domingo, 5 de junio de 2022

El Espíritu Santo y el demonio (2/7)

Por encima de todas las insidias demoníacas, el Espíritu Santo en la Iglesia y en las almas las guía a la plenitud de la verdad, les da la certeza de la fe, mantiene despierta la bendita esperanza, las perfecciona en la caridad. [En la imagen, "La tentación de Jesús en el desierto", óleo de Johann Fuchs Holl, pintado en 1967 en la iglesia de San Rafael del Norte, Nicaragua].

Dos voluntades opuestas
   
----------El Espíritu Santo se opone al demonio porque mientras el Espíritu quiere el bien, el demonio quiere el mal. Pero el Espíritu ordena hacia el bien el mal cometido por Satanás mediante la obra del Hijo, Cristo Redentor, por el cual el Padre, por medio del Hijo, recaba del mal un bien mayor.
----------De todos modos, está claro que mientras el Espíritu Santo quiere la vida, el demonio quiere en cambio la muerte. El Espíritu santifica, el demonio impulsa a pecar. El Espíritu fomenta la alegría, el demonio la tristeza. El Espíritu crea el orden, el demonio el desorden. El Espíritu dona y prodiga en abundancia, el demonio sustrae, rapiña, roba y quita. El Espíritu enriquece, el demonio empobrece. El Espíritu fomenta el progreso, el demonio el retroceso. El Espíritu anima y consuela, el demonio descorazona y desalienta. El Espíritu exonera, tranquiliza y purifica, el demonio inquieta, inculpa y acusa.
----------El Espíritu Santo edifica, el demonio destruye. El Espíritu nos hace humildes y obedientes, el demonio nos hace soberbios y desobedientes. El Espíritu nos hace libres, el demonio esclaviza. El Espíritu es Espíritu de verdad. El demonio es espíritu de mentira. El Espíritu nos hace justos y misericordiosos, el demonio, injustos y crueles. El Espíritu instruye e ilumina, el demonio engaña y oscurece. El Espíritu es Espíritu de concordia. El demonio fomenta la discordia. El Espíritu une, el demonio divide. El Espíritu distingue, el demonio confunde. El Espíritu entusiasma, excita hacia el bien, hacia la recuperación, hacia la continuación. El demonio empuja a la estasis, a la parálisis, a la inercia, a la pereza. El Espíritu pacifica, el demonio inquieta. El Espíritu dona la vida eterna, el demonio empuja hacia la condenación eterna.
----------El Espíritu Santo domina sobre el demonio, lo manda, lo constriñe, lo obliga a obedecerle. El Espíritu se sirve del demonio para probar a los justos, para unirlos a los sufrimientos de nuestro Señor Jesucristo, para confundir y humillar a los soberbios, para recordar, reclamar, amonestar, castigar y corregir a los pecadores, para custodiar y atormentar a los condenados del infierno.
----------El demonio no hace nada bueno de propia iniciativa, sino que todo el bien que hace, aunque su intención sea malvada, lo hace por orden del Espíritu Santo. Esto evidentemente no quiere decir que el Espíritu haga el mal sirviéndose del demonio, sino que el Espíritu sabe utilizar para el bien el mal realizado por el demonio.
   
