martes, 9 de noviembre de 2021

Toda desventura es un castigo divino, pero "lo que parece un castigo, se revelará una gracia, una nueva demostración del amor de Dios por nosotros" dice el papa Francisco (2/3)

Al fin de cuentas, en su homilía del pasado jueves 4 de noviembre, el Santo Padre nos pone frente a la suprema paradoja de la fe cristiana: para el cristiano, la desgracia es gracia de Dios, porque en las desventuras que nos tocan vivir podemos unirnos a Cristo, que ha transformado el sufrimiento en medio de salvación, asumiendo, en lugar nuestro, en su cruz y su muerte, el castigo que nosotros nos merecíamos por nuestros pecados. El sufrimiento, que en sí mismo es castigo por el pecado, para el cristiano ya no lo es, es manifestación del amor de Dios que nos permite merecer, en Cristo, nuestra salvación.

La noción de castigo divino es una noción saludable,
que está en la base de la enseñanza de la Sagrada Escritura
   
"Considera tanto la bondad cuanto la severidad de Dios" (Rom 11,22)
   
----------La noción del castigo divino del pecado es una de las nociones fundamentales de la Sagrada Escritura, que se entrelaza con otras nociones basilares, que constituyen la estructura doctrinal de la Biblia. El concepto del castigo completa el concepto del pecado y se conecta con el del sufrimiento. Está relacionado con el concepto de la severidad, que es su principio regulador. El castigo induce también al arrepentimiento del pecado y por lo tanto a la penitencia, a la expiación del pecado mediante el sacrificio y al pedido a Dios del perdón, efecto de la misericordia de Dios. La obtención del perdón, a su vez, en conjunción con el ejercicio de las buenas obras, conduce a la salvación. De lo que vemos cómo el concepto del castigo es una piedra esencial del edificio de la concepción cristiana de la vida, quitada la cual, todo el edificio se derrumba.
----------Ahora bien, ¿qué entiende la Escritura por "castigo divino" (hebreo: musar, griego: paideia)?. La Sagrada Escritura indudablemente toma el concepto común de castigo y lo aplica a Dios, operación ciertamente no fácil, porque es necesario prestar atención a aquello que en el concepto humano de castigo debemos cambiar para adaptarlo a Dios. Lo veremos en el desarrollo de este artículo.
----------Para esta tarea podríamos consultar la entrada "Castigo" en cualquier buen diccionario bíblico, por ejemplo, en la Enciclopedia della Bibbia (Ed. LDC Torino-Leumann, 1969). Es interesante cómo en la cultura griega la idea del castigo no implica en absoluto la referencia a la aflicción o a la destrucción, como a veces se entiende, sino que tiene una función altamente positiva como medio educativo. Sin embargo, en el Evangelio está presente el concepto de castigo puramente aflictivo, que es el infierno, designado por el mismo Jesús con el término hebreo ghehenna (cf. Mt 5,22,29; 10,28), que era el depósito de los desechos fuera de los muros de Jerusalén. De ahí también la idea del fuego, con el cual precisamente se quemaban estos desechos. Pero la cuestión del castigo infernal plantea problemas especiales, que no abordaré aquí.
----------De cualquier modo, debemos tener presente que la Sagrada Escritura entiende por castigo divino una pena o aflicción física o espiritual del hombre, temporal o eterna, convencional o natural, querida por Dios como necesario efecto o consecuencia del pecado (cf. 2 Mac 7,32; Sal 107,17).
----------El castigo divino es algo que hace sufrir, pero para nuestro bien: "lo que parece un castigo, se revelará una gracia, una nueva demostración del amor de Dios por nosotros" dice el papa Francisco en su homilía de la semana pasada. Nosotros de Dios quisiéramos solo lo dulce. En cambio, también debemos tomar lo amargo, como nos enseña Job. A todos les complace sentir la dulzura de un Dios misericordioso. Pero si sentimos su ira pesar sobre nosotros, en lugar de desesperarnos como hizo Lutero, debemos insistir con confianza en Él y en nosotros mismos para proseguir en nuestros ejercicios ascéticos y en nuestro empeño y compromiso de conversión, y no asentarnos en el pecado con una falsa confianza en su misericordia, en la cual Él ciertamente es amplio, pero solo con aquellos que sinceramente quieren convertirse.
