sábado, 27 de noviembre de 2021

Aquellos sacerdotes y el lefebvrismo

Revisar con la ayuda de los teólogos de ayer y de hoy los contenidos de la Sagrada Escritura y de la Sagrada Tradición, tal como esos contenidos nos son dados por y emergen del Magisterio de la Iglesia, partiendo de la tradición apostólica hasta el Magisterio del papa Francisco, es un ejercicio saludable de recta, científica y ortodoxa teología católica, que corrige el errado concepto lefebvriano de tradición...

----------No mencionaré sus nombres ni ofreceré mayores detalles con los que puedan ser identificados, pero pretendo aquí tener un recuerdo agradecido a ese puñado de sacerdotes que, antes y después de mi ingreso al seminario, antes y después de mi ordenación sacerdotal, fueron los instrumentos de la divina Providencia que me han ayudado, con su palabra y su ejemplo de vida, para tener idea clara del sacerdocio católico y para tratar de estar a salvo de las actuales desviaciones modernistas y lefebvrianas.
----------Desde hace décadas nos decimos que necesitamos buenos teólogos, en una situación como la actual, en la cual los mayores daños a las almas y a la propia Iglesia son causados precisamente por los malos teólogos, que son los que hoy abundan. Sin embargo, es tan fuerte, seductor e insidioso el influjo y el poder de estos malos teólogos, que incluso aquel buen católico, que ama la verdad y no desea más que seguir el Evangelio, la sana doctrina y el Magisterio de la Iglesia, encuentra mucha dificultad o es fácilmente engañado en la tarea de conocer los correctos criterios de juicio, de discernimiento y de valoración para saber reconocer los verdaderos y válidos teólogos, y distinguirlos de los impostores, de los mercachifles y de los teologastros o, como diría Nuestro Señor Jesucristo, de los falsos profetas y de los lobos disfrazados de corderos.
----------Aún así, conocer estos criterios no debería ser demasiado difícil, y por una sencilla razón: precisamente porque todos debemos y podemos llegar a ser salvos, pues Dios, en los modos más diversos, no niega a ningún hombre de buena voluntad el conocimiento de la verdad salvífica.
----------El papa Benedicto XVI, actual papa emérito, supo decir que, para distinguir a los buenos teólogos de los malos, es necesario compararlos con el Catecismo de la Iglesia Católica, donde encontramos las verdades fundamentales de la fe. De hecho, hoy los errores de ciertos teólogos son de tal manera groseros y garrafales, que no se limitan como en el pasado a sutiles sofismas nacidos de disquisiciones de escuela, donde entonces, al fin de cuentas, eran cosas que entendían solo los capacitados para el oficio y eran simples opiniones de escuela, que no ponían en discusión el dogma por todos tranquilamente aceptado.
----------Por el contrario, hoy los errores de los teólogos afectan a todas las verdades fundamentales de la fe, desde los atributos divinos a la Santísima Trinidad, a los dogmas de la creación, de la existencia de los ángeles, de la constitución del hombre, del paraíso terrenal y del pecado original, de la gracia, de la virginidad de María, de la Encarnación, de la Redención, de la Resurrección de Cristo, hasta llegar a la liturgia, la moral natural y sobrenatural, la naturaleza de la Iglesia, el origen y los fines de la Iglesia, la escatología, el valor de los milagros y de las profecías, el valor de la misma fe, de la Tradición, de la Escritura y del Magisterio. No se salva nada y todo es puesto en discusión, todo es puesto en duda o negado o falsificado.
----------Los pocos teólogos hoy competentes, doctos, sabios, equilibrados, valientes y fieles al Magisterio, son fácilmente marginados, difamados, ignorados o incluso perseguidos por un poder modernista o rahneriano que ahora se ha establecido y consolidado no solo en los ambientes académicos sino también en muchos puestos de la autoridad eclesiástica, de tal manera que está actualmente operante una inquisición modernista tanto e incluso más vigilante y dura que aquella inquisición romana en la época del papa san Pío X [1903-1914] y de monseñor Umberto Benigni [1862-1934] contra los modernistas de aquel entonces, menos peligrosos que los modernistas de hoy, con la diferencia de que si un pobre padre Joseph Lagrange [1855-1938] o el padre Juan González Arintero [1860-1928] o el beato cardenal Andrea Carlo Ferrari [1850-1921] fueron sospechados injustamente de modernismo por parte de los ortodoxos conservadores de hace un siglo, hoy, a la inversa, los ortodoxos, incluso moderadamente progresistas, como los maritainianos, son vejados, acosados ​​y perseguidos por parte de los modernistas ubicados en los vértices del poder.