Dios ha querido no impedir la existencia del mal
   
----------La existencia del paraíso y del infierno testimonian claramente el hecho de que Dios ha querido que en lo creado por Él exista solamente el bien, sin embargo ha querido no impedir el mal. Por consiguiente, el bien existe de derecho y el mal existe sólo de hecho, y entrambos eternamente, para siempre. Así como Dios es eterno, así es justo que sea eterno el castigo de aquel que rechaza al Eterno.
----------Podemos decir que el infierno es la sistematización (en el sentido de organización o disposición) definitiva y eterna, organizada y gobernada por la divina Providencia, de ese conjunto de criaturas humanas y demoníacas, las cuales están fijadas para siempre en la elección del mal y sufren las justas consecuencias de su elección. El infierno representa el triunfo final de la justicia divina.
----------En el infierno permanece eternamente el pecado y la culpa de la mala voluntad de la creatura rebelde a Dios; pero al mismo tiempo este mal es vencido en el sentido de que permanece para siempre sancionado y sujeto al bien y ordenado al bien de la eterna justicia divina.
----------En el infierno el mal no es expulsado, no es anulado, como en el paraíso del cielo, que es el triunfo de la misericordia y del perdón. En cambio, en el infierno el mal permanece como mal de culpa y de pena, pero así como la culpa se castiga y el castigo es acto de justicia y la justicia es un bien, he aquí que también en el infierno se produce el triunfo del bien sobre el mal, sin que el mal desaparezca. Esto nos hace comprender a esta luz de la justicia divina, que es bueno que exista el mal.
----------La idea de Orígenes de una futura desaparición del mal parece en un principio una exaltación de la bondad, del poder y de la misericordia divinos, y en cambio es precisamente la existencia del mal en el sentido antes mencionado lo que mejor testimonia acerca de las citadas virtudes divinas, porque eliminar totalmente el mal demuestra menos poder que dejarlo subsistir haciéndolo servir al bien.
----------De alguien que no tiene adversarios no sabes cuán fuerte es. Podría también ser débil. Pero de alguien que mantiene sometido a un adversario fortísimo, sabes que es potentísimo. Entonces el decir que Dios hubiera sido más misericordioso en el primer caso planteado por Orígenes corre el riesgo de hacernos considerar que somos más misericordiosos que Dios. En todo caso, contentémonos con aceptar lo que nos dice la Revelación sin tener la audacia de saber mejor que Dios como se debe ser misericordiosos.
----------Los buenistas que niegan la existencia del infierno y de los condenados en el infierno, hombres o diablos, están obligados a negar la existencia del mal, porque el infierno no es otra cosa que la fructificación última del pecado y el resultado escatológico de la conducta de los malvados, según un ordenamiento colectivo gobernado mediante el demonio por la misma divina Providencia.
----------Los buenistas a dientes apretados reconocen la evidente existencia de los horrores del sufrimiento, pero niegan la causa, que es el pecado, y por tanto lo convierten en un absoluto incausado, hasta el punto de ponerlo incluso en Dios. Entonces ellos se topan con dos callejones sin salida: o ignorar la seriedad del mal con chistes y humoradas, como hace Simone Weil que habla de la "banalidad" del mal, o de hecho con la propia banalidad, como hace Teilhard de Chardin, que ve en el pecado un simple accidente de tráfico, evidentemente ignaro de qué cosa sea el mal; o bien como hace Spinoza, para el cual el mal es mal para los hombres, pero no a los ojos de Dios, para el cual todo es bien: un pobre pretexto para desinteresarse del drama del sufrimiento y de "aquellos que yacen en las tinieblas, y entre las sombras de la muerte" (Sal 107,10).
----------Por otra parte, es absurdo subrayar o acentuar tanto la realidad del mal como para ver su origen incluso en Dios: un buen pretexto para descargar sobre Dios las propias culpas. Aquí tenemos un Dios del sí y del no, que aprueba tanto el bien como el mal, porque, como nos explica Hegel, "siendo el mal lo mismo que el bien, precisamente el mal no es mal, ni el bien es bien, sino que en realidad ambos están suprimidos y superados".
----------Ahora bien, podemos observar que Dios habría podido efectivamente impedir la existencia del mal, el cual no tiene derecho a existir, y, sin embargo, por una divina voluntad, cuyas razones se nos escapan, pero que ciertamente son sapientísimas, Dios ha querido no impedir el ingreso del mal en ese mundo que Él, siendo bueno, había precisamente creado bueno, mandando por otra parte a la criatura, que había sido creada buena, a hacer el bien y evitar el mal. El hecho de que Dios castigue el pecado, quiere entonces decir que lo odia. Si no lo castigara, como creen los buenistas, significaría que lo ama.
----------Por el contrario, es la criatura la que ha inventado el pecado y por lo tanto el mal, incluido el mal del sufrimiento, que es consecuencia y castigo del pecado. Y no vale de nada objetar que a la creatura la ha creado Dios, como para querer atribuir al Creador la causa primera del pecado existente en la creatura. En cambio, si la criatura ha pecado, la culpa es enteramente de la creatura, porque ella es pecable y no Dios, que por tanto no tiene nada que ver con ello. No tiene ninguna responsabilidad.
----------Por eso, quien realiza el mal, va contra la voluntad preceptiva de Dios, pero al mismo tiempo de cualquier modo se cumple la voluntad permisiva de Dios en el sentido de que Dios ha querido no impedir el mal. Por eso debemos decir que, aunque el mal siga siendo mal, es bueno que exista el mal, porque a fin de cuentas todo lo que Dios quiere, incluso lo que no quiere impedir, no puede no ser bueno.
   
