sábado, 20 de mayo de 2023

¿Es la Reforma litúrgica trágica o profética? Dos relecturas para celebrar los 60 años de la Sacrosanctum Concilium (2/3)

No todo lo que es "traditum" es sano, y no todo lo que es sano es "traditum". En otros términos, existen aspectos de la tradición que no es saludable continuar observando, mientras que existen exigencias de buena salud que la Iglesia no encuentra de modo inmediato en lo que ha recibido de las generaciones precedentes. De ahí que todo tradicionalismo corre el riesgo de olvidar este límite interno del "tradere", que siempre tiene también el sentido del "tradire". En la medida en que la "tradición" traiciona el depositum, entonces tiene necesidad de la lucidez con la cual una generación, con prudencia, predispone cuidadosa y certeramente una reforma. [En la imagen: una fotografía de Hans Urs von Balthasar en 1980].

Continuidad, discontinuidad, Reforma y sana Tradición
   
----------La auspiciosa expresión "un nuevo movimiento litúrgico", con la cual se cierra el pasaje del texto de 1977 del teólogo Joseph Ratzinger, que hemos considerado líneas arriba, manifestaba, en quien era por entonces arzobispo de Munich, una profunda dificultad en la comprensión equilibrada de la historia con la cual el Movimiento litúrgico se ha movido en el último siglo. Sobre todo, demostraba una conciencia muy limitada de la cuestión litúrgica, como horizonte problemático que ha dado vida al Movimiento litúrgico desde el siglo XIX. Y, como hemos visto, tiende a hacernos creer que la cuestión litúrgica no sea la causa de la Reforma litúrgica, ¡sino su efecto! Así también parecía entenderlo Ratzinger. Para evitar estas conclusiones desconsideradas (incapaces de admitir o considerar eventualidades desfavorables), hoy es necesario, en primer lugar, tener siempre presente la distinción entre los tres conceptos señalados (cuestión litúrgica, movimiento litúrgico y reforma litúrgica), y, en segundo lugar, proponer una reflexión más adecuada del real desarrollo histórico del Movimiento litúrgico, desarrollo que quiero esbozar aquí brevemente.
----------Dado que en los últimos tiempos se han multiplicado diversas tomas de posición en torno al tema de la Reforma litúrgica y al rol que cumple la Tradición ritual para la fe cristiana, es bueno tratar de precisar, con toda la serenidad y objetividad necesarias y, naturalmente, lejos de todo ánimo de polémica, algunas grandes cuestiones de fondo, sobre las cuales es fácil hacer afirmaciones que, a causa de su unilateralidad, constituyen luego la premisa de muchas consecuencias inoportunas o incluso nocivas.
----------La Reforma litúrgica no es y no quiere ser ruptura con la tradición ritual de la liturgia cristiana, sino que quiere garantizar la continuidad con la gran tradición originaria del orar y del celebrar cristianos ante una crisis que, en Europa, ha afectado a la liturgia desde fines del siglo XVIII. El comienzo de la crisis litúrgica no fue 1968, sino 1790 o 1833. Sin embargo, para sustentar esta tesis, es necesario madurar una mirada muy equilibrada. Porque no debemos caer en la tentación de contraponer, drásticamente, continuidad y discontinuidad. La Reforma es la conciencia madurada en la Iglesia (y conciencia que no se puede improvisar) acerca de la necesidad de favorecer la continuidad mediante una cierta discontinuidad.
----------Porque si es cierto que la Reforma quiere realizar una continuidad más auténtica y más eficaz de la Tradición, es igualmente cierto que sólo puede lograr este objetivo a costa de algunas decisivas discontinuidades. En efecto, debemos recordar que una Reforma, si quiere ser tal, debe cambiar algunas cosas importantes, de las cuales depende el sentido mismo de la Tradición. Una Reforma que no tocara en lo más mínimo la práctica ritual de la Iglesia, que no incidiera sobre sus ritos, sobre sus prioridades, sobre su lenguaje o sobre la relación eclesial, sería una falsa Reforma o la negación misma de la Reforma. Si se decide hacer una Reforma, pero que a la vez no pueda cambiar nada, entonces es evidente que se entra en una región de la incerteza que ya no se puede llamar Reforma. Esa región de la incerteza parece que era la que habitaba y perturbaba al teólogo Josep Ratzinger en 1977, arzobispo de Munich, en la desconsiderada y desequilibrada relectura trágica que hacía de la Reforma litúrgica. 
