miércoles, 3 de mayo de 2023

Interrogantes que Summorum pontificum dejó abiertos (2/2)

En 2007 no fueron pocos los fieles católicos que, ante los dictados de Summorum pontificum, comenzaban a orar para que Dios no quisiera que una atrevida reconstrucción de una realidad virtual, como aquella diseñada por el documento de Benedicto XVI, pudiera dar un apoyo objetivo e implícito (y casi un exceso de autoridad) no a pacificaciones reales, sino a herejías virtuales, que de hecho no dejaron de producirse a lo largo de quince sufridos años, que han comenzado a revertirse a partir de Traditionis custodes.

3. La cuestión pastoral: ¿garantía de comunión eclesial o libertad de rito?
   
----------En 2001, en un Congreso en la Abadía de Notre Dame de Fontgombault, el cardenal Joseph Ratzinger, por entonces Prefecto de la Congregación de la Fe, sostenía que la deseable extensión del rito tridentino en el uso eclesial debía ser en todo caso atemperada por la garantía episcopal de la unidad litúrgica en la diócesis (cf. Autour de la question liturgique. Avec le Cardinal Ratzinger, Actes des Journées liturgiques de Fontgombault, 22-24 de julio de 2001, Association Petrus a Stella, Fontgombault, 2001). 
----------Sin embargo, seis años después, Summorum pontificum suprimía en 2007 la lógica del indulto de 1984 y de 1988, que atribuían a la autoridad episcopal local la posibilidad de conceder las autorizaciones necesarias para hacer excepciones a una regla clara. Esta lógica se fundaba precisamente en la admisión de que sólo un rito está vigente, mientras que otro tiene una practicabilidad limitada, problemática y condicionada, que es una excepción a su normal condición de "rito que ya no está en vigor". 
----------Habiendo modificado en 2007 la lógica, sustituyéndola por el paralelismo entre dos usos (o formas) del mismo rito, se planteaba otra vez una cuestión pastoral que puede resumirse en las siguientes preguntas: ¿cómo podrán los obispos asegurar la comunión eclesial en el plano litúrgico, discerniendo entre uso ordinario y uso extra-ordinario? ¿De qué modo los obispos podrán impedir la creación de un bi-ritualismo conflictivo y que, por tanto, se introduzcan de ese modo divisiones, desacuerdos, malentendidos e incomprensiones en el cuerpo eclesial de su diócesis y de las parroquias que la componen, no sólo en el ámbito litúrgico, sino también en la catequesis, en la formación doctrinal de todos los fieles, en el testimonio, y en la caridad?
----------Acerca de esta importante (si no decisiva) cuestión pastoral, el texto literal del documento del 2007 se mantiene de manera muy vaga (por no decir insensible) frente al problema que se le presentaba a los Obispos, que a todas luces era un problema que empeoraba al atribuirse además una competencia dirimente (que pasaba por alto o puenteaba las competencias ordinarias de la Congregación para el Culto) a la (hoy desaparecida) Pontificia Comisión Ecclesia Dei, que en lo que había sido su historia reciente hasta el 2007 no había dado la apariencia de estar acreditada como organismo suficientemente super partes. Si leemos el breve pero autorizado prólogo (fechado el 2 de abril de 2007, varios meses antes de la promulgación del motu proprio) que el por entonces presidente de la Comisión Ecclesia Dei, cardenal Darío Castrillón Hojos, escribió a la reedición del "Compendio di Liturgia pratica" del inolvidable Ludovico Trimeloni, quedamos iluminados por la perfecta falta de sentido de la historia, que se compensa por un notable sentido del humor.
   
