martes, 12 de abril de 2022

El concepto de tradición y sus falsificaciones (2/4)

Nuestro Señor Jesucristo llama claramente "hipócritas", sin utilizar términos medios, a aquellos que pretenden sustituir la Palabra de Dios (substituirlo a Él como Verbo de Dios), por meras doctrinas y preceptos de hombres, vale decir, substituyen la substancia por los accidentes externos.

A los porrazos con la teología
   
----------Pues bien, estimado lector, al paso de los años he comprobado que ninguno de estos sujetos, llevados por así decir al debido y exacto ángulo, con una pregunta bien precisa como la que he expresado, nunca llega a responder en modo claro a lo planteado en el punto anterior. Por mi parte, no he perdido ocasión de plantearles una y otra vez la misma pregunta, cuando he podido encontrarme con ellos en prudente situación para hacerlo respetuosa y claramente. El silencio o las vaguedades fuera de foco han sido siempre lo único que atinan responder. En el fondo lo saben: responder claro sería hacer el ridículo.
----------Si a los inicios de los años 1960s no se hubiese producido el Concilio Vaticano II, ¿qué cosa habría sido de la Iglesia, si ella, en plena revolución de pensamiento y de costumbres sociales, hubiera sido proyectada al inicio de los años 1970s con sillas gestatorias, con ministros acompañados de flabelos de plumas de avestruz, con nobleza pontificia fuera de época, pero sobre todo con un estilo pastoral y de lenguaje, que una sociedad completamente transformada, no habría sido ya capaz de recibir y de comprender?
----------Estas son las preguntas a las cuales no responden ni pueden llegar a responder, no digo ya los pobres e ingenuos fieles poco instruídos en la fe y más bien completamente ideologizados que son miembros de esas comunidades pasadistas, sino que son las preguntas que no responden los así llamados "intelectuales" de tales grupos: los historiadores, los sociólogos, los politógolos, o como se los quiera llamar, diletantes todos ellos auto-elegidos y sedicentes defensores de "la única y verdadera tradición".
----------Esta clase de sujetos son aquellos pseudo-intelectuales que hoy en ciertos blogs, portales digitales y revistas telemáticas, se dan continamente de porrazos con la teología y sobre todo con la eclesiología, volviendo una y otra vez a soñar nostálgicos el viejo Estado pontificio, y proponiendo en la actualidad textos del magisterio que tenían un pertinente valor social y político al inicio del siglo XIX, pero que son improponibles hoy. Por citar solamente un ejemplo, la encíclica Mirari vos del papa Gregorio XVI [1831-1846], escrita en 1832, y dirigida a un mundo y a una sociedad que hoy ya no existe.
----------Ciertamente la Mirari vos es una encíclica eminentemente política, en la cual se condena, con justos y prudentes argumentos doctrinales y pastorales, la libertad de conciencia, de prensa, de pensamiento y de culto, ¡pero en 1832!, vale decir, en una sociedad y en una historia totalmente diferentes, en un contexto político completamente diferente al que hoy vivimos. Naturalmente, no estoy aquí negando la inmutable y perenne validez de los aspectos doctrinales, de razón y fe, enseñados de modo infalible por el Papa en la Mirari vos, que de ninguna manera pueden estar en disonancia con la doctrina de la libertad religiosa enseñados por el Papa y el Concilio Vaticano II, igualmente infalibles. Lo que cambia es aquello que puede y debe cambiar: la relación pastoral de la Iglesia con una sociedad que evidentemente ha cambiado.
----------La gran mutación sucedida entre los años 1960s y 1970s ha golpeado profundamente a la Iglesia y a su comprensión de la fe, lo cual ha constituído un progreso que ha cambiado las costumbres de la historia, el modo mismo de hacer historia, porque la historia es en parte investigación y en parte comunicación, pero, sobre todo es la razón por la cual existe y se ha desarrollado un presente que, como no puede ser de otro modo, mira hacia el futuro a partir de ese camino comenzado a lo largo del camino de Emmaús.
----------Y la Iglesia, bien lejos, por supuesto, de adecuarse al mundo y a la mundanidad, por el contrario, ha tenido la sapientísima previsión, por medio del Concilio Vaticano II, de evitar al menos temporariamente daños mayores, antes de que la revolución del '68 y de lo que a ella le seguirá en el curso de los años 1970s, pudiera acaso afectar a la Iglesia de modo irreparable. Con el Vaticano II, la Iglesia, como suele decirse, ha "parado el golpe", con previsión y de un modo verdaderamente espléndido.
   
