Hoy muchos fieles se ofenden, si el predicador les recuerda que Dios castiga el pecado y que ciertos acontecimientos dolorosos pueden ser castigos divinos. Ellos se sienten inocentes y sólo merecedores de ser compasionados. El predicador, en opinión de ellos, parte de la idea de un Dios cruel, sin misericordia. Por tanto, es urgente que el buen predicador rectifique estas ideas, dejando claro que debemos confiar ciertamente en la misericordia divina, pero la confianza en ella, para no convertirla en vacua, está condicionada a la observancia de los divinos preceptos, "trabajando por nuestra salvación con temor y temblor" (Fil 2,12). [En la imagen: una placa de metal colocada en una roca de piedra cerca del área de estacionamiento y el mirador en Hawksworth Road, al norte de Baildon, West Yorkshire, Inglaterra. Es el texto de Apocalipsis 14,7: "Temed a Dios y glorificadle, pues la hora de su juicio ha llegado: y adorad a Aquel que creó los cielos y la tierra, el mar y las fuentes de agua"].
El santo temor de Dios
----------No es posible una reflexión teológica correcta y útil sobre el problema de los castigos de Dios, sin acompañarla de la consideración de esa virtud religiosa fundamental, insistentemente alabada y recomendada por la Sagrada Escritura, que es el temor de Dios.
----------El temor de Dios (en hebreo yireat Jahve), según la Escritura, es una actitud de interior y exterior reverencia y sumisión absoluta (en árabe: islám) hacia la suprema y excelsa majestad divina, sabia y omnipotente, de la cual nos sentimos depender totalmente como sus creaturas, un Dios que nos da la ley de nuestra felicidad, desobedeciendo a la cual, somos eternamente infelices. La persona temerosa de Dios es el piadoso (en hebreo chassíd, pius, eusebes), término que se refiere al culto, y es el justo (en hebreo zaddíq), término que se refiere a la conducta moral. En el cristianismo es el santo.
----------El temor de Dios, para la Escritura, constituye el inicio (Sal 111,10) y el culmen de la sabiduría (Sir 9,29). El inicio, porque nos hace evitar el pecado por el temor al castigo (timor servilis, santo Tomás de Aquino, Summa Theologiae, II-II, q.19, a.2), pero sobre todo por el temor de ofender a Dios (timor filialis, Ibid.); el culmen, porque, habiendo vencido el pecado, nos inclinamos dichosos ante la majestad divina. En el profeta Isaias, el temor de Dios es uno de los dones del Espíritu del Señor, que se posará sobre el Mesías (Is 11,2-3). Sobre este aspecto escatológico, santo Tomás sostiene que el don del temor está presente también en la bienaventuranza celestial, más allá de los contingentes acontecimientos terrenos (Summa Theologiae, II-II, q.19, a.9).
----------La Escritura distingue un temor de los hombres del temor de Dios: el primero es llamado también "temor mundano" (timor mundanus, Ibid., a.3) o "respeto humano". El primero es el temor de ofender, contrariar, desagradar o disgustar, por miedo o por conveniencia o para obtener favores, a los enemigos de Dios o el temor de su venganza, en el caso de que nosotros permanezcamos fieles a Dios.
----------En cambio, el temor de Dios es aquel que no nos hace temer las amenazas de los malvados, por amor al Señor y por la consideración del daño mucho más grave que proviene de desobedecer a Dios. Es ese temor que nos hace poner en práctica el mandamiento del Señor: "No teman a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. Teman más bien a aquel que puede arrojar el alma y el cuerpo a la Gehena" (Mt 10,28).
----------El Antiguo Testamento presenta una humanidad, la cual, horrorizada y confundida por su pecado, no tiene el coraje de acercarse a un Dios airado. Incluso, existe la convicción de que ver el rostro de Dios significa morir (Lv 16,13; Nm 4,20; Jue 6,23; 13,22), por lo cual son admirados aquellos que, como Moisés, corren el riesgo de acercarse a Dios y ser gratos a Él.