----------Algunos teólogos y biblistas han propuesto buscar otra palabra distinta a "castigo", porque, según dicen ellos, ésta sería la palabra que perturba. Pero en realidad no es ésta la cuestión. Lo que perturba es en realidad el concepto, que a menudo por otra parte viene deformado o distorsionado, de manera de convertirlo en odioso. Pero entonces ya no es el verdadero concepto bíblico. Por otro lado, este concepto que precisamente la Biblia designa con la palabra "castigo" es un concepto muy preciso, definido y original, tradicionalmente designado con ese nombre, por lo cual no aparece ningún motivo para buscar otras palabras. Las más cercanas podrían ser "reclamo" o "prueba"; pero tampoco éstas designan el castigo en su esencia, sino ya la utilización moral o ascética del castigo. Lo único que se puede hacer es explicar lo que la Biblia verdaderamente entiende con ese término, que es precisamente lo que estoy haciendo.
----------La pena o castigo del pecado es algo aflictivo, que hace sufrir o que acarrea dolor. Puede ser sufrimiento físico o sufrimiento interior. Puede surgir del interior del pecador o provenir del exterior. Proviniendo del exterior, puede ser un hecho doloroso o luctuoso o trágico, provocado por el hombre o por la naturaleza o también por el demonio. Un hecho o suceso de este tipo es la desventura, llamada también flagelo, calamidad o tragedia, si es grave, infortunio o incidente o inconveniente, si es leve, o bien en general, popularmente, "desgracia".
----------Ciertamente: Dios no quiere el pecado (mal de culpa, mal moral), que es causa del sufrimiento o castigo (mal de pena), sino que quiere los efectos del pecado, porque Él es justo y, por lo tanto, quiere lo que es justo. Ahora bien, es justo que el pecador sea punido, porque la punición reconduce forzadamente al pecador a ese orden que él arbitrariamente ha violado. Si el ladrón amplía excesivamente su libertad tomando lo que no es suyo, la justicia reparadora y compensatoria exige que su libertad le sea restringida en la medida en que él se haya excedido, lo obliga a restituir lo mal quitado y dispone que también le sea quitado esa parte que le pertenece. "Al que no tiene, se le quitará aun lo que tiene" (Mt 13,12).
----------Este es el caso de la pena externa o sanción penal. Aquí, mientras peregrinamos en esta tierra, puede suceder que por un defecto de la justicia humana el delincuente o criminal escape a la punición, a su merecido castigo. Pero, en cualquier caso, él no escapa nunca jamás a la justicia divina, que tarde o temprano se hace sentir con la desventura, ya sea en esta vida o en todo caso en el más allá.
----------Sin embargo, hay un castigo que surge necesariamente del interior del pecado (y éste es el castigo en el sentido más estricto de la palabra) y permanece en el interior del pecador, causando el remordimiento de la conciencia. Se trata de una inquietud o tormento interior, que Isaías expresa con las palabras "no hay paz para los impíos" (Is 57,21). El pecador puede, por el momento, escapar de la desventura externa o de la justicia humana. Pero el castigo interno no lo quita nadie, y es lo peor que puede existir, porque destruye el espíritu desde el interior: "no hay paz para los impíos".
----------Este castigo es tan estrechamente subsecuente al pecado, que no puede ser expiado sino con un sincero arrepentimiento. O bien puede haber un castigo externo, que también es inevitable, porque es un efecto necesario del acto de pecar, como la cirrosis hepática para quien se excede en el beber
----------La Biblia nos enseña a no temer sentirnos castigados por Dios"El pasaje a través de la prueba, si es vivido al calor de la fe, a pesar de su dureza y las lágrimas, hace que nosotros renazcamos y nos encontremos diferentes al pasado. La prueba del sufrimiento renueva", dice el Santo Padre. La prueba del sufrimiento es saludable precisamente porque cuando nos golpea la desgracia, encontramos en ella la corrección paterna de Dios. "Humíllense bajo la mano poderosa de Dios, para que él los eleve en el momento oportuno" (1 Pe 5,6). Pidámosle, arrepentidos, que Él quiera desistir de su ira (cf. Ex 32,12) y tenga piedad de nosotros.
