Se trata de un juego de textos y contextos que es evidentemente inagotable: no existen repertorios fijos que garanticen la liturgia, ni ideas litúrgicas que garanticen los repertorios. En un cierto sentido, la música es ciertamente función de la palabra, pero es igualmente cierto y de un modo más profundo y originario, que la palabra es función de la música. La emancipación de una restricción de función de la música para la liturgia (la llamada "música sagrada") puede ocurrir solamente superando el restringido concepto de "música de uso" que, funcionalizando el arte, pone término a la misma experiencia musical como verdadero recurso litúrgico. [En la imagen: fragmento del sector superior de "La Natividad", témpera sobre madera de 1474, obra de Domenico Bigordi Ghirlandaio, conservada y expuesta en la Pinacoteca Vaticana, Roma].
Breve enunciado de la cuestión
----------Mi intención básicamente es presentar una breve reflexión acerca de la funcionalidad de la música respecto a la oración, vale decir, acerca de la música para rezar; o bien, en otras palabras, el contexto litúrgico del texto musical. Y me disculpo por adelantado si este artículo no resulta al final muy articulado; lo que hago es más bien pensar en voz alta sobre un tema que tiene muchos ecos y resonancias, de los que aquí tan sólo identificaré algunos, para motivar la reflexión del lector, con la esperanza de algún comentario en el foro, que nos ayude a todos a profundizar en las cuestiones que aquí se propondrán. Quizás una frase de Maurice Merleau-Ponty, que pongo en el frontispicio de este artículo puede servir al lector como útil hoja de ruta para el recorrido que haremos: "Nuestros órganos no son en absoluto instrumentos, si acaso, son nuestros instrumentos los que son órganos añadidos". Espero que al final la afirmación resulte clara.
----------Trataremos de razonar sobre la relación entre música y liturgia, con la ambiciosa intención de superar dos excesos que son frecuentes en el ámbito de la música en la liturgia de la Iglesia. Los dos excesos a los que me refiero se identifican con dos palabras: repertorio e improvisación. La música para el culto puede sufrir esos dos excesos: el exceso del repertorio (como si la música litúrgica fuera sólo pasado) o el exceso de la improvisación (como si la música cultual católica fuera sólo futuro).
----------Se trata de una falsa oposición, que debe ser superada, comprendiendo antes que nada que la tradición musical cristiana se ha construido mediante el recurso a todas las formas, a todos los sonidos, a todos los ritmos, a todos los timbres. No se puede curar esa oposición y reconstruir eficazmente el concepto y la experiencia de la música para la liturgia a través de la oposición entre "música sagrada" y "música profana", porque tal diferencia no depende de una cualidad intrínseca de la música, sino sólo de su uso. Bien lo sabemos, y de sobra. Sin embargo, recuperar un uso litúrgico de la música no es cosa que sea tan simple ni fácil de llevar a cabo. El uso litúrgico de la música no procede sólo por imposición de un repertorio objetivo, ni sólo por la improvisación subjetiva del encenderse de emociones y estados de ánimo individuales. Intentaré, por tanto, trazar un pequeño razonamiento en torno a esta prometedora dificultad.
La acción ritual como verdadero recurso
----------La liturgia, particularmente la liturgia eucarística, es definida por la constitución dogmática Lumen gentium del Concilio Vaticano II como "totius vitae Christianae fons et culmen" (n.11). Sin embargo, no obstante la Reforma litúrgica, y los ciento veinte años transcurridos desde el motu proprio Inter sollicitudines de san Pío X, del 22 de noviembre de 1903, el redescubrimiento de la acción ritual, en su belleza y en su carácter de fuente o recurso eclesial, sigue apareciendo como un problema, no sólo para los músicos y para los maestros o directores de coro, sino sobre todo para los simples fieles, tanto para los pastores como para los teólogos. En mi reflexión, por tanto, quisiera partir de la idea de que no es en absoluto obvio que la acción ritual sea un recurso, es decir, que sea la fuente de toda la acción de la Iglesia. Tratemos de examinar las causas de nuestra oculta pero poderosa vergüenza o embarazo.