----------Por otra parte, es justo recordar que la correcta hermenéutica del Concilio Vaticano II, a la que también se había referido el papa Benedicto XVI en un conocido discurso a la Curia Romana en 2005, no contrapone discontinuidad a continuidad, sino ruptura a Reforma. Lo que se podría traducir de este modo: cuando se trata de tomar en cuenta a la Tradición en un pasaje crítico de la vida de la Iglesia, la discontinuidad necesaria es la discontinuidad de la Reforma, no la discontinuidad de la ruptura. También en este caso, si la tradición está en crisis, la continuidad sólo puede mantenerse a costa de una cierta discontinuidad.
----------Sobre esta base, es sorprendente notar cómo en la argumentación de Ratzinger en 1977 y también en la argumentación de otros hasta la actualidad, se intenta a menudo equiparar la no ruptura, que es necesaria a toda verdadera Reforma, con la consideración según la cual no existiría ninguna antítesis entre las dos formas del rito romano, el de 1962 y el de 1969. En realidad, de la premisa que hemos pacíficamente adquirido (vale decir, que la continuidad sólo puede mantenerse a costa de una cierta discontinuidad), esa pretendida y supuesta consecuencia no se deriva en absoluto. Porque si se hace una Reforma hay discontinuidad, vale decir, lo que viene cambiado ya no es lo mismo, ya no es como era antes.
----------Pero esta discontinuidad, que no se puede negar sin negar la idea misma de verdadera Reforma, no puede ser compatible con la supervivencia de aquella praxis que precisamente se ha querido modificar o reformar. Aquí nos encontramos frente a un problema que no es tanto problema litúrgico o eclesial, sino que ante todo es un problema lógico. Tratemos de abordarlo comenzando desde más lejos. En la Carta enviada a los Obispos en 2007 por el papa Benedicto XVI con motivo del motu proprio Summorum pontificum, el Papa decía: "No hay ninguna contradicción entre una y otra edición del Missale Romanum. En la historia de la Liturgia hay crecimiento y progreso, pero ninguna ruptura. Lo que para las generaciones anteriores era sacro, también para nosotros sigue siendo sacro y grande".
----------Tenía razón el papa Benedicto XVI cuando nos pedía que permaneciéramos firmemente plantados en la dinámica de una historia que se articula en el espacio y en el tiempo: en la sucesión histórica de las dos formas no existe ninguna contradicción entre rito viejo y rito nuevo. ¡Pero precisamente, sólo en la sucesión temporal de dos formas diferentes! Si, por el contrario, se pretende hacer convivir en la misma unidad de espacio y tiempo estas dos formas, sin subordinar una a la otra de modo neto, claro y definido, se pierde inmediatamente la orientación y, por tanto, también el sentido de la tradición.
----------La Reforma litúrgica ha sido un acto necesario, un pasaje, una discontinuidad, que la Iglesia ha advertido y juzgado, en su más alto nivel, es decir, a nivel de Concilio Ecuménico, como un acontecimiento decisivo de su propia identidad, mientras que lo grave es que en 2011, la instrucción Universae Ecclesiae de la Pontificia Comisión Ecclesia Dei, y ya antes el motu proprio Summorum pontificum, reducían la Reforma litúrgica a una opción meramente posible. Aquí radica una diferencia delicadísima, tan fina y sutil como un cabello, pero absolutamente decisiva. Si se reconoce la necesidad histórica de la Reforma, no se le puede agregar al lado el rito que la Reforma ha querido y debido intencionalmente superar. Esto no es ruptura, es vida, es desarrollo orgánico, es lógica jurídica y vital de las instituciones.