----------Que Dios pueda querer la pena del pecado no contradice la bondad divina, porque la bondad no es verdadera bondad si no se expresa en la justicia. Por lo tanto, cuando Dios castiga, no contradice su bondad, sino que la realiza en la forma de la justicia, que implica el dar a cada uno lo que le corresponde según su mérito. Ahora bien, aunque el castigo haga sufrir, es bueno para el pecador ser castigado.
----------Por lo tanto, el castigo divino, según la Sagrada Escritura, es don y gracia de Dios, es un acto de la bondad divina: "una nueva demostración del amor de Dios por nosotros" ha dicho días atrás el Santo Padre. Por eso dice el Salmista: "Has hecho bien, Señor, en humillarme, para que aprenda a obedecerte" (Sal 119,71). Sin embargo, el Salmista invoca al Señor para mitigar el castigo: "Señor, no me reprendas en tu indignación, ni me castigues en tu ira" (Sal 38,2). De hecho, pide no ser castigado (Sal 6,2).
----------Ahora bien, el querer el sufrimiento del otro como tal y experimentar gusto en el hacerlo sufrir eso en realidad es crueldad, sobre todo si se trata de un inocente. Pero querer un moderado sufrimiento del otro por el bien del otro es acto de bondad y de amor. "Yo reprendo y castigo a todos los que amo" (Ap 3,19). El amor en ciertos casos no da sino que quita: "Deus dedit, Deus abstulit: sit nomen Domini benedictum" (Jb 1,21). Un papá quita de la mano de su hijo una pistola cargada, con la cual está jugando. Le hace llorar, pero sabe que es por su propio bien. Y cuando crezca, su hijo lo entenderá.
----------En la Biblia, el castigo es representado en la imagen de la ira divina"Tú estás airado porque hemos pecado" (Is 64,4). Sin embargo, ese Dios que manda la desgracia, es el mismo Dios que "se apiada de la desgracia" (Jl 2,13). Ésta es la piedra de tropiezo de los buenistas, los cuales no alcanzan a concebir un Dios que se comporte de este modo. Efectivamente, parecería que nos enfrentamos a una paradoja. Ese mismo Dios que manda la desgracia es el mismo que nos dice: "Invócame en el día de la desgracia" (Sal 50,15). El Salmista nos dice que el Señor libera de la desgracia al que se preocupa del débil (Sal 41,2).
----------Al tratar de aplica estas enseñanzas bíblicas a nuestra vida, el riesgo es el de no llegar a encontrar un punto medio, un punto de equilibrio entre el terror de los escrupulosos y la confianza audaz e indiscreta de los buenistas. La virtus in medio reside en el santo temor de Dios, varias veces elogiada y recomendada por la Biblia, como virtud del hombre piadoso y religioso, como inicio y cumbre de la sabiduría y don del Mesías y del Espíritu Santo (Is 11,2), fuente de celo, modestia, cautela, confianza y coraje.
----------Por consiguiente, para usar algunas imágenes, el castigo divino podría ser parangonado con la intervención quirúrgica, que es adoptada, cuando no basta el tratamiento farmacológico. O bien podría ser parangonado al dolor del parto necesario a la mujer para generar al hijo (Rm 8,22). En efecto, así se expresa la Escritura: "se ha irritado con nosotros para castigarnos y corregirnos" (2 Mac 7,33). "El Señor nos corrige con las desgracias" (2 Mac 6,16). Dice la Carta a los Hebreos: "¡Si vosotros tenéis que sufrir es para vuestra corrección!" (Heb 12,7). "Castigando su pecado, tú corriges al hombre" (Sal 39,12). "Dios, nos has puesto a prueba, nos purificaste como se purifica la plata" (Sal 66,10).
