sábado, 23 de abril de 2022

Domingo de la Divina Misericordia

En esta Pascua, estamos celebrando ciertamente el triunfo de Cristo sobre la muerte: Mors et Vita duello conflixere mirando: Dux Vitae mortuus, regnat vívus; recurrencia particularmente significativa y consoladora en las actuales circunstancias históricas...

----------Desde el caer de la tarde de este sábado, comenzaremos a celebrar el segundo domingo de Pascua, el llamado Domingo de la Divina Misericordia, tras una semana que es como una celebración continuada del Domingo de la Resurrección del Señor, en un año muy particular.
----------En realidad, estos tres últimos son años muy particulares. El Señor nos ha venido preparando en estos tres años para celebrar, en la fe y en la gracia, Pascuas muy particulares, y lo ha hecho con un Vía Crucis particularmente pesado. A diferencia de los dos años anteriores, al menos en Argentina, la disminución de casos de infectados de Covid nos ha permitido realizar el piadoso ejercicio del Vía Crucis, en la pasada Cuaresma y en la reciente Semana Santa. Y ello a diferencia de los dos años anteriores, cuando en casi todas partes fue imposible prepararnos con la tradicional práctica piadosa, tan querida para nosotros, de las XIV estaciones, representadas en imágenes a veces preciosas en nuestras iglesias.
----------Sin embargo, es necesario no pasar por alto que para muchísimos hermanos nuestros, en otras latitudes, esta Semana Santa no ha sido muy distinta de las anteriores: regiones enteras del planeta aún están bajo el azote de la epidemia del coronavirus, y, a decir verdad, nosotros debemos mantener la guardia bien alta, pues sólo estamos teniendo algún descanso de este insidioso virus que todavía no nos permite volver a nuestros anteriores hábitos de vida. Por otra parte, como bien sabemos, Ucrania está bajo el azote de la guerra, ¿y acaso podemos estar nosotros totalmente ajeno a ello? Para muchísimos de nuestros hermanos se trata de un Vía Crucis que esta vez no ha sido preparado por ellos sino por Dios. Se trata de esas purificaciones, que san Juan de la Cruz llamaba "purificaciones pasivas", obradas por Dios mismo, a diferencia de las "purificaciones activas", que son aquellas que obramos por nuestra propia iniciativa.
----------Se trata de una limpieza más profunda y eficaz que aquella que hacemos por nuestra cuenta. Pasamos por el bisturí de un cirujano sapientísimo, eficacísimo y amorosísimo. No nos asustemos si nos hace daño, si nos hace algún mal. Por el contrario, debemos ser dóciles y confiados, ateniéndonos escrupulosamente a todas las prácticas pre-operatorias prescritas por el cirujano, a fin de que la operación tenga éxito.
----------Por consiguiente, estos tres últimos años, estas tres últimas Pascuas, se trata de Dios mismo, quien ha dispuesto a su modo el hacernos hacer, aunque de una manera terrible y espantosa, un Vía Crucis muy particular, creo que para hacernos experimentar también a nosotros algo de aquello que Nuestro Señor Jesucristo ha padecido por nosotros, con la diferencia de que nosotros lo merecemos por nuestros pecados, mientras que Él, inocente, ha querido por amor hacia nosotros, obedeciendo al plan del Padre, adosarse nuestras penas, nuestros castigos, para librarnos del pecado y de toda pena y dolor.
----------Ciertamente la Pascua conlleva la alegre certeza de la Resurrección del Señor y de la nuestra con Él, pero, no obstante ello, estas Pascuas siguen siendo vividas por muchos hermanos nuestros todavía bajo la sombra de la Cruz, como en el fondo, y después de todo, lo son todas las Pascuas de esta tierra. Porque sólo la Pascua celestial estará libre de toda sombra y completamente iluminada por la purísima alegría. Sin embargo, para disfrutar la Pascua, es necesario recordar de qué miseria nos extrae la misericordia divina.
----------En efecto, cuanto más conozcamos el mal que hemos hecho y la miserable condición en la cual nos ha arrojado nuestra culpa, tanto más seremos capaces de apreciar la grandeza de la misericordia de Dios, que nos libera de este mal y de sus consecuencias penales.
