jueves, 30 de septiembre de 2021

El Papa: cuando es infalible y cuando no

Todos los cismáticos y herejes de ayer y de hoy han terminado y terminan siempre por negar la autoridad magisterial de aquel que siendo en sí mismo sólo Simón, sólo un hombre, ha sido constituido Pedro, por voluntad de Nuestro Señor Jesucristo, es decir, su Vicario en la tierra. Herejes de ayer y herejes de hoy, cismáticos de ayer y cismáticos de hoy, chocan inevitablemente contra un dogma que, sin embargo, debe ser comprendido en sus exactos límites. ¿Cuáles son las precisas fronteras de la infalibilidad pontificia?...

----------Sobre la importancia y el sentido que se debe dar a las intervenciones, a las enseñanzas, a las afirmaciones y declaraciones del papa Francisco, desde el inicio de su pontificado, hace más de ocho años, y se siguen dando hoy, notables disensos tanto en campo católico como entre los mismos no católicos. Las intervenciones del Papa, como se sabe, son frecuentísimas y muy diversificadas en la forma y en el contenido, dirigidas al público y a los individuos y grupos particulares más diversos, católicos y no-católicos, haciendo uso de los más diversos medios de comunicación, frutos de las modernas tecnologías, intervenciones inusuales e insólitas en comparación con los usos y costumbres de los Papas precedentes.
----------Muchos entusiastas del papa Francisco, toman todo lo que dice con fanatismo o falsa y fingida adhesión, sin examen o escrutinio crítico, solo para hacer lo que a ellos les gusta, manipulando o instrumentalizando cuanto él dice ad usum delphini, sobre todo si contenta y satisface sus deseos y sus ambiciones. Otros, apegados al estilo de los Papas precedentes, lo siguen o, se podría decir, le siguen la pista, todos los días, paso a paso, con ojo vigilante y apuntando el fusil, en muchos casos sospechando que se trata de un Papa ilegítimo o quizás inválido, para atraparlo en fallo o error contra la fe a la primera de cambio con alguna palabra insólita, creyendo ver en ella con aguda interpretación oscuros complots masónicos o secretas herejías luteranas, que en cualquier caso son ideas que se ven afectadas por ese Concilio cripto-herético tal como dicen ellos que ha sido el Concilio Vaticano II. Ellos ignoran que, como mencionaré más adelante, el Papa no enseña la verdad de fe, es decir, como se dice, no es "infalible", sólo cuando proclama o define solemnemente un nuevo dogma, ya sea por sí mismo o por medio de un Concilio, sino que es infalible, aún cuando sea en grados inferiores y menos autorizados, todas las veces que él nos instruye como maestro de la fe.
----------La condición esencial para el valor autoritativo de estos niveles inferiores de su magisterio, es que el Romano Pontífice enseñe la Palabra de Dios, la doctrina y el misterio de Cristo y de la Iglesia, el dato revelado (Escritura y Tradición), los sacramentos, las virtudes cristianas, el camino del Evangelio y de la salvación, las verdades o los dogmas de la fe, los artículos del Credo, no importando que se exprese cómo se quiera expresar. Y no importan tampoco las circunstancias, las modalidades y los medios de estas comunicaciones, desde una encíclica, a una carta pastoral, a un motu proprio, a una audiencia general, a una homilía de la Misa, a un discurso, a una entrevista periodística o a una llamada telefónica. Lo importante es que se trate de esas materias, directamente o indirectamente, explícitamente o implícitamente.
----------Un problema delicado, y es el tema de este artículo, está dado por las condiciones por las cuales el Papa puede entrar en el sector doctrinal sin ser infalible. Es entonces el caso en el cual el Santo Padre se expresa como doctor privado particular o como simple teólogo. Aquí él no puede valerse del carisma de Pedro, sino que lo que dice depende solo de su sabiduría humana, aunque fundada en la fe. En este campo él puede formular opiniones o alcanzar certezas científicas, pero también puede cometer errores, por supuesto, teológicamente, pero no en la fe, porque está protegido por el carisma de Pedro.
----------En el pasado, los Papas no nos han dejado documentos que no fueran expresión del carisma de Pedro. Si antes de subir al solio pontificio con el nombre de Pío II, Eneas Silvio Piccolomini [1405-1464], como otros Papas, habían publicado sus escritos, una vez elegidos Papas su enseñanza no fue generalmente sino expresión de su oficio de Sucesores de Pedro y maestros de la fe. Ellos quisieron cancelar el aspecto humano de su pensamiento y no ser más que intermediarios de la enseñanza del Evangelio.
