En medio de la pandemia que aún no ha concluído y que todavía mantiene sus incertidumbres y nuestros interrogantes, la palabra del Santo Padre, en su homilía del pasado 4 de noviembre, esclarece la Palabra de Dios e ilumina nuestros pasos (cf. primera nota, y segunda nota).
Dios envía la desgracia
"Dios castiga a los que se acercan a él para corregirlos" (Jdt 8,27)
----------La Sagrada Escritura conoce muy bien el conocidísimo fenómeno del justo desventurado y del impío rico y afortunado, fenómeno que tiende a desanimar a los justos y a favorecer la arrogancia de los impíos. Al respecto, personajes simbólicos del Evangelio son el rico epulón y el pobre Lázaro. Hechos y personajes de este tipo, sin embargo, no desmienten de ninguna manera el tema de esta serie de artículos, en los que intento explicar que la desgracia o desventura es signo del castigo divino. De hecho, la Biblia nos enseña claramente que Dios castiga el pecado no necesariamente de modo inmediato y en esta vida, sino que puede posponer o retrasar el castigo para permitir que el pecador se arrepienta. Y así también, si el justo en esta vida padece desventuras, esto no significa que sea castigado por pecados que no tiene, porque sería algo monstruoso, sino que son las consecuencias del pecado original, o bien son el castigo de los pecados de otros, que el justo, a imitación de Cristo, toma sobre sí para la salvación del pecador.
----------Surgen entonces la presenta: ¿la desgracia podría ser querida por Dios? Ciertamente. De hecho, toda desventura es reconducible o referible a Dios como castigo del pecado, no necesariamente del pecado personal del desventurado, sino al menos, como enseña la Escritura, como consecuencia o castigo del pecado original. Para la Sagrada Escritura el Señor envía la desgracia (Jer 4,6; 6,19; 16,10, 19,3, 42,17; 44,2; 45,5; Lam 3,38). Es el castigo divino. Los buenistas se preguntan: pero si Dios es bueno, ¿por qué debería hacernos sufrir? No es Él quien nos manda directamente el sufrimiento. El sufrimiento es consecuencia de nuestros pecados. Pero Él quiere que la justicia siga su curso. Y es justo que el pecado sea castigado.
----------Y en todo esto Dios muestra precisamente su bondad: "el dolor sigue siendo un misterio, pero en este misterio podemos descubrir en modo nuevo la paternidad de Dios que nos visita en la prueba", ha dicho el Papa. Es necesario replicar a los buenistas diciendo que Dios nos envía la desventura precisamente porque es bueno. La desgracia es una advertencia. Es un llamado a corregirnos. Es una prueba para nuestra virtud, como para Job. La paradoja de la fe cristiana es que la desgracia es gracia de Dios: "lo que parece un castigo, revelará ser una gracia, una nueva demostración del amor de Dios por nosotros" dijo el Papa. Dios de por sí no quiere la desgracia: "He hecho planes de prosperidad y no de desgracia" (Jer 29,11). Si Él se reduce a enviar la desgracia es sólo porque el hombre ha pecado, por lo cual el castigo y la desdicha sólo sirven como incentivos para la corrección y como medios de expiación. Pero acerca de esto el buenista no quiere escuchar nada ni a nadie, porque considera que no tiene ningún pecado que expiar.
----------Dios nos habla con la desgracia, ya sea la que proviene de la naturaleza, ya sea la que proviene de los hombres o la que nososotros mismos nos procuramos con nuestros pecados. Dios nos instruye: "la prueba renueva, porque hace caer mucha escoria y nos enseña a mirar más allá, más allá de las tinieblas, a tocar de primera mano que el Señor verdaderamente salva y que tiene el poder de transformar todo, incluso la muerte", nos ha dicho el Papa en la homilía del pasado 4 de noviembre. La desgracia es un mensaje divino cuya finalidad es nuestra purificación y nuestra corrección. Es importante saber leer este mensaje, escucharlo, no despreciarlo y ponerlo en práctica (Jer 5,3; 7,28; 32,33; Sof 3,2; Heb 12,5; Pr 3,11; Job 5,17).
