lunes, 25 de abril de 2022

En los cimientos de la vida cristiana (2/4)

Una cosa es sentirnos en culpa porque nos sentimos inculpados por Dios y otra cosa distinta es sentirnos en culpa porque hemos ofendido a Dios. La primera sensación de culpa, asociada a esa imagen perturbadora de Dios, en realidad no es un sentimiento sano y saludable, de hecho hay que pensar que sea un falso sentido de culpa, que nos es inducido por el demonio, para desanimarnos y ponernos en contra de Dios, haciéndolo aparecer bajo la semblanza de un juez severo y despiadado.

Debemos desear ser juzgados por Dios
   
----------Es necesario estar a gusto con que Dios nos esté mirando siempre, y nos revele nuestros pecados, nuestras culpas, para saber dónde y cómo debemos corregirnos, purificarnos. No debemos sustraernos a Su mirada y a Su examen, que es como el de un buen médico que sabe y quiere curarnos. ¿Quién mejor que Él, puede hacernos conocer el mal que hemos hecho, teniendo la posibilidad y la voluntad de quitarlo? ¿Cómo dice el Salmista? "Sondéame, Dios mío, y penetra mi interior; examíname y conoce los que pienso; observa si estoy en un camino falso y llévame por el camino eterno" (Sal 139,23-24).
----------Cuando no estemos ciertos o seguros de haber pecado o cometido tal o cual pecado, debemos pedirle que nos ilumine, que nos haga saber con certeza si hemos o no pecado y por qué, a fin de que podamos proveer a nuestra enmienda. Debemos preguntarle a Él qué debemos hacer para liberarnos y purificarnos. No debemos escapar de esta mirada, que puede ser severa o de reproche, pero precisamente por eso es beneficiosa, porque nos indica el camino de salida, cómo tenemos que hacer penitencia y curar.
----------Una cosa es sentirnos en culpa porque nos sentimos inculpados por Dios y otra cosa distinta es sentirnos en culpa porque hemos ofendido a Dios. La primera sensación de culpa, asociada a esa imagen perturbadora de Dios, en realidad no es un sentimiento sano y saludable, de hecho hay que pensar que sea un falso sentido de culpa, que nos es inducido por el demonio, para desanimarnos y ponernos en contra de Dios, haciéndolo aparecer bajo la semblanza de un juez severo y despiadado.
----------Tal interpretación de este angustiado estado de ánimo es corroborada y reforzada si, pareciéndonos que Dios está airado con nosotros, no nos revela por qué cosa está airado y por qué motivo lo está. En efecto, cuando es verdaderamente Dios quien nos reprocha, entonces Él, en su lealtad y honestidad, siempre nos hace comprender por qué acto nuestro y por qué motivo nos reprocha, nos hace conscientes de nuestra responsabilidad y de la entidad de nuestra culpa -venial o mortal-, cuál y cuánta deuda tenemos con Él, es decir, nos hace claramente presente cuál pecado hemos cometido y por qué.
----------En cambio, ese aparente Dios que nos acusa arrojándonos en la confusión, en la turbación, en el desconcierto y en la desesperación, no es verdaderamente Dios, sino que es el demonio, enmascarado bajo el disfraz divino, aquel a quien precisamente la Escritura llama "acusador" (Ap 12,10). En cambio, cuando es Dios quien nos acusa, si amamos la justicia, sentimos que nos encontramos ante un Juez justo, que tiene razón para acusarnos y al mismo tiempo nos dice cómo ser absueltos.
----------Dios, por lo tanto, aparece fastidioso, irritante y perturbador solo para quien está en pecado, solo para quien tiene deudas que no quiere pagar. Pero si uno, a pesar de haber pecado, ama a Dios, entonces está dispuesto a aceptar el reproche de Dios, porque sabe que le viene de un Padre bueno y justo, que quiere corregirlo y darle, después de haberlo perdonado, mucho más de cuanto tenía antes.
----------La conciencia de estar en culpa genera siempre en una recta consciencia un remordimiento, y una cierta confusión y vergüenza, pero sobre la base de un conocimiento objetivo y preciso del pecado que hemos cometido y no de un confuso enredo emotivo sin inteligibilidad y justificación racional. La conciencia leal y honesta se alegra de descubrir su propia culpa, porque sabe que hay un remedio. Puede hacer limpieza, y proceder libre, serena y perfumada con el buen perfume de Cristo.
----------En cambio la consciencia orgullosa aparta los ojos de la culpa y no la quiere mirar ni la quiere reconocer, porque es consciencia apegada a ella y no quiere renunciar a ese pecado que ha generado esa determinada culpa. Entonces trae consigo un bote de basura maloliente, que corre el riesgo de infectar toda el alma y de algún modo no puede no producir olores desagradables al exterior, aunque hay que convenir en que se necesita contar con el olfato especial de una santa Catalina de Siena para sentir el "hedor del pecado mortal" o el ojo de San Pío de Pietrelcina para ver las culpas del penitente antes de que se las confesara.
----------Ciertamente, sucede que no siempre se está seguro y cierto de si se ha pecado o no. En tales casos es necesario entonces indagar; pero sobre todo si se trata de pecados del pasado, y del pasado lejano, hay casos en los cuales, por más que analizamos con diligencia y honestidad, no sale la verdad. Por eso es necesario estar tranquilos y ponernos en las manos de la divina misericordia.
----------Y a veces sucede que el acto ha sido cumplido en circunstancias tan especiales o excepcionales, que aún pidiendo la opinión de un confesor experto, se corre el riesgo de que el confesor no entienda o nos malinterprete, por lo cual no pueda dar una valoración resolutiva del caso. También sucede que, por una maduración de nuestra consciencia, hay cosas que hoy ya no haríamos. Pues bien, está claro que si lo hiciéramos hoy, tendríamos culpa, mientras que en el pasado no la tuvimos, porque, para retomar el lenguaje de san Pablo respecto a su conversión, habíamos "actuado sin saberlo" (1 Tm 1,14).
   