----------Ciertamente, si nos lo dice una autoridad como san Ambrosio de Milán, quien utiliza la bella expresión de "fidei canora confessio" (Enarrationes in Psalmos 1,9-12), nos lleva a pensar que la "confessio fidei" tiene buena razones para ser "canora". Pero, en el fondo, todavía estamos habitados a pensar (según una tradición teológica que viene desde hace muchos siglos) ante todo y quizás exclusivamente en la confessio fidei "tout-court", reconducida y reducida a su esencia, sin esos accidentes de por sí considerados no esenciales como la música, el rito, el espacio, el tiempo, el cuerpo, la luz, el tacto, el gusto, la vista, etc.
----------Lo dijo, a su manera, el Papa el pasado domingo, ante los fieles reunidos en la plaza San Pedro, para el rezo del Regina Caeli: "Escuchemos a Jesús: 'Yo soy el camino y la verdad y la vida' (Jn 14,6). 'Yo soy el camino'. Jesús mismo es el camino a seguir para vivir en la verdad y tener vida en abundancia. Él es el camino y, por tanto, la fe en Él no es un paquete de ideas, en las que creer, sino un camino a recorrer, un viaje que cumplir, un camino con Él". Por tanto, la confessio fidei no es sólo proclamar verdades.
----------No llegamos a entender la ambrosiana "fidei canora confessio" como recurso, porque confiamos todos los recursos eclesiales a una confessio fidei sin adjetivos, a un "paquete de ideas" dice el papa Francisco, es decir, a una confessio fidei que no es de por sí ni canora, ni ritualis, ni corporalis, ni sensibilis, ni tangibilis, ni visibilis. Nuestro ideal, tanto de catequistas como de músicos, tanto de teólogos como de pastores, es a menudo sólo el de una fidei intellegibilis confessio.
----------Como si fuera obvio que lo inteligible no fuera compatible con lo sensible y que lo cantable no fuera compatible con lo comprensible: así, la garantía de lo humano-divino se convierte a menudo para nosotros en una deshumanización a ultranza, en razón de una comprensibilidad y de una transparencia que, precisamente, no es ya humana (queriendo ser sólo angélica). Y entonces, dado que nuestra inteligencia ha perdido en tal caso su raíz en lo sensible, su des-humanidad lo abruma irreparablemente todo, tanto la liturgia como la música. Pero dado que no deber ser así, se requiere un esfuerzo especial, que es siempre también esfuerzo del concepto, además de una tarea eclesial y pastoral primaria y cualificante.
Del texto al contexto
----------Por lo tanto, para el músico que quiere de veras abordar críticamente su propio ministerio litúrgico, se presenta el problema de comprender bien el estatuto de la confessio fidei en relación con el cantus. Entiéndase bien, no se trata en absoluto de deducir el cantus de la confessio fidei (como si fuera obvio que la confesión de la fe tiene lugar fuera, primero y antes, por encima o por debajo del canto) ni de sentimentalizar el contenido de la fe con una especie de "banda sonora" musical. He aquí los dos excesos a los que me refería al principio, el exceso del repertorio y el exceso de la improvisación.
----------En estas dos posibilidades, en esos dos excesos (que no me parece que sean sólo realidades hipotéticas, sino que están hoy muy presentes en la vida eclesial concreta) creo que viene totalmente malinterpretado el rol específico de la mediación ritual que vincula y conecta entre sí la música y la confesión de fe. El contexto, tanto de una como de otra, es decir, de aquello que puede hacerse texto, es una relación (misterio de amor) que no puede hacerse nunca completamente texto.
----------He aquí el primer punto sobre el que quisiera centrar mi atención: por gracia de Dios, tanto la música como la confesión de fe pueden hacerse texto, es decir, pueden tomar la forma de una serie de palabras, o de una serie de notas en el pentagrama, pueden transformarse en repertorios. Pero precisamente esta providencial oportunidad se vuelve contra el hombre cuando ella pretende sustituirse al contexto, cuando pretende valer como relación, cuando pretende ocupar el lugar de la res. Y espero que el lector vaya comprendiendo ya el sentido particular que aquí quiero darle a los términos texto y contexto. Nos mantenemos siempre en la zona delimitada al inicio del artículo: el exceso del repertorio es una extralimitación del valor concedido al texto, a lo objetivo; y el exceso de la improvisación es una extralimitación del valor concedido al contexto, vale decir, a la res, a la experiencia subjetiva del rito litúrgico. Claro que texto y contexto son necesarios, imprescindibles, ambos son gracia, pero deben estar el uno en función del otro.
