lunes, 11 de abril de 2022

El concepto de tradición y sus falsificaciones (1/4)

En nuestra contemporánea frenética dinámica social, en la que todo se convierte en relativo, en la que todo es automáticamente relativizado ni bien aparece ante nuestros ojos, también es relativizada la sensibilidad religiosa, la teología y los sacramentos, y ante esta destructiva relativización: ¿cómo puede la Iglesia, y cómo podemos nosotros, hombres de Iglesia, correr a la par, actuar e interactuar en y con este mundo, para anunciar a los hombres de este mundo (no a los del siglo XVI) a Cristo, Señor y Salvador del mundo?

En las fuentes de la divina Revelación
   
----------Para hablar una vez más del concepto católico de tradición, del cual ya he tratado repetidas veces en este blog, esta vez lo haremos comenzando un recorrido teológico-histórico y al mismo tiempo histórico-teológico. Es que si nos ubicamos en un ámbito de indagación de la dogmática y la historia de la teología dogmática, cuanto más se profundiza en su estudio, se llega al convencimiento de que el dogma católico siempre está ubicado en un espacio histórico real, y hasta se podría decir físico, incluso corpóreo, y esto, si bien lo vemos, es lógico si consideramos la Encarnación del Verbo de Dios que se hizo hombre, y repitámoslo: se hizo hombre, no se hizo pensamiento abstracto y abstractivo. El Verbo de Dios se ha hecho carne.
----------Por consiguiente, las fuentes de la doctrina católica no son ni los tratados de metafísica, ni los tratados de teología dogmática sistemática, ni tampoco es meramente el Denzinger, si queremos referirnos a ese conocido volumen en donde encontramos compendiadas las más importantes fórmulas con las que el Magisterio de la Iglesia ha formulado, del modo más claro y adecuado posible, en cada circunstancia histórica, la fe. Por el contrario, las fuentes de la doctrina católica son en definitiva los Santos Evangelios.
----------Es cierto que, a fin de expresarlo de modo más claro y detallado, el Magisterio de la Iglesia habla de dos fuentes que se conjugan, recíprocamente unidas, para permitirnos acceder a la divina Revelación, y que esas dos fuentes son la Escritura y la Tradición, por supuesto no interpretadas de modo subjetivo, sino a través de la lectura que hace de ellas el propio Magisterio, pero, en definitiva, ambas fuentes, escrita y no escrita, se resumen en lo que llamamos: Evangelios, los cuales narran una historia. Sólo a partir de esa historia que nos ofrecen los Evangelios podemos nosotros contar con los fundamentos para elaborar la teología dogmática, partiendo por ejemplo del prólogo del Evangelio de san Juan, o del prólogo a la Segunda Carta a los Filipenses del apóstol san Pablo, o de otros pasajes del Nuevo Testamento; pero siempre partiendo de una historia que es irrupción de Dios en nuestra historia humana a través de la Encarnación del Verbo.
----------Esto quiere decir que lo que constituye hoy la doctrina católica ha nacido de una historia, y para poder ser entendida, siempre debe remitirse a esa historia. De modo similar ocurre con el dogma católico, que no puede ser considerado meramente como un elenco de fórmulas doctrinales cristalizadas en un libro (por ejemplo el Denzinger), sino que siempre debe ser referido a la historia en la que ha nacido.
----------Al respecto, podemos por ejemplo afirmar que en los primeros ocho siglos de vida de la Iglesia, el dogma en su conjunto, y en particular los dogmas cristológicos, constituían también problemas de carácter político. Esta afirmación que aquí hago, no debe ser acusada de historicismo o de deriva sociologista; porque no debe pasarse por alto que los primeros grandes Concilios de la Iglesia fueron presididos por los emperadores Romanos. Por caso, el séptimo Concilio ecuménico, o sea el II Concilio de Nicea, del 787, fue convocado y presidido por la emperatriz Irene. Vale tener presente que la oposición a las doctrinas dictadas por aquellos Concilios o incluso sus discusiones preliminares, creaban siempre problemas de orden público, y una vez establecida una precisa doctrina, las eventuales herejías creaban problemas de orden penal que afectaban al ordenamiento jurídico, y de ahí que la herejía era perseguida como un delito merecedor de una pena.
----------Por lo tanto, no es erróneo afirmar que en aquel tiempo el dogma creaba no sólo problemas de interpretación teológica, sino que eran también un problema político, y de hecho un problema de orden público. Negar esta relación del dogma con la historia, aunque con la buena intención de no caer en el error del historicismo o en los sociologismos, puede comportar el riesgo, en nombre de una no mejor precisada metafísica, de crear terminología dogmática que frecuentemente se complace de sí misma por obra de los teólogos que la han ideado, dando vida a un dogma que quisiera estar en pie prescindiendo de la historia en el ámbito de la cual el dogma ha sido establecido por el Magisterio de la Iglesia.
   