----------Esta decisión de encerrar y limitar toda la propia actividad de pensamiento y de enseñanza en los estrictos límites de la oficialidad de su oficio petrino estaba probablemente motivada en los Papas del pasado por el justificado temor de que la manifestación de sus ideas personales pudiera ser confundida como enseñanza pontificia, cosa que en verdad puede efectivamente ocurrir en aquellos creyentes no suficientemente instruidos o preparados para distinguir lo que es pensamiento teológico y lo que es enseñanza de fe. Precisamente es lo que ocurre hoy con muchos fieles ante las intervenciones del papa Francisco.
----------De modo diverso a los anteriores Papas de la historia, en el siglo pasado, y precisamente con el papa san Juan Pablo II, comenzó en cambio la costumbre de que el Romano Pontífice no se limitara a su oficio pontificio, sino que también produjera obras literarias o teológicas desde un punto de vista meramente humano y personal. Desde este punto de vista, por citar un ejemplo, es notable la trilogía cristológica de Benedicto XVI, acerca de la cual él mismo invitó a los estudiosos a discutir con él. Signo evidente de que Benedicto, con esos escritos, no pretendía presentarse como doctor universal e infalible de la fe, sino simplemente y también modestamente, como teólogo entre los teólogos, aunque él sea un muy gran teólogo.
----------Creo que este cambio en la actividad intelectual de los Papas ha sido motivado por el hecho de que hoy la formación cultural de los fieles católicos, aunque en muchos aspectos siga siendo una formación careciente y necesitada de instrucción, habilita más que en el pasado para que el común de los fieles pueda distinguir la diferencia entre el Papa como Papa y el Papa como doctor privado. Pero ello no quita que el Papa actual, con la variedad y el aspecto insólito de sus numerosas y frecuentes intervenciones, ponga seriamente a prueba a quienes quisieran distinguir en él a Simón (es decir, a Jorge Mario Bergoglio), que manifiesta sus propias y personales ideas a veces discutibles, de Pedro, maestro infalible de la fe.
----------Por consiguiente, hoy parece más que nunca urgente el problema de cómo podemos distinguir en modo cierto, adecuado y claro la enseñanza de un Papa como Papa, respecto de un discurso suyo o escrito teológico o literario ocasional, improvisado o extemporáneo. La distinción es muy importante, pues es evidente que mientras la palabra de Pedro es vinculante y siempre verdadera, cuanto en cambio piensa o dice Simón, o sea el hombre Bergoglio, aunque siempre digno de respeto, no está dicho que sea siempre indiscutible, unívoco y necesario para salvación. Al respecto, podemos responder ante todo que el mismo papa Francisco suele tener cuidado de hacernos entender esto manifestando sus intenciones y según las circunstancias.
----------Dado que su oficio ordinario es el oficio petrino, ordinariamente debemos pensar que cuanto el Papa expresa sea manifestación de tal oficio, sobre todo si se trata de aquellas materias de fe a las cuales he mencionado anteriormente. Pero el nivel de autoridad de su enseñanza lo podemos deducir también de sus propios contenidos y del modo de expresarlos. De hecho, existen doctrinas notoriamente teológicas y no magisteriales, doctrinas que, si las encontramos en la boca o en los escritos del Papa, será evidente que expresan su pensamiento simplemente como doctor privado.
----------Pongamos por ejemplo que el Papa le diese a la Virgen María el título de "corredentora", o que sostuviera con san Agustín que los condenados en el infierno son más numerosos que los bienaventurados del cielo, o que la Sábana Santa es verdaderamente la impresión del cuerpo de Cristo, o que la Virgen se aparece hoy realmente en Medjugorje, o que Judas está en el infierno, o que en la resurrección existirán los animales, o que los ángeles han sido sometidos por Dios al principio del mundo a una prueba de fidelidad, o que el paso de los judíos por el Mar Rojo haya sido simplemente un fenómeno milagroso de marea favorable, o que Adán y Eva expulsados ​​del paraíso terrenal tuvieran un aspecto simiesco, o que también los embriones son bautizados