----------El primer recurso (o "fons" como dice la Lumen gentium) de la acción ritual reside precisamente en esto: que, si bien la liturgia se vale de diversas textualidades (musicales, verbales, pero también rubricales…) nunca la liturgia puede ser reducida a texto, so pena de perder instantáneamente su propia verdad de acto. El texto es sólo instrumento y potencia, de un contexto que es verdadero fin y plenitud del acto ritual.
----------De tal modo la acción ritual, precisamente por su embarazadora e incluso vergonzosa complejidad, conduce todo texto a la relación de la cual deriva y hacia la cual aspira, restituye al texto aquella plenitud y concreción de las cuales cada texto, inevitablemente, toma distancia y abstrae. La acción ritual es el gran contexto-relación que recuerda a cada uno de sus textos (musicales o verbales, gestuales o icónicos) su origen y su destinación, en cierto modo su perdón y su promesa.
----------En este sentido debemos entender que la música para la liturgia es en realidad música de la liturgia y música desde la liturgia: no dice un añadido que hacemos, o una función que garantizamos, sino que da voz (texto) a una necesidad intrínseca a la acción ritual (contexto), que no puede dejar de hacerse también sonido, voz, canto, acento, síncopa, pausa, silencio (las diversas textualidades).
El rito y la contextualización del texto
----------Llegados a este punto, no podemos dejar de preguntarnos acerca de qué modo la acción ritual realiza su poder expresivo y experiencial. ¿Cómo es posible que precisamente en el rito se pueda pasar, de modo tan poderoso, del texto al contexto, de la ausencia atestiguada a la presencia adorada y agradecida?
----------Aquí es interesante comentar una hermosa teoría que un meritorio liturgista italiano propuso hace algunos años a la consideación pública, y que merece ser cuidadosamente considerada. Claro que se trata sólo de una teoría, y tan sólo en sus humildes límites y fines debe ser recibida, si fuera el caso, por el lector.
----------Aquella teoría sostiene que la acción litúrgica, en cuanto que se ubica entre las experiencias simbólico-rituales, supera la distancia espacio-temporal o la distancia sujeto-objeto o la distancia uno-múltiple, con una técnica muy diferente a la que estamos acostumbrados. El esfuerzo inteligente (donde inteligencia aquí debe entenderse de modo reductivo como racionalidad científica) frecuentemente indaga en profundidad en un texto, contempla una pieza musical, examina una pintura, saca a la luz analítica y detalladamente lo que está oculto. Busca el verdadero ser de la pintura, de la palabra, del gesto, de la música, frente a su apariencia, en cierto modo divide y separa sustancia y accidente, esencia y existencia, noúmeno y fenómeno.
----------La acción ritual ejercita una inteligencia de otro tipo, despliega una sabiduría más sabia que la ordinaria, no tanto por argumentación y deducción, cuanto por analogía y por asociación, por metáfora y por metonimia. Podríamos decir que mientras la explicación causal razona en términos de "ser", la razón ritual utiliza la lógica de la "acción", la razón ritual piensa con el hecho y por el hecho de actuar.
----------Por tanto, el rito, de por sí, renuncia a desvelar los textos, no procede a la búsqueda (con procedimiento analítico-argumentativo) de la esencia oculta de las acciones, sino que pone juntos diferentes textos (bíblicos, eucológicos, musicales, gestuales, icónicos, espaciales, temporales) y desvela el sentido propio del contexto-relación mediante esta estrategia de unión o yuxtaposición y de multiplicación, de analogía y de imitación. La acción ritual litúrgica (contexto) no explica un texto, sino que lo emplea, no define un texto, sino que lo actúa, no delimita un texto sino que lo imita.