La historia del dogma
   
----------Es en la historia donde se alcanza el misterio de Dios hecho hombre, y a través de la historia se desarrolla la gran experiencia de nuestra fe, a través de un recorrido que después del misterio de la Encarnación, de la vida, muerte y resurreción del Verbo de Dios, toma vida a partir del encuentro de Jesús resucitado con los discípulos de Emmaús (Lc 24,13-35), quienes no reconocieron al Maestro por su perfecto léxico epistemológico, sino que lo reconocieron solamente al partir el pan, o sea, a partir del misterio de su presencia viva y real en medio nuestro, en la Eucaristía. Esta es la base, el fundamento, el inicio, la fuente de la tradición católica, para hablar de la cual no podemos prescindir de la historia y del progreso histórico, el cual ha marcado las diversas etapas de la historia de la Iglesia, también hasta nuestros actuales tiempos.
----------A inicios del siglo XX, un pensador protestante, Ernst Troeltsch [1865-1923], tuvo a su modo una gran premonición, cuando afirmó que el encuentro totalmente inevitable entre la teología y la historia habría terminado por crear problemas mayores que el encuentro de la teología con la ciencia. Su previsión, efectivamente, se ha verificado. Hoy por hoy la historia es nuestro problema más grande, aunque quizás, hace ya un siglo, Troeltsch no llegó a considerar una ulterior consecuencia: que la ciencia, que entra en la historia, puede contribuir en modo determinante a modificarla, para destruir y para recrear ex novo la historia precedente. 
----------Para tratar de explicar lo que digo, permítame el lector recurrir a algunos ejemplos, porque de otro modo podemos perdemos en lo abstractivo. Por eso es bueno, y hasta necesario, incluso cuando consideramos temas tan sublimes como esta vez, al tratar de la Sagrada Tradición, recurrir a ejemplos concretos.
----------Pues bien, comencemos por considerar que en el curso del último siglo numerosos descubrimientos han hecho revisar no sólo grandes certezas científicas sino también numerosas evidencias históricas que habían sido dadas por ciertas durante siglos en el mundo de la fe. En efecto, cuando se habla de sucesos vinculados a años remotos, no siempre es fácil para los historiadores individuar y separar la historia de la leyenda, problema muy sensible advertido en modo particular por los estudiosos de las diversas épocas medioevales y de cuantos practican la búsqueda en el mundo de la historia griega y latina.
----------El mismo santo Tomás de Aquino [1225-1274], para mencionar uno de los más grandes Doctores de la Iglesia, se ha basado también sobre algunas fuentes que, siglos después, no resultaron tan exactas. Diversos son los escritos atribuídos a precisos autores que posteriormente han resultado falsos, valga entre tantos el caso del pseudo Dioniso Areopagita (alguien que en realidad vivió en el siglo VI). Sin embargo, estos elementos y datos históricos (y esto los historicistas no lo subrayan, y los anti-tomistas o rahnerianos menos), no afectan el contenido y el valor de la teología dogmática del Aquinate, por ejemplo su contribución a la dogmática trinitaria o su definición de "persona" en Cristo apoyada sobre los cuatro primeros grandes Concilios de la Iglesia y expuesta en modo admirable e insuperable por el Doctor communis Ecclesiae, tanto sobre el plano metafísico como sobre el plano de la difusión didáctica de la más sana y recta doctrina.