4. La cuestión litúrgica: ¿de la Reforma necesaria a la Reforma accesoria?
   
----------Tanto las entrevistas que anticiparon y acompañaron la publicación en el mes de julio de 2007 de la carta apostólica Summorum pontificum, como el propio tenor de la misma Carta a los Obispos que la acompañaba, repetían con insistencia la ausencia de toda intención crítica hacia la Reforma litúrgica llevada a cabo siguiendo las directrices del Concilio Vaticano II. Y de ello no cabe duda, al menos por cuanto respecta a las intenciones profundas que animaban los dos documentos del papa Benedicto XVI.
----------En cuanto a los efectos objetivos, sin embargo, nadie tampoco podrá negar que la Reforma litúrgica, tras la publicación de Summorum pontificum, corría el riesgo de ver poderosamente relativizado su propio sentido y su alcance histórico. La Reforma litúrgica ya no estaría en grado de indicar la vía maestra de la celebración, de la formación, de la espiritualidad, de la edificación, sino que sólo representaría una adición (aunque destacable y digna de particular respeto) a una tradición precedente, que se restablecería intacta, con todo sus ritos y sus calendarios, como si nada hubiera pasado, actualizando los relojes eclesiales a 1962.
----------Sin embargo, la inmensa mayoría de las diócesis de la Iglesia de rito romano tuvieron el buen sentido común de mantener sus relojes sensatamente ubicados en 2007, entre ellas la arquidiócesis de Buenos Aires, en Argentina, gobernada en esa época por el cardenal Jorge Mario Bergoglio.
----------Pero el hecho era que la Iglesia podría vivir, contemporáneamente, en 2007 y en 1962, subordinando la elección no al arbitrio y discreción del Obispo, sino a la decisión de los fieles y/o a la elección "libre" de cada individual presbítero. La Reforma litúrgica, que tenía la necesidad de reformar el rito romano tridentino para garantizar la participación activa, resultaría así reducida a un simple posibilidad eventual y ulterior, incapaz de incidir sobre la tradición llamada "antigua" y "alta" (que de hecho no lo es) de la Misa, que así resultaria "irreformable". Semejante hipótesis del impacto efectivo del motu proprio constituiría, a todos los efectos, una relectura reduccionista y caricaturesca de las intenciones y de las profecías del Concilio Vaticano II.
----------El hecho era que la Iglesia se ponía en la situación de poder correr el riesgo de olvidar que los nn.47-57 de la Sacrosanctum Concilium pedían redescubrir en la Eucaristía la riqueza bíblica, la homilía, la oración de los fieles, la lengua vernácula, la unidad de las dos mesas, la comunión bajo las dos especies y la concelebración. En cambio, se debe recordar (y casi se debería escribir con letras bien claras en las jambas de todas las sacristías) que ni siquiera uno solo de estos siete elementos se encuentra en el rito tridentino, y que para convertir a estos elementos en nuevamente presentes había sido necesario proceder con la Reforma litúrgica, a fin de permitir al rito romano recuperar solamente así una riqueza que de otra manera quedaba perdida. La libertad que se deseaba garantizar a partir de Summorum pontificum, ¿no era acaso la libertad de volver a ser pobres en palabra bíblica, pobres en homilía, pobres en oración de los fieles, pobres en lengua vernácula, pobres en comunión bajo las dos especies y pobres en concelebración?
----------¿Acaso la Iglesia hoy podría privarse de estas riquezas sin perder mucho, muchísimo, de su capacidad de dar testimonio? ¿Y por qué, en este caso, la ley debería ser percibida como "pura regulación de lo existente", sin asumir todo su poder pedagógico y formativo, que en otros casos ha sido tan invocado y subrayado?
   
