sábado, 13 de noviembre de 2021

Valor de verdad de las doctrinas nuevas del Concilio Vaticano II (2/4)

No faltan aquellos fieles (sean miembros del clero o del laicado) que piensan que los debates teológicos como los aquí referidos no tienen consecuencias prácticas ni vitales para Iglesia. Por el contrario, indicaré aquí los motivos que llevan a pensar que el papa Francisco podría hacer un invalorable aporte (sólo a él posible hacer) a la hoy tan mentada y necesaria sinodalidad eclesial, dando solución con su esclarecedor carisma magisterial al debate que sobre el Concilio Vaticano II se viene planteando en la última decada.

El debate teológico ya fue delineado por san Paulo VI en 1966
   
----------Habiendo delineado los términos del debate teológico que se ha venido produciendo en los últimos diez años y, en particular, habiendo resumido en la nota anterior mi posición, debe ser comprendido exactamente el quid de la cuestión, que en el fondo no me parece excesivamente complicado. Para entenderlo, basta con releer aquella famosa audiencia general del papa san Paulo VI, del 12 de enero de 1966, cuando ha dicho que en el Concilio Vaticano II hay "doctrinas nuevas", por lo cual "el Concilio abre muchos horizontes nuevos a los estudios bíblicos, teológicos y humanísticos". Podría decirse que todo lo que se debate está allí, en esa audiencia general del Santo Pontífice; pero intentemos explicarlo:
----------1) En primer lugar, es necesario entonces que nos preguntemos: ¿cuál es la materia sobre la cual se aplican esos estudios bíblicos y teológicos a los que se refiere el papa Montini, sino el dato revelado y aquello que le es conexo? Por ende, de ahí viene la clara consecuencia de que las "doctrinas nuevas" del Concilio tocan, claro que sí, materias de pastoral, pero también materias de fe o conexas con la fe.
----------2) Ahora bien, en segundo lugar, de lo dicho anteriormente surge otra consecuencia: si un Concilio ecuménico propone doctrinas nuevas en el campo de la fe o conexas con la fe, ¿acaso es posible dudar de que tales doctrinas sean definitivas e infalibles, aun cuando el Concilio no las haya declarado tales o, en otras palabras, no haya manifestado la voluntad de definirlas tales?
----------3) De aquí, en tercer lugar, una ulterior consideración: la Nota Ilustrativa de la Congregación para la Doctrina de la Fe a la Carta Apostólica de Juan Pablo II Ad tuendam fidem, del año 1998 prevé con absoluta claridad que el Magisterio enseñe doctrinas definitivas o infalibles según estas dos modalidades: o bien declarando hacerlo (y serán las doctrinas de 1° grado, no presentes en el Vaticano II) o bien haciéndolo sin declararlo (y son las doctrinas de 2° grado). Pero prevé también una tercera modalidad o posibilidad: que no aparezca evidente si lo hace o no lo hace (y son las doctrinas de 3° grado).
----------En efecto, también en el 3° grado, la Iglesia puede tratar de materia de fe (además de tratar de materia pastoral, o sea, muchas directivas pastorales, disciplinares o de gobierno eclesial). Pero aquí la Iglesia, aún tratando de materia de fe, no aclara o no certifica si cuanto dice es o no es definitivo. He aquí entonces abrirse el debate entre los teólogos: habrá quien dice que aquí la Iglesia define y quien dice que no define. No es que sea lícito pensar que cuanto enseña esté equivocado (en el campo de la fe el Magisterio no puede equivocarse); simplemente la definitividad no aparece a todos con claridad o con certeza.
----------Para algunos teólogos es evidente la definitividad de las doctrinas de fe o conexas con la fe de 3° grado, para otros (quizás para la mayoría) permanece oscuro. De ahí que para estos últimos surge el deseo o la exigencia de una aclaración por parte del Magisterio de la Iglesia, sobre todo por parte del Romano Pontífice. Solo así ellos estarían dispuestos a reconocer estas doctrinas como ciertamente definitivas.
----------Habiendo llegado a este punto, por lo tanto, se deben distinguir claramente dos problemáticas: por un lado, la cuestión de derecho (de iure) y, por otro lado, la cuestión de hecho (de facto). En principio y de iure, para todo fiel católico (ya sea que pertenezca al clero o que pertenezca al laicado), cuando el Magisterio de la Iglesia define o enseña en el campo de la fe o conexo con la fe, el Magisterio no se equivoca.
----------Pero está también la cuestión de hecho, de facto, la cual cuestión consiste es si se puede preguntar: aquí, en el caso específico que nos ocupa, por ejemplo, tal o cual doctrina nueva del Concilio Vaticano II, o estas tales doctrinas conciliares nuevas, aún tratando de materia de fe o conexa con la fe: en tales determinadas doctrinas ¿el Concilio está definiendo sí o no, o habla solo con razones de probabilidad?
----------Es precisamente aquí, en la cuestión de facto, en donde puede surgir el problema entre los teólogos, con el consiguiente debate, como ha venido sucediendo sobre todo en la última década, debate que ha sido incluso impulsado por el entonces papa Benedicto XVI; y han sido muchos los competentes teólogos, que manifestando excelente disposición teológica, alejada de todo sectarismo y partidismo (ya sea tradicionalista o progresista) han hecho sus excelentes aportaciones en este debate en busca de objetiva claridad.
   