----------Por eso nos ha dicho el Papa con palabras claras, inequívocas: "Queridos hermanos y hermanas ¡qué importante es aprender el arte de esperar al Señor! Esperándolo dócil y confiadamente, ahuyentando fantasmas, fanatismos y clamores; preservando, especialmente en tiempos de prueba, un silencio cargado de esperanza. Así es como nos preparamos para la última y más grande prueba de la vida, la muerte. Pero primero están las pruebas del momento, está la cruz que tenemos ahora, y por la cual le pedimos al Señor la gracia de saber esperar allí, allí mismo, su salvación que viene".
----------El hombre sabio aprovecha las desgracias que se ha procurado con sus pecados para corregirse de ellos. El castigo terrenal, entonces, según las Escrituras, tiene como finalidad la corrección del pecado. En cambio, el castigo infernal es solo aflictivo, porque a estas alturas el condenado es incorregible.
----------El castigo divino es imaginado por la Escritura como una desgracia que, desde el exterior, se abate por obra divina sobre el pecador: "con una orden hace brillar el relámpago de su juicio" (Sir 43,13). El castigo divino está representado como una desgracia que "cae de improviso" (Lc 21,34). Numerosísimos son los pasajes de la Escritura donde se habla de la desgracia como efecto de la ira divina. Pero la ira divina no es más que una metáfora para expresar el odio que Dios tiene por el mal y su voluntad de hacer justicia.
----------La Sagrada Escritura nos enseña también que la desgracia causada por nuestro pecado puede afectar eventualmente a otras personas, como en el caso de Jonás, quien se da cuenta de que la tempestad en el mar es consecuencia de su personal desobediencia a Dios y por lo tanto ordena a los marineros que lo arrojen al mar, y ocurre entonces que la tormenta amaina.
----------Lo repito: en la Sagrada Escritura, la "ira divina" es una metáfora instrumental. De modo tal que la imagen bíblica de la ira del Padre ofendido, que se "aplaca" al ver el sacrificio del Hijo, debe naturalmente ser entendida e interpretada en su sentido metafórico. En efecto, sería ridículo tomarla a la letra como en las religiones paganas y como si se tratara del extinguirse o aplacarse de un movimiento pasional. Así también el acto sacrificial de Jesús que "da satisfacción al Padre" (satisfecit pro nobis) citado por el propio Concilio de Trento (Denz.1529) debe ser interpretado como un acto de amor a nuestro favor.
----------Estas imágenes densas y eficaces sobre todo para las mentes simples, como son las de la gran mayoría de nosotros, quieren simplemente significar no un cambio en Dios, sino un cambio en nosotros, que de privados de la gracia volvemos a estar en gracia.
   
Un Dios que humilla y levanta
   
"El Señor nos corrige por medio de la adversidad" (2 Mac 6,16)
   
----------Ciertamente que si existe en toda la humanidad un texto sagrado que elogie tanto la bondad divina, advierta con tanta pasión la amabilidad de Dios y experimente tanto su inefable piedad y su misericordia, este texto es precisamente la Sagrada Biblia. Sin embargo, nadie, como el hombre de la Biblia, se siente tan oprimido y aterrado por la ira divina, porque en ninguna parte el hombre advierte la gravedad del propio pecado como lo advierte el hombre de la Sagrada Escritura.
