A modo de reflexión conclusiva (aunque bastante resumida) de los últimos siete artículos publicados en este blog la pasada semana, descubramos, identifiquemos, y razonemos acerca de los motivos por los cuales los católicos no podemos llamarnos tradicionalistas pero tampoco progresistas.
----------Una aclaración para el lector que la necesite: el presente artículo continúa la serie iniciada la pasada semana con los artículos: 1) La aberración de un tradicionalismo sin esperanza, 2) XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, y 3) ¿Se puede rechazar en bloque a los tradicionalistas, tal como los tradicionalistas rechazan en bloque a los progresistas?, que tienen como objetivo plantear la cuestión a examinar (el llamado status quaestionis del método escolástico); serie que continuó con algo así como una labor de teología positiva del exámen de las Actas del Magisterio, con los cuatro artículos que siguieron: 4) Progresismo y tradicionalismo según san Paulo VI, 5) Progresismo y Tradicionalismo según san Juan Pablo II, 6) Progresismo y tradicionalismo según Benedicto XVI, y 7) Progresismo y tradicionalismo según el papa Francisco. El presente artículo, por lo tanto, continúa la serie y pretende ser un primer paso para una reflexión teológica especulativa sobre el tema en cuestión.
Por qué no podemos llamarnos tradicionalistas pero tampoco progresistas
----------Lamentaría que algún lector prejuicioso, es decir, que estuviera de algún modo prevenido o parcializado, llegara a suponer que las notas sobre la actualidad eclesial que la semana pasada he venido publicando en este blog, constituyeran una enésima contribución, una más de las tantas habidas desde hace cinco décadas, a la archiconocida polémica entre los llamados católicos "tradicionalistas" o "conservadores" o "integristas" o "fundamentalistas" (se trate de moderados o de extremistas), y los llamados católicos "progresistas" o "reformadores" o "renovadores" (se trate de moderados o de extremistas).
----------Las comillas que he usado para cada una de estas etiquetas sirven para indicar que tales posiciones ideológicas son calificaciones sociológicas (de sociología de la cultura y de sociología de la religión) a las que algunos creyentes se aferran, y contraponen recíprocamente, en una batalla retórica en la que frecuentemente escasea el realismo teológico y abunda la fabulación idealista. En realidad, ninguna de estas posiciones o posturas se encuentra efectivamente en estado puro, en forma coherente y completa, en una persona individual, en la conciencia de un creyente de carne y hueso que se preocupa de corazón por el destino de la Iglesia en general y de su propia alma en particular. Pero de la irrealidad fantástica ("burbuja") producida por la visión sociologística de las cosas de la fe católica hablaré más adelante.
----------Lo que quiero decir ahora es que se equivocaría groseramente quien quisiera colocarme de una parte o de la otra de esta virtual barricada. A juzgar por los comentarios que llegan al foro o a mi casilla de correo electrónico, soy acusado por algunos de ser demasiado hostil a los lefebvrianos, filolefebvrianos, tradicionalistas extremos y sedevacantistas, pero no faltan otros que me acusan de no ser suficientemente "bergogliano" (viene circulando en estos años esta denominación tragicómica), por el hecho de que no me pongo codo a codo con las cantinelas de quienes aplauden en cada ocasión las (presuntas) intenciones reformistas y/o revolucionarias del Santo Padre. Todos se sienten autorizados a etiquetarme, de hecho pretendiendo que yo mismo me auto-etiquete tomando oficialmente partido por una de las partes o por la otra. Sin embargo, dado que reclamo mi sacrosanto derecho a no tomar partido en absoluto, he aquí que me encuentro siendo el blanco del fuego cruzado de los fanáticos de una parte o de la otra.
