miércoles, 20 de abril de 2022

El libro del Apocalipsis, las guerras y la guerra escatológica (4/4)

Aquel recordado grito del papa san Juan Pablo II: "¡Nunca más la guerra!", lo hacemos ciertamente nuestro, como anhelo y deseo ineliminable, como esperanza indefectible, como finalidad nuestra irrenunciable. Sin embargo, la plena realización de este voto no pertenece a la vida presente, sino a la futura tierra de los resucitados, con tal de que por ahora no nos sustraigamos al combate, sino que combatamos con coraje, según las reglas, con espíritu de sacrificio y perseverancia, poniéndonos de la parte justa.

En el estado de naturaleza caída es imposible evitar la guerra
   
----------Es necesario tener muy en cuenta que para la Sagrada Escritura existen diferentes niveles de paz y diferentes niveles de guerra. Por ejemplo, se puede estar íntimamente en paz cumpliendo una operación militar. Se puede hacer una demostración pacifista lanzando invectivas a los militares empeñados en la guerra y tener la guerra en el alma. Ahora bien, el soldado cristiano en el campo de batalla no combate abrumado por la ira o movido por el odio, sino que practica el amor evangélico por el enemigo, no se abandona a los excesos y crueldades, sino que respeta la disciplina militar, e incluso en pleno fragor de la batalla su corazón está en paz y unido a Dios porque sabe que está cumpliendo con su deber.
----------Por lo demás, la Biblia, y especialmente el Apocalipsis, enseña que la humanidad está actualmente en guerra, una guerra a la cual nadie se puede sustraer. Es necesario sólo elegir de qué lado estar: o con Cristo o con Satanás. No es posible ser neutral: quien pretende serlo se pone necesariamente de parte del diablo, porque es una persona doble, del sí-no; y sabemos de qué parte Cristo pone a tales personas.
----------No existe un punto de vista superior, una especie de suma imparcialidad, como quieren Hegel, Nietzsche, los gnósticos y la masonería, que actúa como juez conciliador de paz entre Cristo y Beliar. El juez supremo de la paz y de la reconciliación es Cristo; no son ellos, los cuales, al fin de cuentas, con su soberbia y presunción, son siervos del demonio. No existen mediadores de paz que no sean Cristo y el cristiano.
----------Cristo no debe ser puesto de acuerdo con nadie, porque es Él quien pone a todos en acuerdo entre sí y con Él mismo. Sólo Cristo nos indica los caminos de la paz y cómo impedir las guerras y extinguirlas, una vez que han estallado. Pero que estallen, entra en las actuales condiciones de la naturaleza caída, aunque sea obligación estricta empeñarse al máximo para que no estallen, y hacer todos lo esfuerzos posibles para que se extingan cuanto antes, una vez que estallan; y también aprovechar la ocasión de su persistencia para ejercitar la paciencia, la penitencia, el arrepentimiento y la expiación por nuestros pecados.
----------Se trata de aspectos del choque Cristo-Demonio, que atraviesan inevitablemente todo el curso de la historia humana. Aquí las soluciones pacíficas son imposibles. "No se dialoga con el demonio", nos ha advertido varias veces el papa Francisco. Aquí no funciona el pacifismo buenista, porque es imposible el acuerdo entre Cristo y Beliar. Todo el problema entonces es combatir poniéndonos de la parte del vencedor.