----------Pero la misericordia de Dios nuestro Padre, ofendido por nuestro pecado, se ha extendido hasta llegar a darnos la posibilidad de rescatarnos o de expiar o de reparar en Cristo por nuestras culpas, con tal de que nosotros mismos asumamos, como Él lo ha hecho, las penas o castigos que han merecido nuestros pecados como satisfacción al Padre por la ofensa del pecado.
----------Solamente de esta manera, fortalecidos por esta Divina Misericordia, que nos permite, gracias a la cruz de Cristo, saldar nuestra deuda con el Padre, obtenemos de Él el perdón de nuestros pecados y la liberación de toda pena, somos hechos hijos de Dios, herederos de la vida eterna y podemos pregustar desde ahora en adelante, a pesar de cualquier pandemia o de cualquier guerra, la eterna Pascua del cielo.
----------Ciertamente, estamos celebrando el triunfo de Cristo sobre la muerte: Mors et Vita duello conflixere mirando: Dux Vitae mortuus, regnat vívus. Recurrencia particularmente significativa y consoladora en las actuales circunstancias históricas, que nos hacen asistir a una guerra, cuyas proporciones, si no se cancela a tiempo, amenazan con asumir tonos apocalípticos, que en todo caso no deberían atemorizarnos, porque señalarían la inminente venida de Cristo Resucitado para la batalla escatológica definitiva contra Satanás y sus acólitos. Sin embargo, tratemos de encontrarnos del lado justo y correcto, es decir, de Cristo, perseverando en las buenas obras, en la penitencia y en la lucha espiritual contra el pecado y contra Satanás.
----------Me permitirá el amable lector, entonces, que para ayudar quizás a nuestra meditación personal en este Domingo de la Divina Misericordia, por mi parte agregue algunas piadosas consideraciones sobre la guerra actual. Fundamentalmente lo que quiero decir es que no debemos sentirnos extraños o ajenos a la presente guerra en Ucrania, que hoy está desgarrando una Europa que ha perdido de vista, a partir del 1054, con el cisma de Oriente, para pasar al 1517 con la herejía luterana, sus raíces cristianas, y que por ello ve, como ha dicho el papa Francisco, "hermanos contra hermanos, cristianos contra cristianos".
----------Recordemos que la guerra comienza en nuestros corazones cuando hacemos la guerra a Dios con el pecado, cuando dejamos vencer a nuestras pasiones, "que hacen la guerra al alma" (1 Pe 2,11) y cuando dejamos que prevalezca en nosotros ese egocentrismo, esa auto-idolatría y esa soberbia que nos pone a los unos contra los otros, de modo que se verifica el terrible dicho de Hobbes, homo homini lupus.
----------La guerra de las armas, de las masacres y de las destrucciones no es más que la expresión externa y extrema a nivel material y colectivo de una guerra que comienza en nuestras mentes, en nuestros corazones, en nuestros pensamientos, en nuestros prejuicios, en nuestras palabras, en nuestras pasiones, en nuestras voluntades, con la mentira, la maledicencia, la calumnia, el escarnio, la injusta condena, la difamación, la herejía, el cisma, para pasar al rencor, a la envidia, a la venganza, a la violencia y al odio.
----------La guerra comienza ya con el desprecio por el otro, con la negativa a escucharlo, a tener piedad de él, a comprenderlo y a responderle, a dialogar con él, a aceptar sus reclamos y sus correcciones. Comienza con la ceguera y la sordera. Comienza con la cerrazón y con el aislarse del otro. Comienza con el tramar contra él y con el golpearlo por la espalda. Y mata más la palabra que la espada. Por lo tanto, cada uno de nosotros también tiene su parte de responsabilidad en lo que está sucediendo en Ucrania.
----------Por lo tanto, cada uno puede hacer su parte para hacer cesar la guerra. Dejemos de mentirnos los unos a los otros; dejemos de chusmear los unos de los otros y de tendernos trampas; dejemos de querer prevalecer los unos sobre los otros o de querer aprovecharnos; dejemos de envidiarnos los unos de los otros; reconciliémonos, hablémonos, dialoguemos, encontrémonos, escuchémonos los unos a los otros; hagamos la paz, pidamos y demos perdón mutuamente; reparemos los males hechos los unos a los otros. Así podremos estar del lado de Cristo, combatir y vencer con Él al pecado, a la carne, al mundo, al demonio y a la muerte.

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