----------A los sedicentes progresistas les gusta recurrir al viejo pero retóricamente siempre útil razonamiento leninista en base al cual "quien no es revolucionario es cómplice de la clase dominante, en el poder". En muchos casos se ha preferido desde siempre la versión europea de tal razonamiento, versión gramsciana, sosteniendo que todo intelectual debe ser "orgánico a la revolución". Se trata, sin embargo, de un razonamiento que, traducido al actual "politiquerismo", suena así: "la equidistancia es un modo solapado de apoyar al partido al cual secretamente se pertenece". En cambio, los sedicentes tradicionalistas, me acusan de ser "normalista", de cerrar los ojos a la tremenda realidad de la crisis que aflige a la Iglesia, razón por la cual me juzgan de irresponsable y no dudan en arrojarme en cara los reproches que la Sagrada Escritura lanza contra los malos pastores y los falsos profetas: "perros mudos", "ciegos guías de ciegos", etc.
----------Por lo tanto, afirmo una vez más que no me pongo del lado de ninguna facción o partido o ideología, porque estoy convencido de que para ser coherentemente católicos no es necesario hacerse facciosos. De hecho, precisamente la coherencia en la fe católica sugiere no asumir actitudes y lenguajes que son propios de las facciones o partidos o ideologías. Hace muchos años un santo sacerdote ponía en guardia para no reducir la santa Iglesia a una de las tantas iglesitas que siempre se han formado en el seno de la Iglesia y que tienden a polemizar la una con la otra o a buscar hacer prosélitos la una contra la otra, y decía: "Yo no soy fanático de ninguna forma de apostolado, ni siquiera de esa practicada por la obra que he fundado".
----------Las iglesitas dañan la unidad de la Iglesia, la comunión eclesial o sinodalidad, y se oponen a las exigencias de la caridad entre sus miembros, incluso cuando no se constituyen en verdadera y propia secta, del tipo de aquellas sectas que se formaron ya en los primeros días de la Iglesia, como testimonian las recriminaciones al respecto que leemos en las cartas de san Pablo y en las de san Juan. Toda iglesita con propensión a devenir secta se arroga la interpretación infalible de la verdad (apelándose a la Tradición, al espíritu del Concilio o directamente al Espíritu Santo), pero el fanatismo no tiene nada de divino y en cambio es algo "humano, demasiado humano", como decía Nietzsche a propósito de algo bien distinto.
----------El fanatismo es producido por las peores miserias del espíritu (la presunción, la ambición, la exaltación del grupo al que se pertenece, el particularismo, el exclusivismo, la envidia social), miserias que la conciencia de los individuos puede reconocer fácilmente pero que luego son "sublimadas", diría Freud, cuando el individuo se inclina psicológicamente hacia los otros y se forma el "espíritu de grupo", con el cual es fácil encontrar mil justificaciones pragmáticas para las cosas injustas que se piensan, se dicen y se hacen.
La teología es la crítica de toda ideología en el interior de la Iglesia
----------La crítica de la ideología ha nacido en el siglo XIX, con Karl Marx [1818-1883], y luego los marxistas, también en el siglo XX, por ejemplo, el francés Louis Althusser [1918-1990], han creído poder combatir y han creído vencer la ideología "burguesa" con la "ciencia", que para ellos sin embargo era sólo el marxismo. Proyecto fallido, porque en política (o en economía política) no existe ninguna posible ciencia, y el marxismo no es más que una ideología entre las otras, la ideología de la revolución.
----------Cuando, en cambio, se trata de la verdad revelada, la cual es el fundamento de la fe de la Iglesia, entonces la ciencia existe, y esa ciencia es la teología. Y vale tener presente que la teología es la crítica de toda ideología en el interior de la Iglesia. Es en efecto la teología la conciencia crítica de la fe católica, estando basada por estatuto sobre el supuesto de la distinción entre el dogma y la opinión, es decir, entre verdad común a todos los creyentes y una hipótesis de interpretación y/o aplicación pastoral.
----------Sólo el teólogo, vale decir, sólo quien examina la realidad de la Iglesia con un criterio teológico, es capaz de distinguir una opinión del dogma, y sólo a partir de esta distinción puede y debe criticar cualquier opinión, incluso legítima, que quiera hacerse pasar por verdad absoluta, identificándose así con el dogma. Una opinión teológica que ignore sus propios límites debe ser criticada, porque va en contra del estatuto epistemológico de la teología, absolutizándose a sí misma y excluyendo las otras opiniones, incluso aquellas que deberían ser consideradas (porque lo son) igualmente legítimas.
