Hoy en día está muy extendida la idea de que todos después de la muerte volamos de inmediato al paraíso del cielo. Pero si vas a mirar su modo de pensar y de vivir, te darás cuenta de que no lo saben, porque por su vida se puede suponer que, al fin de cuentas, a esta clase de personas, el cielo no les interesa demasiado. [En la imagen: fragmento inferior de "Almas del purgatoio", óleo sobre lienzo de Giuseppe Costa, del siglo XIX].
Las condiciones de vida de las almas purgantes
----------El alma que se encuentra en el purgatorio esperando ingresar al paraíso del cielo, se halla en un estado de alegría profunda que nadie le puede quitar, porque, a diferencia de cuando estaba aquí abajo, cuando no estaba del todo segura de su propia salvación y temía poderse perder, ahora está cierta de ser salva, siente con absoluta certeza haber alcanzado una inocencia indefectible, siente con infinita satisfacción y consolación ser grata a Dios, ha hecho su elección irrevocable por Dios, ha escuchado la sentencia de absolución del Juez divino, da un enorme suspiro de alivio, ha pasado el examen, ha sido promovida.
----------La justicia divina, ciertamente, exige todavía un perfeccionamiento; el proceso de purificación y de expiación es de hecho penoso y doloroso; el alma es como oro que se encuentra en el crisol; pero existe el pleno consenso a la operación de la divina justicia, dulce e imbuida de misericordia; el dolor es grande, el fuego quema, pero no importa; lo acepta de buen grado, tanta es la alegría que siente al mismo tiempo y hace como el paciente que de buen grado se pone en manos de un cirujano de confianza.
----------El alma purgante aún no ha alcanzado la beata visión: son necesarios algunos retoques y ajustes finales operados por el divino Artista, a fin de que ella alcance esa belleza, que la haga digna de ser admitida a la presencia del Esposo; pero la espera no será larga y podrá ser abreviada con la ayuda de los propios seres queridos y de las almas generosas que quedan aquí en la tierra. Mientras tanto, en compañía de las otras almas purgantes y asistida por el ángel custodio, benignamente cuidada por la Virgen, el alma pasa su tiempo para interceder por las necesidades de aquellos de nosotros que aún quedamos en la tierra en los peligros, en las tentaciones, en las pruebas, en las angustias, en los pecados y en los sufrimientos.
----------Ciertamente, la doctrina del purgatorio está muy en consonancia con la condición común del hombre, que por una parte huye de la maldad intencional y deliberada, pero por otra parte no tiene el impulso de los estados heroicos, le cuesta comprender el valor de una felicidad puramente espiritual y tiende por tanto a la mediocridad: es cierto que ama a Dios pero también es cierto que ama al mundo. Hoy en día está muy extendida la idea de que todos después de la muerte volamos de inmediato al paraíso del cielo. Pero si vas a mirar su modo de pensar y de vivir, te darás cuenta de que no lo saben, porque por su vida se puede suponer que, al fin de cuentas, a esta clase de personas, el cielo no les interesa demasiado.
Debemos hacer de modo de ir al cielo inmediatamente sin pasar por el purgatorio
----------Es equivocadísima la convicción, hoy en día de muchos, que no creen en el purgatorio, y tampoco creen en la necesidad de expiar nuestros pecados, con el pretexto de que Dios es bueno y comprensivo, convicción ilusoria, de ir inmediatamente y sea como sea al paraíso del cielo, aunque las hubiéramos hecho de todos los colores, como si la adquisición del cielo fuera una especie de automático e inevitable retiro o jubilación, en base a la antigüedad del trabajo y a un acuerdo sindical con la patronal.
----------No es así en absoluto, para nada, podemos estar seguros. Pues para poder tener la certeza de ir inmediatamente al paraíso del cielo, es necesario mantener durante toda la vida la mirada fija en Dios como supremamente amado y fin último, sin anteponer nada a Él ni poniendo nada en pie de igualdad con Él, dispuestos a dejarlo todo para no perderlo a Él, para lo cual es necesario un continuo trabajo de fervorización, de consolidación de las propias convicciones de fe, de continua penitencia y purificación de los propios pecados, un continuo esfuerzo para progresar en las virtudes y una lucha continua contra el pecado, la carne, el mundo y Satanás, siempre en un santo temor de Dios y evitando esa imprudente y descarada arrogancia que nace de aquella que es la idea luterana de la justificación forense, que no es en absoluto confianza en Dios, sino que es un tentar a Dios, como para acentuar su ira en lugar de aplacarla, una actitud que esconde, bajo el color de la humildad, la arrogante auto-referencialidad hacia sí mismo de nuestro propio yo.