El ámbito propio de las diferentes opiniones entre los teólogos
   
----------Habiendo explicado las dos cuestiones (cuestión de derecho y cuestión de hecho), queda entonces claro que es precisamente aquí, en la cuestión de facto, en donde se plantean las diferencias entre las opiniones de los teólogos que han participado y siguen participando en este debate. Por ejemplo, existe el teólogo que pone las doctrinas nuevas del Concilio Vaticano II solamente en el 3° grado autoritativo, en el que no aparece evidente si el Magisterio de la Iglesia está enseñando doctrinas definitivas o infalibles, o no las está enseñando, y más bien sólo está hablando dando razones de probabilidad.
----------Por el contrario, por mi parte me inclino a estar de acuerdo con aquellos teólogos que ponen las doctrinas nuevas del Concilio Vaticano II en el 2° grado autoritativo. En otras palabras, en mi opinión, tras un examen atento, esas doctrinas nuevas del Concilio aparecen infalibles y definitivas, o sea, se advierte que el Concilio las está enseñando de modo definitivo e infalible. Por supuesto, esto hay que demostrarlo y, de hecho, hace años que se lo viene haciendo, y doctísimos teólogos lo han demostrado con sólidos y fundados argumentos. Otros teólogos, en cambio, no sienten esa misma certeza de sus colegas, y solo admiten la simple probabilidad, y por lo tanto para ellos no es un dato de hecho, y no se puede demostrar.
----------Una interesante pregunta que podríamos hacernos en auxilio de esta diferencia entre los teólogos, es la siguiente (pregunta que, por cierto, ha sido formulada casi literalmente por algún teólogo): ¿Existen afirmaciones del Magisterio Pontificio postconciliar que, si bien no indicando cuáles sean las doctrinas definitivas nuevas del Concilio Vaticano II, sin embargo al menos llegan a clarificar que en los documentos finales del Concilio Vaticano II existen, están presentes, esas doctrinas definitivas nuevas?...
----------A mí, personalmente, no me lo parece, de modo que me inclinaría a responder negativamente a la pregunta planteada. Pero, aunque yo conozca el Magisterio de este período, reconozco que se necesitaría hacer una indagación o una verificación más profunda. Los Papas y los documentos de la Santa Sede citan a menudo las doctrinas del Concilio Vaticano II, pero para muchos sigue existiendo siempre la duda de si la autoridad de los documentos conciliares sea del 2° grado autoritativo o del 3° grado. Como ya he dicho, personalmente considero que son de 2° grado, pero obviamente la mía es una opinión individual. Pero aquí digo algo que deseo subrayar: las cosas serían muy diferentes si fuera la Iglesia misma quien lo aclarara.
----------Ciertamente, también puede haber alguien a quien la pregunta planteada dos párrafos arriba le parezca demasiado sutil. El católico común (simple sacerdote o simple laico) podría decir: queridos teólogos, en lugar de hacer ustedes tantas disquisiciones, quizás los que componen su gremio debieran ser encerrados en una isla apartada (como alguna vez bromeó provocativamente Francisco); obedezcamos y basta, ¡sin preguntarnos a qué grado de autoridad pertenece esta o aquella otra doctrina del Concilio!
----------Pero las cosas no son tan sencillas, pues el hecho es que no todos están dispuestos a obedecer (los lefebvrianos y filolefebvrianos, que se las dan de católicos) y además hay otros que malinterpretan las doctrinas del Concilio (los modernistas, y que también se creen muy católicos).
----------Por otra parte, la distinción entre el 2° grado y el 3° grado no es distinción pequeña, porque, aun cuando se trate en uno y otro grado de materia de fe o conexa con la fe, mientras que en el 2° grado se requiere la fe, aunque sea fe en la Iglesia y no directamente fe en la Palabra de Dios (1° grado), es decir se requiere la "fides tenenda" y no la "fides credenda" (fe divina y teologal del 1° grado), en el 3° grado basta solamente el "obsequio religioso de la voluntad", que es un acto prudencial de confianza en la autoridad humana de la Iglesia, aunque incluso aquí, tratándose de materia de fe o conexa con la fe, no es lícito pensar que la Iglesia pueda equivocarse: simplemente no está claro si el Magisterio quiere definir o no.
   
