viernes, 5 de enero de 2024

Los celos de Dios y la llamada a la conversión (3/4)

Desgraciadamente, le es posible al hombre negar la evidencia. El Catecismo de San Pío X incluye este pecado entre los "Seis pecados contra el Espíritu Santo": "impugnación de la verdad conocida". No está en buena fe y peca de soberbia quien niega la verdad evidente o pretende que sea demostrada o niega una verdad que, por su competencia -por ejemplo, un teólogo-, debería reconocer y que está obligado a saber, o quien, convencido de error, no se rinde, por ejemplo los fariseos frente a Cristo. [En la imagen: fragmento de "Cristo y sus discípulos", óleo sobre lienzo, obra de Andrei Mironov, en 2016].

El principio de no contradicción es la base de la honestidad intelectual
   
----------La clara conciencia de la oposición absoluta entre el bien y el mal es lo más opuesto que uno se pueda imaginar a un pacifismo cobarde, serpenteante e hipócrita, y a su presupuesto, es decir, la viscosa y doble-jueguista relativización o bien aprobación buenista tanto del bien como del mal, juzgados como "diferentes" y recíprocamente complementarios. A esto le sigue la pretensión de afirmar una mediación y una reciprocidad a la par y en igualdad de condiciones, que quisiera encontrar un acuerdo entre Cristo y Beliar.
----------La medicina contra esta aberración intelectual y deshonestidad moral es el hacer siempre referencia, en nuestro pensar y en nuestro hablar, al principio de identidad y de no-contradicción. Es necesario, de hecho, hacer algunas observaciones preliminares, que nos introducen en la comprensión de la verdad originaria, absoluta, certísima, insuprimible, irrefutable e irrenunciable de este famoso principio teorético y moral, establecido por Aristóteles (cf. el famoso Comentario de Santo Tomás al libro IV de la Metafísica de Aristoteles, lectio XV a XVII, bajo la dirección de Raimondo Spiazzi en las Ediciones Marietti, Torino-Roma 1964) y perfectamente conforme al Evangelio, que está en la base de la realidad y de toda la vida del espíritu. Dios mismo, como ipsum Esse (según la famosa definición tomista de Dios como Ipsum esse per Se Subsistens, Summa Theologiae, I, q.3, a.4), y Verdad subsistente y sumo Bien, con su inconfundible Identidad divina, no es sino la afirmación suprema y radical de este principio implícito en la propia Esencia y Razón divinas.
----------Por tanto, observamos que empíricamente todo ente puede ser o individual, y es el ente concreto y real; o bien puede ser específico o genérico, y es el ente lógico abstracto; cada ente real o ideal tiene su propia y precisa identidad o determinación, es uno e indiviso, es lo que es, ese tal ente, es un algo distinto, diferente o diverso de cualquier otro. Es inconfundible con otro ente. Es reconocible, identificable y discernible de todo otro ente. Por tanto, la multiplicidad o la pluralidad nace de la división de lo uno, entendido como inteligible; y de la multiplicación de lo uno entendido como este ente real uno.
----------Por consiguiente, ningún ente real y concreto es idéntico a otro, salvo en el aspecto específico o genérico: Tizio es idéntico o igual a Caio en cuanto son hombres. Pero Tizio en cuanto Tizio, y Caio en cuanto Caio, son diferentes. Por lo tanto, lo universal real es la misma esencia presente en todos los individuos (unum in multis) e identificada con cada uno, más allá de sus caracteres individuales. En cambio, el ser de cada ente real es diferente del ser de cada otro ente real.
----------El ente confuso, vago o indeterminada de nuestra imaginación o ese ente abstracto matemático o lógico, debe ser bien distinguido del ente real. El principio de indeterminación de Heisenberg no significa la posibilidad de entes indeterminados, sino la imposibilidad experimental de medir simultáneamente el movimiento y la posición de una partícula elemental, lo que no concierne a la metafísica, sino a la física.
