En el curso de los siglos la Iglesia, siguiendo el mandato de su divino Fundador, Nuestro Señor Jesucristo, ha procurado llevar el Evangelio y su inmutable Verdad, a todos los hombres, de cada tiempo y de cada cultura, a través de un lenguaje a ellos adecuado. Es una tarea que debe continuar hasta el fin de los tiempos. Pero probablemente nunca como antes hemos constatado en la vida de la Iglesia las riquezas y las limitaciones del lenguaje, sus virtudes y sus defectos, sus servicios y sus peligros.
----------En mi nota acerca del Diario del Concilio del padre Yves Congar, prometí considerar la importante cuestión del lenguaje en la Iglesia. El asunto vino a cuento de que indiqué que resulta extraño que Congar no parece advertir la posible instrumentalización de los documentos del Concilio Vaticano II a causa de la poca claridad del lenguaje de ciertos pasajes. Parece no darse cuenta de que el moderno lenguaje corriente, asumido por el Concilio con la intención de la "pastoralidad", en lugar del tradicional lenguaje técnico de la Iglesia, da la impresión de facilidad y claridad, pero en realidad genera equívocos y confusión.
----------En el mencionado artículo, dije que el lenguaje tradicional de la Iglesia requiere ciertamente un considerable esfuerzo de aprendizaje, pero al final, ese lenguaje, por su honestidad y precisión, se revela más pastoral que la tan declamada supuesta "pastoralidad" de los modernistas, aunque no se niega que también el lenguaje de la Iglesia siempre se debe actualizar; y el Concilio da ejemplo al respecto. Habríamos esperado de Congar estas consideraciones, y, en cambio, nada hay en su Diario.
----------Así, en aquella ocasión, terminé diciendo que Congar acepta sin objetar juicios desfavorables contra la teología escolástica, olvidando que precisamente esa teología, y su lenguaje, es una de las grandes glorias seculares de la Orden de Predicadores, a la que perteneció, gloria de la escolástica incluso elogiada por el papa san Pío X, por el papa Pío XII y también por el propio Concilio con su referencia a santo Tomás de Aquino. La teología escolástica debe ciertamente traducirse en el lenguaje popular; pero ella en sí misma conserva todo su valor para los maestros de la fe y para los investigadores de la Palabra de Dios.
----------Debe comprenderse que la Iglesia es una societas que tiene su propio y preciso lenguaje. El lenguaje es cuestión muy delicada que compromete en modo muy serio el prestigio, la honestidad y la credibilidad de los pastores, de los teólogos y de los predicadores del Evangelio. En efecto, cuando se trata de la Palabra de Dios, de la Sagrada Escritura, de la Sagrada Tradición, del dogma, de la doctrina católica, de la predicación, de la cultura católica, de la formación, de la obra evangelizadora y misionera, de la práctica sacramental y litúrgica, de la exégesis bíblica, de la crítica teológica y de la formación moral y teológica del clero, está en juego la salus animarum, por lo tanto es un sagrado deber el usar un lenguaje absolutamente claro, preciso, límpido y honesto, como para evitar las abusivas instrumentalizaciones, los equívocos o los malentendidos, un lenguaje exento de cualquier tipo de adulación o compromiso frente al lenguaje mundano.
----------Aún con todas esas precauciones, ciertamente no se puede evitar el problema hermenéutico, si es cierto que este problema se plantea también para interpretar las mismas palabras luminosas y misteriosas de Nuestro Señor Jesucristo, Luz del mundo. Pero he aquí que es esencial la obra del Magisterio, con su propio lenguaje. A este respecto, es por lo tanto para deplorar la banalización, por no decir la corrupción de este lenguaje en documentos actuales de la Iglesia a causa de la inserción descriteriada o imprudente en el lenguaje eclesial, en el ámbito de la doctrina y de la pastoral, de palabras a él ajenas, tomadas de la mentalidad mundana y, por lo tanto, palabras engañosas, o al menos ambiguas e impropias.
----------Se trata de un mal entendimiento de la renovación del lenguaje eclesial promovida por el Concilio Vaticano II. Hay que precisar que el Concilio se fijó acertadamente promover una actualización y modernización del lenguaje eclesial, a fin de hacerlo más comprensible y más atrayente para los hombres de nuestro tiempo, con el fin de vehicular más eficazmente las inmutables verdades de la fe y hacerlas más creíbles, superando y abandonando ciertas expresiones, fórmulas, lenguajes y modos de decir considerados obsoletos y anticuados, o no ya comprensibles o aceptables para el hombre de hoy. El mismo lenguaje del Concilio está inspirado en este principio y se esfuerza por ponerlo en práctica. Así, muchas expresiones nuevas, tomadas del lenguaje corriente moderno, son indudablemente percibidas y han tenido un merecido éxito.
