domingo, 24 de abril de 2022

En los cimientos de la vida cristiana (1/4)

En los cimientos de la vida cristiana, está sin duda la lucha contra la soberbia y su derivado, el orgullo. En el combate contra la soberbia, es necesaria la firme y permanente voluntad de evitar esa fea bestia que es el orgullo, vicio sutil y astuto, que más que ningún otro sabe asumir las apariencias de la virtud.

Motivos para comentar artículos de Luigino Bruni
   
----------Como saben los habituales lectores del blog, en meses recientes me he venido refiriendo, en ocasiones, a los artículos de temas religiosos publicados por el economista católico italiano Luigino Bruni, en el diario italiano Avvenire. Es que Bruni, desde hace un par de años ha venido incursionando en cuestiones del dogma y de la teología, a partir de sus análisis de la Biblia, lo que ha implicado para él caer en una serie de errores y falsas interpretaciones de la doctrina católica, que me ha parecido oportuno aclarar.
----------Sin embargo, parece que no a todos los lectores de este blog les ha agradado que me dedicara a esta tarea, juzgándola poco útil o hasta innecesaria. De hecho, hace unos pocos días atrás, he recibido un comentario en el que se me decía: "No veo la utilidad de que usted se esfuerce por sacar agua de la piedra de los artículos de ese tal Luigino Bruni. ¿Qué utilidad le encuentra? ¿No sería mejor hablar de otras cosas, o bien referirse a otros? ¿Por qué motivo hablar una y otra vez sobre los artículos de Bruni?".
----------Ya le he respondido al tal lector, atendiendo concretamente a sus preguntas y diciéndole que, por un lado el ver y juzgar la utilidad o no de referirme a tal o cual publicista de nuestros días es cosa del todo opinable, pues lo que puede ser visto como útil por unos, puede no ser visto útil por otros. Sin embargo, por otro lado, no faltan criterios para discernir lo bueno y lo malo de los actuales publicistas católicos, subrayar sus verdades y corregir sus errores. En mi caso, suelo utilizar varios criterios. Menciono al menos tres de ellos:
----------Primero. En nuestros días, a la hora de señalar verdades y errores de publicistas católicos, considero que un teólogo consciente de su misión en el seno de la actual crisis que aqueja a la Iglesia, nacida del conflicto modernismo vs pasadismo, tiene que dedicarse más a las corrientes modernistas que a las pasadistas, porque los errores del modernismo están más extendidos en el pueblo católico, y son más difíciles de identificar y refutar; mientras que los errores del pasadismo son menos populares y son también menos venenosos, sobre todo por ser más burdos y de mucho más fácil refutación. Cualquiera notará que en este blog trato los errores modernistas en mucho mayor proporción y espacio que los errores de los pasadistas.
----------Segundo. Considero que el teólogo que espera lograr más fruto en su labor de difusión de la verdad y corrección de los errores más graves y extendidos de su propio tiempo, debe elegir a los publicistas que, de hecho, mayor masa de seguidores tienen, pues el bien o el mal que esos publicistas hacen se extiende más que el de otros publicistas menores o simples blogueros. Por ejemplo, no es lo mismo individuar los errores doctrinales de un Cardenal que los errores de un Obispo en su diócesis. No es lo mismo denunciar los errores de un catedrático en la Gregoriana o en el Angelicum, que los errores de un simple profesor de un seminario diocesano. No es lo mismo señalar los errores de un conocido articulista en un gran periódico católico con enorme cantidad de lectores, que los errores de, por caso, un bloguero mendocino diletante. Es cierto que los errores pueden ser igualmente graves en ambos casos, pero su difusión es diferente.
----------Tercero. Todo teólogo católico, consciente de su misión de colaboración con el Magisterio de la Iglesia, y, en particular, con el del Romano Pontífice, debe implementar siempre dos actitudes hacia el Santo Padre: primero, debe conocer el programa de su pontificado y, al respecto, ayudarlo en la medida de lo posible; y segundo, debe conocer las actuales necesidades de la Iglesia y, al respecto, compensarlo en aquello que el Papa no hace. Este criterio, que ya he mencionado en otras ocasiones, debe guiar la tarea del teólogo en la elección de los temas y cuestiones a tratar, más allá de sus intereses y gustos personales.
----------En el caso particular de Luigino Bruni, se trata, como he dicho, de un muy conocido economista que ha incursionado en el ámbito teológico, sirviéndose de su fama como economista católico. Viene escribiendo desde hace años en un importante diario católico, L'Avvenire, de enorme difusión en Italia, que es el centro de la catolicidad; es colaborador en la Santa Sede, y también es conocido asesor económico en varios países, incluído el gobierno argentino. Por lo demás, los errores de Bruni, algunos de los cuales han sido graves, señalan una marcada tendencia modernista-buenista, la cual goza lamentablemente de amplia popularidad en la actualidad. Afortunadamente, en sus artículos más recientes, se ha ido corrigiendo de sus errores más nocivos. Es de esperar que sus artículos mejoren y Bruni se corrija por completo en el futuro próximo, de modo que ya ningún teólogo deba dedicarse a labor apologética contra sus publicaciones.
   
