De 2007 a 2021 se había permitido celebrar a través de la forma pobre del rito romano. En cierta medida, lo que sucedía en aquellos años era que a ciertos católicos se los consideraba con derecho a elegir no la riqueza sino la pobreza. Algunos católicos eran libres para empobrecerse. En la Iglesia esto ciertamente no puede constituir una sorpresa. Hay una opción por los pobres y una vocación a la pobreza que, en cierto modo, es constitutiva de la Iglesia misma. Incluso hoy, aún después de Traditionis custodes, es posible, aunque mucho más restrictivamente, para algunos católicos, elegir la pobreza ritual. Pero aquí, en el caso de la liturgia, debemos admitirlo, las cosas son decididamente diferentes. Debemos admitir abiertamente que no existe, de ningún modo, la hipótesis de que esta elección del rito pobre pueda llegar a convertirse jamás en una "opción preferencial" para nosotros. [En la imagen: fragmento del mosaico de la Última Cena, elaborado por Antonio Salviati en 1867, para el retablo gótico victoriano del Altar Mayor de la Abadía de Westminster, Londres].
----------Cuando el papa san Juan XXIII dió apertura al Concilio Vaticano II, el 11 de octubre de 1962, pronunció el célebre discurso Gaudet mater ecclesia, en el cual, con singular franqueza y parresía, se expresó de este modo: "En el cotidiano ejercicio de Nuestro ministerio pastoral llegan, a veces, a nuestros oídos, hiriéndolos, ciertas insinuaciones de algunas personas que, aun en su celo ardiente, carecen del sentido de la discreción y de la medida. Son aquellos que no ven en los tiempos modernos sino prevaricación y ruina; van diciendo que nuestra época, comparada con las pasadas, ha ido empeorando; y se comportan como si nada hubieran aprendido de la historia, que sigue siendo maestra de la vida, y como si en tiempo de los precedentes Concilios Ecuménicos todo hubiese procedido con un triunfo absoluto de la doctrina y de la vida cristiana, y de la justa libertad de la Iglesia. Nos parece justo disentir de tales profetas de calamidades, avezados a anunciar siempre infaustos acontecimientos, como si el fin de los tiempos estuviese inminente".
----------Me parecen oportunas estas palabras para contextualizar esta reflexión en la que vamos a considerar una vez más la gran gracia que la Reforma Litúrgica ha aportado a la vida de la Iglesia. Naturalmente, en los límites de estos apuntes no puedo extenderme en la consideración de todos los aspectos a los que sería necesario referirme para mostrar la excelencia y la superioridad de la liturgia reformada del rito romano sobre la precedente. Si hoy viviéramos antes de julio de 2021, en los tiempos de vigencia del motu proprio Summorum pontificum, estaríamos hablando aquí de la excelencia y superioridad de la forma ordinaria sobre la forma extraordinaria del rito romano. Pero hoy tales denominaciones no existen, pues a partir del motu proprio Traditionis custodes sólo existe una forma del rito romano actualmente vigente, que es precisamente el uso del Misal de 1969 con sus actualizaciones subsecuentes.
----------Considero que el tratamiento de la temática en la que se concentra esta reflexión, es algo absolutamente necesario, aunque, naturalmente, quien escribe estas líneas seguramente no sepa hacerlo con la competencia y el buen estilo que serían los más adecuados. De lo que se trata aquí es de desarrollar aquellas palabras del papa san Juan XXIII (que cité al inicio), para poder exponer la dura y ardiente derrota para todos los viejos y nuevos profetas de calamidades, que en la Iglesia, como en la vida, ven sólo decadencia. De lo que se trata es de dar testimonio clara y límpidamente del verdadero progreso litúrgico, objetivo y potente, que garantiza y protege la sana y auténtica tradición precisamente individuando con sereno discernimiento sus arrugas, sus fragilidades, sus dispersiones, sus contradicciones, para curarlas y sanarlas. La Reforma litúrgica se nos debe aparecer, así, como un gran acto de recuperación, de resanación, de curación, como un sorprendente enriquecimiento, una inyección de vitalidad y como una recarga de entusiasmo.
----------Sin embargo, como es bien sabido, este progreso que ha significado la Reforma litúrgica no es lineal, ha tenido claroscuros, no sólo en el inmediato postconcilio, sino también recientemente. En efecto, en los últimos años del pontificado del papa san Juan Pablo II hubo vacilaciones (o, para decir lo mínimo, cierta falta de claridad y valentía) en la implementación de la Reforma impulsada por el Concilio Vaticano II. Acerca de esos últimos años del pontificado del Santo Pontífice, publicaré en los próximos días un artículo, para demostrar lo que digo. Pero dejando por el momento aparte ese período, que requiere un análisis más extenso y detallado, para probar que el progreso de la Reforma litúrgica tras el Concilio no ha sido lineal, me basta aquí con citar el período 2007-2021, en el que han estado vigentes los dictados del motu proprio Summorum pontificum, cuyos nocivos resultados han sido señalados por el papa Francisco en su motu proprio Traditionis custodes, que constituye el primer paso, muy reciente, para tratar de rencauzar la Reforma litúrgica.
