miércoles, 17 de mayo de 2023

La Reforma litúrgica: necesaria pero no suficiente (2/2)

Es necesario que cada generación, y también la nuestra, pueda mantener viva la esperanza de permanecer verdaderamente en la tradición de la Iglesia de Cristo, permitiendo a las generaciones futuras gozar de su riqueza en su plenitud y potencia. De una tal Iglesia de Tradición viva, la acción litúrgica puede ser realmente "culmen" sólo si puede seguir siendo su auténtica "fons". Este es el lado abierto y la herida abierta de la cuestión litúrgica: ella se sitúa más acá de la Reforma litúrgica, pero también más allá de la Reforma litúrgica, antes de su necesidad y más allá de su insuficiencia. [En la imagen: fragmento de "Misa de San Gregorio", óleo y dorado con pan de oro sobre madera, de Diego de la Cruz, obra realizada entre 1475 y 1480, conservada y expuesta en el Museo Nacional de Arte de Cataluña, en Barcelona, España].

Aplicación del modelo a la tríada forma-materia-ministro
   
----------La conciencia de la necesidad de la participación activa en las aspiraciones fundamentales y decisivas que han caracterizado la Reforma litúrgica parece conducir a una nueva profundización de los tres conceptos cardinales con los cuales tradicionalmente se han entendido los sacramentos, al menos desde hace un milenio, es decir, la forma, la materia y el ministro (sin perder, naturalmente, su valor dogmático). A este respecto, salgo al cruce de ciertas dudas y objeciones que un par de lectores me plantearon acerca de mi insistencia sobre las tres dimensiones para aproximarse a la Eucaristía y a la liturgia en general, que les ha dado cierta impresión de estar relativizando la verdad dogmática sobre los sacramentos. Nada de eso: sólo se trata de sugerir caminos de una mayor intelección del dogma, ayudados por otras ciencias ajenas a la teología, pero que podrían venir en su auxilio y, por supuesto, rechazando por adelantado cualquier inadvertida incoherencia con el dogma. Veamos brevemente esta posible profundización enriquecedora:
----------No pocos liturgistas proponen hoy una relectura, primero, de la forma sacramental como viniendo a asumir un sentido en el cual, sin perder aquel que tradicionalmente se le ha dado, en cuanto identificación con la fórmula (del acto), es enriquecido (no sustituido) por una forma verbal anafórica (de la acción de gracias) que finalmente llega a la forma ritual (verbal y no verbal) de toda la celebración. Segundo, una relectura de la materia que, sin negar el concepto tradicional de materia física sobre la cual se dice la fórmula, viene a ser ampliada y enriquecida por la materia histórica (de la acción de gracias) del sacramento hasta llegar a la materia simbólica de la celebración. Y en tercer lugar, una relectura del ministro del acto, que sin perder el significado tradicional y dogmático del sujeto singular titular de la fórmula sobre la materia, es ampliado y enriquecido por una coralidad eclesial primero sólo imputada formalmente, sí, naturalmente, al ministro, pero luego también actuada y celebrada de modo participativo y articulado, como prevé el rito plenario.
----------En qué medida estas nuevas relecturas teológicas de la tríada forma-materia-ministro que hoy proponen los teólogos liturgistas puedan o no ser compatibles con la dogmática sacramentaria, no me siento aquí y ahora competente para juzgarlo con certeza, y me someto, en cualquier caso, a lo que eventualmente el Magisterio de la Iglesia pueda expresar autoritativamente sobre esta cuestión.
----------En mi opinión (tan sólo provisoria y, como dije, sometida al eventual juicio del Magisterio) este tipo de relectura de la tríada forma-materia-ministro, quizás pueda presentar de un modo más adecuado al hombre moderno el sentido de lo sacramental en la Iglesia. En otras palabras, quizás estas nuevas lecturas teológicas sobre los sacramentos puedan presentar la teología sacramental y la eclesiología a las cuales está llamada la actual fase de declinación del concepto de liturgia participativa como objetivo último y fundamental de la Reforma litúrgica. La forma de tal participación en la liturgia se redescubre ritual, la materia se enriquece ante todo como materia histórico-simbólica, y el ministro se presenta como constitutivamente plural y articulado, estructuralmente comunitario, que encuentra en la "presidencia" un primado a favor (y nunca en contra) de la articulación ministerial de toda la Iglesia. Si esto fuera dogmáticamente aceptable, es evidente que el concepto de la "asamblea celebrante" no puede entenderse nunca como una amenaza, sino una garantía del ministerio ordenado, más aún, su verdadero fin. Siempre a salvo, como he dicho, los dogmas sacramentarios.
   