Ser cristianos en medio de la vorágine del cambio
    
----------En la sociedad actual, el modo de comunicar la realidad y la historia, ha cambiado de manera veloz y radical. A comienzos del siglo XX nos comunicábamos escribiendo una carta sobre un papel, introduciendo la punta de la pluma en el tintero, y esto sucedia tambien a mediados del siglo, como yo también lo he vivido; y luego debías ir al correo y estampillar el sobre y arrojarlo en el buzón. Bien sabemos que hoy se puede enviar al instante un mensaje por correo electrónico a las antípodas del planeta, o con un teléfono celular a través de los mensajes, y al segundo de haberlo escrito en Buenos Aires, lo está recibiendo un amigo en Siberia. Y comprendamos bien que de la pluma embebida en el tintero, de la vieja máquina de escribir, al correo electrónico enviado por internet, ha cambiado mucho. ¡Ha cambiado todo!
----------Ha cambiado el lenguaje, y en particular el lenguaje escrito, y ha cambiado el modo de referirse a las cosas cotidianas, e incluso el modo de percibir, vivir, y transmitir la fe, en un mundo que vive frenéticamente en el ápice de una ciencia y una tecnología que, gracias a descubrimientos que son permanentes, cambia velozmente puntos antes considerados firmes, y que por eso ha dado vida a un estado de profunda inseguridad social humana y espiritual. Nada se siente ya seguro ni cierto en las aparentes certezas con las que cree vivir el hombre de nuestro tiempo. Todo parece estar en permanente evolución y sometido a contínuos cambios, casi siempre repentinos, en un mundo siempre más virtual y siempre menos real.
----------Y cuando se ingresa en el mundo de lo virtual, ya sea con una tarjeta de crédito, que ya no nos permite ver lo concreto del papel moneda, o ya sea con la red telemática, en la cual ya no estamos delante de un interlocutor personal, sino ante la pantalla de un computer, en la cual por una parte se ve y se percibe, pero por la otra se puede también ocultar o se puede falsificar el dato real, he aquí que la realidad objetiva y la verdad, son convertidas en una realidad subjetiva alterante y en una verdad de por sí totalmente relativa. La historia cambia así tan velozmente que a veces se tiene la impresión de no haberla visto jamás.
----------El caso es que estamos frente a una colosal e institucionalizada corrupción de la realidad, debida al hecho de que ya no somos capaces de aceptar, de vivir, y de trabajar con el dato del hecho histórico objetivo. Y he aquí por qué algunos, espantados de todo esto (que puede razonablemente espantar, claro que sí) quisieran detener la historia o, peor aún, refugiarse en el pasado estático "que no debe pasar", como ellos suelen decir. Esta clase de sujetos son aquellos a los que comúnmente llamamos "pasadistas" (se trate o no de lefebvrianos en todas sus variedades, o todos aquellos que son de un espíritu más o menos afín a los lefebvrianos, filo-lefebvrianos, viganianos, mitutellianos, bene-vacantistas o sedevacantistas), en fin, los que suelen llamarse así mismos "tradicionalistas" (aunque no sepan a ciencia cierta que es la tradición).
----------Ahora bien, ¿cómo seguir siendo discípulos de Cristo en un mundo como el actual? Pues bien, desde el momento que en el ámbito de la cristología dogmática se ha comenzado a hablar del Jesús de la historia y del Cristo de la fe, frecuentemente se ha dado curso a algo de lo que hoy todos debemos cuidarnos, esto es, dos diversos riesgos, a evitar entrambos. Un Jesús histórico separado del Cristo de la fe y un Cristo de la fe separado del Jesús histórico. Y es simple el motivo: la Iglesia vive en el mundo como hija legítima de este siglo, un mundo contemporáneo que ha agitado y removido muchos de sus fundamentos, impulsando a la Iglesia a salir de su propio jardincito de fórmulas técnicas que encerraban frecuentemente el dogma con el alambre de púas de definiciones y máximas metafísicas construídas en torno a las verdades de fe a partir de escuelas de pensamiento teológico no siempre previsoras de lo que ocurriría en el mundo.
----------Más allá del Catecismo dirigido a los fieles en general, como formación básica, son los teólogos los que deben responder a la pregunta planteada: ¿cómo seguir siendo discípulos de Cristo en un mundo como el actual? La respuesta a esa pregunta, depende de la respuesta que demos a la pregunta que siempre se hace la cristología: ¿quién es Jesucristo?. Pues bien, la dogmática cristológica no debe ser hecha por especialistas aferrados a fórmulas sólo comprensibles en las altas esferas de la academia. La teología en general asume importancia y utilidad en el momento en el cual se convierte en instrumento social y pastoral, cumpliendo aquello de: "Id al mundo entero y anuncidad el Evangelio a todas las creaturas" (Mc 16,15).
   
