En los debates que en la última década se han producido acerca de la autoridad magisterial infalible de las enseñanzas doctrinales del Concilio Vaticano II, han aparecido, además del núcleo de la cuestión (considerado en las dos primeras notas de esta serie) otras muchas cuestiones anexas y en cierto modo laterales. En la nota de hoy me referiré a la cuestión de la vigencia de la Sagrada Tradición hasta la actualidad, una cuestión que, curiosamente, emparenta al cisma de los ortodoxos orientales con el cisma lefebvriano.
----------Acerca de los debates que sobre el valor de verdad de las doctrinas nuevas del Concilio Vaticano II se han venido produciendo en los últimos años, ya he dicho fundamentalmente lo más importante. De modo que en esta tercera nota y en la cuarta de mañana, me voy a referir a dos cuestiones particulares laterales al tema central, cuestiones que, no obstante apartarse un tanto del nudo del problema, aparecieron también en el curso de las discusiones. En la breve nota de hoy me referiré al modo como se ha mantenido viva hasta nuestros días la Sagrada Tradición Apostólica tanto en la Iglesia de Occidente como en la de Oriente.
La Tradición apostólica habita y vive en la Iglesia de Occidente
----------La referencia a la Sagrada Tradición ha sido constante en los debates acerca de la autoridad magisterial de los documentos del Concilio Vaticano II, y no ha faltado algún teólogo que, en las recientes discusiones sobre la materia, haya podido llegar a preguntarse, a propósito de esa Tradición cristiana, si no pudiera ser el caso que (y cito aquí palabras casi textuales tomadas de esos debates) con el Concilio se hubiera vivido un tiempo "en el cual en Occidente ha ocurrido algo por lo cual este fluir vital que es la Sagrada Tradición, que no se ha interrumpido nunca, de alguna manera se hubiera enlodado, por así decirlo".
----------El teólogo que ha llegado a formular semejante pregunta, aclaró inmediatamente que estaba lejos de él poner en duda la fidelidad de la Iglesia a la Sagrada Tradición. Aún así, sin embargo, francamente, no alcanzo a comprender cómo un católico pueda hablar de un "enturbiamiento" de la Tradición apostólica, como si ella hubiera perdido el rumbo en estos últimos decenios. Por el contrario, yo veo en el Concilio Vaticano II un desarrollo armónico y coherente de la única y misma Tradición, originada de la consigna hecha por Nuestro Señor Jesucristo a los Apóstoles y a sus sucesores, de esa Tradición cuyo "fluir vital", como bien decía el teólogo de quien no he querido dar su nombre, "no se ha interrumpido nunca".
----------Repare el lector que en la cita antes indicada se está hablando de "Occidente", con lo que se pone fuera de este problema al Oriente cristiano. Por lo tanto, esa Tradición de la que se habla, parece identificarse con la llamada "Gran Tradición" del primer milenio, con lo cual, entonces, lo que se está preguntando y poniendo en duda es si, con la división entre Oriente y Occidente ocurrida en el siglo XI, la Sagrada Tradición ha continuado, o bien si, de algún modo, se ha interrumpido o corrompido junto a nosotros, los católicos de Occidente, mientras que habría sido conservada por los así llamados "Ortodoxos".
----------Ahora bien, y ante todo, no tengo dudas acerca del hecho de que en el primer milenio tanto la Iglesia occidental como la Iglesia oriental gozaban del mismo tesoro de la Sagrada Tradición, y tampoco dudo acerca de la necesidad de recuperar esta unidad que ha quedado rota. Por otra parte, estoy en la certeza de que el Concilio ha dado una importante contribución para la recuperación de esta unidad.
----------Lo que en cambio yo sostengo, como católico (y en esto me distancio de lo que sugiere el teólogo que no he nombrado) es que los hermanos orientales, tras el cisma, se han separado de esta Tradición, de modo que ella ha continuado desarrollándose en la Iglesia Romana hasta llegar al Concilio Vaticano II y más allá de él, al Magisterio de los Romanos Pontífices del postconcilio. Ciertamente puedo admitir que los orientales, como también se ha dicho, no se han detenido en la Tradición del primer milenio, sino que han seguido adelante gracias al palamismo; sin embargo, me pregunto si este desarrollo de la Tradición, llevado a cabo en un estado de separación de Roma, puede considerarse todavía la Sagrada Tradición apostólica.
----------Por eso, si bien estoy de acuerdo en que una directiva del Concilio Vaticano II ha sido el "retorno a la experiencia común de la Iglesia indivisa", como se expresó un teólogo, no creo que Roma entienda este "retorno" como renuncia a los desarrollos de la Tradición católica subsecuentes al 1054 y estoy convencido de que la Santa Sede Apostólica propone a los propios orientales los desarrollos del Vaticano II considerándolos (como no puede ser de otra manera) como auténtico progreso de la común Tradición apostólica, que nosotros los católicos hemos compartido con la sede de Constantinopla hasta el siglo XI.