----------Ahora bien, el principio de no-contradicción se enuncia así: "Es imposible que una cosa sea y no sea simultáneamente bajo la misma relación" (cf. el ya mencionado Comentario de Santo Tomás al libro IV de la Metafísica de Aristoteles, de la lectio XV a la XVII). Pero lamentablemente es posible negar la evidencia o contradecirse o jugar entre el sí y el no, aunque esto sea pecado de necedad o pecado de hipocresía o pecado de astucia. Por eso es un preciso deber moral el no contradecir lo verdadero, no negarlo, sino reconocerlo francamente y humildemente (la rebelión originaria contra la verdad, según el relato bíblico, proviene del demonio, en Gen 3,4. Por eso, Cristo lo llama "padre de la mentira").
----------La dialéctica hegeliana pasa por ser una "reforma" del principio aristotélico de identidad. Pero en realidad no se trata de otra cosa más que de la inclusión del tercero excluido, lo que produce una "síntesis" entre el sí y el no. Hegel pretendió entonces justificar esta fantasiosa invención en base al principio de no-contradicción por él "reinterpretado". En cuanto a René Descartes, el filósofo francés juzgó despreciativamente el principio de no-contradicción como "tautología". En realidad, es útil para refutar su sistema (sobre el principio de no-contradicción, véase: J. Maritain, Sept leçons sur l’ȇtre et les premiers principes de la raison spéculative, Téqui, Paris 1934, Leçon 5; T.Alvira-L.Clavell-T.Melendo, Metafísica, Le Monnier, Florencia 1987, c.III; J.Villagrasa, Metafisica, II, Ateneo Pontificio Regna Apostolorum, Roma 2009, cap.9).
----------He dicho líneas arriba que lamentablemente es posible negar la evidencia. El Catecismo de San Pío X incluye este pecado entre los "Seis pecados contra el Espíritu Santo": "impugnación de la verdad conocida". No está en buena fe y peca de soberbia quien niega la verdad evidente o pretende que sea demostrada o niega una verdad que, por su competencia -por ejemplo, un teólogo-, debería reconocer y que está obligado a saber, o quien, convencido de error, no se rinde, por ejemplo los fariseos frente a Cristo.
----------Como ya en su tiempo había observado Aristóteles, un contenido absurdo o contradictorio (por ejemplo, un círculo cuadrado o una montaña sin valles) ni siquiera puede ser objeto de nuestro pensamiento, porque es un pensamiento que se auto-destruye a sí mismo.
----------Quien se contradice, se refuta por sí solo, aunque sea deber del crítico mostrar la contradicción. Puede suceder que un filósofo quiera mostrar una contradicción donde no la hay, como por ejemplo ha intentado hacer Kant, negando valor a las pruebas racionales de la existencia de Dios. Y entonces es él quien se contradice y se refuta a sí mismo. Pero esto también debe ser demostrado por el filósofo sabio (véase por ejemplo, A.Zacchi, Dio. La negazione, vol.I, Editore Francesco Ferrari, Roma 1946). Pero el errante soberbio no cede, no se rinde. De hecho, captamos y reconocemos la verdad sólo si nos adecuamos -adaequatio-, "obedecemos" humildemente a lo real (es en el plano gnoseológico donde se aplica ante todo la frase de Cristo: "Quien se enaltece será humillado, y quien se humilla será enaltecido", de Lc 14,11), sin la pretensión de "ponerlo" (setzen), como creía Fichte. Pero el rebelde, el soberbio, el impostor y el mentiroso es un suicida del pensamiento, un "punidor de sí mismo", un eautontimorúmenos, según el título de una comedia de Terencio.
----------Después de todo, cada castigo, incluso el así llamado "castigo divino", incluido la pena del infierno, es un daño que el pecador se hace a sí mismo. El error oculta la contradicción, pero la contradicción no aparece inmediatamente a la mente humana, de lo contrario su contenido repugnaría inmediatamente a la razón, a menos que el errante sea un demente o quiera bromear.