Una teología dogmática que mire a la pastoral
   
----------Algunos han dado por bueno resolver el problema planteado, mediante una de-construcción histórica del dogma. Otros han degradado o han vaciado las verdades de fe animados de la sincera convicción de poder ir al encuentro de las exigencias del mundo moderno en el mejor de los modos, por ejemplo a través de ese ecumenismo salvaje y de ese sincretismo que terminan frecuentemente desvaneciendo el entero misterio de la Redención, ecumenismo salvaje y sincretismo al interior de los cuales Cristo deviene uno de tantos. Cristo ya no el único Camino, la única Verdad y la única Vida, sino Cristo como uno de tantos.
----------De la arbitraria actitud de ciertas buenas intenciones ante los vertiginosos acontecimientos que cambian nuestro mundo, se han seguido también los peores errores del pensamiento teológico del siglo XX, al inicio del cual ha resurgido la gran herejía reactiva del modernismo, calificado por sacrosantas razones por el papa san Pío X como la "síntesis de todas las herejías", tal como lo sigue siendo también hoy. Y quienes hoy estudian en las universidades pontificias deberían saber muy bien qué cosa es el modernismo.
----------Ahora bien, el problema no se resuelve reinventando la cristología o reinterpretando el misterio de la Trinidad. Lo que hoy debemos hacer, es vivir y es transmitir de modo creible el mismo dogma de siempre, pero a través de una metafísica hoy más que nunca sólida, que debe encarnar y debe encarnarse en el testimonio del ejemplo de vida, poniendo de manifiesto al mundo que el dogma católico es tan válido hoy como lo era en los tiempos del Concilio de Calcedonia o del II Concilio de Constantinopla, ya sea usando el computer y la red telematica, ya sea usando la máquina de escribir o la pluma entintada en el tintero. Pero manifestando que la verdad, el dato de fe revelado, es siempre el mismo, y así sigue siendo tal.
----------Quien, en cambio, presume o pretende imponer que el dogma y la tradición es salvada y tutelada sólo si se usa la vieja máquina de escribir o la pluma entintada en el tintero, más que en el error, cae verdaderamente en el patético ridículo, en la total aberración. Como si aquellos dos discípulos citados por el Evangelio de Lucas permanecieran inmóviles sobre el camino de Emmaús, en lugar de seguir caminando, o bien, como si sobre el monte Tabor, durante la Transfiguración del Señor, hubiera quedado todo bloqueado y detenido y se hubiera permanecido en esa situación, cosa que el apasionado e infantil que a veces era Pedro tuvo la intención de hacer seriamente: "Maestro, qué bueno es que estemos aquí; si quieres, hagámos tres tiendas, una para tí, otra para Moisés y otra para Elías" (Mt 17,4). Y el Evangelio de Marcos prosigue diciendo: "Pedro, de hecho, no sabía lo que decía, porque estaba lleno de temor" (Mc 9,6).
