No obstante las garantías que Summorum pontificum y la adjunta Carta a los Obispos decían asegurar en 2007 acerca de su fidelidad a las premisas liturgicas del Concilio Vaticano II, quedaba muy clara la objetiva toma de distancia que tales documentos representaban respecto a la necesidad de la Reforma litúrgica. Porque si cuando reformo un rito, dejo que el rito precedente continúe tranquilamente su curso, ¿puedo verdaderamente afirmar estar convencido de la necesidad de la Reforma? ¿Puede considerarse reconocida la pedagogía ritual que implica reconocer a la liturgia como "fuente y culmen" de toda la vida de la Iglesia? [En la imagen: Joseph Ratzinger recibido como Obispo con entusiasmo por la población de Munich, el 1 de julio de 1977].
Planteo de la cuestión y método a seguir
----------Lo que presento aquí al lector son dos relecturas o interpretaciones de la Reforma litúrgica, según el juicio de dos grandes teólogos: Joseph Ratzinger [1927-2022] y Hans Urs von Balthasar [1905-1988]. A finales de la década de 1970, ambos juzgaban la reforma litúrgica según lógicas muy diferentes, con acentos a veces más trágicos y a veces más proféticos. Creo que de esta comprobación deriva una interesante perspectiva que nos puede ser muy útil para releer antiguas y nuevas cuestiones.
----------Me gustaría que partiéramos con la atenta consideración de las siguientes palabras del papa san Paulo VI en la audiencia general del 13 de enero de 1965: "Debemos darnos cuenta de que con el Concilio ha nacido una nueva pedagogía espiritual: es su gran novedad; y no debemos vacilar en hacernos primero discípulos y luego colaboradores de la escuela de oración que está a punto de comenzar. Puede darse que las reformas afecten hábitos queridos, y quizás también respetables; puede darse que las reformas exijan algún esfuerzo que en un principio no sea agradable; pero debemos ser dóciles y tener confianza: el plano religioso y espiritual, que nos ha abierto la nueva Constitución litúrgica, es estupendo, por profundidad y autenticidad de doctrina, por racionalidad de lógica cristiana, por pureza y por riqueza de elementos cultuales y artísticos, por su respuesta a la índole y a las necesidades del hombre moderno".
----------No sé si hoy la instauración de algo así como un "día de la memoria litúrgica" pudiera sonar provocador para algunos, pero estoy seguro que, acaso paradójicamente, sería una decisión necesaria, para recuperar el sentido de la profundidad histórica y de la vocación eclesial, en la gran confusión que viene continuamente propuesta y alimentada in re liturgica por sectores limitados aunque todavía influyentes de la comunidad eclesial (aunque ya no tan influyentes como sucedía hace una década atrás).
----------Tal auspicio de un necesario "día de la memoria litúrgica", ciertamente podría surgir de quienes trabajan hoy en el campo pastoral (obispos y párrocos sobre todo), pero también debería nutrirse de una adecuada documentación histórica, que muchas veces hoy, en razón de su propia deficiencia, conduce a análisis y a reconstrucciones completamente vacíos de contenido real, que fácilmente confunden la causa con el efecto, y llevan a menudo (no sólo en las improvisaciones de los periodistas y blogueros de la internet, sino también en las declaraciones inadvertidas de prelados y de presuntos teólogos), a la culpabilización del Concilio Vaticano II y de la Reforma misma por la crisis en la cual actualmente vive la liturgia.
----------Precisamente en nombre de esta necesidad de recuperación histórica de las auténticas cuestiones eclesiales y rituales que subyacen a la Reforma litúrgica y que afectan al cuerpo eclesial desde hace por lo menos ciento sesenta años, quisiera intentar aquí una relectura de estos últimos sesenta años, desde que fue promulgada la constitución Sacrosanctum Concilium del Concilio Vaticano II, mediante una recomprensión del legado histórico de algunas comprensiones del proceso de Reforma que desde la década de 1970 se han presentado en el cuerpo eclesial, con reconstrucciones más o menos conjeturales, más o menos pertinentes o más o menos impertinentes, de los pasajes históricos que esta Reforma ha implicado. Para nuestro tiempo de crisis eclesial, una tal reconstrucción histórica es absolutamente urgente, a fin de evitar la lectura en modo demasiado miope tanto de los auspiciosos desarrollos recientes, como de los preocupantes desarrollos de una década atrás, como de las antiguas insuperables ambiciones.