----------Por consiguiente, creo que ya el lector puede haber advertido que tal estrategia implica un concepto de coherencia muy diferente al que todos estamos demasiado habituados. La coherencia de la liturgia no es ante todo una coherencia sobre el ser, sino una coherencia sobre la acción; podríamos decir, exagerando un poco, que la coherencia litúrgica no es una coherencia sobre la sustancia, sino una coherencia sobre el accidente, no sobre lo invisible, sino sobre lo visible, no sobre la esencia, sino sobre la existencia.
Sensibilidad ritual para la inteligencia musical
----------Evidentemente, esta toma de conciencia introduce (en la acción y en la conciencia eclesial) una cesura comportamental e ideal, a la que justamente deberíamos llamar una pausa o interrupción de experiencia. La acción litúrgica, operando con diversos textos, de la manera "estética" que hemos considerado, es decir, trabajando con los accidentes antes que con las sustancias, con las existencias antes que con las esencias, con los cuerpos antes que con las almas, con los sentidos antes que con el intelecto, introduce una singular interrupción en todas esas formas de vida (pre y post litúrgica) en las cuales siempre se tiene que ver (para bien o para mal) con la primacía de lo invisible mental sobre lo visible corpóreo.
----------Parecerá acaso algo paradójico, pero la lógica del acto litúrgico constituye una singular negación de todo espiritualismo-intelectualismo laborativo o existencial, religioso o civil: la liturgia interrumpe la evidencia de la vida, los valores de la existencia, asumiendo e imponiendo en su lugar una lógica de la acción y del cuerpo. De tal modo, la acción litúrgica reconstruye el contexto relacional que da sentido y plenitud tanto a cada texto como a cada valor, a cada deber como a cada derecho.
----------No olvide el lector el texto del Magisterio que nos guía autoritativamente en todas estas reflexiones que en libertad el ámbito de la teología puede y debe ofrecernos: la liturgia, particularmente la eucarística, es "totius vitae Christianae fons et culmen" (Lumen gentium n.11). Por lo tanto, si el contexto litúrgico es tal, si esta es la lógica de la acción ritual como recurso o fons, llegamos a una pregunta central: ¿qué significa esto para el texto musical? Quisiera indicar estas consecuencias en tres breves respuestas:
----------1. El texto musical no se delimita a un individual ámbito, sino que tiende a fundirse con todo el contexto, lo cual significa que la atención musical tiende a investir cada manifestación sonora: voz, voz hablada, cantilación, canto, instrumentos musicales, silencio. Y lo que estoy diciendo no es ninguna novedad en la historia de la Iglesia, no es el fruto de extrañas teorías vanguardistas, sino que es ante todo una sabiduría antigua que hoy estamos redescubriendo lentamente, fatigosamente, pero fructuosamente. Cada acontecimiento sonoro pasa del texto al contexto, de lo visible a lo invisible, del objeto a contemplar a la relación a vivir, de la perspectiva con la que miro a Dios a la percepción de la mirada de Dios sobre mí.
----------2. Junto a esta experiencia de fusión, y de hecho precisamente para permitir vivirla más radicalmente, sin embargo, siempre queda también una fractura, una necesaria conciencia de la alteridad y de la diferencia que constituye la música con respecto a la palabra. No su insignificancia, ni su irracionalidad, sino su forma diferente de significar y de razonar, es lo que lleva al contexto a su verdad de relación. Sólo la conciencia del modo diferente de conducir a la referencia constituye la verdadera razón de ser de lo musical en el contexto de la experiencia litúrgica. Que el órgano intervenga en la liturgia con diferentes registros (oboe, flauta, trombón, etc.) nos impulsa a comprender el significado de los timbres musicales según una lógica distinta a la de los conceptos. Es el órgano mismo (en cuanto orquesta de diferentes registros) lo que excluye la posibilidad de que haya un solo instrumento de la liturgia: en el órgano, en su constitutiva pluralidad, todos los instrumentos son acogidos y valorizados en la celebración cristiana.
----------3. Finalmente, la música, por todas estas razones, resulta evidentemente parte sustancial de la acción litúrgica y no simplemente texto ilustrativo, representativo o decorativo de otro texto escrito y rubrical. Ella deviene de este modo corresponsable de la acción litúrgica y no en cambio acción instrumental-profesional que comenta una esencia, la cual de por sí bastaría que fuera dicha o pensada. Sobre todo, la música enseña a la Iglesia la alabanza del tacto, del timbre, del ritmo, de la melodía, de la armonía.