----------La humanidad que presenta el Antiguo Testamento, no se atreve a intentar una relación directa con Dios, sino que se confía únicamente en la mediación de Moisés o en la de los profetas, aunque suceda que su mensaje, que a veces amenaza castigos divinos por los pecados o interpreta como castigos divinos ciertas desgracias, no sea para nada grato a los impíos, por lo cual sucede que el profeta es perseguido o asesinado por estos anuncios. En cambio, son comprensiblemente gratos a los rebeldes a Dios los falsos profetas, los cuales llaman bien al mal o aseguran a los impíos la impunidad.
----------La Escritura presenta repetidamente y de muchos modos a Dios como "terrible". A veces simplemente pretende infundir un santo temor (Dt 7,21; 10,17; 28,58; Sal 47,3; 68,36; 76,8; 89,8; 99,3; 111,9). Otras veces presenta a Dios como terrible para sus enemigos (Sof 2,11; Ml 1,14; 3,23). El "Día del Señor" será espantoso. Dios es el espanto y el terror de los impíos (2 Cr 17,10; Sab 5,2; 6,5; 17,3; Is 2,10; 33,14; Jer 15,8).
----------El impío actúa con arrogancia y se muestra seguro de sí mismo, pero en su intimidad está agitado y atormentado. Intenta silenciar su conciencia, pero no lo logra. Su orgullo le induce a dar muestras de tranquilidad; le gustaría hacer tambalear la certeza del justo que se le opone, y convencerle de que se puede vivir incluso sin Dios. Quisiera refutar al justo, pero sabe que él tiene razón. No le queda eventualmente sino oponerse a él con violencia. Pero también el justo en la prueba puede experimentar espanto ante Dios (Job 4,14; Sal 88,17). En el episodio de la transfiguración Pedro, Santiago y Juan sienten miedo (Mc 9,6).
----------El temor de Dios no se debe confundir con el "miedo" (Gen 3,10) a Dios. El miedo es el de quien, habiendo pecado, falta a la confianza en la misericordia de Dios, teme que Dios pueda hacerle daño, lo ve como un enemigo. Odia su castigo, casi como si fuera cruel y no sabe apreciar su justicia. Y termina por odiar al mismo Dios, en cuanto castigador. En cambio, gracias al temor de Dios, sabemos que Él es nuestro supremo bien, por lo cual si nos debiera faltar, nos faltaría todo.
----------Con la venida de nuestro Señor Jesucristo, es ofrecida a la humanidad, mediante la vida de la gracia, la posibilidad de una intimidad y una comunión con Dios hasta entonces absolutamente desconocida. Ya no somos "siervos", sino "amigos" de Dios (Jn 15,15). Ya no somos simples "hombres naturales" (1 Cor 2,14), sino hijos de Dios. Ahora, no sólo ya no se muere si se ve a Dios, sino que de hecho la beatitud consiste precisamente en el ver a Dios "cara a cara" (1 Cor 13,12) tal como Él es.
----------La ética deviene más exigente y más noble, sobre todo desde el punto de vista interior, porque el hombre es llevado a una mayor perfección, pero al mismo tiempo es mayor la misericordia hacia la fragilidad humana. El temor de Dios permanece, o más bien deviene más delicado, atento y premuroso; el temor al castigo continúa ciertamente para hacer evitar el pecado, pero se teme ante todo ofender al Amado. Se evita obviamente caminar por el borde del barranco, sabiendo lo que pasaría si nos desviamos del sendero; pero sobre todo se está en el medio del sendero porque se quiere llegar a la meta.
----------La ética cristiana no está en el indicativo, sino en el condicional. No se trata de anunciar que seremos o seamos salvos, sino que podemos salvarnos, o que nos salvamos, si observamos los mandamientos. "Si no os convertís, todos pereceréis del mismo modo" (Fil 2,12; Lc 13,5). Cristo no nos asegura sic et simpliciter que no moriremos. Nos promete la vida, pero a condición de que observemos los mandamientos.