Cómo actúa el Espíritu Santo frente al demonio
   
----------En el largo discurso que nuestro Señor Jesucristo hace a los apóstoles en la última Cena, Jesús promete la venida del Espíritu Santo después de su ascensión al cielo, y refiriéndose al demonio, anuncia que cuando habría de venir el Espíritu, convencerá al mundo acerca del juicio, en el sentido de hacerle saber que "el príncipe de este mundo ha sido juzgado" (Jn 16,11: a este respecto, véase el comentario a este pasaje, hecho por el papa san Juan Pablo II en la encíclica Dominum et vivificantem del 18 de mayo de 1986, nn.27-28). Es decir, el Espíritu Santo habría de mostrar a los discípulos que las tramas de Satanás ahora son claras, por lo cual el discípulo, gracias a la asistencia del Espíritu Santo, habría de disponer del criterio de discernimiento y de valoración de las obras de Satanás y del modo de vencer su poder.
----------Si el Espíritu Santo es la luz decisiva para revelar los engaños del demonio y la fuerza eficaz para expulsarlo del corazón del hombre, es comprensible que, por inversa, el Espíritu Santo sea el peor enemigo del espíritu diabólico. Por eso Jesús advierte: "Os aseguro, todo será perdonado a los hombres: todos los pecados y cualquier blasfemia que profieran; pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo, no tendrá perdón jamás: es culpable de pecado para siempre" (Mc 3,28-29: cf. Dominum et vivificantem, n.46).
----------Jesús se refiere al hecho de que sus enemigos lo juzgaban poseído por el demonio (Mc 3,30), cuando, si había en realidad un hombre que más manifiestamente mostraba poseer el Espíritu Santo, ese hombre era precisamente Él. Por lo tanto, un juicio tan maligno no podía más que estar inspirado por el demonio. ¿Pero, por qué Jesús dice que es el único pecado que no puede ser perdonado? Por su malicia diabólica, que endurece el corazón del pecador convirtiéndolo en incapaz de arrepentimiento, de modo que, si es golpeado por la muerte, no puede sino acabar en el infierno. El Espíritu Santo está siempre dispuesto a perdonar; pero si el pecador al borde de la muerte no se arrepiente, es claro que se condena.
----------El Espíritu Santo también combate al demonio en el interior mismo del corazón humano, en ese interior contraste que Pablo llama la lucha "entre el espíritu y la carne" (Gál 5,16-17). El Espíritu Santo que habita en el corazón del hombre en gracia se opone a las malas inclinaciones de las pasiones estimuladas por el demonio, aunque más sutilmente el demonio sepa insinuarse en el mismo espíritu del hombre y allí conducir la lucha contra el Espíritu Santo, ya que, en definitiva, aunque las pasiones pueden ser sujeto del pecado, el acto del pecado sigue siendo un acto de la voluntad y no de la pasión como tal.
----------También se debe señalar que el Espíritu Santo no puede convertir al demonio no por un límite en su poder benéfico y perdonador, sino porque el demonio por su propia culpa le pone obstáculo a causa de su decisión irrevocable de oponerse a Dios. Por ello Orígenes, influido como estaba por una indiscreta necesidad de reconciliación cósmica y por un falso concepto de la bondad y potencia divinas, se equivocaba cuando afirmaba que los demonios, después de haber descontado un cierto castigo, iban a ser perdonados.
----------En cambio, el espíritu humano, aunque pueda en esta vida estar influido, y mucho, por el demonio, siempre está a tiempo de convertirse, arrepentirse, y volver a Dios; y, sin embargo, mientras permanece bajo la influencia del demonio, su comportamiento se asemeja al del demonio.
----------La influencia del demonio en el espíritu humano debilita la fuerza del espíritu humano, sobre todo en orden a los valores de la moral y de la religión, o bien fomenta una espiritualidad maligna y capciosa o engañosa. El Evangelio llama al demonio también "espíritu mudo y sordo" (Mc 9,5) para decir que el sujeto influenciado por el demonio deviene incapaz de hablar de cosas espirituales o de comprenderlas; no las sabe gustar, no le interesan y hasta le repugnan. Deviene espiritualmente mudo, sordo, ciego y paralítico. No las busca, no las indaga, no las desea, embargado como está por intereses mundanos. Interpelado o estimulado, no responde, ni corresponde. Es como un moribundo, un organismo en estado comatoso, carente de vitalidad espiritual o incluso es como un muerto: yace inerte sin dar señales de vida.