----------Si queremos estar seguros de ir inmediatamente al cielo, debemos en cambio organizar nuestra vida de tal manera que podamos hacer nuestro purgatorio ahora, de modo tal que cuando debamos comparecer ante el tribunal de nuestro Señor Jesucristo, estemos purificados de toda mancha, hayamos saldado todas nuestras deudas, tengamos las cuentas en orden, dispongamos de muchas ganancias para ofrecer a Dios obtenidas del usufructuar bien nuestros talentos, hayamos dado suficientes satisfacciones, hayamos expiado y reparado lo bastante. Abundar en las penitencias es de sabios; de esta manera estaremos más seguros de haber pagado o expiado lo suficiente, para no correr el riesgo de no haber pagado lo que debíamos.
----------Además, para estar seguros de ir inmediatamente al paraíso del cielo, es necesario que nos animemos por todos los medios de aquello que santa Catalina de Siena solía llamar el "inflamado o ardentísimo deseo", vale decir, debemos encendernos de una fortísima voluntad, debemos llenarnos de entusiasmo, inflamarnos de intensa caridad, dejarnos guiar por el Espíritu Santo y por el ángel custodio, debemos partir de firmísimas convicciones de fe, conocer bien el camino y recorrerlo a toda velocidad, a la carrera, como dice la amada del Cantar de los Cantares (Ct 4,4), con todas nuestras fuerzas, como si tuviéramos que competir en el estadio, según la comparación que nos ofrece el mismo apóstol san Pablo (1 Cor 9,24).
----------Debemos habituarnos a la guerra, guerra sin embargo no tanto exterior, aunque también es necesario defendernos de enemigos externos, cuanto más bien interior contra las pasiones que nos ciegan y nos inducen al pecado y contra los poderes satánicos, que con su astucia quisieran seducirnos, con sus halagos quisieran hacernos alzar arrogantemente la cabeza, poderes satánicos que al insinuarnos sentimientos de culpa quisieran descorazonarnos, con sus insidias y trampas quisieran hacernos caer, con sus acusaciones quisieran abatirnos y desalentarnos, y con sus amenazas quisieran asustarnos.
----------Es necesario hacer de modo tal como para no tener ninguna ligazón o ningún entendimiento con el demonio, para que así podamos excluir cualquier influencia de él en nuestra vida. De hecho, ir al paraíso del cielo significa estar totalmente libre del demonio y de sus artimañas, astucias, y falsedades. En cambio, corremos el riesgo del purgatorio, si no hay en nosotros esta total voluntad de no ceder o no aceptar en absoluto sus razonamientos, sus seducciones, sus lisonjas y sus tentaciones.
----------Va inmediatamente al cielo quien sirve a Dios con total coherencia, sin dobleces ni compromisos con el mundo. En cambio, quien no renuncia del todo al mundo va al purgatorio; sirve a Dios, pero también ama al mundo. Es atraído por Dios, pero también por el mundo. Teme a Dios, pero también al mundo. Ciertamente trabaja para Dios, pero también hace una contribución al mundo. Ama a los amigos de Dios, pero también a los del mundo. Sigue los caminos de Dios, pero también las astucias y las vanidades del mundo.
----------Va al paraíso del cielo quien gusta las primicias del Espíritu, quien disfruta de la caparra del Espíritu Santo. Va al purgatorio quien busca, sí, el paraíso del cielo, pero también está satisfecho con este mundo. Se prepara, sí, para el paraíso del cielo, pero está bien también aquí. Sin embargo, hay que prestar atención y tener cuidado de que estas primicias no son tanto una condición del alma separada, casi como si se tratara de liberarse del cuerpo, sino que sea la experiencia de la resurrección del cuerpo.
----------Quien va al purgatorio, en cambio, cree, ciertamente que sí, en la resurrección, pero lo cree de modo muy abstracto, como si la resurrección nada tuviera que ver con la vida presente, y estuviera totalmente en un más allá absolutamente misterioso, un más allá que es inútil investigar, por lo cual o sigue vinculado a la concepción platónica del alma que abandona el cuerpo o bien a la concepción epicúrea de la irrenunciabilidad del placer físico. El resultado es que el sujeto, por uno u otro motivo, ve de mala gana, como es natural, el momento de la muerte, no piensa en ello y, por tanto, no se mantiene dispuesto. Esto hace que, al no estar suficientemente purificado, aunque vaya al cielo, debe pasar por el purgatorio.
----------En suma, él está atado por lazos que lo mantienen ligado al mundo y le frenan el ascender al cielo. Va al paraíso quien se ha liberado de estos lazos, no es retenido en la tierra y es libre de volar al cielo. Va al paraíso aquel que no está agobiado por intereses o miras o gustos o hábitos mundanos. Va al purgatorio quien camina hacia el cielo cargado de atavíos inútiles y distrayentes, de modo que no aprovecha suficientemente las energías sanas, sino que pierde tiempo en las vanidades del mundo.