por Cristo, o que haya habido cosas que Cristo no sabía, o que el Anticristo es un persona individual, o que los dos "testigos" de los que habla el Apocalipsis son los santos Pedro y Pablo, y cosas por el estilo. Todas estas hipótesis teológicas son indudablemente compatibles con los datos de la fe. Se trata ciertamente de doctrinas respetables y probables, pero que, sin embargo, no corresponden en sí mismas a las verdaderas y propias verdades de fe, en cuanto no es posible encontrarlas directamente ni en la Escritura ni en la Tradición. Las fuentes de la Revelación podrían respaldarlas pero también no respaldarlas. Por el momento no es posible saberlo con certeza y por eso el Magisterio pontificio como tal no se pronuncia.
----------Estas doctrinas (las hipótesis teológicas que he mencionado como ejemplo), sin embargo, gracias a una ulterior profundización teológica, podrían algún día adquirir un tal grado de probabilidad, como para convertirse en certeza. Por ello, es del todo lícito sostenerlas con la debida modestia, y es igualmente lícito disentir de ellas con la debida prudencia, a la espera de una eventual aclaración. En tal caso, el debate y la confrontación entre las opuestas opiniones, llevado a cabo en el respeto recíproco y con métodos científicos, ayudaría a descubrir la verdad, la cual, sin embargo, acaso nunca se descubrirá hasta la parusía.
----------En efecto, puede suceder que una determinada tesis teológica bien demostrada sea de tal manera tan bien recibida por la Iglesia, por el Papa o por un Concilio ecuménico, como para que sea elevada al grado de dogma de fe definido, como ha sucedido con la tesis tomista del alma única forma corporis en el Concilio de Vienne [1311-1312] o de la inmortalidad del alma en el V Concilio Lateranense [1512-1517].
----------Nada ni nadie, por lo tanto, impide que el Romano Pontífice, como doctor privado, se involucre en esta búsqueda e investigación teológica y participe en la discusión con los otros teólogos en un pie de igualdad y bajo su propio riesgo y peligro, expresando libremente su propio modo de ver las cosas y dejándose contestar y rebatir en el caso que sus argumentos se revelaran incorrectos o discutibles.
----------También puede suceder, por otra parte, que la opinión del Romano Pontífice, en esa discusión teológica, se vuelva particularmente autorizada y persuasiva entre los mismos teólogos. Sin embargo: sigue siendo opinión; por lo tanto, aunque expresada por el Papa, esa opinión no puede de ninguna manera elevarse al nivel de enseñanza pontificia oficial e infalible, se trate de dogma definido o no definido.
----------Llegados a este punto de nuestra reflexión, cabe señalar que a lo largo de la historia los fieles siempre han estado sometidos a un doble riesgo frente a las intervenciones o expresiones del Romano Pontífice. O el riesgo de subestimarlas y, por consiguiente, de disminuir o restringir su autoridad, bajo diversos pretextos. O por el contrario, el riesgo de ese fanatismo y de esa sujeción supina, indiscreta, poco iluminada e incluso interesada, que toma como indiscutibles también las opiniones o posiciones del Papa como doctor privado.
----------Entre los mencionados primero, en tiempos recientes, están aquellos que, como ocurre actualmente con los tradicionalistas cismáticos, restringen las notas de la infalibilidad del magisterio pontificio a las especialísimas y rarísimas condiciones establecidas por el Concilio Vaticano I, para sentirse ellos autorizados a negar la infalibilidad del Romano Pontífice y, por tanto, al menos para sospechar de falsas o de falsificables las doctrinas del Concilio Vaticano II, que según ellos serían sólo emseñanzas "pastorales", así como todas las enseñanzas e intervenciones de los Papas del postconcilio en cualquier nivel o en cualquier forma, claramente no marcadas o signadas por aquellas características delimitadas por el Concilio Vaticano I.
----------Los tradicionalistas cismáticos creen en la inmutabilidad del dogma; pero en cuanto a la infalibilidad del Papa y del Concilio Vaticano II, rechazan la Instrucción de la Congregación para la Doctrina de la Fe, agregada a la Carta apostólica Ad tuendam fidem del papa san Juan Pablo II, de 1998, en la cual se enseña, precisando la doctrina del Vaticano I, que el Magisterio de la Iglesia (Papa o Concilio), por debajo de la infalibilidad excepcional y solemnemente definida, se expresa según otros dos grados inferiores de autoridad, acerca de los cuales el católico tiene la certeza de que la Iglesia dice la verdad auténticamente, definitivamente, irreformablemente e inmutablemente. Ahora bien, el nivel de autoridad de las doctrinas conciliares y de la enseñanza de los Papas subsecuentes hasta el actual, pertenece a uno de estos dos niveles.