----------Basta el ejemplo indicado en el párrafo anterior, para advertir en qué consiste la diferencia sustancial entre ciencia y fe. Así, si en el ámbito científico se alcanza el conocimiento, por ejemplo, de un diverso valor o función de la fuerza de gravedad como hasta ahora, en cambio se había conocido y percibido, este nuevo dato revolucionará en modo radical ciertos principios de la física. Por el contrario, si en el ámbito de la especulación teológica se adquieren, a través de nuevos descubrimientos históricos o arqueológicos, nuevos datos, elementos y documentos hasta ahora desconocidos, el resultado será que la fe resultará siempre enriquecida por nuevos elementos cognoscitivos. Lo que más bien ocurrirá es que se aprenderá que ciertas fuentes, antes dadas por ciertas, son en realidad escritos que erróneamente se han atribuído eventualmente a un Padre de la Iglesia, pero que él no ha sido quien los ha legado a la posteridad. Sin embargo, esto no afectará nunca al dogma, o sea, a la verdad revelada, al misterio de la encarnación, de la muerte y de la resurrección de Cristo, al don a la Iglesia en Pentecostés del Espíritu Santo, o a los Sacramentos.
----------Por lo tanto, es absolutamente erróneo lo que afirman ciertos sedicentes teólogos anti-escolásticos o anti-tomistas, blandiendo como una clava el argumento de que el Pseudo Dionisio Areopagita es uno de los "errores de santo Tomás de Aquino", pues olvidan un dato que es fundamental: que este Dionisio sea realmente el Areopagita o no lo sea, es una cuestión ya dilucidada desde hace siglos, pero el contenido de fe, el dogma que el Pseudo Dionisio alcanza, está fuera de toda posible discusión.
----------Ahora bien, antes de pasar a explicar el concepto de tradición como base y fuente de la teología dogmática, considero conveniente que comprendamos antes el motivo por el cual la teología dogmática siempre y necesariamente debe moverse con el alma en el cielo pero con los pies bien firmes sobre la tierra. En otras palabras, deseo ahora hacer referencia al origen sociológico del problema. Y esto, sin que, por una parte, la palabra sociología nos espante o nos induzca a pensar que caemos en peligrosos sociologismos teológicos, y por otra parte, sin que se termine por caer en los errores de abstracción de lo real operados frecuentemente por aquella neo-escolástica decadente que ha recluído la teología en un recinto de fórmulas metafísicas más o menos áridas y estáticas, donde no es raro que se corra el riesgo de partir de los dogmas de la fe y se termine cayendo en la adoración de las propias definiciones doctrinales técnicas, como lamentablemente ocurre con el consolidado drama del teológico "yo" que se pone delante de Dios.
----------Pues bien, debemos ante todo comprender que cualquier válida técnica especulativa, ya sea lógica, filosófica, epistemológica y semiótica, es sólo un medio o instrumento, que sirve para arribar en modo justo y correcto a penetrar los arcanos misterios de Dios. O bien, para mejor entendernos, que el instrumento técnico especulativo no es "dios", vale decir, el instrumento técnico no debe ser nunca divinizado. El instrumento técnico especulativo es sólo una herramienta de labor y de conocimiento, movido por la fe en Dios, para la búsqueda y la penetración de los misterios de Dios, que no pueden nunca trascender a la absoluta fe en Dios.
----------Y digo esto, porque cualquiera que en años recientes y actuales haya ido a las universidades católicas o a los ateneos pontificios sabe, o lo debería saber bien, cuán extendido está el drama de los teólogos que ni bien abren la boca, hablando dicen "yo", "yo", "yo", "como yo he dicho", "como yo he escrito", "como yo he afirmado"; y hasta alguno cita a otros, diciendo "como el teólogo X", "como el obispo Y", "como el cardenal Z... ha dicho", pero sólo los cita para confirmar lo que él mismo dice. Vale decir, estamos en presencia de una teología "yo-céntrica", no ya "teo-céntrica" o "cristo-céntrica", sino "yo-céntrica".
----------En relación con lo dicho, en las dos últimas notas de esta serie, intentaré mostrar con claridad cómo en la actualidad se intenta divinizar el instrumento especulativo, la herramienta de trabajo, y como, a la vez, se intenta frecuentemente divinizar los accidentes externos, en un clima de confusión en el cual estudiosos o bien presuntamente tales, sedicentes tradicionalistas o sedicentes progresistas, no alcanzan a distinguir la sustancia eterna e inmutable de los accidentes externos, en sí y de por sí contingentes y mutables.
   