----------Un grave pecado contra la fe común es precisamente lo que tantas escuelas teológicas han hecho, en la historia de la Iglesia, absolutizando la propia posición y "excomulgando" a quienes sostienen otras opiniones, incluso cuando se trata de opiniones legítimas. El teólogo es capaz de discernir la legitimidad o la ilegimitidad de otras opiniones teológicas, según su conformidad al dogma de la Iglesia; pero nunca tiene derecho a absolutizar su propia opinión teológica rechazando las otras opiniones legítimas.
----------Ahora bien, ¿es posible aplicar, en la práctica, este criterio tan rigurosamente teológico? Ciertamente, y trato de aplicarlo en este blog. Trato de aplicarlo, precisamente, recabando para la buena teología la necesaria distinción entre dogma y opinión. Esta distinción es clásica, tanto es que ha inspirado a los padres de la Iglesia a formular este clarísimo y utilísimo programa de dialéctica eclesial: "In necessariis, unitas; in dubiis, libertas; in omnibus caritas!", frecuentemente atribuído a san Agustín de Hipona [354-430].
----------En lo necesario unidad, en la duda libertad y en todo caridad: es necesario atenerse a este criterio para actuar siempre como católicos, como católicos sin más ni más, sin rótulos ni etiquetas, como católicos sin anteojeras, como católicos no obtusos, sino open minded, es decir, verdaderamente abiertos con la mente y con el corazón a valorar cualquier contribución que parezca útil para la comprensión de la verdad revelada. Por eso estoy habituado a proponer todas las reflexiones de este blog sobre la fe y los asuntos humanos de la Iglesia como una opinión entre otras posibles, es decir, como una tesis que pretende ser verdaderamente respetuosa de las otras y también acogedora respecto a las otras.
----------De hecho, no debemos caer en el error de hacer de todas las hierbas un haz, etiquetando a un autor (o a uno u otro blog o sitio web) como "amigo" o "enemigo" solo por pertenecer a una determinada corriente teológica, a una línea periodística o a un determinado grupo eclesial, sin tamizar, caso por caso, si lo que dice en una determinada ocasión, es plausible. Si lo es, no dudo en citarlo o incluso publicarlo, advirtiendo a quien no lo pudiera entender por sí mismo que aprobar una individual tesis de un autor no significa nunca "desposarse" con todas sus opiniones y todas sus intenciones. Y aún menos significa sentirse solidarios o cómplices de todas las cosas que sus amigos o asociados han hecho o quieren hacer.
----------Se trata de "distinguer pour unir" como decía ese católico clarividente que fue Jacques Maritain [1882-1973] refiriéndose a otra cosa (cf. Jaques Maritain, Distinguir para unir. Los Grados del Saber, Club de Lectores, Buenos Aires, 1968): en este caso, se trata de distinguir el dogma de la opinión, para unir siempre en la fe común a todos los que equivocadamente son considerados (o se consideran a sí mismos) separados o marginados o excluidos por el hecho de adoptar diferentes puntos de vista teóricos o diferentes métodos pastorales legítimos, es decir, compatibles con la fe de la Iglesia.
----------El criterio que he expuesto es el mismo criterio que me ha llevado desde hace mucho tiempo, aún antes de iniciar este blog, a citar en mis clases y apuntes para alumnos a libros de autores de los cuales no comparto en absoluto la ideología, pero que también escriben cosas que me parecen dignas de ser tomadas en consideración sine ira et studio. Y esto porque, incluso en un contexto global de ideología, se pueden encontrar tesis de valor auténticamente teológico, en cuanto conformes con el dogma católico, y yo me inclino a valorar esas tesis, porque no estoy cegado por el fanatismo ni persigo fines ideológicos de ningún tipo.
La seriedad de los temas teológicos no admite las simplificaciones
y las generalizaciones que son instrumentales a la ideología
----------Tanto en los razonamientos de los tradicionalistas como en los razonamientos de los progresistas, yo veo, por un lado, demasiada acentuación o aproximación a la mera recopilación de hechos y datos sociológicos, históricos, estadísticos, y, por otro lado, ya en la interpretación de esos datos, veo demasiada agua (eventos eclesiales) traída a su propio molino (intereses humanos, individuales o de grupo).