----------Cuando se quisiera hacer (y de hecho se hizo desde 2007 a 2012 sobre todo), esta concentración contemporánea de una sucesión histórica, se alteraría irremediablemente todo el sentido y el impacto del acto de reforma. Por otra parte, es necesario decir que si hoy nos preocupamos por evitar que la tradición sufra rupturas, también debemos evitar procurar otras rupturas peores: si la polémica sobre la hermenéutica del Concilio Vaticano II es reconducida a su verdadera intención, es fácil ver que no se trata de contraponer continuidad y discontinuidad, sino de contraponer dos diferentes acepciones de discontinuidad, es decir, la discontinuidad de la Reforma y la discontinuidad tout court o ruptura. Cada Reforma introduce un cierto grado de discontinuidad para garantizar una más profunda y auténtica continuidad.
----------Permítaseme dar un ejemplo, no litúrgico, sino del plano disciplinario, para mostrar de modo más claro mi argumento. Es un ejemplo que creo ya haber mencionado a los lectores. Pensemos en lo que fue la Reforma tridentina del episcopado, marcada por la introducción de la obligación de "residencia". Ciertamente eso fue una gran discontinuidad con respecto a las prácticas de los siglos precedentes. Precisamente esta discontinuidad, defendida y promovida durante décadas y durante siglos, ha producido lentamente una visión diferente del episcopado, menos administrativa y más pastoral, menos imperial y más paternal, menos prefectural y más litúrgica. Ahora bien, pensemos: ¿qué hubiera sucedido si, con un Motu Proprio, un Papa de la segunda mitad del siglo XVII, por ejemplo, hubiera afirmado que la "no residencialidad" nunca había sido abrogada y que, por tanto, a su elección, los obispos habrían podido residir o no residir en sus respectivas diócesis, según sus afectos, apegos, sensibilidades o pertenencias?
----------Obviamente, el ejemplo que he dado se trata sólo de un simple recurso para mostrar la contradicción (contradicción sobre todo lógica y estructural) de una asunción contemporánea de perspectivas mutuamente compatibles pero sólo en el devenir de la historia, mientras que son completamente incompatibles si se asumen simultáneamente o contemporáneamente.
----------Es cierto, la historia no es un conjunto de escisiones, pero tampoco es una acumulación de formas diferentes: si en el devenir garantizan la continuidad, cuando en cambio se asumen como contemporáneas sólo crean una confusión creciente y un gran pasticho o desorden. La continuidad de la identidad del rito romano hoy está garantizada por los ritos de la reforma litúrgica, no por la yuxtaposición de éstos con los que, a causa de sus límites, han sido sustituidos por los nuevos.
----------Hay una clara visión del desarrollo orgánico del rito romano sólo si se procede según este desarrollo histórico, respetando su diacronía que es vida, no en cambio si se lo considera abstractamente en el plano de una contemporaneidad ahistórica de formas todas igualmente disponibles. Si el modelo es el del crecimiento orgánico, en el adulto está presente el niño, pero la continuidad está garantizada no por la co-presencia de miembros infantiles y del adultos, del lenguaje del niño y del adulto, sino en el asumir, por parte del adulto, la riqueza de la propia infancia, dejando caer sus límites, sus fragilidades y sus inconsecuencias.
----------Otra cosa es el discurso a propósito de lo que venía definido hace años, incluso oficialmente (hace más o menos diez años atrás), como el diseño o plan de "Reforma de la Reforma" que aquellos documentos (el motu proprio Summorum pontificum y la instrucción Universae Ecclesiae) querían comenzar a determinar. Me parece que de las palabras que hace más de una década atrás pronunciaba el cardenal Koch, surgían algunas afirmaciones que merecían y todavía merecen una atención crítica. La condición de paralelismo entre dos formas del mismo rito se reconocía en aquellas declaraciones como completamente antinatural para la Iglesia. Ese paralelismo creaba malestar e inquietud, sobre todo porque los dos ritos no estaban en un paralelismo de larga data y de amplia experiencia, sino que eran el resultado de una Reforma muy reciente, en la que el nuevo rito ha querido intencionadamente sustituir al anterior.