----------Sin embargo, el hombre de la Biblia hace la experimenta de la divina justicia en esto: "eres justo cuando hablas y recto en tu juicio" (Sal 50,6). Pero la justicia nace de la bondad. Y he aquí por lo tanto la paradoja del hombre bíblico (que los buenistas no comprenden): que el hombre de la Biblia advierte la bondad de Dios precisamente en el momento en que es castigado, en el momento de la desgracia, que es "una nueva demostración del amor de Dios por nosotros", ha dicho el Papa
----------El castigo divino no es nunca violento, inmotivado o abrumador, sino paterno y pedagógico: "Tú castigas poco a poco a los culpables" (Sab 12,2). Dios castiga las injusticias (Tb 13,5) y con justicia (Sb 12,21; Jer 30,11; 46,28). Esto no impide al hombre de la Biblia, a veces aterrado por la ira divina, suplicar a Dios que mitigue su ira. En cualquier caso, ciertamente no es siempre fácil soportar el castigo y la Escritura también nos autoriza a pedirle a Dios que lo aligere: "¡Señor, no me castigues en tu furor!" (Sal 6,2).
----------El Salmista llega a decir: "Tu ira ha pasado sobre mí, me consumieron tus terribles aflicciones. Me rodearon todo el día como una correntada, me envuelven todos a la vez" (Sal 88,17-18). "¡Verdaderamente es algo terrible caer en las manos del Dios viviente!" (Heb 10,31). Jesús mismo pidió al Padre que le alejara la ira divina: "¡Aleja de mí este cáliz!" (Mc 14,36). Pero luego, como ha hecho Jesús, para encontrar la paz, debemos volver a ponernos confiadamente a las manos del Padre.
----------Debemos invocar a Dios en el día de la angustia (2 Sam 22,7; Sal 32,6; 61,3; 81,8; 86,7; 102,3; 107,6; 120,1; 130,1; Os 5,15; Jn 2,3; Nm 1,7), pero luego, como Nuestro Señor Jesucristo, debemos inclinar la cabeza con confianza ante la voluntad de Dios: "Se llega a comprender así la belleza de confiarse en el Señor, que nunca falla a sus promesas", dice el Papa, "la confianza en Dios... proviene de la experiencia y madura en la paciencia, ...y para que esto suceda es necesaria una larga transformación interior que, a través del crisol del sufrimiento, lleve a saber esperar en silencio, es decir, con paciencia confiada, con alma apacible. Esta paciencia no es resignación, porque se alimenta de la espera del Señor, cuya venida es segura y no defrauda".
----------Vale tener presente que algunos Santos se regocijan con la llegada de la desgracia. Pero Dios no les pide tanto a todos. Su propio Hijo estuvo angustiado y triste, hasta sudar sangre. ¿Acaso queremos ser más virtuosos que Él? Sin embargo, Jesús mismo asegura que sus discípulos harán cosas mayores: se han dado casos de Santos que se han alegrado por la llegada de la desgracia más terrible: santa Teresita, al descubrir su primer esputo de sangre, exultó de alegría gritando que el Esposo estaba llegando. Se cuenta también que santa Lucía fue al martirio con una alegría mayor que la de una joven en sus nupcias.
----------Lutero parece haber sufrido terrores. Se cuenta que el día de su primera Misa, a la lectura del relato de un encuentro entre Jesús y un poseso, cayó al suelo gritando: "¡No soy yo! ¡No soy yo!". ¿Pero Lutero se puso verdaderamente en las manos de Dios o ha pretendido un Dios que lo dejara hacer y no lo molestara?
----------El Dios de la Sagrada Escritura es un Dios que, como decía Alessandro Manzoni, "atterra e suscita", humilla y levanta, construye y derriba, dialoga y combate, es manso y se enoja, condena y confirma, hace vivir y hace morir, da y quita, manda la prosperidad y manda la desgracia, premia y castiga, facilita y pone a prueba, hace sufrir y vuelve felices, asusta y alegra, bendice y maldice.
----------La experiencia que el hombre de la Biblia tiene de Dios es la de un Dios que envía la desgracia, pero luego libera de ella: "Dejaste que cabalgaran sobre nuestras cabezas, pasamos por el fuego y por el agua, ¡hasta que al fin nos diste un respiro!" (Sal 66,12), aunque hay muchos pasajes en los que se alaba a Dios como liberador de la angustia y de la desgracia (Gén 35,3; 1 Sam 10,19; 1 Re 1,29; Sal 4,2; 46,2; 54,9; Is 33,2). A primera vista, se podría tener la impresión de estar tomados en broma. Y somos tentados, como los buenistas, a rechazar un Dios de este tipo. Sin embargo, este es el verdadero Dios bíblico.