----------Por mi parte, en este blog, me abstengo (al menos conscientemente) de hacer discursos ideológicos, a propósito de los eventos de la Iglesia, porque sobre la Iglesia debo hacer y quiero hacer solo discursos teológicos. Las críticas o el desprecio de aquellos que no comprenden las razones de la neutralidad de este blog en relación a la gran guerra entre facciones no me concierne y no me interesa. Tanto los progresistas como los tradicionalistas (ambos de todos los colores, tanto moderados como extremos) abordan temas (el dogma, la pastoral, la liturgia, el concilio ecuménico, el sínodo de los obispos, las conferencias episcopales, los teólogos, etc.) que ciertamente me interesan, pero no quiero abordarlos "con" ellos (como facción), al menos no "como" ellos (cuando hablan como exponentes de una facción).
----------Y eso porque tanto progresistas como tradicionalistas transmutan una serie de fragmentos de verdades (relevamientos históricos y sociológicos, por su propia naturaleza provisorios y parciales) en una visión global de los acontecimientos mundanos, incluidos los acontecimientos exteriores de la Iglesia católica. A fuerza de extrapolar los fenómenos observados a alguna teoría general (cosa que es epistemológicamente incorrecta, porque en ninguna ciencia está admitida la inducción ilegítima), a partir de ella han creado personajes y eventos imaginarios, que inducen a su audiencia al desaliento apocalíptico o a la esperanza mesiánica. Todos recuerdan las doloridas reflexiones de Benedicto XVI sobre el concilio de los mass media, un evento imaginario que ha hecho exultar durante medio siglo a los fans progresistas de la gran Reforma filo-luterana y ha hecho sumir en la desesperación a los fans tradicionalistas de la Tradición dura y pura.
----------Pero llamo sobre algo la atención: el único responsable de este blog (que desde hace casi dos años es quien esto firma) no desprecia ni condena a ninguno de estos "observadores romanos" que han querido tomar partido de una parte o de la otra, en la burbuja progresista o en la burbuja tradicionalista. A veces se trata de personas inteligentes, cultas y animadas de las mejores intenciones de servicio a la Iglesia. Pero yo no he podido nunca compartir (desde un punto de vista teológico) el juicio sumario que algunos autores han querido y todavía quieren formular sobre la vida de la Iglesia "como tal", pues consideran haber podido valorar adecuadamente el bien o el mal que determinados eventos producen en el Cuerpo místico de Cristo.
----------En las obras o producciones de estos autores (textos, libros, revistas, artículos, blogs, sitios de internet), no faltan análisis a veces profundos y valoraciones que, en gran medida, son compartibles, pero el caso es que noto siempre también la pretensión de una síntesis imposible y, por tanto, infundada. Me pregunto: ¿cuál es el referente real de sus discursos? Cuando hablan de "Iglesia" o de "catolicismo", ¿a qué cosa concretamente se refieren? Nosotros, los seres humanos (debemos admitirlo si tenemos nociones teológicas básicas) nada sabemos de los proyectos de Dios y de su intervención en el secreto de las conciencias de cada hombre. Ésta es una verdad elemental que todos los autores a los cuales me refiero en teoría admiten; pero entonces, ¿por qué imaginan que pueden ellos saber cómo va y hacia dónde va la Iglesia "como tal"?
----------Quienes se sienten cómodos solamente si permanecen dentro de sus burbujas ideológicas, ya se trate de la burbuja progresista o se trate de la burbuja tradicionalista (al modo de un misterioso género de agorafobia religiosa), se limitan de hecho a analizar y valorar algunas pocas cosas entre aquellas que exteriormente aparecen en la conducta de los hombres de Iglesia, y/o en los documentos doctrinales y disciplinares, en las costumbres de los fieles en los distintos ámbitos del mundo católico. Ellos saben bien que se refieren a unas pocas y míseras evidencias empíricas, pero luego se lanzan a prospectar eventos epocales y a profetizar, los unos (progresistas), y todavía hoy, otro "nuevo Pentecostés", o bien, los otros (tradicionalistas), a diagnosticar enfermedades mortales para la Iglesia, considerndo tener todos los datos necesarios para aplicar con certeza al tiempo presente las profecías del Apocalipsis sobre la "gran apostasía".