La esperanza, la desesperación y la presunción acerca de la Reforma litúrgica
   
----------Como toda experiencia en la vida eclesial, también la Reforma litúrgica nutre algunas de sus esperanzas y obviamente tiene que lidiar con una doble tentación: la desesperación y la presunción. Como bien dice santo Tomás de Aquino: "Deinde considerandum est de vitiis oppositis (ad spem). Et primo de desperatione, secundo de presumptione" (Summa Theologiae, II-II, 20, introducción). Aún cuando en el fondo estos dos vicios tienden a identificarse entre sí, al negar espacio a la posibilidad virtuosa de la esperanza, es bueno detenerse, aunque sólo por un momento, en su distinción, la cual, como enseguida se comprenderá, es precisamente la distinción entre pasadismo y modernismo respecto a la cuestión litúrgica.
----------La virtud de la esperanza viene a ser negada por el vicio de la desesperación porque, en esta condición de sufrimiento, el pretender una evidencia absoluta de lo visible cancela la posibilidad de un espacio de reserva para "lo que no se ve" (Heb 11,1). El ser presa de la desesperación significa no dar otra autoridad sino a lo que pretende imponerse como la totalidad del sentido, a la cual habría que rendirse.
----------Contrario a esto es el otro modo de negar la esperanza, a saber, la presunción. En este caso el futuro invisible no es negado como imposible, sino ante todo en cuanto fácilmente asegurado y garantizado por el sujeto mismo. Creer que se puede dominar el futuro o pensar en cambio ser dominados por el futuro (como hacen respectivamente el presuntuoso o el desesperado) son los dos modos viciosos para acabar por no entrar en la lógica delicada y sutil de la iniciación litúrgica. Estar petrificados por el futuro o petrificar el futuro aplanándolo sobre el presente constituye el impedimento fundamental para entrar en la lógica de los "salvados" y "elegidos" de las "piedras vivas", que traspasan el umbral del tiempo con la libertad de los hijos de Dios, para quienes el pasado ya no es irreversible y el futuro ya no es impredecible.
----------Hoy, en efecto, parecen carecer de esperanza hacia la Reforma litúrgica tanto algunos jóvenes que desesperan de los nuevos ritos y presumen que ritos ya viejos garantizan mejor la Iglesia (o al menos aquello que ellos tienen en su cabeza como la verdadera Iglesia), como algunos ancianos, hombres de poca esperanza y profetas de muchas calamidades (quizás algunos que también son prelados con influencia). Para cualquiera de estos dos tipos de sujetos, aunque por diverso título, lo que les ocurre es un defecto de memoria que les nubla la visión y les debilita el corazón. Si los primeros presumen cosas que nunca han podido conocer "de visu", los segundos idealizan su infancia eclesial, sin ningún control ni crítico ni sentimental.
----------Se cae así en nocivas nostalgias que constituyen una forma grave de presuntuosa desesperación o, más a menudo, de desesperada presunción, como cuando se piensa que el profundo repensamiento o replanteamiento de la acción litúrgica, que ha tenido lugar objetivamente a partir del Concilio Vaticano II, haya sido no la consecuencia, sino la causa de las dificultades actuales. Escuchando ciertos diagnósticos pasadistas (que casi siempre caen en el bien conocido paralogismo del post hoc ergo propter hoc) casi parece que si no se hubiera hecho la Reforma litúrgica, todo hubiera ido mejor.
----------Pero de este modo tanto los jóvenes como los ancianos (y estos últimos menos justificados tanto por su mayor experiencia, como por su mayor responsabilidad) olvidan que la Cuestión Litúrgica existía desde hace más de sesenta años, es decir, desde antes de haber sido convocado el Concilio. ¡Cultivar la esperanza, hoy, significa no olvidar que la llamada "cuestión litúrgica" es más vieja que nosotros, que nuestra generación, pero también más vieja que la generación de nuestros abuelos y que se remonta al menos a cuatro generaciones! Para probarlo he ahí a Antonio Rosmini y a Prosper Guerangér como testigos.
----------Cualquiera que hoy en día hable de este modo no memorioso y peligrosamente ingenuo a propósito de problemas tan antiguos y tan sumamente delicados (olvidando la antigüedad de la cuestión litúrgica), debería escuchar decir también sobre sí mismo lo que el poeta Percy Shelley dijo una vez de un pariente suyo cercano: "Ha perdido todo el arte de comunicar, pero no, lamentablemente, el don de la palabra". O bien podría referir a sí mismo aquella admirable página en la cual el padre Paul Beauchamp tomaba distancias del modo incorrecto de leer la Escritura diciendo: "La Biblia, cuando se la conoce mal, se reduce a una pantalla infantil en la cual se proyectan las imágenes". Exactamente así (y quizás todavía peor) le sucede también a la liturgia cuando viene manejada y juzgada por estas manos torpes y estas cabezas desmemoriadas.
   