Algunas conclusiones abiertas a ulteriores perspectivas
----------Nuestro breve recorrido llega a su fin con un pequeño bagaje de adquisiciones: hemos entendido que la acción ritual es fons (Lumen gentium n.11) es un recurso bello y que la música encuentra en este contexto el valor de su texto. Pero hemos descubierto mucho más, a saber, que la liturgia es recurso bello no en sí, no cuando se cierra en un cualquier texto, sino precisamente al activar los recursos bellos de los cuales vive: bellas palabras, bellas músicas, bellos gestos, bellas luces, bellas vestimentas, bellos silencios, bellos movimientos, buen pan, buen vino, hacen de la liturgia un recurso bello, es decir, los contextos icónicos, verbales, materiales, temporales, espaciales y por lo tanto también musicales hacen del texto litúrgico un verdadero contexto, una relación, un reposo, un consuelo, una profecía y una promesa.
----------Este juego de textos y contextos es evidentemente inagotable: no existen repertorios fijos que garanticen la liturgia, ni ideas litúrgicas que garanticen los repertorios. En un cierto sentido, como hemos visto, la música es ciertamente función de la palabra, pero igualmente cierto y de un modo más profundo y originario, la palabra es función de la música. La emancipación de una restricción de función de la música para la liturgia puede ocurrir solamente superando el restringido concepto de "música de uso" que, funcionalizando el arte, pone término a la misma experiencia musical como verdadero recurso litúrgico.
----------Sin embargo, una de las características de la ritualidad es la intransitividad, una suerte de no inmediatez comunicativa, que se nutre de registros de vivencia y de comunicación que no son en absoluto usuales.
----------El instrumento de la expresión musical (como canto solo, como canto acompañado y como música solo instrumental), al interrumpir el dominio comunicativo que la palabra inevitablemente hace en toda la amplitud de la Iglesia, articula y despliega toda la potencialidad de la Palabra, a la cual las palabras, por sí solas, no sólo no llegan a adecuarse, sino que a la larga siempre pueden traicionar y desfigurar.
----------Para hacer esta experiencia de lo musical es necesario salir de visiones reductivas de la acción ritual, que le sustraen o privan precisamente su calidad de recurso y que de algún modo saben hacer de la música sólo un instrumento de la liturgia, porque pueden hacer de la liturgia solo un instrumento de la teología. Tal música no es en absoluto recurso de la liturgia, porque la liturgia no es en absoluto recurso ni para la fe ni para la teología.
----------En cambio, al comprender el recurso (fons) originario de la liturgia con respecto al acto de fe, sabremos devolver a la música el sentido de recurso originario para la liturgia. Para hacer esto, debemos alejarnos de cualquier cómoda visión funcionalizadora e instrumentalizadora, tanto de la música como de la liturgia.
----------La tarea ciertamente no es nada fácil, pero es enteramente apasionante y, a la larga, también sumamente gratificante. Por lo demás, coincide con el esfuerzo del concepto teológico (y del contacto pastoral) que el Movimiento Litúrgico introdujo en el siglo XX en lo interno de la experiencia eclesial. Para comprender su alcance, podemos dejarnos guiar por las palabras de un gran pensador francés del siglo pasado, con sus luces y sus sombras, Maurice Merleau-Ponty, que suenan aquí para nosotros casi como una bella música. En ellas resuena de un trazo esta frase lapidaria: "Nuestros órganos no son en absoluto instrumentos, si acaso, son nuestros instrumentos los que son órganos añadidos".
----------Una Iglesia que demuestre ser inteligente y sensible (es decir, que sea consciente de descubrir y de expresar la propia comunión con Dios no sólo con la cabeza sino también con las manos, no sólo con el intelecto sino también con la tacto) sabrá comprender hasta el fondo que la liturgia no es un instrumento en sus manos, sino su órgano fundamental, y así hará también de la música uno de sus órganos añadidos, bello recurso para una liturgia reconducida a su vocación originaria de fons.
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