----------Ahora bien, debemos prestar atención al hecho de que la renovación de la espiritualidad iniciada por el Concilio Vaticano II ha abandonado una concepción del deseo del paraíso del cielo, que estaba infectada de dualismo platónico. En efecto, en los santos del pasado, sobre todo en los de los primeros siglos, su deseo del paraíso lo expresaban con el deseo de abandonar el cuerpo, es decir, de morir.
----------Esta influencia platónica se nota, por ejemplo, en san Ignacio de Antioquía, el cual manifiesta de modo abierto su voluntad de abandonar la "materia". De acuerdo, también Cristo ha querido morir por nosotros, pero no se ha expresado nunca de esa manera platónica, sino que siempre ha añadido el anuncio de su futura resurrección. Es necesario decir, sin embargo, y es evidente, que san Ignacio pretendía expresar su deseo incondicional de estar con Cristo, lo que recuerda el deseo del mismo san Pablo. Y eso está perfectamente bien. Sin embargo, hoy nosotros, en lugar de manifestar el deseo de dejar el cuerpo, preferimos manifestar el deseo de resucitar de la muerte y de gozar de la reconjugación del alma con el cuerpo en Dios.
----------Ahora bien, podemos conceder que aquellos Santos de los primeros siglos pretendían suponer que para llegar a la visión beatífica es necesario pasar por la muerte; sin embargo, por cómo se expresan, no se puede negar una influencia quizás inconsciente del platonismo, confundido con un deseo de perfección o de libertad. En el budismo y en el hinduismo este morboso deseo de morir es todavía más acentuado, sobre todo porque para estas religiones el cuerpo es una vana, ilusoria y tentadora apariencia.
----------Quien hace la experiencia de esas primicias o caparra del cielo, tiene más certeza de ir directamente al paraíso que quien no se molesta en hacer esa experiencia o la considera imposible. Sin duda existe hoy un escatologismo ingenuo, imprudente, temerario, secularesco, utópico y engañoso, que rebaja el eskhaton al nivel de la tierra y del hoy, o cree poder prescindir de las cautelas o precauciones o de las renuncias o sacrificios todavía necesarios en el actual estado de naturaleza caída.
----------El fin del cristianismo, según el padre Albert Nolan (en su libro God in South Africa, publicado en 1988, de las ediciones estadounidenses Grand Rapids, Mich. Eermans), no es ultraterreno, porque no existe otro mundo más allá de este y superior a este, "celestial", como también sostiene Gustavo Gutiérrez, sino que el fin del cristianismo es la felicidad en este mundo. La "vida futura" es el futuro histórico de este mundo en el que vivimos ahora. No debe interesarnos lo que pase después de la muerte: esto pertenece al misterio de Dios. Confiemos en Él. Él simplemente nos pide la solidaridad social, la fraternidad universal y la lucha por la justicia y los derechos humanos en esta tierra. Según estos autores, todo se reduce a aquí, en este mundo.
----------Edward Schillebeeckx también parece estar en esta línea. Incrédulo acerca de la divinidad de Cristo, reduce el cristianismo a un humanismo progresista pálidamente movido por el Espíritu Santo, y la Iglesia a una especie de una ONG, o una organización sin fines de lucro de tendencia mística. Al rebajar de tal modo el ideal cristiano, no le es difícil imaginar que estamos ya en el umbral de la era escatológica y que el paraíso está a nuestro alcance. Según él, los condenados son aniquilados. No dice una palabra sobre el purgatorio, pero, dada su concepción laxista de la vida cristiana, en realidad parece esperar más el purgatorio que el cielo. Véase su libro Los hombres, relato de Dios, Sígueme, Salamanca 1995.
----------De esta manera, al difundirse estas ideas. con el pretexto de que ya Cristo nos ha liberado y nos perdona, se ha extendido un pacifismo cobarde que acaba dando espacio a los violentos, una libertad sexual que ignora el valor del pudor y de la castidad, una promiscuidad de religiones como si todos ya estuviéramos en paz con todos, felices habitantes de la Jerusalén celestial, una abolición de la austeridad y de la disciplina, de las obligaciones y de las prohibiciones, y una despenalización buenista de los delitos como si todos fuéramos capaces de ser buenos con nuestras propias fuerzas, angelitos movidos por el Espíritu Santo.
----------Ahora bien, debemos observar que la verdadera libertad no es la simple espontaneidad del actuar, por más buena que sea la inclinación y la intención de la voluntad, sino que la libertad requiere una responsable facultad de elección, una austeridad de vida y una severa disciplina de obediencia a la ley moral. Sólo cuando hayamos ejercitado prolongadamente, por amor de Dios, y en esta disciplina ascética hayamos interiorizado la ley, y la hayamos hecho nuestra, sólo entonces nuestro comportamiento y nuestra conducta serán la libre expresión del amor y de la libertad, que coincidirá con la conformidad a la ley.