Algunas sugerencias y conclusiones provisorias
   
----------La Reforma litúrgica, si hemos visto bien, no es más que un instrumento necesario, pero nunca suficiente, para hacer, ciertamente, que la liturgia vuelva a ser fons de toda la acción de la Iglesia.
----------Sólo deviniendo fons la liturgia será capaz de realizar la aspiración más grande de la Reforma litúrgica, es decir, ser no sólo la necesaria reforma que la Iglesia ha hecho y continuará haciendo de sus ritos, sino en última instancia y finalmente la reforma que los ritos sabrán hacer de la Iglesia. En esto radica precisamente su histórica necesidad y en esto se encuentra también -dicho tan seriamente como serenamente- su actual insuficiencia. Repito: necesidad y no suficiencia de la Reforma litúrgica.
----------Ahora bien, dar lugar a la escucha de la pregunta pastoral es lo que la ciencia teológica debe hacer, pero no en nombre de un método abstracto o de un contenido cerrado, sino que es más bien su única verdadera tarea, siempre que quiera volver a aprenderla con contenidos y con métodos dignos de su rol tan precioso e insustituible para la vida de la Iglesia. A esta tarea creo que debe dedicarse mucho la investigación litúrgico-sacramental que se lleva a cabo en las universidades e instituciones del pensamiento católico.
----------En este sentido, recuerdo con emotivo cariño y admiración la obra que en aquellos privilegiados tiempos a partir de los primeros años 1950s desarrollaba aquella Revista de Teología, publicada en el Seminario Mayor San José, de La Plata, revista dirigida por monseñor Enrique Rau. Sus artículos de teología litúrgica (firmados por Juan Carlos Ruta, Bruno Ávila, Ernesto Segura, Thierry Maertens, entre otros), desarrollaban una labor pionera y en muchos casos se adelantaban ya a los principios que una década después establecería el Concilio Vaticano II. Antes, una labor similarmente precursora en Argentina, había desarrollado entre los años 1935 a 1960 la Revista Litúrgica Argentina, dirigida por el abad Andrés Azcárate, colaborando un grupo de monjes del monasterio de San Benito, ubicado en aquella época en Buenos Aires.
----------Me gustaría, entonces, concluir esta reflexión, primeramente con una pequeña sugerencia al amable lector, acaso futuro liturgista, y luego, al final, una breve mención de la "llaga de la mano izquierda de nuestra Santa Iglesia", a más de ciento setenta años después de los destellos proféticos de Antonio Rosmini, que he citado como incipit de este artículo (en la primera parte de ayer).
----------Primero, pues, permítaseme algo de ironía en un modesto consejo para el liturgista del futuro. Debo decir que forma parte de la experiencia que hemos tenido en estos cincuenta años la conciencia de que no se puede reducir la respuesta a la cuestión litúrgica a una ejecución de la Reforma litúrgica, por más fiel que esa ejecución pueda ser. Tenemos necesidad de proyectar o diseñar un liturgista, un experto en cosas rituales, que esté en contacto profundo con las cosas de la fe, con la materia del culto a Dios en Cristo, pero con los dos pies bien plantados en la experiencia viva de la bendición y de la alabanza, de la súplica y de la acción de gracias. Por este motivo quisiera recordar otra vez lo que hace tiempo me contó un hombre de Dios, responsable de la formación del clero en una gran diócesis del norte de Italia, el cual afirmaba, con bella ironía, haber encontrado un criterio formidable en la formación de nuevos ministros del culto: "Hay que hacer estudiar liturgia solamente a los que tienen a sus espaldas al menos diez años de experiencia como camioneros".