----------Resulta comprensible que quien delante de acontecimientos que frecuentemente dan vida a cambios radicales en nuestra sociedad (y, por cierto, la cita de la Transfiguración del Señor no es un ejemplo casual) caiga preso del temor. Ahora bien, quien cae preso del temor y del espanto, usualmente tiende a permanecer inmóvil, quiere casi siempre detener el tiempo, cristalizarlo, como intentó hacer décadas atrás el obispo cismático Marcel Lefebvre [1905-1991], o como lo intentan hacer todos aquellos que, por oponerse a las desviaciones heréticas del modernismo, caen en el pasadismo más ridículo y aberrante, error y herejía que lamentablemente ha infectado a ese pequeño pero ruidoso ejército de los así llamados "tradicionalistas", sujetos tristes, deprimidos, apocalípticos, que en la Iglesia de hoy y en su actual Pedro, ven a un enemigo a combatir, antes que ver el misterio de la fe: "Tú eres Pedro y sobre esta pieda edificaré mi Iglesia" (Mt 16,19).
----------Algunos años atrás, una pareja de autores, Alessandro Gnocchi junto a Mario Palmaro, escribieron un artículo que ya comenzando por su mismo título, era un artículo infelíz: Questo Papa non ci piace. Ahora bien, ¿acaso está escrito en algún lado que un Romano Pontífice deba agradar? Cuando yo he recibido la ordenación sacerdotal, he respondido delante de la asamblea del Pueblo de Dios y delante de todo el Presbiterio, la pregunta que me ha dirigido el Obispo, quien me ha preguntado: ¿Prometes devota y filial obediencia a mí y a todos mis sucesores? El Obispo no me ha preguntado: ¿Prometes estimarme y prometes que yo te agradaré siempre? ¡No me ha preguntado esto! No me lo ha preguntado a mí ni se lo ha preguntado a ningún sacerdote. ¿Qué cosa quiere decir que el Papa me agrada o no me agrada?
----------Un Papa no debe agradar, un Papa debe ser vivido como la encarnación del misterio petrino. Y he aquí que hoy nos encontramos, los católicos, verdaderamente presionados o atacados, porque desde una parte, tenemos por ejemplo los neo-catecumenales ruidosos que golpean tambores y hacen tal vez extraños ritos cuasi-chamánicos, imitando a los carismáticos pentecostales; y desde la otra parte, tenemos sujetos que antes que al misterio eucarístico parecen más bien adorar el manípulo, la dalmática y el incienzo. Estamos en el medio de estos dos opuestos, bastoneados por los unos y por los otros, porque tratamos de ser simplemente católicos, con la Iglesia, en la Iglesia y para la Iglesia, con Pedro y bajo Pedro.
   