----------Como bien sabemos, desde 2007 a 2021, han transcurrido catorce años en que el uso del Misal Romano de 1962 fue ampliamente permitido en la Iglesia. La experiencia de lo vivido en esos años está suficientemente fresca en nuestra memoria para que me sea suficiente aquí con citar solamente algunos aspectos del Misal de 1962 y del Misal de 1969, para dejar constancia de la verdad que está afirmada en el título de este artículo: la riqueza de las nuevas formas del rito romano respecto a la pobreza de sus viejas formas.
----------Acerca del tema que aquí considero, quiero recomendar calurosamente al lector un excelente libro del abad Patrick Regan [1938-2017], publicado por este sacerdote benedictino: Advent to Pentecost: Comparing the Seasons in the Ordinary and Extraordinary Forms of the Roman Rite (Liturgical Press 2012), y vertido al español tras su muerte, y publicado bajo el título De Adviento a Pentecostés: Historia, teología, liturgia y espiritualidad a la luz del Misal Romano (editado por Centre de Pastoral Litúrgica, Barcelona 2020).
----------El libro del padre Regan fue escrito, pues, durante ese tiempo litúrgico particular, que hemos vivido entre 2007 y 2021. La vigencia de dos usos del rito romano, creaba, en efecto, que un año litúrgico pudiera celebrarse al mismo tiempo de dos formas distintas. En De Adviento a Pentecostés, el padre Patrick Regan compara las oraciones y los prefacios, las lecturas y las rúbricas, el calendario y los cánticos del Misal de 1962 con los del Misal revisado después del Concilio Vaticano II (que ya va por su tercera edición).
----------El resultado (como correctamente dice la presentación publicitaria que hace la casa editoral) es una sorprendente demostración del esplendor y superioridad del Misal romano reformado respecto a su predecesor, el de 1962, al menos en lo que respecta al año litúrgico, que es precisamente el propósito y la temática del autor. Particularmente informativos son los capítulos que Regan dedica al tiempo de Adviento, de Cuaresma y de Pascua, porque estos tiempos son muy diferentes en los dos misales. De hecho, las diferencias entre Semana Santa y el Triduo Pascual pueden ser consideradas menos obvias.
----------Regan no solo describe las modificaciones externas en las celebraciones de Semana Santa restauradas por Pío XII en 1956, sino que explora corrientes teológicas más profundas, especialmente en la relación entre la pasión y la resurrección del Señor en el único misterio pascual, para mostrar cómo los avances en esta área encuentran expresión en las celebraciones del Triduo actual y durante los cincuenta días de Pascua. La originalidad del libro radica principalmente aquí. El desafío litúrgico más urgente de hoy, sostiene el autor, es elevar el ars celebrandi al mismo nivel de excelencia que el misal mismo.
----------Dado que no puedo referirme a todos los aspectos considerados en las 344 páginas de la edición española de este libro, aspectos que hacen a la nueva liturgia mejor y más rica que la precedente, quisiera al menos mostrar algunos ejemplos, refiriéndome a la Semana Santa, o, mejor y más en concreto, al Domingo de Ramos y al Triduo Pascual, aprovechando que aún estamos en el Tiempo Pascual.
----------Lo que podemos decir de inmediato es que en el Triduo Pascual la Iglesia vive en el centro del Año litúrgico. Esa afirmación es correctísima, pero debemos preguntarnos inmediatamente: ¿cómo ha surgido en la conciencia eclesial esta pleno y cierto conocimiento de la centralidad del Triduo Pascual? ¿Cuál ha sido el camino histórico que nos ha conducido hasta aquí, paso a paso, para volver a comprender esta centralidad? Y, si hemos rencontrado este camino, ¿cómo y por cuáles causas lo habíamos perdido?
----------Si procuramos seguir la secuencia histórica que ha venido atravesando el recorrido del Rito Romano, se advierten como evidentes algunas primeras verdades, que me gustaría considerar enseguida, para luego tratar de profundizar en algunos aspectos concretos de esta historia:
----------1. Tanto el rito romano en la forma del Misal de 1962 (que hasta julio de 2021 llamábamos "forma extraordinaria") como el rito romano del Misal de 1969 (el único vigente actualmente, y que durante catorce años, de 2007 a 2021 llamábamos "forma ordinaria") tienen ambos, en su raíz, una reforma litúrgica muy reciente: si consideramos el tiempo de la Semana Santa, inmediatamente descubrimos que no se trata de la contraposición entre una presunta "liturgia de siempre" (como siguen diciendo los pasadistas) y una "liturgia reformada", sino de dos etapas progresivas de un complejo proceso o recorrido de reforma.