Un valioso aporte que el Santo Padre podría hacer a la sinodalidad
   
----------Otra pregunta podríamos hacernos, proyectando sobre aquella mencionada audiencia general del papa san Paulo VI, la luz esclarecedora que sobre los diversos grados autoritativos del Magisterio de la Iglesia ha proyectado la carta apostólica Ad tuendam fidem del papa san Juan Pablo II y la nota ilustrativa anexa:
----------Dado que el papa san Paulo VI concede que en el Concilio Vaticano II no existen doctrinas nuevas definidas (es decir, de 1° grado, de fide credenda), ¿Paulo VI está sosteniendo que las doctrinas nuevas del Vaticano II son definitivas (es decir, infalibles, de fide tenenda, y por lo tanto pertenecientes al 2° grado de coacción magisterial) o no definitivas (y por tanto falibles, no irreformables, es decir, colocadas en el 3° grado de costricción magisterial, que no requiere asentimiento de fe sino sólo religioso obsequio del intelecto y de la voluntad)? Pues bien: la respuesta a esta pregunta es precisamente lo que se ha venido debatiendo en esta última década, y es el tema al que me estoy refiriendo en esta serie de notas.
----------Ahora bien, en relación a esta pregunta, veo necesario considerar la actual situación marcada por tres datos de hecho: 1) el Magisterio está muy interesado en estas nuevas doctrinas del Concilio Vaticano II, tanto que las ha estado repitiendo continuamente durante estas últimas cinco décadas. 2) Estas doctrinas nuevas son instrumentalizadas por los modernistas o filo-modernistas en su beneficio. 3) Los lefebvrianos y los filo-lefebvrianos las ven en contraste con la Tradición.
----------Dada la situación así descripta, está creciendo el número de teólogos, pastores o incluso simples fieles de todas las categorías (lo prueba la existencia misma del debate teológico que se ha venido dando en los últimos diez años, y que ha sido seguido en todo tipo de sitios webs y blogs, competentes o no teológicamente), los cuales, a fin de resolver los malentendidos, las desviaciones y los contrastes existente en el interior de la Iglesia, miran al Papa como al único que, como maestro supremo de la Fe puede dar definitivamente claridad, no necesariamente con afirmaciones dogmáticas de 1° grado, sino con enseñanzas de 2° grado, con el fin de detener de una vez por todas las instrumentalizaciones, los malentendidos y las rebeliones que están lacerando la Iglesia y hacen decaer las costumbres católicas, y así mostrarnos efectivamente esa "continuidad en el progreso" de la cual hablaba el papa Benedicto XVI, en relación con los puntos doctrinales discutidos, que no son muchos, y han surgido sobre todo en el curso de la discusión con los lefebvrianos: libertad religiosa, ecumenismo, diálogo con las religiones, naturaleza de la liturgia, esencia de la Revelación y de la Tradición, naturaleza de la colegialidad episcopal y de la Iglesia y pocas otras más.
----------En mi opinión, la impresión que muchos (no sólo teólogos) tienen de que las doctrinas nuevas pertenecen al 3° grado no les da a esas doctrinas la fuerza necesaria para imponerse en la Iglesia y vencer las resistencias, las dudas, los malentendidos, las falsificaciones, las desatenciones, las desobediencias, los incumplimientos y las manipulaciones. Pienso, entonces, que el Romano Pontífice, usando su oficio magisterial, en relación a esas doctrinas nuevas del Concilio Vaticano II, debe poner juego la fe, aunque sea una simple fe "eclesiástica", y no un simple "obsequio de la voluntad", que prestamos también a simples disposiciones humanas o pastorales de la Iglesia, por más dignas y respetables que sean. Bastaría que el Santo Padre, en base a su carisma magisterial, usara la palabra "fe" respecto a esas doctrinas nuevas.