----------Debo reconocer con franqueza, y dar gracias al buen Dios, de haber sido muy afortunado en mi vida, al haber conocido a varios sacerdotes, teólogos algunos (entre ellos algunos de mis formadores), y otros más bien populares y generosos pastores de almas, a quienes les ha golpeado la misma suerte. Algunos de ellos docentes en los años sesenta, setenta y ochenta, filósofos y teólogos doctos, celosos, valientes, generosos, tomistas, fervientes y fidelísimos al Magisterio de la Iglesia, que a sus alumnos, discípulos, o dirigidos espirituales, ponían en guardia con mucha energía y extraordinaria riqueza de argumentaciones contra los errores serpenteantes tanto en el campo doctrinal como en el campo de la moral: sobre todo errores modernistas, laicistas, relativistas, comunistas, existencialistas, protestantes, idealistas y panteístas.
----------Todos aquellos sacerdotes de mis años juveniles sentían un particular interés por los valores de la tradición católica, advertían la misión de recordarlos a quienes los habían olvidado o descuidado, en aquel clima de entonces, particularmente en los primeros años del postconcilio, clima de descriteriado rechazo del pasado, que, como bien sabemos, caracterizó esos años agitados, que quedaron en nuestra memoria como período de la "contestación", durante el cual, bajo el pretexto de la renovación conciliar, muchos neciamente abandonaban o cambiaban valores sagrados e inmutables, que debían haber sido conservados.
----------En aquellos mismos años, por otra parte, para complicar aún más las cosas, surgió un movimiento de católicos por iniciativa de monseñor Marcel Lefèbvre, quien consideraba erróneamente que las nuevas doctrinas del Concilio Vaticano II estaban infectadas de modernismo, de racionalismo, de iluminismo, de antropocentrismo, de liberalismo y de indiferentismo. Para mí sigue siendo un misterio cómo semejante herejía pudo haber entrado en la mente de aquel buen prelado francés. El Concilio Vaticano II, según Lefèbvre, había roto con la Sagrada Tradición, proponiendo novedades dañosas, que ya habían sido condenadas por el Magisterio preconciliar. Por consiguiente, según él, la Iglesia, con el Concilio, se había desviado de la verdad y era necesario que hiciera su retorno a ella rechazando como falsas esas doctrinas. Entre las novedades por él condenadas, Lefèbvre ponía también la Misa reformada promulgada por el papa san Paulo VI, sosteniendo que la única Misa válida, la "Misa de siempre", como la llaman hoy los lefebvrianos, era la precedente, la de san Pío V: por consiguiente, era necesario desechar inmediatamente la nueva Misa y retornar a la antigua.
----------Mis patentes recuerdos son que los sacerdotes que fueron mis formadores en mi juventud, y luego mis profesores en el seminario, habían aceptado con docilidad la Misa reformada por el Concilio, y a tal punto que no recuerdo a ninguno de ellos que no la celebrara todos los días, y con la mayor diligencia y piedad que les era posible. Claro que varios de ellos no ocultaban su admiración por la Misa tridentina, de la cual exaltaban su belleza cuando tenían oportunidad, en sus clases, o en sus pláticas espirituales.
----------Recuerdo especialmente a uno de aquellos sacerdotes, pastor de grandes dotes, y de notables recursos humanos personales en la actividad pastoral, sobre todo con los jóvenes, actividad en la que se prodigaba hasta el punto casi de no dormir o apenas comer si no tenía tiempo para ello cuando apremiaban las urgencias de sus obras apostólicas. Podría decirse que aquel sacerdote era un "tradicionalista", pero no en el sentido ideológico y desviado, sino en el sentido loable de la palabra, como atención preferencial a los valores de la tradición, más que a los valores de lo nuevo o del progreso. Su simpatía por las formas rituales de la Misa tridentina, que se advertía en su voz, en sus gestos y en su estilo de celebrar la Misa reformada, me hace conjeturar lo que estoy diciendo. Sin embargo, aquel santo sacerdote no tenía nada que ver con el tradicionalismo lefebvriano, aunque algunos, sobre todo del ambiente modernista o despreciativo de la tradición, desinformados, ya sea por interés o ya sea en mala fe, y me consta, lo confundían con un filo-lefebvriano.