----------Dado que todo éste ámbito, que va desde el Domingo de Ramos hasta el Domingo de Pascua, ha sido objeto de una profunda revisión durante el pontificado de Pío XII y luego ha sido re-examinado y ulteriormente modificado tras el Concilio Vaticano II, en cierto modo debemos admitir que ambas formas del rito romano (tanto el Misal de 1962 como el Misal de 1969) están decidida e inequívocamente más allá de Pío V.
----------2. Del análisis detenido del recorrido histórico de la reforma litúrgica se desprende claramente que la lógica de la revisión del Domingo de Ramos y de la Semana Santa, en 1955, todavía no había adquirido (ni ritual ni teológicamente) la conciencia de la centralidad del Triduo Pascual. En la encíclica Mediator Dei, del 20 de noviembre de 1947, el papa Pío XII dice, en el n.198: "Pasión. En el tiempo sagrado en que la liturgia nos propone los dolorosísimos tormentos de Jesucristo, la Iglesia nos invita a subir al Calvario para seguir de cerca las huellas sangrientas del divino Redentor, para sufrir con El gustosamente la cruz y excitar en nuestro espíritu los mismos sentimientos de expiación y de propiciación, y para que todos nosotros muramos juntamente con El". En este texto no se hace referencia al Triduo Pascual, y la lectura de la participación en el rito se juega íntegramente en el registro del actus animae.
----------3. Incluso en los casos en que a veces se hace explícita la referencia al Sagrado Triduo, como en la institución del nuevo Ordo del año 1955, aparece simplemente equiparado a "los últimos tres días de la Cuaresma", es decir, el Sagrado Triduo no constituye un entidad diferente y autónoma con respecto al tiempo cuaresmal, y está constituído por el jueves, viernes y sábado santo. Comienza la mañana del jueves y termina con las vísperas del sábado, dejando fuera el domingo de Resurrección.
----------4. En el rito del Misal de 1969, finalmente llegamos a una ulterior profundización, para nosotros completamente decisiva, de este interesante y sorprendente recorrido: el Triduo cambia de nombre (ya no se llama Sagrado Triduo, sino Triduo Pascual); el cambio de nombre corresponde a un cambio de lógica ritual y de hermenéutica teológica. La lógica ritual identifica el Triduo como entidad autónoma, como tiempo por sí mismo, y lo hace comenzar con la Misa in coena Domini del jueves por la tarde-noche para hacerlo llegar a las "Vísperas del Domingo de Pascua"; esto implica, en el plano teológico, una verdadera discontinuidad litúrgica: el triduo ya no se refiere simplemente a la pasión, o a la sepultura del Señor, sino que abarca la pasión, la muerte y la resurrección. La continuidad de la tradición pasa aquí a gravés de una fuerte discontinuidad. Ello es necesario para no perder el significado unitario de la Pascua, que es "passio" y "transitus".
----------5. Pero hay más. Esta unidad de estructura ritual y de hermenéutica teológica renovada, relee y reinterpreta el misterio pascual, integrando la celebración eclesial en el misterio mismo. Cada día del Triduo es Pascua. Y la pascua ritual y la pascua histórica, el rito de la cena y la muerte en cruz, se cumplen en la Pascua eclesial: como decía san Agustín, el transitus Christi se cumple y se renueva en el transitus Christianorum. La comunidad celebrante es, desde este punto de vista, parte integrante del misterio celebrado. El triduo celebra la Pascua de Cristo eclesialmente actualizada como perfección de la salvación y fin de la creación.
----------A partir de este crescendo en la toma de conciencia eclesial acerca del Triduo Pascual, podemos entonces ahora considerar, ya a modo de conclusión de este breve artículo, los resultados más significativos que una serena y objetiva indagación sobre el desarrollo histórico del recorrido de la Reforma litúrgica permite advertir a todo lector que pueda estar providencialmente libre de prejuicios:
----------a) El Ordo Missae de 1969, promulgado por san Paulo VI, es una obra maestra de la Reforma litúrgica, tanto sea considerado como Misal como si es considerado como Leccionario. La riqueza de los textos (bíblicos y eucológicos) y la teología mediada por ellos constituye una gran riqueza para la Iglesia.
----------b) Las Normas generales del año litúrgico proponen actualmente una nueva centralidad de la experiencia iniciática del Misterio Pascual, que se concreta en el nuevo Ordo para la Iniciación cristiana de los adultos, otra obra maestra de la Reforma litúrgica.