5. La cuestión de de facto: ¿quién sería capaz de celebrar con el Misal de 1962?
   
----------Decía Gilbert Keith Chesterton que "los cristianos, cuando entran en iglesia, se quitan el sombrero, no la cabeza". Ahora bien, es de suponer que estemos de acuerdo en que tener la cabeza sobre los hombros, por sentido común, significa también no dejarse transportar demasiado por las abstracciones o por la imaginación, por muy apoyada que esté en el deseo. A fuerza de hablar de "otro rito" es posible convencerse de que eso sea algo directamente utilizable y manejable, semper et ubique, por quienquiera que sea. En realidad, si uno se atreve a enfrentarse con la realidad de las cosas, no es así y nunca podría ser así.
----------Se puede presidir o asistir al rito según el Misal de 1962 solo si hemos sido cuidadosamente formados para ello, como admite lúcidamente la Carta a los Obispos de Benedicto en 2007. La dificultad radical de esta hipótesis está escrita irreversiblemente en la historia efectiva de la Iglesia de los últimos cuarenta años. Desde hace sesenta años formamos a los cristianos y a los mismos sacerdotes según las lenguas, las culturas, las teologías y las espiritualidades escritas en los gestos y en los silencios, en los textos y en los estilos, en los ritos y en los cantos de la nueva liturgia. ¿Que existe un porcentaje de sacerdotes y laicos que no se forman así? ¿Alcanzan ellos al 1%, y aún así, cuentan para lo que aquí se afirma?
----------Esto es tan cierto para las mentes y tan arraigado en los cuerpos, como para hacernos creer que si de 2007 a 2021 algún cristiano en buena conciencia podía ir a buscar a su párroco, para pedirle la celebración de la misa según el Misal de 1962, hubiera sido capaz de escuchar una respuesta expresada con total buena fe y paz de conciencia, como la siguiente: "Perdóname, hijo mío, pero yo no soy capaz: esa no es ni la Iglesia ni la liturgia en la que he aprendido a creer, a vivir y a rezar". Puedo asegurar que ésta fue, en aquellos años, la respuesta dada a un feligrés por un párroco al cual conozco mejor que nadie.
----------Todos los que (clero o laicado) hemos sido formados después del Concilio Vaticano II (y que ahora formamos prácticamente la totalidad de la Iglesia) estamos muy alejados de la Misa de san Pío V (cuya última formulación ha sido su VII edición típica: el Misal de 1962 de san Juan XXIII). Nos guste o no nos guste, no hay vuelta atrás, es irreversible. En la pastoral ordinaria de la prácticamente totalidad de las diócesis, ni en 2007 existía, ni hoy en 2023 existe, ningún "usus antiquior" factible de forma realista.
   