----------Sin embargo, era sorprendente que el proyecto de llegar a un "nuevo rito común", que pudiera superar el dualismo, naciera de esta fase (larga y agotadora) de grande e innegable desorientación, que también el cardenal Koch reconocía pero que prefería describir en modo idealizado como "mutuo enriquecimiento". Aquí también, por tanto, había una especie de contradicción: el dualismo de formas rituales creaba embarazo, pero ¿de ese progresivo embarazo debería venir esa clarificación que permitiría, no se sabía cuándo, una nueva unidad? Era la concepción de un extraño ecumenismo intra-eclesial, que, para esclarecer sus ideas, parecía querer confundirlas por completo, sustrayendo a la pastoral aquellas evidencias y aquellas pautas directrices seguras que el gran período del Concilio no dejan de sugerir.
----------En fin, una palabra sobre la Reforma litúrgica como inicio o como fin. En mi opinión debemos estar totalmente de acuerdo en que la Reforma litúrgica no es un fin, sino un inicio. Se puede decir también así: la reforma litúrgica es necesaria -no opcional o facultativa- pero no es suficiente, sino que debe cumplirse en una formación-iniciación en la que los nuevos ritos deben operar sobre el cuerpo de la Iglesia. La Reforma litúrgica ya no es tanto la reforma que la Iglesia hace de sus propios ritos, sino la reforma que los ritos saben hacer de la Iglesia. Para esto, sin embargo, no es necesario un "nuevo movimiento litúrgico", como sugería el teólogo Joseph Ratzinger, arzobispo de Munich, en su libro de 1977.
----------Es necesario continuar el Movimiento litúrgico que durante muchas décadas ha preparado el Concilio y la Reforma, que luego se ha expresado en la preparación de los textos de la Reforma litúrgica con todas las competencias necesarias, y que finalmente hoy, con una tarea aún más compleja y preciosa, debe devolver la palabra y la acción a los ritos mismos. También en esto, encuentro que debe haber una hermosa continuidad entre quienes han preparado y quienes hoy implementan la Reforma. No es cierto que haya en esto una ruptura necesaria. No es cierto que muchos de aquellos que han hecho la Reforma hoy se hayan arrepentido. Yo no conozco ni uno. ¿Quiénes son? ¿Dónde están?
----------No es cierto que se deba recomenzar desde el inicio a Reformar. Es cierto en cambio que la Reforma tiene necesidad de una tercera fase del único Movimiento litúrgico, que en el desarrollo orgánico de este último siglo, no sin dificultad, ayer como hoy, busca mantener en comunicación el pasado con un presente abierto al futuro de Dios. En todo esto, sigo completamente convencido de que es necesario honrar la memoria de lo acontecido en la Iglesia católica en estos últimos sesenta años. Pero sólo podemos hacerlo en ese Espíritu que gracias al Concilio Vaticano II "hemos visto pasar claramente entre nosotros (y quien lo niegue ahora, y los hay lamentablemente, por desgracia sabe lo que hace: su discurso lo traiciona)", como dice el padre Pierangelo Sequeri, en una frase que no me canso de repetir a los lectores.
----------Por otra parte, cuando la profecía conciliar nos viene diciendo desde diciembre de 1963 que "desea que todos los ritos sean íntegramente revisados con prudencia, de acuerdo con la sana tradición, y reciban nuevo vigor" (Sacrosanctum concilium n.4), ella habla según lógicas diferenciadas, humanamente y teológicamente iluminadas. Nos invita ante todo a honrar la tradición. Honrar la tradición significa "revisión integral y prudente" según las propias palabras de la Constitución litúrgica, o sea relectura completa y respetuosa de las lógicas del rito. Prudencia no significa miedo, ni omisión, ni parálisis. Ni siquiera significa revisar pero actuar como si no se hubiera revisado. El Concilio no nos enseña la indiferencia, sino el cuidado por la tradición, y lo hace mediante algunos pasajes delicados, que hay que respetar en su lógica intrínseca.