----------Tanto los progresistas como los tradicionalistas, los unos y los otros, son libres, por supuesto, de conjeturar en positivo o en negativo el presente y el futuro de la Iglesia, pero no ciertamente con la pretensión de que tales fantastiquerías sean certezas teológicas. El lenguaje que ellos utilizan es ciertamente teológico, pero el mensaje que transmiten es ideológico, no teológico. Es necesario tener siempre presente que un mensaje es teológico si se puede traducir en estos precisos términos epistémicos: es "algo que ha revelado Dios", o al menos se deduce lógicamente de aquello que ha revelado Dios. Hablar de las cosas de la Revelación "con temor y temblor" es propio del verdadero creyente y del verdadero teólogo.
----------En cambio, el ostentar seguridad sin fundamento científico ninguno, es lo que se hace en todas partes del mundo cuando se habla de política (porque el lenguaje de la política está siempre hecho de retórica sobre base sociológica) y es lo que se hace en ámbito teológico cuando la intentior profundior de quien trata los problemas de la Iglesia es intención ideológica más que teológica, tanto sea para profetizar un "nuevo Pentecostés" como la "gran apostasía". De ahí entonces, que le corresponda a la teología, por un deber de claridad frente a la opinión pública católica, tomar las debidas distancias tanto de la ideología conservadora-tradicionalista como de la ideología reformadora-progresista (sea una u otra del cuño que sea).
----------Los católicos que militan en una de estas dos facciones ideológicas, progresistas y tradicionalistas, razonan y escriben sobre temas eclesiales con un lenguaje de apariencia teológica, pero que tiene sentido sólo en análisis sociológicos al servicio de la dialéctica política, comenzando por los términos más usados, como "tradición" en oposición a "progreso, y "conservación" en oposición a "reforma", o "continuidad" en oposición a "ruptura". Como hemos visto en artículos anteriores, los Papas han tratado con benevolencia en décadas recientes a todos estos manipuladores y deformadores del lenguaje eclesial, y por eso se ha podido hablar (yo mismo también) de un sano progresismo o un sano tradicionalismo, en la convicción de que nunca los hombres se identifican con sus ideas, y en la esperanza de que la tolerancia les pudiera permitir distinguir verdad y error en sus posturas. Sin embargo, y lo hemos comprobado, los últimos Papas, tanto Benedicto XVI como Francisco, ya han hablado sin benevolentes calificativos, rechazando a ambos, tanto al progresismo como al tradicionalismo, incluso ambos Papas han afirmado que se trata de ideologías.
----------Mientras el mundillo progresista y el mundillo tradicionalistas razonan y escriben en términos sociológicos, en este blog en cambio, y lo repito: como entiendo deberíamos hacer todos los católicos que pretendiéramos decir algo válido sobre la Iglesia, tratamos de razonar y de escribir únicamente en términos teológicos. Y esto porque estamos convencidos de que, cuando se trata de las cuestiones de fondo referentes a la vida de la Iglesia, nadie puede hacer un discurso serio y constructivo (es decir, útil para el pueblo de Dios) sino recurriendo a las categorías y a los principios de la ciencia teológica.
----------Por consiguiente, estudiar los problemas actuales de la Iglesia con las categorías y con los principios de la ciencia teológica quiere decir ser humildes, y esto porque la teología obliga a respetar los límites de la comprensión humana de los misterios revelados, renunciando a las pretensiones del racionalismo; a sabiendas de que es el único modo de evitar discursos superficiales y frívolos. Y lo hacemos de este modo para responder en cambio a las exigencias del apostolado. Porque el apostolado es aquello a lo cual miramos siempre, primero con el ministerio sacerdotal y luego también con los escritos en este blog. Lo que debe mover y guiar a todo sacerdote de Cristo, es siempre y solo la propia responsabilidad pastoral, el deber de contribuir a la vida de fe de las personas con las cuales entramos en contacto directa o indirectamente.