----------Motivo de gran perturbación es la desgracia que nos es procurada por personas particularmente malvadas, como por ejemplo lo fueron los nazis alemanes o los marxistas soviéticos. ¿También esta desgracia es enviada por Dios? Debemos responder que sí, porque incluso estas desgracias sirven para nuestra salvación. Ahora bien, ¿de dónde viene lo que nos procura la salvación? De Dios. En cambio, está claro que Dios no quiere el pecado de los malvados. Dios, por lo tanto, se sirve, sin aprobarlos, también de sus pecados contra nosotros, para hacernos santos. Ellos quieren nuestro mal. Dios, en cambio, fortificándonos al soportar sus insultos, obra a través de ellos nuestro bien, de manera que nosotros volvamos a favor de nuestra salvación ese mismo mal que ellos nos hacen para perdernos. Ellos se pierden y nosotros somos salvos.
----------La Sagrada Escritura nos hace comprender que para corregirnos de las malas acciones debería bastar nuestro propio razonamiento. Pero cuando Dios ve que no basta, que no alcanzamos a darnos cuenta, entonces apela a la desgracia. Pero si el pecador no se convence ni siquiera con ella, entonces quiere decir que el pecador está perdido. Esto se desprende claramente de cuanto anuncia el Apocalipsis respecto a los flagelos escatológicos: "los hombres blasfemaron contra el nombre de Dios, que tiene en su poder tales flagelos, en lugar de arrepentirse para rendirle homenaje" (Ap 16,9).
----------¿Por qué el sufrimiento es correctivo? Porque nos ayuda a comprender que el pecado, que genera sufrimiento, es un mal a evitar. Se trata de experiencias primordiales o ancestrales de la vida: dándonos cuenta de que al tocar el fuego nos quemamos, la experiencia nos hace mantenemos lejos del fuego. Sabiendo que pecando somos castigados, somos ayudados a evitar el pecado. Si, por el contrario, al pecar notamos que no nos sucede nada malo, somos tentados a pecar de nuevo. Pero entonces aquí hay algo que no va y no podemos estar tranquilos. Es como alguien que al tocar el fuego no siente nada.
----------De ahí que el temor de ir al infierno es un buen impedimento para evitar el pecado. Si un confesor o un guía espiritual nos advierten que al hacer aquella determinada acción, merecemos el infierno, entonces somos disuadidos de hacerla. Quien no se corrige ni siquiera ante el hombre de Dios que lo amenaza con ir al infierno, arriesga fuertemente ir efectivamente allí. Quien cree que el infierno no existe, es precisamente aquel que más está en peligro de dañarse. Si, por el contrario, nos ocurre una desgracia, debemos preguntarnos si hemos cometido algún pecado para merecerla. Si nos sentimos inocentes, podemos ofrecer sacrificios por la salvación de los pecadores y cumplir la pena en lugar de ellos.
----------Por otra parte, debemos considerar que con el pecado original, como una de sus consecuencias, el placer de pecar se ha unido a nosotros como una segunda naturaleza. Por eso, cuando Dios con la desgracia trata de desprendernos y de liberarnos de este falso placer, quizás impidiéndonos disfrutarlo, nos parece que algo perteneciente a nuestra naturaleza se nos arranca y nos rebelamos. En cambio, debemos aceptar este sufrimiento con gratitud a Dios que nos libera del pecado.
----------Debemos ver en la desgracia un castigo divino y en el castigo divino un llamado a la penitencia y a la conversión. Esta es la preciosa lección de la Escritura. En estos casi dos años ya de pandemia, en cambio, hemos visto predicadores, obispos y teólogos fatigándose, haciendo esfuerzos hercúleos, trepándose sobre los espejos e inventándose todos los colores, creyéndose heraldos de la misericordia, para invertir el sentido obvio de infinitos pasajes de la Biblia y asegurarnos que la pandemia que ha cosechado tmillones de muertes en el mundo no es en absoluto un flagelo o un castigo de Dios, sino un inconveniente desagradable, un accidente de tránsito, una simple desventura natural, sobre la cual el único problema es encontrar la vacuna para erradicarla del todo. Lo máximo de su sabiduría bíblica se expresa en palabras como las siguientes: "esto no debió haber sucedido. Trabajemos para remediarlo. No hay pecados que deban ser expiados, ni castigos a infligir, sino sólo infelices a los que compadecer. Somos todos buenos y orientados al paraíso del cielo".