----------Los modernistas, en cambio, y es un caso también de nuestro tiempo, infectados por gnoseologías relativistas, subjetivistas o evolucionistas, en realidad no creen en la infalibilidad del Papa, por lo cual, si les parece que el Papa se pone en contraste o en ruptura con doctrinas precedentemente definidas o tradicionales, y consideran que eso "nuevo", tal como ellos lo entienden, es de su agrado, no tienen escrúpulos en exaltar a un papa Francisco, que finalmente se ha actualizado, un Papa "revolucionario", dicen ellos, que finalmente ha abrazado la "modernidad", un Papa que sabe "dialogar" con todos.
----------A partir de los hechos indicados, comprendemos lo fácil que es hoy para los fieles y es posible que también lo sea para un teólogo imprudente, ya se trate de un teólogo tradicionalista o de un teólogo progresista, juzgar no en base a criterios objetivos, sino a sus propios gustos, por lo cual se niega la infalibilidad o la verdad a las doctrinas pontificias que no agradan, aunque sean absolutamente verdaderas; y por el contrario se consideran indiscutibles o "avanzadas" o incluso "revolucionarias" ideas del Papa, malentendidas y mal digeridas, que el Papa ha expresado tal vez en passant, improvisadamente, y sin la intención de enseñar verdades de fe o sólo para expresar una opinión o una personal impresión.
----------Los modernistas, en realidad, imbuidos como están de historicismo y relativismo, no creen en la infalibilidad pontificia, porque no creen en la inmutabilidad de la verdad. Pero esto no les impide absolutizar como si fueran dogmas ciertas afirmaciones del Papa puramente contingentes y ocasionales, interpretadas por otra parte como si el Papa diera espacio a las ideas modernistas.
----------En efecto, el historicista, como por ejemplo el historicista hegeliano, que es el que más abunda hoy día, cree a su manera en lo absoluto, salvo que para él lo absoluto no trasciende la historia en una inmutabilidad metafísica, sino que no es otra cosa que la absolutización del evento histórico presente que le interesa. Así, por ejemplo, para la Escuela de Bologna, las doctrinas del Concilio Vaticano II no hacen referencia a nada inmutable y supra-histórico, sino que representan el evento epocal, revolucionario, escatológico y profético del tiempo presente. En tal sentido, para el historicista, el Absoluto mismo deviene con el devenir histórico. Nada queda, nada permanece, sino que todo evoluciona en la historia, como historia y como Absoluto en la historia. No hay historia sin Absoluto, pero tampoco Absoluto sin historia.
----------Los modernistas no tienen ningún respeto por el Papa como maestro de la fe, por lo cual tienden a resolver todas sus enseñanzas en simples opiniones teológicas, que ellos por lo tanto se permiten a veces aceptar, a veces cuestionar, como a ellos les plazca, como si las enseñanzas de fe del Papa fueran las opiniones de cualquier otro teólogo. Y esto se debe a que, como ya hacía notar agudamente san Pío X en Pascendi dominici gregis, ellos son "fenomenistas", que sustituyen el ser por el aparecer, lo que es por lo que aparece. Para ellos, por lo tanto, no se dan certezas objetivas, universales e inmutables, sino que todo es opinable, mutable o dependiente de los tiempos, de los lugares y de los puntos de vista.
----------Los modernistas fingen ser discípulos y admiradores del Papa por alguna frase o gesto suyo que parecería salirles al encuentro. Y, lamentablemente, el papa Francisco no ha dado pruebas en estos ocho años de hacer mucho para disipar esta interpretación y tomar distancia de estos falsos amigos. Pero el equívoco no ha podido ni puede durar indefinidamente. Pronto, en este pontificado o en uno próximo, el Romano Pontífice, cansado de las instrumentalizaciones modernistas cada vez más indiscretas, hablará con voz franca y clara. Sin embargo, es de temer que al llegarse a este punto la falsa admiración de los modernistas se convierta en odio. Por lo demás, este cambio radical, nada difícil de prever, estará en consonancia con sus propios camaleónicos principios morales. Y soy de la idea de que en tal momento el Papa podría correr peligro para su misma vida. Así, al parecer, lograron hacer morir de dolor al papa Juan Pablo I.