----------En efecto, ¿en qué consiste el lefebvrismo? En la convicción de que con el Concilio Vaticano II la Iglesia, infectada o contagiada por el modernismo, ha enseñado, bajo pretexto de la "pastoralidad", doctrinas falsas sobre sí misma y dañosas acerca de la relación con el mundo moderno, viniendo a menos o fallando en su responsabilidad de guardiana de la sagrada Tradición. Los lefebvrianos (al menos los pocos que no están tan alejados de la recta fe) reconocen, sí, la validez y legitimidad del Concilio, pero, aunque de hecho el Concilio emana doctrinas, que ellos rechazan como falsas, lo consideran solamente pastoral y, dado que en la pastoral la Iglesia no es infalible, creen que enseñe doctrinas erradas o que pueden estar erradas.
----------Los lefebvrianos no ven en el Concilio un testigo, sino un traidor de la Tradición. Ellos no comprenden que el Concilio ha traído un progreso en la Tradición, de modo conforme a cuanto el mismo Concilio enseña sobre la Tradición, donde dice que ella "progresa" y "crece" en el conocimiento de las verdades reveladas, que ella nos transmite (constitución dogmática Dei Verbum, n.8), contenidas también en la Sagrada Escritura, por lo cual ella es explicitación y complemento de cuanto está contenido en la Sagrada Escritura, entrambas, como si formaran una sola cosa ("in unum coalescunt"), una sola Palabra de Dios, fuentes ambas de la divina Revelación que es custodiada e interpretada infaliblemente por el Magisterio de la Iglesia.
----------Nada de estas desviadas ideas lefebvrianas estaba en aquel sacerdote que fue uno de mis formadores más influyentes, quien si bien, como he dicho, mostraba una particular atención por los valores de la Tradición, no tenía ninguna dificultad en verlos confirmados, continuados y hechos progresar o avanzar en las enseñanzas del Concilio Vaticano II y del subsecuente Magisterio de la Iglesia. Aquel santo varón, al contrario de Lefèbvre y de sus seguidores, que pretenden encontrar errores en las doctrinas del Concilio, nunca jamás se atrevió a dirigir ninguna crítica a las enseñanzas del Concilio, sino que solo las elogiaba, aunque precisando que debían ser correctamente interpretadas, y poniéndonos en guardia a quienes éramos en aquel tiempo sus discípulos, contra las malas interpretaciones o instrumentalizaciones, operadas por los modernistas que ya en aquellos años habían comenzado a actuar en las estructuras del poder en la Iglesia.
----------Mis formadores, fuertes en su fe solidísima y teológicamente bien fundamentada, se daban cuenta a la perfección, con aguda lucidez y fino discernimiento de tomistas, reaccionando con gran oportunidad y energía, y con una crítica inexorable, de la indisciplina, de las imposturas y de las desviaciones teológicas, que pululaban ya en aquellos años, las cuales encubrían y encubren hoy deslealmente sus engaños con la autoridad del Concilio Vaticano II, y a la vez se cuidaban bien de no dejarse engañar por la calumnia de los lefebvrianos, que quisieran encontrar la causa de esas desviaciones en el propio Concilio.
----------Claro que aquellos sacerdotes de mis años juveniles, con esa su franqueza y parresía, con su distribuir a manos llenas el agua de la sabiduría y con su constante batalla contra los falsarios y los enemigos de la fe, "piedra de tropiezo" (Rom 9,33) y "roca de escándalo" (1 Pe 2,8), no podían dejar de crear a su alrededor dos campos opuestos, el uno armado contra el otro: por una parte, una multitud de admiradores y devotos, no solo creyentes, sino también gente sencilla y de buena voluntad, a los cuáles ellos también guiaban y ayudaban con su caridad sacerdotal y su alta prudencia pastoral, sobre todo entre los pobres y los humildes, pero también en todos los ambientes sociales (llegaban a todas partes con su intensísima actividad apostólica); y el progresivo adensarse de las nubes de tormenta de aquellos, sobre todo en los ambientes culturales de izquierda pero también de derecha, modernistas, fariseos, masones, comunistas, protestantes, arribistas, oportunistas, etc., cada vez más irritados por las palabras de fuego que punzaban en las conciencias de todos ellos. Pero, no podía ser de otro modo, la tempestad debía estallar, antes o después.
----------Recuerdo que uno de los temas fundamentales de la especulación filosófica de uno de mis profesores era el de la libertad, que debe estar fundada sobre la verdad, regulada por la ley moral, sobre todo por la caridad, libertad como dominio de la persona sobre sus propios actos, libertad como principio de justicia, libertad como primado de la persona sobre el bien común y, por tanto, rechazo de todo totalitarismo de derecha o de izquierda, pero también y sobre todo, como diría san Agustín, "libertad bajo la gracia".