----------Ahora bien, nadie niega cuánto esta desgracia de la pandemia que venimos sufriendo es ocasión para ejercitar la solidaridad humana en la asistencia a los enfermos, en el alivio del dolor de los familiares, amigos y parientes de las víctimas, en la oración por el cese de la pandemia y en el sepultar a los muertos, mientras que no hay ninguna duda de que Dios aprueba y apoya la lucha contra el virus.
----------Lo que los buenistas no comprenden es en cambio el verdadero discurso de la Sagrada Escritura, que parece sostener contradictoriamente que Dios quiere y no quiere al mismo tiempo esta desgracia. Para eliminar la contradicción, los buenistas argumentan entonces que Dios simplemente no la quiere. De ahí su tesis de que esta desgracia no es un castigo divino. Pero no es este el modo de eliminar la contradicción. Es necesario, en cambio, decir: Dios quiere esta desgracia en la medida en que quiere la expiación de nuestros pecados. Dios no la quiere en cuanto quiere que cuidemos nuestra salud.
----------Ahora bien, el cuidado de la salud debe ir de la mano con la expiación de nuestros pecados. Por consiguiente, no hay ninguna contradicción, sino una combinación de una cosa con la otra. Precauciones para evitar el contagio, asistencia a los enfermos, tratamiento de la enfermedad si estamos infectados, penitencia y ofrecimiento de sacrificios por nuestros pecados y los de los demás.
----------La desgracia es una prueba de la existencia de Dios. Santo Tomás de Aquino no pensó en ponerla entre las famosas "cinco vías", pero en otro pasaje de su obra responde con fineza metafísica a la objeción de que, dada la existencia del mal en mundo, es imposible que Dios exista, si Dios ha de ser bueno y omnipotente. Y en cambio, el Aquinate invierte el argumento del ateo haciendo notar que es precisamente la existencia del mal una prueba de la existencia de Dios debido al hecho de que el mal no existiría si no existiera el bien y, naturalmente, un bien absoluto, cual es precisamente Dios.
----------La Escritura también nos enseña que "el Padre celestial hace llover sobre los justos y sobre los injustos" (Mt 5,45), sobre los inocentes y sobre los culpables, sobre los hijos de Dios y sobre los hijos del diablo (1 Jn 3,10). Este hecho no desmiente la tesis de que toda desgracia es castigo del pecado. Ella ciertamente no supone una voluntad divina arbitraria como la del Dios de Ockham o de Lutero o del Corán, un Dios que no da razón de lo que quiere, sino que quiere también contra la razón, un Dios que por lo tanto predestina tanto al paraíso del cielo como al infierno y puede querer tanto el bien como el mal.
----------Dios manda la desgracia sobre los unos y los otros, los buenos y los malos, los justos y los injustos, porque ningún hombre aquí abajo es perfectamente justo, padeciendo, al menos, las consecuencias del pecado original. Por otra parte, Cristo, el Inocente, con su sacrificio nos enseña que aunque no tengamos penas que descontar por nuestros pecados, nadie ni nada nos impide, imitando su ejemplo, aceptar una desgracia para descontar en lugar de un pecador la pena que le es debida con esa desgracia.
----------La desgracia, por lo tanto, es siempre la pena de un pecado, solo que es posible tomar sobre sí, como ha hecho Nuestro Señor Jesucristo, la pena debida a otro pecador, mientras que está claro que este puede ser liberado de su culpa solo por un acto personal de arrepentimiento y de conversión.