En definitiva: ¿en qué consiste el enfoque teológico?
----------La primera tarea del trabajo teológico es indicar siempre, en cada ocasión y sobre cualquier tema, cuáles son los "articuli fidei", es decir, esas pocas y certísimas verdades que deben orientar el pensamiento y la práctica de todos los católicos, prescindiendo de las libres opiniones que se refieren a la interpretación científica y la aplicación pastoral (de por sí contingente) del dogma. Por eso decía que el criterio teológico es el único capaz de distinguir, en los discursos sobre las realidades eclesiales, el dogma de la opinión, evitando relativizar el dogma y absolutizar la opinión, como lo hacen las ideologías de cualquier tipo.
----------Por lo tanto, en este blog, tanto el autor como también (si me lo permiten) los habituales lectores que me siguen cotidianamente, no nos enrolamos con los tradicionalistas conservadores ni con los progresistas reformadores, porque teológicamente estas denominaciones no tienen sentido. No tendría sentido profesarnos "católicos tradicionalistas" o "católicos progresistas", porque ante Dios y ante el pueblo de Dios sólo importa profesar la fe católica y ser fieles a la doctrina de la Iglesia. Y la fidelidad a la disciplina de la Iglesia y a su doctrina admite muchos caminos diferentes, muchas modalidades expresivas y muchas declinaciones operativas. Nosotros somos y nos llamamos simplemente "católicos".
----------Decía ese santo sacerdote que he conocido providencialmente en mi juventud, a quien le debo tanto, y que ya he citado líneas arriba, que "el oro auténtico no admite adjetivos", y de hecho, si alguien va a una joyería a vender oro con algún adjetivo, eso mismo quiere decir que aquello que se quiere vender haciéndolo pasar por oro, es alguna otra cosa. Pues bien, frente a los problemas del dogma y de la pastoral, lo único que cuenta es individuar, profesar y defender la verdad de la fe católica, el oro, sin adjetivos, que es común a todos, y verdad sobre la cual no nos podemos constituir en divisiones, facciones o partidos.
----------Pero entonces, nos podemos preguntar: ¿no existe la libertad de pensamiento? ¿No se puede tener una opinión sobre las cosas que suceden en la Iglesia y que están en boca de todos? ¿No es legítimo expresar juicios de valor acerca de las actuales tendencias eclesiales, ya sean ellas de reforma del papado en sentido "sinodal" o de conservación de las estructuras tradicionales? ¿No se puede estar contra la reforma litúrgica del papa san Paulo VI y a favor del "vetus ordo" o viceversa? En suma, ¿no tienen los católicos el derecho de pensar y de calificarse como tradicionalistas o como progresistas?
----------La respuesta a tales preguntas se da por descontada: ciertamente se tiene todo el derecho de juzgar los hechos que ocurren y las ideas que circulan en la Iglesia (incluso con una tendencia de "sano progresismo" o de "sano tradicionalismo", como veníamos diciendo hasta el presente artículo, aunque no creo que ya lo sigamos haciendo), pero lo importante no es transformar el juicio sobre individuales hechos, verificables y juzgables con criterios cristianos, en un juicio global sobre personas, doctrinas e instituciones, haciendo de todas las hierbas un haz y faltando sistemáticamente a la caridad y a la justicia. Sobre todo, no se puede transformar una opinión (que por su naturaleza es hipotética y contingente) en un sistema de pensamiento apodíctico. No se puede extrapolar, a partir de observaciones empíricas de detalle, una ley científica general que sobrepase cualquier límite de verificabilidad y toda justificación epistémica.