----------Si se trata en cambio de otros temas, de carácter práctico o moral, comenzando por los actos más importantes del gobierno papal, y siguiendo por las directivas litúrgicas, o por las disposiciones pastorales, o jurídicas, o administrativas o disciplinarias, aquí el Papa es falible y puede, en efecto, faltar a la virtud, a la valentía, a la caridad y a la prudencia. Pero es siempre un deber, si se lo considera útil o necesario, hacer una crítica educada, modesta y respetuosa, como de hijos hacia el padre.
----------Observemos además, que, como se desprende también de doctos estudios de gran número de teólogos competentes, la teología es una ciencia que, como tal, va acompañada de la opinión. Por eso, el Papa como doctor privado, puede llegar a conclusiones teológicas científicas, es decir, acertadas y demostradas, así como puede limitarse al campo de lo opinable, de lo probable, de lo hipotético, de lo incierto.
----------Recordemos que la ciencia nos brinda la evidencia mediata, reconducible a principios primeros de razón, de sentido común o de fe; nos muestra irrefutablemente aquello que es verdad. La opinión, en cambio, sin poderse referir a esos principios, sino basada sólo sobre la apariencia (δόξα, doxa), avanza argumentos probables o, como dice Aristóteles, "dialécticos", es decir, que es necesario verificar con ulteriores estudios e investigaciones. En efecto, esos argumentos de la opinión solo tienen la apariencia de lo verdadero y por lo tanto la opinión llega a conclusiones no ciertas, sino solo probables.
----------La ciencia es la aparición o la manifestación (ϕαινόμενον fainòmenon) mediata de la verdad. La opinión (δόξα) en cambio nos da lo que parece verdadero (videtur). Claro que tras una mayor indagación sobre lo que primero es mera opinión, se puede descubrir o bien que es verdadero o bien que es falso. La opinión se detiene en la apariencia. Sólo la ciencia nos hace distinguir con certeza lo verdadero de lo falso.
----------Por otra parte, y esto es también importante, la ciencia es una, porque una cosa es o no es; no pueden coexistir dos ciencias contrapuestas acerca de la misma cosa. Las opiniones, en cambio, son muchas y pueden legítimamente coexistir y oponerse entre sí, porque de dos opiniones opuestas se supone que no se sabe cuál es la verdadera, sino que ambas tienen la apariencia de la verdad.
----------De los principios de fe es posible recabar en teología la opinión o la ciencia: la opinión, si el teólogo no alcanza a hacer una deducción rigurosa; la conclusión científica, en cambio, si alcanza a hacer tal deducción. Un Papa puede ser teólogo en uno como en otro sentido. La infalibilidad de su carisma de maestro de la fe no le ayuda para nada en estas indagaciones y en estas conclusiones, que son remitidas en cambio totalmente a su sabiduría humana, a su preparación científica y al rigor lógico de su método.
----------Todos sabemos que el papa Francisco no es un teólogo académico, como lo ha sido Benedicto XVI, que nos ha dejado como teólogo privado preciosos libros de cristología, a los cuales ya he mencionado líneas arriba. El papa Francisco, en cambio, es un teólogo kerigmático, un incansable predicador de ese Dios Encarnado, Jesucristo y de su Espíritu, que alimenta su vida intelectual, su corazón, su pasión de apóstol y de pastor, siempre esforzándose por la salvación de todos los hombres.
----------También respecto a las intervenciones docentes del papa Francisco, como para los Papas precedentes, es necesario que nosotros sepamos discernir el momento de su enfoque personal a Cristo, su sensibilidad teológica, su devoción privada, su punto de vista humano particular (que podremos también aceptar o no aceptar, podremos discutir o profundizar libremente, a nuestra elección) del maestro de la fe, del pastor y doctor universal de la Iglesia, del Vicario de Cristo, el Sucesor de Pedro, el Testigo de la Palabra de Dios, de la Escritura y de la Tradición, quien infaliblemente asistido por el Espíritu Santo, predica oficialmente y públicamente por mandato de Cristo llamando a todos los hombres a la salvación.