----------Quizá pueda sorprender que ya a finales de los años 70s podamos encontrar en los escritos de Joseph Ratzinger y de Hans Urs von Balthasar algunas de las ideas que volvíamos a encontrar, tres décadas después, en el centro del texto del motu proprio Summorum pontificum del 2007, con el cual se pretendía "liberalizar" la forma del rito romano precedente a la Reforma litúrgica deseada por el Concilio Vaticano II. Quizás algunas de las intenciones secretas de Summorum pontificum pudieran ser hoy adecuadamente comprendidas considerando un diálogo a la distancia entre dos textos de Ratzinger y de Von Balthasar, que de alguna manera explicitan mejor las razones a favor y las razones en contra del texto de la Reforma litúrgica.
----------Tratemos de examinar las opiniones de estos dos grandes teólogos, para extraer indicaciones útiles sobre el sentido de la Reforma litúrgica, ayer y hoy. Procederemos de la siguiente manera: 1. en primer lugar, examinaremos un texto autobiográfico de Joseph Ratzinger, del que deduciremos: 2. algunas consecuencias acerca del modo con el cual hoy es necesario datar el Movimiento litúrgico; luego consideraremos: 3. la perspectiva de Hans Urs Von Balthasar, de la cual sacaremos: 4. indicaciones generales sobre los desafíos que hoy estimulan y amenazan la conciencia eclesial en torno a la Reforma litúrgica; a los que seguiremos con: 5. cinco tesis conclusivas, que a mi entender resumen la compleja visión de conjunto hacia la que nos ha querido conducir el Concilio Vaticano II y que hoy necesitamos profundamente y estratégicamente recuperar.
La Reforma litúrgica como tragedia, según la autobiografía de Ratzinger
----------El primer texto que quiero considerar está tomado de la autobiografía que Ratzinger escribió en 1977, quince años después del inicio del Concilio Vaticano II. Se trata, como es evidente, de un texto no magisterial, que por tanto puede ser comentado por un teólogo con cierta libertad. En primer lugar, propongo leer la larga cita del mismo, la cual manifiesta en quien por entonces era Arzobispo de Munich (luego Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe y finalmente el papa Benedicto XVI), una comprensión trágica del impacto que la Reforma litúrgica había tenido sobre la vida y la identidad de la Iglesia. Para aclarar el sentido y el alcance del texto, debemos tener en cuenta que Ratzinger habla de lo que sucedía inmediatamente después del Concilio (en los años 1965 y siguientes), pero la redacción es más de 10 años después.
----------He aquí lo que dice Ratzinger: "El segundo gran evento al comienzo de mis años de Ratisbona fue la publicación del misal de Pablo VI, con la prohibición casi completa del misal precedente, tras una fase de transición de cerca de seis meses. El hecho de que, después de un período de experimentación que a menudo había desfigurado profundamente la liturgia, se volviese a tener un texto vinculante, era algo que había que saludar como seguramente positivo. Pero yo estaba perplejo ante la prohibición del Misal antiguo, porque algo semejante no había ocurrido jamás en la historia de la liturgia. Se suscitaba por cierto la impresión de que esto era completamente normal. El misal precedente había sido realizado por Pío V en el año 1570 a la conclusión del concilio de Trento; era, por tanto, normal que, después de cuatrocientos años y un nuevo Concilio, un nuevo Papa publicase un nuevo misal. Pero la verdad histórica era otra. Pío V se había limitado a hacer reelaborar el misal romano entonces en uso, como en el curso vivo de la historia había siempre ocurrido a lo largo de todos los siglos. Del mismo modo, muchos de sus sucesores reelaboraron de nuevo este misal, sin contraponer jamás un misal al otro. Se ha tratado siempre de un proceso continuado de crecimiento y de purificación en el cual, sin embargo, nunca se destruía la continuidad. Un misal de Pío V, creado por él, no existe realmente. Existe sólo la reelaboración por él ordenada como fase de un largo proceso de crecimiento histórico. La novedad, tras el concilio de Trento, fue de otra naturaleza: la irrupción de la reforma protestante había tenido lugar sobre todo en la modalidad de 'reformas' litúrgicas.
----------No existía simplemente una Iglesia católica junto a otra protestante; la división de la Iglesia tuvo lugar casi imperceptiblemente y encontró su manifestación más visible e históricamente más incisiva en el cambio de la liturgia que, a su vez, sufrió una gran diversificación en el plano local, tanto que los límites entre lo que todavía era católico y lo que ya no lo era se hacían con frecuencia difíciles de definir. En esta situación de confusión, que había sido posible por la falta de una normativa litúrgica unitaria y del pluralismo litúrgico heredado de la Edad Media, el Papa decidió que el 'Missale Romanum', el texto litúrgico de la ciudad de Roma, católico sin ninguna duda, debía ser introducido allí donde no se pudiese recurrir a liturgias que tuviesen por lo menos doscientos años de antigüedad. Donde se podía demostrar esto último, se podía mantener la liturgia precedente, dado que su carácter católico podía ser considerado seguro. No es posible, por lo tanto, hablar de hecho de una prohibición de los anteriores y hasta entonces legítimamente válidos misales.