----------Del fundamentalísimo principio de no-contradicción se deriva inmediatamente el principio del tercero excluido: todo ente o es tal ente o no es tal. No existe una tercera posibilidad. Por tanto, toda proposición o es verdadera o es falsa. Todo fin o es bueno o es malo.
----------Por consiguiente, nadie puede sustraerse a la elección entre el bien y el mal. La única posibilidad es que juzgue mal al bien y juzgue bien al mal. Esto es precisamente lo que les sucede a los buenistas, para los cuales, dado que según ellos toda acción humana es "buena", es decir, buena-mala, también consideran bueno el mal y, por tanto, para ellos incluso son buenas las acciones malas. Naturalmente, los únicos que son absolutamente buenos y regulan acerca del bien y del mal son ellos.
----------Por lo tanto, incluso el buenista está obligado a aceptar el principio de no-contradicción y lo que se deriva de él. Sólo que él acaba, por un lado, haciendo coexistir los contradictorios (el mal es bien), y por otro lado, encuentra contradicción donde no la hay (rechazando la oposición entre bien y mal).
----------Sin embargo, es imposible no chocar con el mal. El problema es el de saber cuál es el verdadero mal y oponerse a él. Quiere decir entonces que o nosotros vencemos al mal o el mal nos vence a nosotros. Es imposible no oponerse al mal; todo se trata de ver lo que para nosotros es mal. Quien en la vida se niega a luchar y sufrir por la verdad y la justicia, no es un amante de la paz, sino un vil cobarde y un oportunista, que acabará por oponerse a los verdaderos pacíficos y poniéndose de parte de los prepotentes. Ese tal será vencido por el demonio y arrastrado por el demonio al infierno.
   
La verdadera edificación de la paz
   
----------Los celos divinos, por tanto, muy lejos de mostrar a un Dios opresivo, posesivo, agresivo y belicoso, son la expresión de una perfecta lealtad y de inmenso celo y amor por el hombre y, como resulta claramente de la Escritura y de la sana razón teológica, indican los caminos para la liberación del mal, para la resolución de los conflictos y para la consecución de la verdadera paz.
----------De hecho, el verdadero pacífico y constructor de paz, como enseñan la Escritura y el sentido natural de justicia, sabe muy bien que la paz y la guerra no se oponen en sentido absoluto o radicalmente como el bien y el mal. Sino que puede haber una justa guerra (para Santo Tomás ella es expresión de la virtud de la fortaleza: Sum.Theol. II-II, q.123, a.5), que sirva para defender o conquistar la paz. En este sentido se aplica el lema romano "si vis pacem, para bellum". De ahí el imperativo de Virgilio "debellare superbos". Por eso, María canta: "Él ha mostrado el poder de su brazo, ha dispersado a los soberbios en los pensamientos de sus corazones, ha derribado de sus tronos a los poderosos, ha enaltecido a los humildes" (Lc 1,51-52).
----------Por otra parte, una paz que sea simplemente un orden exterior impuesto por el tirano, que intimida al pueblo sofocando a toda oposición y narcotizando al pueblo mediante la ilusión de que todo va bien, mientras las injusticias quedan impunes, los prepotentes se aprovechan de ellas, el descontento perturba internamente los espíritus y las conciencias, no puede ser una verdadera paz, sino un atormentador conflicto, más amargo y nefasto que una conflictualidad externa y visible.
----------Nuestro Señor Jesucristo pide una fuerte energía, que es el esfuerzo ascético (Mt 11,12), para la conquista del reino de los cielos, y admite el uso de la fuerza para las necesidades del mundo presente (Jn 18,36). "La vida espiritual del cristiano no es pacifica, linear y sin desafíos, al contrario, la vida cristiana exige un continuo combate: el combate cristiano para conservar la fe, para enriquecer los dones de la fe en nosotros", acaba de decir el papa Francisco en la Audiencia general del miércoles 3 de enero.
----------Sin embargo, la fuerza que se necesita para la conquista del reino de los cielos no es tanto la fuerza de las armas, sino ante todo la fuerza interior, necesaria para dominar las pasiones, llevar la cruz (Jn 18,36) y para vencer "los principados y las potestades, los dominadores de este mundo de tinieblas, contra los espíritus del mal que habitan en las regiones celestiales" (Ef 6,12).