----------Nuestro Señor Jesucristo afronta el problema de aquellos que son golpeados por la desgracia sin que parezca que hayan cometido pecado o por lo menos un pecado tan grave como para merecer tanta desgracia, como en los episodios de la torre de Siloé (Lc 13,4) o del ciego de nacimiento (Jn 9). El problema ya había surgido con la historia de Job. Otros nos recuerdan la masacre de los inocentes decretada por Herodes. En estos episodios es necesario vislumbrar cuál será la misión de Jesús de ofrecerse víctima inocente por la remisión de los pecados y la victoria escatológica sobre el mismo sufrimiento.
----------Es importante entender, por lo tanto, que el castigo divino es un acto benéfico, que tiene como finalidad el bien del pecador ya sea como prueba de su virtud (el caso del justo Job) o como estímulo para la penitencia (el caso del rey David) o como corrección (el caso de Pedro).
----------Y aunque a primera vista resulte sorprendente, incluso el castigo del infierno es el efecto de la bondad divina. Es signo de bondad y de respeto hacia el otro aceptar sus decisiones libres, incluso si son actos contrarios al amor que le brindamos. El verdadero amor prefiere que el otro actúe libremente al hecho de que él corresponda forzadamente. Ama a una mujer aquel hombre que acepta ser rechazado, en lugar de obstinarse a quererla, atrayéndola hacia sí con el engaño o la violencia.
----------Así es como Dios se comporta con el hombre. Habría podido crear una humanidad totalmente devota y obediente. En cambio, ha preferido ponerse en las manos del hombre y ser objeto de elección, Él, el Señor, el creador del cielo y de la tierra, el sumo bien y el fin último del hombre, del cual depende su destino eterno, como si fuera una creatura cualquiera y aceptar ser rechazado. Sin embargo, no puede evitar las consecuencias: rechazar a una creatura puede ser sin consecuencias, pero no rechazar a Dios. He aquí el infierno.
Dios Padre ha querido una reparación del pecado para glorificar a su Hijo y a nosotros con Él
----------Según la Sagrada Escritura, Dios se venga de los que lo han ofendido, es decir, de toda la humanidad, que con el pecado original lo han ofendido: "¡Me desquitaré de mis adversarios y me vengaré de mis enemigos!" (Is 1,24). Y estas no son otras que las consecuencias del pecado original. Además, Él venga a los que por amor han padecio injusticia sin haber encontrado quién les ha hecho justicia: "El Señor vengará la sangre de sus servidores, se vengará de sus enemigos" (Dt 32,43).
----------Si hubiera querido, Dios habría podido perdonar a la entera humanidad. En cambio, la Escritura nos dice que Dios ha querido una reparación por la ofensa sufrida por el pecado; pero dado que el hombre, habiendo caído en la miseria precisamente por el pecado, no podía pagar la inmensa deuda de la culpa, Dios decidió enviar al mundo a su Hijo, Inocente de todo pecado, para expiar los pecados de los hombres, tomando sobre sí, El inocente, no el pecado, sino el castigo del pecado (Is 53).
----------Sin embargo, debemos comprender que Dios Padre no pide compensación en el sentido de que Él tenga necesidad de ser resarcido por el daño padecido, porque propiamente Él, perfecto, impasible e inviolable como es, no puede recibir ofensa ni daño de nadie, ni puede ser privado o despojado de nada. La obra de la Redención es sustancialmente reparación por el daño que el hombre se ha hecho a sí mismo con el pecado, antes que restitución al Padre por parte del Hijo de lo que le había sido quitado.
----------El propósito de Dios Padre fue el de glorificar al Hijo por su obediencia, pero también al hombre, concediéndole por misericordia la posibilidad de expiar sus pecados uniéndose a la cruz del Hijo, con la cual Él nos ha obtenido del Padre, aplacado por el sacrificio del Hijo, el perdón de los pecados y la elevación al estado de hijos de Dios, estado superior al de Adán y Eva en el paraíso terrenal.