----------Sin embargo, es necesario tener presente que todo lenguaje, cualquier lenguaje, incluso el eclesial, como producto humano, puede ser más o menos perfecto, más o menos apropiado, más o menos adecuado para expresar lo que se debe comunicar. La Iglesia, con un trabajo que insumió siglos, gracias a las obras de la teología escolástica que han profundizado la doctrina de la fe, ha elaborado un vocabulario técnico de la teología y de la doctrina católica, que ha confluido en algunas de las fórmulas dogmáticas. Este vocabulario, por su perfección, perspicacia y precisión, en principio no conviene que sea modificado, salvo con suma prudencia y por graves motivos, evitando adulterarlo con el pretexto de facilitar la comprensión del contenido de fe, reconociendo sin embargo que, en definitiva, los modos del lenguaje, no son inmutables, sino que evolucionan por diversos motivos culturales, sociales y psicológicos a lo largo de toda la historia.
----------Lamentablemente, en cierto momento se ha verificado un grave equívoco que, con el pretexto de cambiar y actualizar el lenguaje, los términos o palabras con los cuales se expresa la fe de la Iglesia, se ha acabado en muchos casos por cambiar y deformar o abolir ciertos conceptos de la fe, cayendo en aquello que fue ya el error modernista condenado por el papa san Pío X en la encíclica Pascendi. Caso conocido y ejemplar de este equívoco ha sido la posición del teólogo dominico Edward Schillebeeckx, que confunde el concepto de fe con el lenguaje, de modo que, cambiando el lenguaje, se viene a cambiar el concepto.
----------Edward Schillebeeckx tiene razón al sostener que el dato de fe se puede concebir y expresar en diferentes tipos de lenguaje y de acuerdo a diferentes "modelos interpretativos" y que una determinada fórmula dogmática que se ha vuelto menos expresiva, puede ser de algún modo cambiada, a fin de expresar mejor el mismo dato de fe, para que ese dato pueda ser mejor entendido en un determinado tiempo y en una determinada cultura. Pero el problema es que para Schillebeeckx el dato revelado o de fe no está contenido en el concepto dogmático, pues para él este concepto dogmático es mutable y relativo, sino que el dato revelado está contenido en una llamada "experiencia atemática pre-conceptual", de la cual el concepto dogmático no sería sino una opinable, pasajera y subjetiva interpretación, aunque fuera la doctrina de la Iglesia.
----------Está claro, entonces, que el error de Schillebeeckx es el de considerar que el concepto sea una forma de lenguaje, por lo cual, como se puede significar una misma cosa con lenguajes diferentes, Schillebeeckx entiende que sea posible y obligado significar el mismo dato revelado o misterio de fe con conceptos diferentes. Pero esto es falso, porque cada concepto representa esa determinada cosa y a una cosa corresponde solo su concepto, por lo cual, cambiando el concepto, la cosa no puede ser la misma, sino que cambia.
----------Pero volvamos ahora a la propuesta del Concilio Vaticano II, que prescribe, claro que sí, un nuevo lenguaje para expresar y explicar las mismas e inmutables verdades de fe, pero un nuevo lenguaje que no cambia los conceptos de la fe, que pueden seguir siendo expresadas en conceptos escolásticos, como lo habían hecho los Concilios precedentes. El Concilio, por lo tanto, usa un lenguaje moderno; pero está claro que en el trasfondo está el tradicional lenguaje escolástico, que cada tanto emerge, a tal punto que el Concilio llega incluso a recomendar, como es sabido, el pensamiento de santo Tomás de Aquino.
----------El Concilio propone, por lo tanto, un lenguaje que sintetice el escolástico con el moderno. Recoge las ventajas que provienen del uno y del otro: la autorizada competencia, la dignidad, la formalidad, la exactitud, la precisión, la especificidad y la sutileza del lenguaje escolástico y la actual comprensibilidad; la popularidad, la facilidad, la inmediatez, la ductilidad, la eficacia y la pastoralidad del lenguaje moderno.
----------Por lo tanto, la tarea que hoy se impone a la predicación eclesial es la de mantener este método propuesto por el Concilio Vaticano II, sin ceder: por una parte, a la tentación de retornar a un escolasticismo inútilmente sutil y alejado del modo de pensar y de expresarse de nuestro tiempo; por otro lado, sin ceder a la tentación de abandonar la Escolástica, dejándose contagiar por esos modos expresivos modernos que se ven afectados por los errores de la modernidad, o mejor dicho del modernismo.
----------El buen pastor es, por ende, quien se esfuerza por una parte en hacerse comprensible al pueblo con modos expresivos que al pueblo le son familiares y ejemplos adecuados a los contenidos de fe a transmitir, mientras se preocupa de educar al pueblo para que comprenda y se familiarice con esos términos escolásticos que mayormente la Iglesia usa para la explicación del dogma y de la Palabra de Dios.
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