----------Es obvio que, por mi parte, no tengo ninguna intención de proponer la introducción de una década preparatoria, antes del ingreso de los candidatos a los seminarios de las diócesis argentinas, una preparación que debería tener lugar no en las aulas escolásticas ni en las bibliotecas, sino al volante, en las autopistas y en las rutas argentinas y de los países vecinos. Quizá, sin embargo, un poco de experiencia "de calle" le permitiría al liturgista (de todos los niveles y de todas las procedencias) no estilizar demasiado su propia existencia y el propio pensamiento, el propio gesto y el propio gusto, asumiendo modelos y modales demasiado elevados o demasiado abstractos, demasiado estrechos o abstrusos. Tal experiencia le permitiría quizás tener en cuenta cuál es el interlocutor que debe tener siempre presente, en su delicado ministerio al abrigo de cualquier cliché, para poder terminar siempre "non ad enuntiabile, sed ad rem".
----------Y me pregunto, creo que legítimamente: ¿en qué podrían convertirse nuestras sacristías y nuestros Dicasterios del Culto, si poco a poco se fuera imponiendo tal criterio? ¿Cuánta vida entraría en la liturgia y cuánta liturgia entraría en la vida? Pero no se preocupe demasiado el lector: solo estoy soñando.
----------Por otra parte, como ya seguramente habrá comprendido el lector, este llamado a la integración del camionero con el liturgista pretende tan sólo señalar (en forma de amable y respetuosa paradoja) no tanto un modelo subjetivo de liturgista, cuanto un método disciplinar verdaderamente fiel al objeto "liturgia". ¿Acaso no tenía razón Max Weber cuando recordaba que "en el campo científico sólo tienen personalidad propia aquellos que son capaces de servir puramente a su objeto"?
----------¿Y esto no vale acaso tanto para el liturgista de ayer como para el liturgista de hoy? ¿Y cuánto más tendremos que esperar para adaptar nuestro método a las necesidades de tal objeto? ¿O continuaremos plegando el objeto a las áridas sutilezas de nuestro método?
----------Segundo, como adelanté, curar la "llaga de la mano izquierda" de la Iglesia. Al mismo tiempo me parece que también debo mencionar una tentación constitutiva del hombre frente al culto. Esa misma tentación que hace más de ciento setenta años fue lúcidamente descripta por Antonio Rosmini, cuando identificaba la "llaga de la mano izquierda de la Santa Iglesia" con la "división del pueblo y el clero en el culto público". Rosmini, de hecho, al notar la dificultad con la cual el culto se reducía a cuestión de simple conocimiento teórico o moral, observaba: "¡Infeliz orgullo humano! ¡Diabólica soberbia de la mente que cree haber realizado en sí todo el bien, e ignora que el conocimiento no es más que un modesto y elemental inicio del bien, y que el bien verdadero y consumado pertenece a la acción real, a la voluntad efectiva, y no al simple entendimiento! Y no obstante, esta arrogancia de la inteligencia es la perpetua seducción de la humanidad..." (Las cinco llagas de la Santa Iglesia, Ediciones Península, Barcelona 1968, p.47).
----------Ahora bien, hay una "arrogancia de la inteligencia" que amenaza también a la Reforma litúrgica, cuando ella ya no es capaz de salir de la lógica de querer "encontrar fuentes" para la liturgia, sin recordar que el verdadero ressourcement a realizar es aquel para el cual la liturgia puede hoy (y podrá aún mucho mejor mañana) volver a ser ella la fuente de la vida cristiana, fundamento del pensamiento y de la acción creyente, precisamente en cuanto sepa ser y seguir siendo acción simbólico-ritual.