----------Me remito, entonces, a lo que traté de explicar en un artículo semanas atrás acerca de la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos. El Santo Padre, después de tantos años de preocuparse, y por buenos motivos y fundados argumentos, por el mundo fuera de la Iglesia, ha embarcado ahora por fin a la Iglesia a una mirada sobre sí misma, a su sinodalidad, es decir, a la unidad, a la comunión eclesial. Por supuesto, los lefebvrianos, como vienen haciendo con todas las iniciativas de los Papas del postconcilio, desprecian esta clase de directivas y hablan del próximo Sínodo de Obispos como un "sínodo tautológico". En ellos esta actitud ante el Papa es connatural, su esencia fáctica es ser anti-Concilio Vaticano II, y mientras permanezcan en su error se mantendrán, lamentablemente, lejos de la Iglesia, en el cisma y la herejía. Pero no ha faltando tampoco algún obispo católico, argentino incluso, que ha hablado despreciativamente de la iniciativa del Santo Padre como de una "convocatoria a un sínodo para potenciar la autoreferencialidad". Por cierto, las actitudes cismáticas implícitas o virtuales no son sólo las de los conocidos modernistas.
----------Los lefebvrianos y los obispos como el que mencioné, no entienden que la sinodalidad (término que puede gustar o no) no es más que la comunión en la Iglesia, es la unión y la armonía de los espíritus, de las mentes, de los corazones, de las intenciones, de los propósitos, de las acciones, sobre la base de la verdad de fe y en torno a la verdad de fe comúnmente aceptada, comprendida y compartida. La comunión es la circulación fraterna de la caridad de cada uno hacia todos y de todos hacia cada uno.
----------Pero vuelvo a recalcar aquí, como lo dije en el artículo antes mencionado, que la sinodalidad tiene su fundamento último en la unidad en la Fe. No basta la simple apelación a la hermandad, a la mutua comprensión y misericordia, a la mutua escucha, a la aceptación y acogida, a la caridad recíproca o la simple apelación al Espíritu Santo, sino que es necesario, además de todo eso, tener el máximo cuidado para obtener, custodiar y mantener, en la medida de lo posible, el acuerdo de los espíritus en la verdad eliminando todo aquello que se opone a la verdad y a la sana doctrina. No basta la exhortación al discernimiento de "los nuevos desafíos", si no se ofrecen criterios sólidos y seguros, de fe para el mismo discernimiento, para distinguir la verdadera comunión de la falsa comunión, para distinguir quién está en comunión y quién no lo está.
----------Hace diez años atrás, el papa Benedicto XVI, actual papa emérito, recordaba que el pastor tiene en su mano el "bastón". Por supuesto, no se trata de dar golpes a nadie, sino tan solo quizás de alzar un poco la voz en nombre de la verdad, de la caridad y del hecho de que en las doctrinas nuevas del Concilio Vaticano II no está en juego sólo "el obsequio religioso", sino la verdadera y propia "fe en la Iglesia -como dice la Nota Ilustrativa- en cuanto infaliblemente asistida por el Espíritu Santo" en la guía de los hombres a la Verdad.

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