----------La paz terrena es fruto de la lucha humana; pero ciertamente es siempre imperfecta y precaria; en cambio la paz del reino de los cielos es don de Dios (Jn 14,27), de especial modo del Espíritu Santo (Rm 8,6; 14,17; Gal 5,22; Ef 4,3), fruto del sacrificio de Cristo, y colma de modo sobreabundante el deseo humano de paz. La paz es, en efecto, uno de los grandes dones mesiánicos y uno de los principales objetivos del Cristianismo en la historia del mundo (cf. Jn 14,27; Jn 16,33; Ef 2,14; 2,17; Col 3,15; 2 Tes 3,16).
----------Nuestro Señor Jesucristo es el Príncipe de la Paz. Ante Él, sin embargo, los hombres deben elegir: o por Él o contra Él (cf. Mt 12,30). O amar a Cristo u odiar a Cristo. No se puede decir sí y no: hacerlo así significa servir a dos señores (cf. Mt 6,24). Por tanto, es necesario combatir con Cristo a los enemigos de Cristo. Por eso dice: "No he venido a traer la paz, sino una espada" (Mt 10,34).
----------Sin embargo, la acción bélica, para ser legítima y virtuosa, aún cuando las pasiones entran en juego, siempre debe estar guiada por la razón. El combatir irracionalmente o por odio, puede tal vez asegurar una victoria a los bárbaros o a los criminales, pero no ciertamente con honor y gloria, o bien es la mejor manera de perder la guerra, como les ocurrió a los nazis, después de tan estrepitosas cuanto vanas victorias, justamente condenadas en Nuremberg, aparte de la locura de su causa.
----------Está claro que es necesario lealtad en el combatir y que no hay que dejarse llevar por el odio. De hecho, no debemos confundir una justa y moderada ira con el odio. La primera se puede llamar justa venganza, que es aquella que santo Tomás llama vindicatio (véanse, por ejemplo, las palabras de Jesús al guardia que le abofeteó: "si he hablado mal, muéstrame dónde está el mal; pero si he hablado bien, ¿por qué me pegas?", Jn 18,23). El Aquinate, por otra parte, es muy consciente del riesgo de que la venganza conduzca al odio o al rencor, que es voluntad de hacer daño (lo que la Escritura llama "devolver mal con mal" en Rm 12,17. Pero la justa venganza es un bien), lo cual es contrario a la justicia y a la caridad.
----------Por cuanto respecta a la lealtad en el combatir, reléanse los pasajes de 2 Tim 4,7 y 1 Cor 9,26. Las antiguas Órdenes de Caballería eran muy exigentes en el prescribir a sus miembros la lealtad en el combate, además de, se entiende, exigir una causa justa. Tanto es así que, como se sabe, existieron incluso órdenes religiosas militares. Tal fue el caso de la Orden de los Templarios. Y santo Tomás de Aquino, entre las diversas formas de vida religiosa, menciona también ésta: Summa Theologiae II-II, q.188, a.3.
----------Y, sin embargo, santo Tomás admite que la vindicatio puede estar justificada en ciertos y determinados casos, es decir, cuando "el hombre rechaza lo que le es nocivo por el hecho de que se defiende de las injurias, para que no le sean infligidas, o bien se venga de las injurias ya recibidas, pero no con la intención de dañar, sino con la intención de quitar lo que le daña" (Sum.Theol. II-II, q.108, a.2). Está claro que aquí santo Tomás habla del ofensor impenitente y que el arrepentido debe ser perdonado. Sólo Dios, según la Escritura, es siempre justo en la venganza (Dt 32,41; Is 34, 8; 61,2; Mi 5,14; Lc 21,22; Rm 12,19; 2 Tes 1,8). A Él, a ejemplo de Cristo (1 Pe 2,23), debemos encomendar nuestra causa, cuando los hombres no nos hacen justicia.