----------Ahora, por el contrario, la promulgación de la prohibición del Misal que se había desarrollado a lo largo de los siglos desde el tiempo de los sacramentales de la Iglesia antigua, comportó una ruptura en la historia de la liturgia cuyas consecuencias sólo podían ser trágicas. Como ya había ocurrido muchas veces anteriormente, era del todo razonable y estaba plenamente en línea con las disposiciones del Concilio que se llegase a una revisión del Misal, sobre todo considerando la introducción de las lenguas nacionales. Pero en aquel momento acaeció algo más: se destruyó el antiguo edificio y se construyó otro, si bien con el material del cual estaba hecho el edificio antiguo y utilizando también los proyectos precedentes.
----------No hay ninguna duda de que este nuevo Misal comportaba en muchas de sus partes auténticas mejoras y un verdadero enriquecimiento, pero el hecho de que se presentase como un edificio nuevo, contrapuesto a aquel que se había formado a lo largo de la historia, que se prohibiese este último y se hiciese aparecer la liturgia de alguna manera ya no como un proceso vital, sino como un producto de erudición de especialistas y de competencia jurídica, nos ha producido unos daños extremadamente graves. Porque se ha desarrollado la impresión de que la liturgia se 'hace', que no es algo que existe antes que nosotros, algo 'dado', sino que depende de nuestras decisiones. Como consecuencia de ello, no se reconoce esta capacidad de decisión sólo a los especialistas o a una autoridad central, sino que, en definitiva, cada 'comunidad' quiera darse una liturgia propia. Pero cuando la liturgia es algo que cada uno hace a partir de si mismo, entonces no nos da ya la que es su verdadera cualidad: el encuentro con el misterio, que no es un producto nuestro, sino nuestro origen y la fuente de nuestra vida. Para la vida de la Iglesia es dramáticamente urgente una renovación de la conciencia litúrgica, una reconciliación litúrgica que vuelva a reconocer la unidad de la historia de la liturgia y comprenda el Vaticano II no como ruptura, sino como momento evolutivo. Estoy convencido de que la crisis eclesial en la que nos encontramos hoy depende en gran parte del hundimiento de la liturgia, que a veces se concibe directamente 'etsi Deus non daretur': como si en ella ya no importase si hay Dios y si nos habla y nos escucha. Pero si en la liturgia no aparece ya la comunión de la fe, la unidad universal de la Iglesia y de su historia, el misterio del Cristo viviente,¿dónde hace acto de presencia la Iglesia en su sustancia espiritual? Entonces la comunidad se celebra sólo a sí misma, que es algo que no vale la pena. Y dado que la comunidad en sí misma no tiene subsistencia, sino que, en cuanto unidad, tiene origen por la fe del Señor mismo, se hace inevitable en estas condiciones que se llegue a la disolución en partidos de todo tipo, a la contraposición partidaria en una Iglesia que se desgarra a sí misma. Por todo esto tenemos necesidad de un nuevo movimiento litúrgico que haga revivir la verdadera herencia del Concilio Vaticano II" (Joseph Ratzinger, Mi vida, Ediciones Encuentro, Madrid 2006, pp.166-169).
Algunos prenotandos a profundizar
----------Este texto, con su sorprendente dureza, comporta algunos juicios de tal manera cargados de prejuicios como para resultar del todo desorientadores para una valoración serena y sosegada de los hechos que se están considerando. Si bien luego Joseph Ratzinger llegó a ser Obispo de Roma y Papa, evidentemente somos libres de juzgar con gran libertad y parresía uno de sus escritos autobiográficos, que no representa un documento magisterial, pero que puede sernos útil para comprender algunas de las lógicas del magisterio litúrgico del papa Benedicto XVI desde 2007 hasta su dimisión al trono de Pedro.
----------Ante todo, es singular un primer aspecto: el escándalo es suscitado en Ratzinger no por la Reforma litúrgica, sino por la "promulgación de la prohibición del Misal que se había desarrollado a lo largo de los siglos". Se trata ésta de una curiosa expresión, ligada a una reconstrucción histórica completamente hipotética, conjetural y sorprendentemente ideológica. Mientras Pío V habría (según opinión de Ratzinger) simplemente "reelaborado el misal en uso", la prohibición de "ese misal" ha comportado "una ruptura en la historia de la liturgia, cuyas consecuencias sólo podrían ser trágicas". Lo que aquí es afirmado por Ratzinger depende de una reconstrucción absolutamente maniquea de la posible continuidad. Puede existir continuidad solamente si se continúa usando el misal tridentino. Al mismo tiempo, no se llega a comprender cómo debería ser concebida una verdadera reforma que no cayera en esa que Ratzinger considera una trágica ruptura.