Estamos bajo la mirada de Dios
   
----------Pues bien, tras explicar los motivos para referirme a los artículos de Luigino Bruni, comienzo a comentar ahora otro muy interesante, el del domingo 11 de octubre de 2020: Más grande que nuestro corazón, que nos servirá como punto de partida para clarificar temas que son fundamentales para la vida del católico, haciendo, como digo en el título, una reflexión en los propios cimientos de la vida católica.
----------Después de haberse perdido en la selva oscura de este mundo, y de haber reducido el destino del hombre al efímero "vuelo de un día de la mariposa", por haber abandonado "el primer pacto de la infancia", ya que el camino recto se había perdido (aquello de "la dritta via era smarrita" de los primeros versos de la Divina Comedia), Bruni, en sus artículos sobre Avvenire, en los que se hace patente la narración de su personal historia espiritual, que sin embargo podría considerarse paradigmática para muchos de nosotros, ha ido recuperando a grandes pasos el tiempo perdido, como si en realidad estuviera retornando a los orígenes, volviendo de este modo al punto desde donde había comenzado a perderse.
----------Quien hace marcha atrás con su automóvil, no tiene por qué ser necesariamente un nostálgico del pasado, sino que puede tal vez querer tomar el camino correcto para poder seguir avanzando, y para abrirse eficazmente hacia el futuro. Pues bien, en este retroceder, que es un avanzar, Luigino Bruni descubre o redescubre algunos valores y habla de ellos en el artículo que comentaremos.
----------En este viaje hacia atrás, Bruni descubre la belleza y la grandeza originaria de su alma, creada por Dios, ideada, proyectada a su imagen y semejanza, querida y amada por Dios desde la eternidad y para la eternidad. ¡Otra que la mariposa de un día! como antes había dicho. Así, Bruni descubre ser, en cuanto mirado por Dios, mucho más grande e inocente de cuanto pensaba, tan grande que la cima de sí mismo se le escapa, como nos ocurre cuando no vemos la cima de una alta montaña escondida entre las nubes.
----------Pero Bruni ni siquiera es capaz de llegar al fondo de sí mismo, de penetrar en el abismo de su inconsciente. Pero sabe que en ese abismo está Dios y en el ápice de su espíritu, apex mentis, como dice san Agustín, que lo mira y lo ama. Sabe que en el origen de su existencia está Dios que lo ha creado: "Detrás y delante de mí me circundas y pones tu mano sobre mí. Magnífica para mí tu sabiduría, demasiado alta y yo no la entiendo. ¿A dónde ir lejos de tu Espíritu, adónde escapar de tu presencia? Si subo al cielo, ahí estás tú, si bajo al infierno, aquí estás". Es el Salmo 139, objeto esta vez del comentario de Bruni.
----------Es cierto que la mirada de los demás sobre nosotros, incluidos familiares y amigos, no llega a captar hasta el fondo la belleza de la imagen de Dios que está en nosotros. Dice Bruni: "solo si llegaran allí, verían una belleza desconocida; si alguno pudiera llegar a nosotros en ese fondo, entendería que somos mejores de lo que aparentamos, que somos más bellos que la persona que hasta ahora han conocido".
----------Sí, pero yo diría que también sucede que el amor hace descubrir al amigo recursos y tesoros de los cuales él mismo no se daba cuenta. Así como por lo demás -y todos lo experimentamos- es posible tener buenas y malas sorpresas incluso en personas que conocemos desde hace mucho tiempo, también porque pueden mejorar o empeorar. También a nosotros nos sucede hacer cosas buenas o malas que no creíamos poder hacer. Somos un misterio para nosotros mismos y lo somos aún más para los demás.
----------Bruni habla también de la existencia en nuestra intimidad de un "núcleo de belleza protegido de la mirada de los demás", donde sólo Dios nos ve. Los demás no llegan a comprender y frecuentemente pueden escandalizarse: Dios en cambio comprende y aprecia, porque esto que es íntimo en nosotros lo ha creado Él: "interior intimo meo et superior summo meo", como dice san Agustín (Confesiones, III, 6, 11). En cambio, hay un interior nuestro que nos gustaría no ver, y es donde nos gustaría regularnos por nosotros solos, de un modo en todo independiente de su ley. He aquí que entonces dice el Salmista: "Si digo: 'Al menos las tinieblas me cubren y la noche me rodea', ni siquiera las tinieblas son oscuras para ti y la noche es tan clara como el día: para ti las tinieblas son como luz" (Sal 139,11-12).
   