----------El Espíritu Santo es también expresión tanto de la justicia como de la misericordia de Dios. Pero la misericordia es un movimiento solícito, generoso, eficaz y operoso de la voluntad, que se inclina sobre las miserias del mísero, y lo alivia de la miseria física y espiritual. No debe ser confundido con una legitimación del pecado bajo pretexto de la buena fe del pecador o que nemo ad impossibilia tenetur.
----------En cuanto a la justa ira, hay que tener presente que ella es una alternativa (en los casos apropiados) a la misericordia, es una práctica de la justicia eventualmente punitiva, es una forma enérgica de solicitación para hacer el bien o para corregirse, dirigida hacia aquel pecador que da signos evidentes de no poder ser excusado; es un movimiento de la voluntad basado en la verdad, motivado por la caridad y dirigido a rechazar o a agredir una voluntad malvada, perezosa o rebelde.
----------El espíritu en el ejercicio de la justa ira no se debe turbar, sino que debe permanecer firme y sereno. En cambio, se turba en el ejercicio de la ira el orgulloso o quien no sabe dominar la ira, porque en tal caso quien se aira no lo hace impulsado por la caridad, sino para afirmarse a sí mismo.
----------Claramente no es así como debe ser concebida la muy repetida imagen bíblica de la ira divina, sino como representación metafórica sensible de la voluntad divina de refutar o repudiar o rechazar la voluntad o intención malvadas o de castigar el pecado. El fuego es imagen del Espíritu Santo. Es una imagen que representa el fuego del amor, que a veces puede actuarse o realizarse como ira, y he aquí el castigo y el infierno, o como amor misericordioso, y he aquí el perdón y el paraíso del cielo.
----------El Espíritu Santo también actúa frente al demonio en concierto con las otras dos Personas de la Santísima Trinidad. La voluntad del Espíritu Santo es una con el Padre y el Hijo, porque es la voluntad de Dios, que es uno para las tres Personas. Sin embargo, la Escritura apropia a cada una de las tres Personas un querer peculiar y distinto de aquel querer de las otras dos. Así, el Padre es padre misericordioso y es juez y castigador de Satanás, que se rebeló contra Él al comienzo de la creación. El Hijo vence la tentación de Satanás y le da al hombre este poder mediante el sacrificio de la cruz.
----------El Espíritu Santo desenmascara la falsedad de Satanás y convierte la misma mala voluntad del demonio en beneficio para el hombre. Permite que el demonio ponga a prueba la santidad de los fieles, pero impide a Satanás hacer daño más allá de un cierto límite. Permite que el demonio actúe en los pervertidos, en aquellos que san Juan llama "hijos del demonio", permite que realice actos malvados y que actúe ocasionalmente y por períodos limitados de tiempo en lo íntimo de ciertas personas (los así llamados "endemoniados" o "poseídos") al sustraerles el dominio de sus facultades psico-espirituales sobre su cuerpo y gobernando su cuerpo en lugar del alma, es decir, provocando las así llamadas posesiones diabólicas.
----------El Espíritu Santo regula el buen orden de la ciudad infernal y supervisa para que a todo condenado el demonio asegure el tratamiento que le corresponde según las disposiciones de la divina justicia, en el respeto de la persona del condenado, de manera similar a como la dirección de una cárcel organiza la vida carcelaria y hace que ella se desarrolle regularmente. El Espíritu Santo odia el pecado del demonio, pero respeta la persona del demonio mismo en cuanto creatura de Dios.
----------El demonio, por su parte, odia al Espíritu Santo y se obstina en contraponer su voluntad a la del Espíritu Santo. De esta contraposición o conflicto nace, sin embargo, por obra del mismo Espíritu Santo, una síntesis o relación positiva y benéfica a favor del condenado y del mismo demonio, los cuales entran así en el orden de la Providencia, que es siempre benéfica incluso cuando castiga.
----------Por otra parte, el Espíritu Santo en la Iglesia y en las almas las guía a la plenitud de la verdad, les da a ellas la certeza de la fe, mantiene despierta la beatífica esperanza, alimenta la fuerza del anuncio del Evangelio, vuelve fecundas sus obras, las purifica, incentiva hacia el espíritu de penitencia, las santifica, las perfecciona en la caridad, las gobierna, fomenta el progreso espiritual, crea la unión entre los espíritus, los protege de los peligros, los libra de las tentaciones, de las insidias y de las seducciones del demonio, los llena con sus dones, los consuela, los conforta, los fortalece, los enciende de fervor y de celo, les hace gustar la dulzura del Señor, les hace pregustar las primicias de la vida futura.