Un balance abierto y sincero
   
----------Pocos días antes de la publicación de Summorum pontificum, en un artículo a favor de la restauración de la (mal) llamada "misa antigua", René Girard, en La Repubblica del 7 de marzo de 2007, afirmaba que: "la unidad trae conflicto, el pluralismo trae la paz". Un auténtico Benedicto XVI diría que eso es relativismo. Pero si leemos atentamente Summorum pontificum, ¿no encontramos en el fondo un argumento muy similar?
----------La paradójica lectura que Girard en 2007 proponía de la disposición pontificia alcanzaba su clímax cuando sintetizaba su pensamiento de la siguiente manera: "Si se hacen reglas absolutas, se puede estar seguro de que se verificará un conflicto. Si, por el contrario, no se impone una normativa rígida, no habrá conflictos porque no habrá discusiones: simplemente nadie hablará de ello. ¡La Misa es una de esas materias que no deberían ser objeto de reglamentaciones administrativas!". Es evidente que el auténtico papa Benedicto XVI se encontraba en todo caso a una cierta distancia de estas conclusiones.
----------Ahora bien, por contraposición a lo que decía Girard, ¿lo verdadero no es más bien que la unidad es la que pueda garantizar una certeza de comunión, que en cambio la pluralidad puede socavar, insinuando en todos la tentación de ser la única y "verdadera" Iglesia? ¿Y no podría ser, acaso, que precisamente este giro hacia el pasado de la liturgia eclesial se dejaba comprender como una lógica insólitamente "moderna", liberal y secularizada de su lenguaje y de su pensamiento? ¡Al punto que el diario La Repubblica se hacía su propagandista! ¿Acaso la libre elección, en liturgia, no podría ser leída por algunos como "indiferencia" hacia la liturgia y como la afirmación de una especie de "gnosis cristiana"?
----------Ciertamente no en el plano de sus intenciones, sino más bien en el plano de esta objetiva e indiscutible potencialidad disonante que en sí mismo tenía el motu proprio Summorum pontificum con respecto a la vida y a las perspectivas de la Reforma litúrgica, tanto la teología como la pastoral, respetuosamente críticas y críticamente respetuosas, no podían dejar de elevar su legítimo y leal relieve crítico: para que la comunión de la Iglesia no sufriera un grave vulnus litúrgico y para que la liturgia pudiera continuar siendo culmen et fons y no una mera explicación variable y negociable de la lex credendi.
----------Por todos estos motivos, estoy absolutamente convencido de que la noble intención que el motu proprio Summorum pontificum tenía de restaurar la paz y la concordia en la liturgia de rito romano, ha empleado instrumentos de tal manera modernos (por no decir modernistas) y audaces, como para poderse prestar a lecturas que amenazaban con comprometer gravemente (y de hecho comprometieron en los catorce años de su vigencia) la historia de estos últimos sesenta años de Movimiento Litúrgico.
----------En efecto, si tenemos que estar de acuerdo sobre la exigencia de que el Movimiento Litúrgico no esté terminado con el Concilio Vaticano II y con la Reforma litúrgica, sino que continúa incluso después de estos acontecimientos, esto se justifica precisamente en nombre de una Tradición que tiene necesidad no sólo de la defensa a ultranza de un pasado adquirido, sino también de la insustituible riqueza de un presente complejo y de un futuro abierto. Como dice muy bien el padre Arnold Angenendt [1924-2021] en su libro Liturgia e storia. Lo sviluppo organico in questione (Cittadella, Assisi 2005, p.239): "el persistir en una forma de la liturgia de la cual se pretende la inmutabilidad, ciertamente puede satisfacer el fuerte deseo psico-religioso de continuidad, pero no puede realizar la exigencia de acoger 'la hora de gracia'...".
----------El desarrollo orgánico de la tradición litúrgica implica inevitables puntos de inflexión, con una continuidad que tiene necesidad de algunas vitales discontinuidades. Como ocurre con las generaciones, donde el hijo es plenamente hijo sólo cuando el padre ya no está, un rito de Paulo VI, que tuviera siempre a su lado un rito de Pío V, permanecería perennemente infantil y frágil; mientras que un rito de Pío V que no se resignara a perderse en el hijo caería en un paternalismo invasivo y en un moralismo sin verdadera confianza.
----------Si se quisiera negar esta providencial necesidad de desapego respecto a lo que fue y ya no es, entonces el motu proprio Summorum pontificum, que tampoco manifiesta nunca esta intención, se prestaría demasiado fácilmente a ser leído (precisamente en ese salto entre "realidad virtual" y "realidad real") como un aval para una lectura de la Tradición, no dinámica, sino estática, no vital, sino monumental y arqueológica, no como tradición viva y presente, sino como arraigada y demorada para siempre en un nostálgico pasado que ha sido absolutizado: donde nada se pierde, todo se acumula, pero ya nada está vivo.
----------Y con razón, para evitar lecturas de este tipo, sería necesario recurrir a aquello que decía hace ciento veinte años Maurice Blondel, en Histoire et dogme, en defensa del dinamismo constitutivo de la tradición: "en lugar de pensar que la idea de desarrollo, que preocupa a tantos creyentes, sea heterodoxa, es el fijismo... lo que es una virtual herejía". O como hace noventa años decía José Ortega y Gasset: "lo mejor que humanamente puede decirse de algo es que necesita ser reformado, porque ello implica que es imprescindible y que es capaz de nueva vida" (La rebelión de las masas, Círculo de Lectores, Buenos Aires 1985, p.131).
----------Distinguiendo entre lex orandi y usos de la misma lex, Summorum pontificum abría la posibilidad de sufrir sobre sí mismo igual tratamiento: una cosa es lo que decía en 2007, y otra cosa sería el uso que probablemente se quisiera hacer de él en los años sucesivos. ¿Acaso, con semejante lógica, no se podía vislumbrar ya en 2007, que también para Summorum pontificum, existiría la posibilidad de un "uso extra-ordinario" de su dictado en términos acentuadamente tradicionalistas? Efectivamente, hoy, quince años después, a la vista de lo ocurrido, podemos afirmar sin lugar a dudas que eso efectivamente es lo que ocurrió. No faltaron pasadistas que consideraron legítimo no reducirse a los límites del dictado de Summorum pontificum para usar el Misal de 1962, sino que creyeron legitimada su sensibilidad para usar incluso misales anteriores.
----------En 2007 no fueron pocos los fieles católicos que, ante los dictados de Summorum pontificum, oraban para que Dios no quisiera que una atrevida reconstrucción de una realidad virtual, como aquella diseñada por el documento de Benedicto XVI, pudiera dar un apoyo objetivo e implícito (y casi un exceso de autoridad) no a pacificaciones reales, sino a herejías virtuales, que de hecho no dejaron de producirse a lo largo de quince sufridos años, que han comenzado a revertirse a partir de Traditionis custodes.