¿Hace falta demostrar que ya no vivimos en la sociedad del siglo XVI?
   
----------Volviendo a los necesarios ejemplos que he prometido dar, intentaré ahora hacer claro al lector, una vez más, que para hablar de tradición nosotros no podemos prescindir del progreso. Veámoslo simplemente con lo que ha ocurrido sobre todo con el progreso producido en el siglo pasado.
----------Un primer ejemplo: el pasaje desde la tracción a sangre al automóvil. Tan solo pensemos que al inicio del siglo XX se viajaba siempre en carrozas tiradas por caballos. En 1884 Enrico Bernardi [1841-1919] construyó el primer prototipo de rudimentario automóvil a bencina. La sociedad francesa De Dion-Bouton, en 1894, inventa el primer motor a tracción posterior. En 1900 Louis Renault [1877-1944] produce un pequeño automóvil dotado de cambio a tres marchas. En 1905 el estadounidense John Walter Christie [1865-1944] inventa la tracción anterior, y en 1910 comienzan a circular por las calles de las grandes ciudades los primeros modelos de automóvil. Vale decir, en 1910 comienza a pasarse del caballo al automóvil. Pero solamente recién en torno a los años 1920s comienza a verse un cierto número de automóviles por las calles.
----------Pues bien, solamente cincuenta años después el hombre descendía sobre la Luna. Ahora bien, me permito preguntar al amable lector, ¿cuál es la desproporción que existe entre un hombre que al inicio del siglo XX usaba siempre el caballo como principal medio de transporte y un hombre que solamente cincuenta años después desciende sobre la Luna? Propiamente hablando, en el hombre la desproporción no existe: el hombre que se transportaba por medio de tracción a sangre es el mismo que se transporta con los medios que ahora lo hace. ¡Pero qué desproporción en los medios! Por eso hay espacio para el comentario lógico y pertinente que sigue: en medio siglo hemos estado a tal punto involucrados en un progreso y un desarrollo técnico que la humanidad razonablemente habría debido llevar a cumplimiento en 500 años.
----------Frente a este mundo en frenética evolución, hagamos una pregunta: la Iglesia, que es, además de una institución divina, también una realidad humana en un mundo de seres humanos, instituida por Cristo para los hombres de este mundo, y que por lo tanto no es una realidad humanamente separada del mundo (por más que deba distinguirse del mundo y de lo mundano), en esta frenética evolución científica, con consecuentes cambios humanos sociales políticos ¿cómo habría debido ella actuar e interactuar?
----------Esta pregunta que hago, va de suyo, con buena paz y respeto de aquellos que, en cambio, no se la hacen o posiblemente jamás han imaginado hacérsela, porque disponen de una respuesta que les parece absolutamente obvia, ya que si alguien como yo les hace tal pregunta, responderían, si tenemos suerte que nos respondan, diciendo que habrían querido que hoy todo estuviera improntado siempre por la misma exterioridad de esquemas accidentales detenidos en el siglo XVI. Probemos dirigirle esta pregunta a un respetable historiador y digna persona, como es el profesor Roberto de Mattei, o a cualquiera de los miembros de su fan-club, por citar sólo un ejemplo de este tipo de sujetos, citándolos sólo a título de paradigmas, y escuchemos lo que ellos nos responden, si es que nos responden, a la pregunta: ¿cómo habría debido actuar e interactuar la Iglesia en una situación social de tan frenético e imparable progreso?
