", pero se corría el riesgo de entender esta perfección más como una fuga del cuerpo y del otro sexo, que como voluntad de una suya superior asunción y comunión con él: faltaba la razón de fondo para obrar tal asunción o comunión, dada precisamente por aquel aspecto personal de la sexualidad que a fines de los años 1970s estaba emergiendo a plena luz.
----------Acogiendo el presupuesto de aquellos que rechazan la castidad en nombre de un ideal puramente terreno, y sin pensar en una condición ultraterrena de perfección de la sexualidad, se terminaba por encerrar la perfección en los límites de la sola vida espiritual, marginando la sexualidad de toda relación con la perfección (un tardío eco de estos errores se advierte en las exacerbadas críticas que ha tenido en semanas recientes un viejo libro del cardenal Víctor Fernández, que él mismo había retirado de circulación, por considerar que los tiempos no estaban aún maduros para comprender la relación entre vida sexual y mística).
----------Esta excesiva rigidez ha provocado una fuerte reacción en los ambientes no-católicos contra la moral sexual católica. Tal reacción está hoy más que nunca en acto, pero ha perdido algo de su mordiente y de sus razones objetivas, desde el momento que sobre todo a partir del Concilio Vaticano II consideramos que cuanto de válido podía haber en la protesta y en las instancias laicistas ha sido más que satisfecho, en la visual, se entiende, espiritualista, característica del cristianismo, a la cual la Iglesia no podrá evidentemente jamás renunciar, esa visual que tal vez provoca los persistentes ataques de los laicistas.
----------Así por ejemplo, a una excesiva consideración por parte católica de la virtud del pudor, se ha respondido por la otra parte con el nudismo más exasperante y provocador en todas las formas de las costumbres, del arte y del espectáculo. Se es obscuramente advertida la necesidad de superar el sentido del pudor para retornar a una primitiva pureza y simplicidad, pero sin tener los criterios y las fuerzas morales suficientes para tal superación; y así, con bastante frecuencia, el verdadero motivo del actual abandono del sentido del pudor no es otro que el eclipsarse de una conciencia moral, por lo cual no se quiere considerar como malo lo que es malo.
----------Por otra parte, es también verdad que el pudor y la continencia no constituyen el ideal supremo de la perfección y de la castidad, sino que siguen siendo necesarios en la medida en que sigue estando presente, en la naturaleza caída, el impulso de la libido. Para obtener por tanto la verdadera "libertad sexual" no basta un puro y simple abandono del pudor y de la continencia, si antes no se ha podido liberarse de la inclinación libidinosa, o sea de la esclavitud de un instinto privado de control.
----------La concepción tomista de la sexualidad en la condición escatológica, abre a la virtud de la castidad las perspectivas más vastas y más verdaderas, que le permiten no quedar encerrada dentro de los límites de una problemática del pudor y de la represión del instinto, sino de mirar a una sublimación de la realidad sexual en clave personal, en el pleno respeto de la trascendencia y libertad de la vida del espíritu, en una prospectiva de reconciliación entre la sensibilidad y la espiritualidad.
----------Tal concepción, por otra parte, no tiene el sentido de hacernos evadir de los problemas reales de aquí abajo, en nuestra condición de peregrinos, con la ilusión de una prospectiva utopista. Santo Tomás, como buen teólogo cristiano, conoce demasiado bien las dificultades de la naturaleza caída y las precauciones que esta situación nos obliga a tomar para evitar lo peor y pasar al menos por los pelos.
----------Pero la ética tomista, en cuanto verdadera ética cristiana, es sobre todo optimista, positiva y de grandes perspectivas: todo esto, se entiende, ciertamente, no por una ingenua o pre-rousseauiana confianza en una mítica bondad del hombre o en la eficacia resolutiva de sus solas fuerzas naturales, sino por una razonada fe en la potencia redentora de la cruz y de la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que pone en el alma y en el cuerpo del cristiano desde aquí abajo un germen de resurrección.
----------Esto implica que, para santo Tomás de Aquino, claro heredero en esta temática de la enseñanza paulina, toda posibilidad concreta de acercarse al Reino de Dios no debe ser estorbada con precauciones que en realidad son propias de una condición de vida ya superada. Al fin de cuentas, ¿el cojo que se ha curado, qué hace todavía con muletas? No debemos permitir que un régimen de "antigua ley" y que el "hombre viejo" impidan el surgir del "hombre nuevo". No se trata ciertamente de traicionar, con la excusa de lo "nuevo", los inmutables principios de la moral, ya contenidos en la "antigua ley", sino al contrario, de llevarlos a una forma de perfecto cumplimiento desarrollando en plenitud sus más profundas exigencias.
----------Esta problemática no era característica sólo de los tiempos del apóstol san Pablo, sino que se vuelve a presentar siempre en la historia del cristianismo, cada vez que un nuevo paso hacia el Reino de Dios llama a las puertas de la historia, y nosotros no tenemos el coraje de hacer nuestra la nueva libertad que se nos ofrece, acaso todavía apegados y encariñados con nuestras viejas muletas.
----------Este es el sentido profundo del proyecto escatológico de la sexualidad, para cuya comprensión el santo de Aquino, a quien el papa Francisco ha vuelto a confirmar como Doctor Communis Ecclesiae, puso los gérmenes hace ya ocho siglos. No es un hermoso proyecto destinado a quedar en letra muerta, sino que, en cuanto aspecto de ese Reino de Dios que se acerca y que debemos hacer acercar día a día, es una realidad a la cual debemos abrir nuestra vida a medida que el poder de la gracia nos dé la posibilidad.

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