Dios te ve
   
----------En este punto las partes se invierten: nos gustaría que en algunas de nuestras acciones deshonestas los demás no nos vieran, pero que Él tampoco nos viera. Entonces podemos escondernos de los demás, pero no de Él. Él nos ve. Pero Bruni se equivoca cuando entiende este hecho como un "instrumento de atemorización y de terror". La Biblia sobre esto (contrariamente a cuanto piensa Bruni) no ha realizado ninguna "revolución", sino que al contrario ha confirmado este fundamental dato de la conciencia moral y religiosa universal, subsidio y fuente de la consciente responsabilidad hacia Dios, hacia uno mismo y hacia los otros.
----------Bruni observa luego que la Biblia no trata del inconsciente. Ciertamente no podemos pretender encontrar en ella las enseñanzas y los métodos del psicoanálisis. Sin embargo, en ella está viva la conciencia de la existencia de un mundo psíquico y espiritual oculto a nosotros mismos, del cual no tenemos consciencia y que sólo Dios puede sondear, un mundo que precisamente a la luz de Dios puede salir a la luz: "Señor, tú me sondeas y me conoces, tú sabes si me siento o me levanto; de lejos percibes lo que pienso, te das cuenta si camino o si descanso, y todos mis pasos te son familiares" (Sal 139,1-3).
----------La Sagrada Escritura sabe bien que hay cosas en nuestro interior, de las cuales nosotros no tenemos consciencia; y si se trata de alguna mala acción, está dispuesta a excusarnos, como hace Nuestro Señor Jesucristo con sus crucificadores: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen" (Lc 23,24). Pero al mismo tiempo el Salmista pide a Dios que sea Él mismo quien lo purifique de las culpas ocultas: "Pero ¿quién advierte sus propios errores? Purifícame de las faltas ocultas" (Sal 19,13).
----------En particular, el Salmista pide ser absuelto del orgullo, que es un vicio muy sutil, que sabe muy bien enmascararse incluso bajo la apariencia de la humildad y de una falsa convicción de ser inocentes, como reconocía el mismo Martín Lutero: "Presérvame, además, del orgullo, para que no me domine; entonces seré irreprochable y me veré libre de ese gran pecado" (Sal 19,14).
----------Ocurre que el orgulloso nunca se siente culpable; cuando le sucede que le viene el sentido de la culpa, trata de ignorarla como dañino obstáculo y tormento. En lugar de quitar sus culpas con una buena confesión a Dios siguiendo el ejemplo de David, el orgulloso las cubre y las arroja en un armario de la conciencia, una especie de cubo de la basura, del cual sin embargo emana un hedor insoportable. El orgulloso esconde sus culpas de sí mismo y de los demás, aunque sabe que no están escondidas de Dios. Pero, con la ayuda de Lutero, se ha hecho la convicción de que ni siquiera Dios las mira.
----------El orgulloso no se inclina a pedir perdón y no perdona; no acepta puniciones y correcciones ni del prójimo ni de Dios. Se considera siempre inocente y está convencido de tener siempre razón él contra los demás. Si considera que ha pecado, no mide este pecado sobre la ley divina, sino sobre una ley que él mismo se ha puesto a sí mismo. Por lo tanto, no debe rendir cuentas a Dios, sino solo a sí mismo.