----------En realidad, la historia, si se observa con una mirada menos prejuiciada por el miedo y por la inseguridad, dice precisamente otra cosa distinta. En otras palabras, que tal como san Pío V había hecho en 1570, y después los otros papas en modo menos sistemático, san Paulo VI, aunque con otros medios y con otras competencias a su disposición, ha hecho en 1969. El rito romano encuentra continuidad mediante la reforma, no al lado y no obstante ella. La imagen utilizada ("se destruyó el antiguo edificio y se construyó otro") manifiesta bien este modo prejuicioso e injusto de considerar la historia concreta de la Reforma.
----------Se debe añadir, por consiguiente, que esta reconstrucción conjetural de la historia de la Reforma litúrgica desde 1963 hasta la actualidad podríamos decir (aunque Ratzinger publica Mi vida en 1977) llega a un juicio que invierte la causa y el efecto: a causa de la Reforma postconciliar se ha entrado en la crisis de la liturgia, según Ratzinger. No se dice una sola palabra sobre el hecho de que la crisis de la liturgia preexistía desde hacía al menos un siglo con anterioridad al Concilio. Por el contrario, se pretende (algunas páginas antes) demostrar que incluso en el rito preconciliar la participación activa era una realidad plenamente en acto, cumplida. Cuando sabemos que eso no es históricamente cierto. Al respecto, recuerde el lector las distinciones que hacíamos en notas anteriores entre: cuestión litúrgica, movimiento litúrgico y reforma litúrgica, comprobando (bastan para ello los testimonios de Prosper Guéranger y de Antonio Rosmini) que la cuestión litúrgica ya había sido identificada con neto perfil en las primeras décadas del siglo XIX.
----------De aquí, de este texto de Ratzinger, que revela un alma perturbada por una representación dramática y trágica de la identidad comprometida por la Reforma litúrgica, surge la intención de una "reconciliación litúrgica" y de un "nuevo movimiento litúrgico" para redescubrir la continuidad perdida. Es evidente que, en lo interno de una tal hipotética reconstrucción, serían posibles una reconciliación y una continuidad sólo "repristinando la vigencia del rito preconciliar". El drama que Joseph Ratzinger vivía en 1977 y sus ideas de entonces (publicadas en esta autobiografía), constituyen una clara premisa para lo que, treinta años después, se habría de intentar a través de Summorum pontificum. Pero el sistema teológico-jurídico que en 2007 habría de surgir, lo que generaba era sólo confusión e incertidumbre, incerteza, inseguridad y duda. No reconciliaba nada, sino que exacerbaba las diferencias y los conflictos, resaltaba los resentimientos y los prejuicios. De hecho, creaba identidades paralelas que son irreconciliables y, sin embargo, eran peligrosamente oficializadas.
----------Detrás de todo esto, sin embargo, se perfila una sombra espectral. Aquel texto de Joseph Ratzinger de 1977 nos deja intuir lo que piensa el autor acerca de la necesidad de la Reforma litúrgica. Y también es evidente que ese texto autobiográfico, aunque llegando indirectamente a la misma consecuencia del motu proprio Summorum pontificum de 2007, es mucho más explícito y pesado en su juicio negativo acerca de la Reforma litúrgica. La persuasión de un posible régimen paralelo entre rito viejo y rito nuevo puede ser sostenida (más allá de las cuestiones prácticas que se derivan irremediablemente) sólo si se está convencido de que la Reforma no ha sido un acto necesario subsecuente al Concilio Vaticano II. Una grave premisa ideológica (si se me permite: serio hándicap) para quien tres décadas después llegaría a ser Papa.
----------No obstante las garantías que Summorum pontificum y la Carta a los Obispos adjunta decían asegurar en 2007 respecto a la fidelidad a las premisas litúrgicas establecidas por el Concilio Vaticano II, quedaba muy clara la objetiva toma de distancia que tales documentos representaban respecto a la necesidad de la Reforma litúrgica. Sobre esto, estoy convencido, debería centrarse hoy la atención. Si cuando reformo un rito, dejo que el rito precedente continúe tranquilamente su curso, ¿puedo verdaderamente afirmar que estoy convencido de la necesidad de la Reforma? ¿Puede considerarse reconocida la pedagogía ritual que implica reconocer a la liturgia como "fuente y culmen de toda la vida cristiana" como enseña Lumen Gentium n.11? Esta cuestión, cuarenta y cinco años después de aquellos recuerdos de Ratzinger de su drama en 1977, sigue abierta. Y de ninguna manera es simplemente una cuestión autobiográfica.
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