----------No se trata de sustituir el deber por el querer, sino de hacer, sí, que a través de la práctica metódica y severa del deber, lleguemos gradualmente, por amor, a transformar el deber en querer y la obligación moral en acción libre. Ésta es la auténtica y verdadera perfección moral. Pero ésta es la condición escatológica. Pretender realizarla inmediatamente ahora, es ese falso escatologismo que he denunciado.
----------Es cierto que el impulso fundamental de la acción debe ser el amor de Dios, pero en la vida presente, que sufre y se resiente de las consecuencias del pecado original, es imposible una vida social serena y constructiva sin el constante esfuerzo ascético por parte de todos para vencer las malas tendencias en el ejercicio de las virtudes y en el dominio de las propias pasiones. Este utopismo y esta ética espontaneista, bajo el pretexto del amor y del dejarse guiar por el Espíritu Santo, se nota por ejemplo en el pensamiento del dominico Timothy Radcliffe, quien fuera maestro general de la Orden de Predicadores.
----------El Concilio Vaticano II nos presenta la experiencia de las primicias del Espíritu de un modo más bíblico que lo que hasta entonces se había concebido y se había vivido en la historia de la espiritualidad y de la santidad cristianas. Nos ha presentado el carácter de una experiencia mística contemplativa como anticipo y pregustación de la visión beatífica y de la liberación de los males de este mundo.
----------Pero la Iglesia ha superado y abandonado ya un cierto enfoque platónico según el cual se concebía la alegría de esta experiencia como la del alma que se libera del cuerpo, y en cambio ahora nos presenta esta alegría como fundada sobre la futura resurrección, por la cual el alma se reconjuga con su cuerpo y no ha escapado del mundo, sino que por el contrario es plenamente señora de la naturaleza y está en comunión con ella, como lo estaba en el proyecto divino en el momento de la creación.
----------Si bien y atentamente lo consideramos, el enfoque precedente parece, en efecto, suponer una especie de antipatía, repugnancia o desconfianza hacia el mundo de la materia y del sentido (vale decir, el cuerpo, el mundo, la naturaleza y el sexo), olvidando que en realidad se trata de valores que de por sí, obviamente siempre en su debido lugar y por debajo del espíritu, son sin embargo parte integrante de la felicidad humana y, por lo tanto, en última instancia, de la bienaventuranza eterna.
----------La Iglesia de nuestro tiempo ha comprendido mejor que antes, que existe una sana afirmación de sí y un cierto orgullo de los propios méritos que no es soberbia, que hay una sana competencia con el prójimo que no es envidia, una justa indignación que no es el vicio de la ira, que existe un sano disfrute del sexo que no es lujuria, un correcto uso de la fuerza, que no es violencia, una correcta atención por la salud que no es el vicio de la gula, una moderación en las propias iniciativas que no es acedía o pereza. O sea, que para afirmar la gracia y la fe no es necesario degradar la naturaleza ni insultar a la razón.
----------El modo con el cual el Concilio Vaticano II concibe la pregustación actual de la futura resurrección se podría comparar con la habilidad del estudiante que, incluso antes de graduarse, se da cuenta de algo que hará después de graduarse, a diferencia de aquellos estudiantes que se lo toman con calma y alcanzan ese nivel en diez años, un título que podrían obtener en cuatro. El estudiante celoso se podría comparar con alguien que está dispuesto para ir inmediatamente al cielo; el otro al que corre el riesgo del purgatorio.
----------En conclusión, para el fiel cristiano es posible, y de hecho es debido y necesario, estar en las condiciones de ir inmediatamente al paraíso del cielo. Si el infierno repugna, el purgatorio no atrae. ¿Pero se puede estar seguros de evitarlo? Si es por esto, ni siquiera existe la certeza absoluta de no ir al infierno (dicho esto, con buena paz de los buenistas). Pero esta incerteza es beneficiosa, porque nos estimula a reforzar nuestra certeza intensificando el empeño en las buenas obras. Debemos estar seguros de que lo que hacemos está bien. O que al menos existe una probabilidad de que así lo sea.
----------A tal fin, cuando surjan dudas o incertidumbres, detengámonos a examinarlas con calma, razonemos en ellas, dispuestos a aceptar el resultado, pidiendo luz a Dios. Pueden ser cosas acerca de las cuales otros no entenderían y sería demasiado difícil para nosotros explicarles el problema. No temamos examinarlas por nosotros mismos. Dios está con nosotros para iluminarnos. No rechacemos la luz, o bien sepamos esperarla. Puede suceder una alternancia de sí y de no. Aceptemos serenamente el resultado de la búsqueda, o bien intentemos ser sinceros en nuestra indagación. La esperanza no defrauda. El paraíso nos espera.
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