6 comentarios:

  1. Estimado padre:
    Es verdad que ciertos teólogos, biblistas y sacerdotes de nuestro tiempo parecen realmente "espíritus mudos y sordos": no se puede creer lo que dicen (en las ocasiones en que se hacen entender).
    Lo puedo testimoniar también yo, a mi modesta manera. Por ejemplo, nunca hablan de los ángeles y del mundo espiritual; lo sobrenatural no parece existir para ellos, todo se explica según ellos con la razón humana y con el filosofar.
    Por eso, comprobar al leer este artículo, que usted pueda hablar de las propiedades del espíritu, suscita asombro y alegría: de este modo uno es impulsado a querer saber más y, aunque no seamos capaces de comprenderlo realmente todo, sentimos que se nos abre una puerta hacia una altísima realidad que nos atrae.

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    1. Estimado Ernesto,
      tu análisis es perfecto.
      Lo único que te recomiendo es: esfuérzate en recurrir a buenos teólogos, que gracias a Dios todavía los hay, como por ejemplo los seguidores de santo Tomás o de san Agustín o de los Padres de la Iglesia o de Maritain o de Congar o de Ratzinger.
      Oremos para que la situación mejore y también por el Papa, para que promueva la buena teología y ponga freno a los errores teológicos, que desgraciadamente hoy están muy extendidos.

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  2. Estimado padre Filemón,
    sus palabras: "en el infierno el mal permanece como mal de culpa y de pena, pero así como la culpa se castiga y el castigo es acto de justicia y la justicia es un bien, he aquí que también en el infierno se produce el triunfo del bien sobre el mal, sin que el mal desaparezca. Esto nos hace comprender a esta luz de la justicia divina, que es bueno que exista el mal" me han perturbado.
    De por sí, tal expresión parece excesivamente genérica, muy amplia, demasiado amplia.
    Supongo que debe ser comprendida en el contexto de lo que usted extá explicando, es decir, el triunfo final de la justicia divina.
    Por lo tanto, la última frase ¿no debería quizás ser reformulada así: "es bueno que exista el mal en el infierno"?
    Gracias.

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    1. Estimado Raúl,
      a decir verdad yo no me refería sólo al mal de pena, sino precisamente también al mal de culpa y me doy cuenta de que esta afirmación mía plantee problema.
      Intentaré ahora aclarar las cosas. En primer lugar, tengamos presente que es bueno que exista el infierno, en cuanto expresión de la justicia divina. Y por eso es bueno que exista el mal de pena.
      Por cuanto respecta al mal de culpa, los condenados ya no pecan, porque con la muerte cesa la posibilidad de la elección de nuestro fin último, por lo cual los condenados quedan eternamente fijados en el odio contra Dios, sin por otra parte poder cometer otros pecados, porque su arbitrio está eternamente fijado en la elección ya cumplida.
      Un principio de solución, al problema por usted planteado, lo encontramos en la famosa antífona "O felix culpa, quae talem ac tantum meruit habere Redemptorem" del Sábado Santo. Estas palabras nos quieren demostrar que Dios sabe sacar el bien incluso de ese pecado que Él absolutamente no ha querido, siendo bondad infinita.
      En efecto, si hubiera querido, habría podido crear un mundo libre del pecado. En cambio, Dios ha querido no impedir el pecado para mostrar su bondad y misericordia en un nivel mayor del que habría sido si el pecado de Adán no hubiera existido.
      En efecto, como es bien sabido, Dios ha querido tomar ocasión del pecado para darnos a su Hijo, el Cual, moriendo sobre la cruz, no sólo nos ha redimido del pecado, sino que nos ha elevado a una condición superior, es decir, a la de hijos de Dios, la cual no estaba presente en el paraíso terrenal.
      Si Dios hubiera querido, habría podido crear un mundo feliz sin el pecado, con el agregado de la Encarnación del Hijo y de nuestro estado de hijos de Dios Si nos hacemos la pregunta: ¿por qué Dios ha preferido que el mal estuviera presente en el mundo? En este punto nos encontramos ante un misterio impenetrable, para el cual no tenemos respuesta, pero que de todos modos debemos adorar, porque se trata de un decreto de la voluntad divina, que Cristo no nos ha revelado, porque está totalmente por encima de nuestra capacidad de comprender.

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    2. Muchas gracias, padre Filemón, por su generosa respuesta.
      Comprender y meditar lo que se nos ha revelado, y adorar también a Dios en aquello que no nos ha revelado, su insondable Misterio.
      Al hacerle el comentario anterior, en un momento sentí temor de molestarlo con mis preguntas, pero ahora me doy cuenta que sus aclaraciones pueden también ayudar a otros modestos lectores como es mi caso.
      Nuevamente gracias.

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    3. Estimado Raúl,
      me alegro de que usted haya encontrado satisfacción en mis consideraciones, que he tratado de extraer de lo mejor que nos ofrecen los tesoros de nuestra fe.

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