2 comentarios:

  1. ¿Por qué tantos razonamientos, tantas vueltas, y tantos giros de palabras para justificar una realidad que es clarísima para cualquiera que quiera verla? La oposición y el odio frente a la liturgia antigua son una consecuencia directa e ineludible del odio hacia la Iglesia pre-conciliar, la del Concilio de Trento, por así decirlo. La "nueva" Iglesia que se sostiene ha nacido después del Concilio Vaticano II, se pretende que no tiene nada que ver con la pre-conciliar: la liturgia, la doctrina, la pastoral, incluso la filosofía (con el olvido del sistema aristotélico-tomista) deben salir al encuentro con el "mundo" y adaptarse al "pensamiento moderno", que desde la Ilustración ha ido hundiendo nuestra civilización.

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    1. Estimado Divus Thomas,
      respecto a su preocupación por los "razonamientos" en este blog, Ud. debe entender que para la inteligencia humana el razonar es inevitable, y las más altas verdades especulativas (como por ejemplo lo son las verdades de fe) exigen esfuerzo y arduos razonamientos para alcanzar siquiera algún atisbo de intelección.
      Lamentablemente hoy se suele pensar que cualquiera puede opinar de cualquier cosa, incluso en ámbitos elevados del conocimiento humano, como la metafísica o la teología. Y este vicio se agrava en la actualidad, por el globalismo de los medios de comunicación al alcance de todos: cualquiera se cree competente para hablar de cualquier cosa y publicarlo. Así estamos.
      De modo que no debería sorprenderle que algunos artículos de este blog, que tratan de hacer medianamente comprensibles arduos conceptos metafísicos o teológicos, exijan razonamientos, distinciones, desarrollos progresivos, presupuestos que deben ser explicados, y sus conclusiones. Una labor que, por cierto no es para todos.
      En cuanto a la oposición y al odio hacia lo que usted llama "liturgia antigua", es afirmación gratuita de su parte. Ningún auténtico católico podría valorar y amar debidamente la liturgia, si no valorara y amara su historia, su desarrollo, su progreso, hasta llegar, por ejemplo, a las formas actuales del rito romano.
      Por otra parte, usted debiera especificar aquello que llama "liturgia antigua". En referencia al rito romano, si usted se refiriera al Misal de San Pío V, en cualquiera de sus siete ediciones típicas, en realidad, no es una liturgia antigua, sino moderna. Por el contrario, el Misal de San Paulo VI es una forma más antigua del rito romano, respecto a la forma del Misal de San Pío V.
      Por último, ¿quién dice usted que sufre el "olvido del sistema aristotélico-tomista"? Por cierto no lo olvidamos en este blog, ni tampoco lo olvida el papa Francisco, quien hace pocos meses atrás ha confirmado el valor de Santo Tomás de Aquino, como Doctor Communis Ecclesiae, reafirmando así un título que ni siquiera san Juan Pablo II ni Benedicto XVI habían nunca recordado en sus respectivos pontificados.

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