----------No podemos pretender confiar y esperar en Dios, si no cumplimos las condiciones que Él nos pone. Porque, si no las observamos, muy lejos de tener la vida, tendremos la muerte. Confiar en Dios sin su temor, sin "temblor y temor", es una falsa confianza, una gran necedad o locura, y camino directo a la perdición. Muy lejos de alejar los castigos, nos los acarreamos sobre nosotros.
----------San Juan muestra que el amor debe prevalecer sobre el temor: "En el amor no hay lugar para el temor: al contrario, el amor perfecto elimina el temor, porque el temor supone un castigo, y el que teme no ha llegado a la plenitud del amor" (1 Jn 4,18).
----------Juan no pretende decir que quien ama ahuyenta toda forma de temor, sino sólo aquel temor servil y egoísta que mira solo o prevalentemente a su propio interés y ve en el castigo no el llamado de un Dios de amor, sino sólo un daño al propio yo. Como hace notar santo Tomás de Aquino, a nadie le está prohibido amar a Dios sobre todo y al mismo tiempo amarse a sí mismo con un amor honesto o sanamente interesado (Summa Theologiae, II-II, q.19, a.6).
----------He aquí que entra en juego un sano amor interesado y un lícito temor a recibir daños. La pureza del amor de Dios no excluye que, poniendo siempre a Dios en la cima de nuestros pensamientos, tengamos un ojo para nuestros legítimos intereses, sobre todo aquellos más sagrados, contrariamente a cuanto creía Fénelon, es más, debemos tener este ojo, porque es Dios mismo quien lo quiere.
----------Tanto el impío como el santo no temen el castigo, sino por motivos opuestos: el santo porque evita y odia el pecado y por tanto el castigo; el impío, porque odia a Dios. El impío no teme el castigo porque no teme a Dios y por lo tanto no teme pecar, y le tiene sin cuidado el castigo; el santo no lo teme porque teme a Dios y teme pecar, por lo cual no teme ser castigado.
----------Los malvados castigan a quienes obedecen a Dios o quieren obligarlos a desobedecerle bajo amenaza de castigos. No se deben temer estos castigos para no ofender al Señor, porque, si lo hiciéramos, seríamos castigados con un castigo mucho más severo. Esto significa temer al Señor. Del temor mundano hay que escapar y despreciarlo con decisión y valentía, si es necesario, hasta afrontar el martirio. El que teme el posible castigo, que pueda venir del Señor, no teme el que pueda venir de los hombres enemigos de Dios, porque el primero es mucho peor que este segundo, y la gloria que viene por obedecer a Dios es inmensamente superior a la que puede venir del mundo.
----------Si Dios infunde temor enviando desgracias o aflicciones es sólo para volver a llamar a los pecadores al recto camino o inducir a hacer penitencia o para probar a los buenos en su paciencia e inducirlos a ofrecer sacrificios por la conversión de los pecadores. Sabios son aquellos que saben comprender esta lección divina y sacar de ella ocasión para avanzar en las virtudes. Enfadarse por haber sido advertidos por un profeta y dejar de lado los pasajes evangélicos que nos advierten, basándose en una falsa confianza, significa ir al encuentro "cito et velociter", como decía Savonarola, de los castigos más severos.
----------En base a esto, hay que decir que hoy es necesaria una reforma de la predicación cristiana. Junto al anuncio del Dios misericordioso, es necesario volver a enseñar el santo temor de Dios, evitando ciertos excesos del pasado, y sin renunciar a la mayor comprensión de la grandeza de la divina misericordia, propia de la espiritualidad moderna, piénsese en un santa Teresa del Niño Jesús o una santa Teresa de Calcuta.