----------La Biblia por lo tanto concibe esta vida como una lucha, una guerra, en la cual debemos combatir, y la alternativa es que o venceremos con Cristo o seremos derrotados con el demonio. En el mundo animal vemos esta ley inexorable de la vida: o se vence o se es vencido. Los animales disponen de aparatos y sistemas de ataque y de defensa. El hombre físicamente está desprovisto de tales aparatos. Y sin embargo los posee en lo más íntimo, es decir, en su corazón, y, por cierto, los posee mucho más poderosos que los de los animales. Ya Aristóteles  observaba que el hombre puede hacer mucho más daño que los animales, porque al hacer el mal pone por obra un mal uso de la razón. Pero, gracias a Dios, la misma razón, bien utilizada, puede crear una paz interior inmensamente más preciosa que la puramente psicofísica de los animales.
----------Ahora bien, existen hoy dos actitudes mentales simplistas y precipitadas ante la guerra, dos actitudes que son diametralmente opuestas, entrambas equivocadas: una es el considerar la guerra como una especie de calamidad natural, contra la cual nada puede hacer nuestra voluntad, como si ella fuera un tsumami o una sequía; la otra, por el contrario, es considerar la guerra como si se tratara de una acción humana enteramente dependiente de la voluntad, que fuera posible hacer cesar en cualquier momento.
----------En cambio, es necesario observar que en la vida presente, marcada por las consecuencias del pecado original, aun con toda la buena voluntad y en posesión de la gracia de Cristo, incluso los más virtuosos entre nosotros, no consiguen siempre evitar el pecado, al menos venial, por lo que es imposible que tarde o temprano no se produzca el pecado de homicidio conectado con el hacer la guerra. De aquí que puede entenderse lo que solía decir el padre Leonardo Castellani: "la guerra es suceso de orden divino". 
----------En efecto, para descender ahora en nuestra exposición a lo particular y concreto, en nosotros debemos observar que la pasión de la ira muchas veces es exagerada y nos empuja a ofender al prójimo, hasta el punto de poder asesinarlo; el vicio de la soberbia nos impulsa a quererlo dominar, a imponerle nuestras ideas, hasta poder matarlo si no piensa como nosotros o no hace lo que nosotros queremos; la avaricia y la gula, que nos convierten en excesivamente ávidos de los bienes terrenos, nos empujan a apropiarnos de los bienes de los otros, hasta el punto de poder asesinarlos, si no nos ceden sus bienes.
----------Por otro lado, la envidia nos empuja a despreciar y a excluir a quienes nos hacen sombra en nuestro afán de superación, o a quienes denuncian nuestras estafas. La envidia nos impulsa a entorpecerlos, a denigrarlos, a calumniarlos y a difamarlos, hasta llegar a matarlos, si son un obstáculo en nuestro camino. La lujuria y la pereza, vicios despreciadores de los valores espirituales y por lo tanto de la justicia, nos hacen egoístamente amantes del quieto vivir para poder disfrutar en paz de los placeres de este mundo, socavan el carácter, lo ablandan, lo vuelven temeroso y oportunista, por lo cual, en nombre de un pacifismo utópico y cobarde, para no tener problemas, nos hacen los grandes paladines de la paz, dejando sin embargo que los pobres sean explotados y oprimidos por los ricos, y robados por los ladrones, los débiles aplastados por los fuertes, los justos por los injustos, los inocentes por los pecadores, los pueblos por los tiranos. Por consiguiente, estos falsos pacifistas, muy lejos de extinguir o impedir las guerras, las vuelven posibles y las atizan.