13 comentarios:

  1. Sergio Villaflores, Valencia30 de septiembre de 2021, 8:58

    Agradezco al padre Filemón por el artículo. Coincido plenamente con el hecho de que querer introducir distinciones sofísticas entre los grados del Magisterio en materia de verdad es un error lefebvriano: en el momento en el cual uno está llamado a la firme adhesión del intelecto y de la voluntad a una declaración del Magisterio en tema de fe o moral, so pena de pecado, no se puede creer que esta fórmula sea errónea: a lo sumo, un fiel puede admitir que no se la llega a entender.
    Lo que sí me ha sorprendido es su alusión a las entrevistas: de fuentes que considero confiables había entendido que solo a partir de las encíclicas hacia arriba ciertamente existe esta ausencia de error. De hecho, creo recordar que no ha faltado algún "libro-entrevista" en el que, además, falsificando el sentido de las palabras del actual papa emérito, se quería hacer creer que se había autorizado el uso del preservativo en determinadas circunstancias.

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    1. Estimado Sergio,
      del primer párrafo de tu comentario veo que has comprendido bien que el fiel católico (sacerdote o laico) debe recibir la palabra del Papa, cuando habla como indefectible Maestro de la fe, con esa pronta y obediente disposición de la voluntad, que le es facilitada al creyente precisamente por tener fe en aquella promesa de Cristo a Pedro y a sus sucesores: "confirma a tus hermanos". El Papa no se engaña en el creer las verdades de fe, ni puede engañarnos el Papa al enseñarlas.
      De tu segundo párrafo, advierto que te descaminas al considerar de modo tan taxativo que el oficio de Maestro de la fe, su oficio petrino magisterial, lo ejerciera el Papa sólo cuando firma encíclicas o cartas apostólicas u otros documentos de semejante nivel. Que el Papa pretenda actuar como Maestro de la Fe puedes discernirlo fácilmente no solo porque lo hace en esa clase de documentos, sino que puede hacerlo incluso en una entrevista periodística o en un simple twit, y lo descubrirá por el tema que trata y por el modo en que se expresa.
      Cuando surge la dificultad, en caso de ambigüedad expresiva, deberás esforzarse por interpretarlo en el sentido armónico con la Palabra de Dios o divina Revelación, en la que crees y te has instruído, al menos por el Credo y el Catecismo de la Iglesia.

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  2. Estimado fr Filemón,
    pienso exactamente como usted. Y de hecho, mucho me temo que esta vez el llamado "entorno" de falsos amigos del Papa Francisco pueda hacer de las suyas cuando las cosas se den vuelta. Por experiencia personal debo admitir que cuando los "modernistas" están decepcionados de sus expectativas de una iglesia nueva, democrática, libre, pero para nada católica, se vuelven sistemáticamente agresivos e incontrolables.

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    1. Estimado Mauro,
      son plausibles esas previsiones. Los modernistas más extremos son buenistas, incapaces de distinguir las acciones buenas de las acciones malas, pues han perdido la noción de pecado (mal de culpa). Son misericordistas porque han perdido de vista que la mayor misericordia es la que libera del pecado: negando, como lo niegan, al pecado, no alcanzan a saber qué es la verdadera misericordia. No la conocen. Por lo tanto, cuando los modernistas/buenistas/misericordistas cuentan con poder, son muy capaces de los mayores y más extremos atropellos.

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  3. ¿La "vuelta" de los modernistas en contra de Bergoglio?
    Tenga en cuenta, estimado Mauro, que Bergoglio es el "líder de los modernistas"; él es también masón, de modo que... no me puedo imaginar cómo los modernistas podrían volverse contra él!

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    1. Querido anónimo,
      soy una persona abierta también y sobre todo a las críticas, pero todo da a suponer que buscas la riña polémica a través de gritos como los de un barrabrava en el estadio; y todo eso no sirve para nada, mucho menos para la salvación de la Iglesia, que en todo caso será salvada por Cristo, porque a Él le pertenece esta mística Esposa.
      Para ser del todo franco, debo decirte que a veces tus comentarios me alegran porque con tus burlas y bromas lapidarias logras arrancarme una sonrisa, como en este tu último mensaje. En efecto, afirmar de forma tan decisiva y segura que el Papa "es el líder de los modernistas" o que "también es masón" suena grotesco, de la misma forma que suena grotesco decir que Marcello Tinelli suele ir a predicar los ejercicios espirituales en los monasterios de clausura de las Carmelitas Descalzas en toda sudamérica.

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  4. Infalible significa: absolutamente verdadero.

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    1. Estimado anónimo,
      la infalibilidad en el caso del Papa, debe explicarse de un modo más detallado, preciso y claro, a diferencia del modo como te expresas. Lo mismo sobre un tema tan delicado como el de la verdad absoluta.
      Sobre ambos temas, la infalibilidad pontificia, y la gnoseología realista referida a la verdad absoluta, he escrito varias notas, que podrás encontrar fácilmente recurriendo al motor de búsqueda en este mismo blog.

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  5. Estimado padre Filemón,
    La distinción entre el magisterio del Romano Pontífice y su enseñanza en cuanto doctor privado es correcta, pero no creo que nadie la haya rebatido jamás.
    Sin embargo, me parece singular y curiosa la tesis del infalibilismo total del Romano Pontífice, una tesis que -personalmente- sólo la veo sustentada por usted. Sería mucho más prudente proponerla como "sententia communis"; pero considero que es inaceptable proponerla como "dogma de fe definido".
    Esta tesis, de hecho, parece reducir las condiciones de la infalibilidad fijadas por el Vaticano I a una sola: la "materia de fide et moribus". Consecuentemente, todo el magisterio del Concilio Vaticano I queda anulado: ¿qué sentido tiene, de hecho, establecer ciertas condiciones para la infalibilidad si, por el contrario, tal infalibilidad se extiende a todo el magisterio del Papa?
    Por otra parte, me parece que esta tesis confunde el concepto de "carisma" con el de "habitus", es decir, un accidente transitorio con un accidente permanente.
    Finalmente, ¿qué sentido tendría distinguir distintos grados de adhesión al magisterio (de fide credenda, de fide tenenda, religiosum obsequium) si todas las palabras del Magisterio del Papa fueran igualmente infalibles? ¿Qué pasa entonces con la distinción entre magisterio infalible y magisterio auténtico?