----------A esta aspiración de Rosmini en el alumbramiento de la cuestión litúrgica (que más de un siglo después será también el desideratum de la Reforma litúrgica) quisiera darle ánimo y esperanza. Pero esta esperanza tiene necesidad de toda nuestra audacia y de toda nuestra paciencia: para los liturgistas de mañana, se trata de actuar al mismo tiempo con delicadeza de artistas y con sabiduría de camioneros, con estilo ritual y con apertura vital, con agudo sentido de la trascendencia y con gusto auténtico por la humanidad: con esa síntesis entre pensamiento y vida que alguna vez Cipriano Vagaggini [1909-1999] identificaba como la aspiración y el "assillo", es decir, el agobio o preocupación o premura, más noble del pensamiento moderno.
----------Precisamente en este sentido (y aquí lo digo casi en susurro, pero debería gritarse a los cuatro vientos) creo que esperar y soñar con una liturgia abierta a la vida y a la modernidad y esperar una modernidad sensible a la liturgia viva y conmovedora no debe ser considerado todavía un pecado, admitiendo y no concediendo que yo haya leído correctamente también los últimos documentos magisteriales al respecto.
----------De este modo, al precio de esta audacia y de esta paciencia, todos nosotros podremos verdaderamente heredar el Movimiento litúrgico de las manos de la Reforma litúrgica, para responder con delicadeza y eficacia a la cuestión litúrgica, que no se ha cerrado ni con la Mediator Dei, ni con el Concilio Vaticano II, ni con la Reforma litúrgica, ni se cerrará con nuestra generación ni con la próxima. El Movimiento litúrgico deviene así en el mayor y más importante resultado de la Reforma litúrgica: un Movimiento litúrgico en su tercera fase, la más delicada precisamente por ser la menos evidente, la más decisiva y por tanto también la más frágil.
----------Es cierto lo que decía Soren Kierkegaard [1813-1855]: "hay cosas en las cuales cada generación recomienza siempre desde el principio"; sin embargo, en una verdadera obra de generaciones como la liturgia reformanda, cada individual generación debe escapar tanto de la desesperación de la impotencia como de la presunción de omnipotencia: debe hacer sólo aquello que puede, con gran paciencia, pero debe hacerlo todo y hasta el fondo, con suma audacia. En esto radica la necesidad de la militancia a la que aludía al principio de este ensayo: en el soportar la tensión insuperable entre audacia y paciencia, que ennoblece y caracteriza la labor teológica en torno a la liturgia, tanto de ayer como de hoy y de mañana.
----------Solamente así cada generación, y también nuestra generación, podrá tener la esperanza de permanecer verdaderamente en la tradición litúrgica siempre viva de la Iglesia de Cristo, permitiendo a las generaciones futuras saborear y gozar todavía la riqueza de la Tradición en toda su plenitud y potencia, con toda su amargura, que templa los corazones y pone a prueba los cuerpos, y con toda su dulzura, que conforta y consuela la vida de los hombres y de las mujeres, las esperanzas de los viejos y las incertidumbres de los jóvenes, los pensamientos de los sabios y los sueños de los necios.
----------De una tal Iglesia, que realmente viva de la Tradición y logre mantener viviente la Tradición, la acción litúrgica puede ser realmente "culmen" sólo si puede seguir siendo su auténtica "fons". Este es el lado o costado abierto y la herida abierta de la cuestión litúrgica: ella se sitúa más acá de la Reforma litúrgica, pero también más allá de la Reforma litúrgica, antes de su necesidad y más allá de su insuficiencia. Pero es sólo aquí que los liturgistas de hoy y los de mañana podrán encontrar su específico campo de trabajo, al servicio de la Iglesia, ciertamente, pero con toda la audacia posible y no sin toda la paciencia necesaria.

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