----------Retornando una vez más a nuestros ejemplos, vale aclarar que podríamos continuar largamente la lista, por si todavía fuera necesario proponerlos a quienes los necesiten. En 1871 Antonio Meucci [1808-1889] probó el funcionamiento de lo que él llamó el teletrófono, el primitivo teléfono. Después de numerosos perfeccionamiento, los primeros modelos de teléfono entraron en funciones entre fines del siglo XIX y comienzos del XX. Recién en 1927 fue realizada la primera comunicación telefónica transatlántica, entre las ciudades de New York y London. A la distancia de sesenta años de aquel primer evento era posible llegar con un minúsculo teléfono celular a cualquier parte del mundo transmitiendo en la misma comunicación también fotografías, sonidos e imágenes de video. ¡Transcurridos tan sólo sesenta años! Por tanto, salta a los ojos la falta de proporción entre el descomunal progreso técnico alcanzado y el brevísimo tiempo transcurrido.
----------A todo lo dicho se agrega un invento que ha influido de inimaginable modo a nivel de las costumbres sociales: la televisión. Entrada en producción en torno a la mitad de los años 1950s, la TV ha sido el medio que más ha concurrido a cambiar radicalmente los hábitos de las familias, el modo de relacionarse y comunicarse con el mundo y con la sociedad a la que se pertenece o con otras sociedades, pero, sobre todo, ha contribuído a modificar la manera de percibir y vivir la realidad en el espacio físico y social. Sin embargo, también la TV ha contribuído a la más eficaz y diabólica alteración de la realidad.
----------Espero que los ejemplos que hasta aquí he dado, hayan podido confirmar al lector el dato de la indudable desproporción entre el cambio que ha producido la ciencia y la tecnología en las últimas décadas y la brevedad del tiempo insumido para producir ese cambio. Pero advirtamos ahora otro dato aún más grave: el desarrollo de la ciencia y la tecnología ha dado no sólo un gran impulso a la historia y a la investigación histórica, sino que, a la vez, ha empujado a crear formas de radical historización de la realidad. ¿Qué quiero decir con esto? Que hoy no existe ya nada fijo ni estable en esta contínua metamorfosis generada por las conquistas y por el progreso científico y tecnológico. Se ha producido un aturdimiento, al cual la Iglesia y la fe no deben ser extraños ni indiferentes, ni lo son, siendo la Iglesia, como bien sabemos y ya hemos dicho, realidad también humana en un mundo de seres humanos, divinamente instituída por Nuestro Señor Jesucristo para servir y salvar a los hombres de este mundo concreto, hoy en vertiginoso cambio.
   