----------Por lo tanto, Nuestro Señor Jesucristo no sólo es el vengador (goèl) del Padre, sino también de aquellos que por amor suyo han padecido injusticia sin obtener satisfacción de los hombres. Él es el redentor, en el sentido de que recompra (re-d-emptio) y libera con su sangre a la humanidad secuestrada por el demonio y la restituye a su legítimo propietario, el Padre. Él es el salvador, en cuanto obtiene para la humanidad la gracia de la salvación y de la vida eterna, gracia que obtiene para que el hombre merezca la salvación, gracia que es, por lo tanto, gratuita por parte de Dios, pero merecida por parte del hombre en gracia. Por lo tanto, para ser salvo, son necesarias las obras cumplidas en gracia.
----------Sustraer o negar a la causalidad divina el origen de nuestras desgracias por el temor de concebir un Dios maligno (como hacen los buenistas), sustraer a la voluntad divina la existencia y el control de las desgracias y limitarnos a remontar la desgracia a nuestra ignorancia, a la maldad humana, a la hostilidad de la naturaleza o a causas irracionales como el destino, el infortunio o el azar, no es el modo correcto de entender la bondad divina, sino que refleja una visión insuficiente, insatisfactoria y desresponsabilizante, una visión que no llega al fondo de la cuestión, que nos viene iluminada desde la Sagrada Biblia, una visión demasiado estrecha y muy peligrosa, porque entonces nos vemos obligados a admitir otro principio a la par de Dios y, por lo tanto, a quitarle el primado que Dios en realidad tiene sobre todas las cosas.
----------Por otra parte, decir que Dios es la causa primera de las desventuras o desgracias o calamidades que afectan a la humanidad, no significa en absoluto considerar a Dios como la causa primera del pecado. Como nos dice clarísimamente la Sagrada Escritura, el origen primero del pecado es la rebelión de Satanás contra Dios y su consiguiente instigación al pecado original (y esto es dogma de fe).
----------Pero así como el pecado provoca el sufrimiento, la desgracia y la muerte, que son todas cosas que constituyen el castigo del pecado, y así como es justo, necesario y lógico que sucedan, y así como Dios justo quiere que se realice la justicia, de aquí viene que si Dios no quiere el pecado y no peca, quiere sin embargo el castigo del pecado, que se configura a menudo, aunque no necesariamente, en la modalidad de la desgracia. El pecado no siempre produce desgracias, sino que puede producir males de otro tipo, pero la desgracia es ciertamente consecuencia del pecado, al menos del pecado original.
----------Dios, de por sí mismo, no querría ni siquiera la desgracia y el sufrimiento. Pero, dado que el hombre, al desobedecer sus mandamientos, peca, y dado que el pecado conlleva, por su misma esencia y por justicia, el castigo, Dios no puede por justicia no infligir el castigo, incluso si el castigo propiamente no debe ser tanto imaginado como aquel fuego que Dios ha hecho descender sobre Sodoma y Gomorra, por ejemplo, sino ante todo como daño que los pecadores se hacen a sí mismos y el tormento interior de la conciencia que les sobreviene por el acto que han cometido.
----------Ahora bien, tanto la Sagrada Escritura como la propia experiencia histórica nos muestran que Dios puede también posponer el castigo externo en espera de la conversión del pecador, o puede permitir los defectos de la justicia humana, que a veces sucede que condena al inocente y perdona en cambio al malhechor. En todo caso, la Sagrada Biblia nos advierte que Dios de todos modos ha fijado un día (el Día del Juicio), cuya fecha desconocemos, día en el cual mostrará en plenitud definitiva e inapelable tanto su misericordia como su justicia: misericordia para los arrepentidos, castigo para los impenitentes.
----------Si queremos ser verdaderos católicos y personas razonables, debemos tomar de la Escritura y de la Tradición todo lo que ellas nos dicen sobre Dios en la interpretación del Magisterio, evitando dos tentaciones: o bien la hegeliana y voluntarista de concebir un Dios contradictorio, o bien aquella que, para evitar las aparentes contradicciones, implica elegir solo uno de los dos opuestos, sin entender que en cambio ellos no se excluyen, sino que se implican entre sí en una superior unidad que muestra la infinitud de la sabiduría divina.
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