----------En primer lugar, se trata de aceptar un dato: no todo lo que es "traditum" es sano, y no todo lo que es sano es "traditum". En otros términos, existen aspectos de la tradición que no es saludable continuar observando, mientras que existen exigencias de buena salud que la Iglesia no encuentra de modo inmediato en lo que ha recibido de las generaciones precedentes. Todo tradicionalismo corre el riesgo de olvidar este límite interno del "tradere", que siempre tiene también el sentido del "tradire".
----------En la medida en que la "tradición" traiciona el depositum, entonces tiene necesidad de la lucidez con la cual una generación (con prudencia) predispone cuidadosa y certeramente una reforma. Por lo tanto, la Reforma es, desde este punto de vista, un precioso acto de servicio a la tradición, para que ella sea todavía capaz de vigor, de vida, de comunicación, de pasión, de identificación. Pero tal revisión y reforma no es más que un instrumento a fin de hacer posible un nuevo paradigma de participación en los ritos cristianos: la acción ritual es lenguaje común a toda la Iglesia, no es específico de una parte suya (no sólo del clero). Ella pretende una forma de participación que implique la competencia de todos los bautizados en la lengua ritual. Realizar esta forma de participación es promover comunión eclesial visible.
   
El severo juicio sobre el tradicionalismo en Hans Urs Von Balthasar
   
----------Luego de haber leído y analizado aquel texto de Joseph Ratzinger de 1977, pasamos ahora al segundo texto prometido. En él oiremos acentos bastante diferentes de un autor que, hay que reconocerlo, no ha sido demasiado amable con el Movimiento litúrgico y que, sin embargo, no sigue en absoluto la lógica de Ratzinger al juzgar las cuestiones que están en juego. De hecho, y quizás para nuestra gran sorpresa, cita a Ratzinger sustancialmente para validar la lógica de la Reforma litúrgica. Prestemos atención al texto, que es sólo tres años posterior al anterior: se trata de la Pequeña Guía para los Cristianos (cf. H.-U. Von Balthasar, Piccola guida per i cristiani, Jaca Book, Milano 1986, edición originaria de 1980, pp.111-114):
----------Dice Von Balthasar en el pasaje que nos interesa: "Desde no hace mucho... la protesta se eleva desde aquellos grupos que se han apartado a la derecha, y se eleva en parte en franca oposición al último Concilio en nombre de la tradición antecedente, en parte quedándose al margen de la Iglesia y apoyándose donde puede: sobre evidentes errores de los progresistas, sobre el mantenimiento de las viejas formas de liturgia y de piedad, y, no menos importante, sobre numerosas revelaciones privadas, sean o no reconocidas por la Iglesia oficial (como las más de las veces). [...]
----------La oscilación entre estos dos extremos (apego obstinado a viejas formas y humilde imploración a la voluntad del cielo) revela una falta de centralidad y de equilibrio. Se subraya la ecclesia apostolica y sancta, pero el grupúscolo protestatario quiere ser al mismo tiempo la una y, y es imposible, la catholica, que por su naturaleza no puede consistir en una oposición. Lo que más inquieta, en la situación de la Iglesia de hoy, es esto: al ala izquierda, algo caótica pero fuerte mediáticamente, se contrapone a derecha una cantidad de formaciones ciertamente celantes pero más o menos introvertidas, casi sectarias, que naturalmente plantean todas ellas la pretención de ser ellos el centro, mientras que de hecho impiden que tome cuerpo uno que se erija por encima de ellos y represente vivamente la viva tradición.
----------Toma o da escándalo, como hubo de sentenciar Romano Guardini, quien pretende tener razón aduciendo argumentos 'penúltimos', es decir, no perentorios. Similares razones penúltimas son en este caso el clamoroso abuso del nuevo Ordo litúrgico por parte de un gran número de eclesiásticos, mientras que la razón última habla, a pesar de todo, a favor de la Iglesia del Concilio y contra los tradicionalistas. La Santa Misa tenía urgente necesidad de renovación, sobre todo de esa participación activa de todos los fieles en la acción sacra que en los primeros siglos era algo absolutamente pacífico. A lo sumo -como han reafirmaron el padre Louis Bouyer y también el cardenal Ratrzinger- se habría podido tolerar por un determinado tiempo la vieja misa preconciliar (en la cual, desde los tiempos de Pío V, han sido aportadas varias veces numerosas y sustanciales modificaciones); y poco a poco esta misa habría acabado por extinguirse orgánicamente.