----------En el fondo, la especulación sobre la libertad de aquel profesor de mis años del filosofado, que yo podría calificar como una mente improntada por un sano tradicionalismo, podía sin dificultad ser conectada con la de otros meritorios sacerdotes que conocí en los setenta, quienes, junto con otros, lucharon y sufrieron por la liberación de las clases populares de régimenes tiránicos, que hipócritamente se llamaban a sí mismos gobiernos de ideales católicos y veían comunismo en el mero hecho de luchar por la justicia social.
----------Los sacerdotes que me formaron, en cambio, conocían perfectamente el rostro cruel e inhumano del comunismo, y sabían también luchar y sufrir por la libertad, y mientras aquellos otros cohermanos sacerdotes, quizás a veces ingenuamente movidos por ideas liberacionistas, calumniosamente acusados de ser comunistas, luchaban por el cambio de las condiciones sociales, la lucha de mis formadores, a veces confundidos por fascistas y hasta por lefebvrianos, fue la de desenmascarar las raíces hegelianas de los totalitarismos de derecha y de izquierda, últimos vástagos de aquel inmanentismo luterano que, después de haber arrebatado el Evangelio a la Iglesia, y haberlo entregado en manos del Estado, sentaba las bases para esas deificaciones del Estado, que en el siglo XX serían reveladas en el nazismo y en el comunismo.
----------Eran en aquellos años, dos modos de ser sacerdotes, dos estilos unidos en el mismo ideal de la verdad, de la justicia y de la libertad, aunque diferentes por el recíproco contraste de los climas sociales e históricos en los que les tocaba vivir. Los unos hace rato que han sido liberados en mi memoria de la etiqueta de lefebvrianos que les impusieron los modernistas, mientras que los otros de la etiqueta de comunistas que les ensillaron los ricos. La fama de santidad debe siempre abrirse camino a través de los malentendidos, las calumnias y las mentiras que quisieran detener el avance imparable de los testigos del Evangelio.
----------De manera general, el pensamiento de aquel grupo de sacerdotes que está en mis recuerdos, se puede calificar ante todo como genuinamente, inequívocamente y totalmente católico y más precisamente tomista, dada la absoluta adhesión de todos ellos a la doctrina de la fe, interpretada, enseñada y custodiada por el Magisterio de la Iglesia y la guía del Aquinate. En tal modo, he podido encontrar en ellos, en su pensamiento, en sus palabras, en su obrar, qué significa exactamente ese ser católico, tal como es definido por la Iglesia Católica (precisamente en el Catecismo de la Iglesia Católica), nombre que hoy es llevado a equívoco, malinterpretado, instrumentalizado, falsificado y maltratado de mil modos, creando una enorme confusión, daño a las almas y descrédito del nombre católico, con el que se hace pasar todo tipo de imposturas y de herejía. Pero nada impide que, queriendo ulteriormente precisar este catolicismo de los sacerdotes que me formaron, pueda ser calificado como "tradicionalista". Sin embargo, es sobre este punto que surgieron y se desataron en aquellos años los más odiosos, obstinados y nefastos equívocos y malignidades contra ellos.
----------En lo que a mí respecta, el recuerdo que hoy he querido tener por aquellos beneméritos sacerdotes de mi juventud, una vez más me confirma en la postura que considero debe ser hoy la postura de todo buen católico que quiera vivir al ritmo de la Iglesia de nuestro tiempo. Pues hoy la contraposición de fuerzas es uno de los signos más macroscópicos de los problemas más graves de la Iglesia actual, es decir, la absolutización e ideologización de los dos partidos opuestos de los lefebvrianos o extremos tradicionalistas, y de los modernistas o extremos progresistas, quienes, arrogándose del Papa la función de censores de la Iglesia, se condenan y se excluyen entre sí, como si se tratara de separar a los impíos de los justos.
----------No hay ninguna duda de que la conservación y el progreso son dos funciones esenciales en la vida de la Iglesia. No hay duda de que estas categorías, conservación y progreso, tienen valor, siendo usadas por la Sagrada Escritura misma, la cual sin embargo no las usa en absoluto en ese sentido mezquinamente faccioso y sesgado, sino solo en relación a la obediencia o desobediencia a Dios, donde en los casos individuales es prudente abstenerse del juzgar. Pero el problema que nos aflige es la necedad con la cual estas dos categorías vienen a ser usadas por estos dos partidos, que las reducen a su visión parcial, unilateral y facciosa. Tales categorías tienen sentido solo en relación a quien sirve a Dios y a quien lo odia; cosa no fácil de juzgar en los casos individuales. De ahí la necedad y la temeridad de usarlas únicamente en referencia al propio partido, el cual, además de esto, está comprometido por ideas equivocadas y heterodoxas.