----------Otra confusión frecuente que se hace cuando se habla de la guerra es la que existe entre la violencia y el uso de la fuerza militar, como si cualquier uso de la fuerza fuera violencia. Por lo tanto, se dice, dado que la violencia es daño al prójimo, hay que abolir entonces el uso de las armas y la coerción que ellas conllevan. Pero siempre estamos ahí: se olvida que un uso moderado de la fuerza militar, cuando los medios pacíficos se revelan ineficaces, restablece efectivamente la paz, como demuestra la historia desde siempre.
----------El uso moderado de la fuerza militar, legalizado por la autoridad de un Estado democrático, no es de por sí violencia, sino que puede tener por resultado y por efecto la reivindicación de un derecho conculcado o la evacuación de territorios injustamente ocupados o  la liberación de un pueblo sometido a un gobierno tiránico o la anulación de una invasión militar o la conquista de bienes que pertenecen a unpueblo y les han sido sustraídos o el restablecimiento de la paz gracias a la eliminación de los belicistas.
----------Para que haya guerra no hace falta el fragor de las armas, sino que es suficiente la perturbación interior del pecado, el cisma, la herejía, la traición, el odio y la envidia recíprocos, es suficiente para que haya guerra el mentirse unos a otros, basta la voluntad de prevalecer los unos sobre los otros, el desprecio de unos por otros, la negativa a arrepentirse, a perdonar y pedir perdón, a comprenderse y escucharse, la rebelión al Romano Pontífice, el conflicto obstinado y sectario de las voluntades y el intercambio de insultos y de calumnias, como sucede en la Iglesia desde hace sesenta años entre modernistas y pasadistas.
----------Los pacifistas buenistas se refieren a las palabras del Señor a Pedro: "Guarda tu espada, porque el que a hierro mata a hierro muere" (Mt 26,52). Pero se olvidan de conectarlas con cuanto Jesús en el evangelio de Juan le dice a Poncio Pilato: "Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, los que están a mi servicio habrían combatido para que yo no fuera entregado" (Jn 18,36). Aquí aparece evidente que Jesús distingue los reinos terrenos respecto del suyo: su reino es un reino espiritual, donde no tiene sentido combatir por objetivos mundanos, por más justos que sean. En cambio, Jesús claramente aprueba la licitud de hacer guerra por propósitos de justicia o libertad de los pueblos de este mundo.
----------En cuanto al dicho de Jesus sobre la espada, el Señor quiere advertirnos que aquellos que con su odio o avaricia de riquezas o con su voluntad de dominio, desatan guerras, lo que en realidad hacen es esperar ser derrotados o destruidos por ese mismo odio que han desatado sobre los demás, como le ha sucedido a Hitler y a Mussolini, por mencionar solo dos casos históricos. Y es también vergonzoso el final de aquellos dictadores como Stalin o líderes como Napoleón, quienes, ya sea a través de guerras o ya sea a través de conspiraciones, han provocado en otros países y pueblos, inmensos sufrimientos, subversión, destrucción, robo, sedición, luchas intestinas, derrocamiento de gobiernos, agitación nacional, propagación de errores perniciosos y supresión de la libertad religiosa. Los ejemplos serían abundantes: China, Cuba, Nicaragua, etc.
   