----------Además, lo que los tradicionalistas no consideran, es que casi todo lo 'nuevo' insertado en el misal de Pablo VI deriva de las más antiguas tradiciones litúrgicas, que su punto fuerte, el Canon Romano, se ha mantenido inalterado, que recibir la hostia en la mano y de pie ha sido habitual hasta el siglo IX y los Padres de la Iglesia atestiguan que los fieles se tocaban devotamente los ojos y las orejas con la hostia antes de consumirla. No debemos olvidar, dice Ratzinger, 'que no sólo nuestras manos están impuras, sino también nuestras lenguas', de hecho Santiago dice que la lengua es nuestro miembro más pecaminoso (Sgo 3,2-12), 'y también nuestro corazón... El máximo riesgo y al mismo tiempo la máxima expresión de la misericordiosa bondad de Dios es que sea lícito tocar a Dios no sólo con las manos y la lengua, sino también con el corazón" (J.Ratzinger, Eucharistie. Mitte del Kirche, Vier Predigten, München, Erich Wewel, 1978, p.45).
----------El tradicionalismo se apoya en formas no basadas en una teología y una filosofía vivas y que, por esta sola razón, no pueden reivindicar una validez hoy persuasiva. Obviamente la situación varía según las regiones; otra cosa es que en un cierto país enteros ambientes se aparten rabiosamente y publiquen sus hojas y periódicos, otra cosa es que en otro cierto país puñados de laicos generosos se embarquen en una batalla con el clero progresista, constituyendo grupos de oración intensiva, sosteniendo casas de ejercicios espirituales con un amplio radio de influencia, publicando folletines realmente edificantes. Aquí el espíritu genuino tiene una chance de vencer al Goliat de una carta poderosamente organizada en entidad burocrática. Aquí la llamada 'derecha' se acerca a ese centro que es el único del que puede emanar la ansiada renovación conciliar y sobre la cual pueda edificarse una teología abierta tanto a una revelación no disminuida como a las necesidades de la hora: el centro que sólo -por encima de derechas e izquierdas, que se han vuelto incapaces del dialogo- es capaz de conferir nueva fuerza también entre los hombres a la Palabra de Dios".
----------La diversidad del enfoque de Von Balthasar, que sin embargo, como es del todo evidente, no puede ser considerado ideológico, no duda en formular con gran claridad la necesidad del acto reformador, sobre todo de la Misa. Ahora bien, está claro que, en el momento en el cual se admite a claras letras la necesidad de la Reforma, el rito precedente, aun cuando continúe subsistiendo, sólo puede serlo por caridad, por prudencia pastoral, por contingente oportunidad, pero en vista de su desaparición y en modo alguno según un paralelismo estructural, que en tal caso se opondría no sólo a la tradición, sino sobre todo al más elemental sentido común. Este a mi parecer es el punto discriminante entre las dos posiciones que hemos considerado.
----------Por un lado, la autobiografía de Joseph Ratzinger parece sugerir que la Reforma debiera asumir carácter accesorio, considerando "intocable" el rito tridentino en la versión de 1962. Por otro lado, la lectura del texto de Hans Urs Von Balthasar siente la necesidad de subrayar con claridad la necesidad de la Reforma, aunque se pueda admitir un régimen limitado y provisorio de tutela de la forma del rito romano destinada a extinguirse. Al releer atentamente estos textos después de más de cuarenta años, las dos voces son singularmente instructivas acerca de actitudes y de vínculos o apegos que aún hoy atraviesan el cuerpo eclesial de manera más o menos autoritaria; y  que lo desafían a hacer una adecuada memoria de su propia historia.

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