Dice san Pablo: "Satanás se disfraza de ángel de luz" (2 Cor 11,14)
   
----------Un aspecto del drama de Lutero, del cual él mismo habla, es que no siempre alcanzó a distinguir la ira divina sobre él de los asaltos del demonio, y la percepción de la divina misericordia de las seducciones del demonio. Pero este parece ser precisamente el castigo divino por su orgullo. No era ciertamente el Espíritu Santo, sino que era el demonio quien le hacía aparecer el Papa en la semblanza del anticristo.
----------Los paganos recordados por Luigino Bruni en el artículo suyo en Avvenire, que estamos comentando aquí, esos paganos que tenían terror de las divinidades, eran víctimas de los demonios, por lo que Lucrecio no estaba del todo equivocado al decir que la religión, diríamos hoy la superstición, nace del temor a los dioses. Todavía hoy, los devotos de Pachamama, la diosa de la naturaleza, la sienten, sí, como una buena madre, pero se cuidan de no ofenderla, porque saben que ella castiga sin misericordia.
----------La verdadera "revolución" aportada por la Biblia no es la superación del Dios que castiga, sino que es la capacidad de distinguir, cuando nos sentimos en culpa, la acción de Dios de aquella del demonio. Bruni parece confundir al Dios airado con el demonio disfrazado con vestimentas divinas.
----------Por lo tanto, es erróneo creer que Dios quiere mirarnos para condenarnos. En realidad de verdad, nos quiere mirar para salvarnos. Él nos condena, en el caso en que, conociendo nuestro pecado, nos aferramos al pecado. Dios aparece irritante y su mirada aparece odiosa sólo para los rebeldes y los soberbios. Por el contrario, dulce es el reproche divino para el humilde y el hombre bien intencionado.
----------Necio es aquel que se asusta y se aterroriza porque Dios ve y conoce su pecado, como necio sería aquel enfermo que se asusta y se aterroriza al llegar y ver a un médico experto, hábil y sabio. Al fin y al cabo, ve a Dios como enemigo sólo aquel que está apegado a sus pecados.
----------Es erróneo creer que la mirada severa de Dios no sea una mirada de amor. La justa severidad está dictada por el amor, si el amor es el querer el bien del amado. Pero Dios, al reprocharnos, quiere precisamente alejarnos del mal e inducirnos al bien. ¿Y qué es esto sino amor? En cambio, falso amor sería si Dios nos mirara benévolamente mientras pecamos, como si aprobara lo que hacemos.
----------Bruni cree que el "revelamiento de los pecados y por lo tanto de la culpa" operado por la mirada divina que se posa sobre nosotros, generando en nosotros "miedo" y "angustia", sea el signo de una religiosidad primitiva y prebíblica, por la cual sobre este punto la Biblia habría operado una "revolución" por la cual Dios habría cambiado su mirada: de una mirada aterradora, severa y acusadora, habría pasado a una "mirada de amor, de liberación y de alegría. Dios ve también los pecados, pero primero ve que somos hijos, ve el gesto de Caín, pero primero ve el gesto de Elohim que ha creado a Adán a su imagen y semejanza".
----------Aparte de lo extraño que es distinguir a "Dios" de "Elohim" (¿acaso no son la misma persona divina?) Bruni se muestra evasivo acerca del hecho de que Dios "ve los pecados". ¿Cómo los ve Dios? Y cuando los ve, ¿qué hace? ¿Qué mirada asume? No existe duda: una mirada de amor, ciertamente. ¿Pero un amor de qué tipo? Aquí es donde Bruni patina y cae. Bruni se esfuerza, pero no logra comprender que incluso una mirada severa puede ser una mirada de amor, porque el amor estimula la corrección.
----------El vernos mirados con severidad por la persona amada nos hace comprender que ella quiere corregirnos, y quiere corregirnos porque nos ama. Así precisamente obra Dios. Falta de amor sería precisamente el hecho de que quien debiera corregirnos, no lo hace. Aunque es ciertamente desagradable sentirse corregido, incluso por una buena persona. Ciertamente es necesario corregir con amor y moderación y a veces también con delicadeza. Es necesario hacer comprender al corrigendo que hacemos esto porque lo amamos bien. Con algunos van bien los modos dulces; otros se corrigen con maneras más severas. Los santos son maestros en esto. Debemos aprender de ellos. ¿Y quién más que Dios es maestro en esto?
----------Pero es necesario superar el movimiento instintivo de repugnancia ante la corrección, y ser humildes, aceptando la oportuna corrección. De ella no tendremos más que ventaja. Quien no soporta la corrección es una persona orgullosa que sólo consigue hacerse daño a sí mismo. Dejarse corregir quiere decir mejorarse, hacerse más amable y más capaz de amar. Sobre todo si quien nos corrige es Dios.
----------De todos modos, es cierto que Dios, aun cuando pecamos, todavía ve principalmente la belleza y la bondad de nuestro ser creatural, antes que nuestro pecado; y al ver el pecado lo ve en la luz de la bondad que ha creado en nosotros, porque será sobre tal bondad que hará leva y palanca para que no nos desanimemos y para socorrernos. Hay que reconocer que, sobre esto, Bruni tiene razón.

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