Comprender la relación entre fe e historia
   
----------Resulta esencial comprender cuidadosamente la relación que existe entre fe e historia. Sobre todo la relación de la fe con el progreso histórico de ese cuerpo vivo que es la Iglesia, del cual Nuestro Señor Jesucristo es Cabeza y nosotros miembros, y que el papa san Paulo VI definió en una memorable encíclica, la Populorum Progressio, sobre el progreso de los pueblos o el desarrollo de los pueblos. De esa encíclica surge claro que los que deben cambiar son, por tanto, los medios de comunicación y de transmisión de la fe, para difundir las verdades de fe. Vale decir, lo que cambia son los accidentes, no la substancia. No son las verdades de fe las que deben cambiar para adecuarse a las transformaciones históricas dictadas o impuestas por los medios de comunicación y de transmisión de un pensamiento que en el tercer milenio se agita de modo fantasmal entre la vaguedad relativa sin nada substancial más que la misma nada.
----------Ahora bien, cuando nosotros hablamos del Jesús histórico en ámbito teológico se sobreentiende la tentativa nada fácil de reconstruir esta figura según los modernos métodos basados sobre el análisis crítico de textos antiguos y sobre una atenta consideración del contexto histórico, social y cultural del tiempo en que vivió Jesús de Nazareth, un contexto que gradualmente, entre fines del siglo XIX e inicios del siglo XX se ha enriquecido de muchos descubrimientos, sobre todo en el ámbito arqueológico.
----------Dejando de lado los muy torpes intentos que fueron realizados en el Renacimiento, algunos de los cuales derivaron en herejías y cismas (basta con pensar en Lutero) la exigencia científica de poner en duda la fiabilidad histórica de los textos evangélicos comienza a surgir alrededor de la mitad del siglo XVIII en el así llamado Iluminismo y sobre todo en el dinámico mundo protestante. De este modo, gradualmente, se ha ido creando la conciencia de que existe un Jesús de la historia y un Cristo de la fe, cosa que ha surgido inmediatamente tras una cuestión: ¿en qué grado el Jesús de la historia puede ser igual o diverso del Cristo de la fe, considerando que entrambos son descriptos en los Evangelios? ¿Cómo es posible individuar o acaso separar en los textos de los Evangelios el Jesús de la historia respecto del Cristo de la fe?
----------Pues bien, a nivel teológico ha tomado hoy vida aquello que por dieciocho siglos había sido impensable: Jesucristo es a la vez historia y fe, dos elementos que, por siglos, no se habían distinguido e incluso hasta estaban también muy confundidos entre sí, precisamente como si Jesús fuera el nombre y Cristo el apellido. Desde cuando se ha percibido (ya llegados a nuestros días) y se ha adquirido la conciencia de que los textos evangélicos son documentos ligados al surgir de la primera fe cristiana, y que por lo tanto los Evangelios son documentos históricos, como muchas veces lo ha recordado el papa Benedicto XVI, he aquí que adquirida la consciencia de esto, se han intentado utilizar los mejores instrumentos histórico-críticos para discernir en ellos todos los eventuales agregados, llegando así a través de un trabajo de limpieza y restauración del texto a la verdadera figura de Jesús de Nazareth. Operación exegética a veces muy peligrosa.
----------De esta labor exegética histórico-crítica ha sido campeona la escuela alemana, la cual sin embargo ha dado mayormente el paso en falso de partir de autores protestantes y de sus estudios sin poner en evidencia, sin embargo, y en consecuencia sin advertir, aquellos que pueden haber sido o que, peor aún, pueden ser en el futuro, los problemas y los daños producidos por un cierto historicismo, o de ciertos discutibles métodos de lectura o de exégesis utilizados hoy en muchos ámbitos académicos católicos, donde como método de especulación teológica se utiliza instrumentalmente la filosofía de Hegel.
----------En estos ámbitos académicos católicos se recaban métodos e instrumentos de especulación que pueden ser por una parte útiles, pero que pueden ser mal usados y particularmente peligrosos, porque se han desarrollado en un ámbito protestante. Y hay que entender bien que el problema no es utilizar una técnica especulativa o de exégesis, que en sí puede ser óptima, aunque fuera nacida en ámbito protestante; el problema es trasvasar a la casa católica, junto a una técnica especulativa en sí misma útil y eficaz, también todos los errores y las peones herejías del protestantismo; precisamente como hoy sucede en muchas de nuestras universidades pontificias, con la más desoladora impotencia de la autoridad eclesiástica.