----------Por tanto, es necesario comprender para nuestra propia salvación por qué Dios se comporta de esta manera con nosotros. Santa Teresa del Niño Jesús lo había entendido, cuando se compara con el juguete que el Niño Jesús tiene en su manita, un juguetito que a veces puede usar, y a veces puede dejar de lado. Pero sigue siendo siempre el juguetito amado por Jesús.
----------Dios manda la desgracia para castigarnos, para purificarnos, para corregirnos, para hacernos pacientes, para probarnos, para que alimentemos la esperanza, para unirnos a Jesús crucificado, para hacernos víctimas de expiación, para mostrarnos su misericordia con el consuelo y el alivio, para glorificarnos con Cristo, para que aprendamos a amar como Cristo nos ha amado a nosotros.
----------En cambio, lamentablemente, los buenistas permanecen desconcertados e incrédulos frente a un Dios así. Los misericordistas no aceptan a este Dios, y hacen saltos mortales y acrobáticos (abogados de causas perdidas) para decir que ese no es el Dios de Jesucristo, no es el Dios bíblico, sino que es un dios pagano, es una invención griega o gnóstica y cosas de este tipo. Sin embargo, este es el Dios verdadero, ya percibido por la teología natural y confirmado por la fe.
----------En consecuencia, Dios aparece en la Escritura a la vez terrible y amable, fascinosum y tremendum, para usar las palabras de Rudolf Otto [1869-1937], no porque haya duplicidad o volubilidad en Él mismo, como el Dios de Ockham o el del Corán, ya que, por el contrario, Dios es coherentísimo con Sí mismo, sino porque somos nosotros los que tenemos un corazón doble: a veces para Él y a veces contra Él.
----------Aquella célebre obra de Rudolf Otto, Das Heilige, de 1917, traducida al español con el título Lo Santo: lo racional y lo irracional en la idea de Dios (traducción de Fernando Vela, Alianza Editorial, Madrid 1980), recibió para nuestra generación una lucidísima interpretación en el tratado de Introducción a la Teología y a las Ciencias de la Religión del inolvidable padre Vicente Ciliberto. Por cierto, Otto, siendo protestante, no alcanzaba a entender que no hay nada irracional en la conjunción en Dios de la temibilidad con la amabilidad, sino que ello depende de nuestra relación con Dios, en cuanto nosotros somos pecadores, a veces enamorados de Él, si estamos en gracia, a veces rebeldes, si no estamos en gracia.
----------De modo que, paradojalmente, para el cristiano, la desgracia es una gracia. Como dice el Papa: "lo que parece un castigo, se revelará una gracia, una nueva demostración del amor de Dios por nosotros". Quien crea que la desgracia no sea enviada por Dios, se ve obligado a pensar que ella viene sola o de la criatura, independientemente de la voluntad de Dios, como si Dios pecara al enviarnos la desgracia, y como si Él no presidiera con su divina Providencia en el regular y moderar con un buen fin los sufrimientos que ocurren en el mundo, cosa que evidentemente no se puede pensar. Por otra parte, no se comprende, tal como he mostrado, que se trata de un acto salvífico, de bondad y de justicia.
----------Por lo tanto, y para poner punto por hoy (para concluir en la nota de mañana), en el día de la desgracia debemos hacer una doble oración: una, para soportar la desgracia con paciencia y espíritu de penitencia, en descuento de nuestros pecados y para enmendarnos de ellos, y otra para pedir al Señor que nos libere de la desgracia. Los buenistas entienden solo esta segunda oración y no la primera. Sin embargo, la primera es más importante, porque en ella pedimos la salud del alma, mientras que en la segunda pedimos la salud del cuerpo. Pero que la primera oración es más importante se demuestra por el hecho de que el Señor ciertamente escucha y responde a la primera, pero no necesariamente a la segunda.

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