----------El orgulloso es un hipócrita que adora y ama parecer humilde, no porque crea efectivamente en la humildad, sino porque sabe que la humildad es apreciada por los demás. Donde en cambio es despreciada, la pone bajo sus pies y se manifiesta como lo que es: un soberbio. Si hace algún acto de humildad, incluso cae en la exageración, como Lutero, quien sostenía que bajo toda buena acción hay un orgullo oculto y que el pecado mortal es permanente e inevitable. Se envanece de ser humilde y así arruina todo.
----------Para obtener éxito y estima entre los buenos, el orgulloso sabe fingir casi todas las virtudes. En una sola falla, porque es la más contraria, fundada en la humildad: la caridad. Es como "una campana que resuena o un platillo que retiñe", de los cuales habla san Pablo (1 Cor 13,1-3). Es como el joven rico, que guardaba todos los mandamientos -decía él- pero sólo le faltaba uno: seguir a Cristo (Mt 19,16-22).
----------La razón práctica del orgulloso, como aquella razón práctica de Immanuel Kant, es "autónoma", es ley para sí misma; no depende de la Razón divina, sino sólo de sí misma. El actuar virtuoso del soberbio no aspira a un premio celestial, sino que es ya premio para sí mismo. Siempre está dispuesto a hacer bella figura ante los demás, pero no le importa desagradar a Dios. No teme ni le interesa ser visto por Dios; lo importante es no ser visto por los demás, para parecer siempre impecable.
----------Y así, cuando hace el bien, no le basta ser visto por Dios, si no es visto también por los demás. Y si hace el mal, no teme el castigo de Dios, porque en todo caso -dice él- Dios le perdona, sino que teme el de los hombres, por lo cual evita el mal no porque teme a Dios, sino porque teme a los hombres.
----------El orgulloso no espera ser compensado por Dios; no tiene necesidad; sino que le basta la satisfacción de haber hecho su deber. No tiene culpas que expiar con Dios, con el ofrecimiento de sacrificios, sino que para corregirse le basta su buena voluntad. No tiene necesidad de ninguna ayuda divina (gracia) para ser perfecto en las virtudes, sino que le bastan sus fuerzas. No admite un Dios que lo juzgue y mucho menos lo reproche. Sabe muy bien por sí mismo lo que debe hacer sin necesidad de que un Dios se lo enseñe. Si existe un Dios, no puede sino serle benigno y aprobar todo lo que hace.
----------Hay una sutil diferencia entre orgullo y soberbia. El orgullo deriva de la soberbia. Esta es un vicio de la inteligencia, por el cual el hombre presume de sí y se iguala a Dios o se hace Dios o se sustituye a Dios. El orgullo es un vicio de la voluntad consecuente a la soberbia, por el cual el hombre no quiere ser tratado sino con admiración, quiere enseñar a todos, no acepta ser corregido por nadie, no se arrepiente de nada, no se inclina a obedecer ni a pedir perdón a nadie, como si fuera Dios.
----------He expuesto un cuadro general de la situación del orgulloso. Estoy seguro que Bruni en su humildad, si llegara a repasar todos los aspectos que he descrito, podría reconocerse en algunos. Al mismo tiempo, para no dar la impresión de que yo quiera erigirme en su juez, confirmo mi voluntad de evitar esta fea bestia, que es un vicio sutil y astuto, que más que ningún otro sabe asumir las apariencias de la virtud.

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