----------En otras palabras (en términos rigurosamente lógicos) no se puede pasar de opiniones bien circunscriptas en la materia y en el tiempo a una ideología. La ideología es el arma preferida de la política, pero es la negación de la conciencia crítica que rige el trabajo de toda ciencia, incluso y sobre todo de la ciencia teológica. De modo que puede suceder que una opinión, circunscripta a un específico tema y por lo tanto perfectamente legítima, tanto que cualquiera que la examine desapasionadamente deba considerarla admisible y compartible, se convierte luego, si quien la defiende se pone necia y descriteriadamente a absolutizarla, en una ideología totalizante, que genera fanatismos. Dicho de paso: "fanático" es un adjetivo con el cual los teólogos de la antigüedad cristiana designaban a los paganos que celebraban sus cultos en los bosques sagrados; por ende: toda asociación del fanatismo con la superstición y la magia, no es casual.
----------El principio desde el cual debemos partir, en cuanto católicos, en el inicio de todo razonamiento referente a la Iglesia (para luego volver a empezar cada vez que las cosas se complican y falta la claridad) es este: es necesario mantener siempre aquello que por gracia de Dios nosotros los cristianos tenemos como criterio teológico absolutamente cierto, o sea, que "Dios quiere que todos los hombres sean salvados y lleguen al conocimiento de la verdad". Pero el conocimiento de la verdad revelada, fe que nos salva, no es nunca la fe "subjetiva" (luterana, modernista), una verdad que pueda ser arbitrariamente inventada por alguno: es siempre y solo la fe profesada por la Iglesia, es decir, el dogma.
----------En el dogma (el "Símbolo de los Apóstoles" o el "Símbolo Niceno-Constantinopolitano", o sea el "Credo" que recitamos los domingos en la Misa) todos nos reconocemos plenamente de acuerdo y estamos perfectamente unidos. Después, a partir del dogma, son posibles y de hecho históricamente se producen muchas "interpretaciones" teoréticas y "aplicaciones" prácticas. Tales interpretaciones y aplicaciones son siempre legítimas y también útiles para la vida de la Iglesia si se mantienen absolutamente fieles al dogma del cual parten, de lo contrario se trata de corrupción de la verdadera fe (heterodoxia) o de desviación del recto camino indicado por Cristo (cisma). La distinción conceptual entre dogma y opinión teológica, entre verdad indiscutible e hipótesis admisible, es ardua pero necesaria.
Es inútil e incluso dañoso el enfoque meramente sociológico sobre la vida de la Iglesia
----------Para aclarar quizás un poco más lo que distingue el enfoque teológico del enfoque ideológico sobre la vida de la Iglesia, hago notar ahora que las ideologías eclesiales de todo tipo (desde los extremos del tradicionalismo anti-conciliarista y del progresismo conciliarista reformador, hasta tantas posiciones que se presentan a sí mismas como "moderadas", o quizás como una "tercera vía") se basan deliberadamente sobre relevamientos sociológicos, o incluso sobre datos estadísticos. Y cuanto más son los argumentos de este tipo, tanto más se ofusca y desdibuja el criterio auténticamente eclesial.
----------Quisiera llamar la atención del lector que en alguna ocasión habla o escribe de problemas eclesiales, acerca de cuán inútil es (e incluso a veces cuán propiamente dañoso), el enfoque sociológico de la vida de la Iglesia, porque cualquier consideración que se base sobre datos (empíricos o científicos) de la sociología religiosa no llega a tocar ni siquiera superficialmente la realidad efectiva de la vida de la Iglesia.
----------La Iglesia, en efecto, es un misterio sobrenatural; por lo cual, de su vida real, es decir, de la gracia que santifica y salva a las almas individuales en la concreción de la historia humana, nosotros no podemos saber nada y debemos contentarnos con las verdades meta-históricas que Dios mismo nos ha revelado. No podemos saber con certeza, más allá de las apariencias siempre engañosas, quién pertenece efectivamente y quién no, en este momento, al Cuerpo místico de Cristo que es la Iglesia, así como tampoco podemos pretender saber cuáles son concretamente los planes de la Providencia que la gobierna realmente, "haciendo todo para el bien de aquellos que aman a Dios", como está escrito en la Carta a los Romanos.