La cuestión del "Filioque"
----------Por cuanto respecta a la famosa cuestión del "Filioque", este dato, como es sabido, ha sido insertado por Roma en el Símbolo de la fe, ese "Credo" que frecuentemente se suele recitar en la Iglesia católica los domingos. Ahora bien, para un católico es indudable que cada artículo del Símbolo está tomado de la divina Revelación, ya sea por medio del canal de la Sagrada Escritura o por el de la Sagrada Tradición.
----------Evidentemente, no es aquí el lugar para retomar esta controversia que se prolonga desde hace casi diez siglos, pero al menos me limitaré a decir que el artículo del "Filioque" no debe ser entendido como el efecto de un presuntuoso "escrutinio de la vida íntima de la Santísima Trinidad" (según palabras de un teólogo participante en los recientes debates), ya que este artículo del Credo no pretende en absoluto dar las razones de la vida divina trinitaria, reduciéndola a una especie de necesidad lógica de tipo hegeliano, sino que simplemente quiere explicar el significado inteligible de la misma fórmula trinitaria y, de manera especial, quiere aclarar en qué cosa consiste la distinción entre el Hijo y el Espíritu Santo en el seno de la Trinidad divina.
----------En efecto, como ya notaba santo Tomás de Aquino, sin esta fórmula (el dato dogmático del Filioque) no sería posible distinguir al Hijo del Espíritu Santo, porque el único modo que tenemos para distinguir a las divinas Personas es la relación de origen, como afirma el Concilio de Florencia de 1439-1442, en el cual también se obtuvo la reunión con los Griegos. En efecto, es importante el principio de la teología trinitaria enunciado por este Concilio: "In Deo omnia sunt unum, ubi non obviat relationis oppositio".
----------Nosotros, en efecto, conocemos a las divinas Personas mediante la categoría de origen, que implica una oposición relativa, por la cual la Persona divina aparece como una relación subsistente con la otra: el Padre da origen al Hijo y al Espíritu; el Hijo y el Espíritu tienen origen del Padre.
----------También la diferencia entre el divino Hijo engendrado y el divino Espíritu Santo expirado se remonta al hecho de que estas dos Personas tienen origen en el Padre, por lo cual tal diferencia no es suficiente para fundamentar la distinción entre el Hijo y el Espíritu Santo en Dios.
----------Para distinguir al Hijo del Espíritu Santo, es necesario entonces poner al Espíritu Santo como originado también del Hijo, según las ideas que podemos muy bien extraer de los textos del Evangelio, aunque se deba reconocer que tales ideas no son determinantes o decisivas, y en todo caso ninguna sugerencia nos viene ofrecida por el Evangelio acerca de que el Hijo tenga su origen del Espíritu Santo.
----------Más bien, hay que decir también que el texto auténtico recibido por la Tradición católica del pasaje de Jn 15,26 no es que el divino Espíritu Santo proceda "sólo" del divino Padre, sino que simplemente procede del Padre, sin que debamos incluir ese adverbio "sólo", el cual adverbio, si estuviera verdaderamente presente, entonces haría necesario dar razón a la Tradición griega.
Curiosas similitudes entre Ortodoxos y lefebvrianos
----------Para dar por concluída la brevísima nota de hoy, llamo la atención del lector acerca de un último punto que emparenta al cisma de los Ortodoxos orientales con el cisma de los lefebvrianos.
----------Pues bien, la concepción que entre los ortodoxos existe de la Tradición, curiosamente se asemeja a la impostación que a la cuestión fue dada por el obispo Marcel Lefebvre, con la diferencia de que mientras para los cismáticos orientales Roma habría traicionado la Tradición en 1054, para los cismáticos lefebvrianos, en cambio, Roma habría consumado esa misma traición a la Tradición en 1962.
----------En uno y en otro caso, falta la percepción de que la Sagrada Tradición apostólica ha sido confiada por Nuestro Señor Jesucristo a Pedro y a sus sucesores, Tradición que es ciertamente un patrimonio de verdades inmutables a las cuales nada se puede añadir y nada se puede quitar. Sin embargo, el conocimiento que de este sagrado depósito la Iglesia católica adquiere a lo largo de los siglos progresa y se profundiza hasta la parusía. El Vaticano II, como los Concilios subsecuentes a 1054, son el testimonio de esta fidelidad evolutiva a la Tradición, evolución que no traiciona, sino que explícita, aclara y desarrolla.
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