----------Pero si esto está ocurriendo, ello no es culpa ni de la Iglesia, la cual en cuanto peregrina sobre la tierra está en crecimiento y en evolución, ni mucho menos es culpa del Concilio Vaticano II, el cual en cambio tiene el mérito de haber proyectado a la Iglesia en la modernidad, con instrumentos pastorales y doctrinales idóneos y eficaces para nuestros tiempos. La culpa es de quien ha entendido mal ciertos mensajes; la culpa es de aquel teólogo que ha creado o ha escrito el propio Concilio "egoménico".
----------Ahora bien, cuando nosotros hablamos del Jesús de la historia y del Cristo de la fe, siempre vuelve a surgir la esencia de un problema verdaderamente muy antiguo, pues los primeros siglos de la historia de la Iglesia han sido recorridos por el gran problema de la doble naturaleza de la persona de Cristo. Han debido transcurrir ocho siglos y cuatro Concilios, intercalados por cismas, fracturas teológicas, anatemas cruzados entre escuelas de oriente y escuelas de occidente, para llegar a establecer la naturaleza hipostática de la persona de Cristo. Dos naturalezas,una humana y una divina, unidas en una única hipóstasis.
----------Diversa en la sustancia, pero igual en la forma, entre el siglo XIX y el siglo XX la misma dinámica de los problemas vinculados al misterio o idea de una correcta definición de fe de la persona de Cristo parecen volver a explotar a través de otro problema: el Jesús histórico y el Cristo de la fe. Este problema articulado ha sido abordado en el siglo XX, pero no ha sido resuelto. E irresuelto lo hemos trasvasado al tercer milenio, al cual corresponderá la tarea de definir la correcta idea del Jesús de la historia y del Cristo de la fe, base y fundamento de nuestra tradición. El Verbo de Dios hecho hombre en carne y huesos que irrumpe en nuestra historia y que durante tres decenios se mueve en nuestro espacio físico.
----------Ahora bien, en el origen de la tradición cristiana, si de verdadera tradición queremos hablar y no de sus falsificaciones, se encuentra la persona misma de Jesús de Nazareth, quien, convocando en torno a sí un grupo de discípulos, les transmite a ellos su propia y particular enseñanza, para que la mantuvieran íntegra y la comunicasen a todos aquellos que habrían de creer en su predicación. Su mandamiento final, de hecho, se resume en estas precisas palabras: "Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Por lo tanto, id y haced discípulos míos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a cumplir todo lo que yo os he transmitido a vosotros".
----------Precisamente a la luz de estas palabras, la comunidad primitiva ha ido tomando progresiva consciencia de su tarea y de la misión a ella confiada: transmitir universalmente, en las particulares condiciones de cada tiempo, la Palabra de salvación del Señor, así como el mismo Jesús había transmitido a la comunidad la Palabra del Padre. Y en este proceso la comunidad ha visto constantemente presente la acción del Espíritu del Resucitado, que la acompaña en el oficio de mantener íntegro y puro todo aquello que el Maestro le ha confiado; y contemporáneamente ha comenzado a crear una tradición que expresara a las generaciones futuras la fe de siempre. Esta es la fuente de nuestra tradición, delante de la cual ciertos hombres y ciertos teólogos no deberían nunca perder de vista esta solemne admonición que el Señor ha dado en modo clarísimo: "Hipócritas, bien ha profetizado de vosotros Isaías, diciendo: este pueblo con los labios me honra, pero su corazón lejos está de mí. En vano me rinden culto, enseñando doctrinas que son preceptos de hombres" (Mc 7,6-7).
----------Nuestro Señor Jesucristo llama "hipócritas", sin términos medios, a aquellos que sustituyen la Palabra de Dios, el Verbo de Dios, por meras doctrinas y preceptos de hombres, vale decir, substituyen la substancia por los accidentes externos. Y diciendo esto, sinceramente, yo no creo que Jesús, el Logos, no tuviera claro que cosa fueran la sustancia y la esencia de la verdadera tradición, porque la tradición es Él.

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