El lamentable espectáculo de los que viven en una burbuja
   
----------Así son hoy las cosas, aún cuando no faltan quienes se obstinan en no tomar en cuenta esta triste y alarmante realidad: verdadero ya no es el dato objetivo, sino el dato subjetivo, dato que frecuentemente es fruto de auténticas alteraciones, presentado, o a veces peor aún, impuesto por los mass-media como dato objetivo, y como dato objetivo incontrovertible. Por eso es desagradable y lamentable que ciertos metafísicos y teólogos, alejados de la realidad y encerrados en sus adoradas fórmulas y palabras cuasi-mágicas, sigan rechazando tomar en cuenta este dato real, del cual la Iglesia y nosotros no podemos escapar.
----------La Iglesia, su doctrina, y sus dogmas de fe, se han ido estableciendo desde épocas ya muy lejanas a nosotros, siéndonos ya muy difícil comprender el modo como aquellas sociedades de cristianos vivían su fe y los dogmas de la fe. Basta con advertir que durante los primeros digamos trece o catorce siglos de vida de la Iglesia, su doctrina se ha ido formando en el interior de una sociedad histórica regida sobre leyes eternas, sociedad en la cual cualquier movimiento de mutación en el antiguo orden de las cosas constituía el cambio externo de una substancia considerada de por sí inmutable que alcanzaba en el propio interior al todo. Por lo tanto, lo que era considerado aparentemente finito y definido llevaba sin embargo consigo siempre lo infinito y vivía en perenne proyección hacia lo eterno infinito. Así se vivía entonces.
----------En cambio, en la modernidad, después de aquellos primeros trece o catorce siglos de cristianismo, el modo de percibir y de actuar se fue invirtiendo gradual y completamente. La historia comenzó a ser considerada ya no un cambio externo absorbido por lo inmutable que alcanzaba al todo y a lo infinito, sino que comenzó a considerarse como algo que frecuentemente tiende a modificar las cosas, a descubrir que lo que se consideraba anteriormente verdadero podía ahora ser considerado falso, y este modo de concebir las cosas se ha ido profundizando hasta el punto de que hoy la historia es considerada un contínuo de-construir, un permanente destruir y, en fin, un implícito relativizar todo lo que existe o puede existir en una sociedad actual donde nada es fijo ni estable, donde cada cosa es en sí y de por sí relativa.
----------¿Precisa el lector otro ejemplo para confirmar lo que digo? Aunque el lector no lo necesite, quisiera mencionar mi relación con una herramienta que ha sido querida compañera por décadas: mi vieja Remington. Quien antes, fuera joven o no tan joven, adquiría una máquina de escribir, lo hacía animado por la conciencia común de que a través de esa máquina de escribir se hacía de un instrumento que, si era bien tratado y utilizado, habría podido acompañarlo también durante toda la vida. Muchos universitarios a mediados de los años 1970s han dactilografiado sus tesis de licenciatura o doctorado recurriendo a máquinas de escribir usadas a su vez en los años 1950s por sus padres para escribir sus propias tesis de graduación.
----------En cambio, quien hoy adquiere un computer, lo hace con una conciencia completamente distinta a la de cuarenta o cincuenta años atrás: adquiere una laptop a sabiendas de que ese modelo, "de última generación" tal como se lo presenta el vendedor, está ya superado al momento mismo de la adquisición, porque un nuevo modelo o nuevos modelos, más a la vanguardia, están ya en cadena producción y en pocas semanas estarán disponibles para la distribución en los mercados. He aquí, por lo tanto, que la estable seguridad de la vieja máquina de escribir, tal vez pasada de mano en mano de padres a hijos, ha sido por consiguiente sustituida por el concepto de un computer ya superado al momento mismo de su adquisición.
----------En nuestra contemporánea frenética dinámica social, en la que todo se convierte en relativo, en la que todo es automáticamente relativizado, también es relativizada la sensibilidad religiosa, también la teología, también los sacramentos, y delante de esta destructiva relativización: ¿cómo puede la Iglesia, y cómo podemos nosotros, hombres de Iglesia, correr a la par, actuar e interactuar con este mundo, para anunciar a los hombres de este mundo (no a los del siglo XVI) a Cristo, Señor y Salvador del mundo?
----------La Iglesia ya ha respondido a esa pregunta, y sigue hoy renovando su respuesta: lo ha hecho a través del Concilio Vaticano II y lo hace a través de los Papas del post-concilio; pero, como sabemos, para algunos no es así, hasta el punto de que en el interior del mundo católico existen sujetos que afirman que los males de la Iglesia contemporánea derivan precisamente del Concilio Vaticano II y del magisterio post-conciliar, que sin embargo han sido y siguen siendo la respuesta y la cura para esos males del cuerpo de la Iglesia.

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