----------De lo que realmente es un bien o un mal en la vida de la Iglesia, nosotros los creyentes solo tenemos algún indicio a través de la fe en la Revelación divina, y luego alguna verificación experimental en el examen de la propia conciencia (es decir, en la experiencia mística, incluso ordinaria, que permite al creyente relevar, a la luz de la fe, los efectos sensibles de la acción invisible de la gracia divina), así como en la experiencia pastoral (es decir, en los resultados visibles de la acción apostólica dirigida al incremento de la fe del prójimo).
----------El progreso o la involución de los cuales tanto hablan, en clave sociológica, tanto los progresistas como los tradicionalistas, son en el mejor de los casos hipótesis dignas de respeto (en el caso de que las intenciones de los autores de esas hipótesis sean realmente buenas) pero no son nunca para tomarse demasiado en serio, porque -lo repito- carecen de seriedad científica, sólo observan los fenómenos de masas, juzgan situaciones que no pueden evaluar en profundidad, en la concreción existencial de la vida cristiana, donde se combate la cotidiana batalla entre la gracia y el pecado.
----------También para los progresistas y los tradicionalistas, cerrados en sus esquemas ideológicos, vale la amonestación del Espíritu Santo por boca del Apóstol: "Hablan de lo que no saben". En este blog, en cambio, sabiendo muy bien que debemos hablar solamente de lo que conocemos (dice san Pablo: "Creo, y por esto hablo"), no nos hacemos los portavoces de esos tristes profetas que anuncian un cisma inminente, y menos de esos delirantes profetas que anuncian la venida del Reino a través de una nueva Iglesia "ecumenista". Nosotros nos dedicamos a recordar a todos que la sociología religiosa y la política eclesiástica proporcionan datos de escaso interés para la vida cristiana de los individuales fieles, a quienes debe ser anunciada, en cada época y en toda circunstancia socio-política la verdad del Evangelio sine glossa, como decía san Francisco de Asís. O mejor dicho, con todas las glosas necesarias para poder distinguir aquello que es esencial (el dogma) de aquello que es accidental (las opiniones teológicas).
----------La constante referencia de todo discurso propiamente teológico no son los movimientos de masas anónimas que pueden detectarse sociológicamente, sino que es la vida de fe de cada individual persona, directa o indirectamente alcanzable con el mensaje. Vale decir, la referencia de todo discurso propiamente teológico es esa persona que debe acoger en su corazón la verdad revelada, que es la única esperanza de salvación. Por ello, todo discurso propiamente teológico debe basarse siempre y únicamente sobre el dogma, sobre la doctrina cierta de la Iglesia que se expresa en enunciados formales (las fórmulas dogmáticas), que no dan lugar a dudas y no son susceptibles de interpretaciones contradictorias.
----------Gracias a Dios, por más que puedan ser o parecer desconcertantes los acontecimientos eclesiásticos de las últimas décadas hasta llegar a los sucesos eclesiásticos de estos días, todos nosotros los católicos continuamos teniendo como punto de referencia certísimo y actualísimo el dogma, elaborado por la tradición eclesiástica con una evolución homogénea que parte de los Apóstoles y llega hasta el último Concilio ecuménico; un dogma que todos pueden encontrar claramente expuesto y apropiadamente sintetizado en el Catecismo de la Iglesia Católica, que es uno de los méritos históricos del papa san Juan Pablo II.
----------A quien dice neciamente que ese Catecismo está "superado" (se alegren o se lamenten por ello) debo recordar que se trata de un documento del magisterio post-conciliar que no ha sido abrogado por ningún acto oficial del magisterio mismo, ni podrá serlo jamás. La Iglesia es de Cristo, recordaba Benedicto XVI en el momento de renunciar al ministerio petrino, y por eso ella es indefectible, es decir, nunca podrá sucumbir a las "puertas del infierno". Siempre será mater et magistra. Y yo estoy seguro de ello porque lo ha dicho Nuestro Señor Jesucristo, y no por habérselo escuchado a algún teólogo, por tradicionalista o progresista que sea.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Comentarios sin debido respeto hacia la Iglesia y las personas, serán eliminados. Se admiten hasta 200 comentarios por artículo.