----------Debemos, por cierto, orar y ofrecer sacrificios por la conversión de nuestros enemigos, y estar dispuestos a perdonarlos; pero está claro que, si no se convierten, existe para ellos condenación eterna, porque en el fondo son enemigos de Dios. Quien es enemigo del hombre, es enemigo de Dios.
----------Por lo tanto, cuando nuestro Señor Jesucristo nos manda amar al enemigo, no pretende excluir que nuestro enemigo, cuando es justo hacerlo, no deba ser castigado ni combatido y vencido. El amor por el enemigo, por otra parte, no puede ser en absoluto amor por sus malas acciones, que por el contrario deben ser reprobadas o rechazadas, sino que es aprecio por sus lados buenos, es el saberlo soportar pacientemente, es la disponibilidad a perdonarlo, orando por él.
----------Jesús ha sido hostigado por los enemigos de la paz, Él es "piedra de tropiezo" (Rm 9,32), "signo de contradicción" (Lc 2,34); propiamente: antilegómenon, o sea "contradicho". Los malvados no van de acuerdo con Cristo, lo "contradicen" y le hacen la guerra; y Él, por su parte, que es el Príncipe de Paz, sin embargo, para esta ocasión, desenvaina la espada de la Palabra y con ella los hiere.
----------Jesús, por tanto, no puede estar de acuerdo con los malvados, pero sólo porque son ellos los que se oponen al acuerdo, no aceptando la base establecida por Él, que es la justicia. De hecho, si el hombre no está de acuerdo con Dios, Dios no puede estar de acuerdo con el hombre. Si el hombre ama el pecado, por fuerza entra en desacuerdo con Dios. Y Dios, por amor de la paz, no puede aprobar el pecado.
----------Cristo, de hecho, de por sí, quiere la paz con todos. Sin embargo, como bien sabemos, es justamente polémico contra quienes no quieren la paz, porque no aceptan ese amor a la verdad, que es condición para la verdadera paz. Por eso Él arremete contra los hipócritas, a quienes apostrofa con severos títulos: "¡serpientes, raza de víboras!" (Mt 23,33), "sepulcros blanqueados" (Mt 23,27). Y no se puede decir que aquí a Jesús le faltara caridad; sólo que la caridad, cuando es necesaria, sabe ser también severa.
----------En cambio, para el pacifista típico de nuestros días, resulta malo oponerse al mal. Él, cuidando de salvar su pellejo de cualquier modo, acabará por ceder ante la mínima contrariedad y por asustarse al golpe de tos del tirano, dispuesto a adularlo lo más posible. O bien se hace el héroe desafiando a las autoridades débiles, mansas y pacíficas. O bien se une codo a codo al rebaño del pastor modernista.
----------Entonces, seamos honestos y digámoslo con pocas palabras: todo esto quiere decir que el pacifista buenista confunde el bien con el mal y el mal con el bien, porque en cambio, si tienes la fuerza, debes oponerte al mal. De lo contrario debemos soportarlo con tenacidad y perseverancia, con la esperanza de la victoria del bien. En efecto, como observa santo Tomás, la paciencia es la forma más perfecta de fortaleza (Summa Theologiae II-II, q.123, a.6), la cual, en la forma de la agresión o de la lucha, siempre según el Tomás de Aquino, moderada por una justa ira (ibid., a.10), soporta la fuerza adversa.
----------El pacifismo entendido como rechazo absoluto al uso de la fuerza, rechazo a la lucha armada, a las sanciones penales, y por tanto a los castigos divinos, no es amor por la paz, sino vil cobardía y claudicación ante el mal, por lo que al fin de cuentas se convierte en una aprobación de la violencia, de las injusticias y de la opresión. Termina por ser connivencia con el mal y complicidad con el pecado. La autoridad no puede dejar de castigar los delitos; quiere decir entonces que, si no castiga justamente, castigará injustamente. Para liberar a los oprimidos y a los que sufren, puede ser necesario el uso de la fuerza. ¿Y esto no es trabajar por la paz?

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