----------Es necesario presentar la misericordia de tal manera de no dar la impresión de que ella, por excesiva tolerancia, acabe por acariciar o cohonestar los vicios, de modo que los fieles se apoltronen en el pecado, convencidos de que de todos modos son perdonados. La condescendencia no debe parecer connivencia y la indulgencia no debe parecer permisivismo.
----------Tomando inspiración en las enseñanzas ofrecidas por la Sagrada Escritura, el buen pastor debe dejarse iluminar y guiar por el temor de Dios, tanto al dar directivas prácticas como en la lectura de los acontecimientos, especialmente las desgracias personales y colectivas. El pastor debe advertir al impío que, si peca, "morirá por la iniquidad que cometió" (Ez 33,13). Debe escuchar la palabra del Señor: "Cuando yo diga al malvado: 'Vas a morir', si tú no hablas para advertir al malvado que abandone su mala conducta, el malvado morirá por su culpa, pero a ti te pediré cuenta de su sangre" (Ez 33,8).
----------Asi de modo similar, el buen pastor, tomando inspiración de los numerosos episodios narrados por la Sagrada Escritura y sobre todo en relación con la historia del pueblo de Israel, debe ayudar a los fieles para poder hacer una lectura de fe de las desgracias, también exhortando a prodigarse generosamente en el socorro hacia los más desdichados y los que más sufren en este mundo, para rastrear en esas desgracias el castigo divino de los pecados y un saludable llamado a la conversión.
----------El buen pastor, precisamente porque teme a Dios, debe ser signo y ministro de la justicia divina. Cuando sea necesario, debe hacerse temer no por su prepotencia, sino por su sabiduría, de modo tal de suscitar en los pecadores, por su intermedio, un saludable temor de Dios.
----------El buen pastor debe practicar y enseñar una misericordia fundada sobre el temor de Dios, lo que quiere decir que las obras de la misericordia, para favorecer la salvación del prójimo, deben regularse no sobre un concepto subjetivo de misericordia agradable al mundo, sino sobre una humilde y concienzuda atención a cómo Dios mismo quiere que seamos misericordiosos, a costa de aparecer a algunos incluso crueles.
----------Por ejemplo, si el pastor amonesta a ciertos pecadores empedernidos, ellos puede que lo tomen mal, pero en realidad él ha hecho una obra de misericordia. A la inversa, evitar corregir o callar la reprensión o la advertencia, cuando se lo debería hacer, no es misericordia, sino vil oportunismo, no es temor de Dios, sino que es temor mundano, que atrae el castigo divino sobre el pastor.
----------El buen pastor debe ciertamente respetar la conciencia de cada uno, pero al mismo tiempo debe iluminarla, llamándola a sus propias responsabilidades, y recordando las consecuencias penosas y penales del pecado. Debe sacudir las conciencias adormecidas con oportunas admoniciones y advertencias, recordando la seriedad del compromiso cristiano y de los valores que ello pone en juego, como el buen médico que advierte al paciente que, si no adopta el tratamiento, corre el riesgo del infarto. Dice el proverbio: "El médico piadoso gangrena la herida". El infierno es mucho peor que el infarto.
----------Hoy muchos fieles se ofenden, si el predicador les recuerda que Dios castiga el pecado y que ciertos acontecimientos dolorosos pueden ser castigos divinos. Ellos se sienten inocentes y sólo merecedores de ser compasionados. El predicador, en opinión de ellos, parte de la idea de un Dios cruel, sin misericordia.
----------Por tanto, es urgente que el buen predicador rectifique estas ideas, dejando claro que debemos confiar ciertamente en la misericordia divina, pero la confianza en ella, para no convertirla en lo que el Concilio de Trento llama, contra Lutero, "inanis haereticorum fiducia" (Denz.,1533-1534), está condicionada a la observancia de los divinos preceptos, "trabajando por nuestra salvación con temor y temblor" (Fil 2,12).
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