Cómo poner fin a la guerra
   
----------Todos tenemos en mente aquella tradicional imagen de la guerra de los buenos contra los malos, como lejano recuerdo de la infancia, la cual sin embargo, con el madurar de la edad, al darnos cuenta de lo complejas que son las cosas, llega a parecernos simplista, ingenua y precisamente infantil, pueril. Pero curiosamente, la Biblia, Palabra de Dios, presenta una imagen de la guerra precisamente en estos términos, como lucha entre los hijos de Dios y los hijos del demonio (cf. Mt 13,38; Jn 8,44; Hch 13,10; 1 Jn 3,10).
----------Ciertamente, en el Antiguo Testamento se distinguen los justos de los impíos, pero no se habla de una guerra entre ellos. En cambio, saltan al primer plano las guerras de Israel contra los pueblos circundantes, guerras no siempre queridas por Dios, y en las cuales Dios no siempre concede a Israel la victoria. Otras veces las guerras nacen de la simple voluntad humana y no son agradables a Dios. Israel, con la bendición de Dios, hace tanto guerras de defensa como guerras de conquista. La victoria es considerada como una señal de la protección de Dios. La derrota puede ser signo de que Israel ha pecado.
----------Sin embargo, vale tener en cuenta que ya el Antiguo Testamento presenta un doble concepto de la guerra: por un lado la guerra como algo malo, signo de la maldad y la injusticia humanas, un mal que no existirá ya en el reino mesiánico; y por otro lado la guerra como querida por Dios, por tanto la guerra justa o para la conquista de la tierra prometida o como defensa de enemigos o agresores.
----------En el Nuevo Testamento aparece un concepto de guerra o de combate que atañe a la vida del espíritu, donde el enemigo a vencer es el pecado, el vicio, la carne, el demonio. En ese sentido, el Evangelio habla claramente de una confrontación de Cristo contra el demonio. En particular, el libro del Apocalipsis se detiene largamente sobre la guerra de los discípulos de Cristo con los enemigos de Cristo.
----------Es evidente, por lo tanto, que si la Sagrada Escritura justifica la guerra de Nuestro Señor Jesucristo contra Satanás, también la Sagrada Escritura es absolutamente contraria a una concepción de la vida basada en el uso sistemático de la fuerza o en la cual el conflicto se erige como sistema de vida, como encontramos por ejemplo en la concepción masónica "vida-muerte" o en la dialéctica hegeliano-marxista, que se expresa en los regímenes dictatoriales y totalitarios, siempre apologistas de la guerra.
----------Para la Biblia, el mundo ha sido querido por un Dios infinitamente bueno y por tanto amante de la bondad, del amor, de la armonía, de la belleza, de la concordia, de la unión en la reciprocidad, en suma, de la paz universal. Él ha permitido que el pecado y el mal entraran en el mundo, y por tanto entrara la guerra, porque, en su omnipotente misericordia y bondad, ha querido sacar un mayor bien -la vida eterna para el hombre- del mal de pena consecuente al pecado como castigo del pecado, y por tanto de la misma guerra, mediante el sacrificio del Inocente, su Hijo encarnado, Nuestro Señor Jesucristo, el cual sobre la cruz satisfizo por nosotros ante el Padre por la ofensa del pecado, obteniéndonos del Padre el perdón y la paz.
----------Para esa finalidad, Dios ha proyectado un plan de salvación para el hombre, plan en el que ha previsto la repristinación o restauración de la paz y de la armonía originarias mediante la obra redentora del divino Hijo, Quien ha librado una guerra victoriosa contra Satanás, el cual, habiendo hecho caer a Adán y Eva, había sometido a su poder a la humanidad pecadora y rebelde contra Dios.
----------La empresa de Cristo nos enseña, por consiguiente, que para poner fin a la guerra, es necesario liberarse de la opresión del demonio, defenderse de su asalto y de sus insidias, del enemigo de la paz y fautor de la guerra, es necesario derrotarlo en una durísima y arriesgada lucha bajo el mando de Cristo, lucha que implica también un aspecto ascético de batalla contra los vicios y contra las malas pasiones.
----------Ciertamente, la batalla contra Satanás no es igual que la confrontación con los hombres. Con los hombres se puede tratar dialogar también en el curso de los combates. Con el demonio, en cambio, como nos enseña el papa Francisco, siguiendo el ejemplo de Cristo, no se trata, no se dialoga, porque el demonio no atiende razones, siendo absolutamente sordo a la verdad, y siendo falso en sus pensamientos, por lo cual está absolutamente obstinado en su voluntad de hacernos daño.
----------Por lo demás, el demonio no cuenta con ninguna razón que lo justifique, y él lo sabe muy bien. En cambio, con adversarios humanos es posible tratar, dialogar, porque también nosotros podemos tener algún error, y también ellos pueden tener alguna razón. Por otra parte, incluso suponiendo que estén motivados por mala voluntad, siempre pueden arrepentirse y dejar de combatirnos.
----------Por lo tanto, aquel grito del papa san Juan Pablo II: "¡Nunca más la guerra!", lo hacemos ciertamente nuestro, como anhelo y deseo ineliminable, como esperanza indefectible, como fin irrenunciable. Sin embargo, la plena realización de este voto no pertenece a la vida presente, sino a la futura tierra de los resucitados, con tal de que por ahora no nos sustraigamos al combate, sino que combatamos con coraje, según las reglas, con espíritu de sacrificio y perseverancia, poniéndonos de la parte justa.

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