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    1. Estimado M.Argerami,
      yo hablo de infalibilidad del Romano Pontífice cuando enseña o expone las verdades de fe. En tal sentido, cualquier creyente que testimonia su fe, es infalible. También cuando en la Misa dominical proclamamos el Credo, somos infalibles.
      "Infalible" simplemente significa "siempre verdadero", "no falible", "no falsificable": ¿se puede, entonces, pensar que el Magisterio pontificio, o Magisterio de la Iglesia, a cualquier nivel de autoridad (de los que señala Ad tuendam fidem) nos enseñe lo falso o acaso falso?
      Por lo tanto, estos niveles no significan que la Iglesia sea infalible solo en el primer nivel, mientras que en los dos inferiores sea falible, sino que simplemente significan tres grados de autoridad con los cuales la Iglesia siempre nos enseña la verdad del Evangelio:
      1° grado: dogmas definidos para creer con fe divina y teologal; quien no cree, es hereje;
      2° grado: verdades próximas a la fe para creer con acto de fe en la Iglesia; quien no cree, está próximo a la herejía;
      3° grado: doctrina auténtica de la Iglesia conexa a las verdades de fe, para creer con religioso obsequio de la voluntad. Quien no cree, carece de confianza en la Iglesia asistida por el Espíritu Santo.
      La infalibilidad pontificia es ciertamente un accidente transitorio, que sin embargo bien podemos llamar "carisma", siendo don del Espíritu Santo. En efecto, el Papa es infalible sólo como Papa, es decir, como Maestro de la fe, no como pastor, ni como doctor privado.
      La Iglesia con el Concilio Vaticano I ha definido las condiciones de infalibilidad del 1° grado de autoridad doctrinal, sin excluir los grados menos autorizados, pero siempre auténticos, los cuales han sido aclarados por la Instrucción de la Congregación para la Doctrina de la Fe, adjunta a la Carta apostólica Ad tuendam Fidem del papa San Juan Pablo II, de 1998. Por tanto, el dogma del Vaticano I no queda anulado, sino que está aclarado y completado con la distinción adicional de los grados inferiores de infalibilidad o bien de verdad.
      Está claro que, si el Papa definiera ser de fe una determinada proposición, estamos absolutamente ciertos (seguros) de que es de fe. Pero estos son casos rarísimos, como ha sucedido con el dogma de la Asunción en 1950 o de la Inmaculada Concepción en 1854. Esto no quiere decir que en todos los casos en los cuales el Papa no define ("voluntas definiendi"), lo que dice pueda estar equivocado.
      Por eso es necesario añadir a los criterios ofrecidos por el Vaticano I otros criterios de certeza, que son precisamente los que proporciona la Ad tuendam fidem para los grados inferiores.
      En cuanto al criterio para distinguir la opinión teológica de la enseñanza de fe lo he proporcionado en mi artículo.

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  6. Estimado Padre,
    le agradezco la atención que ha tenido hacia mí, y por su respuesta puntual; su posición clarísima y expresada con extrema precisión.
    Sin embargo, debo decir que, personalmente, no me convence y que no puedo encontrar en su posición un valor que vaya más allá del de la simple opinión teológica, lícita pero discutible.
    Hasta donde yo sé, el magisterio del tercer grado es auténtico; y a este grado de magisterio se le debe todo el obsequio de la inteligencia, pero no es enseñanza infalible; y en consecuencia, dado el presupuesto de que "quod potest non esse, aliquando non est", podría en ese magisterio efectivamente involucrarse el error, aunque en casos rarísimos y excepcionales.
    Al menos Ud. admitirá que mi opinión (también ella, creo, lícita y discutible) está en todo caso sostenida por grandes teólogos, como por ejemplo Piolanti o Gherardini.