----------c) La gran riqueza que se advierte en los textos bíblicos, prefaciales y eucológicos nos conduce a una conclusión que debe ser subrayada: la tercera edición típica del Misal Romano del papa san Paulo VI y el Leccionario, son verdaderos tesoros de inestimable valor. Esos dos textos litúrgicos, junto al Rito de Iniciación Cristiana de los Adultos, representan lo mejor de la Reforma litúrgica generada por el Concilio Vaticano II. Uno de los desafíos pastorales más urgentes a los que se enfrenta la Iglesia contemporánea es, como bien dice el padre Regam, llegar al ars celebrandi de la forma ordinaria al mismo nivel que estos libros.
----------Debemos señalar para la hora actual de la Iglesia la necesidad de cumplir a conciencia la tarea de implementar la Reforma, que pide a la Iglesia una nueva precisión en ese ars celebrandi que no es sólo la aplicación precisa de todas las rúbricas, sino también y sobre todo la activación de todos los lenguajes de la celebración, como recuerda la exhortación apostólica Sacramentum Caritatis.
----------Ahora bien, estas conclusiones, que aquí tan solamente estoy resumiendo, ya habían sido advertidas por competentes liturgistas, como el abad Patrick Regan, durante el pontificado de Benedicto XVI, incluso en aquellos años en que no pocos, incluso funcionarios de la Curia romana, hacían todo lo posible por confundirnos con un ficticio "paralelismo ritual" (que en ningún momento había pasado por la mente del papa Benedicto al promulgar Summorum pontificum).
----------Por lo tanto, incluso en aquellos años en que imprudentemente se había querido permitir una "forma extra-ordinaria" del rito romano, no faltaron providencialmente los equilibrados teólogos y liturgistas que supieron indicar que, no obstante todas las tendencias pasadistas (más o menos intoxicadas de lefebvrismo cismático), era posible para el auténtico católico, leal al Papa, obediente al Concilio Vaticano II y a la Reforma litúrgica, abordar con tranquilidad dos formas del rito, que ya antes históricamente se habían hecho contemporáneas (por las especiales circunstancias de la Reforma) en los años 1955 a 1969, en ese momento en muy particulares condiciones eclesiales y pastorales, y que eso se podía hacer con gran seriedad y serenidad. Por supuesto, como bien sabemos, no fueron pocos los que no lo comprendieron de esta manera.
----------Pero de todo esto podemos deducir, en segundo lugar, una gran experiencia de la riqueza del rito del Misal de 1969. Descubrimos, en cambio, que el rito del Misal de 1962 está marcado por una gran pobreza. Es precisamente la nueva riqueza la que nos muestra aquella vieja pobreza. Es la profecía conciliar que nos ha hecho descubrir a cuánta riqueza habíamos antes podido renunciar.
----------El motu proprio Summorum Pontificum del papa Benedicto XVI, desde el año 2007, había permitido celebrar (aunque sólo bajo ciertas y precisas condiciones) a través de la forma pobre del rito romano. En cierta medida, lo que sucedía en aquellos años, entre 2007 y 2021, era que a ciertos católicos se los consideraba con derecho a elegir no la riqueza sino la pobreza. Algunos católicos eran libres para empobrecerse. En la Iglesia esto ciertamente no puede constituir una sorpresa. Hay una opción por los pobres y una vocación a la pobreza que, en cierto modo, es constitutiva de la Iglesia misma.
----------Incluso en la actualidad, aún después del motu proprio Traditionis custodes, es posible, aunque mucho más restrictivamente, para algunos católicos, elegir la pobreza ritual. Pero aquí, en el caso concreto de la liturgia, debemos admitirlo, las cosas son decididamente diferentes. Debemos admitir abiertamente que no existe, de ningún modo, la hipótesis de que esta elección del rito pobre pueda llegar a convertirse jamás en una "opción preferencial" para nosotros. Quizá el sentido común ya se lo había sugerido a todo el mundo, pero en el presente artículo, he querido por mi parte ponerla a la vista del amable lector, que puede advertir esta desproporción entre riqueza y pobreza, entre la riqueza del Misal de 1969 y posteriores actualizaciones, y la pobreza del Misal de 1962. Esta diferencia ha cobrado hoy una evidencia tan clara como nunca antes.
----------Esta conclusión es la que corresponde a la profecía conciliar evocada al comienzo de este artículo, cuando cité aquel discurso de san Juan XXIII en la apertura del Concilio Vaticano II. Lo que se vive hoy en la liturgia católica renovada testimonia que verdaderamente la profecía ha comenzado a realizarse. En fin, en este artículo simplemente he tratado de cumplir mi tarea. Los teólogos (también los liturgistas) deben ser para la Iglesia la brújula, para poder guiarnos por el camino que tenemos por delante, en el trabajo de comprensión teórica y de cuidado pastoral que los fieles esperan de la labor teológica y pastoral.
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