----------El católico como tal, como ya lo hemos explicado en más de una ocasión, no es ni progresista ni tradicionalista, sino simplemente católico sin adjetivos; está por encima de los partidos. "Católico es un adjetivo que significa universal: la catolicidad, la universalidad" recordó el Santo Padre en la audiencia general del pasado 13 de octubre. "Católico" quiere decir "universal": ¿qué católico sería uno que es parcial? Salvo que se trate de especificaciones que no tienen que ver con las verdades de fe, sino que añaden a lo católico algo accidental, como sería por ejemplo distinguir al católico francés del italiano o el católico joven del católico adulto. En cambio, reducir, como hacen tanto los lefebvrianos como los modernistas, el ser católico a las estrechas dimensiones de su corriente, y como hacen incluso las corrientes ideológicas aparentemente más potables de los tradicionalistas y los progresistas, es ofender la sacralidad y la universalidad del nombre católico.
----------Por supuesto, si se lo entiende bien, no hay en absoluto ningún problema en que alguien se califique como tradicionalista o progresista: eso es del todo lícito y normal, pero siempre que esto ocurra dentro del lecho de la ortodoxia y de la plena comunión con la Iglesia y el Sumo Pontífice, y la plena adhesión al íntegro Magisterio. En tal sentido lícito, entonces, tanto ser católico tradicionalista como ser católico progresista, serían expresiones accidentales, modales y contingentes de legítimos diversos modos de vivir el propio catolicismo, en el respeto y en la colaboración con la tendencia opuesta, dado que de por sí la una y la otra tendencia están hechas para integrarse recíprocamente y juntas servir a la Iglesia. En mi opinión, recomendaría evitar tales expresiones, y llamarnos católicos sin adjetivos, pero entendidas de ese modo, son lícitas.
----------Otra cosa que debemos tener en cuenta es que los contenidos de la teología están sujetos a lo largo de la historia a una continua profundización y clarificación, gracias a la investigación del teólogo. Para ello existe una teología tradicional, que expresa y comenta los datos ya adquiridos, por ejemplo, por los grandes maestros como Tomás de Aquino; y una teología nueva o innovadora, que presenta los resultados de las investigaciones más recientes, a menudo solo opinables o hipotéticas, por lo tanto discutibles, y que también pueden estar erradas. El teólogo, en principio, tiene esta doble tarea: comentar los datos tradicionales, ya adquiridos, quizás exponiéndolos con un lenguaje moderno; y dedicarse a la búsqueda o investigación o a la formulación de nuevas teorías o interpretaciones, naturalmente sobre la sólida base de las ya adquiridas. El teólogo que está más interesado en el progreso, podría ser llamado "progresista", pero que nada tiene que ver con "modernista", que es una forma falsa de hacer progresar y modernizar la teología.
----------Existen, por otro lado, teólogos que prefieren dedicarse a la exposición de las doctrinas tradicionales, sin que por ello desprecien en absoluto las nuevas doctrinas, conclusiones u opiniones teológicas de hoy, que se presentan como desarrollo o explicitación de las doctrinas del Concilio Vaticano II y del Magisterio precedente. A ellas, en efecto, también los teólogos de las doctrinas tradicionales les prestan atención (no podría ser de otro modo si quieren seguir siendo y llamándose auténticos teólogos católicos) y no dejan de hacer ellos mismos nuevas contribuciones. En todo caso y en el sentido antes mencionado, se le puede calificar como teólogos "tradicionalistas", calificación de la cual muchos son conscientes y se enorgullecen de ella, sin por ello despreciar a sus colegas, más inclinados a hacer progresar la teología hacia nuevos desarrollos.
----------Revisar con la ayuda de los teólogos de ayer y de hoy los contenidos de la Sagrada Escritura y de la Sagrada Tradición, tal como esos contenidos nos son dejados por y emergen del Magisterio de la Iglesia, partiendo de la tradición apostólica hasta el Magisterio del papa Francisco, es un ejercicio saludable de recta, científica y ortodoxa teología católica, que corrige el errado concepto lefebvriano de tradición, bloqueado en la época del Concilio, mostrando cómo el progreso postconciliar en el conocimiento de la Palabra de Dios, bajo la guía de la Iglesia, es hoy la experiencia más auténtica de la Sagrada Tradición.

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