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    1. Estimado M.Argerami,
      también en el tercer grado, el Magisterio trata de materia de fe, aunque requiera efectivamente sólo el obsequio religioso de la voluntad.
      Ahora bien, "infalible" simplemente significa "siempre verdadero", "no falsificable". ¿Puede imaginarse que una enseñanza de la Iglesia en materia de fe pueda ser falsa o devenir falsa?
      La Ad tuendam fidem no dice que el tercer grado NO sea infalible. Simplemente NO USA la palabra. Pero, según lo veo, no debemos aferrarnos a la palabra, sino prestar atención al concepto: el concepto es que incluso en este grado la Iglesia nos habla de Cristo y del Evangelio.
      ¿Y entonces?
      Tenga en cuenta que los lefebvrianos reconocen que las doctrinas del Concilio pertenecen al tercer grado. Si aquí la Iglesia se puede equivocar, ¡terminamos en la trampa del buen Lefebvre! Te introducen el gusano de la duda.
      No debemos confundir la apariencia de una cosa que no existe con la visión confusa o indistinta de una cosa existente, es decir, de la verdad. Recordemos, en efecto, que también el tercer grado es Magisterio de la Iglesia que enseña aquel verbum Domini quod manet in aeternum. De ningún modo se debe confundir la autoridad del Magisterio con la opinión teológica. Si ya lo theologice certum no puede jamás ser negado, ¡mucho menos el Magisterio de la Iglesia, que es asistido por el Espíritu Santo! El hecho de que la adhesión a las doctrinas del III grado no requiera un acto de fe divina, no significa que no debamos adherir a ellas plenamente, con todo el corazón y con certeza.
      ¿Puedo pensar acaso que en estas cosas un día la Iglesia me dirá con lágrimas en los ojos: mira, hijo, perdóname, me he equivocado? Es simplemente ridículo.
      Desafortunadamente, el III grado malentendido es la grieta a través de la cual entra el humo de Satanás. El lefebvrismo explícito o implícito, consciente o inconsciente, voluntario o involuntario, declarado o no declarado, culpable o en buena fe, entra a través de esta fisura.
      Si en un local quieres impedir que los insectos entren, no debes dejarles ningún pasaje. ¿Cómo entonces impedir el ingreso al veneno de la duda? Reconociendo francamente contra cualquier vana distinción bizantina o de lana de caprina que la Iglesia, cuando nos habla de la doctrina de Cristo, no puede equivocarse en ningún nivel. Podemos y debemos tener total confianza.
      (continúo)

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    2. No es que en el primer grado sea infalible y en los otros sea falible. La Ad tuendam Fidem no dice en absoluto esto. En cambio, dice que tenemos doctrina de fe en los tres grados, en todos ellos. La diferencia entre los tres es solo un diverso grado de certeza y de claridad, como sería, por ejemplo, el ver la basílica de San Pedro en Roma a cuatro kilómetros de distancia y verla en la plaza San Pedro. Siempre es la iglesia de San Pedro.
      Son las doctrinas teológicas las que son falibles e inciertas. Pero precisamente cuando se tiene incerteza, se pide la respuesta a la Iglesia. Si tal respuesta es falible, ¿a quién apelaremos? Y porque conocemos de la Iglesia la verdad, no es necesaria la definición solemne del I grado, sino que basta la simple sentencia de la Iglesia: quien tiene oídos para entender, que entienda.
      Frente a la doctrina de la Iglesia, es necesario evitar el fiscalismo: se acepta con confianza y sencillez cuanto ella enseña y eso pone nuestro corazón en paz. No se desconfía de una buena madre, sino más bien de una madrastra. No es que todas las veces que Jesús enseñaba, los apóstoles pretendieron de Él una definición solemne: escuchaban y basta.
      Es cierto que mientras en el I grado la Iglesia exige la adhesión de fe divina, en el III grado basta el simple obsequio religioso de la voluntad. Pero esto no quiere decir que también a este nivel la Iglesia no nos enseñe, aunque no con plena claridad y certeza, la verdad revelada, al menos indirectamente o implícitamente (virtualiter revelatum). La Iglesia misma progresa en la historia en sus conocimientos y certezas de fe.
      Los lefebvrianos son sujetos para los cuales o la verdad es absolutamente cierta, precisa, unívoca, clara y distinta, o no existe. Son cartesianos, maníacos de la certeza. Ellos, con aparente celo por la verdad y cavilosa preparación teológica, llegan a confundir también a los grandes teólogos.
      Esta doctrina sofística doctrina de la falibilidad del III grado es el subterfugio o truco por ellos usado para tener buen juego y una razón aparente para dispensarse de aceptar las doctrinas del Concilio (¡¡son del III grado!!). Es una operación objetivamente astuta, incorrecta y desleal, que debe ser rechazada.
      Si verdaderamente se tuviera libertad para aceptarlas o rechazarlas, los Papas no exigirían con tanta severidad a los lefebvrianos la adhesión a las doctrinas del Concilio. Es necesario tener cuidado, prestar atención, y no dejarse llevar por el naso cuando se trata de la Palabra de Dios.
      Con afecto y estima.

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